sábado, diciembre 13, 2008

El crecimiento mal repartido

Publicado en Atrabilioso el 10/09/2007

Cada vez que se publican en Colombia estadísticas sobre economía los comentarios de los lectores son tan escandalosos como previsibles: nunca falta esa mayoría que dice que no son ciertos, que son cuentas manipuladas. No importa que sean noticias buenas o malas, siempre encontrarán alguna forma de justificar que hay alguna intención perversa detrás de su publicación, si las empresas pierden dinero, sin duda es mentira porque en la realidad están ganando mucho pero se lo están llevando a otros países; si ganan, es evidente que el gobierno trata de convencer a la gente de que todo va maravillosamente y no hay que preocuparse al ver tanto sufrimiento y tanto cristiano desnutrido y harapiento.

Pero la incredulidad es sólo un aspecto: otras veces se acepta la veracidad de los datos, pero la interpretación es el terreno de la creatividad: si las empresas pierden dinero sin duda es resultado de la política gubernamental, comprometida con el gran capital transnacional y servil ante las exigencias del FMI... Ya saben. Pero si ganan resulta evidente que el gobierno anda dedicado a favorecer a los ricos y a despojar sin cesar a los pobres, de modo que en lugar de ceder a una u otra presión sindical permite que los millonarios dueños de las empresas llenen sus arcas a costa del trabajo ajeno.

Así: sólo hay que leer o escuchar los comentarios de los colombianos ante las estadísticas sobre economía para encarar el rigor con que se hace frente a la verdad en el país. Pero es que de la disposición a mentir y a creer mentiras halagadoras o convenientes a la comisión de actos delictivos sólo hay un paso: perfectamente se puede convencer a los menesterosos de que los inventores de máquinas los despojaron de algo: ¿acaso no son estos últimos muy ricos? De agravios semejantes se nutren las esperanzas de redención que han "florecido" en Cuba, Corea del Norte, Camboya, Etiopía, etc. La miseria en Venezuela todavía no es suficientemente conocida en Colombia.

Pero vamos a referirnos sólo a los que llegan a admitir que las estadísticas son correctas y se publican sin mala intención: entre mediados de 2006 y mediados de 2007 la economía colombiana habría crecido por encima del 7 por ciento. ¡Lo malo es que ese crecimiento no está bien repartido!Desgraciadamente es inevitable repetirse: el contexto de la criminalidad en Colombia está rodeado de una vasta red de falacias de las que salen toda clase de inferencias que inexorablemente conducen al crimen, o lo llevan dentro como sobreentendido de una sociedad de valores primitivos. La de las estadísticas es una típica falacia: como es bien sabido, si el lector tiene dos millones de dólares y yo no tengo nada, en promedio tenemos un millón cada uno. Como se evalúa el crecimiento de la actividad económica, eso que se evalúa resulta formar parte de un mismo organismo. Pero no lo es. Un señor hizo un gran negocio y sus ingresos crecieron un 20 por ciento, otro dilapidó su patrimonio en borracheras y bacanales y redujo sus ingresos en un 80 por ciento, la experiencia de cada uno es diferente pero al contarse ambos va a resultar un probable descenso que depende del volumen de ingresos de cada uno.

De modo que si el dueño del puesto de arepas consiguió un local y dobló sus ventas y le dio trabajo a un conocido suyo que estaba desempleado, los ingresos del primero habrán subido un 50 por ciento (o algo así) y los del segundo aún más. Los de los demás habitantes de su barrio probablemente habrán subido menos, pero al evaluarse el conjunto del barrio va a resultar que ese aumento de ingresos se cuenta. ¿Qué va a pasar con los que no trabajaron o no ampliaron sus negocios o no aumentaron su productividad o no encontraron empleo? ¡Que resultan agraviados por la prosperidad de esos dos personajes! Ese crecimiento está mal repartido.

Esas razones son muy frecuentes entre los colombianos, pero son exactamente las que necesita un atracador para irse con su cuchillo a la esquina a media noche. De nada sirve explicarle que las personas lisiadas, ancianas, enfermas, apocadas, etc., son más pobres y débiles que él. Él siempre se comparará con los que tienen más ingresos y la credulidad que le provee el contexto cultural favorecerá una versión heroica de su arriesgada y aun justiciera labor.

La relación de esa mentalidad con la izquierda democrática es más bien obvia: quien conozca un poco a Venezuela sabrá que el presidente no desaprueba la delincuencia y que los delincuentes desempeñan un importante papel en su base social (en cuanto "poder local", es decir, maquinaria, sólo que aparte de conseguir votos son útiles para intimidar), y quien recuerde la retórica hegemónica en la prensa colombiana, por ejemplo del inolvidable Antonio Caballero, comprobará que para esta gente la delincuencia es el resultado inevitable de la pobreza, que a su vez es culpa del gobierno, pues el único que remediaría la pobreza sería uno en el que la presidencia recayera en cada uno de los airados justicieros que leen con emoción a su adalid.

Esa opinión sobre el crecimiento mal repartido es muy conocida y es característica de las personas que apoyan a los partidos de oposición. Una buena muestra de su objetividad. Podría ocurrir que se registrara un gran crecimiento del conjunto de la economía que sólo consistiera en aumentos de ingresos para los ricos, sin que eso significara ningún despojo para los pobres, sino al contrario, pues las rentas, sobre todo las empresariales pagan impuestos. Pero la realidad es bien diferente. Como comprueba quien analice el cuadro reproducido en este post, la décima parte más pobre de la sociedad ha aumentado sus ingresos en los últimos años mucho más que el resto. La teoría del crecimiento mal repartido no sólo parte de una falacia (el sobreentendido perverso de que los resultados de las inversiones o del trabajo deben repartirse entre los que ni invirtieron ni trabajaron), sino que sus conclusiones son falsas.

Pero es que hay una riqueza que no es producto del trabajo: la de los yacimientos de hidrocarburos y otros minerales. ¡Qué curioso! Esos ingresos sí que están mal repartidos. Ese dinero lo gasta el Estado en pagar sueldos altísimos a sus sindicalistas (la mitad de los empleados estatales están entre el 10 % más ricos de la sociedad; la otra mitad está formada por policías, señoras de los tintos, aseadoras, soldados, etc.). La riqueza repartida de forma inicua, qué curioso, está mal repartida a favor de los que se quejan de que el crecimiento está mal repartido.

Pero hay muchos otros caminos por los que esos recursos se gastan en beneficio de los ricos a costa de los pobres. La educación superior gratuita es sólo uno entre muchos ejemplos de cómo la gente excluida no recibe nada porque todo se va en proveer privilegios a sus defensores. Cosas de la mentalidad colombiana, del hatajo de mentiras con que se convive.