martes, octubre 26, 2010

¿Quién manda en Colombia?

Tal como les ocurre a las personas, a las sociedades las determina su pasado. Y es en el pasado donde debemos buscar para explicar la docilidad de los colombianos ante los atropellos que cada día cometen las autoridades judiciales. Hay un temor atávico a los que mandan, un temor cuyas raíces se pueden buscar en la Inquisición, y antes de que el Santo Oficio se instituyera en la región, en los métodos de dominio de la Conquista.

De ahí la relativa indiferencia con que fue recibida la condena al coronel Plazas Vega. Aparte de los directamente afectados y de la minoría que realmente anhela un progreso hacia la democracia, todo el mundo pareció dispuesto a admitir que había que someterse a la "justicia", y prácticamente a nadie le importa que todas las determinaciones de la cúpula judicial reciban siempre el aplauso de los partidarios de las FARC y el chavismo.

Claro que en aras de la paz íntima todo el mundo olvida que hubo y hay partidarios de las FARC y el chavismo, y eso porque una vez la embestida armada de la banda comunista fracasa, ya nadie quiere defenderla. Ni siquiera los columnistas, gremio que de forma casi unánime exigía el premio de las atrocidades guerrilleras y el sacrificio de la democracia durante los gobiernos de Samper y Pastrana.

Pero esa sentencia increíble
dictada sobre hechos juzgados y prescritos, sin ninguna prueba válida y aun negándose a efectuar las pruebas que podrían aclarar los hechos, con manifiesta parcialidad tanto de la juez como de sus superiores y creando nuevas entidades jurídicas que extrañamente no se aplican a los asaltantes, no es la excepción sino la norma. Casi todas las decisiones del poder judicial son similares, y la misma sentencia estaba anunciada en un documento emitido por una "Comisión de la verdad" formada por ex presidentes de la Corte Suprema de Justicia, y en el que se alude a los militares como "victimarios sin escrúpulos" y se citan como autoridades los escritos de los propagandistas del M-19 (el documento fue comentado en este blog).

Lo que no se quiere entender es que los objetivos que tenían Pablo Escobar y el M-19 al ordenar el asalto del 6 de noviembre de 1985 los obtuvieron con la Constitución de 1991, gracias a la venalidad y corrupción del gobierno de César Gaviria y de la clase política de la época. Perseguir a los militares para desmoralizarlos y mantener activas a las guerrillas es una tarea apenas obvia por parte de unas autoridades judiciales cuyo ascenso necesitó del asesinato de quienes ocupaban el cargo antes. No tiene nada de raro que prácticamente todos los magistrados que se jubilan se dediquen a apoyar al Polo Democrático, incluso a ser sus candidatos, como ocurrió con el ex presidente de la Corte Constitucional Carlos Gaviria.

El diseño constitucional es uno en el que los ciudadanos eligen a los peones del poder real, que detentan los magistrados. Todos los días se oyen noticias sobre sus actuaciones. El déficit público es imposible de remediar a causa de una sentencia de la Corte Constitucional que obliga al gobierno a proveer asistencia sanitaria a todo el mundo, sin atender a las contribuciones. Los trámites fraudulentos de pensiones de Telecom son forzados por jueces asociados a mafias de abogados a las que nadie controla, la mayoría de los acusados de pertenencia a bandas terroristas de cierto nivel que son capturados terminan libres gracias a la labor de los jueces, como ocurrió recientemente con el hermano de "Rodrigo Granda", las sentencias en que se imponen gastos multimillonarios a favor de la clientela de los jueces invocando derechos fundamentales —a menudo para pagar costosas cirugías estéticas o tratamientos que cuestan lo que la supervivencia de miles de personas— son noticia diaria, si bien poco difundida, al igual que las que premian la relación con los jueces de algún ex empleado resuelto a esquilmar a su empleador.

Lo interesante es que la Asamblea Constituyente del M-19 y Escobar fue elegida apenas por un 20 % de los posibles votantes, pero de ahí emerge un poder que hace completamente ingobernable el país y completamente inane cualquier atisbo de democracia. En Colombia no hay democracia porque el pueblo no elige nada, ya que todo termina decidido por esas autoridades judiciales, que si bien no son elegidas sí cuentan con la adhesión de los poderes fácticos que hundieron al país en el infierno de los noventa: las sectas comunistas (de las que las guerrillas son apenas el servicio doméstico armado), los dueños de los medios de comunicación, con su nutrida tropa de paniaguados, las logias de "académicos" y toda la ralea de sindicalistas, autores de informes, profesionales de la protesta, miembros de ONG, diplomáticos del terrorismo y demás gentuza.

Se equivocan quienes piensan que Colombia es viable con unas autoridades de justicia que son sólo una siniestra mafia de prevaricadores aliados de los traficantes de drogas y de las bandas terroristas, obedeciendo a cada capricho que se les ocurra, siempre en aras de desmoralizar a los defensores de las instituciones y de hacer inviable el gobierno hasta abrirle las puertas a uno apoyado por Hugo Chávez (la adhesión de Mockus a esas autoridades es una prueba de su relación secreta con el chavismo). No se debe olvidar que la atrocidad jurídica contra Plazas Vega es sólo un episodio en una larga lista: sólo es que no se recuerda el cuestionamiento a los computadores de Raúl Reyes después de que la Interpol certificara su autenticidad, la obstinada impunidad de los cómplices de las FARC que aparecen en esos computadores, los procesos basados en testimonios de criminales, el caso Tasmania y toda la conducta del magistrado auxiliar Iván Velásquez, la persecución contra Fernando Londoño por sus opiniones o la curiosa pereza de avanzar en un caso que no está prescrito y en el que sí hay pruebas concluyentes que comprometen a los socios de la caterva de criminales que ocupan los altos cargos de la justicia: el asesinato de Álvaro Gómez.

En cualquier país desarrollado la conducta de esos magistrados los tendría en la cárcel por prevaricar, pero la realidad de Colombia es que no se los puede procesar. Teóricamente hay una Comisión de Acusaciones de la Cámara, cuyos miembros tienen miedo de ir a prisión preventiva con cualquier pretexto (la prisión preventiva de representantes populares, por no hablar del fundamento de los procesos, o del papel de la Corte Suprema como juzgado de primera instancia, es una figura desconocida en cualquier democracia). De modo que los colombianos de hoy en día están literalmente sometidos a la tiranía de esa caterva de criminales.

Y sería muy ingenuo esperar que en los próximos meses o años la conducta de esos malhechores fuera a cambiar. La única solución que se me ocurre es empezar a promover una Asamblea Constituyente que tenga entre sus facultades evaluar el posible prevaricato de los jueces, empezando por las sentencias en que ampliaron los derechos fundamentales a todos los supuestos que sirven a su cleptocracia (es prevaricato reemplazar la Constitución y al poder legislativo). Pero entonces surge el problema que planteé en el primer párrafo: el arraigo de la servidumbre. ¿Cuándo habrá una mayoría de ciudadanos que entiendan que los jueces son los funcionarios que aplican la ley, y dejen de creer que la ley es aquello que determinan los jueces, es decir, los amos?

Cuando los magistrados eran estudiantes en las facultades de Derecho se recitaba "El Derecho no es más que la voluntad de la clase dominante erigida en ley". Gracias al asesinato de los juristas y a la alianza con Pablo Escobar y la clase política corrupta de la época de dominio de las bandas de traficantes de cocaína, esos estudiantes se convirtieron en la clase dominante, y han convertido su voluntad perversa y terrorista en ley.

Plazas Vega condenado a treinta años es como una metáfora: es perfectamente posible que dentro de unos meses el condenado sea el presidente Uribe. Y lo fascinante es que los adalides de la legalidad sean asesinos amnistiados como Gustavo Petro o León Valencia, o, peor, instigadores de asesinatos, como Alfredo Molano (que comparaba a Tirofijo con Bolívar y justificaba atrocidades como la masacre de Vigía del Fuerte). Es que los miembros de las cortes, como lo demostró el humanista para el que es lícito matar para que la gente viva mejor, son sólo criminales de la misma calaña, a veces con mejor labia o mejores "palancas".

El pretexto con el que se saltan principios básicos del Derecho como la prescripción de la acción penal es la consideración de las supuestas desapariciones como "crímenes de lesa humanidad". Y los colombianos ni se inmutan ante el hecho de que el mismo asalto, al igual que el secuestro y asesinato de José Raquel Mercado o la masacre de Tacueyó, no sea considerado crimen de lesa humanidad. Si hubiera que buscar esa clase de crímenes habría que considerar ante todo la existencia misma de las FARC y la larga lista de cómplices que las apoyan. Pero en tal caso habría que considerar el castigo de esos jueces.

El candidato Juan Manuel Santos propuso que la Fiscalía fuera parte del Ejecutivo, cosa que despertó indignación entre los indignados profesionales que comentan en la prensa, convenientemente pagados por ONG cuyos líderes apenas se distinguen de los jefes terroristas por la manicura y el cuidado de las barbas. Resulta que ésa es la norma en los sistemas jurídicos similares. Por ejemplo en España o en Estados Unidos, y el problema de un Ministerio Público sometido a las autoridades judiciales, como de hecho ocurre en Colombia, es que sólo se investiga o sólo se presentan acusaciones cuando interesa a quienes juzgan.

El orden real de la sociedad colombiana dista mucho del propio de una democracia. El poder está en manos de unos señores a los que los ciudadanos no eligen, que son abiertamente parciales en sus sentencias y claramente afines tanto a los intereses de las mafias de traficantes de drogas como a los de las organizaciones terroristas. Sus órdenes no tienen relación con ningún principio de equidad sino siempre con intereses espurios o con la satisfacción de las ambiciones de su clientela para obtener privilegios a costa de los demás colombianos.

Pero creo haber encontrado una explicación para la pasividad de la mayoría de la gente: a los colombianos no los indigna la injusticia sino sólo la que los afecta. Si los roban para pagarles liftings a los clientes de los magistrados, no sienten rabia sino admiración y empiezan a plantearse cómo podrán contarse ellos entre los beneficiados, de ahí que uno quede como un reaccionario inverosímil cuando critica la "acción de tutela". La arbitrariedad y la venalidad de quienes deberían defender la justicia les parecen atributos del poder que sólo lamentan no poder disfrutar.

Pero hay que seguir insistiendo hasta que la opresión sea evidente para todos: puede que la escuela de ciudadanía necesite un siglo o más para hacer consciente a la gente de la infamia de que la justicia esté en tales manos, pero sería peor callarse.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 23 de junio de 2010.)

viernes, octubre 22, 2010

Pues no, no todo vale

Los colombianos escogerán el próximo 20 de junio entre estos dos caminos: la continuidad de resultados sin importar los medios —la del todo vale— o la de resultados sin sacrificar ni principios éticos ni legalidad —la del no todo vale.

No importa quién haya dicho esas palabras, las hacemos nuestras, e invitamos a los lectores a votar considerando los principios éticos y la legalidad por encima de todo. Y al mismo tiempo nos vemos en el deber de señalar que, a pesar de la conflictiva relación de la política con la verdad, no todo vale, hay límites que no se pueden traspasar sin estar faltando al respeto a los ciudadanos y amenazando toda ética y toda legalidad.

Por ejemplo, no vale sugerir que las ejecuciones extrajudiciales de personas inocentes conocidas como "falsos positivos" son una forma de guerra sucia o una opción inmoral del gobierno. El presidente, el ministro y los mandos militares son víctimas de quienes cometieron esas atrocidades, que no sólo no son crímenes de Estado sino que son, además de lo que corresponde directamente a las víctimas, crímenes contra el Estado. En rigor, el señor Mockus y sus seguidores están cometiendo un delito de calumnia.

Tampoco vale engañar a los electores asegurando que se renuncia a dinero de reposición que no se puede cobrar. El señor Mockus lo sabía, pues ya en otra ocasión había intentado cobrarlo, buscando convertir la elección en un negocio, tal como hemos demostrado en este blog. La afirmación mendaz del señor Peñalosa, respaldada por calumniadores mafiosos como Daniel Coronell, es una conducta antiética que de ningún modo pueden refrendar los electores el 20 de junio.

Sólo personas que quieren ganar a cualquier precio y gobernar de cualquier manera son capaces de sugerir e incluso afirmar que quienes escogimos otras opciones políticas lo hicimos incentivados por dinero, como hacen muchos líderes de la campaña del Partido Verde, incluido el propio candidato. Ahí se está cometiendo de nuevo un delito de calumnias que ninguna persona decente puede aceptar.

Son demasiadas cosas inaceptables, ilegales y antiéticas. Por ejemplo, pese a la prohibición de hacer proselitismo el día de las elecciones, los activistas del Partido Verde se las dieron de pícaros uniformándose con prendas de ese color. Ciertamente, no era ningún delito, pero ¿es ético sabotear esa prohibición porque no se puede demostrar el delito? Lo típico de los delincuentes es la creencia de que las leyes son deberes de los demás, que alguna circunstancia (la fuerza, la raza, el sexo, la categoría social, la necesidad, etc.) los autoriza a estar por encima de ellas, o a saltárselas con pretextos leguleyos.

Otro ejemplo de lo que no vale, de lo que es inaceptable, es lo que hizo el señor Mockus con su diagnóstico de Parkinson. ¿Cómo es que lo ocultó hasta después de ganar la designación como candidato de su partido? ¿Qué ética es ésa? Para los verdes la supuesta ética sólo es un adorno con el que pueden maltratar y humillar a los demás, tal como han hecho siempre con las marcas de ropa cara que usan y que los demás jóvenes no pueden permitirse.

Más grave todavía es inventarse amenazas contra el candidato, como hicieron algunos activistas del Partido Verde durante la campaña de la primera vuelta. De nuevo se trata de un delito y de una absoluta falta de ética, que ciertamente no ha recibido el menor reproche del citado partido. Lo extraño es que semejantes personas se atrevan a dar clases de moral.

Para convencer a la gente de que votara por él, el señor Mockus dijo que con el dinero de la segunda vuelta se podrían construir decenas de colegios. ¿No es una falta de ética insistir en que se celebre cuando es evidente que van a perder más de un millón de votos y a quedar en una relación mucho peor respecto del candidato de la legalidad? Es aún peor: es un capricho autodestructivo de unos atarbanes que ni siquiera cuando les conviene son capaces de mostrar respeto por sus propias palabras.

Por eso, porque en Colombia evadir la ley es algo cotidiano y admirado en muchos casos, para no elegir dirigentes que rinden tributo a la ilegalidad, que se alían con valedores de los verdugos de Orlando Zapata, como el ex embajador Londoño Paredes, que incluyen en sus listas a personajes como Luis Eladio Pérez, que asegura "tener buenas relaciones con las FARC", o premian a quien nombró consejero de EPM a un miembro de las FARC, entre otras muchas conductas intolerables,

LLAMAMOS A LOS VOTANTES

a rechazar a los delincuentes que intentan apropiarse del Estado, y que cuando se hurga en sus pretextos resultan demasiado afines a los intereses de Chávez y Correa, como cuando proclaman que el bombardeo de Angostura fue un delito, como si no lo fuera la abierta tolerancia del gobierno ecuatoriano con las actividades del terrorista Luis Édgar Devia.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 10 de junio de 2010.)

sábado, octubre 16, 2010

¡Pero Casandra no vio las garras de las civetas!


Casandra es una heroína de la Ilíada, visionaria y, dada su corta edad, también verde. En sus pesadillas aparecían todas las calamidades que aquejarían a su ciudad y a su familia: su hermano Alejandro había provocado la guerra raptando a la famosa Helena. El nombre de la princesa troyana se ha usado tradicionalmente para aludir a los que anuncian desgracias venideras.

Esa clase de profetas proliferan últimamente en Colombia, un poco al ritmo de la campaña electoral y espoleados por la ilusión de asociarse a algún nuevo poder que necesitara de su consejo para hacer frente a las vacas flacas y evitar la catástrofe, toda clase de economistas, ex ministros y tecnócratas diversos advierten sobre los problemas que vienen.

El compromiso del candidato Mockus de aumentar los impuestos les complicó la vida porque antes era muy sencillo culpar al gobierno de Uribe del alto desempleo (pese a que durante la mayor parte de los ocho años se creó empleo y la situación sólo se agravó en los últimos dos años a causa de la crisis mundial), o despertar indignación por el regalo a los ricos materializado en el programa AIS o en las exenciones fiscales para las empresas que reinviertan sus beneficios.

La tarea se hizo un tanto más espesa: por una parte, hay que justificar un aumento del gasto público en más de un 30 %; por la otra, demostrar que el candidato Santos miente o engaña cuando asegura que no subirá las tarifas. Sin una catástrofe prevista no hay votos, tal como sin frenar el crecimiento económico con una tributación confiscatoria tampoco habrá rentas para los filántropos y pedagogos que se sacrificarán tal vez en balde para mejorar a los colombianos.

En todo caso, la labor de esos veedores de la gestión económica es continuación de una rutina tradicional: hay que promover el descontento porque el remero boga y porque no boga, porque hay asistencialismo y al mismo tiempo desatención a "lo social", porque se favorece la importación de bienes de equipo para la industria y porque no aumenta la productividad, porque las inversiones crecen y así se enriquecen los más ricos y porque dentro de poco todo se hundirá por la enfermedad holandesa.

Los ejemplos de esa doble medida son extremos: al mismo tiempo felicitan al ex alcalde de Bogotá Luis E. Garzón por ocuparse de los más pobres y critican al gobierno por el Sisbén o por el programa Familias en Acción. A menudo llegando a extremos grotescos como suponer que las limosnas ridículas de Familias en Acción disuadirán a alguien de trabajar (aunque al mismo tiempo se critica al gobierno por no crear empleo: ni el enfermo come ni hay que darle. ¿Para qué crear empleo si la gente prefiere quedarse en su casa disfrutando de los 60.000 pesos mensuales que con suerte constituyen el subsidio?).

Ojalá el despertar del interés por la política de estos meses aliente a alguien a publicar libros en que se recojan las lindezas que escriben los economistas y políticos de oposición. El mismo Jorge Enrique Robledo resulta valedor del ejemplo de la caña de pescar, lo cual no obsta para que el candidato Petro reivindique en un debate los "derechos" de la Constitución, junto con la transgresión de la legalidad que protagonizaron ellos y Bolívar (sin que el bando de la legalidad se negara por eso a buscar una alianza).

Desgraciadamente es muy poca la gente que presta atención al sentido de esa retórica que tanto éxito tuvo entre las clases afortunadas en las décadas pasadas. La Constitución de 1991 proclama el derecho a la vivienda, el cual se podrá materializar cuando el Estado tenga acceso a todo, para lo cual necesita avanzar en el despojo a los ciudadanos productivos y en la garantía a las rentas de los funcionarios leales. Los únicos países en que se respeta de verdad el derecho a la vivienda son Corea del Norte y Cuba. La retórica del derecho a la vivienda reduce la construcción de viviendas y concentra los ingresos en quienes ya las tienen y no piensan en producir nada sino en redistribuirse el fruto del trabajo ajeno.

Pero los defensores de la justicia social no vacilan en quejarse porque se dé a la gente más pobre un subsidio miserable. Nadie debe dudarlo: consideran que ese subsidio es un despojo a la labor pedagógica y moralizadora que les proveería rentas fabulosas a ellos. Y no encuentran modo de convertirlo en un mecanismo de compra de votos. ¡A diferencia de los comedores populares de Garzón!

En 2008 Rodríguez Zapatero, el presidente del gobierno Español, anunció un descuento de 400 euros en la declaración de renta de cada ciudadano. Eso le sirvió para ganar las elecciones. La gente beneficiada lo apoyó. Pero, ¿y a los que hicieron realidad el Estado de Bienestar en Europa, no los apoyaron los beneficiados por eso? Lo fascinante es que una ayuda pequeñísima en un país que exporta materias primas despierte rechazo por parte de quienes admiran el modelo que provee subsidios de desempleo a todo el mundo, y que el apoyo electoral de los beneficiados les parezca un elemento que deslegitima el sistema.

Un capítulo especialmente sabroso de ese espectáculo que ofrecen las fuerzas retrógradas agrupadas en la oposición es el de la tecnocracia ludita: el mismo candidato Mockus, al igual que una buena cantidad de decanos, catedráticos y columnistas, salió a criticar las inversiones en bienes de equipo porque comportan reducciones de personal. Semejantes prejuicios tienen público en Colombia por la indigencia intelectual generalizada.

En contraste, Juan Velarde Fuertes, un economista español muy prestigioso que analiza la crisis de su país señala:
Cuando se repara en lo que ocurre en el terreno de las industrias manufactureras, contemplamos no sólo una caída verdaderamente espectacular en su participación en el PIB, sino que al estudiar las causas vemos una apuesta, ciertamente muy preocupante, hacia actividades relacionadas con tecnologías muy poco avanzadas. Como estas son accesibles a países competidores pobres que, además, tienen niveles salariales más bajos que los nuestros, el problema de nuestra competitividad queda agravado.
La inversión en bienes de equipo, favorecida por la revaluación del peso y por las exenciones de Uribe, no amenaza al empleo sino que lo asegura. Pero es que los grupos parasitarios son incapaces de ponerse en la piel de la gente que tiene que trabajar y de ver cómo podría mejorar sus ingresos. Sólo explotan un prejuicio vulgar, reproducido en sus universidades con ingentes cantidades de recursos públicos: allí donde llega una excavadora y abre una zanja en tres días, habrían estado cien obreros ganando un sueldo todo un mes. La excavadora los mandó a la miseria.

El último caballito de batalla de esa facción universitaria-totalitaria-parasitaria es el déficit y el endeudamiento público. ¡El próximo gobierno subirá los impuestos porque no hay modo de pagar el déficit público! De momento conviene más callar lo de la enfermedad holandesa, catástrofe que dará más resultado cuando no haya que justificar las subidas de impuestos. ¿Qué importa que en proporción el endeudamiento público colombiano sea muy inferior al de Japón, EE UU, Alemania, Francia, Italia o Brasil?

Como es bien predecible, las causas relacionadas con el cese de las exportaciones a Venezuela o con la crisis mundial no aparecen por ninguna parte. Todo se agota en los supuestos errores del gobierno, salvo cuando el público es antiimperialista y se puede decir que Uribe ha aislado a Colombia de la región. Y todo se resolverá subiendo impuestos a las empresas, porque si bien el candidato Mockus compara la tributación de Guatemala con la de los países europeos, nadie espera que un rector, por decir algo, que se gane veinte veces la cantidad que aparece como PIB per cápita vaya a pagar un 80 %, como pagaría en Suecia, sino ni siquiera un 20 %: en Colombia se pagan impuestos por producir, las rentas salariales de origen estatal son los sagrados recursos de la clase media.

Lo extraño, de verdad increíble, es que pese a tanta advertencia de estos interesados Jeremías, el CEO del banco suizo HSBC, Michael Geoghegan, incluyera a Colombia en un grupo de países que según sus palabras tienen un futuro muy brillante pues cada uno tiene una población numerosa, joven y creciente, una economía diversa y dinámica y, en términos relativos, estabilidad política. Siguiendo la moda de crear grupos de países con acrónimos, tal como antes se habló de los PICS y de los BRIC, el nuevo grupo es el de los CIVETS: Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica.

En este grupo Colombia es el país menos poblado, y si bien el tamaño de su economía dobla a la de Vietnam, la población es sólo la mitad, por lo que es previsible un crecimiento más firme en el país asiático. Los demás países del grupo tienen economías más grandes, destacando Indonesia, el país que heredó el antiguo imperio holandés en Asia y que con 242 millones de personas es el cuarto más poblado de la tierra.

Esa inclusión es muy interesante porque hay muchos otros países comparables por cuyo futuro no se apuesta. Venezuela tiene todavía una economía más grande que la colombiana, al igual que Argentina, pero nadie confía en que esa ventaja se mantenga al cabo de unas décadas. Otros países importantes como Ucrania, Nigeria, Pakistán, Bangladesh o Filipinas tampoco generan tanto optimismo.

Hay que recordar el carácter interesado de las advertencias de las casandras y prestar atención a las enormes posibilidades que tiene Colombia de acceder al desarrollo en la década que comienza. Por una parte tiende a convertirse en la metrópoli regional, y gracias a Hugo Chávez a hacer dependientes a los venezolanos de las empresas locales, así como del consumo de productos culturales y de servicios colombianos.

También debe tenerse en cuenta que el próximo parlamento estadounidense probablemente aprobará el TLC, y que la recuperación de la economía mundial irá acompañada de un aumento de los precios de las materias primas. Podría darse una revaluación indeseada de la moneda, pero ¿no protestan por la deuda externa? La revaluación rebaja el valor de esa deuda, y los exportadores afrontarán dificultades que serían mayores si no contaran con ventajas como las exenciones a la inversión.

Es muy significativo lo alcanzado por Colombia a lo largo de esta década, tras la crisis espantosa de final de siglo. Si se continúa el rumbo, aumenta la inversión y la expansión empresarial, así como el comercio con el resto del mundo, es muy probable que nuestro país sea la prueba del acierto del señor Geoghegan y que los CIVETS sean otro ejemplo de éxito económico tal como hace unas décadas lo fueron los tigres asiáticos.

Eso se hace cuando la sociedad opta por quienes piensan en un crecimiento tangible y no por quienes apuestan por la biodiversidad, como el líder de la campaña de los Verdes Pedro Medellín Torres. De hecho, la bajeza de este personaje diciendo que el gobierno compró los votos de las elecciones me hizo entender cuál es el mayor obstáculo al desarrollo, el CUN que separa a Dinamarca de Cundinamarca.

Es la Cultura de la Universidad Nacional. Es lo que aflora con la ola verde y con los lamentos de los agoreros que a toda costa intentan negar lo obtenido desde 2002 y pretenden, con diversos disfraces, integrar a Colombia en el Alba y apartarla de las políticas que podrían servir de base a una economía sólida. Al respecto es mejor terminar con una frase que cita el señor Velarde Fuertes y que se puede aplicar sin problemas a la realidad colombiana:
Ocho, diez años en la vida económica moderna son suficientes para encumbrar a un pueblo en el concierto internacional o para dejarlo batido y rezagado por medio siglo.
Hagamos que en esta década Colombia llegue a ser un país de grandes empresas productivas, de oferta de servicios sanitarios y turísticos para gente de los países desarrollados, y de constantes mejoras en el nivel de vida. Así nos salvaremos de la ingeniería social que pretenden los ilusos de la biodiversidad y de la tributación abusiva, que pretenden imponer a los que producen: no a los inversores (que descuentan la tributación y si no les resulta rentable no invierten), sino a los asalariados productivos, cuyas oportunidades se verán reducidas cuanta menos inversión haya y cuyos ingresos reales menguarán a medida que aumenta la tributación de las empresas.

PD. Este artículo fue escrito antes del lunes 7 de junio, fecha en que apareció una columna del ex ministro Alberto Carrasquilla que orienta ampliamente sobre el tema fiscal.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 9 de junio de 2010.)

lunes, octubre 11, 2010

El aroma del tamal es más poderoso que la vaharada del fascismo

1. Edad psicológica. A la hora de explicar los resultados electorales del domingo pasado, los partidarios de la ola verde son clónicos y penosamente pueriles: el país está poblado por estúpidos a los que se compra fácilmente con un tamal, un plato de lechona o algo así, y por eso no escogen la honradez ni la cordura. De hecho, no faltan propuestas sensatas para corregir eso, obra de economistas de las mejores universidades. Por ejemplo, un comentarista del blog de Alejandro Gaviria proponía el domingo:
Y bueno, que hacemos? toca mandar buses y dar almuerzo el dia de elecciones. Y hacerse el loco pensando que eso no es comprar el voto, porque no hay transaccion en efectivo ni condicionamiento sobre el almuerzo, solo un pequeño recorderis.
Es terrible, mucha gente anda diciendo que la ola verde fracasó porque sus seguidores aún no tenían la cédula, pero la clase de razonamientos rutinarios basados en el tamal y el plato de lechona no parecen propios de personas de dieciséis años, sino de once.

2. La campaña de Mockus. El "latiguillo" de Mockus desde mucho antes de la ola verde es el cuento de "No todo vale", triste lugar común que encierra las típicas falacias de la propaganda: ¿es que hay alguien para quien "todo vale"? Bah, bah, ¿para qué vamos a preocuparnos? Ojalá el problema se acabara ahí. Antes de las elecciones Mockus lideró una campaña de protesta contra las ejecuciones extrajudiciales ("falsos positivos"). Los honestos y cívicos seguidores del ex alcalde ponen esos crímenes como ejemplo del "todo vale". Pero ¿existe alguna relación? Todo es falso, esos crímenes les han servido mucho a los terroristas y de ningún modo le servirían al gobierno. ¿No es increíble el descaro?

3. Halago y calumnia. De tal modo, el joven de clase media se ve llamado a formar parte de las huestes de las personas compasivas, justas, pacíficas, moderadas, razonables, etc., y para eso se lo hace cómplice de una mentira brutal, de una calumnia perversa tras la que están los intereses de los terroristas, de Chávez y su entorno. A medida que se integra en el bando de los buenos se le hace formar parte de los grupos de presión y se lo radicaliza y fanatiza con procedimientos de secta. ¿Hasta qué punto es eso deliberado por parte de Mockus? Exactamente hasta el punto en que acepta el apoyo de personajes cuya oposición al gobierno sólo encuentra en las supuestas "chuzadas" un pretexto: personas que en realidad no quieren que se combata a las guerrillas. Aunque él mismo declara que "Quienes hablan de salto al vacío quieren conservar a toda costa los vicios del pasado: los falsos positivos..." ¿Alguien lo cree? ¿O es tan despreciable la condición de los colombianos que nadie puede ver la mala fe de semejante aserto? De hecho, otro importante líder mockusiano, el rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, José Fernando Isaza, declara:
El rechazo a la cultura del atajo y al todo vale propuesto por Mockus traerá mayores niveles de bienestar que la política de más de lo mismo, que incluye asesinatos de inocentes...
Dando por sentado que los asesinatos de inocentes no son algo que favorece sus aspiraciones políticas, sino algo que ordena el gobierno.

4. Precursores de la "ola verde". Es imposible leer alguna noticia o artículo de El Espectador sin encontrarse con decenas y a veces miles de comentarios exaltados de personas para las que el presidente Uribe es un asesino responsable de todo lo que hicieron los llamados "paramilitares", José Obdulio Gaviria era el asesor de Pablo Escobar y en general cualquiera que discrepe del fervor del periódico y sus columnistas ante Piedad Córdoba o justifique la política de Seguridad Democrática es un asesino partidario de las motosierras. Todas esas personas, al parecer sólo unas pocas decenas, profesionalizadas por ONG, se entusiasmaron después de que Héctor Abad Faciolince llamara a la unión de Mockus y Fajardo y sirvieron de puntal de la ola verde.

5. Injerencia selenita. Los problemas colombianos se podrían resumir en uno solo: la inmensa mayoría de la gente no entiende que esos comentaristas son los mismos guerrilleros. Puede que no salgan de sus cómodos apartamentos ni torturen a nadie, pero es como decir que Hitler no empujó a nadie a una cámara de gas. Esos comentaristas fanatizados, llenos de odio, incentivados y convencidos de que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad hacen más por la causa de las FARC que varios frentes de niños sicarios y rústicos intermediarios de la industria de la cocaína. Pero la gente ingenua cree que son sólo ciudadanos indignados por la mafia del gobierno ("lo malo de la rosca es no estar en ella") y así viene a resultar que las guerrillas prácticamente llegaron de la luna.

6. El fascismo ordinario. Odio, mentiras, intereses mafiosos, manipulación de adolescentes. afinidad con criminales (pues todo el odio contra Uribe procede de su éxito contra las guerrillas): es el retrato del fascismo. Cuando se piensa en el sentido de expresiones como "No todo vale" o "La vida humana es sagrada" (como si los que no apoyan a Mockus fueran asesinos) aparece el rasgo característico más marcado: la corrupción del lenguaje. El que se trata de un fascismo ligado de manera indisoluble al régimen venezolano y a las bandas terroristas es algo que explicaré más adelante.

7. El estilo de la propaganda. Las innumerables imágenes que hemos visto del candidato Juan Manuel Santos como monstruo siniestro, explotando su supuesta fealdad, son copiadas casi directamente de la propaganda nazi: se trata de un estímulo infantil sumamente perverso, gracias al cual se genera una asociación normalmente inexistente entre la apariencia física de alguien y sus intenciones y actuaciones. Cuando se piensa que el "argumento" es atribuirle al ex ministro responsabilidad en los asesinatos de inocentes que cometieron unos malhechores que trabajaban para las fuerzas militares, la afinidad con el nazismo resulta todavía más marcada: se trata de la misma clase de gente, y nadie debe dudar de que esos entusiastas propagandistas son los mismos que hace una década escribían comentarios en los foros de internet burlándose de los secuestrados y justificando los crímenes de los terroristas. A pesar de las intenciones que pudieran tener los ex alcaldes, la verdad es que su campaña se basó en la explotación de esa clase de recursos publicitarios.

8. Todo sea por la paz. Los textos que se publicaron en los días previos a las elecciones son los más dicientes respecto al espíritu que alienta la campaña de Mockus, incluso explican su persistencia en buscar un triunfo en la segunda vuelta. Paradigmático, y protegido por una ominosa omertà de los hampones ilustrados que ejercen en Colombia de "creadores de opinión" es este escrito, claramente encargado por algún agente de Chávez, del ex ministro Rudolf Hommes. Si alguien duda de que la campaña de Mockus es la representación del chavismo en Colombia, es alguien que obra de mala fe, o bien desconoce esa perla o padece un daño cognitivo tremendo. El brutal golpista antisemita que amenaza cada semana a los colombianos y promueve el asesinato de los que puede resulta la versión andina de Adenauer. La carrera armamentista del gorila rojo resulta inexistente y el único problema es la animosidad de los colombianos, que se remediaría eligiendo a Mockus. Naturalmente que los empleados de Santodomingo que pretenden orientar a la opinión tienen que callar ante perlas semejantes, pero ese silencio los delata. Al igual que delata al candidato, que también rehúye contestar acerca del apoyo de Chávez a las FARC.

9. Ocho años perdidos. No es ninguna sorpresa que una corriente política cuya esencia es la propaganda, en realidad la manipulación del triste vicio arribista de los colombianos, ansiosos por incluirse entre los escribas y fariseos para ostentar su virtud de un modo que es lo menos virtuoso posible, mienta sin cesar y de la forma más descarada. Uno de esos columnistas (pero son más del 80 % de los que aparecen en los medios bogotanos), Juan Gabriel Vásquez, nos cuenta en una obra de la reflexión que humillaría a un Larra, no en balde titulada "Adiós a los atajistas", que "el gobierno de los últimos ocho años fue, con distancia, el más politiquero y corrupto de la historia colombiana". Lógicamente no habrá quien lo ponga en duda, menos en la prensa bogotana, menos en el periódico del patrón de Martha Catalina Daniels. ¡Cuando el gobierno encargaba magnicidios, como el de Álvaro Gómez o el general Landazábal, la corrupción no era tanta! El alivio del ilustre pensador no encuentra límites: "La verdad es que los ocho años de Uribe han devuelto el país a la cultura del atajo, ese conjunto de manías y perversiones del cual parecía que habíamos salido, o comenzábamos a salir, al empezar el siglo". Es uno el que no ve lo que se ha perdido en estos años, el que no ve a Colombia peor que al empezar el siglo. ¡Entonces al menos había esperanza de justicia social! De hecho, al cabo de la década, se pregunta Vásquez: "¿valía la pena tanto atajo para no llegar a ningún lado?". Parece que no.

10. El despertar de los jóvenes. Ni a Hommes ni a Vásquez les reprocha nadie sus extrañas salidas. Los más avispados tienen siempre a mano el recurso perfecto: "A mí que me esculquen". ¿Qué hacían entonces en la "ola verde"? Algún pretexto encontrarán, y los favorece que nadie les pregunta: si el ex ministro explotaba el viejo recurso "pacifista" con que los pro-nazis británicos buscaban favorecer el rearme de Hitler, ellos tal vez no lo leyeron. Si el joven escritor explota la mala memoria de la gente, y adereza los olvidos con mentiras (Uribe no fue elegido para acabar con la "politiquería" sino para combatir a las FARC), a la mejor manera de Goebbels, ellos tienen otra especialidad. Nadie puede reprocharles nada. Pero el mejor retrato de la retórica fascista, ya incluso en términos grotescos, es otro literato: Ricardo Silva Romero. La épica renovadora y saturada de lirismo parece una torpe parodia tropical de los escritos del poeta oficial del fascismo, Filippo Tommaso Marinetti, aunque los excesos de lirismo muevan más bien a lástima (pongo mis comentarios entre corchetes):
Y un día, cuando ya los habíamos dado por perdidos, los jóvenes se levantaron de sus tumbas. [¿Estaban en tumbas? ¿Todos los jóvenes o sólo algunos? ¿Qué hacían en tales tumbas?] Y gracias a Internet, que les ha devuelto el alma a tantos cuerpos [Marinetti le escribía poemas a la aviación], que a todos nos ha hecho comprender de qué hablan cuando hablan de "democracia", descubrieron que no son una minoría [¿una minoría? ¿todos los jóvenes?] de inconformes [¿inconformes?] condenados a quejarse de la sangre fría de los políticos, que a nadie puede delegársele la responsabilidad de corregir el mapa de Colombia [¿corregir el mapa?], y que el destino de este país ajeno [¿ajeno?], en el que apenas han sobrevivido [¿apenas?] como si fueran inmigrantes ilegales, en verdad está en sus manos. Este domingo saldrán a votar para abrirle paso a una revolución pacífica que dejará al mundo entero con la boca abierta [Olé]: reclamarán, como una conciencia colectiva [hala], la patria que les quitaron a los padres de los padres de sus padres [¡les quitaron!].
11. Se cierra el círculo. Es fastidioso extenderse sobre la calidad literaria de la propaganda fascistoide que ha acompañado a Mockus. Mucho más interesante es que el lector entienda que la intensidad de la ola verde forma parte de la misma confluencia de intereses que mantiene a la prensa colombiana en continua campaña de calumnias contra el gobierno, que la unánime indignación de los columnistas y comentaristas por las supuestas "chuzadas" a Jorge Enrique Botero, Holman Morris o a algún magistrado amigo de Giorgio Sale no se dio cuando el interceptado era el presidente ("le parto la cara, marica"), o cuando publicaron una conversación privada de Fernando Londoño con el general Del Río. ¿O sí se dio y no nos hemos enterado? La ola verde es la coronación de ocho años de calumnias, pero éstas son sólo la resistencia a un gobierno que echó a perder la negociación con la que Santodomingo y los dueños de Semana se habrían hecho más dueños del país de lo que ya son. El colmo es el montón de escritos que han salido protestando por el leve chiste de José Obdulio Gaviria acerca del "manifiesto pederasta" del programa del Partido Verde. Ya dedicados a salvar la industria del secuestro, ¿qué importa hacer un poco el ridículo?

12. Inventándose la guerra. Por eso nadie va a encontrar ningún problema en la última columna del padre de la ola verde, el también literato Héctor Abad Faciolince. ¿Recordarán que desde el principio en este blog denunciamos la vaguedad de las ideas de Mockus respecto de las FARC? En los escritos de Abad no hay ninguna vaguedad: se trata del acta de defunción de la política de Seguridad Democrática. Tras ocho años de despilfarro de recursos seguimos igual que en 2002. El pensador se felicita del asesinato de nueve infantes de marina, hecho que refuerza sus bondadosas certezas, llenas de frustración por el mal uso que hizo Uribe del cheque en blanco que "le firmamos". Es exactamente la misma propaganda del Partido Comunista en 2003, tras la masacre de El Nogal: "Ni un peso más para la guerra". La guerrilla se acaba resolviendo sus causas, no con "ira y maldad". Así, ¿no es la ola verde una estafa en la que con un "sobrevenido" ecologismo y mantras de la época de la psiquedelia se intenta atraer a la gente arribista e ingenua al programa de los socios del terrorismo? Sin la menor duda, y fracasó porque no se puede engañar a todos todo el tiempo.

13. Calumnia, que algo queda. Las bandas terroristas son un fenómeno ligado a ciertas tradiciones colombianas, reforzadas por los intereses soviéticos y cubanos en una época, y después por las castas que se apropiaron del poder a comienzos de los noventa, en alianza con Pablo Escobar y los políticos más corruptos. El cambio cultural que necesita Colombia es ante todo el destierro del fascismo, de la violencia interesada, de la calumnia, de la intimidación que se practican primero en defensa de los intereses de las mafias políticas y después en las zonas rurales en aras de asegurar el poder de dichas mafias. Si Mockus trajera alguna novedad en materia de cultura y no fuera el socio de Hommes (abierto emisario de Chávez) y de Abad (abierto opositor al combate a las bandas terroristas), tal vez se ocuparía de los comentaristas de El Espectador o de personajes como Felipe Zuleta, que dan ejemplo a la peculiar secta de sicarios morales que acompañaron el despertar de la ola verde.

Como colofón a este escrito copio un ejemplo de un viejo conocido de la blogosfera, viejo acompañante de Mockus y desmesurado, típico calumniador. En el citado blog de Alejandro Gaviria, dejó esto Javier Moreno, el creador de Gacetilla:
"Ciertamente, un gobierno dedicado a ayudar a las FARC llevaría a una guerra civil. Es increíble que alguien lo dude. Lo que muchos dudan es que Moskus, habida cuenta de sus declaraciones, va a ayudar a las FARC."

Qué bueno. Ya Jaime "Mil Colinas" Ruiz empieza a prometer guerra civil si gana Mockus. Es bueno cuando este señor encapuchado deja sus amenazas bien claras. Así uno sabe con qué tipo de persona es que está hablando. Además de bruto, cerrado e ignorante es un matón solapado.
El texto en cursiva corresponde a un anterior comentario mío. "Mil Colinas" era la emisora de los genocidas ruandeses. Estos hampones siempre están con el mismo recurso de los escribidores pagados por ONG que dejan comentarios en El Espectador: quien no colabore con la causa de Hommes y Abad, los dos más conspicuos socios de Mockus, es porque forma parte de los paramilitares y está llamando a matar gente. Es el único recurso que tienen, cuando no pueden borrar los blogs para atribuirle las proezas a otros, o dejar amenazas de muerte anónimas como comentarios. Es el arte de los fascistas, intimidar y calumniar. Mandar matar gente y presentarse como víctimas. Explotar la propaganda y convertir los negocios criminales o la afinidad con Chávez, Piedad Córdoba y gente así en "honestidad", "decencia", "tolerancia", "respeto de la vida humana", etc.

Ojalá el lector se detuviera a pensar en lo que pasaría si un gobierno colombiano se dedicara a ayudar a las FARC a destruir pueblos con cilindros y secuestrar a miles de personas. Ahora resulta que algo que es obvio para cualquier persona recta es lo propio de matones. Realmente alrededor del payaso de los mantras se reunió la chusma fascista más desvergonzada y peligrosa, pero lo más seguro es que se aburrirán pronto en Colombia. Con Adenauer tendrán más suerte.


(Publicado en el blog Atrabilioso el 1º de junio de 2010.)

miércoles, octubre 06, 2010

La rebelión atávica y la pirámide de Maslow


Desde su surgimiento en el siglo XVI, la sociedad colombiana ha tenido siempre una estructura piramidal muy acusada, con una minoría rica y completamente improductiva y una mayoría excluida y condenada a la miseria. Durante la mayor parte de esa historia, los tres siglos coloniales, esa división se expresaba en castas que se llamaban así y que correspondían al origen étnico de cada grupo. Durante los dos siglos de vida independiente las castas superiores de la vieja sociedad han vivido aferradas a su condición privilegiada y han seguido disfrutando de rentas gracias a su relación con el Estado. El país nunca ha tenido un verdadero desarrollo industrial y en definitiva es un exportador de materias primas, cuyo producto se reparte de forma leonina en favor de los de arriba.

Los rasgos de ese orden jerárquico son perfectamente visibles para cualquiera que vea la vida colombiana desde fuera. Todo el mundo es consciente de su estrato, todo el mundo desprecia a los "igualados"; las personas cuyo origen tiene que ver con etnias sometidas son serviles y acomplejadas, y a la vez resentidas; las que tienen relación con Europa, por ejemplo los descendientes de inmigrantes centroeuropeos, mezclados con las castas superiores de la vieja sociedad, son en extremo arrogantes y convencidos tanto de la superioridad de sus ocurrencias como de su derecho a disfrutar de rentas que nadie evalúa. Las personas que producen son despreciadas: los tenderos o dueños de talleres por su codicia y estrechez de miras, los finqueros y ganaderos por su rusticidad y demás rasgos que los distinguen de los habitantes de la capital.

A lo largo del siglo XX se produjo un desplazamiento de las ocupaciones tradicionales de las familias de las castas superiores: si antes eran militares, clérigos y burócratas, a partir de los cambios sociales derivados del crecimiento de las ciudades pasaron a ser profesores universitarios (con las mismas prerrogativas del viejo clero, el mismo derecho a obtener rentas por sus actividades privadas y la misma autopercepción de jerarquía), miembros de ONG (muchos de ellos con ingresos propios de ministros), activistas políticos profesionalizados (cuyo verdadero negocio es la violencia, y que son indistinguibles de los miembros de ONG, salvo porque a veces su relación con la industria del crimen es más patente), y en todo caso burócratas y miembros de camarillas ("roscas") que disfrutan de los recursos públicos porque nadie sabe en qué se gasta realmente el dinero del erario.

Al igual que en toda Hispanoamérica, dichas castas superiores encontraron en la Revolución cubana el modelo de sociedad que correspondía a su sueño: control absoluto del Estado, seguridad en los ingresos y en la jerarquía, y sobre todo conservación segura del mando. A pesar de décadas de esfuerzos, si bien no muy dolorosos pues eran pagados por las víctimas, el comunismo no consiguió arraigar en la mayor parte del continente hasta la última década. Pero en Colombia la clientela de dichas castas, seleccionada eficazmente por los exámenes universitarios, consiguió repartirse los ingresos de la bonanza petrolera: es la historia del sindicalismo estatal, con decenas de miles de activistas cuyo único oficio es hacerse subir el sueldo, que ya es decenas de veces superior al de la mayoría de los colombianos, que no correspondía a ningún "trabajo" distinto al activismo y que en todo caso se convertía en renta segura mucho antes de que los beneficiados cumplieran cincuenta años.

Cuando se habla de guerrillas se suele olvidar que éstas no son más que la fuerza de choque de la llamada izquierda democrática, y que el dominio de la función pública que llegó a tener el Partido Comunista se basaba en la posibilidad de intimidar gracias a las tropas de niños y rústicos.

Pero la reacción popular contra las guerrillas que llevó al poder a Uribe Vélez en 2002 y la continuidad de dicho rechazo hicieron inviable a la izquierda democrática como discurso aglutinador de una mayoría capaz de imponerse en las urnas. De ahí que dicho sector social se aferrara a la relativa popularidad del ex alcalde Mockus (léase "Moscus") y a la comodidad del uso de las redes sociales de internet para crear una moda con la que algunos todavía sueñan que podrán desplazar del poder al uribismo, que a fin de cuentas está dirigido en buena medida por políticos de la periferia. No se entiende nada de Colombia si no se ve que dicho movimiento expresa las mismas pretensiones jerárquicas que tenía ya en el siglo XVI la minoría dueña del poder: la "pedagogía" lleva en sí la misma pretensión de superioridad que la evangelización; con la tributación por una parte pretenden ensanchar el poder del Estado (gasto público como parte del PIB), controlado por los mandarines formados en tales universidades, y por la otra asegurar las rentas de esa vasta clientela "educada" pero incapaz de formar parte de una sociedad competitiva y de producir nada evaluable.

De tal modo, el mockusianismo y la ola verde forman parte del folclor local de un modo que sólo es visible para alguien que no conviva con los colombianos. Y eso a tal punto que realmente es difícil, muy difícil, encontrar a alguien que no comparta valores e ideas con los partidarios del ex alcalde: es como una persona que no tuviera ningún parecido con ninguno de sus cuatro abuelos. Y es que la rebelión de la "decencia" (en realidad una mezcla de matonería, calumnias, pretensiones y ridiculez que constituye el paradigma de la indecencia) es sólo una respuesta atávica, de esa vieja sociedad del Barroco, al proceso de globalización y asimilación al Occidente que ha caracterizado esta década en Colombia.

Para poner un ejemplo típico, es casi imposible encontrar a un colombiano que no crea que la guerrilla se remediaría si hubiera educación. ¡Pero es que la guerrilla es el fruto de la educación! Y eso sencillamente porque los recursos públicos invertidos en las rentas de las castas dominantes sirven para preparar a los nuevos guerrilleros, como se demuestra cada día con las universidades públicas bogotanas. Ese culto de la educación es un vicio hispanoamericano que va ligado a la aspiración reaccionaria de las castas parasitarias: en los años cincuenta, la sociedad más rica y avanzada de toda la región caribeña (contando a Colombia, Venezuela y México) era Cuba. Por supuesto que también en alfabetización. No obstante, a partir de 1959, la principal tarea del país fue la educación, y eso ha convertido al país en el rival de Haití en miseria y atraso. También Nicaragua ha estado dedicada durante décadas a la educación y hoy por hoy es un país hambriento y desesperanzado.

Los colombianos suelen pensar que la educación asegura los ingresos de sus hijos, cosa que es relativamente cierta: cuando es un joven talentoso de extracción humilde llega a ganar con muchísimo esfuerzo casi lo mismo que gana un doctor bien relacionado y absolutamente ignorante e improductivo. Y eso porque la "educación" no está planteada como un aprendizaje con vistas a la producción, sino como el medio de verse reconocido por el orden superior de la sociedad. La educación sí genera ingresos, pero no es porque los educados sepan hacer nada, sino porque el haberse sometido al adoctrinamiento les asegura entrar a formar parte del reparto de la renta petrolera y minera.

En fin: las características ideológicas de la sociedad tradicional colombiana generan la demanda que viene a satisfacer Mockus. Es perfectamente hidalgo, no se le ha visto por ninguna parte ánimo de lucro, ni menos ganas de trabajar, incluso resulta quijotesco, aunque el personaje literario tenía una renta menguada y se ocupaba de la libertad y la justicia y no de la dominación de los demás (los quijotes del triste trópico heredaron de sus antepasados la pasión evangelizadora). Las personas caracterizadas por su superioridad social (expresada en el color de su piel, su pelo y sus ojos; en su acento bogotano; en sus maneras, que dejan ver que nunca han trabajado, en su aire europeo e intelectual, aunque es un milagro encontrar uno solo que escriba una sola línea sin espantosos errores de ortografía, etc.) se ven desesperadas por remediar los problemas del país subiéndoles los impuestos a las empresas (a ver si no hay tantas y sus dueños dejan de creerse los amos de los colombianos de buena familia) y obviamente asegurando empleos cómodos en la más hermosa de todas las tareas: ¡la educación!

Bueno, también en la ciencia y la cultura: todo aquello que no puede funcionar en términos de mercado, la mediocridad de los cineastas, editores, músicos, artistas plásticos, etc., por no hablar de la de los científicos y personal parecido, resultará graciosamente subvencionado gracias al aumento de impuestos. Un aspirante a un empleo en una empresa tecnológica podrá tener miles de millones para montarle competencia a la NASA mientras adquiere reconocimiento y contactos y puede hacer carrera de científico en otro país.

A tal punto es el mockusianismo un atavismo, una reminiscencia de las ideas y aspiraciones de los abuelos de los colombianos acomodados, que el más despreciable de todos los vicios locales ha encontrado un paraguas bajo el cual protegerse. Ese vicio es la creencia de que Colombia es un país rico por los supuestos dones de la Providencia y debido a eso los ciudadanos están exentos del deber de trabajar. Si la riqueza de una nación fuera eso, Sierra Leona o Angola serían países riquísimos mientras que Suiza y Japón serían miserables.

La nueva fuente de riqueza que espera encontrar esa clase de colombianos es la biodiversidad. Desde hace tiempos personajes como el poeta William Ospina (chavista-mockusiano) le aseguran al país un futuro luminoso de bienestar gracias a la biodiversidad, aunque, despreciadores del lucro como son, no aciertan a explicar de qué modo tal bien se convertirá en dinero. Otro líder de la campaña de Mockus, el rabioso antiuribista profesor de la Universidad Nacional Pedro Medellín Torres, describía hace poco sin el menor rubor la biodiversidad "como primera fuente de riqueza en el mundo", y le atribuía "movilizar" el 45 % del PIB mundial.

Esa clase de estupideces, expresión del viejo vicio de vivir de las minas de oro, de los cultivos de quina, de las plantaciones de caucho, de los yacimientos petrolíferos y muchas otras riquezas remotas cuya extracción se dejaba a los indios y negros, son la característica de la campaña de Mockus: su fondo espiritual. Es verdad que no habla expresamente de expropiar empresas, pero es que el despojo ya es espantoso con el aumento de impuestos (que no afectaría obviamente a las rentas salariales altas). El principal asesor económico de la campaña de Mockus, Salomón Kalmanovitz, publicaba en los años setenta una revista, Ideología y Sociedad, junto con la escritora Laura Restrepo, la que contestó hace pocos años cuando le preguntaron su opinión sobre Cuba: "Es lo que queremos". No se proclaman marxistas ni chavistas, pero constituyen el mismo entorno sociológico de los antiguos marxistas, sólo ha cambiado el pretexto de la dominación.

En resumen, el contraste entre los dos grupos mayoritarios de la justa electoral es claro: trabajo versus estudio, empresas versus universidades, crecimiento versus pedagogía, manufacturas versus biodiversidad... No es difícil reconocer esa divergencia de opiniones, ni que un colombiano de origen social acomodado tiende a terminar de parte del bando parasitario: por eso el país es como es. Pero es más claro si se piensa en la clásica Pirámide de las necesidades humanas de Abraham Maslow:


Las necesidades de la parte baja de la pirámide son las que afectan a la mayoría y las que dependen de que haya prosperidad y firmeza en el gobierno. Las de la parte superior son aquellas que los típicos "señoritos" esperan ver aseguradas gracias a los nuevos impuestos, y al esperado éxito de la propaganda. Tanto el crecimiento económico como el trabajo les resultan más bien un fastidio, pues en realidad serían la causa de un "desorden" social en el que su jerarquía resultaría amenazada, y la indiamenta y la negramenta empezarían a volverse "igualadas" y a dejar de tomar ejemplo de sus señores.

Pero tal sueño, en el supuesto imposible de que finalmente Mockus ganara las elecciones, no se podría sostener por mucho tiempo: en las siguientes elecciones las "fuerzas productivas", constreñidas por la alta tributación y la colosal inversión en palabrería y dominación, se rebelarían y elegirían a algún candidato próximo al uribismo. Pero para eso hay solución, y también se ve esbozada en el programa del Partido Verde: la paz con Chávez y las FARC tiene un precio, pero es preferible a la guerra y la carrera armamentista. Con su tremenda honradez (pero no comparable ni de lejos a la de Chávez, que no empezó en 1998 con una recua de mafiosos como el tal Partido Verde), el nuevo tirano propondría una Constituyente de tipo "socialdemócrata", que resultaría aprobada en referendo dadas las grandes ventajas de la paz: el nuevo régimen, como ha ocurrido con todos los regímenes equívocos de la región, se mantendría a punta de terror.

Dejando un poco a un lado el tema de las características sociológicas de la facción "verde", tengo que aludir a algo que tiene que ver con la ideología y que augura lo peor: en su programa se alude al "derecho del niño o niña a ser deseado". Ese derecho, un disparate de por sí, sólo es el pretexto con que esperan imponer el aborto forzoso en casos de personas débiles, adolescentes, etc. La pedagogía incluye obviamente puestos bien pagados para miles de psicólogos y psiquiatras que extraerán las dudas sobre la condición de deseados de los embarazos y decidirán por las víctimas optar por el aborto. De otro modo, ¿qué sentido tiene ese derecho?

La amenaza para Colombia es en realidad clara, lo hemos visto en las maneras y en los conocimientos de los partidarios de la ola verde, por no hablar de la objetividad de sus acusaciones (siempre falsas): la educación será en realidad "reeducación", tal como se intentó en China durante la Revolución cultural o en Camboya durante la "réplica" de la Revolución cultural china.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 28 de mayo de 2010.)