lunes, noviembre 14, 2011

Opinión y justicia


Sólo hay un intelectual colombiano al que se alude con consideración en ambientes rigurosos del mundo desarrollado, salvando a García Márquez (que sería el primero en no querer incluirse entre los intelectuales): Nicolás Gómez Dávila, autor de copiosas colecciones de aforismos de extraordinaria lucidez y admirable factura. No sorprende en absoluto que este exigente pensador no hubiera ido a la universidad. ¿Quién esperaría que llegara a escribir algo importante? Bueno, tal vez lo creyera alguien que no conoce las universidades colombianas, o que no conoce otra cosa.

Pero en ese mismo mundo universitario hubo un profesor reconocido por los demás profesores por sus conocimientos y su talento pedagógico: Estanislao Zuleta. Figúrense, ¡tampoco estudió en la universidad! Seguro que si hubiera "estudiado" en una universidad colombiana habría aprendido sólo a usar los términos de jerga de su especialidad para "descrestar calentanos", a recitar la propaganda terrorista como quien reza rosarios y a mentir con absoluto desparpajo, como la profesora Cristina de la Torre, que asegura que Colombia vende el petróleo más barato que otras naciones (no cito otros para no repetirme). Los adoctrinaderos de asesinos están en manos de próceres como alias "Jaime Cienfuegos", que volvió de la cárcel con honores a la Universidad Nacional, o como Miedófilo Medina, benefactor de la humanidad cuya dulce prédica es tema preferido de la prensa colombiana hoy en día.

Zuleta transmite la impresión de alguien genuinamente interesado en el saber y en la tarea de educar, de ahí la claridad de sus exposiciones y la fecundidad de sus ejemplos. A pesar de la caspa marxista y freudiana de sus conferencias y clases, hay mucho que recuperar en ellas. Me he acordado de él por una conferencia en la que explica la noción del saber, o mejor dicho, de la ignorancia, en los diálogos de Platón. Las ideas de Ciencia, lógica y verdad no remiten al periodismo ni a la justicia, ni menos a la idiosincrasia colombiana, pero resultan de gran utilidad para referirse a esos temas.

Para Platón, lo contrario de la ciencia es lo que llama "opinión" (doxa), es decir, el conjunto de certezas previas al examen de algo. Se podría decir también prejuicio, ideología o sesgo. Todo esto no es, como se cree, corrupción de una naturaleza bien orientada, sino pura ausencia de reflexión y conocimiento. Es decir, siempre se tienen respuestas falsas antes de examinar las cosas en busca de la verdad. Cuanto más primitiva es una comunidad o una persona, más automáticas son las respuestas que tiene para todo. Cuanto más torpe o ignorante es alguien, más impaciente está por imponer sus adjetivos a todo lo que encuentra y menos disposición tiene a observarlo.

Pero eso que en el terreno de la ciencia es fácil de reconocer, es también terrible en lo que concierne al periodismo. Un buen periodista transmite la información, uno malo sólo transmite lo que le interesa sin tener consideración por quien lo lee o escucha. El lector de la prensa colombiana recibe muy pocos datos de las cosas y muchos juicios de valor sobre ellas. No se pretende que se entere de algo sino que comparta a la fuerza las opiniones del periodista, cuya "opinión" hace de un medio informativo uno de pura propaganda. Y el punto no es que el periodista no deba tener opinión, sino de que sea capaz de respetar las de los demás.

Cuando no se trata de transmitir información sino una interpretación de las cosas, en el periodismo "de opinión", es característica en la prensa colombiana la ausencia de demostraciones y el abuso de adjetivos. Todo eso en un contexto social en el que la verdad no importa sino sólo la adhesión a la bandería que convenga.

Voy a citar un caso paradigmático de esa clase de periodismo, para colmo obra de un prestigioso académico. Bueno, es previsible: la universidad colombiana es selección negativa y nada lo expresa mejor que el poema que sigue a la intervención de la aclamada líder Piedad Córdoba en la Universidad Nacional. El prestigio de Jorge Orlando Melo viene de su lealtad a las sectas terroristas que dominan las universidades. De otro modo no se explica.
En estos días, varios columnistas han tratado de desvirtuar las denuncias, casi siempre bien demostradas, de Daniel Coronell, por algunas imprecisiones sobre sus antepasados. Según José Obdulio Gaviria, Coronell dijo "hace varios años" que sus ancestros eran yugoeslavos. Al ir a la fuente, se descubre que el artículo se publicó hace menos de un año, y que lo que aparece allí no lo escribió Coronell sino una periodista anónima, que cuenta, en forma incoherente y confusa, historias improbables y contradictorias, que no atribuye textualmente a Coronell. Y aun si este adornó y alteró su historia familiar, no es lógico deducir de ello que lo dicho en sus investigaciones es inexacto, como no sería apropiado deducir de la argumentación tendenciosa o de las pequeñas falsedades de la columna de Gaviria que nunca dice nada cierto.
La mala fe característica de quien sólo busca influir sin atender a la verdad empieza por la atribución de intenciones. Si se compara la prensa colombiana con la de un país civilizado llama la atención eso. Un columnista que quisiera criticar a Melo encontraría en sus afirmaciones algún interés sexual o crematístico. ¿Qué tiene que ver que se denuncie que un adversario político (pues la labor "periodística" de Coronell sólo tiene sentido en cuanto sirve a los dueños de Semana y en realidad del país) ha mentido con "tratar de desvirtuar" denuncias? ¿A qué hora podrá el lector evaluar lo "bien demostradas" de tales denuncias? Lo "bien demostrado" es por ejemplo la afirmación de que funcionarios del gobierno de Uribe aceptaron la propuesta de zona franca de sus hijos. En el mundo de la ufología ("ciencia" de los ovnis) esa clase de demostraciones son típicas: Bush firmó un contrato con la familia Bin Laden, luego está detrás del 11-S. Coronell no ha dicho una mentira ni ha mentado que haya ninguna corruptela, pero el lector sí la detecta. El periodismo de Coronell consiste en ese arte retórico de insinuar delitos sin que se pueda demostrar que ha afirmado lo que el lector ha entendido.

De modo que el prestigioso académico defiende a Coronell atribuyendo intenciones a quien denuncia una perla como ésta:
Su nombre viene de los confines de la Yugoslavia socialista de la Segunda Guerra Mundial, la cual junto con sus abuelos, había sido apaleada en las penumbras de una guerra antisemita liderada por los nazis y los fascistas, a mitad del siglo XX. La travesía partió de las orillas del mar Adriático hasta los costados de las playas de un país en el que aún prevalecía la intolerancia religiosa que había traído consigo la guerra. Para ese entonces, una visa colombiana para judío costaba $ 5.000 pesos, dos veces el costo de una casa. Sin embargo, lo que carecía en dinero, excedía en ingenio, y por un par de zapatos lustrados, el abuelo logró que tanto el padre como el tío de Daniel, aparecieran como gemelos en la misma visa.
Bueno, el artículo de La Imprenta es una perla maravillosa parte por parte. La defensa de Melo es tan repugnante como la misma falsedad de Coronell. Se trata de una de las personas más informadas del país, ¿cómo es que no se le ocurre aclarar las mentiras del texto publicado sobre él? Si alguien no lo conociera, podría ver el reportaje de Kienyke sobre la familia del "periodista". Para Melo son "algunas imprecisiones". ¿Cómo conoce el sexo de la persona que escribió el texto de La Imprenta si es anónima? ¿Cómo sabe la fecha en que Coronell dijo eso al punto de afirmar que no fue hace varios años? Los adjetivos distraen al lector de la perla del comienzo del párrafo: ¡parece que las intenciones que Melo se inventa hubieran quedado demostradas dada la poca importancia de la falsa biografía! "... no es lógico deducir de ello que lo dicho en sus investigaciones es inexacto". ¿Quién quiere deducir algo así? ¿De dónde saca eso? Tiene mucha gracia lo de "inexacto" cuando se trata de un calumniador despiadado y perverso. Pero además, ¿cuáles son las falsedades del texto de Gaviria? Éstas: que Coronell "dijo" (no está del todo demostrado que no fuera un invento de la redactora) y que lo hizo hace varios años (falsedad mucho más ridícula, porque al parecer Melo sabe cuándo conoció esa biografía del "periodista" la autora del texto). Insisto, el envoltorio de mentiras sirve para salvar las calumnias de Coronell a pesar del escándalo. La atribución de intenciones es una falsedad gravísima, pero, y es lo que me interesa resaltar, para la mentalidad colombiana no hay ningún problema: Melo es un académico prestigioso, los adjetivos quedan bien y los lectores mayoritariamente, dada la formación que reciben en las universidades, están predispuestos hacia una actitud benévola ante Coronell.

Bueno, el sabio gaditano José Celestino Mutis tuvo la impresión de que los neogranadinos eran "retóricos y leguleyos". Es algo que se encuentra por todas partes. Un rasgo del país, tal vez el más importante, al que vale la pena prestar atención. Lo que reina en el periodismo es la mala fe, el afán de favorecer algún interés o alguna bandería. Ese fenómeno puede remitir a cuestiones morales, pero está entreverado con la noción platónica de "opinión": no se puede culpar sólo a los periodistas, que se quedarían sin trabajo si la gente rechazara eso, y es inconcebible sin cierto primitivismo. El fervor con que la chusma universitaria se enardece contra Uribe es el fruto del adoctrinamiento, pero también de una indigencia intelectual y moral generalizada. Esa indigencia no consiste en la falta de respuestas sino en su exceso. En palabras de Zuleta, comentando a Platón, no en un estado de vacío sino en uno de "llenura".

Esa misma disposición de los periodistas caracteriza a las autoridades judiciales. Lo que resulta opuesto a la "opinión" ya no es la ciencia verdadera, como en el discurso platónico, ni la objetividad o respeto por el lector, como en el periodismo, sino la justicia. Conviene detenerse a evaluar este concepto porque, como de todo, y es lo que conviene resaltar de la conferencia de Zuleta, ya tenemos una opinión clarísima y ya lo sabemos todo muy bien. La primera acepción del diccionario es ésta:
1. f. Una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece.
Es decir, la justicia es la disposición del justo. Las otras tres virtudes son la prudencia, la templanza y la fortaleza. Son conceptos provenientes del ámbito de la teología cristiana. Cuando nos quejamos de que algo es injusto remitimos a que no se ha dado a cada uno lo que le corresponde. Pero como nuestra "opinión" sobre eso no tiene por qué coincidir con la de los demás, el consenso social supone que la justicia se aplica según el derecho positivo. El funcionario que va a aplicar ese derecho debe obrar con justicia, es decir, no sólo corresponder a la norma, sino también ser justo. Cuando no lo es comete un crimen, que según el diccionario se llama prevaricación:
1. f. Der. Delito consistente en dictar a sabiendas una resolución injusta una autoridad, un juez o un funcionario.
Pero para concebir aquello que es injusto tenemos que empezar a ser justos nosotros, y el punto es que el colombiano por lo general no lo es. Para construir una visión justa tendría que hacer frente a su "opinión", pero la gente no vacila en rabiar porque lo que ha llamado "justo" es aquello que es de su gusto, como si fuera un problema de la mala ortografía generalizada. La injusticia no consiste sólo en los atropellos infames de los funcionarios que no pueden resistir las tentaciones y amenazas de las redes de poder que reinan montadas en el petrodólar, sino en esa disposición a imponer la propia "opinión" por encima de las normas escritas, del conocimiento preciso de los temas, del respeto al interés ajeno y del afán de equidad, razón y derecho, que son los sinónimos que usa el diccionario para la segunda acepción de "justicia".

Produce una impresión dolorosa leer en Twitter las razones de los estudiantes para aplaudir la indecente decisión de encarcelar al ex ministro Andrés Felipe Arias. No tienen el menor pudor en afirmar que se lo debe detener preventivamente porque no les gustan sus políticas, "opinión" que adornan con adjetivos de toda índole, prescindiendo de conocer el caso, sólo porque sus profesores los aprueban en la medida en que muestren fervor antiuribista.

La obsesión de los medios por transmitir la audiencia tenía que ver con ese afán de enardecer a la chusma universitaria, la más activa y entusiasta. No tanto porque se quisiera presionar al magistrado, que sin la menor duda está expuesto a incentivos menos etéreos, sino porque el ruido juvenil no deja oír las voces críticas. Esa inmadurez (es decir, esa prevalencia del prejuicio, sesgo, ideología u "opinión") es aprovechada por personajes como Jorge Orlando Melo, modelo del profesor universitario actual, para favorecer sus intereses.

Cuando predomina esa disposición la violencia es normal, porque el derecho positivo y las instituciones de justicia tienen por tarea precisamente impedirla gracias a que se da a cada uno lo que corresponde según las normas. Y, volviendo a Zuleta y sus esfuerzos de explicar a Platón, la tarea de educar consiste ante todo en limpiar las respuestas falsas que previamente se tienen: las que transmite la universidad colombiana, de las que he puesto un ejemplo característico en el escrito de Melo.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 27 de julio de 2011.)