domingo, febrero 06, 2011

Jojoy y la ideología universitaria. 2. Adiós a Dios

El ateísmo, la negativa a aceptar que una voluntad externa rige el mundo, está en la base de la tradición filosófica griega, que es al fin de cuentas el origen de nuestra civilización. Pero tal visión corresponde al anhelo de saber de un tipo de individuos que concibieron infinidad de hipótesis sobre la esencia y el origen de la materia, el universo o la vida, que se pasaban el día tratando de entenderlo. Ser ateo comporta desistir de atribuir al mundo cualquier sentido, cualquier causa final (es decir, no existe para nada).

En otras palabras, el ateísmo desempeña un papel en la indagación filosófica y no puede ser una certeza fácil que alivie a la gente de las cargas ligadas a su tradición religiosa. Quien lee a los grandes filósofos muy rara vez encuentra proclamas de ateísmo o condenas de la religión. Por el contrario, desde la Edad Media son muchos los pensadores creyentes, los que intentan hacer compatible el cristianismo con la razón desarrollada en la Antigüedad (que también tuvo su papel en el origen del cristianismo). Tampoco Marx, que dice que en el mundo que creó la burguesía la religión es el opio del pueblo pero no atribuye a "opio" la acepción que el populacho le da: era ante todo una forma de disfrute y alivio que no estaba al alcance de todo el mundo.

La pérdida de la religiosidad en individuos que no tienen hambre y sed de verdad sólo conduce a una profunda desmoralización, precisamente porque la religión era la base de un acuerdo general sobre los límites de lo que se puede hacer. El intelectual Iván Kamarazov se preguntaba: "Si Dios no existe, entonces ¿todo está permitido?". Cuando uno lee las arduas y apasionadas discusiones sobre el aborto se queda siempre desconcertado ante la tosquedad de los liberalizadores. ¿Qué es lo que hace que el feto de dos meses sea desechable y el niño de dos meses de nacido no? Los mismos griegos y romanos dejaban morir a las criaturas que no interesaban, a menudo a las niñas. Tampoco habría por qué desistir de comer carne humana, como hacían antes de la Conquista los habitantes de Mesoamérica (mucho más cerca de los europeos de su tiempo en refinamiento y organización que de los habitantes de la actual Colombia). De hecho, últimamente no es raro encontrar noticias sobre gente que se aventura a hacerlo. Lo mismo se podría decir sin problemas del incesto, del homicidio, de la crueldad, etc.

¿De dónde viene que alguien que profese el ateísmo deba tener alguna enemistad con quienes creen en Dios? La persona religiosa en cierta medida asume el compromiso de conservarse inocente, cuando es cristiana observa no sólo el mandamiento de amor al prójimo, que no es ninguna obviedad y sobre todo no lo era antes, sino también las normas mosaicas. Quienes buscan esa enemistad sólo halagan el orgullo de personas muy mediocres intelectualmente para utilizarlas con otros fines.

Como país heredero de la Contrarreforma, Colombia sufre el flagelo de una religión severa que tenía que convivir con una empresa que negaba la esencia de sus convicciones. El saqueo, el exterminio y la esclavitud de la población aborigen no eran propiamente formas de amor al prójimo, y la conversión forzosa y masiva, ligada a la esclavización, era más una forma de dominación que de enseñanza de una doctrina de amor. El aislamiento del país, la precariedad de las condiciones materiales, el mismo primitivismo de los aborígenes, etc., fueron debilitando el sentido de un discurso religioso que desempeñó un importante papel en la formación de la Europa moderna.

El catolicismo realmente existente durante los siglos coloniales y en el periodo republicano ya era, comparado con el modelo de la misma tradición cristiana, una forma de desmoralización. Convivía con la crueldad, con el desprecio, con el atropello constante y con una muy marcada hipocresía. De hecho, ya el modelo de penitencia y perdón siempre y cuando se acepte la primacía de la institución religiosa (y de sus ministros) termina siendo una forma de "carta blanca" para delinquir. El lamentable episodio de la relación de García Herreros con Pablo Escobar, convertido en aspirante al cielo antes de su última fuga, ilustra muy bien ese problema.

Es de ese orden hegemónico de donde surge la ideología universitaria o jojoyana. Hipócritamente presentada como "ilustración" o "progreso", pero en realidad como continuación del orden de Apartheid cuando los valores liberales y democráticos amenazan con acabar con los privilegios de las castas superiores. En el juego de intereses de esas castas la cuestión religiosa se vuelve una guerra de banderías y no un problema filosófico. Y el "ateísmo" es sumamente útil: es necesario quitarles frenos a los esclavos para que se maten sin complicaciones para conseguir que Molano llegue a ministro vitalicio.

Pongo "ateísmo" entre comillas porque la ideología universitaria colombiana es un conjunto de resortes y sobreentendidos. La religión se considera un lastre para el progreso, y los problemas morales se niegan. Hace unos cuantos años le pregunté a un comunista si estaba casado y me miró con desconcierto y rabia: "¿Te imaginas que yo voy a vivir amancebado?". Si se piensa en los crímenes, siempre dicen que eso ya no pasa porque ya nos hemos civilizado, pero ¿qué es "civilizarse"? Si hay una vaga noción del deber de amar al prójimo es precisamente por el cristianismo que los nuevos inquisidores en todo momento persiguen como superstición. Y en todos los casos el límite de los crímenes resulta más bien laxo: las FARC y el ELN secuestran y matan gente desde los años sesenta, y hasta los tiempos del Caguán los apoyaban abiertamente 99 de cada cien estudiantes o profesores de universidades públicas. Para esa ideología el aborto o el tráfico de drogas sólo son delitos por la perversidad de quienes los prohíben. Fuera de ahí son "derechos".

Es decir, el mito religioso, milenario y complejo (que, para mencionar sólo el siglo XX, profesaron personas como el poeta más reconocido por los otros poetas, Eliot, o el cineasta más admirado por su profundidad en el medio del cine, Dreyer), se reemplaza por un mito más barato y menos exigente, en el que no faltan la atribución de un sentido al mundo y aun el invento de una "moral natural", reducidos al nivel de comprensión de una chusma elemental y ansiosa de imponerse por la violencia. En cambio, el orden social en el que los descendientes de los españoles se hacen funcionarios de la organización espiritual permanece intacto: sólo es que antes las rentas provenían de los rezos y de la vigilancia de la moral, mientras que ahora llegan de la condena de la religión y de toda la ingeniería social emprendida con recursos fabulosos de las víctimas del terror (como los "estudios de género, de la UN). El espíritu inquisitorial también permanece intacto.

Esa suplantación de la religión por una ideología brutal y de corto vuelo está detrás de todas las atrocidades del siglo XX: fue por igual la norma en la Alemania nazi, en la Rusia de la colectivización, en la China de la Revolución cultural y en la Camboya del jemer rojo. En Colombia una vez la base social del totalitarismo (el estudiantado, aun después de graduarse, como parte de la vasta casta que intenta imponer el régimen de partido único) abraza la ideología anticristiana, no es raro que los oficiantes de la "lucha" (que reemplaza a las viejas misiones de los católicos) se permitan todas las transgresiones imaginables a la moral "sobreentendida". El avispado "intelectual" siempre podrá decir que la pedofilia de Raúl Reyes es culpa del régimen que no buscó la negociación de paz.

¿No es el tipo de razonamiento habitual de 999 de cada 1.000 profesores colombianos? La ideología jojoyana hereda de la religión ese arte de brindar identidad a sus prosélitos: una vez reconocidos todos en la superioridad de su condición de sabios insondables que se atreven a declarar que Dios no existe, no tienen ningún problema en engañar con cualquier pretexto a la masa enemiga (la de los creyentes o no adeptos al sueño de la sociedad sin clases).

Esa manía antirreligiosa acompañó al comunismo en todas partes. En España en los años treinta fueron asesinados unos ocho mil curas y monjas por el mero hecho de serlo. Y es una constante el deseo de reemplazar a la Iglesia por el Estado, haciéndolo dueño hasta de la intimidad de las personas. El pseudoateísmo "científico" conviene a ese fin.

Lo que distingue a Colombia es el absurdo continuo: los profesores universitarios corrientes son capaces de montar en cólera porque se los compare con Jojoy, pese a que su visión del mundo es idéntica. ¿No debería ser el finadito quien hallara muy odiosa esa comparación? A fin de cuentas tenía mejor comprensión de lectura, mejor lenguaje, mejor compañía femenina y más prestigio entre la izquierda que ellos. Claro que semejantes sabios no aspiran a un Rolex: dado que hace falta un poco de valor para alcanzar esos ingresos, y no sólo recitar mentiras e idioteces para favorecer la actividad de la tropa remanente, queda mejor optar por la superioridad moral.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 10 de noviembre de 2010.)