lunes, febrero 28, 2011

¿Justicia o atropellos sin máscara?

De tanto leer últimamente la palabra justicia en la prensa colombiana me queda la impresión de que esa palabra ya significa cualquier cosa, a la vez el sentido de una acción como "ajusticiar" y el gremio de tinterillos que constituye la mafia más funesta y a la vez más arquetípica: como si todas las redes criminales fueran "réplicas" del Estado invasor del tiempo de la Conquista y de sus representantes, entregados al saqueo y la esclavitud de los aborígenes. Es decir, la forma prístina de enriquecerse a punta de iniquidades era tener un cargo en el aparato estatal, abiertamente en el siglo XVI y sin muchas variantes hoy en día. De hecho, dada la mutua relación de los gremios judiciales y las organizaciones de extorsionistas y traficantes de cocaína, éstas parecen recaudadores y capataces remotos al servicio del grupo social que domina la "justicia", tal como hace unos siglos lo eran en las minas de oro y en las plantaciones caucheras.

De modo que cada vez que se menciona la justicia hay que prestar atención no sólo a las explicaciones del diccionario, sino sobre todo a la condición real de quien emplea la palabra. ¿Nadie ha leído en las porfiadas, patéticas y siniestras campañas de la prensa para intimidar al ex presidente Uribe un tono presuntuoso de amenaza? Los pensadores, con frecuencia miembros de redes de propaganda de las ONG, partidos pacifistas y colectivos de abogados que rodean a la "insurgencia", se jactan del hecho de que muchos funcionarios del anterior gobierno tienen problemas con la "justicia". Ayer mismo salía la noticia en la prensa de que volvieron a denunciar a Uribe ante la Comisión de Acusaciones, pero cuando uno va a leer resulta que los denunciantes son líderes conocidos o discretos del Partido Comunista.

Jaime Restrepo hablaba en su artículo del lunes de "la majestad de la justicia", aludiendo a la respetabilidad que se supone en quienes administran justicia, cosa escandalosamente ausente en los proveedores de iniquidades que ostentan esos cargos en representación de las mafias políticas que ascendieron gracias a los carrobombas de Pablo Escobar y las masacres del M-19. Esa noción tiene que ver sobre todo con la ausencia de interés particular en quien juzga, cosa que en Colombia ni siquiera pretenden. La administración de justicia ha llegado a ser simplemente el instrumento de persecución que sirve a un grupo interesado, pero el último sustento de eso, la última causa de que exista, es que los demás, siguiendo el orden de siempre, temiendo al inquisidor o al funcionario imperial, y en lo posible buscando estar en buenos términos con él, lo toleran.

Con frecuencia la palabra justicia se emplea con el sentido de venganza, cosa que en muchos casos es correcta, como reparación de un agravio. Otra cosa ocurre cuando tal agravio no existe o es por completo discutible, y la reparación sólo es la aplicación del látigo por el dominador. Es lo que pasa actualmente con los atropellos del poder judicial en Colombia: son aplaudidos por los poderes fácticos, sobre todo por la prensa, la gran empresa de los dueños tradicionales del país, pero ese aplauso constituye el premio a la injusticia, a la falta de equidad, de razón y de derecho.

La historia reciente de Colombia ilustra maravillosamente sobre la noción que tienen los colombianos de la justicia. Es algo generalizado en todos los grupos poderosos y tiene por muy diversos caminos impacto en el resto de la sociedad. El gobierno de César Gaviria llegó a un acuerdo infame con Pablo Escobar por el que se le permitía seguir delinquiendo desde su jaula de oro, todo con el fin de mostrar algún logro del presidente, y después se alió, cosa que todo el mundo sabía y la prensa publicaba, con los rivales del capo en el tráfico de cocaína y con los fundadores del paramilitarismo. ¿Alguien recuerda que el poder judicial se inquietara por el castigo de esas conductas? ¿Y la prensa?

El de Samper no sólo empezó financiado por una organización mafiosa, sino que en defensa de los intereses del presidente fueron asesinadas muchas personas. ¿Alguien recuerda que la prensa se preocupara de castigar a los funcionarios que podrían estar involucrados en la muerte de la "monita retrechera" y de otros? ¿Y que algún articulista mencionara la cada vez más clara relación de ese presidente con el asesinato de Álvaro Gómez? Los principales acusadores del gobierno de Uribe en la prensa, que acompañan las iniquidades de los tiranos de las cortes, eran funcionarios de ese gobierno, y no se puede decir que los que no lo eran tengan motivos diferentes, pues ¿alguien recuerda que UNO SOLO se acuerde de esos procesos? En el caso de Felipe Zuleta o Ramiro Bejarano los motivos para el odio tienen que ver claramente con la lealtad con Samper. En el de Alejandro Gaviria no se establece el nexo, pero sus manifestaciones tienen la misma orientación y sus invectivas los mismos blancos.

Andrés Pastrana colaboró de muchas maneras con la guerrilla de las FARC, a la que en la práctica autorizó a reclutar niños y guardar secuestrados en la vasta zona que le cedió. Todavía hay muchas dudas sobre los motivos de tan bizarra generosidad, desde el poder innegable que generan varios miles de millones de dólares de recaudación anual hasta las promesas de recibir un Premio Nobel de la Paz por convertir el asesinato en masa en fuente de derecho. Los amigos de Pastrana colaboran con los de Samper en la persecución del uribismo, y ciertamente nunca ha habido nadie que piense que el ex presidente debiera responder por los miles de asesinatos que promovió ni por los demás crímenes de sus aliados.

Mi punto no es que los los culpables son los perseguidores de Uribe, esas decenas de paniaguados de la casta oligárquica que sugieren en todo momento que a Uribe se lo debe matar para que no publique sus opiniones en Twitter, sino que lo son los demás colombianos, pues ¿a cuántos ha sorprendido esa rara determinación de la "justicia"? ¿A cuántos indigna o asquea que los mismos organizadores de las FARC, hoy aliados con el gobierno de Santos, se dediquen a usar sus "fichas" en el poder judicial para perseguir a quienes han estorbado a su tropa? Hablar de la desfachatez de la caterva de prevaricadores es hablar de los socios de las FARC, de los que se han enriquecido copiosamente gracias al poder terrorista y a las alianzas que establecieron sus jefes políticos con gobernantes como Ernesto Samper.

Paradigmático tanto de los herederos de la industria del secuestro como del fervor asesino contra Uribe es el escritor Héctor Abad Faciolince, cuyo padre era un muy importante líder de la Unión Patriótica cuando fue asesinado. El hijo se hizo famoso gracias a la promoción que recibió por parte del Partido Comunista, y después del gobierno de Ernesto Samper, que necesitaba la alianza con ese partido, dueño de las universidades, los juzgados y la función pública en esa época (el espeluznante y desternillante Wilson Borja era presidente de la federación de sindicatos de empleados estatales). La última diatriba del escritor, de conmovedor patetismo, llama a sus huestes a acallar a Uribe, sin insistir en los medios por ser obvios. La desfachatez de sus "argumentos" es bastante más grave que los secuestros de que obtenía su padre poder político.
Y los del DAS pusieron micrófonos en la sala de la Corte Suprema, para oír ilegalmente sus deliberaciones. Si el FBI o la CIA hubieran hecho esto en Estados Unidos, las consecuencias para el gobierno que hubiera instigado semejante insulto se oirían durante siglos.
En este aleccionador párrafo se da por sentado que los altos tribunales estadounidenses se dedican a conspirar para tumbar al gobierno, ejercen de jueces de primera instancia, legislan cada vez que les interesa cambiar el orden legal, están formados por aliados de poderosas redes de traficantes de cocaína, fueron nombrados por sus lealtades con políticos de trayectoria sospechosa, como lo son ellos mismos. La mentira es tan obscena que sólo un canalla cuya carrera se ha forjado por la lealtad con quienes encargan secuestros se atreve a tanto.
No es posible chuzar a la Corte Suprema y luego pretender que la Corte Suprema se cruce de brazos.
Donde se establece que la autoridad judicial puede permitirse ser juez y parte, que para eso es el poder judicial: la autoridad no tiene por sentido administrar justicia, sino asegurar su poder. ¿Alguien se imagina una sola objeción en toda la prensa y aun en la opinión colombiana ante semejante perla?
Porque ordenarles a los servicios de inteligencia chuzar a los altos magistrados y a los principales periodistas y opositores políticos del país es un delito más grave, muchísimo más grave que el escándalo de Watergate.
Esta vez el asqueroso ejerce de jurista. Los "principales periodistas", como Hollman Morris, son más o menos abiertos propagandistas del terrorismo, así como los "opositores políticos" que supuestamente fueron espiados. ¿Alguien duda de que este hampón es sin la menor duda un aliado de las FARC? ¿Cuántos crímenes no se habrían evitado espiando adecuadamente a Piedad Córdoba? En cuanto a los magistrados, es evidente que trabajan para intereses mafiosos. De modo que espiar a semejantes "joyitas" podrá ser más grave que el escándalo Watergate, pero no que la alianza con los Pepes, el asesinato de Álvaro Gómez ni la contribución a miles de secuestros y asesinatos.
¿Por qué se va al exilio la señora Hurtado? Para no tener que decir de dónde venía la orden de oír a los jueces, a los políticos y a los periodistas, ya que confesar esa verdad era lo mismo que poner una lápida en su pecho. Mejor callada en Panamá que acorralada aquí entre la pared de la verdad y la espada del miedo.
Aquí se dice que Uribe habría mandado matar a quien lo denunciara como instigador de las interceptaciones, cosa que será normal para Abad porque ¿cuántos asesinatos no habrá encargado su padre desde la dirección de la Unión Patriótica? Y es tan obvia la respuesta que sólo la más desvergonzada propaganda criminal puede ponerla en duda: la señora Hurtado iba a ser condenada a 18 años porque le conviene a los intereses de los promotores de la carrera de Abad, ¿por qué no iba a exiliarse?

El nivel de la calumnia de este asqueroso no es menos brutal que los crímenes que habrían hecho a su padre, quizá, presidente vitalicio. ¿Alguien se sorprende de que personas de tal talante sean los compañeros de la "justicia"? Queda por averiguar, y ya uno está completamente desarmado, ¿qué motivos pueden tener para tanto odio contra Uribe? ¿Alguien recuerda alguna rabia parecida contra los gobiernos que permitían secuestrar a diez cristianos cada día? Lucrarse de los secuestros, cosa que uno, lógicamente, no sabe si hace el escritor, es muchísimo menos grave que lo que él hace con su escrito sicarial.
Uribe y sus aliados son poderosos, pero hoy son los huérfanos y las viudas del poder. Nosotros, los periodistas, podemos convertirnos en los altavoces, en los amplificadores de sus rabietas y diatribas, o simplemente dejarlo que grite y vocifere a solas en su Blackberry. Tenemos la tentación de seguir en ese ambiente crispado, lleno de rabia y adrenalina al que nos acostumbró su gobierno. Pero lo más sensato sería hundir el botón de “mute” cuando estos cruzados del odio vociferan, e insultan. Ya pasamos esa página, ese trago amargo. No le demos más prensa ni le prestemos más atención a tanta rabia. Bajémosle la fiebre a todo esto hundiendo ese pedal que en el piano se llama sordina. Que grite solo, como Chávez. Y preguntémonos en silencio, simplemente, de cuando en cuando, por qué no se callará. Porque eso sería lo mejor para todos: que se callara.
Ésa es mi tierra: quien no aprueba que condenen a alguien a prisión perpetua por vigilar a unos criminales es un cruzado del odio, pero quien acusa sin ningún argumento al presidente de querer matar a una persona es un emisario del amor, no faltaría más. Los que desde el comienzo, desde antes de que Uribe ganara la primera elección, han estado calumniando desde la prensa por supuestas relaciones de su padre con el cartel de Medellín, pasando por las miles de noticias falsas, las miles de conjuras, El embrujo autoritario, etc., que hemos presenciado son extrañamente los voceros de la decencia. Los mismos (basta con leer CUALQUIER periódico de los tiempos del Caguán) que ante cada masacre explicaban que "las partes necesitaban llegar fuertes a la mesa de negociación".

Colombia se recuperó de las insidias de estos criminales durante los ocho años de Uribe, y fue esa satisfacción lo que permitió la derrota del candidato que promovía Abad. Si las intrigas y manipulaciones del nuevo presidente, traicionando a sus electores, lo lleva a ser el principal impulsor de la persecución al uribismo, como acertadamente sugiere Álvarez Gardeazábal, nadie debe sorprenderse de que el crimen remonte. Abad y los cientos de paniaguados que vociferan, calumnian, censuran, sugieren asesinatos y mienten desde la prensa son sólo los portavoces de ese poder.

Y no se podrá hacer nada contra ellos mientras los colombianos no se detengan al menos a pensar que la justicia no puede ser lo que conviene a cada uno. Que las persecuciones que establece un poder ligado al crimen son exactamente lo contrario de la justicia.

En los museos de las grandes capitales se pueden ver máscaras rituales africanas. Éstas forman parte de la tradición de muchas tribus, y su uso tiene el sentido de proclamar que quien impone un castigo no es un individuo sino el poder mítico encarnado en la máscara. Los colombianos están muy por detrás de la noción moral de esas tribus. Para los colombianos es correcto imponer castigos por propio interés, a tal punto que ese columnista no tiene el menor pudor en proclamar la parcialidad de la corte, juez y parte, y que nadie se sorprende.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 1 de diciembre de 2010)