jueves, agosto 27, 2009

Hidalgos y traquetos

Los recientes escándalos relacionados con las pirámides han servido para que los propagandistas de la oposición saquen toda la artillería retórica, soñando con obtener algún provecho del descontento de tanta gente: al mismo tiempo denuncian que el gobierno tardara en reaccionar y que reaccionara. Quieren apoyar las marchas de protesta de los estafadores estafados y denunciar al gobierno como alcahueta de la estafa...

Pero lo interesante es esa línea divisoria que intentan trazar entre la “mentalidad mafiosa”, que presentan como sustrato del uribismo y ellos, los ciudadanos decentes. Se trata de un viejo conflicto, que en cierta medida expresa la situación de la sociedad colombiana. ¿Qué define a esos ciudadanos decentes? La mayoría de los columnistas son personas dedicadas a la política o a la docencia, o al periodismo. ¿Cuántos colombianos pueden vivir de esas actividades? La inferencia es obvia: la “mentalidad mafiosa” es la falta de distinción de quienes sueñan con prosperar y no tienen ingresos altos asegurados por su origen social.

Es muy difícil explicar hasta qué punto ese discurso es profundamente reaccionario, expresión del inmovilismo social más rancio y de la mentalidad de castellanos viejos más fosilizada que se pueda uno imaginar. Lo que encuentran condenable en la mentalidad corriente de los colombianos no es lo que atribuyen a tener relación con el tráfico de drogas, pues consideran que esta actividad sólo es delictiva por la prohibición. Es el “ánimo de lucro” lo que consideran indigno y reprobable socialmente: la causa a que atribuyen todos los problemas del país.

Pero cuando uno denuncia el sentido de esa mentalidad corre el riesgo de tomarse en serio que todos esos personajes representan sólo un orden viejo, exactamente el heredado de la época colonial, y por tanto admitiendo su pretendida decencia. Pero todo es peor: se trata de una máscara de unos delincuentes que no difieren mucho de David Murcia Guzmán, salvo por su origen social.

Por ejemplo, ¿cuántos de esos columnistas discrepan abiertamente de Piedad Córdoba o la desautorizan? Prácticamente ninguno. Todos esperan complacer a ese sector social que se ilusionó en 1998 con la proximidad de un cambio que le trajera al país “justicia social” y presionó de todas las maneras para que se dejara a los terroristas hacer de las suyas. Sea de forma tácita o expresa, todos son próximos a la visión del Polo Democrático y de las ONG en que se multiplica la militancia de la vieja izquierda (es decir, los profesores y estudiantes de las universidades y los “trabajadores al servicio del Estado”).

Los adalides de la decencia son los que todavía claman por el premio del secuestro y se enorgullecen de las diversas alianzas del M-19 con Pablo Escobar y otros capos del tráfico de drogas, así como de los miles de asesinatos que han cometido las guerrillas. Es una posición muy extraña, una forma incomprensible de “decencia” la de esta gente. Son hidalgos muy bizarros, hidalgos venidos a menos en una tierra muy áspera.

Pero ¿hasta dónde llega realmente la decencia de esta gente? Muchos se alegran de que Uribe haya unido a la izquierda, y la verdad es que ya están muy unidos, el campeón de la cultura ciudadana ya es uno más en la gavilla de justicieros que siempre han defendido a Ernesto Samper, en el que incluso hay alguno que ayudó a quitar estorbos desde el DAS... En realidad, los campeones de la decencia se concentran alrededor de personajes como Jaime Dussán, paisano y coetáneo de Raúl Reyes y sin la menor duda favorecido por el valor del finadito para ascender dentro del PCC y Fecode, o como el ex alcalde de Bucaramanga Iván Moreno Rojas, nuevo líder del PDA en la sombra, de cuya alcaldía no quieren acordarse mucho las víctimas.

Como ya he explicado muchas veces, la verdadera fuerza del uribismo es tener delante a tales adalides de la decencia. Uno de los más perversos y cínicos, también de los más hábiles para disfrutar de prebendas, es el escritor Héctor Abad Faciolince, que se queja de que los mafiosos siempre han tenido aliados entre las clases altas (“burguesía”, dice él: ¿sabrá qué significa esa palabra?). Sabiamente no menciona a su propio padre y a sus numerosos amigos que participan en el cobro de las masacres y en el lavado del poder económico y político adquirido por los terroristas. Tiene razón, los carteles de Medellín y Cali tuvieron socios entre las clases altas. El cartel de las FARC y toda la industria del secuestro no tienen esa clase de socios: los niños bien no son socios, sólo amos, jefes, patrones...


(Publicado en el blog Atrabilioso el 26 de noviembre de 2008)