martes, octubre 25, 2022

La fracasada guerra contra las drogas

 El discurso de Petro en la ONU dio lugar a muchas críticas que circularon por las redes sociales, así me llegó un video en el que Enrique Peñalosa da su opinión al respecto. Las primeras frases de ese video ya disuaden de interesarse por el resto: dice que Petro tiene razón en señalar el completo fracaso de la guerra contra las drogas.


No es una rareza del exalcalde de Bogotá sino algo que uno puede oírle decir casi a todos los colombianos educados, incluidos muchos anticomunistas. Hasta el nieto de Laureano Gómez que era candidato presidencial se manifestó durante la campaña a favor de despenalizar el narcotráfico como, dice, quería su tío asesinado. Es una obviedad para la gente de clases acomodadas del país.

Pero ¿hay alguna guerra contra las drogas? ¿En qué consiste? ¿Cómo podría superarse esa “guerra”? Lo que hay en todos los países es la prohibición del narcotráfico, y la idea subyacente en ese discurso repetido sin cesar por los medios de comunicación y el mundo académico locales es que esa prohibición debe cesar.

Es muy peligroso caer en la tentación de entrar en un debate en el que la opinión que cada uno tenga no cuenta: los promotores de esa despenalización, como los de la órbita de las Open Society Fundations de alias George Soros, no prevén que dentro de unos años sea posible comprar heroína en las farmacias, sino que con ese cuento intentan legitimar el negocio en los países productores, buscar apoyo de los usuarios en los países importadores para los grupos políticos afines y favorecer un trato laxo a los capitales que genera, en clara asociación con los gobiernos del imperio comunista iberoamericano.

Lo que un colombiano que quiera ver a su país respetado y en paz debe plantearse es si es concebible que unas organizaciones dedicadas a un negocio ilegal operen libremente, como ocurre con el actual gobierno. El que razone que cada cual debería ser libre de tomar lo que quiera y por tanto apruebe esa propaganda debería darse cuenta de que sin la cocaína las guerrillas y demás redes criminales se dedicarían a la prostitución infantil o al tráfico de órganos, aunque a lo mejor podrían simplemente, tras tomar el poder, confiscar todos los bienes y mantener a la población en la miseria extrema, como ocurrió en el antiguo Imperio ruso.

Lo que ocurre es que esa propaganda legitimadora lleva muchas décadas circulando y gracias al bajísimo nivel cultural del país encuentra quien la divulgue. Cuando yo oí por primera vez frases como “nosotros ponemos los muertos” me sentí como delante de alguien que justificara el incesto o la coprofagia. También los atracadores de bancos ponen los muertos. Y claro, los que dicen eso no ponen ningún muerto, sólo se benefician de una riqueza que les llega de diversas maneras aunque no la perciban. Y se identifican con los criminales porque no tienen noción de la ley.

Son los mismos que se reconcilian con los que no les han hecho nada en nombre de víctimas que no les importan, los mismos que aplauden la multiplicación de los narcocultivos y de la degradación física de los indios y demás pobladores de regiones miserables que ejercen de raspachines con el cuento de proteger la salud humana del glifosato. Es una forma de ser del país, el sindicato comunista Fecode se dedica a buscar el premio de los violadores de niños de su mismo partido porque forma parte de la lucha por el derecho a la educación.

Un verdadero líder de las clases altas colombianas, el columnista más valorado, leído e influyente, Antonio Caballero, se dedicó durante mucho tiempo a explicar que la prohibición de las drogas es una estratagema perversa de los bancos y los gobiernos estadounidenses para lucrarse secretamente de ese negocio. Digamos que era la explicación más elegante que los colombianos encontraban de la cuestión del narcotráfico.

El comercio de psicotrópicos está prohibido en todos los países y en algunos incluso se castiga con la pena de muerte. Quien razone que esa prohibición no debería existir o aun quien apruebe el consumo de esos productos, debería tener la honradez de admitir que por mucho tiempo eso no va a cambiar. Tampoco los colombianos educados que reproducen la ideíta que expresó Peñalosa y los cuentos de Caballero tolerarían que sus hijos pudieran comprar heroína fácilmente, sólo es una forma de complicidad con un negocio en el que el clan de Caballero y los Santos, los Samper y los López tienen evidentes intereses. Una mentira que les permite seguir viviendo frívolamente en un país que es como el barrio ruin de la aldea global.

El narcotráfico es un elemento muy importante del proyecto de dominación comunista, ya desde la época de Pablo Escobar era indudable la implicación del gobierno cubano (cuyo embajador consiguió reconciliar al capo con el M-19), pero en Venezuela eso se hizo patente: a pesar de que el país no había estado muy implicado en el negocio, Chávez, seguramente alentado por sus mentores iraníes y cubanos, lo favoreció porque una economía paralela le permitía corromper y controlar a los militares.

También en Colombia la paz de Santos, es decir, el sometimiento al régimen cubano, se basó en la multiplicación de la producción y exportación de cocaína y en el apoyo a las guerrillas comunistas para hacerse con el control del negocio. De esa exuberancia vienen los recursos con los que Petro llegó a la presidencia.

Defender la democracia y la libertad comporta inexorablemente combatir el narcotráfico, para lo cual lo primero es entender que se trata de la ley, como si se pudiera renunciar a combatir el homicidio o el robo. Esa idea del “fracaso de la guerra contra las drogas” es parte del libreto de las mafias, y poco importa si Enrique Peñalosa cumple un encargo diciendo eso o si simplemente es un tonto útil. 

(Publicado en el portal IFM el 30 de septiembre de 2022.)

viernes, octubre 21, 2022

El país de las gentes crueles

Hace muchísimos años leí un libro de Edgar Morin en el que se quejaba de la pérdida de civismo y solidaridad en Europa, decía algo como «Esto ya parece Bogotá, donde puede haber alguien desangrándose y nadie hace nada». Por entonces viajé a Colombia y efectivamente me caí en la calle sin que nadie mostrara la menor voluntad de ayudarme.

Me acordé de eso leyendo en Twitter las reacciones al anuncio del gobierno de pagar una especie de ayuda de medio millón de pesos a las personas mayores que no tienen pensión. Obviamente a esa banda de canallas y asesinos no les preocupan en absoluto los sufrimientos de la gente desvalida sino que, generosos con el dinero ajeno como son siempre, buscan apoyos de los beneficiados y buena imagen internacional.

Pero el rechazo de los uribistas, derechistas, ultraderechistas, libertarios y demás personajes es muy llamativo: les indigna que se gaste dinero en esa gente. El argumento más frecuente era que esas personas no habían ahorrado y ni siquiera trabajado y el hecho de proveerlos para unos gastos mínimos les parece una iniquidad. Bueno, lo que decía Edgar Morin, si esas personas se mueren de hambre a esos demócratas y liberales les da igual.

Esa idea de que las personas mayores indigentes han sido vagas no se sostiene por ninguna parte, presupone que los peones de la construcción o del campo, las empleadas domésticas y miles de dependientes de pequeños comercios contaban con una muy buena protección, lo cual es falso y absurdo. La mayoría de los colombianos mayores de sesenta años no han tenido acceso a empleos con contratos y pensiones.

Pero ¿y si han sido vagos, han delinquido, se han prostituido y emborrachado y drogado? ¿La sociedad debe abandonarlos? Es un rasgo cultural que puede servir para entender al país, en otros países a nadie se le ocurriría quejarse de que la gente desvalida tuviera alguna ayuda. Propiamente, debería haber sido una propuesta de candidatos distintos a los comunistas, y debería haberles servido para cosechar votos.

Pero sencillamente no se les ocurrió porque forman parte de la comunidad de los que ahora se indignan. Por el contrario, el candidato Óscar Iván Zuluaga prometía ampliar la matrícula cero, que fue la causa de la reforma tributaria de Carrasquilla que tanta ira despertó entre los mencionados uribistas y derechistas. Quizá esperaban que se obtuvieran los fondos despojando como siempre a los más pobres.

Porque a esas clases medias y medias altas les conviene la matrícula cero. Realmente son muy pocos los que pueden gastar en una matrícula universitaria sin incomodarse, y si se ha invertido en un buen colegio privado es posible llegar a una universidad pública, no necesariamente para graduarse de mamerto sino quizá de médico o ingeniero. El candidato Federico Gutiérrez también se mostró entusiasta de tan generosa medida.

Bueno, la matrícula cero significa que los impuestos que pagan las personas mayores e indigentes y sus familias se gastan en proveerles ventajas a los que pasan menos penurias, porque buena parte de todo lo que se paga al comprar algo va a parar a las arcas del Estado. Se indignan porque se les dé algo a los ancianos desvalidos y en cambio festejan que se los despoje.

No tiene sentido hablar para el caso de izquierda y derecha, es una cuestión cultural, porque obviamente los comunistas no van a estar en contra de la matrícula cero. Es un rasgo que sólo deja ver la impronta de la esclavitud. Denis Diderot temía que los europeos que habitaban otras regiones adquirieran gracias a la esclavitud hábitos de indolencia y crueldad que darían forma a un daño moral irremediable. Eso es lo que les pasa a los colombianos, no es de ahora sino de siempre.

Una crueldad semejante es casi desconocida en Occidente. Hace medio siglo todo el mundo sabía que Colombia es el país de los gamines, de los pilluelos abandonados que viven en la calle. ¿Por qué no ocurriría eso en otras partes? Pues porque se dispondría de alguna forma de proteger a los niños.

No es que Colombia fuera pobre sino que… ¡adivinen! El dinero se gastaba en educación, sobre todo en educación superior. Los estudiantes de la Universidad Nacional que llegaban de otras regiones disfrutaban de alojamiento casi gratuito y a mediados de los años setenta el almuerzo en el restaurante de la universidad costaba tres pesos, menos de 1.500 de hoy en día. ¿De dónde salían esos estudiantes? Casi la mitad de los habitantes del país eran analfabetos y los que podían ingresar a la universidad no llegarían ni al 5 % de los jóvenes, y créanme que no eran los más pobres.

Otro ejemplo de esa crueldad son las cárceles: hablarles a los colombianos de humanizar la vida de los que están en prisión reduciendo el hacinamiento de la única forma posible, con una gran inversión en recintos más habitables, les parece un disparate. De nada sirve explicarles que muchos de los que están ahí son inocentes porque los jueces son por lo general los peores malhechores o por errores policiales, y aun los que son culpables no tienen por qué dormir unos encima de otros. Parece que el sufrimiento de esas personas se convierte en una especie de regalo para los demás, que parecen vengar así sus agravios con el alivio que les produce contarse entre los buenos.

Toda la destrucción, la miseria, el terror (ya visible en las invasiones de tierras que promueve el crimen organizado reinante) y el sufrimiento que traerá este gobierno de malhechores es el resultado de esa forma de vivir y de pensar. Hace un rato leí en Twitter una protesta de alguien contra los influencers porque ganaban más dinero que una persona que ha hecho dos maestrías. Es esa mentalidad, todos quieren ser doctores para no trabajar y vivir sin riesgos ni esfuerzos a costa de los demás. Es lo que han conseguido en más de medio siglo de guerrillas y movimiento estudiantil y lo que en realidad quieren conseguir los demás.

Para entender hasta qué punto ese rechazo al subsidio a los ancianos pobres es pura barbarie baste recordar que Milton Friedman, que se oponía a las pensiones de jubilación y a que el Estado financiara algo como el Sena, proponía un «impuesto negativo»: las personas cuyos ingresos no llegaran a un mínimo recibirían un subsidio para llegar a ese mínimo.

Decía antes que una forma de razonar así es desconocida en Occidente, pero no por ejemplo en India, donde muchos hindúes se sienten ultrajados ante cualquier gesto de compasión de un extranjero con un «intocable». La sociedad colonial hispanoamericana, y sobre todo la del Tíbet de Sudamérica (como describía López Michelsen a Colombia) era también una sociedad de castas, y en gran medida lo sigue siendo. De ahí viene esa increíble repulsión que despierta entre los adversarios de Petro el subsidio a los ancianos desvalidos: si otro candidato lo hubiera propuesto no habría contado con su voto.

Hay un contraste muy preciso entre los secuestrados por las FARC casi desnudos y recluidos en alambradas y alias El Mono Jojoy con su Rolex de oro. Es exactamente lo mismo que las maestrías y doctorados de los colombianos acomodados, izquierdistas o derechistas, da lo mismo: esperan ostentar una gran calidad pero lo que resalta del país son los presos pudriéndose en sus pocilgas, los niños de la calle y los ancianos famélicos.

(Publicado en el portal IFM el 23 de septiembre de 2022.)

miércoles, octubre 12, 2022

El olvido de la memoria

La conjura totalitaria, lo que se conoce como socialismo, «progresismo» o «izquierda», es una amenaza feroz contra la humanización, un retroceso a la esclavitud y una forma de opresión que echa a perder todo lo que se consiguió en los siglos de esplendor de Europa, desde el Renacimiento. No es raro que tenga como aliados a poderes retrógrados como el clero iraní, la agresiva autocracia rusa, el liberticida régimen chino y muchos otros, incluidas las organizaciones de narcotraficantes que dominan a casi toda Sudamérica.

Un ámbito que permite ver con claridad lo anterior es el de la educación. En España, el gobierno socialcomunista impuso una nueva ley educativa cuyo objetivo declarado es quitar peso a la memoria en la instrucción y reducir las barreras que condenan a muchos estudiantes al abandono o a repetir curso. Sus objetivos declarados son aumentar las oportunidades educativas y formativas de toda la población, contribuir a la mejora de los resultados educativos del alumnado y satisfacer la demanda generalizada de una educación de calidad para todos. La forma que encuentra de satisfacer la demanda y aumentar las oportunidades es mejorar los resultados educativos del alumnado.

Esa «mejora» no debe entenderse como que las personas vayan a saber más sino que se les facilitará obtener resultados satisfactorios. Es decir, se rebaja la exigencia académica, es decir, se impide que la gente aprenda porque si el resultado de esforzarse es el mismo que el de no esforzarse pues nadie se esforzará. Y sin esforzarse es imposible acceder a conocimientos complejos como los que demanda el mundo moderno. El interesado en los efectos de esa mentalidad en España puede orientarse con este artículo de Arturo Pérez-Reverte. https://www.zendalibros.com/perez-reverte-ahora-somos-un-pais-de-genios/

Esa degradación de la tarea educativa está ligada al proyecto totalitario desde siempre y en Hispanoamérica tiene un camino más sencillo porque la forma de vida de la sociedad colonial nunca ha desaparecido. Lo que llaman educación es en realidad una nueva evangelización, es decir, adoctrinamiento, inoculación de propaganda: lo que se pretendía en el siglo xvi no era que los indios aprendieran matemáticas sino que creyeran, so pena de graves consecuencias, en la religión verdadera. En Colombia los jóvenes que ingresan en la universidad no pueden escribir una línea completa sin graves errores de ortografía pero ya van pertrechados del preceptivo odio a Uribe.

¿De qué forma una sociedad se entrega a esa clase de degradación? Lo explicó Ortega y Gasset refiriéndose a la decadencia de Roma: el Estado, la máquina creada para servir a la sociedad, se apropia de todo y la sociedad termina sirviéndole, y la casta que lo domina se interesa exclusivamente por mantener su poder. Por eso todos los que implementan la promoción automática en la escuela evitan que sus hijos «disfruten» de esa ventaja, bien enviándolos a colegios privados en los que sí hay exclusión de los que no aprenden, bien enviándolos a estudiar en el exterior.

De modo que lo que se presenta como acción contra la desigualdad lo que hace es reforzarla impidiendo a las personas ajenas a la casta acceder a conocimientos útiles. Y esa exclusión real de las mayorías se impone mediante la promoción automática, y también el cambio de la evaluación individual de conocimientos porque lo que se evalúa son los proyectos grupales, y esto simplemente quiere decir que algunos trabajarán pero todos obtendrán el reconocimiento. La pérdida de la memoria como referente del conocimiento, a favor de supuestas destrezas o competencias que a la hora de la verdad implican que el estudiante puede completar su ciclo sin haber aprendido nada, es otro recurso de esa estrategia de idiotización.

La multiplicación de los cupos universitarios o la reducción de los precios —como la indecente matrícula cero del gobierno de Duque, que sólo significa que los sueldos de los profesores y los demás gastos de la educación «superior» no los pagarán los que se benefician de ellos sino todos los demás— van en la misma dirección: millones de personas obtienen un título universitario que es sólo un grado de mamertos, porque o bien consiguen un puesto como profesores recitando la propaganda o bien hacen trabajos ajenos a lo que estudiaron y viven resentidos con el «sistema» que los obliga a trabajar, y siguen así sirviendo a la casta dueña del Estado como víctimas del capitalismo ansiosas de colectivizaciones más drásticas.

Desde hace décadas es mayoritario un rechazo del «aprendizaje memorístico», a veces porque se atribuye la independencia intelectual a factores diferentes a la información con que se cuenta, a veces porque simplemente se odia el conocimiento o la inteligencia y se quiere que los exámenes se puedan aprobar sin poder dar cuenta de que se sabe lo que se pregunta. Es verdad que a veces, aunque es algo de épocas remotas, se daba demasiada importancia a la reproducción de datos sin contexto en niveles en los que la preparación del alumno debería permitirle otras destrezas. Pero sin la memoria no puede haber aprendizaje, y sin evaluación y esfuerzo tampoco. Ya señaló Platón que lo que llamamos saber y aprender no son otra cosa que recordar.

No cabe duda de que la educación de antes se debe adaptar a nuevas realidades ni que medidas como repetir todo un curso por no haber aprendido bien algunas materias pero quizá sí otras conduce a malgastar tiempo, pero esa clase de cosas se podrían discutir si hubiera un consenso sobre el sentido de la educación.

De lo que tratan las políticas «progresistas», como ya se ha dicho, es de la igualdad de resultados, de que para «no dejar atrás» a los que no aprenden se los gradúa a todos. Con eso, por una parte, se impide que los esforzados y talentosos prosperen y resulten rivales de los dueños del Estado, que basan su poder en el voto mayoritario de los que no aprenden nada pero obtienen un reconocimiento que es pura ilusión. Y por otro, se crea una población cuya indigencia intelectual la deja sin defensas frente a la propaganda, como ocurre en Cuba y ocurrió en todos los países comunistas.

A la gente ignorante es fácil convencerla de que poder recitar las capitales de los departamentos o de los países, o las tablas de multiplicar, no sirve para nada y no significa nada, pero es eso que se recuerda de forma automática, y que a menudo se aprende mecánicamente y por repetición, lo que permite al lector entender el contexto de la información que recibe. Una persona que no se sabe las tablas de multiplicar puede averiguar el resultado de cualquier operación con la calculadora del teléfono, pero ¿tiene una noción más precisa de los números o de las cantidades? Yo también puedo traducir con el computador este artículo al coreano pero eso no quiere decir que pueda distinguir una letra de otra. Y de hecho conocer las letras en la propia lengua es un aprendizaje memorístico, repetitivo, mecánico y rutinario porque es difícil que un niño de seis años esté para plantearse el sentido del lenguaje.

Ese desprecio de la memoria tiene un consenso absoluto, todo el mundo suscribe que la educación de antes era peor por centrarse en ella. Lo extraño es que si hubiera que sostener que los jóvenes que llegan a la universidad ahora están mejor formados que los de antes puede que no hubiera tanta unanimidad.

En resumen, lo dicho: el mamerto no puede dar cuenta de las tablas de multiplicar ni de las capitales de los departamentos, pero tiene una profunda convicción de que sabe cómo se debe gobernar un país y a pesar de que ve aumentar la miseria y la violencia, sigue recitando lo que le resultó más fácil aprender porque era sólo halago engañoso, porque su ignorancia es lo que sostiene el poder en la narcocracia.

(Publicado en el portal IFM el 16 de septiembre de 2022.)

jueves, octubre 06, 2022

La fuerza del destino

El nombre de esta ópera de Giusseppe Verdi sirve para ilustrar el rumbo que lleva Colombia hacia una tiranía totalitaria como las que oprimen a Cuba, Venezuela y Nicaragua, y parece que si alguien es consciente del peligro se siente impotente para hacer nada mientras que la inmensa mayoría de los que no quieren ese rumbo se aferran a ilusiones que no tienen fundamento o, peor y aún más frecuente, a la suposición de que alguna fuerza cósmica impedirá lo que todos saben que pasará.

La ilusión más funesta y frecuente es la de que dentro de cuatro años el país se habrá empobrecido y habrá una mayoría de descontentos que elijan a un presidente de signo contrario. Eso no es lo que ocurre en los países que caen en manos de los comunistas, y aun si la mayoría fuera tan grande que no pudieran impedirlo, el control de todos los resortes del poder y sobre todo de la educación y los medios les aseguraría el retorno, como ya ocurrió en Nicaragua y Bolivia. Pero esa mayoría no aparecerá, las elecciones en Colombia no dependen de la opinión de la gente sino de las maquinarias que encauzan la compra de votos.

Esas ilusiones parten de una interpretación incorrecta de los datos de la realidad, que a su vez es el resultado de la indigencia intelectual de la mayoría. Por ejemplo, la idea de que Colombia es un Estado de derecho porque tiene supuestamente división de poderes. Al pensar en eso me resulta imposible no acordarme de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, en los que un nadador del equipo de Guinea Ecuatorial no sabía nadar: todos los países parecen iguales porque todos tienen bandera, himno, universidades, cortes de justicia y equipo olímpico. Los miembros de las altas cortes colombianas son simplemente malhechores, rábulas que sirven a la mafia de la cocaína y presentan sus abominaciones como textos jurídicos. Cualquiera que conozca los procesos contra Plazas Vega, Arias Cabrales, Uscátegui, Andrés Felipe Arias y muchos otros lo podrá confirmar. Son magistrados como ese muchacho africano era nadador, lo cual deja la duda de si Alfredo Garavito no habrá pensado en doctorarse en cirugía.

Lo mismo ocurre con las demás instituciones de la supuesta democracia colombiana: Santos fue elegido porque prometía seguir combatiendo a las FARC y en cuanto se posesionó hizo lo contrario de lo que prometía, cosa que para ningún periodista o profesor representa ningún problema. ¿Alguna vez ha ocurrido algo parecido en un país democrático? No, la democracia colombiana es tan democrática como la democracia popular de Rumanía en tiempos de Ceaușescu. Otro ejemplo podría ser el plebiscito de 2016, en el que triunfó el NO pero en realidad triunfó el SÍ porque la voluntad popular no significa nada.

Esa escasa exigencia de los colombianos respecto del sentido de las palabras se extiende a todos los ámbitos, por ejemplo, creen que un filósofo es alguien que tiene un diploma de filosofía, y prácticamente todos los colombianos que lo tienen son tan ignorantes y ajenos al pensamiento como los que dicen que la filosofía es algo inútil.

Luego, plantearse el futuro de Colombia evitando ese destino requiere en primer lugar entender que en Colombia no hay democracia ni Estado de derecho, que la Constitución fue redactada por una Asamblea elegida por menos del 20 % de los posibles votantes, convocada violando la ley y evidentemente controlada por las mafias de la cocaína, sin hablar de que no fue refrendada por una votación popular, como en Chile. De lo cual hay que sacar el corolario de que en realidad no hay mucha gente en el país a la que le importe la democracia ni el Estado de derecho porque cuando uno habla de convocar una constituyente lo miran como si propusiera cerrar las universidades públicas, es decir, algo tan inconcebible como asar a la madre a la brasa y comérsela en brochetas.

Y admitiendo que no hay democracia ni Estado de derecho, queda claro que Petro no es un presidente legítimo: su elección es la coronación de una larga carrera criminal en la que la casta oligárquica (heredera directa de la que dominaba el país antes de la independencia) buscó la alianza con los regímenes soviético y cubano, alianza que dio lugar a las guerrillas comunistas, premiadas por los sucesivos gobiernos y dueñas del poder judicial y las universidades. La elección de Petro, a pesar de todo eso, no deriva de una votación libre sino de la compra de votos y aun del fraude, como debería intentar demostrarse al menos ante el público, porque las autoridades que lo podrían evaluar son las mismas que lo cometieron.

La democracia y el Estado de derecho no van a llegar sin una larga lucha por implantarlos, para lo cual hace falta que haya gente que crea en ellos, pero eso se daría en otro plano de la conciencia, ya que ¡todos aman la democracia y el Estado de derecho! Hay que descender a un plano en el que las palabras significan algo, en el que la persona ha madurado lo suficiente para concebir que algo es verdad y no el rótulo que se le pone, como el nadador ecuatoguineano o los magistrados o filósofos colombianos. Habrá democracia y Estado de derecho cuando sea abolida la Constitución de 1991 y sea juzgado el comunismo con todos sus cómplices así como los procesos de paz.

Pero la fuerza necesaria para imponer esas ideas no existe y por tanto la implantación de la misma tiranía que oprime a Cuba Venezuela y Nicaragua es un destino inexorable. La supuesta oposición que ejerce el CD, basada en la aceptación de que hay democracia y Estado de derecho y que por tanto las cortes de justicia —y hasta la JEP y la Comisión de la Verdad— son legítimas, es en realidad reconocimiento al régimen. Discusión sobre lo accesorio que se va volviendo una farsa incentivada para asegurar la continuidad del statu quo.

Pero las cosas son lo que son, el gobierno de Petro es la dominación de una vasta organización criminal y sus efectos son opresión, miseria y violencia para los ciudadanos. De ahí se debe partir para hacerle frente, aunque esa lucha deba emprenderse por muchas décadas. Por una parte, es necesaria la pedagogía para que la gente entienda de qué se trata, por la otra, hay que hacer un gran esfuerzo para denunciar ante los jueces estadounidenses que se ocupan del narcotráfico a los políticos y funcionarios colombianos ligados a esas tramas —como es el caso de Piedad Córdoba—, publicando información obtenida en Colombia y aportándola a los procesos.

Si hay algo fascinante es la incapacidad de los colombianos acomodados de gastar por ejemplo cien dólares en apoyar una tarea como ésa —que podrían llevar a cabo inmigrantes colombianos en ese país— pensando en los cientos de miles o millones de dólares de pérdidas que el colapso del país les ocasionará. En esa mezquindad y en esa ruina segura se puede detectar lo que señalé al principio: la fuerza del destino. Realmente no se hará nada, el que no emigre se acomodará, y la gente sólo intentará sobrevivir, como ya ocurre en los países sometidos.

(Publicado en el portal IFM el 9 de septiembre de 2022.)

sábado, octubre 01, 2022

La secta de Karl Marx

La inmensa mayoría de la gente que vivía en los años noventa en los países del llamado primer mundo tenía la certeza de que el marxismo era una corriente política superada tras la caída del muro de Berlín y la Unión Soviética, pero en Hispanoamérica había habido varias generaciones de marxistas profesionales, es decir, de miembros de camarillas de presuntos intelectuales dedicados a predicar la doctrina comunista desde las universidades públicas o de la Compañía de Jesús, siempre con sueldos equivalentes a los de varias decenas de obreros explotados, de los que pagan impuestos para financiar la educación.

Tras la conquista de Venezuela y de su fabulosa riqueza petrolífera, el control del narcotráfico y la fundación del Foro de Sao Paulo, hechos que permitieron el triunfo de Lula da Silva y otros personajes similares en varios países de la región, el marxismo volvió a ser actualidad, en gran medida porque esa doctrina del siglo xix sirve a los nuevos dominadores (meros bandidos parecidos a los guerrilleros y magistrados colombianos, como de hecho lo fueron los líderes de todos los regímenes comunistas del siglo pasado) como cosmogonía que se impone sobre las restricciones morales y por eso resulta una tecnología de dominación muy eficaz.

Conviene detenerse en el personaje de Marx para entender su doctrina y lo que implica. Por desgracia, la inmensa mayoría de los colombianos que no comparten las ideas comunistas lo conciben como un demonio todopoderoso que trajo la maldad más perfecta a un mundo que hasta entonces parecía equilibrado.

Marx procedía de una próspera familia de origen judío convertida al protestantismo, lo que ha animado toda clase de habladurías antisemitas. Un primo suyo fue el patriarca de la empresa Philips. Estudió Filosofía en Berlín, donde había enseñado Hegel unas décadas antes y aún se sentía su influencia. La ambición del joven filósofo lo llevó a querer corregir al maestro adaptando su dialéctica al «materialismo» que habían desarrollado otros pensadores del mismo ambiente. Al emigrar a París estableció relaciones con diversos teóricos socialistas y se interesó por la economía política de Adam Smith y David Ricardo.

Ésas son las «tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo», a que aludía Lenin en un texto famoso. A grandes rasgos —según lo explicado en el Manifiesto del partido comunista, encargado por la Liga de los Comunistas, que era antes un grupo cristiano—, la teoría marxista afirma que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, que ha pasado por diversas fases desde el comunismo primitivo hasta el capitalismo, que será superado por una nueva sociedad en la que no habrá clases ni Estado (pues éste es un aparato de dominación).

La adaptación que hace Marx de la economía política deja ver las limitaciones de su profesión de filósofo y a la vez su ambición. Parece que ve el mundo del trabajo como los señoritos comunistas colombianos de hace cincuenta años veían a los obreros, material rosado o marrón embutido dentro de un overol, abstracciones ciegas y sordas a la realidad. Según la teoría de la plusvalía, la ganancia del capitalista equivale a las horas que no paga a los trabajadores, siendo que la labor de todos estos vale lo mismo, tanto la del que diseña un zapato como la del que carga los materiales. Es un desarrollo teórico de ideas de Ricardo, que esquematiza hasta hacerlas grotescas. Cualquiera que conozca una fábrica o siquiera un taller podrá comprobar lo disparatado de todo eso.

A pesar de su fama, Marx tiende a simplificaciones más bien burdas y falaces. El hecho de que un grupo de personas posean los «medios de producción» se atribuye a que despojaron de ellos al resto de la sociedad, lo cual es una idea muy tonta: todo el mundo sabe que las máquinas se las inventa alguien y se fabrican con la inversión de alguien. El procedimiento de concebirlas como propiedad de toda la humanidad es un recurso demagógico que define la doctrina marxista y se reproduce en toda la propaganda. El origen del capital, la «acumulación originaria» se atribuye en el caso inglés a un supuesto despojo de tierras que llevaron a cabo algunos aristócratas en el siglo xvii, cosa también absurda porque todo el mundo ha visto gente que se ha enriquecido partiendo casi de cero, gracias a decisiones acertadas y productos que gustan al público.

Tan ajeno es Marx al mundo del trabajo, tan llena de charlatanería profesoral es su doctrina, que no vacila en imaginar un mundo futuro en el que el trabajo «no sea simplemente un medio de vida sino la primera necesidad vital» (es decir, que pudiendo la gente quedarse retozando todo el día y disfrutando de manjares y bebidas, tiene un impulso espiritual superior que la lleva a levantarse a limpiar las alcantarillas). Cuando «corran a chorro los manantiales de la riqueza colectiva […] la sociedad podrá escribir en sus banderas “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”».

Se suele concebir el comunismo como un régimen de despojo y terror a manos de bandas de conspiradores y demagogos que se apropian de todo, y que casi siempre son meros malhechores sin escrúpulos, ansiosos como todo el mundo de riquezas, mando y prestigio. Eso se da porque la revolución socialista es como una operación de conquista; para entender esto basta ponerse en el lugar de los aborígenes americanos antes del siglo xvi. Esa conquista no necesitaría del marxismo, ya había ocurrido con la Revolución francesa, cuyo ejemplo inflamaba muchas cabecitas en todo el siglo xix. Esa subversión y esa tiranía son casi comprensibles y casi corrientes, baste ver la facilidad con que la mayoría de la gente saquea las tiendas si tiene la certeza de quedar impune; por ejemplo, ocurrió en el nazismo, aunque entonces las víctimas directas del despojo y el exterminio eran una minoría étnica.

Lo interesante del marxismo, lo que hace que mucha gente lo haya seguido «de buena fe» y se haya ilusionado con él, es el paraíso en que concluiría la historia de la humanidad dividida en clases. Ese ensueño va más allá de la envidia y el resentimiento, que son pura maldad reactiva, pues para convertirse en mártires, como lo fueron muchos por el ideal comunista, hace falta algo más que concupiscencia. Y sin duda conviene detenerse a pensar en lo que es realmente: ¿cómo será la vida cuando cada uno reciba según sus necesidades y aporte según sus capacidades? ¿Quién evaluará cuáles son esas necesidades y esas capacidades? ¿De qué modo querrán todos trabajar placenteramente para aportar a la riqueza colectiva?

Lo entendí viendo en el canal AMC Crime reportajes sobre sectas «destructivas», que funcionan con base en la supresión de la individualidad. El «hombre nuevo» de la sociedad comunista es el miembro de una secta que ha renunciado a sus fines individuales y termina suprimiendo hasta el instinto de supervivencia. La sociedad sin clases es la sociedad sin individuos libres, conclusión a la que también se podría llegar entendiendo que la libertad individual y la propiedad privada son lo mismo.

Para resumir, la teoría económica de Marx sólo es retórica profesoral, nadie ha contribuido al «avance de las fuerzas productivas» con ella, su proyecto redentor conduce a una vida animalizada y su filosofía es pura charlatanería de líder de secta.

(Publicado en el portal IFM el 2 de septiembre de 2022.)