lunes, mayo 09, 2011

La previsible historia de la "universidad" o "guerrilla"

A definir la vida humana, sus condiciones y constantes, fue a lo que dedicó su labor filosófica José Ortega y Gasset. Puede que un pensador dedicado a la historia se planteara definir los rasgos de las sociedades humanas: tal como experimentamos nuestra vida personal como excepcionalmente compleja y singular, también las naciones pueden concebir su historia como un hecho completamente novedoso que no se puede interpretar con los datos de otras sociedades. El adolescente confundido que acude a la consulta de un psicólogo experimentado no puede imaginar que sus pensamientos y emociones son transparentes para aquel, tal como "Para un viejo una niña siempre tiene / el pecho de cristal", según Campoamor.

Esa ceguera ante la falta de originalidad de la propia historia es característica de los hispanoamericanos. La experiencia de la conquista se concibe como un trauma único en la historia, y la verdad es que es más bien lo que ha ocurrido siempre. Todas las regiones de los continentes han sido objeto de conquista en alguna época de su historia, y respecto del "viejo mundo" la principal singularidad americana es que la conquista es más reciente.

Tal vez nos sirva conocer las circunstancias de otras conquistas para entender nuestras sociedades. En muchos casos los conquistadores eran pueblos más atrasados que los conquistados, que se apropiaban del territorio movidos por la desesperación, en la primera ocasión en que consiguieran agrupar una hueste suficiente y aprovechar la decadencia o confusión de los viejos poderes. Es el caso de los chichimecas del norte de México, de las sucesivas oleadas de invasores de Arabia a Mesopotamia y de los mongoles en China. También de los macedonios que se apropiaron de la Hélade en el siglo IV antes de Cristo. Esos pueblos por lo general terminaban asimilándose a las viejas sociedades y mezclándose con los nativos sin conseguir hacer duradera su dominación como comunidad diferenciada.

Pero cuando los invasores son más civilizados que los nativos la norma es que los sometan a esclavitud y que a toda costa intenten mantener sus ventajas sobre ellos. El paradigma de esa clase de conquista es la India clásica, en la que los ocupantes indoeuropeos organizaron la sociedad de tal modo que los grupos superiores, es decir, los descendientes de los conquistadores, heredaban el mando mientras que los nativos estaban condenados a servidumbre y exclusión para siempre. La dominación pasó al cabo de unas generaciones a ser sobre todo espiritual: ya no hacía falta imponer castigos crueles a los sometidos, ni matarlos, sino que se los convencía de que la desobediencia a la norma comportaría un castigo al lado del cual la muerte sería una liberación: un renacer degradado.

Esa misma es la historia de la América española, con la particularidad de que todo ocurrió en la misma época en que Europa maduraba y florecía, de tal modo que el orden colonial resultaba expuesto a las nuevas corrientes de pensamiento y a las migraciones de europeos, y por eso alterado.

El aislamiento colombiano permitió que en el país el orden de castas colonial se mantuviera durante más tiempo que en los países de orografía menos torturada o cuyo centro estaba en las costas. También el volumen de población, insignificante para el territorio, permitió esa continuidad. Hace 200 años apenas había unos 700.000 colombianos. Es verdad que desde el principio hubo mestizaje en el altiplano, pero el poder siempre lo tenían los funcionarios imperiales, es decir, no sólo peninsulares sino también personas con marcadas condiciones jerárquicas. La burocracia y el clero constituyeron una casta sacerdotal cohesionada por su origen étnico y aun por lazos de sangre, como la nobleza europea.

Ésa fue la estructura que heredó la república al nacer y el esfuerzo de ese grupo por conservar sus privilegios es el hilo conductor de la historia del país. Al igual que las castas superiores de la sociedad hindú, ese grupo se caracteriza por su parasitismo y por su resuelto rechazo a compartir las alegrías y penas de los demás pobladores.

Durante la mayor parte de la historia neogranadina-colombiana imperó la Iglesia católica, encargada de la educación y del dominio espiritual de la comunidad. Ese dominio caracteriza al país: el orden totalitario que parece permanecer escondido en cada cabecita colombiana a ver cuándo puede reclamar su derecho al mando, los recursos monstruosos con que se perseguía la desobediencia, la infalibilidad del de arriba, la adhesión a un origen de extremo rigor moral como pretexto para el abuso sistemático, el agradable parasitismo de los miembros de la casta, el sentimiento de "derecho" a excomulgar y perseguir a cualquier gobernante o a cualquier ciudadano, el odio a las corrientes de pensamiento extranjeras...

El liberalismo decimonónico y la expansión del capitalismo y del modelo de institucionalidad democrática hicieron perder poco a poco poder a la Iglesia. Pero eso no significó que los dueños del mando en la sociedad se perdieran en la masa. El poder espiritual pasó al Estado, que se encargó de la educación y ha ido integrando en su orden a toda la población. En el centro de esa institucionalidad educativa se erigió la universidad pública, en particular la Universidad Nacional.

El lector que haya llegado hasta aquí debería detenerse a evaluar lo expuesto. Lo que planteo es que la universidad se concibe como heredera de la Iglesia, que representa el mismo surtidor de rentas para las castas dominantes, que como rectora de la educación de la población concibe dicho "derecho" como una forma de adoctrinamiento que asegure la lealtad de los educandos y que ve amenazadas sus prerrogativas por el orden liberal-democrático, al que trata de combatir con utopías e ideales en los que la retórica... católica o pseudocatólica, colectivista en todo caso, oculta una realidad de explotación, despojo y exclusión de la mayoría de los ciudadanos.

Se trata de un estamento del antiguo régimen que por su relación con el Estado tiende a una alianza natural con los grupos oligárquicos. Por una parte, los puestos de mando de la universidad se los reparten esos grupos; por la otra, tanto el gremio profesoral como las grandes familias se ven amenazadas por el capitalismo liberal.

Ése es el contexto en el que, tras la revolución cubana y el fin de la violencia de liberales contra godos las universidades públicas abrazan de forma casi unánime, o mejor dicho unánime, la ideología socialista: las variantes del proyecto revolucionario correspondían más que a verdaderos disensos respecto al proyecto de sociedad a los intereses y el estilo de determinadas camarillas de herederos de cargos de poder. Pese a todo, en la izquierda de los años setenta, expresión de la universidad, organización del estudiantado controlada por profesores con aspiraciones políticas y relaciones con los grupos de poder (en particular con los herederos de la "República Liberal"), terminó imperando por una parte la relación con esos grupos, y por la otra la relación con la gran potencia comunista y su satélite caribeño. Es decir, la exuberancia retórica de los críticos del "revisionismo" sólo era ostentación de los propios talentos, la organización de pequeñas sectas de exaltados sólo era un medio para asegurarse el acceso a rentas dentro de la universidad, pues al final todos terminarían obedeciendo al Partido Comunista, que era el único que disponía de recursos y determinación para generar un poder efectivo.

El proyecto revolucionario pudo surgir de las ambiciones delirantes de aventureros pero sólo fue significativo cuando se hizo expresión de las universidades y reclutó al grueso de los estudiantes. Para un colombiano es casi inconcebible que en algún país la mayoría de los estudiantes, profesores y egresados no sean unánimemente socialistas, pero eso ocurre en todos los países civilizados. Los universitarios colombianos lo son porque el país tiene una tremenda raíz totalitaria.

La historia del país en las décadas siguientes permitió al PCC o a la izquierda expandir su dominio: los universitarios pasaron a ser en buena medida empleados estatales, pues el país no ofrece una cantidad comparable de empleos en el sector privado. Maestros, funcionarios judiciales o del sistema de salud, petroleros, empleados de empresas estatales monopólicas como Telecom, funcionarios de la copiosa burocracia estatal... Todos tenían como garantía de sus ingresos no el hecho de servir en nada a los demás sino organizarse y luchar.

La guerrilla no es más que eso: una parte del sindicalismo que asegura los privilegios fascinantes de los miembros de las castas ligadas al Estado y el poder creciente de su organización política. Junto con las FARC, el PCC de los años setenta contaba con su propia, aunque pequeña, organización sindical, la Confederación Sindical de Trabajadores de Colombia, CSTC. Con el paso del tiempo y la integración de los sindicalistas ligados a otras organizaciones guerrilleras o a otras redes universitarias, la CSTC se convirtió en la CUT. Esta central está formada prácticamente sólo por funcionarios estatales y no podría oponerse a las decisiones de la cúpula de su principal sindicato: Fecode. Los sucesivos dirigentes de esas organizaciones, como Wilson Borja, presidente de Fenaltrase (federación de sindicatos estatales) o Gloria Inés Ramírez, ex presidenta de Fecode, aparecían en los computadores de Raúl Reyes.

Acerca de la forma en que se oculta el origen urbano y universitario de las FARC y el ELN recomiendo, para no extender más esto, este escrito del actual viceministro de Defensa Rafael Guarín. Con el mismo propósito de no extenderme más de forma innecesaria enlazo este escrito mío sobre los miembros del grupo Colombianos por la Paz y este otro sobre la ideología que defienden y su relación con las organizaciones terroristas.

La universidad es el refugio del viejo orden, donde personajes como Pedro Medellín (que aseguraba que la biodiversidad "moviliza" el 45% del PIB mundial o que los votos con que Juan Manuel Santos ganó la elección fueron comprados), como Francisco Gutiérrez Sanín (aún más asqueroso), como Carlos Castillo Cardona (que demandaba "justicia social" para que soltaran a Íngrid Betancur) y varios miles más se dedican a hacer política sin haber obtenido ningún voto ni representar otra cosa que intereses particulares indistinguibles de las organizaciones terroristas, todo ello pagado con sueldos de muchos millones que se sustraen a las víctimas. Pero ¿qué son dichas organizaciones? Como entidad de poder en el interior de la sociedad, las castas dominantes necesitan asegurarse los recursos contra cualquier eventual arremetida de la cultura del mercado o cualquier exigencia de productividad. Para eso es necesario que todo proyecto de la comunidad esté convenientemente frenado por el miedo al secuestro o el asesinato.

En náutica se llama "obra viva" a la parte sumergida de una embarcación, la que soporta el trabajo de desplazar el peso, y "obra muerta" a la parte emergida, donde se habita y se controla. La guerrilla es la obra viva de la embarcación totalitaria; la universidad y el funcionariado que le obedece, la obra muerta. Los crímenes de las columnas de niños y rústicos no significarían nada si no sirvieran para someter a la sociedad, tarea que corresponde a los funcionarios estatales, como los jueces (un típico "político" universitario, Rodrigo Uprimny, fue magistrado; otro típico fecodista con retórica más siniestra que la de Alfonso Cano, Alfredo Beltrán, también), a los periodistas (orientados por los mismos profesores y pagados por los jefes de la conjura, los miembros de familias presidenciales y afines), a los activistas de ONG, a los políticos favorecidos por la actividad terrorista y ahora por lo que el Gorila Rojo roba a los venezolanos, etc.

Se equivocan quienes pretenden condenar el marxismo como causante de las desgracias colombianas. Se trata sólo de un disfraz. Detrás está la raíz de la sociedad colombiana y el juego de intereses de sus amos sempiternos.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 16 de febrero de 2011.)