sábado, marzo 21, 2009

¡No a las marchas de desagravio!

Muchas personas aún dudan si deben acudir a las marchas convocadas para el 6 de marzo contra los paramilitares y contra los crímenes de Estado y demás: si se trata de personas que realmente aspiran al cese de la violencia, creo que deben abstenerse. Y trataré de explicar por qué.

Lo primero es el impacto de las acciones que se emprenden en política, que no tiene mucho que ver con nuestros sentimientos ni con nuestra conciencia. Al votar casi siempre apoyamos a personajes que no nos entusiasman sólo para impedir que asciendan otros mucho más temibles, los votantes de Pastrana en 1998 querían conjurar la pesadilla de una presidencia de Serpa y colaboraron con una tragedia, que en mi opinión habría sido peor con el escudero de Samper. Lo mismo ocurre con las manifestaciones públicas, los que participaron en las marchas del No Más hace diez años contribuyeron a crear el ambiente de “reconciliación” que tantos crímenes produjo durante la presidencia del delfín inepto.

De modo que antes de sumarse a una multitud movidos por sentimientos honrados pero sin la suficiente cautela conviene evaluar hasta qué punto se está en riesgo de ser manipulados. Por ejemplo, considerando las implicaciones de la convocatoria: cuando firmamos un contrato podemos buscar nuestra ruina por no entender la letra pequeña, pero en las trampas retóricas de los amigos de Chávez y las FARC hay algo aún más sutil y eficaz, como las palabras tranquilizadoras y sensatas que acompañan la caricia del arma blanca del atracador.

Veamos el caso del rechazo a todos los crímenes y a los generadores de violencia. Efectivamente se han cometido infinidad de atrocidades por parte de bandas ligadas al narcotráfico y aun por militares y policías. Y sin duda también ha habido episodios de guerra sucia y abusos de todo tipo, cada vez menos, afortunadamente, en la medida en que las guerrillas retroceden. Pero cuando se sale a protestar contra “todos” los crímenes resultan los participantes condenando por igual a los jefes de las AUC que están en la cárcel y a los de las guerrillas, que se niegan a dejar de matar y de intentar destruir la democracia y de mantener secuestrados. Y resulta que sin el menor riesgo de ir a la cárcel los jefes de la guerrilla podrían estar ya impunes, seguros, ricos y hasta reconocidos. Y nadie saldría a manifestarse contra ellos. Se dirá que son igualmente condenables, pero entregarse e ir a la cárcel no es lo mismo que seguir matando. Ésa es la mentira de la guerra contra la guerra y de la condena a todos los “actores del conflicto”.

Es decir, cuando se marcha contra “todos” los crímenes se devalúa el significado de las marchas del 4 de febrero, pues el “no más FARC” se reduce a un rechazo de “la violencia” que si nos descuidamos termina incluyendo hasta el mal gusto en el vestir. Es muy importante determinar cuál es la condena de los paramilitares que se expresa en una marcha, pues se terminan confundiendo los términos. No tiene sentido decir “no más AUC” porque las AUC están disueltas y porque si bien quedan bandas de sicarios del narcotráfico activas, a nadie en este mundo se le ocurriría pensar que son o pretenden ser representantes políticos de la sociedad (como ocurre con las FARC). ¿Van a reemplazar las marchas a la acción policial o judicial? No, sólo van a servir para llevar a personas distraídas a reforzar la percepción de un “conflicto” que amerita otra solución que la renuncia de los asesinos y secuestradores a persistir en sus crímenes. Siguiendo una vieja rutina de los manipuladores, a convertir el atraco en riña. Si al “No más FARC” se le añade “No más Ejercito”, la desmovilización exigida se convierte en un canto a la bandera.

Conviene detenerse en la situación colombiana antes de la elección de Uribe Vélez en 2002, porque las personas a las que se puede arrastrar fácilmente a condenar toda la violencia (“venga de donde venga”) puede terminar fácilmente colaborando con los terroristas en su difícil legitimación. Durante los años del Caguán los paramilitares crecieron a un ritmo vertiginoso y cometieron muchísimas atrocidades. Si una persona recta cree que se los debía castigar con toda severidad, no se le debe olvidar que todo eso se pudo hacer y Pastrana lo habría hecho con apoyo de la mayoría de la sociedad. Se podría haber llegado a un esquema de cero impunidad para las AUC y sus cómplices policiales o militares e impunidad absoluta para las guerrillas. Con un esquema así Pastrana hasta sería Premio Nobel de la Paz y tendría muchísima popularidad.

Esa posibilidad debe recordarse siempre para entender la encrucijada del primer gobierno de Uribe y las pretensiones de las marchas del 6 de marzo: de repente al condenar “toda” la violencia se pasa por alto que las guerrillas se negaron a negociar a pesar del copioso premio que se les ofreció. Por el contrario, multiplicaron sus crímenes y ensancharon su poder, los narcocultivos, el reclutamiento de niños, la compra de armas, los actos terroristas... ¿Qué podría hacer el gobierno que se posesionó en agosto de 2002 respecto a las AUC? Entre los columnistas e intelectuales colombianos la respuesta es completamente predecible y automática: aplicar severamente la ley. ¿Alguien recuerda que a las FARC se las estaba premiando copiosamente por todos los secuestros y masacres de varias décadas? Como ya he explicado, la “asimetría” no tendría la menor importancia.

Pues ¡claro que la salida correcta sería aplicar la ley con rigor! Sólo que eso habría significado dedicar a buena parte de las menguadas fuerzas y del magro presupuesto a combatir a unos enemigos a los que se podría neutralizar y al mismo tiempo favorecer a otros que se negaban y se siguen negando a cualquier arreglo. Yo no sé cuántas personas leen con atención a los columnistas, mi recuerdo es que casi todos predicaban eso sin inmutarse: los militares y policías debían ayudarse a matar. Y como ocurre siempre que se habla de la violencia en Colombia, hay que ir a evaluar las falacias que la gente quiere rehuir por pereza y que están hasta en la Constitución: el individuo que pagaba la vacuna de los paramilitares para impedir que lo secuestraran es un criminal de la peor especie, mientras que los que iban a secuestrarlo merecen reconocimiento por tener objetivos políticos. No hay ninguna atrocidad guerrillera comparable a esa mentira, pero es algo que siguen proclamando tranquilamente casi todos los intelectuales en Colombia.

Así, la manifestación contra los paramilitares pasa por encima de esos hechos porque sus promotores pretenden rebajar el impacto del rechazo a las guerrillas. Y de paso condenar al gobierno que consiguió la desmovilización de las AUC y el encarcelamiento de sus jefes, ahorrando miles de vidas. Y también insistir en la vieja falacia de las fuentes diversas de violencia: los que intentan destruir la democracia y los que buscan salvarla, los que van a secuestrar gente y los que la protegen...

Esa pequeña matización o enmienda a las marchas del 4 de febrero se entenderá en muchos sitios como un desagravio a las FARC: las personas honradas que acudan porque creen que también deben condenar las atrocidades de los paramilitares (cometidas casi todas hace más de cinco años, salvo que se quiera convertir todo el delito en oposición a la guerrilla) resultarán haciendo bulto en una marcha en la que predominarán los que identifican al gobierno colombiano (en realidad, a la democracia colombiana, pues todos los presidentes elegidos en las urnas son condenables para los comunistas) con los paramilitares y en la que se clamará por la negociación política y el “intercambio humanitario” (que se habría dado en 2002 de no ser porque es sólo un pretexto de las FARC para mantener algún protagonismo, tarea en la que les colaboran sus socios políticos).

Pero ¿qué se hace cuando se colabora en la promoción de la imagen de un conflicto civil en el que hay partidarios de unos y otros? Ya he explicado que la aspiración de las FARC y sus amigos es deslegitimar al gobierno. Pero es mucho más: dado que son igual de legítimos, los actos de las FARC son tan tolerables o intolerables como lo que hagan las fuerzas armadas estatales en su contra, pues la multitud habrá avalado la percepción de que se trata de lo mismo que los paramilitares.

En buen romance eso se llama AYUDAR A MATAR GENTE, no es raro que convoquen a esa marcha las mismas personas que aplauden a Chávez o que se invite a participar en la página de las FARC. A fin de cuentas, también para castigar más severamente a los paramilitares es necesario que las FARC se desmovilicen, y cuando uno acompaña a los que no quieren que lo hagan está legitimando sus acciones. De hecho, entre los convocantes figura un columnista que es hijo de un líder del Partido Comunista asesinado en los años noventa: Iván Cepeda Castro; el nombre de su padre lo usa un frente de las FARC. Bueno, como tantos de los que marcharán el 6 de marzo, ese señor jamás ha puesto en cuestión la existencia de las FARC, por mucho que “quede bien” reprochándoles los secuestros, como hacen todos.

Es eso: se es del MÁS FARC o del NO MÁS FARC. El sentido de esas marchas es anular las del 4 de febrero, desagraviar al Secretariado, rebajar el clamor de la mayoría para que siga habiendo pretextos para los crímenes.
Publicado en el blog Atrabilioso el 13 de febrero de 2008.