sábado, diciembre 07, 2013

El Estado desagraviador

Tal vez el valor más característico de los colombianos es el culto de la educación, por eso los políticos, cuyas manifestaciones son verdaderos termómetros de la opinión común (dado que toda rareza los dejaría en minoría), proclaman todos los días su disposición a impulsar la educación y a brindar más educación; y todo el que puede mantener a sus hijos hasta los treinta años estudiando hace el esfuerzo y de ese modo el país cuenta con varios millones de titulados universitarios cuyas carreras no se sabe a menudo para qué sirven; mejor dicho, sirven para que las personas tengan ese adorno de su rango universitario, aunque según su origen social eso va a significar que se dediquen a la enseñanza o disfruten de rentas cómodas en el Estado (los que han ido a universidades privadas prestigiosas y tengan contactos) o que tengan que elegir entre la miseria orgullosa de los resentidos sociales y los trabajos que harían sin haber estudiado (los que van a universidades públicas o a las de garaje).

Esa noción predomina entre la gente que no ha estudiado pero, gracias a la idea de la educación como derecho fundamental, también entre la mayoría de los egresados: la educación se concibe como algo que certifica un documento y cada vez más como algo que se puede reclamar al Estado, no como el esfuerzo de superación y edificación que tenía el término antes sino como una forma de acceso a un rango social superior. El resultado, y eso lo he visto muchísimas veces, es que uno encuentra en las redes sociales profesores universitarios de periodismo que desconocen las reglas más elementales de ortografía, o que usan términos con un sentido rotundamente distinto al del diccionario, casi siempre porque en el ambiente el término se ha envilecido pero a veces porque los honra usar palabras raras de cuyo uso no tienen noción.

Educación debería ser ante todo lectura, y no lectura para contestar un examen sino para entender el mundo: la primera tarea de la escuela debería ser imbuir en los educandos el hábito lector, pero eso no interesa sencillamente a nadie. Y la persona educada debería ser aquella que conoce los clásicos, que al menos los ha leído, cosa que en Colombia no son ni siquiera los profesores de filosofía o literatura de las universidades más caras. Cada "profesional" ha hecho algún esfuerzo por poder recitar las claves de algún manual de su especialidad y aun los textos más populares relacionados con esa materia los desconoce.

Pero ¿a quién se le va a ocurrir que la educación sea algo que la gente tiene que obtener con su esfuerzo y no sólo reclamar como un "derecho"? La mera idea escandaliza a las personas "educadas", que son tales porque han adoptado la ideología de las universidades, consistente en esa mezcla de pretextos para el resentimiento y a la vez para el parasitismo.

Pongamos el libro más reconocido de todos los escritos en español durante el siglo XX relacionado con historia, filosofía y política. ¿Cree el lector que el 1% de los colombianos titulados en cualquiera de estas carreras o en derecho, antropología, filología, literatura, sociología, psicología, etc. ha leído La rebelión de las masas? Yo estoy seguro de que no. Y no digo nada de la comprensión de lectura ni de la aptitud del lector.

Acerca del título de esta entrada, y también de la cuestión de la educación, voy a copiar unas frases de ese libro que vienen muy a cuento.
El Estado contemporáneo es el producto más visible y notorio de la civilización. Y es muy interesante, es revelador, percatarse de la actitud que ante él adopta el hombre-masa. Éste lo ve, lo admira, sabe que está ahí, asegurando su vida; pero no tiene conciencia de que es una creación humana inventada por ciertos hombres y sostenida por ciertas virtudes y supuestos que hubo ayer en los hombres y que pueden evaporarse mañana. Por otra parte, el hombre-masa ve en el Estado un poder anónimo, y como él se siente a sí mismo anónimo -vulgo-, cree que el Estado es cosa suya. Imagínese que sobreviene en la vida pública de un país cualquiera dificultad, conflicto o problema: el hombre-masa tenderá a exigir que inmediatamente lo asuma el Estado, que se encargue directamente de resolverlo con sus gigantescos e incontrastables medios.

Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatifícación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos. Cuando la masa siente alguna desventura o, simplemente, algún fuerte apetito, es una gran tentación para ella esa permanente y segura posibilidad de conseguir todo -sin esfuerzo, lucha, duda, ni riesgo- sin más que tocar el resorte y hacer funcionar la portentosa máquina.
El nombre de esa disposición que describe Ortega es "socialismo", esa certeza de que el mundo existió siempre sin orden ni justicia ninguna hasta que la clase de los funcionarios se propuso organizar a la sociedad para satisfacer sus necesidades. La experiencia del socialismo marxista en Europa oriental y China debería bastar para explicar el efecto de todo eso, pero también se podría decir de lo que ocurre en Europa occidental, donde el Estado-providencia ha conducido a una situación crítica de insolvencia.

En Hispanoamérica el Estado llegó "importado", ya existía cuando se fundaron las sociedades, y la casta de funcionarios ha sido la hegemónica en todo momento. En la medida en que se multiplican la población y los recursos, esa casta trata de expandir a toda costa su poder. Ése es el sentido de lo que se conoce como izquierda: no propiamente un proyecto liberador ni tampoco redistribuidor sino de concentración del poder en la burocracia, cosa que es más grave cuanto mayores sean los recursos naturales de un país.

¿Cómo hace la casta dueña del Estado para conservar el control? Primero explota esa disposición de las masas a creer que el mundo siempre ha sido como lo conoce y que cualquier bien de que haya disfrutado es natural (casi siempre es resultado de la tecnología que se inventa allí donde no hay socialismo), y a partir de ahí convierte a todos los demandantes de favores estatales en agraviados. A los agraviados se los organiza ofreciéndoles medios de relación y todo tipo de halagos, hasta que toda particularidad personal se vuelve "identidad" y lleva a los vividores que poseen esos rasgos a puestos de poder y a los demás a ser clientela que vota y opina en el sentido que conviene a la casta reinante.

Paradigma de esa labor es el conflicto cultural por las costumbres. Por ejemplo, la pelea por la dosis personal de drogas. Los comunistas colombianos vivieron durante la mayor parte de su historia gracias a los aportes del régimen soviético y tratando de imponer ese modelo en Colombia. ¿Cómo es que están tan dispuestos a promover las costumbres más libertinas que en la antigua URSS habrían llevado a cualquiera a pasar su vida en un campo de concentración? Porque eso sirve para presentar el totalitarismo como una cosa divertida. Todavía en Cuba hay muchísimas personas presas por fumar marihuana, cosa que no impide que el gobierno tome parte en el tráfico de cocaína, pero los castristas en Colombia son los más firmes defensores del derecho a consumir.

Mucha gente cae en la trampa: es decir, mucha gente que realmente cree en la libertad individual y desaprueba la prohibición. Desgraciadamente, la única oposición que encuentran los totalitarios es de gente conservadora que defiende una actitud de prohibición. La cuestión aquí es cómo el hecho de consumir drogas convierte a la persona en agraviada por los que las prohíben y le provee una "identidad" que sólo consiste en un hábito que la mayoría considera funesto. Se presenta la tradición moral como un error que van a corregir los castristas y de paso al consumidor se lo engatusa para que de su inclinación (que podría considerarse una debilidad) infiera una disposición a cambiar la sociedad. Exactamente eso hacen los islamistas con los raponeros y demás delincuentes de origen norteafricano en Europa.

Pasa lo mismo con la homosexualidad: en muchos registros de épocas remotas se encuentran referencias a las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y según las épocas y culturas se toleraban o se perseguían. En la antigüedad esas personas no eran "homosexuales", no tenían una "identidad" diferente. No se encontrará una idea parecida o un adjetivo o nombre interpretable como "homosexual" en ningún documento antiguo, y ciertamente los "homosexuales" abundaban en Grecia y Roma. Tras la caída de Roma y la hegemonía cristiana en Europa esas prácticas se consideraron criminales y sólo en el siglo XX se empezaron a tolerar. Es de suponerse que siempre habría personas tentadas de experimentarlas, como con cualquier práctica en que entre en juego la sensualidad. Al igual que ocurre con las drogas, quien crea en la libertad individual debe oponerse a toda forma de condena y persecución de las costumbres heterodoxas. El problema es que los comunistas, herederos de regímenes que castigaban espantosamente esas prácticas, encuentran a otra comunidad de agraviados a los cuales desagraviar gastando dinero público y en realidad convirtiéndolos en otra clientela.

Respecto del aborto es aún más grave porque abortar no es ninguna diversión y en lugar de educar a la gente para evitar los embarazos no deseados se la convierte de nuevo en agraviada que reclama su "derecho" y requiere toda clase de gasto público y ciertamente cargos bien pagados para las feministas que salvan a las posibles víctimas de la amenaza prohibicionista.

Todo eso es el programa del socialismo después de que el viejo esquema de la lucha de clases fracasó y la gente de vocación funcionarial tuvo que inventarse otros pretextos. Aunque de hecho lo que señala Ortega es predominante. Volviendo al comienzo de esta entrada, ¿quién va a pensar que la educación es algo que asumen los padres respecto de los hijos y depende casi sólo del esfuerzo de éstos? Es un "derecho" que todos tienen que reclamar y a ninguno (literalmente, A NINGUNO) se le ocurre que en lugar de enseñar a leer el gobierno podría dar de comer. Mucha gente en Colombia podía estudiar pero no comer. Sólo es que la "educación" justifica los ingresos de una clientela más dinámica y a la vez permite adoctrinar en los valores que convienen a la casta dominante.

Nadie debe dudarlo: la expansión del Estado no es ningún progreso, sólo es la persistencia de un orden de dominación y su efecto es el que ya se vio en la antigua URSS y después en Cuba y en Venezuela. Y el activismo por las "identidades" agraviadas (en España ocurre con Cataluña, una región rica que quiere pagar menos impuestos y se aferra a un sentimiento de superioridad promovido por la educación) es una manipulación falaz de gente cuyo verdadero interés es la dominación, y cuyos resultados en el gobierno se han probado en Bogotá con las tres alcaldías sucesivas del Partido Comunista.

(Publicado en el blog País Bizarro el 24 de octubre de 2013.)