miércoles, julio 01, 2009

¿Faltan doctores?

El principal factor que sin duda determinará en este siglo la prosperidad de las naciones será la aplicación de conocimientos avanzados a todos los procesos productivos y de organización y relación de la sociedad. Esta verdad de Perogrullo vale para empezar porque no es concebible contestar negativamente a la pregunta del título. Lo que pasa es que una economía boyante puede atraer a los “doctores” formados en otra parte mientras que un esfuerzo de formación que no se corresponda con la oferta de empleos del país puede servir simplemente para permitir a los beneficiarios de esa inversión emigrar con ventaja y a los países receptores ahorrarse enormes gastos en selección y formación de personas aptas para el estudio.

Beneficios concentrados y costos dispersos
Todo eso resulta interesante para evaluar lo que ocurre realmente con la educación superior en Colombia, en particular con las universidades públicas, en las que se va una proporción gigantesca del presupuesto en una tarea que ofrece, en el mejor de los casos, beneficios concentrados y costos dispersos, para usar una expresión con que Alejandro Gaviria alude a los subsidios agrícolas (respecto de los cuales la analogía es increíblemente elocuente, así como el doble rasero con que el gremio profesoral juzga los subsidios que lo benefician). El pretexto de esa inversión es por una parte que el país necesita profesionales con amplios conocimientos para su desarrollo, y que aquellos que no pueden pagarse una carrera universitaria pueden tener gracias a esa inversión una oportunidad. En la realidad, tal como se dice de los subsidios agrícolas, la subvención sólo tiene lugar en desmedro de la productividad, y al corresponder a la estructura atávica de la sociedad termina siendo un factor que en lugar de favorecer el desarrollo del conocimiento lo obstruye.

La Contrarreforma y las castas coloniales
Pocos años después del descubrimiento de América un monje alemán se rebeló contra Roma a causa de la corrupción del alto clero de la metrópoli y atrajo a la mayoría de los creyentes de su región y algunas otras, como Escandinavia. Como reacción, la Iglesia se encerró en su ortodoxia y reforzó todos los elementos de persecución de la disidencia en un proceso que tuvo lugar al mismo tiempo que la corona española, la mayor potencia de la época, se hacía la principal aliada del papado. Las colonias americanas sufrieron al mismo tiempo el saqueo, el exterminio de sus habitantes, la esclavitud y la imposición de esa doctrina retrógrada. Los peores defectos de los españoles de la época, como el desprecio del trabajo y el apego a las rentas improductivas ligadas al poder estatal o eclesiástico, se agravaron en los descendientes de españoles en América. El tremendo estancamiento cultural que experimentaría España en los siglos siguientes fue aún más acusado allí donde no había ninguna tradición de investigación ni crítica. Pero al mismo tiempo la asimilación de la cultura peninsular-mediterránea era una marca que definía a las clases superiores. Las familias influyentes siempre tenían miembros en la Iglesia y en el Ejército, y la primera creó el núcleo de la educación superior, de la universidad. La posesión de un diploma se convirtió en lo que hacía reconocible a un miembro de las castas superiores, y esos diplomas poco tenían que ver con conocimientos reales: si en 1650 no había en Salamanca ningún alumno matriculado en matemáticas, ya se puede uno figurar cuántos habría en los centros de la región andina.

Un poder incuestionable
En cuanto espacio de los de arriba, la universidad jamás ha tenido ninguna necesidad de responder a los demás por lo que se invierte en ella. Propiamente, la idea de que hay un país que es de todos los ciudadanos es novedosa: hace pocas generaciones se habría sobreentendido que no era por igual de los indios y negros que de los descendientes de los españoles. La supuesta apertura a las personas de bajos ingresos encubre que siempre ha habido personas que no son de bajos ingresos y que disfrutan de una educación muy barata gracias a esas instituciones, por no hablar del elemento que más delata a la universidad pública como refugio de esas castas atávicas: el profesorado, formado por el mismo tipo de personas que en la época colonial constituían el clero y dotados de rentas formidables (en comparación con las de la mayoría de los colombianos) sin ninguna evaluación externa. El encaje perfecto del profesorado en el nicho que ocupaba el clero del periodo anterior es tan evidente que a nadie se le ocurre que al profesorado se lo pueda evaluar con criterios externos, que es como si el sacerdote tuviera que responder por el efecto de sus rezos.

Un poder con aspiraciones
Por esos caminos la universidad se ha constituido en Colombia en el principal centro de resistencia del viejo orden contra la sociedad liberal. Las guerrillas, al igual que las asonadas de vándalos, son sólo la materialización de esa función. Es difícil saber qué proporción de los profesores de las universidades públicas tienen por única tarea divulgar la propaganda del Partido Comunista de Colombia, pero al menos en las llamadas “Ciencias Sociales” son la mayoría. Escribir esto siempre tiene el problema de que la mayoría de los lectores no lo sabe y los que lo saben intentan acallarlo. Yo conozco a esos profesores, cualquiera puede averiguar qué ocupación tienen los miembros del Comité Ejecutivo Central de ese partido y de dónde proceden sus rentas. Sencillamente, en cuanto poder intocable por la misma sacralidad que antes tenía el clero (y que otorgan los políticos a uno de los principales pretextos del poder estatal), los profesores se dedican a asegurarse rentas y a aspirar a puestos de mayor poder gracias a la protesta incesante y a la presión de todo tipo en favor de un orden totalitario: de una teocracia en la que el dominio estuviera en sus manos, más o menos como han sido todos los regímenes comunistas.

Que dejen de robarnos para matarnos
De tal modo, la sociedad colombiana se gasta una enorme fortuna en rodear de lujos a sus verdugos, lo cual sólo corresponde a la concepción del esclavismo, en la que la persona de las castas inferiores era parte de las posesiones de los de arriba, de los criollos. Nadie se sorprendería de que con su trabajo contribuyera a financiar la compra del látigo con que se la trataba. Y si algo es un crimen en toda regla, una muestra de bajeza, indignidad, servilismo y estrechez de miras es la pasividad con que la sociedad colombiana tolera eso. En realidad es sólo la manifestación del orden real, de la persistencia del esclavismo. No hay una rebelión contra esa infamia porque los seres humanos degradados a bestias de carga no tienen todavía conciencia de sus derechos ni de que el país es de ellos como de cualquier otro, de modo que la opinión está en manos de los dueños del orden de siempre. Esa profunda resistencia a la modernidad se manifiesta también en instituciones como la “acción de tutela”, gracias a las cuales los contratos dejan de tener valor ante el capricho de los titulares de los juzgados. Bueno, no el capricho sino el negocio específico de proveer favores a sus clientelas. La relación entre la universidad y los jueces, por otra parte, es expresiva del tipo de mundo cuya expresión política es el chavismo. Un triste futuro espera a los colombianos si no dejan de financiar su propio asesinato a través de esas instituciones.

Equidad y educación
La inversión en educación superior es inversamente proporcional a la promoción de la equidad en la sociedad. ¿No sería más equitativo ampliar al máximo la oferta y la calidad de la educación básica, por ejemplo ofreciendo atención a todos los niños desde los tres años, extendiendo la primaria hasta los 15 años, creando opciones de Formación Profesional a partir de esa edad y concentrando esfuerzos e inversiones en promocionar la lectura? Se dirá que la formación de profesionales de alto nivel es prioritaria, pero ya expliqué en el primer párrafo que en caso de no encontrarlos y existir el puesto llegarían de otros países. Pero más sencillo sería simplemente cerrar las universidades públicas, ofrecer créditos y otras ayudas para la expansión de las privadas y proveer créditos blandos a todo el que quiera y pueda hacer una carrera: si emigra a otro país los colombianos le habrían ayudado a mejorar su vida sin necesidad de perder sus propios recursos, mientras que sin duda estudiará con mayor aplicación pues el costo de la educación no sale del despojo de los hambrientos y harapientos. Naturalmente eso suena a herejía en un país en el que la gente va con la cara desfigurada por una pedrada contra un bus que lanzó un asesino que obraba como títere de Molano y la caterva de canallas como él, a ver si con eso pueden hacerse ministros o embajadores vitalicios, y esa persona sólo agacha la cabeza porque sospecha que los doctores tendrán sus razones que ella no entiende.

La enfermedad es el remedio
Esto también lo dice Alejandro Gaviria de los subsidios agrícolas. Es lo mismo que ocurre con la inversión en las universidades públicas: minorías organizadas que obtienen rentas fabulosas con un pretexto al que no corresponden en absoluto, o en todo caso al que responden con niveles de productividad bajísimos, de ahí que haya tantos estudiantes que se quedan varias décadas haciendo su carrera y tantos profesores que no tienen mejor función que preparar su carrera política. Por mucho que un escrito como éste soliviante a los miles de asesinos que sacan provecho de ese despojo, me parece que tarde o temprano la sociedad colombiana tendrá que hacer algo respecto a esa herida sangrante, de la que surge la mayor tragedia de toda su historia, la guerra de las bandas de asesinos comunistas por imponer a punta de terror el mandarinato perpetuo del gremio de profesores. Tal vez no haya ninguna cuestión más importante en la agenda del país en las próximas décadas; incluso puede que los escandalizados de hoy lleguen a comprender la urgencia de una reforma de ese tipo.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 3 de septiembre de 2008.)