viernes, agosto 26, 2022

¿Cuándo habrá liberalismo en Colombia?

 Alguien que quiera ver una Colombia próspera, pacífica, respetada y libre tiene que admitir que eso no es posible sin una mínima conciencia de la realidad, lo que implica una comprensión clara del lenguaje y un mínimo consenso semántico. No hay que ir muy lejos para mostrar hasta qué punto los colombianos padecen un atroz déficit en ese ámbito, baste preguntarle a la primera persona a la que uno encuentre qué es «liberalismo»: prácticamente todos entenderán que es el partido de César Gaviria y Ernesto Samper.

Es lo mismo que entender «izquierda» como el bando de los que se pensionan a los cuarenta años —con el sueldo de diez o más personas— tras veinte de vociferaciones e intrigas de las que lo menos feo que se puede decir es que son parasitarias, y falta poco para que «decencia» sea una palabra que remite al narcotráfico, la prostitución y el asesinato, pues la «Lista de la Decencia» era la de Gustavo Bolívar y Aída Avella.

Esa desidia respecto del lenguaje, visible también en el desinterés por la corrección a la hora de expresarse, es señal de un escaso interés por la verdad, y sin ese interés es inconcebible cualquier conocimiento, lo que se reemplaza por la asignación de un rótulo, no hay que saber nada sino ponerse un rótulo porque es lo que los demás valoran. El interés por la educación expresa esa situación: sólo en la ciudad de Bogotá viven más titulados universitarios de los que hubo en toda la historia de la humanidad antes de 1900, lo cual no se debe entender como que una milésima parte de esos doctores sean capaces de escribir una frase correcta. Puede que cualquiera, uno solo, de los titulados del resto del planeta antes de la fecha señalada haya hecho más aportes al conocimiento que ese millón de doctores.

Por eso alguien que quiera invitar a pensar a los colombianos tiene que guardar muchas reservas porque ¿qué podrán entender cuando todo su lenguaje es mentira? ¿Alguien se ha planteado alguna vez que una banda de asesinos al servicio de una tiranía extranjera no se puede llamar «Ejército de Liberación Nacional»? Por favor, que nadie crea que eso es demasiado evidente, casi todos los tuiteros que se oponen a Petro y a las guerrillas se describen como de «derecha», cosa que entienden como el bando de las personas que se oponen a los privilegios.

Y respecto a esas reservas sobre el lenguaje de los colombianos, la forma correcta de definir el «liberalismo» de las familias López, Santos, Samper y Lleras es exactamente ANTILIBERALISMO. Desde la época en la que el bisabuelo de Alfonso López Michelsen, Ambrosio López, dirigía a los artesanos que exigían aranceles para no tener competencia de productos extranjeros hasta el presente siglo, en que López Caballero dirigía desde las páginas de Semana la propaganda de las guerrillas comunistas, pasando por los dos presidentes de esa familia, el primero de los cuales llegó a hacer la revolución e introdujo el primer «Estado social de derecho» con todas las nociones totalitarias de la época, como «la función social de la propiedad», además de la intervención del Estado en la economía.
Para formarse una idea de lo que los colombianos llaman «liberalismo» baste esta cita de la Wikipedia acerca del primer gobierno de López Pumarejo: «El cuatrienio de 1934 a 1938 fue una controversia de principio a fin. Cada una de las reformas propuestas por el presidente suscitó la reacción alarmada de un sector acomodado de la población que veía vulnerada la libertad individual». 

También López Michelsen es todo un astro del antiliberalismo, inscribió a su partido en la Internacional socialista, y tras una larga carrera de alianzas con los comunistas y corruptelas, impidió la aniquilación del ELN, claramente al alcance del ejército tras la «Operación Anorí».

No es que los contradictores del Partido Liberal sí fueran liberales, sencillamente el liberalismo presupone un mínimo de cohesión social, no sólo respecto de la renta sino sobre todo de la percepción de las demás personas. La sociedad de castas esclavista es como un molde en el que se puede verter resina, barro, plástico o metal y siempre termina con la misma forma. En un país en el que nadie quiere aceptar que «indígena» es «el del país» y puede ser rubio o negro porque los descendientes de los aborígenes americanos se llaman indios, o que los negros no son «afrocolombianos» tal como los blancos no son «eurocolombianos», sencillamente porque a todos les parece obvio que «indio» o «negro» son de por sí términos peyorativos, ¿quién va a entender que la libertad individual presupone   que todos los seres humanos tienen el mismo estatus moral y no puede haber diferencias entre ellos?

El Partido Liberal es socialista a pesar de su nombre porque la «configuración de inicio» de la sociedad es la del Estado todopoderoso en manos de familias que lo convierten en su patrimonio y se aseguran rentas a costa de la exacción a que someten al resto (el activista de los artesanos Ambrosio López le aseguró a su hijo una carrera magnífica como exportador de café y banquero, en asociación con otra familia de patricios de toda la vida, los Samper). Esa ventaja natural de verdaderos «dueños del país» los define como antiliberales porque la esencia del liberalismo es la competencia, que esos magnates impiden a toda costa (lo que explica en buena medida su perpetua alianza con los comunistas).

Y el bando político que dirigen es antiliberal porque la clave de su poder es la asimilación al orden de siempre: al cura lo reemplazó el maestro y en lugar de imponer rezos de rodillas promueve el cambio de sexo y la asunción de la «homosexualidad», pero las rentas públicas siguen llegando y dependiendo del trabajo esclavo, por mucho que a la milagrosa quina del siglo xviii la haya reemplazado la mata que mata. Al virrey lo reemplazó su sastre (el padre de Ambrosio López era el sastre del virrey) tal como muchas familias de criados de casas reales se hacían con el poder en cuanto podían. La retórica comunista, ya olvidada, contra la «explotación del hombre por el hombre» sirvió para que los mismos descendientes de los criollos de hace tres siglos tengan sueldos y prebendas fabulosos y se pensionen a edades tempranísimas…

Se puede decir que aparte de la «restitución de los nombres» que fue como llamó Confucio a su reforma, Colombia necesita liberalismo: reducción drástica del gasto público, sobre todo de los privilegios salariales y pensionales de los funcionarios y de la educación superior, que es otra vía para asegurar parasitismo y privilegios, neutralidad ideológica de las instituciones, que es un presupuesto de cualquier noción de libertad individual, y la supresión de todas las leyes que sirven de pretexto al despojo y al abuso por parte de los funcionarios.

Todo eso es inconcebible si no impera la ley, cosa que no es posible mientras el tráfico de cocaína sea la actividad económica principal, pero el lector que haya llegado hasta aquí, ¿podría decir que hay hoy en día en Colombia algún sector político que represente esos valores liberales y quiera una sociedad moderna, competitiva y equilibrada? No lo hay, si finalmente las camarillas de juerguistas que rodean a los funcionarios coloniales cubanos —que es lo que han llegado a ser los descendientes de los criollos que dominan el Partido Liberal y sus muchas ramificaciones— han recuperado el poder en alianza con los narcocomunistas de un Estado mucho más grande y mucho más despótico es porque esa visión nunca ha imperado y es en realidad contraria a la naturaleza de los colombianos.

Petro y sus sucesores anuncian una opresión que casi seguro durará muchas décadas, tal como se puede comprobar con Cuba, Nicaragua y Venezuela, pero eso no quiere decir que si finalmente un día caen van a llegar la libertad y la prosperidad. Para eso hará falta que en el país hubiera una masa crítica de demócratas y liberales, y de eso nunca ha habido.

 (Publicado en el portal IFM el 22 de julio de 2022.)

domingo, agosto 21, 2022

El partido del recreo

Por @ruiz_senior


A la marcha del orgullo gay de Madrid acudieron más de 700
.000 personas (más de un millón según los organizadores). Ciertamente fue mucha gente de fuera pero aun así es más de un veinte por ciento de la población total de la ciudad. Es un dato que puede orientar sobre el peso que tiene hoy en día la cuestión de la «diversidad sexual» y sobre lo que significa para el bando político al que está asociada.

Los desfiles del «pride» son ocasiones reivindicativas y a la vez festivas que reúnen en el mes más caluroso de la primavera a toda clase de activistas y personas que han hecho de sus prácticas sexuales el centro de sus vidas. Esa doble vertiente (reivindicativa-festiva) explica en gran medida el atractivo que tienen esos actos: en España se dice «chollo», algo como una guaca, un negocio milagroso y fácil. Eso es lo que vive la persona joven que se entrega a la épica de mejorar el mundo dejándose acariciar bajo el efecto de alcohol y drogas y a menudo ganando dinero por ello, situación que la inscribe en el censo de víctimas de persecución y valerosos luchadores justicieros, y a la vez le permite estar a la moda.

En Colombia deben estar preparados porque las víctimas de Fecode nacidas en este siglo no tendrán la intoxicación de propaganda centrada en el odio a los ricos y la lucha contra el imperialismo norteamericano, sino las banderas de la inclusión y la lucha contra la homofobia, la transfobia, la bifobia y la LGBTIfobia, además de los ya habituales feminismo y ambientalismo.

En España, los abanderados más resueltos de estas causas son los del partido Podemos, que es sólo la sucursal española de la multinacional del crimen con sede en La Habana, que acaba de hacer elegir presidente de Colombia al lamentable Gustavo Petro.

Lo más seguro es que el lector razone que eso ya pasa y que Colombia es un país modernísimo porque tiene a una alcaldesa lesbiana en la capital y a una «rectora» transexual. No se imagina lo que será a partir de ahora. Por ejemplo, si uno entra a un instituto de educación secundaria en España la única propaganda que encuentra son invitaciones a «salir del armario», y la radio pública está todo el día dedicada a hablar de la opresión de las mujeres por el patriarcado y de la exclusión de las personas trans. En Colombia el gobierno de Petro hará lo mismo, lo que se agravará porque al ensanchar el peso del gasto público como parte del PIB hará más dependientes que nunca de la pauta pública a los medios de comunicación.

Y esa propaganda tendrá mucho éxito por mucho que las personas «camanduleras» hagan aspavientos apocalípticos: siempre es más fácil convocar a la gente, sobre todo a la gente joven, a la diversión que al esfuerzo, y siendo algo tan ventajoso, incluso premiado en el ámbito «educativo», de poco servirán los gemidos desesperados de los mayores. De hecho, la obsesión de mucha gente contra esas prácticas (también contra el consumo de drogas) a menudo está más movida por la envidia que por un criterio moral equilibrado.

Esa «homofobia» no va a contrarrestar la corrupción de los jóvenes por sus maestros, los medios y el gobierno, al contrario, le será útil: el «homófobo» o machista será el objeto de odio al que todos vilipendiarán, como ha ocurrido con los uribistas, en un fenómeno de adoctrinamiento e intimidación tan increíble que resulta verdaderamente fascinante.

De modo que lo más urgente es entender que la típica indignación de las personas conservadoras no representa ninguna resistencia sino que forma parte del paisaje en que el fenómeno florece. No es que el mundo antes estuviera bien ni que a los comunistas, hasta hace poco los peores perseguidores de los «homosexuales» les haya dado por volverse libertinos, sino que esa corrupción sirve a su agenda de dominación.

Las personas mayores están seguras de sus certezas, pero la mayoría de ellas admiten la existencia de personas «homosexuales» siguiendo la rutina dualista por la que hay buenos y malos, izquierda y derecha. etc. ¿Hay personas con una constitución genética diferente por la que en lugar del anhelo de yacer con las del otro sexo sienten ese impulso respecto del propio? ¿Alguien ha aislado ese gen? ¿Cómo es que en las generaciones anteriores no se veían tantas?

Lo que hay detrás de esa moda es la ruptura del tabú de la sodomía, del mismo modo que el aborto y la eutanasia, «derechos» que defienden con llamativo fervor todos los que obtienen rentas de la educación en Colombia, son la ruptura del tabú del homicidio. La sodomía es mucho más antigua que el tabú y es muy llamativo que casi todas las sociedades tradicionales la persigan. Romper tabúes es algo muy útil a los fines de los totalitarios porque así surge una población vacía moralmente a la que es más fácil dominar.

El gran escritor ruso León Tolstói escribió una novela, La sonata a Kreuzer, centrada en ese temor suyo de que las personas de las clases altas de su tiempo, que ingerían grandes cantidades de comida y no hacían nada, fueran entregándose a una sensualidad sin objeto y en última instancia degradante. Ése es el drama de la juventud del nuevo siglo, más cuando el tradicional impulso reproductivo tiene toda clase de frenos. Las modas LGBTI no sólo afectan a los ricos, pero los jóvenes de clases humildes más bien encuentran en ser gais una forma de ganar dinero, además de divertirse.

La cuestión de las «personas trans», inventadas en las universidades estadounidenses, otro ejemplo terrible de engaño y manipulación de los totalitarios sobre las mentes de los niños, requeriría muchos más párrafos. Al respecto les recomiendo este artículo.

Tras la alegría de no sufrir por encontrar quien los complazca está el plan de dominación de los comunistas, que cada día matan y torturan en Venezuela, que tienen en Cuba a muchos miles de personas en campos de concentración y que en Colombia por supuesto matarán y torturarán mucho más que cuando eran «la guerrilla». Los jóvenes atraídos por el recreo sólo son idiotas útiles a los que usarán para intimidar, y también agredir, a cualquiera que les estorbe.

(Publicado en el portal IFM el 15 de julio de 2022.)

miércoles, agosto 17, 2022

Petro y la "República liberal"

Me inquietó leer la advertencia de Daniel Samper Pizano sobre el riesgo de que después de Petro llegara un nuevo presidente que intentara deshacer su obra. Parecía una amenaza a la noción básica de democracia, que es la alternancia en el gobierno de distintos partidos, pero me tranquilizó saber que el sonriente patricio esperaba un largo periodo de gobiernos progresistas con base en elecciones limpias, como prometió Petro.

Bueno, esto de «me tranquilizó» es sarcasmo. Las elecciones que ganó Petro ciertamente no fueron limpias. No he querido prestar atención a las denuncias de fraude porque las pruebas requerirían una instancia formal que mostrara los hechos a autoridades creíbles, y la verdad es que los supuestos adversarios del candidato «progresista» más bien parecían colaborar en su ascenso. Y sobre todo porque el fraude en el recuento es innecesario cuando hay una forma mucho más sencilla y habitual de ganar de forma fraudulenta las elecciones, que es la compra de votos mediante las llamadas «maquinarias»: baste contar los votos en las regiones de narcocultivos o en aquellas en que es tradicional la compra de votos para saber cómo ganó Petro.

Pero el cuento de Samper Pizano es muy llamativo por un rasgo de esta gente que es en últimas la esencia del llamado realismo mágico: la desfachatez. Ellos, los descendientes de las castas más antiguas y funestas, son los representantes de sus víctimas, a las que proveen de «derechos» que se interpretan como exacción para cebar a sus clientelas —es decir, llaman «dar» al «quitar»— y después de alcanzar la presidencia gracias a la orgía de atrocidades de las guerrillas y al engaño de Santos a sus votantes, ¡resultan los más exigentes valedores de la democracia! Esa desfachatez impregna a la sociedad que la tolera. Siguiendo a sus modelos cultos y linajudos, uno encuentra todos los días a subalternos como Roy Barreras convertido en adalid de la lucha contra la corrupción o como León Valencia ejerciendo de veedor de la democracia y de la moral.

Pero el ejemplo más claro de desfachatez es la idea de que vienen a renovar un país que ha estado doscientos años en manos de la «derecha». Si uno piensa en el último siglo, resulta que la mayor parte del tiempo el Estado lo han dominado los miembros de los clanes ligados a la llamada «república liberal» que, curiosamente siempre tuvieron afinidad con los comunistas y relación con la violencia. Haciendo un breve repaso, baste pensar que el escándalo propagandístico por la falsa «masacre de las bananeras» determinó el triunfo de Olaya Herrera en 1930 y que durante los dieciséis años siguientes las persecuciones contra los conservadores fueron continuas. La hoy olvidada «masacre de Gachetá» es un ejemplo.

El segundo periodo de López Pumarejo terminó abruptamente en medio de graves escándalos de corrupción, hoy olvidados, y la división del partido liberal favoreció el triunfo conservador, como es bien sabido. En contra de la casta de ladrones se había levantado un ambicioso abogado de verbo encendido que se había doctorado en Roma con Enrico Ferri, uno de los más conspicuos ideólogos del fascismo. Gaitán no tenía una marcada obsesión anticomunista porque el comunismo tenía poco peso en el país, ni católica o afín al Eje, como el fascismo español, porque eso ya lo hacía el Partido Conservador, pero era el típico caudillo «nacionalpopulista», que floreció en esa época en medio mundo.

La afinidad de la «oligarquía» del Partido Liberal y los comunistas se acentuó durante los gobiernos conservadores que siguieron, y fue el dinero soviético y el fanatismo marxista lo que mantuvo las guerrillas de la época. A pesar de que la mayoría de los jefes de la «república liberal» tomaron parte en el Frente Nacional, Alfonso López Michelsen, el principal heredero, se levantó y formó un nuevo movimiento, el MRL, que tuvo parte en la fundación tanto de las FARC como del ELN. Y cuando terminó el Frente Nacional, a pesar de que López había sido ministro del gobierno de Lleras, los cachorros de las demás familias, como el propio Samper Pizano, fundaron el M-19 antes de su acceso a la presidencia.

Es peligroso caer en la simplificación de una lucha entre liberales y conservadores a la cual traducir la necedad de la izquierda y la derecha o los buenos y los malos. Samper y los suyos son «liberales» porque su partido se llama así a raíz de su oposición con los conservadores, una característica de la «república liberal» fue la intervención estatal en la economía, siguiendo la moda socialista de la época, lo cual es lo contrario de cualquier ideario liberal. Y lo mismo ha ocurrido con todos los gobiernos dominados por ellos. De hecho, ese partido forma parte de la Internacional Socialista.

La dependencia de esas castas de la Komintern, después de los comunistas locales, financiados por los soviéticos, después del régimen cubano y finalmente del narcotráfico es ahora peor que nunca, aunque también es mayor que nunca el dominio de ese contubernio sobre el Estado. Quienes se preguntan qué ocurrirá con la presidencia de Petro tienen toda la razón en temer que se convierta en una dictadura abierta como en Cuba, Nicaragua, Venezuela y ahora Bolivia, aunque en ella se mantendrá el dominio de esos clanes, dueños sempiternos del país (el patriarca de la familia López era un criollo que fungía de sastre del virrey). La llamada de Samper Pizano a preparar la sucesión tiene que ver con ese plan, pero el dominio comunista siempre termina en una dictadura sanguinaria, y cuando los cubanos tengan asegurado el control podrían prescindir de quienes les entregaron el país.

De modo que suponiendo que Petro y algún sucesor de su banda permanezcan hasta 2030 habrá pasado un siglo en el que sesenta años habrán dominado el ejecutivo esas familias, sin contar que gobiernos como los de Belisario Betancur y Andrés Pastrana fueron complacientes con las guerrillas comunistas o que el de Iván Duque depende de Juan Manuel Santos. Lo cual es poca cosa ante otro hecho más grave: que ningún gobierno posterior a 1991 ha cuestionado la Constitución impuesta entonces. Bah, casi ningún ciudadano, ya la firmó el heredero del conservatismo y la defienden todos los que temen que Petro la cambie, como si no fuera el modelo de las que intentan imponer en Chile y Perú.

Las momias del nuevo gobierno son parte de esa vieja manguala de asesinos y desfalcadores, con un guerrillero en el poder el saqueo se agravará, y también las dificultades económicas para la mayoría, ya evidentes con la subida del dólar, pero no será un cambio sino el dominio total de la misma mafia de siempre.

(Publicado en el portal IFM el 7 de julio de 2022.)

sábado, agosto 13, 2022

¿Cuál lucha de clases?

Por @ruiz_senior

En los años del cambio de siglo aparecieron los foros de internet en que podía participar cualquiera, lo que un lustro después fueron los blogs. Por entonces éramos más bien pocos los «espontáneos» (como se llamaba a los que saltaban de las gradas al ruedo a torear) que nos expresábamos por esos medios, tal vez porque a veces había que replicar a párrafos completos y no sólo gritar una consigna. Todo eso cambió con
 Twitter, ocasión en que proliferaron los opinadores aficionados, cada uno luciendo su biografía o autodescripción, y entre éstas la adscripción a la derecha o a la izquierda.

El nivel de ese foro es ínfimo; entre los periodistas profesionales y los opinadores de categoría hay un claro desdén hacia quienes tomamos parte en él. Y esta cuestión del nivel es de la máxima importancia porque si algo hace falta es afinar en la comprensión de lo que sucede. ¿Qué es lo que el ciudadano que comparte opiniones en Twitter entiende por ser de «derecha»? ¿De qué modo concibe la sociedad y con qué parte de ella se identifica? Creo que vale la pena detenerse en estas preguntas porque esas nociones muestran la hegemonía ideológica del totalitarismo en la sociedad.

Ahora que todo se encuentra en internet y nadie quiere leer textos largos, tal vez convenga recomendar un magnífico cuento de Borges llamado El disco, en el que se presenta un objeto de un solo lado. Esa idea es difícil de concebir, la identificación de las tendencias políticas como «izquierda» y «derecha» se ve favorecida por esa limitación que recuerda la manía de nuestros antepasados de atribuirle sexo a los astros. La gente quiere que todo sea así de sencillo, que haya buenos y malos, justos y pecadores, y por lo visto nadie se pregunta cómo es que alguien que no esté loco quiere contarse entre los malos.

Si se piensa en las recientes elecciones, parece claro que el triunfo de Petro es resultado de la votación de clientelas y maquinarias, y de la abundancia de recursos, pero tampoco se puede negar que la mayor parte de la juventud urbana es partidaria de la «izquierda». Se suele atribuir esta disposición a un adoctrinamiento que nadie quiere detenerse a pensar cómo opera. Y es una cuestión importante porque poco futuro tiene un país en el que la juventud vota por personajes como Petro y su vicepresidenta.

La clave de ese adoctrinamiento es la descripción de la sociedad según un mito que tácitamente «compra» el que se describe como «derechista». Es el mito del cambio social, la juventud viene a cambiar las «estructuras» del pasado para construir en palabras del inefable Alejandro Gaviria, «un país más justo, más decente y más digno». Quien se declara «derechista», como hacen casi todos los tuiteros hostiles a Petro y su facción, «compra» ese mito, no porque comparta los adjetivos sino porque admite el sustantivo como cierto. Si bien resulta obsceno que el país que produce cinco o seis veces más cocaína que hace una década sea más decente, en el que los violadores de niños hacen las leyes y nombran a los jueces sea más digno y en el que se piensa subir los impuestos para dedicar los recursos a la propaganda y a los negocios de clientelas ladronas sea más justo, ocurre que ésa no es la mentira que les interesa que se crea. La mentira útil, que comparten los «derechistas», es la del cambio.

¿Qué es ser de «derecha»? Cada uno tiene una noción particular y eso, de por sí monstruoso (como si los pederastas llamaran a sus actos «amar»), resulta más bien cómico en un país en el que hay una mayoría de gente muy pobre y un sistema legal deficitario que ofrece pocas garantías al ciudadano corriente. Cuando yo discutía con adolescentes de mi familia sobre las proezas de las FARC en el Caguán, concluían que yo era «godo». ¿Yo godo? Muchos entienden ser de derecha como ser partidarios del sistema de libre empresa, cosa que poco tiene que ver con ser conservador, muchos entienden que la persona «derechista» es creyente y hostil a la igualdad de sexos. Así, cada uno sabe lo que es hasta que tiene que explicarlo.

La persona que se proclama de «izquierda», en cambio, declara que la sociedad tradicional es injusta y requiere cambiar el rumbo. Digo «declara» porque la injusticia que detecta y el cambio que anhela no corresponden a la realidad. La persona de «izquierda» ve a la de «derecha» como alguien que se aferra a privilegios y valores antiguos, y la persona de «derecha» concede eso: tiene miedo al cambio y se aferra a valores de otra época. En general, las personas conservadoras son las que creen que el mundo era mejor antes y conviene detenerlo.

Y la persona de «izquierda» tiene razón cuando desaprueba las desigualdades de la sociedad tradicional. Sólo que esa desaprobación no es lo que determina su afiliación ideológica al totalitarismo sino el pretexto de esa afiliación. Baste pensar que hacia 1970 la mayoría de los jóvenes colombianos que iban a la universidad simpatizaban con Camilo Torres y el Che Guevara, pese a que prácticamente todos se contarían entre el 10 por ciento de mayor ingreso. No es que fueran idiotas y «tiraran piedras contra su propio tejado» como creen los tontos «derechistas», sino que la «revolución» es sólo resistencia del viejo orden contra el mundo moderno.

¿Quiere la mayoría menesterosa de los colombianos mayor cohesión social y menos abusos de los de arriba? Es el anhelo que explotan los de «izquierda» con la tácita aprobación de los de «derecha». Los primeros esperan puestos «al servicio del Estado», los segundos no ven problema en el racismo o en la miseria de la mayoría. Todos los tuiteros de «derecha» que comentan esta cuestión condenan a la «izquierda» por quejarse de la desigualdad invocando el coeficiente de Gini, en el que Colombia es uno de los peores países del mundo. He leído a alguno que manifiesta que la desigualdad es «natural» y no hay ningún problema en que haya personas condenadas para siempre a los peores trabajos y humillaciones.

La desigualdad colombiana consiste en que las personas de «izquierda» tienen de promedio ingresos mucho más altos que los demás. No los tristes raspachines de Nariño y Putumayo forzados a votar por Petro ni el 91 % de votantes de Bojayá que agradecieron a alias Benkos Biojó el «favor» de hace veinte años, sino las personas que han ido a la universidad. Y, perdón por insistir, NUNCA he leído a ningún tuitero de «derecha» que se queje de los sueldos y pensiones de los jueces y profesores de todo rango. La desigualdad les parece «natural».

El que dude de que sencillamente las personas de «izquierda» que han pasado por la universidad y ocupan cargos públicos son la mayoría del 10 % de colombianos más ricos podría consultar las estadísticas. Pero eso no es nada, ¿cómo pudieron permitirse acceder a esa educación y a esos cargos? Casi siempre porque disfrutaban de ventajas sociales, es decir, porque sus antepasados se contaban entre «los de arriba». La perpetuación del orden social tradicional es lo que buscan estas personas de «izquierda», pero no se puede esperar que ese orden cambie, ¡porque el cambio es lo que desaprueban los demás! Eso es lo que significa en los diccionarios y en la percepción de la inmensa mayoría de la gente, incluidos ellos mismos, ser de «derecha». Para ser de «derecha» ya están los de «izquierda».

Lo que hará Petro, lo que se hizo en Cuba y Venezuela, es reforzar el control del grupo dominante de siempre. En Cuba los blancos acomodados de vocación funcionarial, en Venezuela la casta militar, en Colombia la universidad (según la famosa descripción de Bolívar, así era cada país). La formidable multiplicación del gasto público en educación tras la Constitución de 1991 y durante todos los gobiernos posteriores se debe al interés de proveer rentas a esa casta. Lo mismo ocurre con las instituciones que defiende la «izquierda», como la «acción de tutela», que despoja de contenido a las leyes concretas en aras de actos discrecionales de los jueces, miembros naturalmente de esa casta… Los privilegios pensionales, inimaginables en cualquier país civilizado, se verán reforzados.

Pero en frente no hay nadie, no tiene oposición, no porque los políticos tengan intereses particulares sino porque no se cuestiona ese modelo, y más bien se teme que cambie. En lugar de simplemente querer asimilarse a las democracias de Europa y Norteamérica buscando la cohesión social y reducir la desigualdad combatiendo esos privilegios, se proclama ser de «derecha».

La lucha de clases no fue un invento de Karl Marx, en la sociedad siempre hay grupos con intereses diferentes. La construcción de una sociedad de oportunidades y de reconocimiento al trabajo pasa por reducir el gasto público y los privilegios de los funcionarios. Es decir, por reducir la carga tributaria y defender la vigencia de las leyes. Pero las mayorías a las que convendría ese cambio, realmente las clases oprimidas, no tienen representación política porque su redención, la elevación efectiva del ingreso medio, por poner un ejemplo, no tiene partidarios reales.

En Twitter los que no son matones del lado de Petro y Tornillo son «derechistas», casi siempre se creen de linajes superiores, creen en el estudio para obtener títulos, nunca han leído una obra literaria y, adivinen, no tienen ningún afán de reducir el gasto público.

Los «derechistas» son simplemente personas de un rango social inferior al de los «izquierdistas». Cuando consigan emparentarse con algún «intelectual» discípulo de Gaviria y admirador de alias Coronell se volverán «izquierdistas». Bueno, es una forma de hablar, ya lo son, pues en el contenido concreto de lo que se entiende en Colombia por ser de «izquierda» ya lo son: valoran el derecho a la educación, que les asegura títulos a sus hijos, y también recurren a tutelas por derechos fundamentales cuando eso les genera alguna ventaja. No ven ningún problema en eso.

Eso es lo que significa ser de «derecha». Para que haya una alternativa a la tiranía, que se hará monstruosa con Petro, hace falta otra cosa. Sobre todo pedagogía para explicar que las políticas de los comunistas no reducen la desigualdad sino que la agravan, no favorecen al pobre sino al rico y no proveen derechos sino que roban recursos.

(Publicado en el portal IFM el 29 de junio de 2022.)

martes, agosto 09, 2022

La segunda parte de la paz

Por @ruiz_senior

Las reacciones al triunfo de Petro son el mejor retrato del país que uno puede encontrar. Alejandro Gaviria se felicitaba por ¡el fin de los odios!, frase maravillosa que parece alegrarse del asesinato de Jesús Montaño y de la campaña de amenazas, difamaciones, insultos y montajes de los partidarios de Petro. Félix de Bedout sacaba pecho por la altísima votación en departamentos como el Chocó, que al parecer era un clamor de justicia que no se había querido escuchar en la capital… Así. En Bojayá la votación fue del 91% a favor de Petro, prueba de la gratitud de esos compatriotas a su líder alias Benkos Biojó.  Los niños bomba y las castraciones de policías con que los compañeros de Petro llegaron a la “paz” son episodios vulgares ante la desfachatez de esta clase de personajes, moralmente inferiores aun a los propios violadores de niños, a los que representan en el periodismo y en la política.

En el bando perdedor las reacciones parecen ejemplos de las reacciones típicas ante el duelo. Sobre todo la etapa inicial de negación, abundan las acusaciones de fraude que hacen pensar en mentes mal maduradas: ¿cómo se demuestra el fraude? Si en unas elecciones hay una autoridad que dice cuántos votos hubo sin que se puedan contar de forma independiente, no tiene sentido convocarlas, se pregunta a esa autoridad quien debe ser el presidente y se ahorran recursos ingentes. Las acusaciones de fraude no se preocupan de probar ningún manejo incorrecto porque quienes las profieren ni siquiera saben nada del proceso de recuento, sólo se ven perdedores y no lo aceptan, tal como harían los de Petro si el resultado les fuera adverso.

Yo no sé si hubo trampas al contar los votos, no puedo saberlo y me sorprende que los mecanismos de vigilancia no conduzcan a denuncias formales (no fotos en las redes sociales). En realidad dudo que las haya habido o que hayan sido significativas, no porque confíe en la honradez del registrador ni de ninguna parte del sistema, sino porque es mucho más sencillo llenar las urnas de votos legítimos e incuestionables. Para eso sólo hace falta poner en marcha una vieja institución nacional, la “maquinaria”. Parece que ya nadie recuerda que hasta hace poco se hablaba de “voto de opinión”, dando por sentado que era sólo una parte del voto y que el resto era el que se conseguía mediante incentivos y presiones convenientemente manejados. Dependía de los recursos para engrasar la maquinaria, eso es lo que define la actual elección.

Antes de ocuparme de esos recursos y esos mecanismos de captación del voto quiero detenerme en lo particular de la segunda vuelta: en contra del cursi y grotesco patán narcocomunista tenían a un señor muy mayor que también termina los verbos reflexivos en “sen” (“abrazarsen”, dice Petro en alguna conmovida deposición) y que se declaraba admirador de Adolf Hitler, perfectamente la clase de personaje que inspira rechazo y que no se esperaba que superara a Federico Gutiérrez, por mucho que éste tampoco convenciera mucho fuera de su región. ¿Cómo pasó el ingeniero a segunda vuelta? ¿Cómo es que la suma de los votos de los candidatos claramente hostiles a Petro en la primera vuelta resultó perdiendo casi 800.000 votos mientras que Petro recaudó más de 2,7 millones más? La única explicación es que muchos votaron por Rodolfo Hernández en primera vuelta y por Petro en la segunda, entonces para sacar de la contienda a Gutiérrez, dado que el paso de Petro se daba por sentado y convenía invertir la grasa de la maquinaria en esa tarea. Después para asegurar el triunfo del increíble “economista”.

El triunfo de Petro es la conclusión del proceso de paz de Santos. Después de que se reconoció a la insurrección comunista como igual de legítima al Estado democrático, se nombraron tribunales acordados entre los asesinos y el gobierno que los premiaba y se nombró una “comisión de la verdad” presidida por Alfredo Molano, un profesor que ordenaba abiertamente masacres desde sus columnas de la prensa, a la vez que se favorecía la multiplicación de los cultivos de coca y el control de ese lucrativo negocio por parte de unas bandas que en 2010 estaban prácticamente extintas, ya la conquista de la presidencia era cosa hecha. (La “disidencia” de la Nueva Marquetalia fue resultado de la persecución a sus líderes por jueces estadounidenses, lo que prueba que seguían implicados en el narcotráfico, no esos disidentes, que lo fueron por ser procesados, sino toda la banda.) A partir de 2017 la producción de cocaína es cercana a mil toneladas anuales, y ese dinero, aparte del que se sustrae a los venezolanos y el que muy probablemente aporta el régimen iraní (muy presente en toda Sudamérica, siempre cerca de los regímenes de la galaxia chavista, como el Brasil de Lula y la Argentina de los Kirchner), es el que explica la copiosa votación por Petro, típicamente en las regiones cocaleras y en aquellas en que la compra de votos está más arraigada.

Pero la paz de Santos fue algo que Colombia aprobó. No hubo el menor gesto de descontento cuando Santos anunció el día de su posesión que Chávez era su “nuevo mejor amigo”, como si en la ceremonia de la boda el novio declara que está enamorado de otra dama, y cuando comenzó el proceso de La Habana no hubo ninguna resistencia. En el plebiscito hubo más votos en contra (extrañamente esa vez el registrador no dijo que el 99% de los votos eran por el sí, cosa inexplicable en el país en el que todos creen que el resultado es el que quiera el que escruta), pero no significó nada porque Uribe dijo que a pesar de eso él honraba la palabra empeñada, y para elegir al sucesor de Santos el rival de Petro era un personaje próximo al golpista y sólo reconocido por los amigos de los terroristas, obviamente poco dispuesto a cambiar nada del acuerdo.

La paz fue una elección moral de los colombianos, como cuando una persona decide cometer un crimen o prostituirse. También en estos casos habría muchas condiciones que favorecieran esa elección, pero el caso es que los mutiladores y violadores de niños se convirtieron en legisladores sin que en la siguiente elección hubiera ningún voto que cuestionara esa novedad. El triunfo de Petro era inevitable porque aparte del dinero de la cocaína los agentes del régimen cubano ensanchaban su control de los resortes del poder.

Los perdedores se hallan en las primeras fases del duelo (negación, ira) y poco a poco irán avanzando a las siguientes (negociación, depresión y aceptación). Abundan los que esperan que no sea tan terrible y que en cuatro años sea posible sacar a Petro, cuando los que votaron por él comprueben lo malo de su gestión, como si no hubiera sido alcalde de Bogotá después de una serie de personajes de su partido a cuál más corrupto e inepto. Como si nadie pudiera contarles lo que ocurrió en Cuba y después en Nicaragua y después en Venezuela y ahora en Bolivia, países en los que no tenían previamente el control del poder judicial ni leyes que justificaban su tiranía.

El triunfo de Chávez comportó el saqueo completo de las arcas venezolanas y el hundimiento del país en los últimos puestos de todos los índices, empezando por el de corrupción, pero su régimen no se va a caer en varias décadas. Eso mismo ocurre ya en Colombia, frente a una conjura bien organizada y bien financiada, sólo hay gente perezosa que realmente cree que Estados Unidos va a intervenir para combatir a Petro (aquí el portavoz del Departamento de Estado muestra su alegría por la elección de Petro) o que los militares van a dar un golpe de Estado.

El final del duelo es la aceptación, la semana pasada -https://ifmnoticias.com/que-fue-de-aquellas-mayorias/- señalaba cómo la Constitución del 91 es ya un rasgo de identidad de los colombianos. La tiranía comunista que perfectamente durará todo el siglo también lo será. Petro y sus sucesores no se irán por las buenas, y nadie los echará. Bueno, no hay que verlo tan mal, los que se quejan de los indigentes venezolanos dejarán de verlos, de hecho, millones de colombianos les devolverán la visita, a pesar de lo miserable que seguirá siendo ese país.

(Publicado en el portal IFM el 23 de junio de 2022.)

viernes, agosto 05, 2022

¿Qué fue de aquellas mayorías?

 Los propagandistas del candidato del régimen cubano acusan al ingeniero Rodolfo Hernández de ser lo mismo que Uribe. “Votar por Rodolfo es votar por Uribe”, claman, y con esa advertencia esperan disuadir a los votantes. Y se podría pensar que perderían su tiempo, de no ser por los magros resultados del candidato al que apoyaba el expresidente y por el claro afán del rival de Petro por mostrarse hostil al uribismo. Es decir, el odio a Uribe ya no es sólo un tema de la propaganda narcocomunista sino algo instalado en la conciencia de la gente, y éste es un fenómeno que desconcierta al que no mantiene un contacto continuo con el país.

En la famosa novela 1984, George Orwell crea un personaje, Emmanuel Goldstein, contra el que cada día se convocaba a los “cinco minutos de odio”. El relato corresponde a la orgía de intimidación que llevaban a cabo los comunistas en la Unión Soviética contra los partidarios de alias León Trotski. El odio a Uribe es de esa clase, el producto de una gran inversión en propaganda y un aprovechamiento inclemente de la inocencia infantil, y resulta algo absurdo si se cuenta con los datos de lo que ocurrió en Colombia entre 2002 y 2010 y sobre todo con la popularidad que alcanzó el expresidente. Pero funciona, como si la gente que soñaba con tenerlo a perpetuidad en el cargo hubiera experimentado un “lavado de cerebro” de los que hacían los comunistas durante la guerra de Corea y ahora hubiera convertido su “enamoramiento” en rencor furibundo.

Durante el gobierno de Pastrana, la sociedad colombiana “degustó” el poder que habían alcanzado las bandas narcoterroristas y reaccionó a la orgía de crímenes apoyando resueltamente en las elecciones de 2002 al único candidato a la presidencia que prometía una actitud firme. Ni siquiera hizo falta una segunda vuelta. Y la determinación con que el nuevo gobierno hizo frente a las bandas terroristas permitió un renacer del país, casi unánimemente considerado hasta entonces “Estado fallido” en instancias internacionales. Los índices de secuestros, homicidios, extorsiones, atentados contra la infraestructura y demás crímenes terroristas menguaron drásticamente y el PIB del país casi se triplicó en esos años.

La posibilidad de cambiar la ley para permitir la reelección fue el tema de discusión del país durante 2004 y 2005, y tras el triunfo de Uribe con casi dos tercios de los votos en 2006 y plantearse la posibilidad de una segunda reelección, el de los años siguientes. A tal punto que en la campaña de 2010 Santos utilizó a un actor que imitaba la voz del expresidente, y ganó en segunda vuelta con casi el 70% de los votos que habrían sido por Uribe si hubiera podido presentarse.

¿Qué ha ocurrido para que el odio a Uribe se haya hecho mayoritario? No vale decir que es sólo el fruto de la propaganda en las escuelas y en los medios, esa propaganda ya era omnipresente cuando Uribe ni siquiera tenía un 2% de intención de voto y se le atribuía ser el amigo de los “paramilitares” (por su apoyo a las Convivir). Hay que dar un rodeo para entender eso mejor que con la simple atribución a la ventaja del adversario. Un equipo de fútbol siempre pierde porque el otro acierta a meter gol.

Por ejemplo, cuando César Gaviria convocó la Constituyente violando la ley que prometió defender, con claros incentivos perversos como la voluntad de prohibir la extradición y con la presión de los estudiantes universitarios que desde décadas antes siempre tomaban partido por los comunistas, los que querían en Colombia una nueva norma fundamental eran poquísimos, ni siquiera un 20% del censo participó en la elección de la Asamblea, y también los que pensaban que uno tiene un “derecho fundamental a la salud”, cosa que ahora es obvia para prácticamente todos los colombianos. (¿Por qué no a la alimentación? ¿Cómo puede alguien estar tan loco como para ponerse a trabajar cuando sólo tiene que exigir su comida?) Treinta años después ese generoso logro no alcanza a los millones de colombianos que no llegan a ganar el salario mínimo, a las muchachas que se prostituyen en muchos países, a los raspachines, a los niños de la calle, a los indigentes… El derecho fundamental a la salud o a la educación son imposiciones totalitarias que benefician a los que prestan esos servicios, sea directamente en el Estado o en entidades privadas, y a los que pueden pagar abogados o tienen relación con los jueces que los premiarán cuando presenten “tutelas”.

Pero el punto es que si uno cuestiona esos derechos fundamentales o dice que habría que cerrar las universidades públicas los colombianos lo miran como si hubiera propuesto asar a la madre a la brasa antes de comérsela. Esas ideas ya se han hecho hegemónicas porque no tuvieron ninguna resistencia, y no la tuvieron porque los políticos de todos los partidos y los periodistas de todos los medios se contaban entre los que se beneficiarían reclamando esos “derechos” mediante “tutelas”. No hubo nadie que se tomara el trabajo de explicar que esos “derechos” son lo contrario de un objetivo normal del bien común, como la suma de prosperidad y cohesión social, que normalmente van juntas cuando se respetan las leyes de la democracia liberal.

Eso mismo pasó con la paz de Santos. Si uno les sugiriera a los ciudadanos de cualquier país europeo que debían escoger entre tener a los violadores de niños creando las leyes o “prestar a sus hijos para la guerra” (cosa que también es falsa, casi ningún muchacho de la clase media presta servicio militar) lo mirarían como a un monstruo. Y sin embargo eso funcionó en Colombia durante el gobierno de Santos y ya se ha vuelto algo razonable para los colombianos, parte de su identidad, algo que les resulta obvio (como si alguien les reprochara a los chinos comer con palillos y no con tenedor). Todos los candidatos por los que se podía votar el 19 de marzo aprobaban los acuerdos de La Habana, el único que presentaba algún reparo, el señor Gómez Martínez, obtuvo un 0,23% de los votos.

De modo que Uribe pasó en menos de una década de ser el salvador del país y el que recuperó la confianza y un mínimo bienestar al causante de la “guerra” y prácticamente un criminal que oprimió y masacró a los colombianos. ¿Qué les ha pasado a los que lo apoyaban? No es que la propaganda los haya hecho idiotas, es que desistieron porque no tenían quien defendiera el sentido común y la ley.

Porque el triunfo de Santos y las FARC sólo fue posible gracias a la traición del uribismo, primero haciendo elegir al tartamudo fatídico, incluso colaborando en la persecución contra Andrés Felipe Arias, y después negándose a hacerle oposición para no perder las migajas del poder que favorecían a los amigos del expresidente. Hay muchos misterios en esa actitud, el caso cierto es que el apego a Uribe se volvió pura nostalgia porque la implantación de la tiranía comunista no tuvo resistencia. Porque nadie se ocupó de explicar que la paz no eran las negociaciones de paz y que las bandas de asesinos (prácticamente desaparecidas en 2010 y “resucitadas” para firmar la paz) no eran equivalentes al Estado democrático.

Entre los hitos de esa actitud complaciente con el crimen monstruoso de Santos hay que destacar la disposición a negociar el NO del plebiscito después de que el propio presidente dejara claro que ese resultaba dejaba sin valor el acuerdo. ¿Quién está de parte de Uribe si su tarea es impedir que lo que hace Santos tenga resistencia? Para completar esa labor, cuando se convocaron manifestaciones el 1 de abril de 2017 el partido de Uribe desvió su motivo original, que era el rechazo al acuerdo de La Habana, para convertirlas en actos preelectorales contra la “corrupción”. El hecho de pedir que los legisladores fueran elegidos y la verdad no surgiera de la voluntad de los criminales se volvió para Uribe y su sanedrín un rasgo de la “extrema derecha”.

El tener a jueces nombrados por los asesinos y aceptar la verdad que imponen quienes encargaban las masacres ya se ha vuelto un rasgo de identidad de los colombianos, tal como el antiamericanismo y el anticapitalismo lo eran para la mayoría de los cubanos de la segunda mitad del siglo xx. Y es que el gobierno de Uribe también ha sido idealizado. Baste pensar que las personas nacidas en la década de 1990 tuvieron su educación durante los años de Uribe y ahora son casi unánimemente antiuribistas: a nadie se le ocurrió vigilar lo que se hacía en las aulas, ni menos reducir el gasto en universidades, al contrario. Bastaba con el culto a la personalidad del líder que había aprendido de Fujimori y de Chávez a estar a todas horas en la televisión y el fervor fanático que se creaba entre masas poco reflexivas.  

Puede que para enderezar a Colombia y convertirla en un país pacífico y próspero haga falta ir más allá del combate contra el narcoterrorismo, puede que haya que cuestionar el diseño constitucional de 1991, que es el que ahora intentan imponer los totalitarios en Perú y Chile. Para eso, en la fase siguiente, hay que plantear una actuación política que ya no puede ser el uribismo, cuyo fracaso es el dato decisivo de estas elecciones.

 Apuestas seguras y arriesgadas
¿Quién ganará la presidencia este domingo? No es concebible que Petro expanda su votación porque a los votos de Rodolfo Hernández habría que sumar los de Federico Gutiérrez y John Milton Rodríguez. Pero Petro no es el cambio sino la continuidad, lo apoyan Santos y Samper y Vargas Lleras y cuanto “manzanillo” haya prosperado gracias a la compra de votos y el fraude, de modo que el próximo presidente sigue siendo una incógnita.

Entre las diversas trampas de la propaganda están las encuestas, que siempre corresponden a los deseos de quienes las publican y no a las respuestas de los entrevistados, que son sólo un dato de los que se tienen en cuenta. Esto no debe tomarse como una acusación, es inevitable que así ocurra, si se pregunta a mil personas cuyas respuestas deben representar la disposición de 30 millones, bastaría que por casualidad 20 de esas personas quisieran votar por un candidato marginal para que hubiera que vaticinarle 60.000 votos. Los resultados siempre se corrigen y el pronóstico de la empresa encuestadora es una apuesta sobre el resultado que no tiene por qué corresponder a lo que le contestaron sino a los resultados reales. Y en ese punto hay que señalar que en Colombia tienden a “equivocarse” sospechosamente: en 2018 Sergio Fajardo habría pasado a segunda vuelta en lugar de Petro si no se hubiera desanimado a sus votantes mostrando en las encuestas un tercio menos de los votos que obtuvo. El 29 de marzo ninguna encuestadora contaba con el paso a segunda vuelta de Rodolfo Hernández, y el “error” promedio era de unos ocho puntos. Ahora la empresa Yanhaas ha publicado una “encuesta” en la que Petro le saca diez puntos de ventaja a Hernández… La apuesta de esa empresa tiene un éxito seguro, el incentivo que reciben por anunciar resultados.

En contraste, en las casas de apuestas la ventaja de Hernández es de unos 30 puntos (de promedio 65 contra 35). No es lo mismo publicar un resultado probable que alguien paga que arriesgar el propio dinero porque se percibe una ocasión de obtener ganancias fáciles. Para formarse una idea de su fiabilidad, el paso de Hernández a segunda vuelta tenía más apostantes que el de Gutiérrez, lo contrario que en las casas de apuestas, que al parecer querían precisamente animar el voto a Petro explotando el odio a Uribe. Los apostantes sólo ponen su confianza en que el fraude no podrá ser tan monstruoso, pero no sorprendería demasiado en el país en el que los responsables probados de miles de asesinatos y amos de la industria de la cocaína pagan para que se llame “matarife” a quien les impidió seguir matando.

(Publicado en el portal IFM el 17 de junio de 2022.)