lunes, febrero 14, 2011

Jojoy y la ideología universitaria. 3. La victoria inesperada


La exportación de cocaína ha sido un rubro importante de la economía colombiana en las últimas cuatro décadas. La mayoría de los jefes visibles de esa industria, los malhechores que organizaron las redes y rutas y las bandas de sicarios con que se defendían de competidores y perseguidores, están hoy muertos o presos, y sus fortunas dispersas o desaparecidas. Se trataba casi siempre de aventureros surgidos de la delincuencia, o de ex policías o ex militares de baja graduación.

Pero el dinero fluía y fluye hacia los grupos poderosos: abogados, jueces, funcionarios públicos de distinto rango, políticos, militares y policías de alta graduación, testaferros con base económica... Personajes que obviamente no conocen las cárceles, salvo que hayan incomodado a las redes y camarillas que controlan el aparato judicial. Al cabo de un tiempo, el tráfico de cocaína representó una brutal "contrarreforma social" (parafraseando la socorrida "contrarreforma agraria" de la propaganda terrorista, grosero pretexto de la universidad para convertirse, falazmente, en defensora de las víctimas de la guerra que emprendió). La nueva industria determinó una concentración mayor del poder y de los recursos en las castas que usufructúan el Estado desde mucho antes de la Independencia, obviamente a costa del sector productivo formal y de quienes no tienen acceso al favor estatal. Baste pensar en la multiplicación del valor de las viviendas desde los setenta para entender esa concentración como factor de exclusión.

Si se piensa en el poder político y no sólo en el dinero, el fenómeno es mucho más marcado. La necesidad de Pablo Escobar y sus mariachis de "vacunarse" contra la posibilidad de la extradición determinó la jugada de César Gaviria de convocar una Constituyente. Asesinada la cúpula judicial por la alianza entre el capo y la tropa que obedecía a Alternativa, las "fichas" del Movimiento Estudiantil Revolucionario ascendieron en la carrera judicial, obviamente con los previsibles "refuerzos" y "castigos" (para usar el lenguaje de los psicólogos conductistas) que podían repartir en el gremio tan solventes y enérgicos patrocinadores.

La nueva Constitución, modelo de las que después promoverían Chávez y sus émulos, llevó al extremo dicha contrarreforma social: se multiplicaron los recursos para el funcionariado, festín animado por el entonces reciente descubrimiento de Caño Limón. Gracias a eso, y a la necesidad de respaldo y legitimación del contubernio constituyente, la presencia de los emisarios de la utopía en las universidades y en los servicios públicos se afirmó, además por el apoyo de los que ya tenían su puesto, es decir, los lagartos y demás personajes relacionados con el viejo orden, agradecidos por las pensiones y demás prebendas fabulosas y por el blindaje contra toda posible evaluación.

De paso, la nueva norma fundacional encontró en la tutela el atajo para convertir todas las leyes y todos los contratos en papel mojado, concentrando el poder en los abogados y jueces (los que, en la etapa estudiantil, más habían hecho por el sueño revolucionario), y en quienes podían incentivar o intimidar a dichos gremios: los mafiosos, los terroristas y las camarillas ("roscas") del poder político.

Como ya he señalado muchas veces, la mayor atrocidad que ofrece Colombia al mundo es que los beneficiarios de esa extrema desigualdad tienen por oficio quejarse de la desigualdad. Cuando el modo de vida de alguien es una mentira semejante, cuando el parasitismo más desvergonzado se disfraza, aun para el mismo beneficiario, de filantropía, y el despojo sistemático en "justicia", se está ante un falseamiento extremo de la condición humana. Alguien que convive con eso ya no podrá observar ninguna norma de respeto de sí mismo. La desfachatez con que los "juristas" de la Corte Suprema de Franela ejercen su tiranía y con que los sicarios de la prensa la justifican ya muestra una condición moral que avergonzaría a Jojoy.

Por eso no es sorprendente la ambivalencia de la universidad ante las FARC y el ELN, sean cuales sean sus crímenes: ¿alguien recuerda un solo documento firmado por tres o cuatro profesores en que se pida a esas bandas que se desmovilicen o en que se condene su actuación? TODOS los actos políticos de la universidad tienen por objeto cobrar esos crímenes, sacar provecho de ellos, convertir a los rentistas que prosperaron gracias a Pablo Escobar en amos de la sociedad. El tráfico de cocaína y el ascenso de las bandas terroristas produjeron en Colombia un mandarinato bastardo cuyo efecto inmediato, dada la mentira de que proceden las rentas de los beneficiados, es una profunda desmoralización.

Y eso afecta a toda la sociedad, tal como un crimen monstruoso daña a todos los que lo presencian. ¿Alguien se habrá preguntado cómo es que en El Espectador escriben al menos media docena de columnistas que son profesores de la Universidad Nacional y que usualmente no dan ninguna clase (la transmisión del leninismo se deja a otros menos relacionados con las grandes familias) sino que son "investigadores"? El sueldo de esos señores es el galardón que obtienen por deslegitimar al gobierno elegido por los ciudadanos, que pagan ese oneroso tributo gracias al poder de los carrobombas de los años ochenta y noventa. Todo lo cual, sobra decirlo, no incomoda a nadie. Ni el gobierno anterior ni el actual se han planteado la conveniencia de que la legitimación del terrorismo deje de estar pagada por las víctimas.

Y esa realidad termina explicando la base sociológica del terrorismo totalitario: la labor de Jojoy conduciría a una abolición de la propiedad y después de todas las libertades. ¿Quién se habría de beneficiar de eso? Obviamente, el clero universitario, la burocracia parasitaria, en resumen, el mandarinato bastardo que mencioné antes. En caso de que el terror dé sus frutos, ellos se dedicarán a aderezar falacias para legitimar la opresión, tal como han hecho los intelectuales cubanos durante medio siglo.

Pero visto el relativo fracaso de la tropa rústica no hay que creer que pierden mucho, pues ya tienen las rentas y el poder. Lo único que les incomoda es exactamente aquello por lo que organizaron tantos levantamientos armados: las urnas, el hecho de que la gente se exprese y elija a sus gobernantes (la "democracia electoral" era el nombre universitario para esas odiadas costumbres). En Colombia, dadas las condiciones morales de la población, se tolera esa absoluta irrelevancia. El gobierno fue elegido para que continuara el uribismo y se ha dedicado a enterrarlo. No se puede negar que es una opción práctica, pues el poder real lo tienen las camarillas que heredaron la Constitución de Pablo Escobar y hoy controlan toda la rama judicial. Por eso la absoluta coincidencia entre los defensores de las FARC y la Corte Suprema de Franela. Buscan lo mismo, ningunear la decisión de los ciudadanos y tratarlos como ganado.

Muy engañados están los colombianos si creen que el retroceso de las FARC los librará de aquello que buscaba la banda: con el gobierno Santos, aliado con el hampa judicial y los demás poderes fácticos, la prensa y la universidad, los patrocinadores del terrorismo acceden a todo el poder. Puede que la triste tropa de Jojoy les resulte hoy por hoy más bien un estorbo y pongan a políticos uribistas a perseguirla. La democracia y la libertad han retrocedido casi tanto como si las FARC hubieran ganado la guerra.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 17 de noviembre de 2010.)