jueves, noviembre 29, 2012

¿Cuántos somos?


El avance imparable de la negociación política de Santos con las FARC va despejando el panorama de la opinión y la política colombianas. En 2010, entre la turbia oposición y la continuidad, hubo una mayoría que escogió la segunda, sin que quedara claro qué proporción de esos votantes sencillamente habrían preferido reelegir a Uribe quién sabe por cuántas décadas y cuántos votaron por lealtad a las redes clientelares de los congresistas de los partidos uribistas. Entusiastas de Santos nunca ha habido, y quienes votaron por él porque era el hombre que premiaría a las FARC eran poquísimos (los había, por ejemplo Alejandro Reyes Posada resultó discrepando de la hegemónica "ola verde" de la prensa y apoyando a Santos).

Pero ¿cuáles son las convicciones de esa mayoría? La ausencia de resistencia a lo que ha hecho este gobierno demuestra hasta qué punto el rechazo a las FARC era puramente reactivo, sin plena conciencia de defender el sistema democrático (insisto, en el sentido en que éste se entiende en los países de Europa occidental y Norteamérica). Incluso se podría decir que si hubiera una mayoría opuesta a que se premiara a las FARC, que evidentemente no la hay, quedaría flotando en el aire un "agravio comparativo", ¿por qué esforzarse por no premiar a las FARC después de haber premiado copiosamente al M-19? Eso sólo en gracia de discusión, porque todo lo que ha permitido sobrevivir a las FARC y el ELN es precisamente el poder entregado al M-19, a otras bandas y a sus redes "legales", por ejemplo en el poder judicial.

Y entonces es cuándo la mayoría resulta minoría. ¿Cuánta gente está de acuerdo con cuestionar todo lo acordado en los ochenta con las bandas terroristas, no para encarcelar a los culpables pero sí para refundar el Estado con base en principios democráticos? La idea de convocar una Asamblea Constituyente la defendimos dos o tres personas en el blog Atrabilioso durante años. Después tentó a muchos porque vieron que podría servir para eludir la ley y reelegir a Uribe. Realmente no hay casi nadie que vea como un error espantoso esa negociación ya casi olvidada. Sobre todo no lo hay en las filas del uribismo, cuyo líder fue el ponente de la ley con la que se indultó a los terroristas de todos sus crímenes.

Esta corriente política, además de su definición caudillista tiene otro rasgo que la hace funesta: su apego a los partidos que apoyan a Santos. ¿Cuánta gente cree que debería haber un partido doctrinario que defendiera la democracia y trabajara en contra de los Pastrana y los Roy Barreras? Yo creo que como mucho unas cuantas decenas. Algunos incluso admiten que sería deseable, pero no conciben que pueda pensarse en un partido sin Uribe, que ciertamente pertenece al PSUN y no tiene ni el más remoto deseo de mostrarse hostil con el conservatismo. Es decir, les gustaría algo que evidentemente no ocurrirá.

No es sorprendente que frente a la negociación de Santos con las FARC los uribistas vacilen y oculten tras el lloriqueo una innegable inclinación a claudicar. Me dicen que esta perla del senador Juan Carlos Vélez Uribe no expresa el pensamiento de su jefe, pero curiosamente éste no le discutirá:
El equipo negociador del Pdte Santos para el proceso de paz es de lujo. Preocupa es que el proceso se adelante sin cese de hostilidades.
Bueno, ésa entre muchas otras "reacciones" parecidas. En realidad, ¿quién no sabía que Santos haría exactamente lo que está haciendo? ¿Cómo es que no se ha lanzado ninguna campaña de oposición tras más de dos años de infamias y persecuciones? El que no quiera entender que para oponerse a la Unidad Nacional y a todo lo que significa hay que oponerse también al uribismo no entiende en absoluto lo que pasa. El uribismo sigue los pasos de la Anapo y paga el error fatal de la segunda reelección (pudo ser de la primera, gracias a la cual el TLC con Estados Unidos se retrasó seis años y la popularidad del presidente sirvió para que el Congreso fuera dominado por personajes como Benedetti o Barreras, por no hablar del ascenso de Santos).

Cuando se vio hasta qué punto la defensa de la ley, la justicia y la democracia es rotundamente minoritaria en Colombia fue respecto del montaje con que el hampa de la Fiscalía y la prensa dejaron impune a Sigifredo López, seguramente en cumplimiento de órdenes del gobierno, interesado en "ganar confianza" con las FARC. No es sólo una cuestión del señor Uribe, que según me cuentan apoyó a Sigifredo López cuando intentó llegar al Congreso, en 2010, sino mucho más de sus seguidores, que cuando no tomaron partido por el angelito se callaron para no quedar en minoría ante la apabullante presión de los medios.

Si un crimen como ése queda impune cuando es tan evidente quién es su autor y realmente a nadie le importa, ¿qué respeto puede exigir la sociedad colombiana al derecho y a la justicia? Insisto, no es sólo cosa del fiscal, el gobierno o los medios, ni tampoco del señor Uribe y sus edecanes (uno terminó admitiendo que no creía en la inocencia del exdiputado y enseguida se olvidó del asunto), sino de todos los colombianos, sobre todo de los que opinan y se informan: visto que la presión de los medios y el poder judicial eran tan grandes, mejor renunciar a cualquier atisbo de justicia.

La hegemonía de aquello que precede al chavismo se manifiesta por todas partes, y hablo sólo de los supuestos críticos de Santos. Recientemente tuve una discusión en Twitter sobre la necesidad (desde mi punto de vista) de cerrar o privatizar las universidades públicas: a ese respecto la ideología castrista es absolutamente hegemónica. Del primero al último, todos defienden el "derecho a la educación" consistente en que al que se muestra apto para estudiar le deben pagar una carrera los que no estudian (más bien, el que ha tenido medios, que es la realidad: la inmensa mayoría de la gente pobre no acaba la secundaria o tiene que ponerse a trabajar porque para estudiar gratis necesita tener vivienda y alimento).

Da lo mismo que uno les explique que TODO el milagro económico chileno, lo que le permitió a ese país saltar de un promedio de renta andino a uno próximo al de la Europa meridional fue no gastar en universidades. O que al ser la obtención de títulos la meta que se considera deseable, la calidad y el rendimiento de la enseñanza descienden hasta niveles cómicos. O que el esfuerzo educativo no rinde nada cuando no hay empresas en las que las personas que disfrutan de educación superior puedan ejercer su trabajo y la productividad del país es risible, como le ocurrió no sólo a Cuba sino a otros países de la región que antes fueron prósperos, como Venezuela o Uruguay. O que los países ricos y con un tejido productivo formidable pueden proveer esa clase de educación a sus jóvenes porque tienen recursos y puestos (como si alguien creyera que la forma correcta de prosperar es comprarse un Mercedes Benz sin tener los recursos)... Da lo mismo: ni siquiera se puede esperar que alguien lea textos antiguos en los que explico hasta la extenuación ese problema (1, 2, 3). A todos les parece que las arcas del Estado son inagotables y sólo hay que ir a exigir derechos, sobre todo "educación", como si ésta no fuera casi siempre sólo un recurso para adquirir categoría social y librarse del trabajo en un país que no produce nada, sobre todo no produce patentes.

Si ni siquiera se entiende ni acepta esa cuestión elemental, ¿quién va a explicarles que las FARC son sólo el movimiento estudiantil? Todos se quejan de la "infiltración" del terrorismo en las universidades, como si fuera algo externo a ellas y no su expresión típica. Sencillamente, el Estado es desde siempre la fuente de rentas para los dominadores y la universidad es el pretexto con el que pueden vivir del cuento. La principal tarea de las universidades públicas es formar personas capaces de hacer presión para aumentar el gasto educativo (como ocurrió con la Constitución de 1991, que empezó con la "séptima papeleta", organizada por los grupos revolucionarios y promovida por los estudiantes, o con las presiones que condujeron al Caguán). La "refundación de la patria" que adelanta Santos con las FARC cuenta previsiblemente con ese refuerzo, y si el caos que viene fuera suficiente las milicias universitarias dominarían las ciudades. Es decir, plantearse el fin de las universidades públicas no es sólo la condición del desarrollo económico, sino también de la supervivencia de la democracia.

¿Viene a significar algo que eso es completamente opuesto a lo que piensan los colombianos? Claro, es una visión distinta. No es tan inexplicable que en casi toda Sudamérica dominen los chavistas, en todas partes las castas dueñas del Estado encontraron la oportunidad tras el repliegue estadounidense y avanzan hacia sociedades como la cubana, pero con grandes cantidades de recursos naturales. Colombia no es tan diferente, no faltaría más. Ni siquiera Chile, ni siquiera España: ambos países están amenazados en su desarrollo por la ideología estatista. Colombia aplazó el socialismo al triunfo de las guerrillas, que siempre contó con resistencias de elementos conservadores y tradicionalistas. Ahora se consuma ese triunfo en forma de componendas del gobierno con los asesinos, y no será el lloriqueo de los que perdieron el poder el que lo va a remediar.

Emigren, y si no pueden o no quieren sepan que si quieren que Colombia se integre en el mundo civilizado y no se hunda en el chavismo no pueden creer en soluciones a medias, en caudillos equívocos, en "derechos" basados en la suposición de que los bienes son el fruto de los decretos ni en ninguna "paz" que no sea la aplicación de la ley. Aunque la verdad no hay ninguna esperanza de escapar al chavismo, y da lo mismo lo que quieran engañarse.

(Publicado en el blog País Bizarro el 6 de septiembre de 2012.)