domingo, noviembre 28, 2010

El "ego" del estratego

Si alguien conoce una fórmula infalible para ganar en los juegos de envite, como el póquer, es poco probable que la divulgue. Pero yo conozco una fórmula infalible para perder: tener demasiadas ganas de jugar. Y es que, dado el componente de irresponsabilidad y aun de autodestrucción del juego, cualquiera que mantenga la calma está en ventaja respecto de un jugador ansioso. Cualquiera que evalúe riesgos y se interese más por lo que puede perder que por la satisfacción de un éxito fácil.

Cuando se trata de un estadista como el doctor Santos, todo es mucho más grave: el dinero que se juega no es suyo, y se supone que es el mandatario que ejecuta un mandato, que no era precisamente aliarse con la banda de criminales que hoy ocupa la Corte Suprema de Justicia (que impiden que se investigue a los que aparecen en los computadores de Raúl Reyes porque "no hay pruebas") y con Chávez y negociar con las FARC. Su conducta lo descalifica como demócrata, y dice mucho acerca de los enemigos del ex presidente Uribe, tan cargados de pretextos y moralinas que se entusiasman como niños en cuanto hay perspectivas de proceso de paz. Era la dicha que uno encontraba en la prensa en los años del Caguán.

¿Qué sale de la reunión de Santos con Chávez? Pues obviamente que el dictador venezolano perdona a Colombia y vuelve a permitir algunas exportaciones, que ya verá si paga (hace años que debe miles de millones). Claro que Santos podrá haber pensado en exigirle algo sobre las FARC, pero dado que su aspiración no consiste en promover la democracia en Venezuela ni en exigir al Gorila Rojo que deje de ofrecer el burladero a los terroristas, sino en ejercer protagonismo como "estadista", ni siquiera habrá mencionado a las FARC: lo que cuenta es salir en la foto con el hermoso trofeo de la reanudación de relaciones.

Esa actitud es calcada de la que animó a Andrés Pastrana durante la larga pre-negociación con las FARC, con la diferencia de que Pastrana había anunciado sus intenciones antes de ser elegido, y Santos no. Y el efecto es seguro y previsible: las FARC seguirán en Venezuela y las deudas del opulento exportador de petróleo se pagarán sólo en parte. Pero esos pírricos resultados serán presentados como un gran triunfo histórico por la prensa, la gran aliada de Santos (hasta ahora sobre todo hay halagos por el increíble fraude de aliarse con todos los enemigos de Uribe después de usar hasta un actor con su voz para ganar las elecciones).

La expresión de felicidad de Chávez es muy diciente: su régimen es una dictadura totalitaria en fase de consolidación que afronta algunos problemas, por ejemplo por la denuncia de Uribe ante la CPI. El reconocimiento de Santos a su gobierno descalifica esa denuncia y le provee material para afianzarse en el poder mientras acaba de aniquilar a la oposición y de ejecutar el previsible fraude en las elecciones de septiembre. Y como, lejos de lo que creen los tontos, no es nada tonto, llega a exigirle a Santos que se someta y aun a amenazarlo: sabe que el cómico estadista sólo busca protagonismo y que es indiferente respecto del futuro de la democracia en Venezuela.

Nadie duda de que el próximo paso de Santos será la negociación con las FARC, sobre la que sin duda le habrá hablado Chávez, provisto de la solución. No sólo la incluyó en su discurso presidencial, sino que sin duda cederá ante la presión de los medios que lo jalean, por no hablar de la muy probable labor de consejero privado de su hermano, el socio de García Márquez en Alternativa. Y el silencio ante ese rumbo es preocupante: como todos asumimos que Uribe debe dejar de obrar como si gobernara, la prensa acalla las voces críticas y así se va hacia otra "negociación" en la que Santos cree que tiene condiciones para imponer la desmovilización de las FARC.

Los militares, al menos los militares retirados, deberían alzar la voz. La mera posibilidad de emprender negociaciones de paz resucita literalmente a las FARC. Como todos los proyectos humanos, el ejército comunista vive de esperanza, con lo que los maltrechos frentes se aferrarán a esa posibilidad para persistir, al tiempo que los recursos bolivarianos permitirán reclutar más gente y controlar la deserción.

En el bando de las Fuerzas Armadas el efecto sería catastrófico: claro que todo el mundo anhela la paz, y más los que se van a jugar la vida, pero cuando ya se preveía la victoria y las tropas estaban llenas de moral, la posibilidad de que los asesinos pasen a ser poderosos jefes políticos, columnistas, defensores de derechos humanos disuade de cualquier esfuerzo para capturarlos. Claro que cuando escribo descubro que los asesinos ya son todo eso, y es que Santos no se ve como un nuevo Pastrana sino como un nuevo Gaviria, cuya magna remuneración al M-19 por sus asesinatos y secuestros seguramente le producirá admiración.

El lunes había dos artículos en El Tiempo sobre la negociación con las FARC. Mauricio Vargas advierte sobre las "trampas del diálogo", con atendibles razones. No obstante, se deja lo principal, y es como si perversamente ofreciera opciones a los terroristas. Claro que pueden dejar de secuestrar, sencillamente extorsionando con amenazas de muerte. Y también sentarse a la mesa con la promesa de desmovilizarse, pero ¿qué pueden hacer si finalmente el régimen no hace la reforma agraria ni los cambios que tanta falta hacen? A Mauricio Vargas no le molesta que se negocie con los terroristas la administración del Estado o las leyes: tampoco le molestaba durante los años del Caguán. De hecho, no le molestaba a ningún columnista.

La posibilidad de que se premien las masacres, castraciones y secuestros inquieta todavía menos a Eduardo Pizarro, usufructuario él mismo de una negociación de paz. Pese a su tono condenatorio, lo que le parece exigible es sólo lo que propone el nuevo gobierno (y que perfectamente podría estar acordado con las FARC, dados los privilegiados canales del hermano del presidente). ¿Cómo se puede negociar con alguien que se compromete a desistir de su poder? Es como si uno entra a la tienda con el compromiso de salir sin un centavo de ahí, ¿qué es lo que se negocia? Uno exige todas las existencias, aunque lleve poquísimo dinero. ¿Qué pasa si no se las dan? La negociación tiene que romperse, porque el problema no es el resultado final sino aquello que se negocia. O no, la negociación no se rompe porque el premio de las FARC es suficiente para que pasen a mandar sobre los colombianos, en lugar de sólo matarlos y castrarlos.

Lo que hay en el escrito de Pizarro, y también en la propuesta del gobierno, es la perspectiva del premio de los crímenes: en forma de leyes que legitimen el accionar terrorista, como quedó legitimado el M-19 después de la Constitución del 91, que la clase política nunca ha cuestionado. En forma de cargos de poder, incluso como diplomáticos, para los jefes terroristas, de nuevo, tal como se hizo con el M-19. Y también en forma de recursos millonarios: no hay que olvidar que Uribe contó que él mismo había tenido que darle mucha plata al M-19 por compromisos de los gobiernos anteriores.

Es en realidad un problema cultural: en Colombia no se entiende qué es la democracia, y entonces se llama así a cualquier cosa, como el unicornio de que hablaba Borges. El mismo partido de los terroristas se llama "Polo Democrático". De ahí que por el alivio de no tener que aplicar las leyes se permita que éstas sean impuestas a punta de asesinatos, y por las probables dádivas del poder todos los "creadores de opinión" se entusiasmen con un fraude descarado a la voluntad de los ciudadanos.

Todo eso terminará peor que con Pastrana, pero ¿cómo hacerle entender al señorito, devenido grotesco reyezuelo de una grotesca república bananera, que no puede jugarse la plata de la familia y que por su ridícula vanidad, amén de los turbios intereses familiares que sin duda estarían detrás de la promoción del terrorismo por su hermano, no debe echar a perder el esfuerzo de estos años? Está ansioso por jugar y por lucir su talento, y sólo conseguirá que Colombia vuelva a los noventa, peligro que se creía conjurado con la derrota del lamentable Mockus.

En enero de 2002 el hermanísimo, como editorialista de El Tiempo, advirtió que aun si las FARC fueran derrotadas pronto habría quien retomara sus banderas. Era profético: después de que se confirme una vez más que el asesinato es la forma correcta de hacer carrera política en Colombia, ¿cómo pedirle a un aspirante a diplomático, senador o columnista que se resista a ponerlo en práctica? Se verá a sí mismo como un nuevo Alfonso Cano, que por entonces será defensor de los derechos humanos y de las víctimas, probablemente en la ONG de Iván Cepeda.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 11 de agosto de 2010.)

lunes, noviembre 22, 2010

Bienvenido, señor Uribe

Por Jaime Ruiz


En una escena de la encantadora versión televisiva de Guerra y Paz, el padre del príncipe Bolkonski le dice a su hijo, que había sido dado por muerto en Austerlitz, algo como "Es muy curioso, has muerto como un héroe pero al mismo tiempo disfrutas de estar vivo". Igualmente, el buda Shakyamuni se había librado de seguir en la rueda del samsara pero al mismo tiempo seguía existiendo, por pura compasión hacia los sufrientes, necesitados de su orientación.

Parecida es la situación en que el señor Uribe está a punto de entrar. Por una parte ya es historia, con más peso que cualquier líder político colombiano del siglo pasado, pero al mismo tiempo sigue siendo el referente decisivo de la política colombiana y el líder en el que se reconoce la mayoría de la gente. Perderá el mando sobre las instituciones, pero dada su capacidad de influir sobre la gente tendrá más poder que cualquiera de los que ostentan cargos públicos.

Semejante situación es a un tiempo un privilegio y una opresión, y mucho me temo que para Uribe será al principio más bien lo segundo, acostumbrado como está a la mística de la acción y el corto plazo: de los resultados tangibles y la microgerencia. Sobreponerse a esa nostalgia, acostumbrarse a que la política del día a día es tarea de otros, es el primer desafío que tiene que afrontar el casi ex presidente.

Y será tanto más duro cuanto que los pasos dados hasta ahora por su sucesor hacen pensar en un retorno de los noventa. Mejor dicho, de algo reconocible en los noventa pero en realidad más antiguo y más profundo, y que es lo que en últimas está en la base de la tragedia colombiana de la segunda mitad del siglo XX. El señor Uribe tiene que meterse en la cabeza no sólo que ya no es el presidente, sino que casi seguro tendrá que ser oposición, salvo que quiera jubilarse y dedicarse a defender su labor de gobierno. Ésa es la segunda tentación que tiene que, en mi opinión, rechazar.

Pero insisto, el poder del señor Uribe es inmenso, otra cosa es que sepa hacer uso de él. Basta con borrar las palabras "corto plazo" de cualquier determinación que se tome para entenderlo. Basta con meterse en la cabeza que la sociedad colombiana no necesita sólo a alguien apropiado a la cabeza del Estado, sino una conciencia clara y una determinación firme para superar sus taras. Que más que buenas medidas del gobierno los colombianos necesitamos saber qué queremos y qué rumbo vamos a tomar.

Para empezar, como líder indiscutido de cierta "derecha sociológica", el señor Uribe podría plantearse organizar un partido guiado por un ideario claro y formado por personas ilusionadas por hacer del país una democracia como las de Europa y Norteamérica, y no sólo por aspirantes a funcionarios que suscriben cualquier retórica con tal de asegurarse el nombramiento y el acceso al presupuesto. ¿Lo hará? Por ahora es el único que puede hacerlo, pero no parece muy claro que se lo plantee.

Como figura reconocida en todo el continente y aun en Europa, Uribe puede liderar la denuncia del chavismo y de las complicidades con las bandas terroristas. Nadie que examine a fondo la retórica y la actuación de las ONG como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, así como de cierta burocracia de la ONU, puede albergar ninguna duda de que explotan los derechos humanos para conseguir el premio de los crímenes terroristas. Si el señor Uribe publicara un libro en el que copiara y analizara el sentido y la oportunidad de esa retórica, relacionándola con la realidad, ese libro podría no sólo vender millones de ejemplares, sino golpear el tinglado chavista-terrorista tanto como la Operación Jaque.

Más importante aún: puede que la misma persecución de los malhechores de las altas cortes le permita pensar en la necesidad de superar la Constitución de Pablo Escobar y el M-19. Es algo que debería inquietar a la sociedad colombiana, pero es que esa sociedad es intelectualmente indigente y la forman más bien la clase de personas que sacan provecho (o sueñan con sacarlo) del orden inicuo impuesto por el tinterillo que llegó a presidente por elección de un niño, en componenda con los secuestradores y masacradores, con quienes aspiraba a reconciliarse para superar los odios (lo que lo hace digno precursor de Juan Manuel Santos).

Algún día los colombianos entenderán la necesidad de que haya leyes. Parece que se la planteaba Santander hace 200 años, pero con el bodrio protochavista del 91 se encontró el atajo por el cual se podría prescindir de ellas (no los que no usan ruana, sino aquellos cuya familia no la ha usado nunca): la acción de tutela, que pone en manos de unos funcionarios todopoderosos los recursos comunes, y hasta las libertades públicas, sólo con invocar buenas intenciones y derechos fundamentales, que disfrutan los clientes de esos funcionarios y pagan los demás, a la manera de la antigua Roma.

Pero una decisión clara del señor Uribe de promover una nueva norma adelantaría ese proceso por varias décadas. Claro que es muy dudoso que lo haga, porque a pesar de su enorme aptitud y su enorme pasión , y a pesar del cariño que ha encontrado entre la mayoría de los colombianos, el señor Uribe ha mostrado tener sus limitaciones en materia de visión política (la patochada de la segunda reelección lo demuestra, y es la verdadera causa de que el poder haya caído en manos de las sempiternas camarillas de intrigantes).

Pero son sólo ejemplos de las portentosas posibilidades que tiene ante sí el nuevo ex presidente. Lo mismo podría liderar proyectos empresariales, periodísticos, pedagógicos, cívicos o culturales. Pero a pesar de la muy probable bonanza que vendrá (este mismo año podría llegarse a un crecimiento del 6 % del PIB), la gente echará de menos a un líder político aplicado y resuelto que sabe qué quiere.

Ayer se quejaba Noel Carrascal en este blog de la indefinición ideológica de la sociedad colombiana, que se aferra a "ismos" formados por nombres de personas y no de visiones del mundo. Esa indefinición sólo expresa la confusión ideológica, y aun moral, que acompaña a la barbarie. El nuevo gobierno la acusa: la amplitud de miras es la disposición natural de quien no tiene otras que salir en la foto de las rumbas y acudir a los cocteles a codearse con gente importante, todo a costa de los mismos que pagan las tutelas, obviamente. De políticos que tienen, como decía Galdós, unos ojos pequeñísimos para las ideas y grandísimos para los negocios. De aquellos para quienes los valores son sólo un adorno, el sacoleva del orangután.

Por eso, y porque un gobierno formado por esa vasta componenda y liderado por un presidente que no vacilaba en defender la segunda reelección de su predecesor pero se convirtió, una vez elegido, en el aliado de sus enemigos (a tal punto que Germán Vargas Lleras anuncia que consensuará con los magistrados la reforma a la justicia, que es como si alguien acordara el Código Penal con los delincuentes) muy pronto se mostrará incapaz de contener la corrupción y aun de hacer frente a las crecientes insolencias de los chavistas, el liderazgo de Uribe seguirá siendo el más importante del país. Ortega y Gasset decía que la vida humana estaba menos determinada por el afán de jerarquía que por la ejemplaridad. El ejemplo de Uribe marcará a los colombianos por mucho tiempo, y el contraste con el sucesor que se buscó por no aprovechar su prestigio hace cinco años para promover un nuevo partido y una nueva constitución lo hará aún más importante.

Me jacto de ser el primero que publicó por escrito la idea de que Uribe fuera candidato a la Alcaldía de Bogotá (que sin duda se le habrá ocurrido antes a mucha gente). Es muy probable que, visto el golpe de timón hacia el vacío que está dando el nuevo gobierno, esa opción se haga inevitable para evitar la dispersión del uribismo. Lo único claro es que otro candidato uribista perdería frente a Peñalosa y aun a Mockus. Pero se trata sólo de una de las muchas posibilidades que tiene Uribe ante sí.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 6 de agosto de 2010.)

miércoles, noviembre 17, 2010

El legado

El inverosímil episodio de Iván Cepeda Castro exigiendo al gobierno pedir perdón por el asesinato de su padre es sólo la punta del iceberg de lo que se mueve en ambientes menos públicos, de lo que sigue pasando en la vida colombiana: el poder que acumularon los terroristas, es decir, Manuel Cepeda y cientos de dirigentes comunistas, de los que las FARC y el ELN son sólo los peones, lo han heredado sus hijos, y no vacilan en seguir promoviendo crímenes y esquilmando a los demás colombianos, con los pretextos más inverosímiles. El caso de Cepeda es extremo: "el Estado" como tal no tuvo nada que ver, el presidente Samper era más bien un aliado del PCC que un enemigo, y más que cualquier otro crimen cometido por funcionarios, ése fue un crimen contra el gobierno.

Un ejemplo de esa herencia es el surgimiento de un grupo de "hijos del M-19" que reivindican la acción de sus padres con la mayor desfachatez, y ciertamente ostentando de forma arrogante el poder que gracias a los asesinatos, secuestros y extorsiones, junto con la alianza con Pablo Escobar y otros jefes de la mafia del tráfico de drogas, concentraron sus padres. Lástima que los nuevos asesinos carezcan de imaginación hasta niveles grotescos y se limiten a reproducir la penosa cháchara, el tosco lirismo, paradigma de la mala literatura, con que sus padres se dedicaron a imponer la tiranía, a mandar matar sindicalistas y a apoderarse de las instituciones.

Lo que pasa es que esa retórica, por mucho que haya tantos que quieran negarlo, es toda la enseñanza de las universidades públicas colombianas, que son a fin de cuentas, junto con las instituciones de justicia y otras entidades estatales, el premio que obtuvieron esos asesinos, y que ahora entregan a sus hijos. Y siendo que tienen gracias al Estado el rebaño al que pueden adoctrinar (lo cual es el verdadero crimen de Estado), ¿quién impedirá que dentro de unos meses vuelvan a las andadas? Yo podría apostar a que en pocos años surgirán los nuevos héroes que empezarán la tarea revolucionaria recuperando las banderas de Camilo, el Che y Carlos Pizarro.

Invito a los lectores a prestar atención a esa retórica, porque están diciendo abiertamente que quieren más guerrillas y más asesinatos, que los crímenes con que sus padres se enriquecieron eran necesarios y prácticamente que hacen falta más. (El mismo presidente Uribe reconoció que su gobierno tuvo que darle dinero al M-19 en agradecimiento por sus proezas, gracias a la negociación de César Gaviria y Rafael Pardo) . De hecho, hay un blog de "Juventudes del M-19" en el que se reproducen exactamente las clases de las universidades públicas. Sería muy lamentable que el lector por pereza no conociera esas perlas.

En realidad cuando surgió el primer M-19 la gente reaccionó con la misma indiferencia: unos jóvenes idealistas que iban a hacer la justicia social, bello objetivo que halagaba a todos los débiles y agraviados, aunque en la práctica sólo les produce rentas a los que tienen relación con las sectas dueñas de la función pública y de las universidades. Hoy en día pasa lo mismo, no sería nada extraño que los jóvenes de la ola verde terminaran afiliados masivamente al nuevo movimiento, pues las raíces del crimen en Colombia son ésas: desde el siglo XIX, la forma correcta de hacer carrera política es matar y secuestrar gente.

De hecho, esa capacidad de intimidación, esa organización cerrada y eficiente, es una herencia más rentable que un hotel o una flota de camiones. Por mucho que uno demuestre día tras día que todo lo que se enseña en las universidades públicas es ESO (claro que se finge enseñar otras cosas, lo cual es como si alguien defendiera a Alfredo Garavito porque no sólo hacía cosas ilegales, también cogía el bus y pagaba lo que consumía), ¿cuánta gente cree que el gobierno debería dejar de gastar el dinero de las víctimas en adoctrinar a sus verdugos? Yo creo que soy el único.

La magia de la retórica de esos asesinos está plasmada en la norma fundamental por la que se rige la sociedad colombiana, y se manifiesta en hechos como las exigencias de Iván Cepeda, pero también en la absoluta inoperancia del sistema judicial, que sólo sirve para esquilmar a los demás colombianos: el Estado tiene una serie de deberes con los ciudadanos. ¿Qué es el Estado? Los derechos los reclaman unos particulares y los cobran los jueces a todos los ciudadanos, pero en la retórica son éstos los beneficiados: al quitar lo han llamado "dar", y la gente está feliz con sus derechos.

Pero ocurre lo mismo que con las universidades: nadie, insisto: nadie quiere aceptar que el principal freno del desarrollo es ese esfuerzo por organizar asesinatos con recursos de las víctimas. Y tampoco nadie quiere aceptar que los derechos de la Constitución son una vulgar estafa con las palabras, y es porque en realidad todos quisieran estar en la situación de los privilegiados (de los herederos del crimen), a los que pretenden odiar pero en realidad admiran.

La indolencia generalizada ante la reaparición del M-19, y aun la simpatía con que se acoge su retórica, amenaza profundamente el futuro de la sociedad colombiana. Nadie debe olvidar que en los próximos años el peso de las industrias de extracción en la economía crecerá, y que esas industrias generan rentas enormes que van a manos de organismos públicos. De hecho, los años en que más funcionó la organización de las bandas terroristas y se impuso la Constitución protochavista, fueron los mismos del descubrimiento de Caño Limón. El enorme botín les abre la tarasca, y la violencia es una forma muy eficaz de acceder a él, como de hecho demostraron los padres de estos asesinos con pedigrí.

Ojalá la sociedad colombiana mirara a su interior y entendiera que un retroceso, una desviación por el camino de Venezuela, sería el comienzo de una catástrofe mucho peor que la experimentada hasta ahora. Y que el peligro es cierto, que efectivamente el Partido Verde tiene relaciones muy extrañas con el M-19, y la antigua secta asesina tiene suficiente poder para elegir, en alianza con el samperismo y el Partido Comunista, dos veces, y quién sabe cuántas más, alcalde de Bogotá.

Claro que mucha gente cree que el M-19 es algo distinto de las FARC (cosa tan cierta como que Rodríguez Gacha era distinto de Escobar, aunque ambos fueran socios del M-19). Al interesado lo invito a leer lo que cuenta Eduardo Pizarro sobre las relaciones internacionales de la guerrilla patriótica. Y esa idea engañosa encaja perfectamente en la nostalgia generalizada de una guerrilla "con ideales", que comparte hasta el general Valencia Tovar. De modo que todo está dispuesto para alguna acción admirable como el robo de la espada de Bolívar, o la toma de la embajada dominicana.

(Para formarse una idea de cuál es la Cultura de la Universidad Nacional, el "cun" que distingue a Cundinamarca de Dinamarca, los invito a leer este genial artículo de un destacado profesor, también columnista de El Tiempo. Respecto a la reclamación de Íngrid, el prócer manifiesta:
No es aceptable que los funcionarios, para liberarse de sus responsabilidades, le hagan firmar un documento al ciudadano. Los funcionarios del Estado tienen la obligación de impedirle el paso cuando sea necesario.
No es humor, es algo serio: los mismos que encargaban los secuestros se dedicarán ahora a hacer de defensores de los secuestrados [los jueces son sus compañeros de estudios, parientes, vecinos, amigos y en todo caso cómplices "ideológicos"], para cobrar dos veces o muchas más el secuestro, esta vez compartiendo el premio con las víctimas. Ese columnista no tenía empacho en pedir que se hiciera justicia social para que liberaran a Íngrid. Y entre tanto cada semestre se forma una nueva hornada de secuestradores, que cuando sean viejos despojarán a los demás colombianos mediante demandas por sus crímenes, pues a fin de cuentas el ciudadano colombiano, como el que juega a la lotería, vicio que algunos llaman "el impuesto de los bobos", no vacila en ser generoso con quienes roban de la caja común, siempre con el sueño de ser un día el afortunado.)

(Publicado en el blog Atrabilioso el 28 de julio de 2010.)

viernes, noviembre 12, 2010

Pero ¿esto qué es?

La ocasión del cumpleaños del Estado conocido hoy en día como Colombia es muy apropiada para ocuparnos de lo que ha pasado y de lo que somos, del papel que tenemos en la aldea global y de lo que podría ocurrir en el tercer centenario.

No es cualquier cosa el surgimiento de un Estado, y resulta muy erróneo suponer que, dada la relativa modestia del papel de Colombia en el concierto global, la independencia es una ficción. Quienes hacen esos juicios suelen desconocer el peso que tenían las sociedades de la América española en el mundo del siglo XVIII. Se podría decir que en términos de prestigio, poder y hasta demografía la Nueva Granada de 1810 vendría a representar tanto como Malawi o Bután en el mundo de hoy.

Por no tener en cuenta eso se suele comprender mal todo lo demás. Es característico de los hispanoamericanos que viajan a Europa el desconcierto ante la ignorancia de los europeos de la geografía del Nuevo Mundo: el más modesto turista puede recitar las capitales de veinte países veinte veces más pequeños que Colombia, pero el europeo, como cualquier Reagan, confunde a la patria del gran Francisco de Paula Santander con la remota y miserable Bolivia. Eso sí, ningún catedrático de geografía hispanoamericano recuerda más de media docena de capitales africanas.

Una vez me vi en un aprieto explicándole a un intelectual árabe quién era Simón Bolívar. ¿Simone de Beauvoir? Qué escándalo, como si yo pudiera recitar la lista de gobernantes de Siria, Túnez o Jordania.

Para formarse una idea del peso de la América española en la época, baste comparar los efectivos comprometidos en la batalla de Waterloo con los de la de Boyacá, mucho más trascendente para Colombia que aquélla para Europa, y que tuvo lugar apenas cuatro años después: en la primera unos 240.000, en la segunda unos 5.500.

La independencia era el paso que seguía a la conquista y posesión del territorio por los españoles: al cabo de unas generaciones los grupos de poder encuentran injustificada la exacción que lleva a cabo la metrópoli y aprovechan los altos costos de una guerra de reconquista para hacer rancho aparte. Pero esa determinación, surgida sobre todo del colapso del imperio español, sometido entonces a Napoleón, dará lugar con el tiempo al surgimiento de una nación, y en el largo plazo de una identidad.

Es muy curioso darse cuenta de que los pueblos son el producto de los Estados y no al revés. Los dos siglos de historia del Estado colombiano son los de la construcción de la nación colombiana: sometiendo a los poderes regionales, aumentando la población y creando instituciones. Muchos dirán que la población sigue tan fragmentada y segregada como en 1810, pero casi siempre quienes lo dicen desconocen por completo la sociedad de la época. El surgimiento de una nación, o de una identidad nacional, se relaciona con el arraigo de los grupos diversos sobre los que se impone el grupo creador del Estado. Con el tiempo pesan más las experiencias compartidas, las costumbres surgidas de las leyes y el sentido de pertenencia que los orígenes étnicos o aun la condición social que cada grupo tenía al comienzo. Hoy en día nadie pensaría que un "afrocolombiano" tiene más rasgos en común con un africano que con los demás colombianos, o que un patricio de inmaculadas raíces vascas piensa en su hogar pirenaico y se considere ajeno a la tierra en que vive.

Paul Johnson, un historiador británico, sostiene que el mundo moderno se creó en el periodo que va de 1815 a 1830. El surgimiento de las repúblicas hispanoamericanas está ligado a ese fenómeno, y determina en gran medida los valores de la población de la región: por una parte, se seguía el ejemplo de las trece colonias británicas que se hicieron independientes 34 años antes, curiosamente con ayuda española; por la otra, se asumían en parte los valores liberales triunfantes en la mayor parte de Europa occidental.

Como siempre, no falta el que piensa que esa aceptación de valores e ideas es falaz, dado que todavía no se ha construido el paraíso como en Cuba. Pero basta con pensar en las dificultades de asimilación de esos valores en regiones antaño civilizadas, como el norte de África o el Oriente Medio, para entender la importancia de que las libertades sean algo obvio y encomiable para la mayoría de los colombianos.

Lo descrito hasta ahora define a la colombianidad como una aceptación de los presupuestos ideológicos y morales del Occidente, y la historia de estos dos siglos como un incesante avance del arraigo y de la construcción de una identidad nacional en torno a esos valores. La frustración habitual de los creacionistas tiende a negar eso. Colombia ha "liderado" por mucho tiempo las estadísticas de homicidios y otros crímenes, y cientos de miles de compatriotas viven en el exterior dedicados a actividades ilícitas, o prostituyéndose, al tiempo que los organismos estatales son el fortín de los corruptos.

Tales prevenciones parten de la ceguera respecto a lo que era la sociedad del nuevo Estado hace dos siglos. No era concebible un funcionario probo, pues enriquecerse en el cargo era legal y se consideraba legítimo. Y el despojo a los débiles era lo corriente en una sociedad en que buena parte de la población estaba formada por esclavos. La mayor parte de las poblaciones actuales ni siquiera existía. El delito y la prostitución son los oficios de los advenedizos en cualquier época, y sólo es cuestión de tiempo que esa gente, o sea, sus descendientes, se integre en la comunidad, con la que comparte valores y a la que quiere asimilarse.

La sociedad colombiana recuerda a la del oeste de Norteamérica durante el siglo XIX en la violencia que surge entre los desarraigados. Pero el tremendo despilfarro de energías que es la delincuencia tendrá que menguar a medida que aumenta el nivel de vida y mejoran los mecanismos de control. La prostitución "virtuosa" (que ocupa a personas que quieren ganar grandes cantidades por ese medio) desplazará a la que sólo existe como salida desesperada de mujeres sin recursos.

También la tentación totalitaria es una herencia de la sociedad anterior al surgimiento del Estado independiente: en esencia se trata de resistencia de las castas poderosas ante el avance de los valores modernos. El hecho de que los comunistas triunfaran a medias con la Constitución del 91 y no llegaran a concentrar el poder estatal determina la resistencia a las fuerzas que intentaban imponer un régimen de partido único y concentración del poder estatal: el combate contra las guerrillas comunistas quedará como parte del patrimonio (en el sentido más literal, de "legado del padre") de los colombianos.

Es difícil no creer que la clase de gente sufrida que ha sobrevivido a climas espantosos y prosperado en paisajes agrestes sacará partido de la sociedad del siglo XXI. La identidad colombiana, la capacidad de reconocerse en la comunidad nacional, se afianzará con el tiempo a costa de otras identidades de la región, como la venezolana, y al mismo tiempo se asimilará a la forma de vivir y pensar que impera en Europa y Norteamérica. Con vacilaciones y retrocesos, el país del tercer centenario se irá alejando del que soñó Camilo Torres Restrepo y siguen soñando sus herederos en los antros revolucionarios. Previsiblemente, el colombiano tendrá más cultura del trabajo y más conciencia del valor de la propiedad que la gente de los países vecinos, y dado el peso demográfico del país, así como la capacidad de exportar productos culturales a los países vecinos y aun, en el medio plazo, de integrar inmigrantes, su papel será el de metrópoli regional, al menos para los países del área "bolivariana".

(Publicado en el blog Atrabilioso el 21 de julio de 2010.)

domingo, noviembre 07, 2010

Las inadmisibles formas de lucha de la ex guerrilla

Cada vez más es evidente el aserto de que la política en las sociedades democráticas se acerca al marketing: lo más importante es establecer cuál es el target al que va dirigido cada eslogan, cada declaración o cada performance, en cuanto esto se tiene claro, se trata ante todo de satisfacer las motivaciones de ese público, como cuando se contratan azafatas casi adolescentes para los anuncios de automóviles.

Buen ejemplo de eso fue la alusión del candidato Mockus a la "ex guerrilla" durante la pasada campaña electoral. Complace una idea generalizada, hegemónica, entre el sector social que apoyó su aspiración. La nostalgia de una guerrilla verdadera que corresponda a las exigencias de estilo y altruismo que definen a ese medio social. El viejo reproche a las FARC de haber perdido sus ideales por dedicarse a secuestrar gente y a traficar con drogas, como si fuera posible sobrevivir para una organización armada de sus dimensiones sin fuentes de ingresos semejantes.

El objetivo de este escrito es denunciar esa nostalgia, pese a que cualquier lector que me conozca se habrá encontrado muchas veces con la misma idea. ¿Qué hacer? El hecho fundamental de la vida colombiana moderna es ese olvido sobre el origen de las guerrillas, ese enmascaramiento de quienes deben su poder y su hegemonía social y económica a la actividad de esas organizaciones. Esa distracción de la mayoría, que parece embrujada preguntándose por qué el dedo del pistolero se cierra sobre el gatillo, sin relacionarlo con el brazo al que está ligado.

Hace ya casi cinco años saltó el escándalo de que las directivas de la Universidad Nacional pretendían borrar las efigies del Che Guevara y Camilo Torres de los edificios de dicho centro, con respuestas airadas del editorialista de El Tiempo y hasta del ex rector Marco Palacio. Dicho escrito es absolutamente recomendable para quienes creen que las FARC son algo distinto de la Universidad Nacional.

La cuestión no es la consideración que se haga de las guerrillas, y ni siquiera la adhesión de la parte "decente" del país al guevarismo-camilismo, sino la absoluta ceguera de la mayoría respecto a la historia reciente de Colombia, y en realidad el interés de los socios de las FARC y el ELN de seguir dominando el país después del fracaso de su servicio doméstico armado. En diversas ocasiones, como en las alusiones de Mockus citadas arriba o en las perlas de su sanedrín que copié la semana pasada, resulta evidente ese designio.

Ante todo, las guerrillas fueron desde mucho antes de llamarse así, desde la "colonización armada comunista" de los años cuarenta, la principal baza del comunismo local, la principal inversión del régimen soviético en Colombia y la principal esperanza de hacer la revolución. Pero la revolución era el objetivo compartido por la mayoría de los grupos sociales dominantes, desde los patricios multimillonarios de Firmes y Alternativa hasta las sectas de "intelectuales" que pretendían hacerles competencia.

En realidad la condena a la "ex guerrilla" es el reproche por su fracaso, excusándose en la condena de sus métodos, se deja pasar la legitimación de sus fines, que son como una seña de identidad de esos grupos sociales. En ese avance de la revolución, es decir, de las guerrillas, fue fundamental el dominio, gracias a la violencia, de las universidades públicas, después de las empresas públicas, de las escuelas y finalmente de toda la función pública. La presencia de activistas armados y muy violentos en Barrancabermeja fue la base del dominio del PCC sobre el sindicato de Ecopetrol y después sobre todo el funcionariado.

Esa clientela poderosa de los sindicatos reforzados con la guerrilla fue determinante en el avance del M-19 al final de los ochenta y en la composición de la Asamblea Constituyente convocada por César Gaviria para asegurarle a Escobar la no extradición y repartirse el poder con los terroristas: la votación no llegó al 20 % del censo electoral, pero es seguro que los afiliados sindicales sí participaron.

El mayor error que podrían cometer los colombianos que durante tanto tiempo han estado sometidos a la opresión de esa casta y sus tropas de niños sería permitir que la dominación se perpetuara con el pretexto de que los peones no hicieron bien el trabajo. Cuanto más se piensa en la reacción de los poderes fácticos ante el triunfo de Uribe sobre las bandas terroristas más resulta evidente que las FARC y el ELN son una especie de garantes de la Constitución del 91 y su derrota amenaza el socialismo impuesto en ese engendro.

Pero para entender eso hay que volver a lo mismo: a) la mayoría de los grupos sociales dominantes optaron por el socialismo durante las décadas anteriores a 1991; b) el poder terrorista ensanchó las rentas de las clientelas del PCC y las sectas afines, y la Constitución protochavista amplió ese despojo hasta convertirlo en la principal causa de la miseria de los demás colombianos; c) desde que en 2002 fue elegido un presidente dispuesto a forzar la desmovilización de las tropas rústicas, los poderes fácticos que de hecho lo poseen todo en Colombia se dedicaron a impedir a toda costa esa tarea y a tratar de salvar a las bandas terroristas.

Y siempre se está repitiendo que las guerrillas no llegaron de la luna porque en Colombia la palabra la tienen siempre esos grupos y los demás apenas sufren las consecuencias de su juego. Porque sólo una minoría insignificante entiende que el socialismo es la servidumbre y que sus partidarios son casi siempre los que se benefician del orden de esclavitud de siempre.

Los sueños de Mockus y su gente de aumentar los impuestos son reflejo del carácter socialista de su discurso. Desde que comprendió que el marxismo abierto lo forzaba a una segura marginalidad, Salomón Kalmanovitz optó por plantear el ensanchamiento del Estado a través de la tributación, sin amenazar directamente la propiedad. Pero cuando él, personaje por lo demás arquetípico, habla de subir impuestos sólo piensa en los que pagan las empresas: los ciudadanos ricos que no producen nada, como él mismo, como casi toda la base social del mockusianismo, seguirían en la práctica exentos, y en todo caso pagando MENOS de lo que pagan en Europa quienes ganan lo mismo (en términos absolutos, ni hablar de que al ser decenas de veces la renta media, en países como Suecia pagarían más de la mitad del total ingresado).

No es raro que para justificar su programa el candidato Mockus citara el libro El costo de los derechos. En el lenguaje corrompido de la vida colombiana los "derechos" son las tutelas, es decir, el mecanismo por el que los recursos comunes se gastan en asegurar los privilegios de los de siempre. Mecanismo, hay que recordarlo, que es la principal "conquista" de la Constitución del 91, Constitución que es el fruto de décadas de actividad de las guerrillas.

Pero tengo otro ejemplo característico de hasta qué punto Colombia no ha decidido si condena a las FARC por sus fines o por sus medios. Evidentemente los partidarios de Mockus, por jóvenes que sean, critican los medios, siguiendo una fatalidad casi genética. Pero los demás tampoco es que tengan muy claro que desean una sociedad libre.

En una discusión en su blog, tras citar una columna de Eduardo Escobar sobre el caso de Manuel Cepeda, otro protagonista de la Ola Verde y de la opinión hegemónica, Alejandro Gaviria, afirma:
Es un tema difícil. He oído varias veces que en la casa de Manuel Cepeda escondían secuestrados. No sé si sea verdad. Pero sin duda Cepeda padre apoyó la combinación de todas las formas de lucha. Muchas organizaciones estatales hicieron lo propio. En esta guerra la diferencia entre las víctimas y los victimarios no siempre es clara.
De donde sale difícil establecer si los dirigentes del PCC son victimarios o víctimas. El hecho de que Cepeda apoyara la combinación de las formas de lucha se vuelve lo único importante, lo que iguala su lucha a la de las "organizaciones estatales" que combinaron formas de lucha. Después se reafirma:
Casi por principio, no confío en quienes promueven o defienden todas las formas de lucha.
Con lo que no hay nada que reprocharle al programa o a los objetivos del PCC, sino sólo al vicio de combinar las formas de lucha. Si todo fuera por las buenas, Gaviria, sin la menor duda, estaría en ese bando.

Y es que sociológicamente ese bando es siempre el mismo, tanto si se declara socialista como reformista democrático. Y todo el problema es si en Colombia hay suficiente claridad sobre la sociedad que se desea, o si sólo hay que pedirle a los Cepeda y a sus seguidores que cambien sus formas de lucha. Cosa que a estas alturas ya parecen haber hecho: la prueba es precisamente el ascenso de Mockus en las pasadas elecciones.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 7 de julio de 2010.)

lunes, noviembre 01, 2010

El inesperado triunfo de los columnistas

Con ocasión de la reciente campaña electoral no sólo afloraron las habituales pasiones políticas sino que también se hicieron patentes las tensiones que definen a la sociedad colombiana, como ese cómico sentido de jerarquía de las clases acomodadas, sobre todo bogotanas, convertido en moda rabiosa y novedosísima por la "ola verde" (que tal vez sería mejor llamar "olla verde" por el extraño fervor que imbuía en sus prosélitos, verdaderos berserker de la afrenta clasista y la calumnia absurda).

Pero lo mejor fue el afán de informarse, que en el caso de este blog condujo a registros diarios de visitas hasta diez veces superiores al promedio del periodo anterior. Es de suponer que igual aumento de lectores habrán tenido los columnistas habituales de la prensa, y que esa mayor difusión de sus ideas habrá sido determinante en el resultado electoral: día a día menguaba la cantidad de gente que aceptaba la autoridad de escritores a los que desconocía, porque al leerlos se enteraba de que
ni siquiera los uribistas más acérrimos pueden negar que el gobierno de los últimos ocho años fue, con distancia, el más politiquero y corrupto de la historia colombiana...
con lo que se establecía claramente que los tiempos en que Martha Catalina Daniels defendía desde el Congreso al presidente elegido por el Cartel de Cali y desde el alto gobierno se encargaban asesinatos era una época de muchísima menos corrupción. Eso por no hablar del rigor histórico de la afirmación, propio de una universidad colombiana.

Claro que no faltará quien diga que hay muchos columnistas, que son muy diversos. Si se piensa en la prensa bogotana, decir "columnista" es aludir a la clase de "creador de opinión" de algún modo relacionado con los grupos políticos poderosos antes de 2002 y rotundamente hostiles al gobierno de Uribe. Al menos ocho de cada diez columnistas caben en esa clasificación, y la gavilla que forman resulta perfectamente descrita con el término "bigornia", que popularizó el ex consejero José Obdulio Gaviria.

Los escépticos seguirán poniendo en duda que haya ese consenso absoluto entre esa mayoría abrumadora de columnistas, pero es porque no hay peor ciego que el que no quiere ver. Claro que no todos felicitan a Piedad Córdoba por su noble labor de Virgen de las Mercedes o por su designación como candidata al Premio Nobel de la Paz, pero es porque los otros se dedican a hablar de leyes o de economía. Lo que es seguro es que NUNCA polemizan con los admiradores de la senadora: sencillamente ponen en práctica el dicho "entre bomberos no se pisan las mangueras".

No sería nada difícil hacer una lista de los puntos en que coinciden esos columnistas, que en últimas terminan generando una especie de "unanimismo", pues los demás son proscritos por los activistas rabiosos (y pagados) que llenan los espacios de comentarios, o bien personas poco conocidas, mayores y en absoluto atractivas para los lectores, como si se les permitiera publicar para hacer menos evidente el sesgo del medio.

La adhesión a la ola verde es uno de esos rasgos, el reconocimiento de la Constitución del 91, otro, así como la hostilidad continua contra Uribe y su gobierno, el apoyo (velado y como distraído en el caso de los más cínicos, de los que pretenden ser tomados como ajenos a la industria del secuestro) a los atropellos judiciales (es decir, a "la justicia", en su jerga), el antiamericanismo disfrazado de odio a Bush, etc.

Casi da pereza volver a explicar que los medios de comunicación obedecen a los intereses de sus dueños y que quienes cuentan con tribunas privilegiadas son aquellos cuyas opiniones más convienen a esos intereses. Columnistas que parecían imprescindibles y capaces de influir decisivamente en la política pasaron al anonimato tras una decisión de los directores (como Fernando Garavito, Antonio Morales, Hernando Gómez Buendía o Claudia López).

En cambio, nadie debería creer que entiende nada de Colombia sin visitar de vez en cuando las hemerotecas: uno por uno esos columnistas mayoritarios eran los mismos que presionaban a Pastrana para que premiara a las FARC y se indignaban con cada masacre, que mostraba lo bárbaro que era el país y lo urgente que era aplicar la agenda que se iba acordando en el Caguán. Se trata de la misma labor de los terroristas, esta vez encargada a tinterillos hábiles para cuyos escritos se cometían las masacres: no faltaría más sino no tener argumentos para conmover a los duros de corazón y arrastrarlos al bando de la paz.

Bueno, ahí tenemos el rasgo principal de esos columnistas: para ellos no hay ninguna explicación histórica de la existencia de las guerrillas que tenga que ver con intelectuales, universidades, grupos de poder, linajes presidenciales, etc. Si no fueran repulsivos embaucadores dirían directamente que las FARC llegaron de la luna, aunque poco les falta para decir que surgieron de tribus desconocidas de las selvas.

Hay uno de esos columnistas con el que NUNCA discute ninguno, que ejerce una clara autoridad sobre los demás por el pedigrí de su relación con las FARC (su padre, asesinado en los ochenta, era un importante líder del partido creado por esa guerrilla para que sacara provecho de las entonces pujantes industrias del secuestro y del tráfico de cocaína). Se trata del escritor Héctor Abad Faciolince.

Desde su tribuna en El Espectador, Abad alentó la unión de Fajardo con Mockus, y promovió con su llamativa prosa la ola verde. No está de más recordar que también fue uno de los que más claramente mostró el sentido del mockusianismo como expresión de la clase de gente que en 2006 promovió a Carlos Gaviria y que de algún modo se siente agraviada por el avance de la Seguridad Democrática:
Tiene razón Plinio en su columna de El Tiempo: esta es parte de la herencia de Uribe, ocho años después del cheque en blanco que le firmamos para que se gastara la mayor tajada del presupuesto en balas, granadas, helicópteros y fusiles.
No hay el menor pudor en aprovechar un escrito que advierte sobre la persistencia del terrorismo para hacer del arquetípico heredero del comunismo criollo el representante de las víctimas de los socios de su padre. ¡Abad le firmó un cheque en blanco a Uribe! Pero ¿cuál es el sentido de esa perla "mockusiana"? Exactamente lo mismo que decía el PCC en 2003, cuando sus militantes salieron a fanfarronear por la masacre de El Nogal: no hay que gastarse en la guerra el dinero de la educación. Al menos Abad muestra algo de sinceridad, algo que no está al alcance de los demás canallas.

En general es una constante: todos los días los columnistas fueron hostiles a Uribe y a la Seguridad Democrática porque esa disposición dañó la negociación política gracias a la cual esperaban hacerse embajadores o ministros vitalicios. La ola verde fue sólo el engendro con que intentaron legitimar su juego. Aunque una vez resultó evidente que no podrían ganar las elecciones volvieron a decir con claridad qué es lo que buscan. Por ejemplo, otro mentor de la campaña de Mockus, Salomón Kalmanovitz:
En aras de la discusión propongo los siguientes temas:

1. Justicia y reparación a las víctimas del conflicto; superación negociada de la guerra que nos atrasa y barbariza. Incluye devolución de las tierras robadas a los desplazados y reforma agraria con base en latifundios en manos de narcotraficantes; llevar jueces y los servicios del Estado al campo. Consolidar la legalidad en el campo colombiano.
No hay el menor asomo de ironía cuando usa términos como "legalidad": ¿qué es lo que hay que solucionar negociando? Sólo el reconocimiento y premio a las guerrillas por sus diversas proezas, pues ¿no es todo tan legítimo como lo que hace el Estado persiguiéndolas? Pues no, mientras que las guerrillas acercan la superación negociada de la barbarie (sin pruebas de esa barbarie superable tampoco habría nada que negociar), el gobierno se gasta en armas el dinero de la salud. Y hay que insistir en que no hay la menor ironía: episodios como el de Plazas Vega demuestran que la legalidad que reina en Colombia es el puro dominio de los criminales.

Es odioso estar siempre repitiendo lo mismo, pero ¿qué hacer si un pariente lleva una mancha de mierda en la cara y no quiere mirarse al espejo? Los crímenes son el negocio de Abad y Kalmanovitz y demás próceres, los pobres niños rústicos, los exaltados y los gángsteres que administran la planta de producción son sólo peones. Cuando esta última afirmación escandaliza a un colombiano es porque éste secretamente piensa que quien encarga asesinatos es menos criminal que quien los comete. El crimen es ser feo, pobre, ordinario, con uñas sucias y mellas en la dentadura, indio o negro o mestizo... Los grandes intelectuales están por encima del crimen, o, dicho en otras palabras, "no hay ideas criminales en la academia".

Hasta ahí todo seguía un guión previsible, sólo que la victoria abrumadora de Santos le abrió el camino a una nueva esperanza. Sobre todo después de que el presidente electo usara un tono conciliador e invitara a la oposición a dialogar. Así, poco antes de la elección, para Abad
El triunfo de Santos, de los sectores más corruptos y retardatarios del país y de las viejas clientelas políticas, será la continuación de nuestra tragedia. Ya se anuncia, además, el desmonte de algunos logros de la Constitución. Si un militar, aliado con paramilitares, decapita un niño en San José de Apartadó (como ya ha ocurrido), el militar será absuelto por la injusticia penal militar. Ocurrirán otras cosas nefastas: en pocos días adjudicarán a la familia Santos, aliada con una familia de franquistas de España, un nuevo canal de televisión del que es socio el actual vicepresidente (con una acción, sí, pero que vale varios millones de dólares). Así Colombia entrará en una era berlusconiana en la que el Presidente será también el dueño casi total de la información televisiva, con dos o tres canales a su servicio.

[...]
Es probable que dentro de ocho días ganen la mentira (no aumentaré los impuestos), la picardía (la falsa voz de Uribe), los falsos positivos (muchachos asesinados a sangre fría y presentados como guerrilleros muertos en combate), la clientela de los contratos estatales y de los canales de televisión. Es probable. Pero los que no estamos de acuerdo con este estado de cosas, los colombianos a quienes nos repugna la violencia y la corrupción, tenemos que demostrar, por lo menos, que somos varios millones y que no nos dejamos hundir ni amedrentar. Que sabremos esperar.
Parece que la prosa del Tucídides criollo se obstina en negarse a sí misma. Bastaron dos semanas para que mostrara que no sabrían esperar:
Lo que está ocurriendo es de verdad interesante y ya se entiende bien por qué Uribe prefería a Uribito.

[...]

Enigma: Eduardo Santos fue del ala derecha del Partido Liberal, pero durante la guerra civil española estuvo siempre a favor de la República, contra los franquistas.

Y la lambonería es tan patética que los Santos pasan en dos semanas de ser aliados de los franquistas a enemigos, mientras que para la clase intelectual colombiana queda profundamente establecida la identidad entre el uribismo y el franquismo: tal es la cultura del país, tal es la gentuza que ejerce la docencia y se presenta como sabia.

La asociación es disparatada: Franco es un golpista que fracasa y necesita varios años de guerra y el apoyo de regímenes criminales para ganar su guerra, Uribe es un líder democrático que gana dos elecciones por mayoría absoluta en la primera vuelta. Franco destruyó a los partidos hostiles, mientras que con Uribe el segundo puesto más importante del país lo tienen los opositores del gobierno. Franco estableció una dictadura, con miles de asesinatos de opositores, mientras que Uribe mejoró la seguridad de todos, incluidos los opositores.

La comparación con los pactos de La Moncloa es igualmente obscena: se trataba de salir de una dictadura, mientras que ahora se trata de continuar una democracia. El Partido Comunista aspiraba a operar legalmente y a cambio de eso reconocía el sistema político y las autoridades existentes, mientras que en Colombia la oposición es legal, y en ningún país de Europa lo sería dados sus nexos evidentes con organizaciones terroristas, manifiestos en los líos de la dirigente liberal Piedad Córdoba y en la hegemonía del Partido Comunista, que apoya abiertamente a las FARC, dentro del Polo Democrático.

La información de Abad es la de una persona grosera e ignorante. Es rotundamente falso que Santiago Carrillo "traicionara" a los comunistas españoles para negociar, pues ese partido fugitivo y fracasado había propuesto desde 1956 la "reconciliación nacional", y los pactos de La Moncloa no contaron con oposición interna.

Pero la mención de ese líder comunista es de extrema actualidad porque la "bigornia", el gremio de los columnistas, es decir, los poderes fácticos que les pagan, pretenden que el juez Baltasar Garzón, procesado en España por prevaricar, podría tener algún papel en sumarios relacionados con Colombia. Bueno, al coronel Plazas Vega lo condenan sin pruebas, por la supuesta desaparición de unas personas cuya identidad no se investiga con los recursos existentes hoy en día, pero a Carrillo nadie lo procesa por miles de asesinatos cometidos contra personas completamente inocentes (es decir, que no tenían relación con el alzamiento de Franco), desarmadas e indefensas en un caso que justificaría mil veces más la calificación de "crimen de lesa humanidad", respecto del cual hay muchísimas pruebas.

Es porque en España se acordó el perdón tanto de los crímenes del franquismo como de los crímenes de los comunistas y demás revolucionarios en la zona republicana. En Colombia se persigue por crímenes inexistentes a quienes impidieron el dominio total de las organizaciones terroristas, y es porque en realidad en Colombia se vive bajo la dictadura de esas bandas, dueñas en gran medida del Estado.

Acerca de la "unidad nacional" de Santos, es difícil no quedar perplejos ante las reacciones que suscita: ¿por qué no va el presidente electo a buscar el máximo reconocimiento y la mínima oposición? Tendría que ser tonto. No es verdad que cambie en eso respecto de Uribe, quien dio embajadas a Serpa, Pastrana y Sanín, y si no cedió a despejar Pradera y Florida, como le pidieron cuatro ex presidentes, aparte de casi todos los columnistas asociados, fue porque eso equivaldría a anular el sentido de su gobierno.

Pero en realidad se trata de otra cosa: los columnistas pretenden torcer el sentido del gobierno de Santos para aislar el uribismo y promover una mayoría "centrista". De ese modo paradójico, o mejor dicho, desvergonzado, como todo lo que sale de esos miserables, son ellos quienes ganan las elecciones, y el gobierno reconocido en todas las encuestas por más del 70 % de quienes contestan y refrendado en las urnas por el 70 % de los votantes el que resulta deslegitimado.

No es imposible que Santos busque el consenso con todos esos centristas y pretenda aislar el uribismo. Puede que las expectativas de prosperidad lo hagan pensar que podrá dejar a Uribe como el protagonista de una época angustiosa, y aun como un incómodo precursor. No es imposible, pero sí muy poco probable: aun si su vanidad fuera tal que quisiera prescindir del espíritu con que fue elegido, su inteligencia no es tan escasa como para preferir a fracasados como los dirigentes del Partido Liberal, cuyas relaciones con Chávez están por esclarecer, o como los cínicos columnistas, verdaderos portavoces de los poderes fácticos que están detrás de las bandas terroristas, y enemistarse con quien sigue contando con la aprobación de la inmensa mayoría de los colombianos.

Es decir, la única esperanza que tiene Santos de salir airoso de su mandato y aspirar a ser reelegido es la alianza con Uribe, mientras que éste podría promover a otro candidato para 2014, y ganar, en caso de que se sintiera traicionado por Santos. El presidente es Santos, pero el mandato es uribista, y el presidente electo es lo bastante convencional para no pretender hacer de aprendiz de brujo confiado en los votos de Rafael Pardo y en la lealtad de William Ospina.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 30 de junio de 2010.)