miércoles, octubre 29, 2008

Las falacias de Carlos Gaviria sobre el delito político

Publicado en el blog Desenlace sin fin el 21/08/07
En su edición del sábado 18 de agosto El Tiempo publica un artículo de Carlos Gaviria que vale la pena analizar porque cada frase de ese escrito es una falacia criminal, pero encuentra terreno abonado en la tradición ideológica colombiana. Veamos la entradilla:

”El mensaje es que defender al Gobierno por medios atroces merece beneficios.”¿Quién defendía al gobierno? Si uno mira el origen de las AUC, por ejemplo los Castaño Gil, se trataba de una familia de narcotraficantes que rivalizaba en el negocio con el Partido Comunista, luego promotor de Carlos Gaviria. ¿Qué se está diciendo dándolo por sobreentendido? Que como el PCC traficaba con drogas, secuestraba gente y mataba soldados para destruir el régimen político quienes les estorbaran en esas actividades eran todos por un igual defensores del régimen político. Al Capone se enfrenta a la policía, y en cuanto probable rival en algún momento, Lucky Luciano es el representante de la policía. Es la lógica implícita y a todas horas presente en la retórica del entorno PDA-FARC. Veamos la primera frase del texto:

El tratamiento más benigno del delito político, en contraste con el delito común, es corolario de la filosofía liberal que reconoce el derecho a disentir pero reprocha el uso de las armas como un medio ilegítimo para ejercerlo.
Lo primero es completamente falso: ¿qué filosofía liberal va a considerar lícito destruir las instituciones aceptadas por la gente? La legitimación de la violencia política forma parte del acervo del fascismo, en cuya retórica se llamaba “violencia caballeresca”. Pero ¿qué dice la frase? Que la filosofía liberal “reprocha” el uso de las armas. “Es ilegítimo, luego se trata con benignidad”. “Te reprocho tu conducta, luego te perdono la mitad de lo que me debes”. Sólo en un país de contrahechos morales puede hacer carrera una retórica semejante. Pero ¿qué clase de levantamiento armado es la guerrilla colombiana? Ya lo veremos. Sigue Carlos Gaviria:

Esa tradición occidental, que tiene en la revolución francesa un hito inocultable, contradijo la mentalidad prevalente hasta entonces, defensora del derecho divino de los reyes y aun de la naturaleza divina de los gobernantes, que juzgaba el atentar contra lo que ellos encarnaban el más grave hecho pensable. El crimen majestatis (crimen de lesa majestad) fue su producto inevadible.
¿Puede concebirse un cínico mayor? El levantamiento de la Revolución francesa se autojustificó en el hecho de que pretendía encarnar la voluntad de los ciudadanos contra un régimen que no la tenía en cuenta. El de las FARC y el ELN lo es para suprimir esa voluntad, para imponer un régimen como el cubano, sin elecciones. Aquí la justificación es al revés: Si se dice “Fulanito tenía hambre, por eso robó un pan” el juez entiende que el hambre es atenuante, por eso alguien que se roba todo el pan para matar a la gente de hambre merece el mismo trato benigno. ¡Qué cínico! Nótese la adjetivación que sigue:

Esa impecable línea doctrinaria fue recogida por el constitucionalismo colombiano y respetada aun por las constituciones de cuño conservador, como la de 1886, que al reimplantar la pena de muerte, abolida en la de 1863, excluyó de ese castigo a los responsables de delitos políticos.
En un artículo reciente, Salomón Kalmanovitz explica cómo de lo que se trataba era del constitucionalismo medieval y de la posibilidad de pasarse las leyes por la faja por parte de quienes concentraban el poder. En un post reciente intenté explicar de qué modo de lo que se trata es de garantizar la inmunidad de los poderosos que mandan a su ganado a matarse. Pero el sentido se entiende mejor en la frase siguiente. ¡”Impecable” el retrato de un criminal dicharachero! Sigue Carlos Gaviria:

Con el proceso de sacralización de la democracia que vienen predicando e imponiendo Europa y Estados Unidos, la supresión de esa categoría de delitos se ha convertido en doctrina que recogen sin crítica ni pudor quienes desde este mundo (¿el tercero?) al que pertenece nuestro país, proclaman que vivimos en una democracia cabal y que pretender cambiar (por la vía armada) este estado de cosas equivale a desconocer el contrato social (¡) que hemos suscrito (¡ah!, la utilidad pragmática de las ficciones), y que esa transgresión merece el más drástico reproche por parte de la ley penal.
¿Se entiende bien? La Colombia del siglo XIX defendía valores liberales (como las FARC), la Europa del siglo XXI, el derecho divino de los gobernantes. Y la democracia es imperfecta, por eso, es lo que se infiere, es lícito tratar de reemplazarla por la tiranía. La indigencia intelectual que reina en Colombia impide ver a estos desalmados como almas en pena de la Colonia. Después:

No deja de sorprender que el reclamo de un mayor castigo para los delitos políticos recupere -desde luego, sin confesarlo- la tesis autoritaria y regresiva derivada de la ‘naturaleza divina del gobernante’ y el derecho divino de los reyes.
¿Se entiende la oposición justa? De un lado el ejemplo estadounidense y europeo de castigar los intentos de implantar la tiranía se convierten en el derecho divino de los reyes, del otro, el intento de imposición de una dinastía como la norcoreana o la cubana, un elemento liberal y liberador. ¿Qué tiene que ver el derecho a elegir a los gobernantes con el derecho divino de los reyes? Nada, una mentira típica con la que tratan de mantener la promesa de impunidad para los tristes niños y rústicos que les cuidan a los rehenes. Y de paso a la clientela de profesores universitarios y demás de la certeza de encarnar el futuro promisorio de la humanidad. Para que un miserable embaucador como éste haya sido magistrado hace falta un país de criminales. Después:

Este nuevo modo de pensar, que desde luego no es invención de Uribe, viene abriéndose paso en la práctica ‘legislativa’ y en la jurisprudencia de nuestro país, amparada por formas de pensamiento que germinaron en ‘otro mundo’ (¿el primero?) y se trasplantaron aquí sin reserva.
¿Queda claro? Colombia no está madura para la democracia, en “otro mundo” se considera que tratar de despojar a la gente por el terror del derecho a elegir el gobierno es un crimen, Colombia es el tercer mundo, otra realidad, en la que todo eso es lícito porque todavía no hay bienestar como en Suiza sino más bien miseria como en Cuba. Claro que precisamente en Suiza hay bienestar porque está deslegitimado hacer carrera política matando gente (que es lo que han hecho todos los dirigentes del PDA, tanto en el M-19 como en el PCC). Pero no importa, la diferente realidad legitima el asesinato, obvio, ¿quién osará ponerlo en duda? Después:

Dos jalones, entre muchos, ilustran lo dicho: el decreto extraordinario 1923 de 1978, tristemente recordado como Estatuto de Seguridad, y la sentencia C456 de 1997 de la Corte Constitucional, de la que disentí en la compañía grata y honrosa de Alejandro Martínez Caballero. En el primero, la pena para el delito de rebelión, que era de 6 meses a 4 años de prisión, se cambió en presidio de 4 a 14 años, igualándola a la que existía para el delito de homicidio. Y en la segunda se abolió la conexidad del delito político con el homicidio y las lesiones producidas en combate, que en adelante se penalizarían como delitos autónomos (el terrorismo y los delitos atroces, incluido el secuestro, han sido siempre excluidos de la conexidad).
Sobre el citado salvamento de voto recomiendo este post. Gaviria protesta porque el homicidio no sea impune (le parece altruista), por eso la mención a los delitos atroces. Sigue:

El actual gobierno ha sido abanderado, por labios del Presidente y algunos de sus más sobresalientes voceros, de la tesis que propugna la abolición del delito político como categoría penal acreedora de tratamiento más benigno, pues así lo exigen la práctica y la teoría democrática. Hasta allí nada grave que objetar. Solo que hay quienes, con razones, discrepamos de tal tesis: al fin y al cabo, se trata de una postura de filosofía política y de política criminal.
Al fin una verdad: se trata de política criminal, o mejor dicho, de crimen político. La “filosofía política” es el nombre adornado que le ponen a su comunión de intereses con las FARC y a la defensa de su impunidad (solución política negociada) y del premio de sus crímenes (los “atroces” se los achacarán a los más rústicos y pobres, los ministerios serían para los amigos de Gaviria). Pero en un país de criminales no sorprende que “filosofía política” sea el nombre de esos intereses. Después:

Pero hay algo que sí es grave y preocupante: cuando en un debate el interlocutor, despreciando las leyes de la lógica, incurre en contradicción mayúscula, su discurso queda deslegitimado.
Se trata de una grave torpeza del gobierno, que busca un recurso leguleyo para facilitar la desmovilización de las AUC. Lo interesante es el manejo retórico de Gaviria, para quien todas esas bellezas de la rebelión política contra la democracia merecen impunidad. Supongamos unas tropas ilegales que efectivamente defendieran el régimen político (las urnas) ¡serían más punibles que el servicio doméstico armado del combo de Carlos Gaviria, porque el delito político se aplica a quienes se levantan contra el orden establecido! Hay que entenderlo: la perversidad criminal de todo eso compromete al mundo que ha permitido que crezcan monstruos semejantes, a toda la Colombia del siglo XX. Hasta la madre debería haber previsto que daría a luz a un criminal, es tan repugnante la mentira implícita. Sigue:

Juzguen los lectores. Según el discurso oficial, el delito político, por las ventajas que comporta, debe desaparecer de una democracia como la nuestra. Pero hay que enrevesarlo, preservando sus beneficios, para imputárselo a quienes no lo han cometido: los que se alzaron en armas, no para cambiar el régimen constitucional (que en eso consiste el delito político en su forma más característica), sino para defenderlo, a ciencia y paciencia de los gobernantes de turno o hasta convocados por ellos.
Como ya he explicado, algo así es una acusación contra toda la sociedad colombiana. En una región las guerrillas comunistas imponen su régimen de terror, pero eso se considera altruista y debe quedar impune, caso de fracasar. Pero oponerse a eso no debe quedar impune, pues el derecho, que ha sido suprimido ahí, excluye de la impunidad a quienes no estén contra el gobierno. No, no es este fósil esclavista, son los demás colombianos que leen eso y no vomitan. Concluye Carlos Gaviria:

En el fondo, el mensaje implícito es preocupante: defender un gobierno como el actual (transgresor habilidoso de la Carta) debería ser delictuoso. Pero si se hace (además) por medios criminales atroces, merece el reconocimiento de beneficios.
¡Pero si se trata siempre de crímenes cometidos antes de este gobierno! ¿Qué tiene que ver defender a un gobierno como el actual? ¿Por qué medios no delictuosos se podrían defender los ciudadanos de la imposición de las FARC o el ELN? Es sencillo: secuestrar gente, cobrar vacunas, tirar cilindros, etc., es legal porque hay magistrados promoviéndolo. Tratar de impedirlo sin el uniforme que autoriza a ser asesinado es un crimen porque el ganadero o el finquero no tienen tanta labia. Colombia tiene que cambiar, tiene que comprender que los criminales ni siquiera son esos niños de la selva sino los embaucadores como este personaje.

domingo, octubre 26, 2008

La fuente de toda retención

Publicado en Atrabilioso, 28/8/2007

Quien lee los escritos que se publican en Colombia, particularmente los relacionados con política, se encuentra con una constante: el engaño. La mentira interesada. La manipulación de datos y cifras para conducir al lector a conclusiones bien distintas a la realidad pero que interesan a los autores. Un espécimen característico es la columnista María Jimena Duzán, en cuyo mundo Colombia sin Uribe es un país magnífico, tal vez lo sea para ella, tal vez tenga razón en el sentido de que sin Uribe la guerra civil sería una realidad para sus lectores y se terminaría resolviendo con la derrota de uno de los bandos y no se mantendría la situación actual en la que el Estado sigue financiando a los que promueven el asesinato de soldados y policías, como ocurre en la Universidad Nacional. Otro estafador característico es Antonio Caballero, según el cual el conflicto político requiere una solución política, cosa que se traduce en premio de las masacres. Yo también creo que hace falta una solución política, una constituyente que plantee una sociedad liberal y no la entelequia totalitaria de 1991.

Pero las posibilidades y el sentido de ese engaño son todavía más interesantes que el hecho mismo de que se mienta. Desde hace mucho tiempo me llama la atención el hecho de que los innumerables partidarios de la guerrilla pretendan convencer a los colombianos (que conocen a personas secuestradas o ven cada día a los desplazados) de que deben seguir la opinión de los europeos, a quienes todo eso los afecta muy poco. ¿Cómo se atreven? Mejor: ¿por qué se atreven a eso? Yo creo que es porque los demás colombianos desean ante todo coincidir con los europeos, cuya "superioridad" reconocen. Son términos racistas, pero hay algo más llamativo: es sencillamente inimaginable un colombiano o colombiana con estudios en ciencias sociales, literatura, arte, filosofía, etc. que llegue a pensar en las sociedades europeas como decadentes y en la estadounidense como vigorosa y formidable.

¿Cuántas veces no habré leído quejas doloridas por la aparente simpatía de los europeos por las FARC? Con lo agradable que sería que los descendientes de esos admirables ciudadanos que se mataron por decenas de millones dos veces en el siglo XX y participaron en infinitas monstruosidades comprendieran que secuestrar gente no está bien. O reclutar niños, o destruir pueblos con cilindros o imponer un orden a punta de asesinatos... El que crea que Colombia tiene una entraña sana sólo tiene que pensar en esos lamentos para desengañarse.

Ciertamente, la mayoría de los europeos no tienen ningún interés en lo que pase con las guerrillas, los que lo tienen son aquellos que simpatizan con ellas. Por una parte, los criminales de todo tipo despiertan la simpatía de millones de personas, cuyos deseos ocultos llevan a cabo, si aceptamos la idea de los freudianos. Eso explica el éxito de muchas películas de gángsters, piratas, etc. Por otra parte, las corrientes colectivistas-estatistas tienen un enorme arraigo en muchos países, por lo que hay millones de personas que fácilmente encuentran justificable un movimiento comunista que acabe con la "injusticia social" multiplicando la pobreza y sumiendo a la región en el atraso. A esos nostálgicos de la revolución lo que ocurre en Colombia los llena de ilusión: a lo mejor renace la esperanza y llega la hora de vengar todas sus envidias, complejos y resentimientos.

Pero lo decisivo es un tercer factor: el antiamericanismo. La guerra en Colombia se puede representar como un enfrentamiento entre los amigos de EE UU y los que esperan sacudirse ese yugo "imperialista". Ese aspecto es menos ideológico o fantasioso de lo que se cree. Si triunfaran las FARC, cosa que es mucho más probable de lo que la gente cree, los contratos de explotación de yacimientos mineros de todo tipo se harían con empresas europeas y no con las estadounidenses. La "ingenuidad" de los europeos, pongamos de los franceses, no los llevó a defender por "romanticismo" que se exigiera a criminales como Mobutu respeto a los derechos humanos, o a que se investiguen las circunstancias del genocidio de Ruanda, cometidos por una tropa armada y entrenada por funcionarios franceses.

De algún modo la guerra en Colombia se parece mucho a la que tiene lugar en Irak. De una parte un gobierno elegido en las urnas que cuenta con apoyo estadounidense, del otro una "insurgencia" dedicada a masacrar a sus conciudadanos con el aplauso de los antiamericanos de todo el mundo. La circunstancia particular, colombiana de todo eso es que los "ingenuos", "idealistas" y "románticos" colombianos esperan que los europeos, que no tienen nada que perder siendo cómplices de la guerrilla, les resuelvan el problema mientras que ellos miran para otro lado al tiempo que casi todos los columnistas claman por el premio de las masacres, promueven el secuestro humanitario, hacen campaña por los candidatos claramente afines al proyecto de las FARC...

Ese lamento por la complicidad de los europeos se nos presenta como una forma de mirar para otro lado y eludir cualquier responsabilidad: es más fácil condenar o criticar a una gente que vive en países remotos y no vive dedicada a oprimir a los colombianos que hacer frente al pariente, al superior social, al amigo influyente que claramente está colaborando con el proyecto de las FARC.

Pero es peor: en Europa apoyan las "insurgencias" colombiana e iraquí los colectivistas-estatistas antiamericanos, predominantes entre la opinión que se interesa por esas cosas. Toda la desgracia colombiana es precisamente que los colectivistas-estatistas antiamericanos predominan entre la opinión instruida y participativa. La condena de las guerrillas por parte de esas personas es un malentendido o la manifestación de algún prejuicio estúpido. Las guerrillas representan esas corrientes profundas de la sociedad y son la base del proyecto de poder de los diversos grupos comunistas. Fue del poder guerrillero de donde salió la hegemonía comunista en el sindicalismo estatal y de esa hegemonía de donde surgió la clientela que provee votos al PDA. Si no fueran el principal activo del proyecto del PDA hace tiempo que este partido les habría pedido su desmovilización y no estaría bregando por el premio de sus crímenes.

Es fácil demostrar el carácter representativo de las guerrillas. El pasado 17 de agosto apareció en El Tiempo un editorial comentando las masacres cometidas durante esa semana en Irak. Los redactores no ocultan la satisfacción que les produce el fracaso de Bush, el que tenga alguna duda puede leer con atención ese editorial y ver si no se deduce que debido al asesinato de unos centenares de iraquíes los "insurgentes" pueden reclamar una victoria y EE UU ha perdido. ¿Qué ha perdido? El que quiera puede rastrear en las columnas de toda la prensa o en los editoriales de ese periódico el apoyo a los terroristas. Siempre está claro que el régimen que antes mató a un millón de personas en las cárceles y ahora lleva a varias decenas de miles mediante bombas tenía una legitimidad mayor que el que ha salido de las urnas y que esos asesinatos se pueden considerar derrotas estadounidenses, es decir, victorias de quienes pretenden destruir al gobierno elegido.

No sólo ese editorial, casi todos los comentarios iban en la misma dirección. El que los columnistas con ocasión de la masacre de Bojayá pretendieran cobrarla en forma de exigencia de rendición ante las FARC es completamente normal. Quien lea ese editorial y los comentarios podrá entender por qué los europeos sacan conclusiones parecidas sobre Colombia. Bueno, de hecho la mayoría de los columnistas están en la misma tarea: cada vez que los narcoterroristas cometen una atrocidad eso se vuelve prueba de que sí hay conflicto, y como el hecho de que haya "conflicto" exige una solución política, sencillamente las atrocidades de la guerrilla resultan legítimas y recomendables para encontrar esa solución.

Las masacres de esa semana en Irak ante todo evidencian que los terroristas no pueden cometer algo así en las grandes ciudades ni contra un grupo significativo de musulmanes. Tenía que ser en una zona apartada y contra unos primitivos descendientes del zoroastrismo. La tendencia en Irak es al retroceso de la "insurgencia", sin duda porque la población iraquí la rechaza. En Colombia no ocurre nada parecido, es muy probable que el candidato de las FARC llegue a ocupar la alcaldía de Bogotá. Es muy probable incluso que la campaña electoral esté acompañada de atentados terroristas como los de Transmilenio en 2006.

Y yo creo que para oponerse a eso habría por empezar por considerar inadmisible que el asesinato de ciudadanos indefensos sea una forma tolerable de hacer la guerra, o de legitimar al amigo y émulo de Chávez (cuyo régimen fue de una crueldad difícilmente imaginable para los colombianos, pero en cambio muy probable cuando lleguen al poder las FARC en alianza con la poderosa facción que la representa en el mundo electoral y con el poderoso elemento de presión que representa Chávez). Pero hablar de eso es como arar en el mar: los colombianos esperan por una parte que los odiados estadounidenses los ayuden a combatir a las FARC al tiempo que toleran a sus socios como profesores de sus hijos y votan por ellos.

Y así es previsible no tanto que la guerra dure todo este siglo, sino que sus víctimas serán cientos de veces más que las que han sido. Realmente la mayoría de los colombianos no han resuelto si quieren la derrota de las FARC, sino que fácilmente colaborarían con ellas si encontraran algún provecho. Y entre las clases poderosas el apoyo y aún el estímulo son claros y resueltos, como se ve en ese editorial.

viernes, octubre 24, 2008

Genealogía de cierta filantropía

Publicado en Atrabilioso el 18/07/07

La guerrilla existe en Colombia porque en amplios sectores de las clases altas floreció durante varias décadas el ideal de una sociedad como la cubana, que a la vez es la que más notoriamente encarna valores atávicos del viejo orden colonial: la esclavitud fue abolida varias décadas después que en el resto del continente y la independencia relativa sólo se alcanzó un siglo después. Durante ese siglo la jerarquía racial que subyace al orden social latinoamericano era mucho más marcada: los verdaderos poderosos eran los que tenían que ver con la península y en últimas con la Corte. La sociedad del castrismo mantiene todas esas diferencias sociales y en lugar de la camarilla que mantenía palancas en la Corte reina la de sus descendientes, que mantiene palancas en la nomenklatura y el entorno del tirano.

Esa facción de los ricos colombianos se conoce como "la izquierda" y últimamente como "la izquierda democrática" y su conducta respecto a la guerrilla, por cuyo triunfo trabaja, reproduce esas mismas características de jerarquía social. Resumiendo un poco se podría decir que Madame Lagauche, una dama pretenciosa y grotesca, sintió el anhelo de conjurarse para ganar protagonismo y para eso contrató un servicio doméstico cuya compañía no podía soportar sin maldecir la ordinariez de su medio. Ni siquiera le llamó la atención que las muchachas se llamaran Yersinia y Variola. Años después, ya envejecida y frustrada, en ciertos momentos de tristeza y aburrimiento, Madame Lagauche se preguntaba si era eso lo que había querido.

Pero Madame Lagauche era la heredera del prestigio de las estirpes dueñas de Colombia durante siglos, por eso su voz seguía impresionando y quienes la criticaban no podían ocultar el temor y la secreta admiración. De ahí que no le fuera difícil laborar de consuno con Yersinia y Variola sin que los de abajo se dieran cuenta o se atrevieran a establecer la relación. Esas malas muchachas hacían de las suyas y la gran dama socorría a las víctimas y propugnaba por ideales bellos y sentimientos amables, sin que los súbditos dijeran nada.

Los testimonios eran numerosos: a Yersinia y Variola se les reconocía la nobleza de querer matar a todos y no sólo a unos pocos ricos, según imponía Madame Lagauche por lo que era necesario darles reconocimiento y ceder en lo posible a sus pretensiones, lógicamente gratas para Madame Lagauche, pero sin que los demás establecieran ninguna relación. También se reconocía su poder como medio para imponer la justicia, según un PhD en economía que enseñaba en la universidad de los ricos.

Pero el mejor era el deseo de reducir el sufrimiento de la operación, ideal que siempre acompañó a las proclamas de las muchachas. La infinidad de agentes de Madame Lagauche proponían con la mejor cara de yo no fui el deber de proteger a los desarmados para que Yersinia y Variola sólo afectaran a los armados que los podrían defender, y ese prodigio conceptual (la legalización del asesinato encubierta como ilegalidad de algunos asesinatos) se consideraba la mayor obviedad "humanitaria".

Es que con el tiempo a Madame Lagauche se le olvidó que esa dulce propuesta había corrido primero por cuenta de Yersinia y Variola: cierto escritor muy relacionado con ellas lo declaró en un panegírico de un patricio muy amigo de Madame Lagauche:

En los años 80 otra vez se cruzaron el ex-mandatario y el Eln. Los 'elenos' se habían reorganizado y fortalecido y habían iniciado una campaña por la aplicación del derecho internacional humanitario.Hablaban de la necesidad de hacer un acuerdo para la humanización de la guerra. En estas lides le enviaron una carta a López. El dirigente liberal no la respondió de manera directa, pero asumió el reto de buscar la aprobación por parte del Estado colombiano del protocolo dos de los Tratados de Ginebra, que contiene estas normas humanitarias.

El hermoso gesto humanitario era, como bien lo dice el escritor, una manifestación de la fuerza de los voladores de oleoductos que pronto dejarían una gran enseñanza en Machuca, corregimiento de Segovia, un pueblo de Antioquia. Pero las víctimas seguían mirando para otro lado, convencidas de que Yersinia y Variola eran lo contrario de Madame Lagauche a pesar de que pretendían lo mismo y decían lo mismo. ¿Cómo iban a establecer alguna relación entre lo que ellos querían ser y lo que querían dejar de ser?

En Colombia los asesinatos seguirán mientras no haya un rechazo resuelto a las falacias de los socios de la guerrilla. Pero ese rechazo no es nada fácil porque el fenómeno del comunismo armado y sus proyecciones entre los ricos no es el resultado de una infección exterior sino precisamente la resistencia del orden de siempre, de los doctores en economía y los sacerdotes jesuitas y las familias presidenciales, a la tranformación que llega de fuera.Y Yersinia y Variola seguirán reinando junto con su patrona porque la infección es inadvertida para quienes no conocen la profilaxis. Y es que ésta implica un cambio de las costumbres bastante difícil de asumir.

(Yersinia y Variola son los nombres de la peste y la viruela)