martes, marzo 24, 2009

¿Cambiará Cuba?

Es lo que todo el mundo se pregunta hoy y lo que en medio de la incertidumbre vale la pena evaluar. Yo creo que en el corto plazo no se verán grandes cambios, y trataré de explicar por qué.

El elemento decisivo es la cohesión de la casta dirigente: sobre todo a partir del triunfo de Chávez, los que tienen acceso a los favores del Estado se aferran a ellos exhibiendo el máximo de lealtad al régimen: son funcionarios de una especie de imperio revolucionario. En realidad siempre fue así, pues la participación del régimen en la guerra fría significaba que las ayudas soviéticas resolvían todos los problemas de manutención de esa casta.

En contraste, las mayorías hambrientas están conformadas por negros y mulatos y gente de las provincias, y siempre han tenido muy poca capacidad de organización, participación política, acceso a la información y demás elementos que podrían ofrecer canales a la expresión de su descontento.

Eso lleva sin remedio a la naturaleza del régimen: lejos de lo que se piensa, exactamente igual que en Rusia, el totalitarismo se pudo imponer porque contaba con una amplia tradición. Desde el comienzo del periodo colonial, Cuba siempre fue un país rico que estaba en medio de los flujos comerciales entre Nueva España (el actual México), Centroamérica y España. Fue uno de los destinos preferidos del tráfico de esclavos y entre los países hispánicos de América el último en abolir la esclavitud. Tras la independencia —lograda hace ahora 110 años gracias a la intervención estadounidense—, al igual que ocurrió en el resto del continente, los descendientes de los blancos urbanos se repartieron los puestos en el Estado. El país se vio beneficiado con inversiones gigantescas, como la construcción del malecón y el puerto de La Habana.

El castrismo, tal como ocurre con Chávez, no es la negación de todas esas políticas sino su consumación. El dictador que permanece 49 años en el poder implanta un régimen en el que la jerarquía de la sociedad de siempre queda congelada y en el que el Estado ofrece protección a “todos”, particularmente a los que siempre se han aferrado a los puestos públicos. El régimen disfrutó durante mucho tiempo de una gran popularidad porque aquello que se repartía de lo expropiado a los estadounidenses y a los emigrados, así como los ingentes recursos soviéticos, permitían obtener bienes y rentas sin trabajar, sólo por participar del objetivo de la comunidad de acompañar al líder en su exhibición de dignidad.

Esa forma de vida, conocida como el “cubaneo” es la verdadera base del régimen, lo que impide un estallido popular, aparte de la represión de todo tipo y de los campos de concentración. Los regímenes totalitarios, exactamente igual que el de Sadam en Irak, dan empleo a mucha gente espiando y torturando a sus compatriotas, el sistema de terror se hace eficaz y la propaganda anula cualquier desavenencia. Pero el éxito económico sólo se da en esos regímenes en condiciones especiales, por ejemplo cuando hay arraigadas costumbres de laboriosidad (como en China). Lo normal es que la gente se acostumbre a las privaciones porque suele acceder a un mínimo y porque no se le exige demasiado esfuerzo.

De modo que ni los opresores aflojarán las cadenas ni los oprimidos se rebelarán en el corto plazo, sobre todo porque medio siglo de adoctrinamiento y aislamiento ha generado una tremenda unanimidad patriótica que amenaza al que discrepa y le exige una determinación sobrehumana (recuerdo a una de las madres de uno de los muchachos condenados a muerte por intentar huir del país secuestrando un barco: pedía que por nada del mundo se fuera a pensar que su hijo era un contrarrevolucionario. Hasta secuestrar gente parece menos grave que ser contrarrevolucionario). Baste pensar que la mayoría de los cubanos atribuye las dificultades que afrontan al embargo estadounidense, como si éste no fuera una medida casi obvia tras el despojo que practicó el régimen: si Castro despoja a los inversores estadounidenses, todo el mundo lo ve como un acto de justicia, dada la desigualdad de ingresos entre los cubanos y sus vecinos del norte. Pero si EE UU prohíbe a sus ciudadanos comerciar con ese régimen, eso es un crimen terrible: lo justo y correcto es dejarse robar y después ir a pedir excusas por haber dado lugar al robo.

Podría darse una apertura limitada del régimen, pero viéndolo bien no es fácil explicarse qué interés tendrían los herederos de Castro en dar oportunidades a sus enemigos siendo que de todos modos la mayoría muestra muy escasa disposición a oponerse. Puede que por un tiempo aumente la presión internacional, pero la expectación generada por la desaparición de Castro les dará un margen de maniobra que sin duda aprovecharán para afianzarse en el poder y buscar recursos entre los regímenes amigos (no sólo Venezuela sino también Irán y aun Rusia).

Algo que no debe considerarse es la posibilidad de que Cuba llegue a ser un régimen comunista cuya economía crece a buen ritmo gracias a que ofrece cierta libertad económica. Eso atentaría contra la base del régimen porque la prosperidad de los pequeños empresarios sería demasiado irresistible para la casta gobernante.

Ahora bien, en el medio plazo la relación con los cubanos exiliados tendrá que aumentar y la población de la isla tendrá que asimilarse al conjunto de la región. Pero para que llegue ese momento hace falta que se acabe el chavismo y que los miembros de la casta gobernante se sientan perdidos. Yo creo que hacen falta décadas, pero ciertamente me gustaría equivocarme.

Publicado en el blog Atrabilioso el 20 de febrero de 2008.