viernes, diciembre 30, 2022

El volcán de Tonga

¿Sabía usted que la guerra civil española comenzó tras el fracaso de un golpe de Estado contra un gobierno que había sido elegido mediante fraude y cuyos funcionarios habían asesinado cinco días antes al jefe de la oposición? ¿Y que durante los cinco años transcurridos desde la instauración de la segunda república se habían cometido miles de crímenes contra curas y monjas por el hecho de serlo? ¿Y que tras el estallido de la guerra y la toma de poder por partidos marxistas muchos miles de personas que no tenían ninguna relación con la rebelión fueron asesinadas por milicias de esos partidos, que contaban con centros de tortura conocidos como “checas”? ¿Y que los padres de la república, como Ortega y Gasset, Marañón y Pérez de Ayala, se oponían resueltamente al gobierno del Frente Popular y volvieron a España tras la guerra?

No es muy probable que lo sepa, salvo que tenga un gran interés en la historia de España, de otro modo casi seguro cree que hubo una guerra civil que emprendió el fascismo contra la república. Es sólo un ejemplo de lo que explicaré después.

¿Sabía usted que antes de Trump, en este siglo, dos candidatos del Partido Demócrata estadounidense cuestionaron el resultado del escrutinio exactamente igual que lo hizo el líder republicano? Lo hicieron Al Gore en 2000 y Hillary Clinton en 2016. A lo mejor si usted ya ha alcanzado cierta edad, le presta atención a la política internacional y tiene buena memoria lo recuerda. La mayoría lo desconoce y es capaz de creer que lo que hace Trump pone en peligro la democracia en ese país, tal como a todas horas repiten los medios, que aprovechan el estilo áspero y desapacible del expresidente para alimentar un odio en el que caen las personas sencillas por pura presión ambiental. Son los famosos cinco minutos de odio que cada día ponían en práctica los habitantes de Oceanía en la famosa novela de Orwell, pero que sólo era el reflejo de lo que había ocurrido en la Unión Soviética con Trotski, el rival de Stalin, y sigue ocurriendo en los regímenes comunistas cerrados, como Cuba o Corea del Norte, y quizá pronto de nuevo en China.

Son dos ejemplos que ilustran claramente la labor de los grandes medios, unidos en torno a un consenso que comparten con el Partido Demócrata estadounidense, las grandes empresas de internet, la alta burocracia global, la mayoría de los gobiernos europeos, las universidades y otras instancias de dominación: aquello que cuentan es lo que favorece en el público las percepciones que convienen a su agenda, en gran medida compartida con regímenes totalitarios como los de Irán o China. Al que quiera formarse una idea de cómo opera ese consenso le debería bastar saber que para la inmensa mayoría de los europeos y americanos la paz de Santos, basada en el resurgimiento de unas bandas criminales prácticamente extintas, en la multiplicación del narcotráfico, la traición a los votantes y el premio de miles de crímenes monstruosos es un gran avance para el país.

El engaño de los medios no se basa tanto en lo que publican cuanto en lo que ocultan, como se infiere de lo explicado anteriormente. Respecto al cuento del «cambio climático» y la implantación forzosa de una ideología ambientalista muy apropiada para forzar unanimidades y recortar libertades, además de blanquear a los diversos herederos del totalitarismo del siglo pasado, ahora cuentan con la ventaja de que efectivamente hace mucho más calor y las víctimas de la desinformación no tienen modo de enterarse de que no es por culpa de los consumidores de combustibles fósiles (que le sacan la sangre a la Tierra, como advirtió un «sabio» «indígena» y confirman hoy todos los científicos, según dijo Petro en su obsceno discurso en Queens, que no mereció la menor atención de la supuesta oposición, salvo por lo de la manada de lobos, errado pero congruente con su ideología colectivista).

La causa del inusitado aumento de la temperatura es la erupción a comienzos de este año del volcán submarino de Hunga Tonga-Hunga Ta’apai, en Oceanía, la mayor registrada en la Tierra en la era moderna, que expulsó a la atmósfera miles de millones de kilos de vapor de agua. La temperatura podría mantenerse muy por encima de los niveles habituales durante cinco años, según se explica con claridad en este artículo de National Geographic, y más detalladamente en el estudio enlazado en él.

El alarmismo climático es un elemento clave en el siniestro programa de ingeniería social que está implementando en todo el mundo la conjura de los dominadores. Tras la persecución de los combustibles fósiles están los intereses de las empresas de energías renovables y aun del régimen chino, que los sigue usando sin preocuparse y los encontrará más baratos gracias a la abstinencia occidental. China es el principal socio comercial de Alemania, que como poder hegemónico en la UE puede hacer que todos los demás socios compartan el pago de la factura energética, sobrecargada por dicha abstinencia.

Acerca de ese alarmismo, el interesado podría evaluar la serie de artículos que publicó hace unos meses el periodista español Federico Jiménez Losantos.

En Colombia el asunto es como una productiva guaca para Petro: la inevitable caída del PIB por su reforma tributaria y la fuga de inversiones queda justificada por la necesidad de proteger a la Pachamama del pecado del consumismo, y tan hermoso y noble propósito redime a su gobierno y a sus clientelas de su origen en la industria del secuestro y de su patente relación con el tráfico de cocaína. Los típicos «intelectuales» colombianos no ven ningún problema en la compañía de personajes como Ernesto Samper y sus socios de toda la vida porque son la misma clase de gente que hace cuarenta años se ilusionó con Pablo Escobar, ahora con un barniz de cultura y con el aplomo que proveen los diplomas que expiden los marxistas, hegemónicos en casi todas las universidades. El ambientalismo inflama sus corazones sensibles de nobles propósitos mientras parasitan (y roban si pueden, es decir, si tienen suficiente rango social y contactos para acceder a puestos de poder).

(Publicado en el portal IFM el 18 de noviembre de 2022.)

martes, diciembre 20, 2022

Ya eres como ellos

En las películas de cine negro y también en muchos wésterns, cuando el justiciero o la víctima se dispone a matar al villano suele haber alguien que le advierte: «entonces serás como él», y no es un peligro teórico, por ejemplo, en The Searchers, Ethan Edwards, el personaje al que da vida John Wayne, termina arrancándole la cabellera al indio que raptó a su sobrina.

La historia colombiana reciente también es un relato de villanos y víctimas, los justicieros son más difíciles de identificar, pero ¿en qué se diferencian los villanos de sus enemigos salvo en el papel que le corresponde a cada uno? Mejor dicho, ¿qué clase de ser humano se decide a secuestrar y asesinar gente en aras de una transformación de la sociedad que siente que tiene derecho a buscar porque su opinión debe prevalecer sobre los intereses y hasta sobre las vidas de los demás?

A esa cuestión del móvil remoto de los posicionamientos ideológicos no se le suele prestar atención porque como se dice en Cien años de soledad, en Macondo «el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre». La mayor parte de las veces, el origen de la adhesión ideológica al comunismo se explica por contagio de «ideologías foráneas», como si, por ejemplo, la guerrilla del ELN no hubiera tenido durante más de medio siglo una fuerte imbricación con la Compañía de Jesús y otros grupos católicos.

Se podría explicar más bien de otro modo: el devenir histórico que preveían los colonos españoles hace tres o cuatro siglos no se parece al que realmente ocurrió. Los traidores al papado se hicieron amos del mundo y en sus países floreció una nueva ideología, que en el siglo xix se hizo hegemónica, aunque España e Hispanoamérica contaban poco en ese siglo. Los grupos dominantes de nuestras sociedades perciben esa ideología, el liberalismo —que aspira a una sociedad de ciudadanos libres e iguales—, como una amenaza y oponen un escudo de resistencia. El colectivismo-estatismo que tan poderosamente seduce a los universitarios de toda la región en el siglo xx es un formato de ese escudo. Una salida, una solución.

Una cuestión en apariencia ajena me ha hecho reflexionar sobre eso. Cuando se habla de los derechos humanos los colombianos «de derecha» no pueden ocultar una llamativa repugnancia. Es verdad que las ONG de «derechos humanos» han convertido esa cuestión en un elemento útil de su propaganda, y que esas ONG son parte de la conjura narcocomunista, de modo que cualquiera de sus campañas de calumnias contra los militares colombianos, por poner un ejemplo, equivalía a una masacre con cientos de víctimas, pero precisamente eso ocurría porque incluso los defensores de los militares estaban dispuestos a creerlas. No había ni hay un consenso respecto a los derechos humanos, entendiendo como tales los llamados «de primera generación» (los que no son bienes que los demás deben pagar), porque su fundamento ideológico es el liberalismo, algo ajeno y opuesto a la idiosincrasia local.

Al interesado en la cuestión le recomiendo un comentario que escribí hace años sobre un artículo del entonces presidente de la Asociación Colombiana de Juristas Católicos que se oponía a la aceptación de los derechos humanos como base del ordenamiento jurídico. https://pensemospaisbizarro.blogspot.com/2014/03/derechos-humanos-ideologia-y-ley.html.

A esa hostilidad ideológica se le suma la confusión conceptual: ¿qué son los derechos humanos? El diccionario los asimila a los derechos fundamentales, aquellos que forman parte de la dignidad de todo ser humano y figuran como tales en los textos constitucionales. Si una persona sufre un atraco o una violación, no es una cuestión de derechos humanos salvo que esos hechos fueran obra de las autoridades. En cambio la cuestión del voto militar, sobre cuya prohibición hay un gran consenso en Colombia, sí remite a la situación de unos ciudadanos despojados de su derecho fundamental a elegir a sus gobernantes.

Pero hay que insistir en que los colombianos no tienen ninguna adhesión a esos derechos como no la tienen a los valores liberales, ocurrencias como «los derechos humanos son para los humanos derechos» encuentran enseguida mucho público, al parecer porque a la mayoría les parece que ciertas personas no deben tener derecho a un juicio justo o se las debe torturar o ejecutar sin juicio. ¿Qué otra cosa puede significar ese dicho?

¿Qué otra cosa puede significar un tuit de un influencer muy conocido de la «derecha» (muy afín al partido que quiere respetar los acuerdos con las FARC) en el que dice que Colombia necesita a un Naguib Bukele y se toma una foto al lado de un cartel con la imagen del presidente salvadoreño y la frase «Los derechos humanos de la gente honrada son más importantes que los de los delincuentes»? https://twitter.com/jarizabaletaf/status/1586424825974693888

Los derechos humanos de todos son sagrados e igualmente importantes, la gente que se describe como honrada es relativa, por ejemplo en Cuba sin duda llaman así a los matones del régimen, el único sentido que tiene esa perla de Bukele es la idea de que se puede prescindir de los derechos de algunas personas.

Es gracioso, el poder político en Colombia está en manos de una banda de asesinos que no respetarán ningún derecho de nadie cuando les convenga violarlos, tal  como ya ocurre en Cuba, Venezuela y Nicaragua, y los jueces son simplemente secuestradores al servicio de la misma mafia de la cocaína, pero lo que ilusiona a los supuestos opositores es que se pueda prescindir de los derechos humanos de alguien. Y precisamente lo que ocurrirá será que los militares y policías colombianos violarán los derechos humanos de quien se oponga al régimen narcocomunista, sólo hacen falta unos meses para que el gobierno controle a los mandos de esas instituciones.

El colombiano suele creer que se puede prescindir de los derechos de alguna persona, por esa ausencia de valores liberales es por lo que algunos colombianos optan por mejorar las vidas ajenas contra la voluntad de esas personas. Los que «razonan» como Arizabaleta y Bukele ya son como los terroristas.

(Publicado en el portal IFM el 11 de noviembre de 2022.)

viernes, diciembre 16, 2022

Los demócratas de todo el mundo contra Donald Trump

Hay un consenso en los medios europeos y latinoamericanos sobre determinadas cuestiones y la audiencia suele compartirlo, salvo cuando la afecta directamente. Por ejemplo, sobre la paz en Colombia puede haber muchos colombianos que se pregunten si es de verdad lícito que un presidente se haga elegir para hacer lo contrario de lo que prometía, que las instituciones se repartan con bandas de asesinos monstruosos, que éstos nombren a los jueces y que pasen a ser legisladores sin ser elegidos. Fuera de Colombia nadie discute nada de eso, los periodistas porque obedecen a la consigna general, la audiencia porque no le importa.

Ese mismo consenso se da respecto del «populismo» de la «extrema derecha» y puede que ahí sí haya muchos colombianos no necesariamente partidarios de Santos y sus sucesores que se sumen al consenso. El triunfo de Lula en Brasil contó con el apoyo de esos medios, que describen a su rival como una especie de Hitler austral y tapan tanto las evidencias de corrupción del reelegido como su evidente conexión con tiranías sangrientas y organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico.

Es decir, el periodista europeo típico puede declararse liberal, conservador o libertario, pero respecto a las dos cuestiones mencionadas está en el mismo bando de los que casi explícitamente son financiados por Maduro, por los ayatolás iraníes, por Putin o por el régimen comunista chino. Nada podría resultarles más ingrato que ser considerados amigos del populismo o de la extrema derecha.

El consenso se hace rabioso cuando se trata de Donald Trump. Con toda certeza, claramente comprobable, ni Hitler ni Stalin, ni menos Mao, Castro o Pol Pot, tuvieron la mala prensa que tiene Trump en los medios europeos. ¿Está justificada esa aversión? Primero hay que tener en cuenta que todos los presidentes republicanos —también los demócratas pero últimamente menos desde que la pasión antiamericana necesita disfrazarse un poco—, son presentados como los mayores criminales de la historia. El que ha cumplido cincuenta años recuerda la campaña contra Bush por la invasión de Irak, que sacó a millones de europeos a las calles, cosa que ciertamente no ocurre respecto de la invasión de Ucrania. Pero los mayores pueden recordar lo que se decía de Reagan cuando gobernaba, y aun habrá quien presenciara la misma borrachera de odio contra Nixon. Baste recordar que Pablo Neruda publicó un libro llamado Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena.

Pero debo insistir en que respecto de Trump el odio está más disfrazado y los periodistas del consenso no se presentan como los enemigos de Estados Unidos sino como los defensores de su democracia. Para eso tienen dos «caballitos de batalla» típicos: el que se resistiera a aceptar la derrota electoral y el que mandara a sus partidarios a tomarse el capitolio.

¿Qué es un periodista? Un personaje de la película El matrimonio de Maria Braun declara «soy periodista, no tengo opinión», y no se trata de eso. Todo el mundo tiene opiniones, pero la labor del periodista no es llevar a su audiencia a compartir las suyas sino informar. Y si es inevitable que se conozca su opinión, al menos debe expresarla respetando la autonomía del interlocutor y sin mala fe. Los dos temas mencionados sobre Trump dejan ver la mala fe de la mayoría de los periodistas europeos y latinoamericanos.

Todos hacen creer a la gente poco informada que el resultado electoral en noviembre de 2020 fue claro a favor de Biden, pero los que estábamos atentos a la cuestión vimos maravillados cómo una victoria clara de Trump se convertía en lo contrario al cabo de muchas semanas de recuento inexplicablemente lento. Tal vez no podamos probar que hubo fraude, pero es innegable que en los estados decisivos, Georgia, Pensilvania, Arizona, Wisconsin y Michigan el recuento fue extremadamente dudoso. Para esos falsos periodistas parece que dudar del resultado fuera un atrevimiento inconcebible, pero ellos, y su audiencia, pues el fervor antiamericano es un rasgo idiosincrásico de las mayorías en ambas regiones, más bien exigían que se hiciera fraude para que Trump perdiera.

El asalto al capitolio es una mentira aún más grotesca: en muchas circunstancias los políticos llaman a sus seguidores a manifestarse, sin ir más lejos, los comunistas en España rodearon el Parlamento de Cataluña, impidiendo entrar a los diputados. Si finalmente los exaltados partidarios de Trump entraron en el capitolio fue porque los dejaron entrar, cosa que se explicó muchas veces en Twitter con el efecto de que se suspendían las cuentas que lo hacían. De hecho, se publicaron pruebas de que los invitaron a entrar, y aun el más propenso a creer el cuento de la amenaza a la democracia de unas decenas de manifestantes se preguntarán cómo es que nadie ha pensado antes en dar un golpe de Estado definitivo por ese medio.

Mala fe y desfachatez, durante mucho tiempo yo veía a los personajes de los medios colombianos como Daniel Coronel o Félix de Bedout como bandidos con micrófono explicables en un país sometido al crimen organizado, pero después he visto que los tertulianos y redactores de los medios españoles se les van asimilando de una forma escandalosa.

He señalado que esos exigentes demócratas afines a Santos y a Lula y a los periodistas amigos de Maduro prácticamente pedían que se hiciera fraude. El que lo dude debería plantearse estas preguntas: ¿cómo se puede justificar que las televisiones estadounidenses, empresas privadas que sirven a los intereses de sus dueños, se permitan interrumpir la transmisión de lo que dice el presidente elegido por los ciudadanos para dirigir el país? ¿Quién atenta contra la democracia? ¿Qué es democracia?

No, esas preguntas no son las que debe plantearse el lector porque al final hay otra que lo resume todo con mayor claridad: ¿qué periodista de los que se santiguan horrorizados por los frikis del Congreso o las acusaciones de fraude ha mostrado alguna vez el menor reproche sobre ese hecho, o sobre la cancelación de la cuenta de Twitter del expresidente? Sería muy bueno que el que haya visto alguno lo publique.

La mala fe de esos pseudoperiodistas lleva al lector a elegir entre ser partidario o detractor de Trump, cosa en la que tienen mucho éxito porque sin ir más lejos en todas las elecciones uno descubre que la mayoría de los opinadores espontáneos de las redes sociales creen seriamente que votar es como contestar a un test de personalidad. Pero no se trata de eso, se trata sólo de la verdad y de la democracia. El ciudadano hispanoamericano puede tener dificultades para apreciar la especificidad de Trump, de su personalidad y de su estilo, y aun puede aborrecerlos, lo cual no debería llevarlo a hacerse cómplice de los mentirosos que intentan presentar el recuento como un modelo de escrutinio limpio y la protesta como un terrible golpe de Estado.

Con la paz de Santos ya vimos a casi todos los periodistas colombianos entregados a cobrar los crímenes terroristas con diversos pretextos, algunos muy engañosos porque la buena conciencia de su público necesitaba adornar el hecho monstruoso de reconciliarse con monstruos en nombre de personas que no les importan. Con los minutos diarios de odio a Trump se evidencian en otras regiones el afán de congraciarse con esos poderes en la sombra que llevaron a la presidencia de Brasil al ladrón narcocomunista Lula da Silva.

(Publicado en el portal IFM el 4 de noviembre de 2022.)

miércoles, noviembre 23, 2022

No más uribismo, por favor

La decisión de la JEP de amnistiar del delito de rebelión al cabecilla narcoterrorista Rodrigo Granda era previsible pues ¿qué otra cosa va a hacer un tribunal nombrado por los criminales? Rasgarse las vestiduras por eso como si fuera posible esperar otra cosa es una muestra de mala fe o hipocresía. Pero esa disposición es común en Colombia porque quien cuestione el discurso oficial sobre el conflicto y la paz está en minoría.

¿Cómo ha sido posible que el país que en 2002 eligió a Uribe con la determinación de detener la orgía de crímenes terroristas esté tan conforme ahora con un gobierno en el que esos asesinos llevan la voz cantante y las hectáreas de narcocultivos son muchas más que entonces? ¿Qué ha pasado en estos veinte años para que una clara mayoría partidaria de la ley haya dejado triunfar al hampa?

Se podría decir que el autor de ese triunfo de las FARC y sus cómplices se llama Álvaro Uribe Vélez, aunque no sería exacto, tampoco si en lugar de él se aludiera a quienes lo rodean. El autor de ese triunfo es el uribismo, la adulación que llevan a cabo políticos y aspirantes a cargos que carecen de escrúpulos, y la adoración fanática del populacho que encontró en un ídolo la respuesta a las dificultades y nunca quiso darse cuenta de la inanidad del caudillo.

Suelen decir que Uribe «salvó el país» y uno se queda pensando que sería mejor que no lo hubiera salvado, porque ahora todo lo que buscaban las FARC en el Caguán ya lo han conseguido y el país es mucho más dependiente de la cocaína que nunca antes. Y también que Santos «lo engañó», como si esa posibilidad no fuera más horrible que la simple complicidad. Cualquiera que conociera la revista Alternativa, dirigida por el hermano mayor de Juan Manuel Santos, sabe que esa gente es la que verdaderamente dirige el narcotráfico y el terrorismo, algo que con mayor razón tiene que saber un político del más alto nivel.

Lo más extraño es que los logros de los gobiernos de Uribe se le atribuyen a él como si la gente que lo eligió no contara. Fue presidente porque encarnaba el anhelo de resistir a las bandas narcocomunistas, que en gran medida retrocedieron durante sus gobiernos, pero las tramas urbanas, las que verdaderamente importan, más bien se reforzaron: la CUT, con su principal sindicato, Fecode, hegemónico en la educación, las altas cortes, las universidades y los medios, estos últimos «regados» copiosamente con dinero público.

Es decir, en la concepción de los uribistas el hecho de que hasta cierto punto un gobernante cumpla la misión que se le ha encomendado es un mérito exclusivo suyo y no lo que debe ocurrir. ¿Cumplió Uribe con el mandato para el que fue elegido? En su primer gobierno el ministro de Interior era Fernando Londoño y lo que vivió Colombia fue un verdadero milagro, de una situación de colapso institucional y ruina segura se pasó a un considerable crecimiento económico y una drástica reducción de todos los indicadores de violencia.

Los problemas eran otros: ante la poderosa ola de rechazo a las FARC que despertó el Caguán y tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, que determinaron un cambio de política en Washington respecto del terrorismo, el clan dueño del país prefirió esperar a 2006, no sin dejar de tener a su «ficha» en el Consejo de Ministros, pues ¿qué sentido tenía que el vicepresidente fuera Francisco Santos, un periodista que había defendido el despeje del Caguán hasta el final? Para 2006 no había un sucesor de Uribe y éste, a saber por qué motivos, hizo cambiar la ley para poder aspirar a la reelección.

El desafío que Colombia tenía en ese periodo 2002-2006 era, por una parte, construir una alternativa al todopoderoso «liberalismo» sin caer en los errores de los gobiernos de Betancur y Pastrana, tan complacientes con el crimen organizado como los de Barco, Gaviria o Samper. Uribe no tenía el menor interés en eso porque mantenía toda clase de lealtades con su antiguo partido. La única salida que se le ocurrió fue permanecer en la presidencia cambiando la ley, para lo que tuvo que aliarse con el clan de los Samper y los Santos. El periodo siguiente fue el de las grandes derrotas de las FARC pero también el de la preparación del relevo por Juan Manuel Santos, que como ministro de Defensa creaba su red de lealtades en las fuerzas militares y perseguía a cualquier militar que destacara por defender la ley.

Por otra parte, había que plantearse construir una verdadera democracia, con jueces independientes y no meros militantes comunistas o «fichas» del clan oligárquico cuyo nombramiento dependía de la masacre de los verdaderos juristas en noviembre de 1985 y del golpe de Estado de 1991. Pero ciertamente Uribe no estaba para eso, pues era uno de los autores de dicho golpe de Estado, a tal punto que en calidad de senador presentó una ponencia que reforzaba la impunidad del M-19.

El poder mediático estaba atento a contener a cualquier aspirante a la presidencia que pudiera estorbar a Santos, de ahí salió el tremendo escándalo de Invercolsa, consistente en que Londoño había comprado acciones reservadas a los empleados sin serlo, como si el hecho de que éstos pudieran comprarlas no fuera de por sí una iniquidad. Lo mismo ocurrió con las inverosímiles condenas al coronel Plazas Vega y a Andrés Felipe Arias, a las que tampoco se opuso el uribismo para no traicionar la palabra empeñada a Santos.

La presidencia del tartamudo fatídico y su monstruosa obra son el fruto del uribismo, que lo hizo elegir en 2010 y no le hizo oposición después, que nunca denunció la atrocidad de llamar «paz» a las «negociaciones de paz» que eran simplemente la supresión de la ley y el premio del crimen y que finalmente desaprovechó la derrota de Santos y corrió a salvar el infame acuerdo, lo que se reforzó con la presidencia de Duque, absolutamente indolente respecto a las infamias del acuerdo y el narcotráfico.

No se preocupen de que Petro convierta a Colombia en otra Cuba. Colombia ya es otra Cuba. Y para remediarlo hay que deshacer todo lo que el clan oligárquico ha ido imponiendo durante más de medio siglo, hay que convocar una Constituyente legítima, hacer un Núremberg al Partido Comunista y a las demás bandas criminales y un juicio a todos los procesos de paz, así como una evaluación de las sentencias emitidas por las cortes surgidas del golpe de Estado de 1991.

Dichas medidas no pueden entenderse como un ejercicio de sectarismo sino como mero sentido común. ¿O en qué país democrático se admite que los criminales nombren a los jueces?

El cambio pendiente no puede ser superficial, no es como que un país normal haya elegido a un patán que formó parte de una banda de asesinos. Se trata del país de la cocaína, el país sin ley. El uribismo no forma parte de los que buscan ese cambio. Más bien es un estorbo y un factor de confusión: en realidad, respecto de todas las cuestiones importantes, está en el mismo bando de Petro. Puede que quien crea en la democracia liberal esté en absoluta minoría, pero para contarse en el bando del hampa no se entiende por qué no unirse directamente a Petro como hacen los políticos del Partido Conservador.

(Publicado en el portal IFM el 28 de octubre de 2022.)

miércoles, noviembre 16, 2022

La hora de la reforma urbana

Lo que hará el gobierno de Petro se puede saber desde ahora porque todos los gobiernos narcocomunistas hacen lo mismo, todos tienen el mismo libreto y por ejemplo en Chile intentaron crear los mismos bantustanes (palabra que designa los pseudoestados para negros del régimen de Apartheid en Sudáfrica) que impuso el golpe de Estado de 1991 en Colombia (aunque los mapuches fueron menos torpes que los indios colombianos y votaron masivamente en contra). Las mamarrachadas ambientalistas se ponen en práctica en todas partes, al igual que la ingeniería social relacionada con la ideología de género y muchos otros fenómenos que a lo  mejor un incauto cree que tienen origen local.

Por eso el caso de la película española En los márgenes no puede ser tomado como algo extraño sino como una premonición: el problema de la vivienda será una ocasión magnífica para los malhechores que «gobiernan» en Colombia y la solución ya se ve en España, pero, insisto, pronto se verá en toda Hispanoamérica.

El actor Juan Diego Boto dirige esa película financiada por un fondo de la Unión Europea y Radiotelevisión Española, y con algún aporte menor de Amazon Prime y una entidad belga. Es decir, la mayor parte de la inversión es dinero público, también el de la UE, que no tiene una reserva inagotable de recursos sino que se financia con los impuestos que pagan los contribuyentes de los países miembros. En el reparto figuran actores muy reconocidos y bien pagados, como Penélope Cruz y Luis Tosar.

El tema de En los márgenes es el drama de las personas que no pueden hacer frente a la hipoteca que pesa sobre su vivienda y se ven expuestas a un desahucio. En el periodo de expansión de la economía que concluyó en 2008 se concedieron muchos préstamos hipotecarios a personas que no aportaban muchas garantías y cuando vino la crisis fueron muchos los que no pudieron pagar y perdieron la vivienda que consideraban suya. Fue un motivo de movilización de los comunistas españoles que tuvieron gran presencia en los medios y grandes recursos para la propaganda gracias a la «generosidad» de Chávez y Maduro. Sin ir más lejos, la actual alcaldesa de Barcelona, un personaje que parece una mezcla perfecta entre Claudia López y Gustavo Petro, destacó como líder de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Ese protagonismo le dio muchos votos a su partido llamado (recuerden, siempre es todo lo mismo) ¡Comunes!

La crisis de 2008 fue particularmente cruel en España con la gente más pobre, era el resultado del gobierno de Zapatero, que había ganado las elecciones gracias a los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004 y había despilfarrado los recursos en propaganda y medidas demagógicas. Ese «plus» de sufrimiento favoreció la propaganda comunista en la década siguiente, no hay que olvidar que Zapatero es, junto con Ernesto Samper, un gran valedor del régimen de Maduro. La miseria que generan se vuelve su principal baza. Ésa es la magia de la llamada «izquierda». Mientras no haya una conciencia mayoritaria de lo que significa el socialismo, siempre encontrarán público.

De modo que el dinero público se gasta en pagar a personas que se jactan de las mansiones que tienen y que evitan pagar impuestos en España (a tal punto que Javier Bardem, esposo de Penélope Cruz, fue multado por evadir impuestos) para que hagan propaganda de la ideología del gobierno, y esa clase de gasto es lo que determina que se reduzcan las oportunidades para los que necesitan una vivienda, al menguar la inversión y el empleo.

Desgraciadamente el socialismo es en realidad hegemónico en la mentalidad hispanoamericana, y claramente mayoritario en Europa. Las personas que sufren desahucio se sienten víctimas de una gran injusticia porque ya se consideraban dueñas de su casa y culpan al banco o al constructor. Las demás sienten automáticamente un impulso solidario. ¿Se habrá puesto el lector a pensar cuántas personas conoce que cuestionen el «derecho a la vivienda»?

Este «derecho» está incluso en las constituciones de muchos países de la región, incluida España, aunque su materialización, incluso en los textos constitucionales, se queda en vaguedades. La verdad es que la mayoría de la gente ante el temor de no tener dónde vivir considera de lo más natural poder preguntar: «Bueno, ¿yo dónde me quedo?».

Si se piensa en el «derecho a la educación» y en la naturalidad con que todo el mundo cree que el Estado debe pagar la carrera de todos los jóvenes, es comprensible que sean aún más los partidarios del «derecho a la vivienda». El tipo de ser humano que habita los países hispánicos se gratifica con ese sentimiento justiciero.

En paralelo a la movilización política que pretendía anular los créditos hipotecarios y expropiar a los prestatarios, avanzó en España otro fenómeno, el de los okupas. Grupos de personas que se organizan para tomar viviendas deshabitadas y quedarse a vivir ahí. Cada vez hay más, en 2021 se denunciaron más de 17.000 actos de esa clase y es famoso que incluso hay personas viejas que no salen a la calle por miedo a encontrar su vivienda okupada al volver.

¿Recuerdan las «invasiones» de tierras? ¿Cuántas personas recuerda el lector que sin tener un interés directo en el asunto se pongan resueltamente en contra de los invasores? La okupación de viviendas parte del mismo principio y es materialización del derecho a la vivienda, que el gobierno no puede garantizar porque aún no se ha consumado la revolución. Los que conocen algo de Cuba saben que a cualquiera le meten en su casa a personas que no tienen donde vivir, o quien recuerde la película Doctor Zhivago tendrá presente el retorno del médico a su casa, okupada por indigentes.

Es la reforma urbana que pronto llegará a Colombia; las víctimas, que unánimemente reconocen el derecho a la vivienda, a lo mejor se sorprendan de que les haya tocado a ellas, pero no tanto, lo que es seguro es que no le tocará a Penélope Cruz, o en Colombia a Manolo Cardona o Julián Román. Bah, mejor organizarse y luchar por ese derecho y dejar a los arrodillados al capitalismo que trabajen y paguen su casa. Es lo que pensarán millones, y la amenaza a las viviendas desocupadas o mal defendidas será una fuente de apoyos y votos para los narcocomunistas: se construye poco y cada vez hay más gente que renuncia a comprar una casa o a pagar alquiler.

(Publicado en el portal IFM el 21 de octubre de 2022.)

domingo, noviembre 06, 2022

Identidades

Ciertas palabras, como identidad, obran como fetiches cuyo sentido todo el mundo cree entender pero en realidad nadie podría definir. La identidad es un rótulo que se pone a las personas y que éstas aceptan porque así forman parte de un grupo y eso en algunos casos parece que las alivia de su dispersión, aislamiento y desorientación.

En lo que puede aproximarse a esos rótulos, las definiciones que da el diccionario normativo de «identidad» son éstas: «2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás» y «3. f. Conciencia que una persona o colectividad tiene de ser ella misma y distinta a las demás». En esa distinción se basan las políticas de identidad que marcan el discurso totalitario del presente siglo.

En su origen hay problemas reales, como el racismo o la tradicional discriminación de la mujer, pero la propaganda reduce la identidad a una pertenencia de esa clase, tal como en otros contextos lo hacen el nacionalismo o la religión. Cuando las personas relegadas por su origen étnico reducen su existencia a una obsesión están por una parte aceptando las definiciones racistas, que no ven en ellas seres humanos diversos y complejos sino que las reducen a un estereotipo.

Esa clase de identidades y la sensación de agravio dan lugar al continuo enfrentamiento en la sociedad con el que los comunistas pretenden continuar el juego ya desgastado de la lucha de clases. Las mujeres son la nueva mayoría a la que buscan mantener en guerra con sus padres, hermanos, hijos, maridos y con el resto de los varones. Según la disponibilidad de la persona a atender al halago de la propaganda, su respuesta a ella va a ser útil para que se expanda el gasto público y los políticos desagraviadores tengan poder. Cuanto más poder alcancen esos políticos, la obsesión por remediar los males del patriarcado se vuelve más y más delirante, como ya ocurre en España con el partido hermano de las FARC, ahora en el gobierno, y como ocurrirá en Colombia con los recursos públicos dedicados a esa propaganda a medida que Petro se afiance en el poder.

A esa tarea de «desagravio» se dedica la actual ingeniería social. Dado que hay una «masa crítica» de personas susceptibles de asimilar la doctrina woke y grandes recursos para financiar la intimidación, además de intereses turbios, se van viendo en los productos de ficción o históricos toda clase de disparates orientados a complacer esa demanda inventada, de ahí que en la serie Troya de la BBC el actor que encarna a Aquiles sea un negro, o que incluso en una serie de Netflix la reina inglesa Ana Bolena sea también negra, o aun que en la serie Vikingos haya una guerrera ansiosa de hacer tríos con su marido y un esclavo, y que mata a un compañero de correrías por violar a una mujer.

El caso de las «personas LGBTI» es aún más chocante, más empobrecedor para la persona que asume la «identidad» y más asentado en falsedades. Todas las grandes tradiciones culturales prohíben las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y es posible que el peso de ese tabú en la conciencia de la mayoría de los habitantes del Imperio romano influyera de forma determinante en el triunfo del cristianismo. En la tradición de la Iglesia, heredera de las nociones judías, el transgresor era un réprobo, alguien condenado al infierno para la eternidad, y su crimen se consideraba de los más abominables. De ahí viene el que las personas «homosexuales» de los últimos siglos se definan como otro pueblo perseguido con rasgos tan distintos de los demás como el color de la piel o la pertenencia a uno de los dos sexos.

Tal como el machista ve a la mujer como un ser inferior que no podrá aprender matemáticas o el racista ve al negro o al indio como un esclavo sin redención, así el intolerante ve al «homosexual» como un monstruo, percepción en el fondo movida por la envidia. Y en respuesta la mujer renuncia a aprender matemáticas por estar todo el día reivindicando derechos, el negro a emprender y prosperar, por estar esperando la compensación que le darán los redentores, el indio colombiano a ver el mundo más allá del gueto o bantustán en que el golpe de Estado de 1991 encerró a su gente y el gay a ser otra cosa que una persona que se permite placeres que los demás se prohíben y a tener otra vida que su vida sexual.

Porque es lo que pasa con la persona que «sale del armario», que ya nadie la puede ver como alguien más sino que en todo momento tendrá presentes sus prácticas sexuales, a lo que se va reduciendo su persona primero ante los demás y después objetivamente. Cuando la reivindicación y la celebración de la identidad sean las misiones de su vida, y la oferta de gratificación (mucho más difícil para el “heterosexual”) sea continua, será muy difícil esperar cualquier logro de esa persona, salvo una carrera política como representante de su gente. La identidad se vuelve así un recurso por el que las personas empiezan a formar parte de sectas en las que su experiencia vital se degrada.

El transexualismo, que se verá en Colombia cada vez más porque su promoción será una tarea a la que el gobierno narcocomunista dedicará grandes recursos y se hará una tarea central de Fecode, es ya un caso extremo en el que la dominación llega a los niños a partir de un disparate creado por la propaganda. Pero el primer paso de esa dominación es la seducción de las identidades, la supresión de la base de la sociedad liberal, que es el estar fundada sobre individuos libres e iguales.

Esas identidades son trampas de los nuevos tiranos, conviene abrir los ojos sobre su sentido. La disposición de los agraviados profesionales a armar escándalos y persecuciones penales por cualquier motivo es un elemento clave de la dominación de las mentes que se proponen los ingenieros sociales. Es la llamada «corrección política» por la que no compartir las opiniones obligatorias conduce a la «cancelación» y a la persecución penal por «delito de odio». El reciente hostigamiento, encabezado por la propia policía, contra la señora que usó expresiones ofensivas contra la vicepresidenta es un ejemplo de ello: ahora gracias al dudoso triunfo de Petro las opiniones corrientes son delito, y si bien esas opiniones son sin duda condenables, el Estado no está para obligar a la gente a pensar de determinada manera.

(Publicado en el portal IFM el 14 de octubre de 2022.)

martes, noviembre 01, 2022

El síndrome de Laputa

Refiriéndose a Los viajes de Gulliver, Rudyard Kipling dijo alguna vez que Swift había querido levantar un testimonio contra la humanidad y había terminado escribiendo un libro para niños. Y es que por tal se ha tomado ese libro poco leído, del que todo el  mundo conoce la imagen de los liliputienses, muchas veces reproducida en ilustraciones, pero casi nadie puede decir nada más de él.

Se trata en efecto de un testimonio contra la humanidad, la Liliput que encuentra el marino en su primer viaje es una caricatura de una corte europea con toda su pompa y solemnidad, que a ojos ajenos resulta grotesca y lamentable. En el segundo viaje, Gulliver llega a un lugar habitado por seres al lado de los cuales el liliputiense es él, cuyo rey lo adopta hasta que lo oye sugerirle que use pólvora en la guerra con sus vecinos. ¿Cómo un ser tan ínfimo podía concebir algo tan monstruoso?

En el tercer viaje el marino llega a Laputa, que es una isla flotante cuyos habitantes dominan al país que tienen debajo, y después a otros destinos igual de fantásticos. En el cuarto llega a un país en el que los que hablan y razonan son los caballos y en el que lo reconocen como un “yahoo” (de ahí viene el nombre de la famosa compañía de internet), una especie de alimañas despreciables que se ven en el país. Los desconcierta que un yahoo hable y use vestidos, y se sorprenden de lo que les cuenta Gulliver sobre nuestro mundo.

Conviene aclarar que tanto “Liliput” como “Laputa” tienen que ver con el sentido de la palabra española puta. Ambos lugares son representativos de la humanidad y del horror que representaba para Swift. En el caso de la isla flotante, que es el que quiero evocar para el tema de este artículo, se trata de una metáfora del gobierno y de lo que significa para la sociedad a la que somete. Gracias a un elemento magnético, la isla se mantiene por encima del país y lo explota mediante impuestos. Sus gentes son ajenas a cualquier consideración práctica, sólo tienen interés por las matemáticas y la música, y por las intrigas del poder.

A pesar de ser una obra publicada en 1726, el relato de Laputa anticipa en gran medida el socialismo. Cuando Gulliver baja al país sometido se entera de que ciertas ideas que se han impuesto desde la isla flotante han impedido a los habitantes disfrutar de cualquier prosperidad, pues se debe hacer lo que se decide arriba, cosa que conoce bien cualquiera que haya leído sobre la historia del comunismo en el antiguo Imperio ruso y en sus colonias. Pero, como ya he señalado, Laputa es una metáfora del gobierno, por una parte algo necesario, pero siempre expuesto a caer en manos de intereses particulares lesivos para los demás.

Lo anterior se agrava cuanto más lejos esté el gobierno del control del ciudadano, que se ve sometido a leyes y disposiciones que no ha escogido ni puede cambiar y que se toman atendiendo a la agenda de camarillas de intrigantes con planes de dominación a menudo bastante siniestros. Por eso las sociedades de los últimos siglos han prosperado menos cuanto mayor fuera el control de una autoridad central.

En el siglo XX el poder del Estado y sus desvaríos llegaron a extremos espantosos, ya antes de la Revolución rusa los franceses, alemanes, británicos, turcos y rusos se vieron forzados a matar y morir en una guerra por intereses de élites que decidían por ellos, de modo que para conciliar esos intereses y limitar esos conflictos se pensó en crear una organización que de algún modo fuera el germen de un gobierno mundial. Así surgió la Sociedad de Naciones, que sirvió de muy poco para impedir la continuación de esa guerra monstruosa. Después de 1945 se creó una nueva organización, a la que pertenecen casi todos los países del mundo, representados por sus gobiernos, y con muchas agencias dedicadas a atender diversos frentes.

Lo malo es que esa organización, a pesar de su limitado poder, representa a los gobiernos, la mayoría de los cuales no son democracias, de modo que Pol Pot, Sadam Husein o Fidel Castro han enviado a sus delegados a representar a sus víctimas. ¿Qué autoridad moral tiene la ONU para tomar decisiones que afectan a las personas en cualquier lugar del mundo?

Si Colombia no fuera el país de los sinsentidos (nadie ha sido capaz de explicar, por ejemplo, cuál es el delito que cometió la señora racista que ofendió a la vicepresidenta) todo el mundo recordaría que durante al menos cuarenta años la ONU y sus agencias han promovido abiertamente a las bandas de asesinos comunistas. ¿Nadie recuerda la negociación del Caguán con los representantes de la organización, Egeland y Lemoyne, presionando al gobierno de Pastrana para que premiara las masacres que cometían cada día espoleados por los citados señores?

Ese secuestro de esas entidades por agendas particulares se hace patente en la llamada Agenda 20-30 y en muchas actitudes de los “globalistas” que controlan esas instituciones. Y esa especie de conjura global de propaganda “woke” e intereses espurios es una de las mayores amenazas que afronta la humanidad hoy en día. La alta burocracia global es uno de los frentes, junto a los medios, las universidades, las grandes compañías de internet y los partidos totalitarios, de esa conjura que amenaza la libertad en todas partes con su ingeniería social delirante y opresora.

 Por desgracia, la respuesta predominante es el patriotismo, que sin remedio comporta la exaltación de la masa de cualquier país que se va convenciendo de ser mejor que el vecino y que reacciona violentamente ante cualquier agravio. No es raro que la mayoría de los patriotas y consumidores de teorías de conspiración hayan visto en el tirano imperialista ruso una especie de salvador que hace frente a los “globalistas” y endereza el mundo.

 En ese ensueño “multipatriótico” (porque cada patriota terminaría siendo hostil con el antiglobalista del país vecino) basta con que cada uno se encierre en su país para que deje de haber problemas globales, de los que ni siquiera hay que hablar porque todos son puros inventos de los “globalistas” (que son el espejo de los patriotas, tal como ocurre con la izquierda y la derecha).

La cuestión del gobierno mundial es la misma que la del gobierno nacional: ¿cuánto poder tiene el Estado y hasta qué punto puede determinar el ciudadano concreto su rumbo? No es sólo que haya democracia representativa, pues a fin de cuentas Chávez contó con mayorías abrumadoras, sino que la gente sea dueña de su vida (no para negarse a usar mascarillas ni a quedarse en casa, como querían los exaltados antiglobalistas) y las instituciones estén sólo para coordinar los intereses diversos de la sociedad. La fiebre “gretinista” de las élites actuales (la niña autista, cuya peripecia extrañamente interesó a los medios y así a los ciudadanos en todo el mundo, es miembro de importantes academias) no es tan diferente de los abusos del “gamonal” de una aldea, o de los parásitos de la isla de Swift, y poco se avanzará con el ensueño de Estados-nación a los que los ciudadanos adoran, que ya fue una pesadilla de los siglos anteriores, por mucho que en el ensueño pueril de los patriotas esas patrias no vayan a ser el origen de guerras y destrucción.

(Publicado en el portal IFM el 7 de octubre de 2022.)

martes, octubre 25, 2022

La fracasada guerra contra las drogas

 El discurso de Petro en la ONU dio lugar a muchas críticas que circularon por las redes sociales, así me llegó un video en el que Enrique Peñalosa da su opinión al respecto. Las primeras frases de ese video ya disuaden de interesarse por el resto: dice que Petro tiene razón en señalar el completo fracaso de la guerra contra las drogas.


No es una rareza del exalcalde de Bogotá sino algo que uno puede oírle decir casi a todos los colombianos educados, incluidos muchos anticomunistas. Hasta el nieto de Laureano Gómez que era candidato presidencial se manifestó durante la campaña a favor de despenalizar el narcotráfico como, dice, quería su tío asesinado. Es una obviedad para la gente de clases acomodadas del país.

Pero ¿hay alguna guerra contra las drogas? ¿En qué consiste? ¿Cómo podría superarse esa “guerra”? Lo que hay en todos los países es la prohibición del narcotráfico, y la idea subyacente en ese discurso repetido sin cesar por los medios de comunicación y el mundo académico locales es que esa prohibición debe cesar.

Es muy peligroso caer en la tentación de entrar en un debate en el que la opinión que cada uno tenga no cuenta: los promotores de esa despenalización, como los de la órbita de las Open Society Fundations de alias George Soros, no prevén que dentro de unos años sea posible comprar heroína en las farmacias, sino que con ese cuento intentan legitimar el negocio en los países productores, buscar apoyo de los usuarios en los países importadores para los grupos políticos afines y favorecer un trato laxo a los capitales que genera, en clara asociación con los gobiernos del imperio comunista iberoamericano.

Lo que un colombiano que quiera ver a su país respetado y en paz debe plantearse es si es concebible que unas organizaciones dedicadas a un negocio ilegal operen libremente, como ocurre con el actual gobierno. El que razone que cada cual debería ser libre de tomar lo que quiera y por tanto apruebe esa propaganda debería darse cuenta de que sin la cocaína las guerrillas y demás redes criminales se dedicarían a la prostitución infantil o al tráfico de órganos, aunque a lo mejor podrían simplemente, tras tomar el poder, confiscar todos los bienes y mantener a la población en la miseria extrema, como ocurrió en el antiguo Imperio ruso.

Lo que ocurre es que esa propaganda legitimadora lleva muchas décadas circulando y gracias al bajísimo nivel cultural del país encuentra quien la divulgue. Cuando yo oí por primera vez frases como “nosotros ponemos los muertos” me sentí como delante de alguien que justificara el incesto o la coprofagia. También los atracadores de bancos ponen los muertos. Y claro, los que dicen eso no ponen ningún muerto, sólo se benefician de una riqueza que les llega de diversas maneras aunque no la perciban. Y se identifican con los criminales porque no tienen noción de la ley.

Son los mismos que se reconcilian con los que no les han hecho nada en nombre de víctimas que no les importan, los mismos que aplauden la multiplicación de los narcocultivos y de la degradación física de los indios y demás pobladores de regiones miserables que ejercen de raspachines con el cuento de proteger la salud humana del glifosato. Es una forma de ser del país, el sindicato comunista Fecode se dedica a buscar el premio de los violadores de niños de su mismo partido porque forma parte de la lucha por el derecho a la educación.

Un verdadero líder de las clases altas colombianas, el columnista más valorado, leído e influyente, Antonio Caballero, se dedicó durante mucho tiempo a explicar que la prohibición de las drogas es una estratagema perversa de los bancos y los gobiernos estadounidenses para lucrarse secretamente de ese negocio. Digamos que era la explicación más elegante que los colombianos encontraban de la cuestión del narcotráfico.

El comercio de psicotrópicos está prohibido en todos los países y en algunos incluso se castiga con la pena de muerte. Quien razone que esa prohibición no debería existir o aun quien apruebe el consumo de esos productos, debería tener la honradez de admitir que por mucho tiempo eso no va a cambiar. Tampoco los colombianos educados que reproducen la ideíta que expresó Peñalosa y los cuentos de Caballero tolerarían que sus hijos pudieran comprar heroína fácilmente, sólo es una forma de complicidad con un negocio en el que el clan de Caballero y los Santos, los Samper y los López tienen evidentes intereses. Una mentira que les permite seguir viviendo frívolamente en un país que es como el barrio ruin de la aldea global.

El narcotráfico es un elemento muy importante del proyecto de dominación comunista, ya desde la época de Pablo Escobar era indudable la implicación del gobierno cubano (cuyo embajador consiguió reconciliar al capo con el M-19), pero en Venezuela eso se hizo patente: a pesar de que el país no había estado muy implicado en el negocio, Chávez, seguramente alentado por sus mentores iraníes y cubanos, lo favoreció porque una economía paralela le permitía corromper y controlar a los militares.

También en Colombia la paz de Santos, es decir, el sometimiento al régimen cubano, se basó en la multiplicación de la producción y exportación de cocaína y en el apoyo a las guerrillas comunistas para hacerse con el control del negocio. De esa exuberancia vienen los recursos con los que Petro llegó a la presidencia.

Defender la democracia y la libertad comporta inexorablemente combatir el narcotráfico, para lo cual lo primero es entender que se trata de la ley, como si se pudiera renunciar a combatir el homicidio o el robo. Esa idea del “fracaso de la guerra contra las drogas” es parte del libreto de las mafias, y poco importa si Enrique Peñalosa cumple un encargo diciendo eso o si simplemente es un tonto útil. 

(Publicado en el portal IFM el 30 de septiembre de 2022.)

viernes, octubre 21, 2022

El país de las gentes crueles

Hace muchísimos años leí un libro de Edgar Morin en el que se quejaba de la pérdida de civismo y solidaridad en Europa, decía algo como «Esto ya parece Bogotá, donde puede haber alguien desangrándose y nadie hace nada». Por entonces viajé a Colombia y efectivamente me caí en la calle sin que nadie mostrara la menor voluntad de ayudarme.

Me acordé de eso leyendo en Twitter las reacciones al anuncio del gobierno de pagar una especie de ayuda de medio millón de pesos a las personas mayores que no tienen pensión. Obviamente a esa banda de canallas y asesinos no les preocupan en absoluto los sufrimientos de la gente desvalida sino que, generosos con el dinero ajeno como son siempre, buscan apoyos de los beneficiados y buena imagen internacional.

Pero el rechazo de los uribistas, derechistas, ultraderechistas, libertarios y demás personajes es muy llamativo: les indigna que se gaste dinero en esa gente. El argumento más frecuente era que esas personas no habían ahorrado y ni siquiera trabajado y el hecho de proveerlos para unos gastos mínimos les parece una iniquidad. Bueno, lo que decía Edgar Morin, si esas personas se mueren de hambre a esos demócratas y liberales les da igual.

Esa idea de que las personas mayores indigentes han sido vagas no se sostiene por ninguna parte, presupone que los peones de la construcción o del campo, las empleadas domésticas y miles de dependientes de pequeños comercios contaban con una muy buena protección, lo cual es falso y absurdo. La mayoría de los colombianos mayores de sesenta años no han tenido acceso a empleos con contratos y pensiones.

Pero ¿y si han sido vagos, han delinquido, se han prostituido y emborrachado y drogado? ¿La sociedad debe abandonarlos? Es un rasgo cultural que puede servir para entender al país, en otros países a nadie se le ocurriría quejarse de que la gente desvalida tuviera alguna ayuda. Propiamente, debería haber sido una propuesta de candidatos distintos a los comunistas, y debería haberles servido para cosechar votos.

Pero sencillamente no se les ocurrió porque forman parte de la comunidad de los que ahora se indignan. Por el contrario, el candidato Óscar Iván Zuluaga prometía ampliar la matrícula cero, que fue la causa de la reforma tributaria de Carrasquilla que tanta ira despertó entre los mencionados uribistas y derechistas. Quizá esperaban que se obtuvieran los fondos despojando como siempre a los más pobres.

Porque a esas clases medias y medias altas les conviene la matrícula cero. Realmente son muy pocos los que pueden gastar en una matrícula universitaria sin incomodarse, y si se ha invertido en un buen colegio privado es posible llegar a una universidad pública, no necesariamente para graduarse de mamerto sino quizá de médico o ingeniero. El candidato Federico Gutiérrez también se mostró entusiasta de tan generosa medida.

Bueno, la matrícula cero significa que los impuestos que pagan las personas mayores e indigentes y sus familias se gastan en proveerles ventajas a los que pasan menos penurias, porque buena parte de todo lo que se paga al comprar algo va a parar a las arcas del Estado. Se indignan porque se les dé algo a los ancianos desvalidos y en cambio festejan que se los despoje.

No tiene sentido hablar para el caso de izquierda y derecha, es una cuestión cultural, porque obviamente los comunistas no van a estar en contra de la matrícula cero. Es un rasgo que sólo deja ver la impronta de la esclavitud. Denis Diderot temía que los europeos que habitaban otras regiones adquirieran gracias a la esclavitud hábitos de indolencia y crueldad que darían forma a un daño moral irremediable. Eso es lo que les pasa a los colombianos, no es de ahora sino de siempre.

Una crueldad semejante es casi desconocida en Occidente. Hace medio siglo todo el mundo sabía que Colombia es el país de los gamines, de los pilluelos abandonados que viven en la calle. ¿Por qué no ocurriría eso en otras partes? Pues porque se dispondría de alguna forma de proteger a los niños.

No es que Colombia fuera pobre sino que… ¡adivinen! El dinero se gastaba en educación, sobre todo en educación superior. Los estudiantes de la Universidad Nacional que llegaban de otras regiones disfrutaban de alojamiento casi gratuito y a mediados de los años setenta el almuerzo en el restaurante de la universidad costaba tres pesos, menos de 1.500 de hoy en día. ¿De dónde salían esos estudiantes? Casi la mitad de los habitantes del país eran analfabetos y los que podían ingresar a la universidad no llegarían ni al 5 % de los jóvenes, y créanme que no eran los más pobres.

Otro ejemplo de esa crueldad son las cárceles: hablarles a los colombianos de humanizar la vida de los que están en prisión reduciendo el hacinamiento de la única forma posible, con una gran inversión en recintos más habitables, les parece un disparate. De nada sirve explicarles que muchos de los que están ahí son inocentes porque los jueces son por lo general los peores malhechores o por errores policiales, y aun los que son culpables no tienen por qué dormir unos encima de otros. Parece que el sufrimiento de esas personas se convierte en una especie de regalo para los demás, que parecen vengar así sus agravios con el alivio que les produce contarse entre los buenos.

Toda la destrucción, la miseria, el terror (ya visible en las invasiones de tierras que promueve el crimen organizado reinante) y el sufrimiento que traerá este gobierno de malhechores es el resultado de esa forma de vivir y de pensar. Hace un rato leí en Twitter una protesta de alguien contra los influencers porque ganaban más dinero que una persona que ha hecho dos maestrías. Es esa mentalidad, todos quieren ser doctores para no trabajar y vivir sin riesgos ni esfuerzos a costa de los demás. Es lo que han conseguido en más de medio siglo de guerrillas y movimiento estudiantil y lo que en realidad quieren conseguir los demás.

Para entender hasta qué punto ese rechazo al subsidio a los ancianos pobres es pura barbarie baste recordar que Milton Friedman, que se oponía a las pensiones de jubilación y a que el Estado financiara algo como el Sena, proponía un «impuesto negativo»: las personas cuyos ingresos no llegaran a un mínimo recibirían un subsidio para llegar a ese mínimo.

Decía antes que una forma de razonar así es desconocida en Occidente, pero no por ejemplo en India, donde muchos hindúes se sienten ultrajados ante cualquier gesto de compasión de un extranjero con un «intocable». La sociedad colonial hispanoamericana, y sobre todo la del Tíbet de Sudamérica (como describía López Michelsen a Colombia) era también una sociedad de castas, y en gran medida lo sigue siendo. De ahí viene esa increíble repulsión que despierta entre los adversarios de Petro el subsidio a los ancianos desvalidos: si otro candidato lo hubiera propuesto no habría contado con su voto.

Hay un contraste muy preciso entre los secuestrados por las FARC casi desnudos y recluidos en alambradas y alias El Mono Jojoy con su Rolex de oro. Es exactamente lo mismo que las maestrías y doctorados de los colombianos acomodados, izquierdistas o derechistas, da lo mismo: esperan ostentar una gran calidad pero lo que resalta del país son los presos pudriéndose en sus pocilgas, los niños de la calle y los ancianos famélicos.

(Publicado en el portal IFM el 23 de septiembre de 2022.)

miércoles, octubre 12, 2022

El olvido de la memoria

La conjura totalitaria, lo que se conoce como socialismo, «progresismo» o «izquierda», es una amenaza feroz contra la humanización, un retroceso a la esclavitud y una forma de opresión que echa a perder todo lo que se consiguió en los siglos de esplendor de Europa, desde el Renacimiento. No es raro que tenga como aliados a poderes retrógrados como el clero iraní, la agresiva autocracia rusa, el liberticida régimen chino y muchos otros, incluidas las organizaciones de narcotraficantes que dominan a casi toda Sudamérica.

Un ámbito que permite ver con claridad lo anterior es el de la educación. En España, el gobierno socialcomunista impuso una nueva ley educativa cuyo objetivo declarado es quitar peso a la memoria en la instrucción y reducir las barreras que condenan a muchos estudiantes al abandono o a repetir curso. Sus objetivos declarados son aumentar las oportunidades educativas y formativas de toda la población, contribuir a la mejora de los resultados educativos del alumnado y satisfacer la demanda generalizada de una educación de calidad para todos. La forma que encuentra de satisfacer la demanda y aumentar las oportunidades es mejorar los resultados educativos del alumnado.

Esa «mejora» no debe entenderse como que las personas vayan a saber más sino que se les facilitará obtener resultados satisfactorios. Es decir, se rebaja la exigencia académica, es decir, se impide que la gente aprenda porque si el resultado de esforzarse es el mismo que el de no esforzarse pues nadie se esforzará. Y sin esforzarse es imposible acceder a conocimientos complejos como los que demanda el mundo moderno. El interesado en los efectos de esa mentalidad en España puede orientarse con este artículo de Arturo Pérez-Reverte. https://www.zendalibros.com/perez-reverte-ahora-somos-un-pais-de-genios/

Esa degradación de la tarea educativa está ligada al proyecto totalitario desde siempre y en Hispanoamérica tiene un camino más sencillo porque la forma de vida de la sociedad colonial nunca ha desaparecido. Lo que llaman educación es en realidad una nueva evangelización, es decir, adoctrinamiento, inoculación de propaganda: lo que se pretendía en el siglo xvi no era que los indios aprendieran matemáticas sino que creyeran, so pena de graves consecuencias, en la religión verdadera. En Colombia los jóvenes que ingresan en la universidad no pueden escribir una línea completa sin graves errores de ortografía pero ya van pertrechados del preceptivo odio a Uribe.

¿De qué forma una sociedad se entrega a esa clase de degradación? Lo explicó Ortega y Gasset refiriéndose a la decadencia de Roma: el Estado, la máquina creada para servir a la sociedad, se apropia de todo y la sociedad termina sirviéndole, y la casta que lo domina se interesa exclusivamente por mantener su poder. Por eso todos los que implementan la promoción automática en la escuela evitan que sus hijos «disfruten» de esa ventaja, bien enviándolos a colegios privados en los que sí hay exclusión de los que no aprenden, bien enviándolos a estudiar en el exterior.

De modo que lo que se presenta como acción contra la desigualdad lo que hace es reforzarla impidiendo a las personas ajenas a la casta acceder a conocimientos útiles. Y esa exclusión real de las mayorías se impone mediante la promoción automática, y también el cambio de la evaluación individual de conocimientos porque lo que se evalúa son los proyectos grupales, y esto simplemente quiere decir que algunos trabajarán pero todos obtendrán el reconocimiento. La pérdida de la memoria como referente del conocimiento, a favor de supuestas destrezas o competencias que a la hora de la verdad implican que el estudiante puede completar su ciclo sin haber aprendido nada, es otro recurso de esa estrategia de idiotización.

La multiplicación de los cupos universitarios o la reducción de los precios —como la indecente matrícula cero del gobierno de Duque, que sólo significa que los sueldos de los profesores y los demás gastos de la educación «superior» no los pagarán los que se benefician de ellos sino todos los demás— van en la misma dirección: millones de personas obtienen un título universitario que es sólo un grado de mamertos, porque o bien consiguen un puesto como profesores recitando la propaganda o bien hacen trabajos ajenos a lo que estudiaron y viven resentidos con el «sistema» que los obliga a trabajar, y siguen así sirviendo a la casta dueña del Estado como víctimas del capitalismo ansiosas de colectivizaciones más drásticas.

Desde hace décadas es mayoritario un rechazo del «aprendizaje memorístico», a veces porque se atribuye la independencia intelectual a factores diferentes a la información con que se cuenta, a veces porque simplemente se odia el conocimiento o la inteligencia y se quiere que los exámenes se puedan aprobar sin poder dar cuenta de que se sabe lo que se pregunta. Es verdad que a veces, aunque es algo de épocas remotas, se daba demasiada importancia a la reproducción de datos sin contexto en niveles en los que la preparación del alumno debería permitirle otras destrezas. Pero sin la memoria no puede haber aprendizaje, y sin evaluación y esfuerzo tampoco. Ya señaló Platón que lo que llamamos saber y aprender no son otra cosa que recordar.

No cabe duda de que la educación de antes se debe adaptar a nuevas realidades ni que medidas como repetir todo un curso por no haber aprendido bien algunas materias pero quizá sí otras conduce a malgastar tiempo, pero esa clase de cosas se podrían discutir si hubiera un consenso sobre el sentido de la educación.

De lo que tratan las políticas «progresistas», como ya se ha dicho, es de la igualdad de resultados, de que para «no dejar atrás» a los que no aprenden se los gradúa a todos. Con eso, por una parte, se impide que los esforzados y talentosos prosperen y resulten rivales de los dueños del Estado, que basan su poder en el voto mayoritario de los que no aprenden nada pero obtienen un reconocimiento que es pura ilusión. Y por otro, se crea una población cuya indigencia intelectual la deja sin defensas frente a la propaganda, como ocurre en Cuba y ocurrió en todos los países comunistas.

A la gente ignorante es fácil convencerla de que poder recitar las capitales de los departamentos o de los países, o las tablas de multiplicar, no sirve para nada y no significa nada, pero es eso que se recuerda de forma automática, y que a menudo se aprende mecánicamente y por repetición, lo que permite al lector entender el contexto de la información que recibe. Una persona que no se sabe las tablas de multiplicar puede averiguar el resultado de cualquier operación con la calculadora del teléfono, pero ¿tiene una noción más precisa de los números o de las cantidades? Yo también puedo traducir con el computador este artículo al coreano pero eso no quiere decir que pueda distinguir una letra de otra. Y de hecho conocer las letras en la propia lengua es un aprendizaje memorístico, repetitivo, mecánico y rutinario porque es difícil que un niño de seis años esté para plantearse el sentido del lenguaje.

Ese desprecio de la memoria tiene un consenso absoluto, todo el mundo suscribe que la educación de antes era peor por centrarse en ella. Lo extraño es que si hubiera que sostener que los jóvenes que llegan a la universidad ahora están mejor formados que los de antes puede que no hubiera tanta unanimidad.

En resumen, lo dicho: el mamerto no puede dar cuenta de las tablas de multiplicar ni de las capitales de los departamentos, pero tiene una profunda convicción de que sabe cómo se debe gobernar un país y a pesar de que ve aumentar la miseria y la violencia, sigue recitando lo que le resultó más fácil aprender porque era sólo halago engañoso, porque su ignorancia es lo que sostiene el poder en la narcocracia.

(Publicado en el portal IFM el 16 de septiembre de 2022.)

jueves, octubre 06, 2022

La fuerza del destino

El nombre de esta ópera de Giusseppe Verdi sirve para ilustrar el rumbo que lleva Colombia hacia una tiranía totalitaria como las que oprimen a Cuba, Venezuela y Nicaragua, y parece que si alguien es consciente del peligro se siente impotente para hacer nada mientras que la inmensa mayoría de los que no quieren ese rumbo se aferran a ilusiones que no tienen fundamento o, peor y aún más frecuente, a la suposición de que alguna fuerza cósmica impedirá lo que todos saben que pasará.

La ilusión más funesta y frecuente es la de que dentro de cuatro años el país se habrá empobrecido y habrá una mayoría de descontentos que elijan a un presidente de signo contrario. Eso no es lo que ocurre en los países que caen en manos de los comunistas, y aun si la mayoría fuera tan grande que no pudieran impedirlo, el control de todos los resortes del poder y sobre todo de la educación y los medios les aseguraría el retorno, como ya ocurrió en Nicaragua y Bolivia. Pero esa mayoría no aparecerá, las elecciones en Colombia no dependen de la opinión de la gente sino de las maquinarias que encauzan la compra de votos.

Esas ilusiones parten de una interpretación incorrecta de los datos de la realidad, que a su vez es el resultado de la indigencia intelectual de la mayoría. Por ejemplo, la idea de que Colombia es un Estado de derecho porque tiene supuestamente división de poderes. Al pensar en eso me resulta imposible no acordarme de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, en los que un nadador del equipo de Guinea Ecuatorial no sabía nadar: todos los países parecen iguales porque todos tienen bandera, himno, universidades, cortes de justicia y equipo olímpico. Los miembros de las altas cortes colombianas son simplemente malhechores, rábulas que sirven a la mafia de la cocaína y presentan sus abominaciones como textos jurídicos. Cualquiera que conozca los procesos contra Plazas Vega, Arias Cabrales, Uscátegui, Andrés Felipe Arias y muchos otros lo podrá confirmar. Son magistrados como ese muchacho africano era nadador, lo cual deja la duda de si Alfredo Garavito no habrá pensado en doctorarse en cirugía.

Lo mismo ocurre con las demás instituciones de la supuesta democracia colombiana: Santos fue elegido porque prometía seguir combatiendo a las FARC y en cuanto se posesionó hizo lo contrario de lo que prometía, cosa que para ningún periodista o profesor representa ningún problema. ¿Alguna vez ha ocurrido algo parecido en un país democrático? No, la democracia colombiana es tan democrática como la democracia popular de Rumanía en tiempos de Ceaușescu. Otro ejemplo podría ser el plebiscito de 2016, en el que triunfó el NO pero en realidad triunfó el SÍ porque la voluntad popular no significa nada.

Esa escasa exigencia de los colombianos respecto del sentido de las palabras se extiende a todos los ámbitos, por ejemplo, creen que un filósofo es alguien que tiene un diploma de filosofía, y prácticamente todos los colombianos que lo tienen son tan ignorantes y ajenos al pensamiento como los que dicen que la filosofía es algo inútil.

Luego, plantearse el futuro de Colombia evitando ese destino requiere en primer lugar entender que en Colombia no hay democracia ni Estado de derecho, que la Constitución fue redactada por una Asamblea elegida por menos del 20 % de los posibles votantes, convocada violando la ley y evidentemente controlada por las mafias de la cocaína, sin hablar de que no fue refrendada por una votación popular, como en Chile. De lo cual hay que sacar el corolario de que en realidad no hay mucha gente en el país a la que le importe la democracia ni el Estado de derecho porque cuando uno habla de convocar una constituyente lo miran como si propusiera cerrar las universidades públicas, es decir, algo tan inconcebible como asar a la madre a la brasa y comérsela en brochetas.

Y admitiendo que no hay democracia ni Estado de derecho, queda claro que Petro no es un presidente legítimo: su elección es la coronación de una larga carrera criminal en la que la casta oligárquica (heredera directa de la que dominaba el país antes de la independencia) buscó la alianza con los regímenes soviético y cubano, alianza que dio lugar a las guerrillas comunistas, premiadas por los sucesivos gobiernos y dueñas del poder judicial y las universidades. La elección de Petro, a pesar de todo eso, no deriva de una votación libre sino de la compra de votos y aun del fraude, como debería intentar demostrarse al menos ante el público, porque las autoridades que lo podrían evaluar son las mismas que lo cometieron.

La democracia y el Estado de derecho no van a llegar sin una larga lucha por implantarlos, para lo cual hace falta que haya gente que crea en ellos, pero eso se daría en otro plano de la conciencia, ya que ¡todos aman la democracia y el Estado de derecho! Hay que descender a un plano en el que las palabras significan algo, en el que la persona ha madurado lo suficiente para concebir que algo es verdad y no el rótulo que se le pone, como el nadador ecuatoguineano o los magistrados o filósofos colombianos. Habrá democracia y Estado de derecho cuando sea abolida la Constitución de 1991 y sea juzgado el comunismo con todos sus cómplices así como los procesos de paz.

Pero la fuerza necesaria para imponer esas ideas no existe y por tanto la implantación de la misma tiranía que oprime a Cuba Venezuela y Nicaragua es un destino inexorable. La supuesta oposición que ejerce el CD, basada en la aceptación de que hay democracia y Estado de derecho y que por tanto las cortes de justicia —y hasta la JEP y la Comisión de la Verdad— son legítimas, es en realidad reconocimiento al régimen. Discusión sobre lo accesorio que se va volviendo una farsa incentivada para asegurar la continuidad del statu quo.

Pero las cosas son lo que son, el gobierno de Petro es la dominación de una vasta organización criminal y sus efectos son opresión, miseria y violencia para los ciudadanos. De ahí se debe partir para hacerle frente, aunque esa lucha deba emprenderse por muchas décadas. Por una parte, es necesaria la pedagogía para que la gente entienda de qué se trata, por la otra, hay que hacer un gran esfuerzo para denunciar ante los jueces estadounidenses que se ocupan del narcotráfico a los políticos y funcionarios colombianos ligados a esas tramas —como es el caso de Piedad Córdoba—, publicando información obtenida en Colombia y aportándola a los procesos.

Si hay algo fascinante es la incapacidad de los colombianos acomodados de gastar por ejemplo cien dólares en apoyar una tarea como ésa —que podrían llevar a cabo inmigrantes colombianos en ese país— pensando en los cientos de miles o millones de dólares de pérdidas que el colapso del país les ocasionará. En esa mezquindad y en esa ruina segura se puede detectar lo que señalé al principio: la fuerza del destino. Realmente no se hará nada, el que no emigre se acomodará, y la gente sólo intentará sobrevivir, como ya ocurre en los países sometidos.

(Publicado en el portal IFM el 9 de septiembre de 2022.)

sábado, octubre 01, 2022

La secta de Karl Marx

La inmensa mayoría de la gente que vivía en los años noventa en los países del llamado primer mundo tenía la certeza de que el marxismo era una corriente política superada tras la caída del muro de Berlín y la Unión Soviética, pero en Hispanoamérica había habido varias generaciones de marxistas profesionales, es decir, de miembros de camarillas de presuntos intelectuales dedicados a predicar la doctrina comunista desde las universidades públicas o de la Compañía de Jesús, siempre con sueldos equivalentes a los de varias decenas de obreros explotados, de los que pagan impuestos para financiar la educación.

Tras la conquista de Venezuela y de su fabulosa riqueza petrolífera, el control del narcotráfico y la fundación del Foro de Sao Paulo, hechos que permitieron el triunfo de Lula da Silva y otros personajes similares en varios países de la región, el marxismo volvió a ser actualidad, en gran medida porque esa doctrina del siglo xix sirve a los nuevos dominadores (meros bandidos parecidos a los guerrilleros y magistrados colombianos, como de hecho lo fueron los líderes de todos los regímenes comunistas del siglo pasado) como cosmogonía que se impone sobre las restricciones morales y por eso resulta una tecnología de dominación muy eficaz.

Conviene detenerse en el personaje de Marx para entender su doctrina y lo que implica. Por desgracia, la inmensa mayoría de los colombianos que no comparten las ideas comunistas lo conciben como un demonio todopoderoso que trajo la maldad más perfecta a un mundo que hasta entonces parecía equilibrado.

Marx procedía de una próspera familia de origen judío convertida al protestantismo, lo que ha animado toda clase de habladurías antisemitas. Un primo suyo fue el patriarca de la empresa Philips. Estudió Filosofía en Berlín, donde había enseñado Hegel unas décadas antes y aún se sentía su influencia. La ambición del joven filósofo lo llevó a querer corregir al maestro adaptando su dialéctica al «materialismo» que habían desarrollado otros pensadores del mismo ambiente. Al emigrar a París estableció relaciones con diversos teóricos socialistas y se interesó por la economía política de Adam Smith y David Ricardo.

Ésas son las «tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo», a que aludía Lenin en un texto famoso. A grandes rasgos —según lo explicado en el Manifiesto del partido comunista, encargado por la Liga de los Comunistas, que era antes un grupo cristiano—, la teoría marxista afirma que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, que ha pasado por diversas fases desde el comunismo primitivo hasta el capitalismo, que será superado por una nueva sociedad en la que no habrá clases ni Estado (pues éste es un aparato de dominación).

La adaptación que hace Marx de la economía política deja ver las limitaciones de su profesión de filósofo y a la vez su ambición. Parece que ve el mundo del trabajo como los señoritos comunistas colombianos de hace cincuenta años veían a los obreros, material rosado o marrón embutido dentro de un overol, abstracciones ciegas y sordas a la realidad. Según la teoría de la plusvalía, la ganancia del capitalista equivale a las horas que no paga a los trabajadores, siendo que la labor de todos estos vale lo mismo, tanto la del que diseña un zapato como la del que carga los materiales. Es un desarrollo teórico de ideas de Ricardo, que esquematiza hasta hacerlas grotescas. Cualquiera que conozca una fábrica o siquiera un taller podrá comprobar lo disparatado de todo eso.

A pesar de su fama, Marx tiende a simplificaciones más bien burdas y falaces. El hecho de que un grupo de personas posean los «medios de producción» se atribuye a que despojaron de ellos al resto de la sociedad, lo cual es una idea muy tonta: todo el mundo sabe que las máquinas se las inventa alguien y se fabrican con la inversión de alguien. El procedimiento de concebirlas como propiedad de toda la humanidad es un recurso demagógico que define la doctrina marxista y se reproduce en toda la propaganda. El origen del capital, la «acumulación originaria» se atribuye en el caso inglés a un supuesto despojo de tierras que llevaron a cabo algunos aristócratas en el siglo xvii, cosa también absurda porque todo el mundo ha visto gente que se ha enriquecido partiendo casi de cero, gracias a decisiones acertadas y productos que gustan al público.

Tan ajeno es Marx al mundo del trabajo, tan llena de charlatanería profesoral es su doctrina, que no vacila en imaginar un mundo futuro en el que el trabajo «no sea simplemente un medio de vida sino la primera necesidad vital» (es decir, que pudiendo la gente quedarse retozando todo el día y disfrutando de manjares y bebidas, tiene un impulso espiritual superior que la lleva a levantarse a limpiar las alcantarillas). Cuando «corran a chorro los manantiales de la riqueza colectiva […] la sociedad podrá escribir en sus banderas “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”».

Se suele concebir el comunismo como un régimen de despojo y terror a manos de bandas de conspiradores y demagogos que se apropian de todo, y que casi siempre son meros malhechores sin escrúpulos, ansiosos como todo el mundo de riquezas, mando y prestigio. Eso se da porque la revolución socialista es como una operación de conquista; para entender esto basta ponerse en el lugar de los aborígenes americanos antes del siglo xvi. Esa conquista no necesitaría del marxismo, ya había ocurrido con la Revolución francesa, cuyo ejemplo inflamaba muchas cabecitas en todo el siglo xix. Esa subversión y esa tiranía son casi comprensibles y casi corrientes, baste ver la facilidad con que la mayoría de la gente saquea las tiendas si tiene la certeza de quedar impune; por ejemplo, ocurrió en el nazismo, aunque entonces las víctimas directas del despojo y el exterminio eran una minoría étnica.

Lo interesante del marxismo, lo que hace que mucha gente lo haya seguido «de buena fe» y se haya ilusionado con él, es el paraíso en que concluiría la historia de la humanidad dividida en clases. Ese ensueño va más allá de la envidia y el resentimiento, que son pura maldad reactiva, pues para convertirse en mártires, como lo fueron muchos por el ideal comunista, hace falta algo más que concupiscencia. Y sin duda conviene detenerse a pensar en lo que es realmente: ¿cómo será la vida cuando cada uno reciba según sus necesidades y aporte según sus capacidades? ¿Quién evaluará cuáles son esas necesidades y esas capacidades? ¿De qué modo querrán todos trabajar placenteramente para aportar a la riqueza colectiva?

Lo entendí viendo en el canal AMC Crime reportajes sobre sectas «destructivas», que funcionan con base en la supresión de la individualidad. El «hombre nuevo» de la sociedad comunista es el miembro de una secta que ha renunciado a sus fines individuales y termina suprimiendo hasta el instinto de supervivencia. La sociedad sin clases es la sociedad sin individuos libres, conclusión a la que también se podría llegar entendiendo que la libertad individual y la propiedad privada son lo mismo.

Para resumir, la teoría económica de Marx sólo es retórica profesoral, nadie ha contribuido al «avance de las fuerzas productivas» con ella, su proyecto redentor conduce a una vida animalizada y su filosofía es pura charlatanería de líder de secta.

(Publicado en el portal IFM el 2 de septiembre de 2022.)

martes, septiembre 27, 2022

Redimir a Colombia

Los críticos de Petro tienen dos preocupaciones principales: una es que se quede después de 2026, la otra, a veces asociada a la primera, que convoque una Asamblea Constituyente. Esos temores dejan ver lo terriblemente confundidos que están los colombianos respecto a la situación real del país y la resignación que reina respecto a un estado de cosas que sólo puede agravarse, de tal modo que en pocos años Colombia estará como los demás regímenes comunistas de la región.

Petro es un personaje sin mayor relieve en el conjunto de la conjura totalitaria. Su descaro y tal vez su capacidad de despertar atención entre cierto público debió de llamar la atención de los Santos o los Samper o de algún otro oligarca de los que publicaban en los setenta la revista Alternativa, de modo que le consiguieron una beca en la exclusiva Universidad Externado de Colombia. Esa circunstancia se suele pasar por alto, pero en definitiva fue Juan Manuel Santos el que lo hizo alcalde de Bogotá.

De modo que no parece muy probable que Petro vaya a intentar quedarse cuando desde ahora se ve el desastre que será su gobierno y el descontento que generarán el empobrecimiento y la multiplicación de la violencia. Esa clase de cambios legales son peligrosos para la estabilidad del sistema, y ni el régimen cubano ni sus socios iraníes y quizá chinos ni el clan oligárquico y ni siquiera el partido comunista y las demás sectas totalitarias tienen nada que ganar sosteniendo a un tirano al que la gente odia.

La principal misión del gobierno de Petro es alcanzar para sus mentores el control total del Estado, particularmente de las fuerzas armadas y la policía, a las que se someterá a toda clase de persecuciones y sobornos hasta que sean órganos del poder comunista, tal como ya ocurre en Venezuela. También la protección de la industria de la cocaína, de la que dependen los regímenes afines de Venezuela y Centroamérica, y en realidad también de Perú y Bolivia. Las señales son inequívocas.

Otro objetivo de primer orden para el narcogobierno es la propaganda, para la que ya se dispuso el adoctrinamiento escolar con el infame discurso legitimador de la «Comisión de la Verdad», que pronto será parte de la identidad de los colombianos, tal como el cristianismo lo fue para los aborígenes al cabo de pocas décadas de la Conquista, o como los patriotas de ocho generaciones han aplaudido con fervor los asesinatos de españoles llevados a cabo por Bolívar y Santander.

De modo que con un corpus legal favorable a sus intereses, un poder judicial totalmente copado, unas fuerzas armadas sometidas y dirigidas por subalternos de los jefes terroristas, unos medios de comunicación dependientes de la pauta pública e intimidados, un sistema educativo cuya tarea es la peor propaganda, unas empresas públicas en manos del hampa, un narcotráfico a pleno rendimiento y a través de él controlado el resto de la economía, pueden pensar incluso en la alternancia.

Por ejemplo, el continuismo petrista podría venir de algún político joven emparentado casualmente con los Samper, los López, los Santos o incluso los Lleras. De modo que por muy grande que sea el descontento, a la hora de la verdad los votos de las regiones apartadas son casi unánimes en apoyo al candidato oficialista y en las ciudades se movilizan las clientelas o las gentes cooptadas a punta de caricias que creen que los que no se permiten sus prácticas íntimas los han estado oprimiendo.

Incluso podría ganar las elecciones un candidato uribista. Todo se hizo muy mal y ninguno de los candidatos tenía atractivo para ganar unas elecciones, pero se podría suponer que en 2026 habrá un descontento muy grande y la gente votará mayoritariamente por un candidato «de derecha», como Miguel Uribe, por nombrar a uno posible. ¿Nadie recuerda a Óscar Iván Zuluaga y Federico Gutiérrez declarando que respetarían lo negociado con las FARC? Un presidente uribista en un país totalmente dominado por los comunistas sería aún más blando que Duque, y sencillamente sería una pausa para el retorno de los comunistas con algún líder más sólido y más joven que Petro, como ya ocurrió en Nicaragua y Bolivia.

Y el cambio constitucional resulta aún más absurdo: para poderlo imponer necesitan cierta legitimidad, que es alguna clase de apoyo popular. ¿Cómo evitarían que el descontento terminara llevando a una constitución menos favorable a sus intereses que la del 91? Y sobre todo, ¿para qué van a cambiar la norma que impusieron por una asamblea elegida por menos del 20% del censo electoral en medio de graves atentados terroristas? Las constituciones que intentan implantar en Chile y Perú son equivalentes a ese engendro.

Pero los colombianos han adoptado esa situación como irrevocable y ni siquiera sueñan con tener un país decente, ordenado, tranquilo, próspero, cohesionado y justo. Como una familia de delincuentes, ya ven a los de vida normal como privilegiados a los que sería imposible asimilarse, y ni se imaginan que un día no hay narcotráfico ni jueces comunistas ni bandas de asesinos imponiendo las leyes ni centros educativos dedicados a la propaganda del crimen. Esa realidad ya forma parte de la identidad de los colombianos.

Si alguien quisiera otra cosa no debería inquietarse por el dudoso intento de Petro de quedarse en el gobierno sino por la ausencia de alternativa. Para tener otro país habría que empezar por plantearse si los procesos de paz con las guerrillas son legales, legítimos o democráticos. Como es evidente que no lo son, habrá que plantearse desautorizarlos completamente y deslegitimar sus efectos. Abrir un juicio contra los comunistas que incluya todas sus actuaciones desde la primera mitad del siglo pasado.

También habría que plantearse si la Constitución de 1991 es legal, toda vez que se implantó violando la ley y para complacer a los jefes del narcotráfico que no querían ser extraditados y a los estudiantes comunistas que habían forzado la "séptima papeleta" en las elecciones de 1990. Un plebiscito con ese fin se podría convocar y de ahí surgiría la necesidad de convocar una Constituyente verdaderamente democrática con una propuesta que permitiera rechazar la opresión comunista en la norma fundamental.

Y respecto del narcotráfico habría que proceder con el mismo rigor: cualquier persona que tome parte en el cultivo comercial de coca o en la producción o el tráfico de cocaína debería pagar cárcel y para hacer cumplir la ley se dedicarían grandes recursos y se harían grandes esfuerzos. Sencillamente, esa actividad delictiva debe erradicarse y todos los que toman parte en ella deben pagar penas severas como cualquier otro violador de la ley.

Todo eso es muy fácil de decir y muy difícil de hacer, pero ¿alguien cree seriamente que sin eso va a florecer Colombia como un país normal? ¿Alguien entiende que el narcotráfico corrompe todas las instancias de la vida nacional? ¿Alguien se ha dado cuenta de que después de la multiplicación de la producción de cocaína durante el «juhampato», no se redujo en absoluto durante los cuatro años de Duque?

La oposición es un componente necesario de la farsa de democracia que hay en Colombia. Lloriquea y discute en el Congreso y hasta tiene protagonismo en los medios de comunicación, pero no tiene los fines aquí expuestos. Los congresistas tienen sueldos fabulosos y seguramente ingresos irregulares relacionados con su actividad, la continuidad del petrismo no afecta a sus intereses particulares. Si se trata del CD, es algo claro: nunca se opuso al acuerdo de La Habana. 

Pero eso corresponde a la disposición de la mayoría de los ciudadanos: ¿cuántos quieren realmente cambiar el país para que todo lo impuesto por los comunistas en cuatro décadas de negociaciones de paz deje de tener validez? ¿Y el esfuerzo ingente que demandaría un combate real al narcotráfico? Cuando el plebiscito de 2016 el NO se impuso por un margen pequeño respecto del SÍ, y la votación estuvo muy por debajo de la mitad del censo. Uribe y sus partidarios entendieron el triunfo del NO como una votación por ellos, mientras que muchos vieron su complacencia como una traición.

Uribe tenía razón en una cosa: la mayoría de los votos por el NO eran votos por él. De otro modo habría habido una poderosa tendencia de rechazo al acuerdo de La Habana. No la hubo, baste ver los resultados de todas las elecciones de este año. Ningún candidato, ni siquiera al Congreso, era partidario de no reconocer ese acuerdo. Los colombianos han asimilado la paz y la Constitución del 91 y no tienen el menor interés en vivir de otra manera.

Woody Allen cuenta en una película que un hombre va al médico y le comenta que su hermano cree ser una gallina. «¿Por qué no lo mete en un manicomio?» «Lo haría, pero necesito los huevos». Los colombianos obtienen de muy diversas maneras réditos del narcotráfico y el hecho de combatirlo en serio les plantearía muchos problemas, que es el mismo caso de cualquier persona que delinque o se prostituye. 

(Publicado en el portal IFM el 26 de agosto de 2022.)