jueves, agosto 29, 2013

Todos contra la Constituyente


La situación en Colombia empeora día a día, y el peor síntoma es la disposición patente al lloriqueo de los que no acompañan al terrorismo. Todo lo que se les ocurre es registrar lo que ocurre y lamentarlo, culpar a Santos o a los terroristas y añorar la época maravillosa de Uribe, cuando mandaban Santos, Silva Luján, Roy Barreras y muchos otros angelinos.

Me ha impresionado profundamente una opinión de tantas que se encuentran en Twitter y que dejan aflorar lo que ocurre en la mente de los colombianos más allá de los turbios fervores caudillistas. Las desgracias de los colombianos son como las de esas personas cuya vida se echa a perder por la suma de vicios y descuidos pero que tranquilamente culpan a causas externas de lo que les pasa.

Esto escribió un tuitero sobre las bandas terroristas:
Las marchas de protesta los legitiman como políticos,cuando no son mas q una banda narcotraficante, y asi deben ser combatidos.
Es la idea casi hegemónica: la especialidad profesional, unos son políticos, los otros son traficantes. ¿Cómo podrían ser ambas cosas a la vez? ¿Cómo va a confundirse un traficante de drogas con sus sucias aspiraciones con los sueños de un político que quiere mejorar la sociedad? Es verdad que la idea de que las marchas del 4 de febrero de 2008 legitimaron a las FARC no es mayoritaria, pero es una inferencia natural de todo lo demás.

Esa compartimentación profesional también se extiende a aspectos técnicos: cada vez que ETA mataba a alguien, salían millones de españoles a protestar, y por tanto los policías se tomaban unas vacaciones y vivían relajados. ¿A quién se le va a ocurrir que el rechazo ciudadano refuerza la moral de los encargados de hacer cumplir la ley? Ni hablar de que los asesinos en España veían las marchas de rechazo y se echaban a llorar, avergonzados. Europa es así, civilizada y todo resulta fácil.

Una vez salieron varios millones de colombianos a oponerse a las FARC y parece que eso no bastó. El mismo tuitero certificaba antes la inutilidad de esas cosas:
En Colombia la protesta social no tiene mayor eco,en 2008, 22 millones marcharon contra ellos y hoy siguen vigentes como nunca.
¡A ese nivel llega la conciencia cívica en Colombia! Parece que votar o salir a la calle fueran esfuerzos excesivos frente al imperio del crimen. En Bogotá no fueron capaces de impedir que un asesino llegara a alcalde pese a que sólo lo apoyaron un 15% de los que podían votar. No hablemos de que cualquier crimen terrorista tuviera una respuesta cívica y no una única vez en medio siglo. No hay que olvidar que esas marchas fueron descritas por la prensa como presión por "la paz y el intercambio humanitario".

Realmente Colombia caerá en manos de los terroristas porque la ideología les abre el camino. Puede uno pasarse siglos explicando que las FARC son el brazo armado del comunismo sin que nadie quiera entender que ése es un problema y no que sean traficantes de drogas. Y que sería facilísimo acabarlas si no controlaran buena parte del Estado o no fueran hegemónicas en los medios de comunicación. Si la gente entendiera que los de columnistas y magistrados son los frentes verdaderamente eficaces porque confunden a los ciudadanos y le abren el camino a las bandas.

Como ya he explicado muchas veces, se trata de la ideología clasista tradicional, en la que hay delitos honrosos si están animados por ideales y delitos viles si los mueve sólo la codicia. La famosa frase de Carlos Gaviria ("No es lo mismo matar para enriquecerse que matar para que la gente viva mejor") la habrán dicho antes millones de colombianos, si bien puede que no con las mismas palabras.

La alianza de Santos con los terroristas se concibe como un capricho inexplicable, pero según el mismo tuitero es también el resultado de que Uribe no siguiera siendo presidente.
se q Uribe no le simpatiza,pero no haberlo reelegido hubiese sido una opción peor si otro llegara al poder,como paso después.
La verdad es que siempre defendí a Uribe, incluso fui de los primeros uribistas en una época en que la mayoría de los actuales uribistas (descuento a todos los que lo eran cuando Uribe era presidente y ahora son santistas) se esperanzaban con Carlos Castaño, la intervención estadounidense o el golpe militar.

Pero la idea de que bastaba la persistencia de Uribe en la presidencia para remediar el problema del poder terrorista es también típica: los colombianos que no son de algún modo cómplices del comunismo y sus fuerzas de choque sueñan con un caudillo eterno que resuelva los problemas con "mano dura", un hombre "pantalonudo". Es una suerte que Uribe no haya querido hacer las de Fujimori, porque partidarios sí tendría por montones.

Gracias a Uribe llegó al poder Santos y toda su caterva de malhechores. Extrañamente para esos colombianos es otra cosa en que le salimos a deber al Gran Timonel. Pero la forma en que eso ocurrió no sólo contiene el error moral de la segunda reelección (la abolición de la democracia en la práctica: tanto Stroessner como Somoza celebraban elecciones, además del propio Fujimori), sino algo más atroz: la certeza de que el Gran Timonel era tan cándido que creía que la Corte Constitucional le permitiría reelegirse (una entidad que había echado a perder su política económica legislando con sentencias que multiplicaban el gasto en salud y que había tenido presidentes como el citado Carlos Gaviria o el aún más tenebroso Eduardo Montealegre).

Bueno: los adoradores de los caudillos son así. Antes de que hubiera caudillos estaban ellos con su destino servil, que de hecho es lo que permite el éxito del comunismo en Sudamérica. La mayoría de los colombianos apoyan a Uribe y lo elegirían si pudieran. No importa qué haga. De eso se trata, por eso él hace cálculos con los políticos que lo pueden apoyar y así lidera el lloriqueo por los desmanes de Santos sin que se sepa cuál es el candidato al que quisiera apoyar en 2014. El más probable era Angelino Garzón, que optó por el liberalismo, y entonces el que recaudará más apoyos será Francisco Santos, al que sin el menor rubor promueven los medios del gobierno.

La mayoría de los uribistas lo apoyarán pese a que es el padre de los diálogos de La Habana y declaró que Uribe no los apoyaba por causas mezquinas. Algún consuelo debe quedar cuando no es posible encomendarse al salvador pluscuamperfecto.

Tampoco se sabe si Uribe busca aliarse con Mockus, Peñalosa y Fajardo: no tiene sentido que la exministra Martha Lucía Ramírez proponga esa alianza sin contar con la aprobación de Uribe. No va a exponerse a hacer el ridículo recibiendo una desautorización. Tampoco el representante Miguel Gómez Martínez se mostraría dispuesto a dar curules a las FARC sin consultar al líder que necesita si quiere revocar a Petro. El que crea que todo esto es suponer demasiado puede irme explicando qué piensa Uribe de todo eso. Realmente no necesita contestar: cuando no están en la religión uribista los colombianos están con las FARC, siempre y cuando no les toque ver botas pantaneras ni gente de aspecto rústico.

Y obviamente las FARC escalan sus peticiones: ahora no quieren que haya plebiscito para legitimar los acuerdos y presionan al gobierno para que les haga una Constituyente: las curules ya las tienen seguras, promovidas por el nieto de Laureano Gómez con la aprobación tácita de Uribe, sin dejar de matar ni de extorsionar, ¿son acaso idiotas para no pedir más?

Pidiendo una Constituyente ganan siempre porque si no la consiguen refrendan la de 1991, gracias a la cual pueden controlar las cortes y las formidables clientelas de la CUT. Pero al respecto ya les advirtió Navarro Wolff que era un camino peligroso, y también lo hace otro ideólogo, uno de esos próceres que los colombianos pagan generosamente para que planeen crímenes terroristas (la relación entre el sueldo de un profesor universitario venezolano y uno colombiano comparado con el sueldo mínimo es de uno a diez: 1,5 veces en Venezuela, unas 15 veces en Colombia).

La reacción de un uribista cuando uno le dice que hay que cerrar la Universidad Nacional es idéntica a la de un partidario de las FARC: sólo compiten por los puestos.

Esto dice Francisco Gutiérrez Sanín:
¿Constituyente?
Hasta razón tendrán las Farc cuando dicen que su propuesta de constituyente merece ser discutida. Y, de hecho, también aciertan al suponer que los acuerdos emanados de este proceso de paz en algún momento deben pasar por las urnas.
De momento la noticia es que no quieren un plebiscito para aprobar los acuerdos a que lleguen con el gobierno. Parece que pasarán por las urnas cuando hayan implantado el voto electrónico y alcanzado el control total del Estado y sus rentas: como en Venezuela, donde a fin de cuentas "el que escruta elige".

Pero lo interesante es que empieza aludiendo a las FARC como un agente cuya legitimidad es obvia. ¿Se imagina alguien que han mandado a decenas de personas bomba, que han secuestrado a varias decenas de miles, que han matado a cientos de miles, etcétera y por eso deben recibir el castigo de la ley? Los motivos por los que muchos colombianos aceptan eso y aun intentan sacar provecho son los mismos por los que otros sueñan con la redención gracias a un caudillo perpetuo. No entienden la democracia ni la ley ni les interesa, sólo ven "cómo van ellos" en la rapiña del instante.
Y sí. Como han venido sosteniendo varios comentaristas —entre los que destaca, por la claridad de sus argumentos jurídicos, Rodrigo Uprimny— esta paz necesita de alguna clase de refrendación democrática.
La claridad de los argumentos jurídicos de Uprimny es más o menos como los de Rodolfo Arango, cuyas ideas comenté en la entrada anterior de este blog. Ambos han sido magistrados y en cierta medida hablan en nombre de ese gremio que ascendió al poder en 1991. En una ocasión Uprimny consideraba ilegales las desmovilizaciones de guerrilleros que promovía el gobierno de Uribe porque no eran el resultado de una negociación política. Según José Obdulio Gaviria, "con Montealegre volvía el derecho", y es que lo que en Colombia llaman derecho es esa clase de creatividad lingüística: Montealegre sólo tiene tareas más concretas que Arango y Uprimny, es un genio de la misma clase.

Claro que se las arreglarán para hacer refrendar la entrega del poder a los terroristas gracias a que la alternativa es volar por los aires tras una bomba, cosa que los colombianos creen que evitan premiando el crimen. Otra cosa es que conseguido eso las FARC piden más, no faltaría más. Ya le son imprescindibles a Santos para formar mayoría, es obvio que no se resignarán a lo que ya tienen.
La idea de convocar a una nueva constituyente, empero, tiene en su contra tres argumentos muy contundentes. El primero es que todos —cuando digo todos es todos: sin excepción— los elementos de juicio que tenemos a la mano sugieren que en ese escenario ganaría ampliamente la extrema derecha revanchista, representada por Uribe y los suyos. Los sondeos de opinión, por ejemplo, sugieren que las mayorías de este país quieren la paz, aún aprecian a Uribe y rechazan a las Farc. No hay por qué exasperarse si esas preferencias parecen inconsistentes. Así están repartidas las cartas, y la pregunta es qué se puede hacer ante tales realidades. Si esto parece muy simple y muy pragmático, hay que recordar que la política en democracia tiene un componente ineludible de buen sentido y de cálculo puro y duro, que las culturas católicas tienden a condenar pero que constituye una herramienta indispensable para orientarse en el mundo. Revisen con cuidado la experiencia de Guatemala para saber qué pasa cuando un proceso de paz queda esterilizado por una derrota electoral aplastante. Con el giro adicional de que en otros escenarios las propuestas pro-paz sí podrían ganar en Colombia: los resultados que sistemáticamente publica la prensa muestran que los colombianos sí quieren que se llegue a un acuerdo y que se acabe esta pesadilla.
La incoherencia en la opinión pública es una típica mentira de esta gente. Consiste en llamar "paz" al premio de los crímenes. La mayoría de la gente quiere paz porque quiere que los asesinos dejen de amenazarla. La prensa y el gobierno le han hecho creer que eso va a ocurrir gracias a las negociaciones, de las que en más de treinta años siempre ha resultado sólo una multiplicación de los crímenes. Si la gente entendiera que lo único que significan las negociaciones es que el gobierno y sus clientelas se alían con los terroristas para explotar la industria de la cocaína y las facilidades que ofrece el gobierno venezolano, no apoyarían la negociación.

Con todo es interesante lo que dice el hombre: la inmensa mayoría apoya a Uribe y rechaza a las FARC, ¿qué legitimidad tiene entonces la negociación de Santos? No importa: de hecho, resistir a una Constituyente porque ganaría "la extrema derecha" (la gente que no quiere que las masacres sean la fuente del derecho) plantea que las leyes vigentes no son representativas de la voluntad ciudadana.

La última frase se apoya en la misma burda mentira: la gente sí quiere que cesen las masacres, la negociación sólo las multiplicará como ocurrió en los ochenta y en Tlaxcala y en el Caguán. La única fuerza de los terroristas, y Gutiérrez Sanín sólo es uno de sus ideólogos, es la tremenda confusión de la mayoría.
El segundo es que la convocatoria a una constituyente parece ignorar la naturaleza de la de 1991. Esta fue un gran pacto modernizador, que le abrió las puertas a un país hastiado de su sistema político autorreferido, y en busca de nuevas voces, nuevas perspectivas y nuevos derechos. Estoy muy lejos de ser un fetichista de la Constitución de 1991 y he criticado desde hace mucho algunos de sus diseños. Pero el proceso que condujo a la nueva carta, y muchos contenidos de ésta, hacen parte de un acuerdo único en la historia del país, dotado de una enorme legitimidad. Si las Farc y el Gobierno borran esto de un plumazo, el resultado sería enfrentar a la paz con la Constitución, inevitablemente debilitando a ambas. Si la paz aparece como un acuerdo entre aparatos, orientada contra el gran logro democrático de las últimas décadas, empezará a tener enemigos apasionados en todos los lugares del espectro político. Si la C91 debe ser reemplazada por otra, esto tendrá que ser decidido por todas las fuerzas después del conflicto. Toda la experiencia latinoamericana muestra que una nueva experiencia constitucional en paz es posible (aunque no siempre deseable).
En mi post anterior señalaba la mala fe como el rasgo idiosincrásico predominante en Colombia. Es típico: el colombiano cree que la demostración de algo es el hecho de que él lo asegure, y que las cosas se definen a partir de los adjetivos que se les pongan. Negarse a premiar las masacres resulta para este prócer "de extrema derecha" y el engendro de Pablo Escobar, un pacto de corruptos, asesinos y mafiosos, resulta "modernizador". Por ejemplo porque con la acción de tutela abolió las leyes y los contratos, sometidos al arbitrio del funcionario de turno, que siempre invoca cualquier "derecho fundamental" para desviar recursos públicos hacia sus clientes o imponer lo que convenga al mejor postor. Lo "modernizador" se hace evidente en el hecho de que la desigualdad creció 10 puntos del índice Gini entre 1991 y 2002 gracias a la multiplicación del gasto público: de las rentas para él y sus clientes, dedicados a "educar" para formar ciudadanos que legitiman los niños bomba.

La enorme legitimidad del engendro de Pablo Escobar es que la Asamblea que la aprobó fue elegida por menos del 20% de los ciudadanos (los demás temían a los carros bomba del M-19 y su socio mafioso). Ese gran logro es democrático en el sentido colombiano de relación con las palabras: cualquier palabra representa cualquier cosa. El acuerdo de unos terroristas con unos corruptos conseguido a punta de carros bomba es tan democrático como el Polo Democrático o la Kampuchea Democrática.
El tercero es negativo. Creo que todos los actores de la paz —incluyendo al Gobierno y a la guerrilla— tienen un interés estratégico en que este proceso no entre a la sociedad colombiana por la puerta de atrás. ¿Por qué no apostarle a lo máximo, que es una constituyente? La respuesta es sencilla. En la actualidad, los puntos de La Habana tienen un potencial transformador mucho mayor que un cambio de constitución, algo que es fácil de entender —a menos que uno esté preso de la ficción constitucionalista de los guerreros de nuestro siglo 19, para quienes el recetario fundamental de la vida pública era una guerra-una paz-una constitución.
Es verdad: como camino hacia una catástrofe como la camboyana, la infamia de La Habana tiene un potencial transformador mucho mayor que cualquier constitución y ciertamente es lo que busca el gobierno, cuyos jefes ya habrán obtenido suficientes cantidades de dinero de la exportación de cocaína y la extorsión. Pero ¿cómo habría que calificar el hecho de que esa transformación más profunda que una constitución no deba ser discutida abiertamente por los ciudadanos? Fácil, a la colombiana. Se llamaría "actitud democrática".
No hay que tener inseguridad con respecto del potencial de este proceso. Pero que este potencial sea plenamente realizado depende de la lucidez, responsabilidad política y capacidad de los actores involucrados en él.
Un concierto para delinquir y legalizar las fortunas fabulosas del secuestro exige lucidez y responsabilidad política (no escuchar a la gente). Naturalmente.

Lo interesante es que los colombianos creen que no es su problema sino de la policía y que entender lo que proponen estos genios es legitimar a los terroristas. No se trata de una cuestión de buenos y malos sino de intereses concretos: unos estarían felices con una dictadura perpetua, algo como una monarquía bárbara y otros con Pol Pot. Así como aumentar la desigualdad y premiar el crimen es lo modernizador y democrático, también no hacer nada es la respuesta correcta, porque oponerse a los terroristas es legitimarlos.

(Publicado en el blog País Bizarro el 21 de junio de 2013.)

domingo, agosto 25, 2013

No hay paz sin justicia


A la memoria de los once diputados 
del Valle del Cauca, cobardemente 
asesinados hace hoy seis años
para que no denunciaran a su captor.

Los rasgos profundos de la idiosincracia de los colombianos se resolvieron en el siglo XVI y cualquier crítica o interpretación que no tenga en cuenta esos datos es superficial y en últimas vulgar.

En esencia, se trataba de apropiarse de un territorio y de las riquezas que contenía, sometiendo a esclavitud o exterminando a los aborígenes. El ingenio de los nuevos amos les permitió disfrazar esa tarea como pedagogía de la religión del amor, y la distancia de la metrópoli y de cualquier autoridad superior los mantuvo a salvo de todo intento serio de aplicar las leyes: la decisión del emperador de proteger a los indios encontró en Jiménez de Quesada la famosa respuesta de "se acata pero no se cumple". Se finge someterse a la ley y se hace otra cosa.

Los descendientes de esos dominadores siempre se las han arreglado para mantener el control: la casta dominante se nutría con los nuevos funcionarios enviados por la Corona o la Iglesia en la época colonial, y después ha mantenido a raya a toda clase de competidores.

El comunismo y la misma industria del secuestro forman parte de esa tarea (toda clase poderosa surgida del trabajo paga rescates y extorsiones a las bandas controladas por el grupo de Alternativa): gracias a la "industria del futuro" (perfecto reemplazo del paraíso que vendían los curas hasta hace poco) forman mayorías electorales y fuerzas de choque gracias a las cuales los gobernantes son los hijos, nietos y bisnietos de los que gobernaban antes, ahora modernísimos y amiguísimos de la paz.

Todo eso es conocidísimo y casi aburrido de repetir, pero tiene interés ahora porque la retórica del resentimiento, que en otras partes correspondía a un anhelo igualitario, se explota para perpetuar una dominación monstruosa. Ya he explicado en otras partes que la Constitución del 91 con sus montones de derechos fundamentales y su acción de tutela permitió que la desigualdad aumentara en una década hasta diez puntos del índice Gini. Es decir, en Colombia el comunismo es una causa que mueve a los ricos (que siempre han vivido alrededor del Estado) envuelta en la citada retórica del resentimiento.

De modo que los estudiantes universitarios del último medio siglo siempre se han considerado parte de los "desposeídos" siendo más bien la minoría más afortunada. Y que las ventajas que se hacen pagar de los demás las conciben como "derechos" universales que le reclaman a una caja inagotable cuya llave tienen los políticos a los que fingen odiar. (Son los que nombraron a casi todos los afiliados de la CUT, extrañamente dados a promover enemigos.)

Bueno, un estribillo típico de esa retórica es el de "no hay paz sin justicia". Se trata de una expresión amenazante con la que se pretende legitimar la violencia que conviene a los revolucionarios, y que ahora se ha olvidado porque evocaría el problema de la impunidad de las FARC.

Pero el tema de este artículo es la idiosincrasia colombiana, cuya esencia es la mala fe. Y la mala fe es en sí la mentira. Y la mentira es la corrupción del lenguaje, y la corrupción del lenguaje se basa en ciertas figuras retóricas y en la polisemia.

Esa cómoda convivencia con la polisemia es un rasgo de los colombianos que una persona que vive lejos detecta enseguida y que inmediatamente anuncia asesinatos, secuestros, latrocinios y toda clase de infamias.

Así, "paz" es como llama la prensa a los "diálogos de paz", nada que ver con la definición de paz que da el diccionario. Y "justicia" no es un principio moral ni una virtud cardinal, sino una parte del Estado: el poder judicial. De paso conviene recordar que esa rama del Estado fue la única autoridad efectiva en tiempos de la Real Audiencia: otro rasgo idiosincrásico.

Y efectivamente, no hay paz (concierto con los criminales) sin justicia (sin control del aparato judicial). Sin poner a esa autoridad al servicio de los socios del gobernante. Fue por los diálogos de paz por lo que la Fiscalía tuvo la increíble audacia de dejar impune a Sigifredo López a pesar de todas las evidencias. Para confirmar esa voluntad de paz y tapar la monstruosidad que estaban cometiendo, el fiscal hasta le pidió perdón públicamente.

Ahora han ido más lejos: el Consejo Superior de la Judicatura ha presentado cargos contra la fiscal Martha Lucía Zamora por mantener detenido al angelino.

Puesto que el crimen es paz, ¿por qué no va a ser delito aplicar las leyes? De eso se trata: también el líder de las víctimas de las FARC ha denunciado al fiscal de Derechos Humanos de Cali que ordenó su detención.

Se trata obviamente de montajes: esos dos fiscales tienen que estar a la vez intimidados y sobornados porque de otro modo podrían denunciar ante el mundo que el único dictamen que hay sobre la voz del video demuestra que es la del exdiputado. No tienen alternativa a someterse a la tiranía, como las víctimas de los procesos de Moscú.

Pero si el mal es el bien y el bien es el mal, ¿por qué no van a estar en la cárcel todos los que incomodan a los que secuestran, asesinan, mutilan, torturan, reclutan, violan, extorsionan, destruyen y trafican con cocaína? Es lo lógico, y los colombianos se hacen cómplices de esa realidad futura porque la verdad es que no se han resistido en absoluto a la infamia de Santos. En gran medida eso ya ocurre con el coronel Plazas Vega y el general Arias Cabrales, con Uscátegui y muchísimos otros militares y policías desconocidos cuya suerte inspira más bien risa a la mayoría de los colombianos.

Pero ahora la paz es más amplia y la justicia completa es lo que anuncia este columnista de El Espectador. Siendo la predicción del futuro del país merece una lectura completa.
Responsabilidad, complicidad, oportunismo
Por: Rodolfo Arango
El caso de la embajadora en Washington, Carlos Urrutia, ha destapado el capítulo de la responsabilidad general por el conflicto armado en el país.
El caso es una supuesta maquinación leguleya para comprar tierras pasando por encima de una prohibición que precisamente habrá hecho algún gobierno en aras de la paz: siempre se trata de posibles competidores de la oligarquía que al hacer productivo el campo terminan siendo rivales. El hecho de que se pudiera comprar tierras hace a ese abogado culpable de que otros secuestraran y mataran gente.
La primera reacción al examen colectivo al nivel de involucramiento en la violación masiva de derechos humanos es decir: “fueron otros” o “yo qué tengo que ver en el asunto”. Más de cinco millones y medio de víctimas, cifra documentada por la revista Semana recientemente, no pueden dejar a nadie impasible frente a la toma de conciencia sobre su participación, directa o indirecta, en el conflicto armado.
¿No es genial? Ya dejó sentado Hannah Arendt que "Donde todos son culpables nadie lo es". Ahora el terrible conflicto con cinco millones de víctimas, ¡documentadas por la revista Semana! no va a resultar con unos asesinos y unos secuestradores y unos que cobran esos crímenes (como ese arquetípico profesor universitario), sino que seguramente habrá otros cinco millones de responsables, ¡los que obligaron a los asesinos a matar y a los secuestradores a secuestrar!

Arendt hizo el retrato perfecto de asesinos como Arango y sus compañeros:
«Donde todos son culpables, no lo es nadie [...]. Siempre he considerado como la quintaesencia de la confusión moral que en la Alemania de la posguerra aquellos que estaban completamente libres de culpa comentaran entre ellos y aseguraran al mundo cuán culpables se sentían, cuando, en cambio, sólo unos pocos de los criminales estaban dispuestos a mostrar siquiera el menor rastro de arrepentimiento.»
No faltarán los idiotas que no han hecho nada, que no se han lucrado del crimen, que no han intentado hacer la revolución ni simpatizado con el comunismo, pero sí se sentirán culpables de que los grupitos de colombianos por la paz y de amigos de Enrique Santos Calderón encargaran miles de asesinatos, mientras que éstos resultan casi las víctimas.

Sigue el inefable profesor de Los Andes:
En la fase del posconflicto será central ventilar abiertamente la asunción de responsabilidad. Esto porque responder por acciones u omisiones propias ante el sufrimiento y la crueldad extendidos es propio de seres humanos reflexivos y dignos. Toda sociedad que ha sufrido los espantos de la guerra debe soportar luego el doloroso autoexamen sin el cual todo puede volver a repetirse. Acusar de resentidos, vengativos o moralistas a quienes piden asumir responsabilidades, en nada ayuda a la construcción un “nosotros” que pueda perdonarse de cara al futuro y emprender empresas comunes superando el resentimiento, la vergüenza, la indignación y la culpa.
¿Quién va a asumir responsabilidad? Esta retórica es complementaria de la de las FARC, que ciertamente no se sienten culpables de ningún crimen sino más bien agentes de justicia. Como nadie se declarará responsable, sobre todo no podrán hacerlo los muertos que fueron los que provocaron con su existencia su asesinato, habrá que encargar a la justicia de castigar a los responsables. ¿No es fascinante la complementariedad de tal examen de conciencia con las promesas de impunidad y aun inimputabilidad total a las FARC? Es lo que digo: no hay paz sin justicia: no hay premio del crimen sin persecución de todo aquello que lo estorba. Ése es el sentido del escrito del prócer.
En el proceso de autoexamen por lo sucedido es crucial diferenciar tipos y grados de responsabilidad. Jaspers, reconstructor moral de la Alemania de posguerra, distinguía cuatro tipos de culpa: criminal, política, moral y metafísica. Elster, teórico de la justicia transicional en perspectiva histórica comparada, identifica ocho agentes del conflicto según grado de involucramiento: victimarios, víctimas, beneficiarios, colaboradores, miembros de la resistencia y “neutrales”, así como promotores de justicia y saboteadores en el proceso de transición a la democracia.
Cada párrafo refuerza esa sospecha de que el juicio de responsabilidad será simplemente persecución de los que incomoden a los triunfadores. ¿Es involucramiento moral la afinidad con el comunismo? ¿Va a entregarse a la justicia ese profesor?
No es lo mismo sembrar minas, reclutar menores, violar niñas, pagar paramilitares, torturar o desaparecer opositores que aprovechar las circunstancias para enriquecerse ante las ventajas que ofrece el conflicto. No debemos confundir cómplices con oportunistas, por encopetados que sean. Otra cosa es barrer las responsabilidades bajo el tapete o, lo que es más grave, legalizar ilegalidades, como pretende ahora el Gobierno en el Congreso cuando intenta sanear la compra ilegal de tierras a campesinos por parte de empresas nacionales y extranjeras. La ley, repertorio emocional de la sociedad, puede impedir que beneficiarios del conflicto resulten amparados. Millones de personas en situación de desplazamiento forzado y seis millones de hectáreas despojadas o abandonadas por la violencia y la ausencia de Estado no pueden ser desconocidos por el legislador de una sociedad en tránsito hacia la democracia. Esto porque es necesario garantizar un mínimo de respeto, de responsabilidad colectiva por la situación del otro, con el fin de construir una sociedad justa. No todo daño se arregla con plata y negocios, aunque las penas con pan sean más llevaderas.
Más pruebas: el crimen es la compra de tierras, no faltaría más sino que una vez que los autores de las peores atrocidades son las nuevas autoridades (eso es lo que llaman paz y lo que obviamente Arango promueve) fueran a resultar juzgables. Se trata de juzgar a los que les incomodan, pues ¿no es para eso para lo que se habla de conflicto, como cuando se llama "pelea" a un atraco? La perla de la "sociedad en tránsito hacia la democracia" (que no podrá ser refrendada por los votantes porque estorbaría a la paz, según la nueva propuesta de las FARC, ni menos orientar sus leyes a partir de una Constituyente elegida por la gente) ya es como la prueba de la condición moral de Colombia.
Con calma pero con firmeza la población debe llamar a sus dirigentes políticos y sociales a asumir responsabilidades. Negar que funcionarios, empresarios, abogados y ciudadanos se beneficiaron del conflicto, en nada contribuye a la paz. En un país decente, la representación diplomática del país debería quedar en manos de quienes resistieron a la opresión, no de quienes se lucraron de las oportunidades durante el conflicto. A la hora de asumir responsabilidades, no es buena política taparse todos con la cobija del olvido. Podríamos aprovechar la oportunidad histórica de aprender de la dolorosa experiencia que hemos vivido, para así impedir que continúe o se repita.
Insisto: los que mataron y secuestraron no son responsables, sino quienes los estorbaron. Por eso hay muchos más militares presos que terroristas presos. Por eso todos los responsables de la trama civil están impunes. El problema es de la inmoralidad profunda de cada colombiano, algo que lo define en su ADN desde que se formó el país: nadie verá un problema en las propuestas de este prócer, que avanzan en el planeamiento de persecuciones cuando la mayoría de las víctimas del terrorismo todavía esperan su destino.

¿Alguien se imagina que otro columnista o algún político le respondiera a ese angelino? No, todos esperan que la interpretación los favorezca y se premie su adhesión a la paz. Es lo que hace el señor Uribe y sus innumerables cohortes de lambones tolerando la descarada impunidad de Sigifredo López: las siguientes propuestas de aliarse con Mockus o de darles curules a las FARC son el corolario lógico de esa infamia propia de los peores canallas.

(Publicado en el blog País Bizarro el 19 de junio de 2013.)

miércoles, agosto 21, 2013

¿Adónde va el uribismo?


Gabriel Silva Luján, el inefable exministro de defensa del segundo gobierno de Uribe, denuncia un cambio de rumbo del uribismo
El aislamiento de la oposición en este tema no solo es nacional. A nivel internacional, los líderes de todos las vertientes ideológicas han respaldado contundentemente al Gobierno en la búsqueda de la paz. Incluso, los pares ideológicos de Uribe, la derecha republicana y el conservatismo británico, han manifestado su apoyo. Ante esta realidad, de manera bastante descarada por cierto, el uribismo está tratando de aparecer menos hostil a la paz, acomodándose ante el rechazo generalizado a sus posiciones extremistas. 
Para terminar esta semana tan particular, Enrique Peñalosa anunció que –sin importarle lo que diga el Partido Verde– va ser candidato presidencial. No hay que ser muy perspicaz para ver la mano de Álvaro Uribe detrás de la jugada del exalcalde. 
A renglón seguido, la también candidata uribista Marta Lucía Ramírez propuso que Álvaro Uribe, el Partido Conservador, Mockus, Peñalosa y el Mira hicieran una coalición contra Santos. Además de ser un síntoma evidente de que las cosas no van tan bien como se creía para la oposición, adicionalmente revela cuál es la nueva estrategia del uribismo para las elecciones presidenciales del año entrante. 
Ya sabe la oposición uribista que no hay forma de ganarle a Santos. Ante esa realidad, están inventando candidatos y coaliciones –a diestra y siniestra– para que el Presidente no sea reelegido en la primera vuelta. Con eso por lo menos se les abre la posibilidad de encontrar alguna fórmula, así no sea del querer ideológico de su patrón, para tratar de aguar la fiesta de la reelección. Patadas de ahogado.
Uno no sabe qué pensar ante la idea de mostrarse "menos hostil a la paz". El decálogo del Centro Democrático parecía dejar las cosas claras, pero la verdad es que la coalición de la exministra no es un invento de su dulce sucesor. ¿Ésos eran los que dirigían la lucha contra el terrorismo cuando gobernaba Uribe? ¿En manos de qué clase de gente estaba el país?

Es ciertamente dudoso que la idea de Peñalosa de lanzar su posible candidatura presidencial sea promovida por Uribe, tanto como que Santos pudiera ser reelegido en primera vuelta. Pero precisamente porque empezó anunciando su respaldo a la negociación y su disposición a premiar a las FARC debería considerárselo un elemento hostil a la democracia.

La idea de la exministra, otro personaje que tempranamente manifestó su apoyo a la negociación de La Habana (en cuya mesa encontraba escasa representación femenina) se sustenta en una visión a su manera coherente. Yo diría que es la visión que expresa el fondo del uribismo:
Es el momento de ofrecer a Colombia una alternativa que genere un proyecto de Nación sólida con una visión de futuro que aglutine los valores de nuestros ciudadanos.
Por el lado de esa visión grandiosa y concreta no hay ningún problema, lo que pasa es que Mockus es en la práctica un asesor de las FARC, en cuyas marchas participaba ya en 2008 y para las que hacía campaña ese año explotando la atroz mentira de que los "falsos positivos" eran una política del gobierno (entiéndase, de Santos y Silva Luján).

A ver, no se me entienda mal, realmente no tengo una queja contra esa señora porque entonces debería tenerla contra muchos y terminaría simplemente lamentándome de que la vida es injusta. Ni siquiera es cuestión de Uribe, un señor hecho a la vieja política que como presidente tuvo tan noble colección de ministros de Defensa y está presto a toda clase de componendas. El problema es de los ciudadanos que condenan a Santos pero confían toda la resistencia al expresidente. ¿Alguno de ellos echa de menos una respuesta de Uribe a la propuesta de Martha Lucía Ramírez?

Ninguno. Así son.

Tampoco se puede decir que UNO SOLO haya mostrado dudas siquiera sobre esa propuesta. Esperan el gesto del líder, que para no quedarse aislado seguirá buscando el apoyo de la exministra y de los demás líderes conservadores.

Si ésa es la resistencia que encuentra Santos, se puede dar por descontada su victoria: no porque su infame claudicación ante los terroristas sea tan popular como quieren hacerle creer a la gente, sino porque no habrá nadie en quién creer. Ni ningún motivo serio para apoyar a quienes supuestamente se le oponen.

Claro que la inmadurez de los colombianos los hace manipulables por los medios y que en la elección entre "guerra" y "paz" les resulta irresistible la segunda opción, pero es como quien acude a un hechicero a contratar conjuros para librarse de una enfermedad infecciosa. La negociación de Santos tiene dos salidas, o el triunfo de los terroristas o el empeoramiento de la violencia. El triunfo de los terroristas tampoco será la paz, sino una situación de ventaja absoluta para sus crímenes, tal como ocurrió en Camboya.

¿Es tan complicado entender que al negociar las leyes con criminales se comete una transgresión de la ley y la democracia resulta abolida? Al parecer lo es para la clase de personas que aspiran a toda costa a un puesto público y tuvieron la mala suerte de no estar bien relacionadas con los nuevos amigos de Santos, que buscan una oportunidad contra Santos y ni se enteran de que pierden toda referencia que no sean sus aspiraciones burocráticas.

Hace mucho tiempo que lo digo: el uribismo no es una solución sino una parte del problema. La propuesta de la exministra y el previsible silencio del Gran Timonel y su sanedrín (que tal vez esperan que cuaje) deja claro que se trata de una corriente política que está más cerca de Santos y su Unidad Nacional que de cualquier noción de defensa de la democracia.

La oposición al régimen terrorista, sea en 2014 o en 2114, que alguna vez habrá de darse, tendrá que descartar cualquier afinidad con esa gente. Cada vez se asemejan más en sus fines y propuestas al MIRA, cuya líder aparecía aplaudiendo la negociación de Santos con argumentos atendibles, vean el video:


(Publicado en el blog País Bizarro el 12 de junio de 2013.)

sábado, agosto 17, 2013

El bando de la gente rica

Intereses de clase
Aparte del marxismo, no he visto en la opinión colombiana ninguna noción sobre la relación entre las clases sociales y las facciones políticas: lo más frecuente entre los que no comparten el discurso de la prensa y los comunistas es una especie de "derechismo" de trazo grueso, constituido por generalidades que poco tienen que ver con los rasgos reales de la sociedad colombiana: en Europa los socialistas y comunistas obraron como representantes de los intereses de los trabajadores, al menos de intereses inmediatos de protección contra los excesos de los propietarios y empresarios. Aun el chavismo busca el apoyo de las mayorías con la prédica de la igualdad y la asistencia a los más pobres. Aplicar los juicios que podrían corresponder al socialismo europeo a lo que se llama así en Colombia es muestra de que no se entiende nada.

Colombia en sus castas
Esa izquierda europea se formó como efecto de la industrialización y de ahí le viene su ideología. En Colombia no hay industrialización, los pocos intentos que ha habido se han encontrado siempre con la pasión confiscadora de los dueños del Estado. Por eso la idea de que los ricos son los empresarios es una patética idiotez: eso sería lo apropiado en un país civilizado, pero cualquiera que conozca la sociedad colombiana tendrá que reconocer que en el 10% de personas más ricas están la mitad de los empleados estatales (la otra mitad la forman los soldados, policías, aseadoras y personal de ese tipo). Es decir, la principal fuente de riqueza siempre ha sido el Estado y el conjunto de las personas adineradas la forman quienes están cerca del poder político: las clientelas de la casta que heredó el poder del régimen colonial. Como beneficiarios del ahorro formado a partir de actividades productivas, con toda certeza no hay ni una décima parte de ese 10% de ricos.

Servicio doméstico
Es imposible discutir con personas que encuentran en la deshonestidad un motivo de orgullo, cosa que es la predominante entre los colombianos: la realidad de que la inmensa mayoría de las personas ricas no tienen empresas ni las dirigen es incomunicable porque nadie quiere considerar hechos objetivos. A todos les parecen que los ricos son los muy ricos y así una persona que obtiene cada mes 10 millones de pesos se considera ajena a los ricos. Pero se trata de esa clase de gente y el problema es que no conozco al primero que quiera entender que ese sector social es el que se ve representado en la política por la llamada izquierda. La cháchara igualitaria no corresponde en absoluto a ninguna conexión con los intereses de las mayorías y recuerda con asombrosa precisión el anhelo evangelizador con que se emprendió la Conquista: la prédica del amor como pretexto para el saqueo. Pero a cualquiera debería bastarle pensar en la clase de personas que disfrutan de servicio doméstico. Al menos en Bogotá, donde viven la mayoría de esas personas, la proporción de partidarios de los columnistas de Semana y antiuribistas debe de ser al menos de 9/1.

Universidades
Hacia 1970 los colombianos analfabetos eran cerca de la mitad. ¿De qué minoría extremadamente privilegiada provendrían los que iban a la universidad? No obstante, la hegemonía comunista era mayor que nunca. ¿Cómo se explica que los miembros más inteligentes de las clases más adineradas se dejaran arrastrar por el sueño totalitario? La explicación marxista es simple y precisa: no se trataba de arrasar el capitalismo sino de impedir su implantación y quienes lo hacían eran en esencia reaccionarios que frenaban el desarrollo de las fuerzas productivas. De eso se trata, de que las clases productivas podrían hacerse hegemónicas y desplazar a los grupos que siempre han vivido alrededor del Estado. El ascenso del comunismo en medio mundo, y en particular la Revolución cubana, ofrecieron el molde de ese ensueño: dado que era probable el ascenso de una organización revolucionaria que se haría dueña de todo, la apuesta de futuro estaba en esa organización, pues el avance del capitalismo terminaría por amenazar el cómodo parasitismo de esos grupos.

El triunfo
Esos sectores, e insisto en que considerarlos "izquierda" sólo muestra una ignorancia espantosa de las claves sociológicas de la política, alcanzaron la hegemonía en la década que va desde la elección de Belisario Betancur al ecuador del gobierno de César Gaviria: la Constitución del 91 fue la constatación de ese triunfo: se aseguró la prosperidad de los revolucionarios gracias a la multiplicación del gasto público, en particular en Justicia, Salud y Educación, se prohibió el lucro en las universidades, lo que hizo que las privadas pasaran a depender en la práctica del Estado y se aseguró la hegemonía de los herederos de las castas superiores de la sociedad tradicional gracias a la acción de tutela. El resultado está a la vista, pero en el país de la mala fe es imposible que a alguien le interese o quiera registrarlo: el índice de Gini correspondiente a Colombia era en 1991 de 51,3 y llegó a ser de 60,7 en 2002. ¿Recuerda el lector UN SOLO economista al que le interese un dato como ése? Todos son del bando "justiciero" y tienen por oficio mentir para seguir favoreciendo el despilfarro que les permite enriquecerse.

Mecanismos
Los "derechos adquiridos" son un mecanismo típico de esa exacción parasitaria. Durante décadas los empleados de empresas estatales pasaban a cobrar pensión a los cuarenta años, a menudo a los veinte de haber trabajado (lo que permitía que la pensión empezara a cobrarse antes de los cuarenta años) o, como en el caso de Ecopetrol, cuando la edad más los años de trabajo sumaban 70. Pero se trata de muchísimas más ventajas además de las pensiones. Los maestros podían cobrar la pensión además del sueldo si habían cumplido veinte años en el cargo. Todavía hay situaciones que favorecen a esa clase de empleados. En el caso de la acción de tutela el prodigio es más directo: el primer beneficiado de la abolición de las leyes y los contratos es el gremio litigante, oficio característico de los descendientes de castas de poder. De más está decir que los jueces son compañeros de estudio y a menudo amigos y parientes de los abogados. Gracias a la arbitrariedad ratificada en la Constitución, enriquecerse es facilísimo para unos y otros: a costa de los clientes, pero también a costa de los demás colombianos cada vez que un derecho fundamental que interpreta un juez favorece un gasto inicuo a favor del cliente de su socio.

"Paz", miedo e intereses

La dimensión sociológica de los individuos no es única ni excluyente, el parásito social típico puede ser además miembro de una minoría sexual, el rico puede ser compasivo, etc. Lo mismo ocurre con las respuestas individuales ante las bandas terroristas. La experiencia es que los sectores privilegiados representados por la llamada izquierda obtuvieron ventajas fabulosas del poderío terrorista gracias a la Constitución de 1991 y a los "argumentos" (como padrinos Smith & Wesson) que expone la CUT en las negociaciones. Un poco en esa dirección va el entusiasmo por las negociaciones de Santos con los terroristas, lo cual no excluye que en las mismas personas haya una dosis altísima de miedo a la violencia. La mayoría que, al menos en Bogotá, se detecta a favor de esa negociación está formada por una amalgama de reacciones e intereses que se complementan, siendo el factor predominante la autoridad de los pacifistas: su mejor condición social y su mejor acceso al consumo de bienes suntuosos. Eso los hace promotores de los crímenes, pues el triunfo de los terroristas, que es lo que llaman paz, se vuelve también una garantía para sus intereses, sobre todo porque comportará una nueva expansión del gasto público (ni hablar de lo que ya se avanzó con la Ley de Víctimas, gracias a la cual los jueces, abogados, políticos y activistas de ONG pasarán a ser la clase de los potentados).

Luego...
Y al pensar en todo eso resulta claro que la lucha contra el terrorismo no es sólo la defensa de la vida y la ley, sino también de los principios de equidad que definen a las democracias: estos ricos del bando "progresista" no lo son por ninguna productividad sino gracias al atraso del país, a la pésima calidad de la educación, al reparto de las rentas de materias primas entre los que se arriman al Estado y en definitiva a la persistencia de una dominación que no corresponde a la situación del capitalismo sino a una barbarie previa. Mientras no se entienda esto se seguirán dando palos de ciego.

(Publicado en el blog País Bizarro el 6 de junio de 2013.)

miércoles, agosto 14, 2013

¡Pues claro que la culpa es de Uribe!


En la cuenta del expresidente Álvaro Uribe Vélez en Twitter encuentro esto:
El texto enlazado, una especie de respuesta sarcástica a la propaganda del gobierno y los terroristas (¿todavía habrá quien ponga en duda que es exactamente la misma propaganda?), merece un comentario.
Diego Morita - La culpa es de Uribe
Si, debo reconocerlo, la culpa es de Uribe. Es culpable y en esa sentencia no tiene cabida una apelación, reposición, casación o cualquier “ción” que se les ocurra (pido disculpas a los abogados, muchos por cierto, que hay en el país si alguno de esos recursos no aplica para la sentencia proferida).
 
Si, la culpa es de Uribe por no irse a vivir de la pensión al entregar su gobierno el 7 de agosto de 2010 y por publicar unas fotos de policías asesinados en La Guajira. De ninguna manera la culpa es de las Farc por asesinar a esos policías.
Parece un sobrentendido que al no desentenderse de la política Uribe se quedó liderando el rechazo al terrorismo, pero ¿fue eso lo que hizo? Yo diría que se quedó defendiendo cuotas de poder e influencia a través de los partidos uribistas o de la Unidad Nacional, que cada vez más se mostraron dispuestos a aliarse con las FARC tanto como antes promovían la segunda reelección. La mayor prueba de que responder al santismo era posible está en las elecciones de 2011, en las que sin el menor rubor Uribe contribuyó a refrendar el santismo para demostrarles a los políticos de los partidos uribistas que era él quien ponía los votos. Sin éxito, por lo demás. Parece que la resistencia a denunciar la trampa infame de las candidaturas de distracción para la alcaldía de Bogotá corresponde a un interés de conservar la posibilidad de aliarse con Parody, Luna y Galán en un futuro. Otra explicación no encuentro.
Es evidente, la culpa es de Uribe por mantener el mismo discurso más de 30 años y no de las Farc por llevar cinco décadas sembrando el terror en todo el país.
Todo el problema del terrorismo consiste en su interpretación. A riesgo de aburrir al lector, repito la mía: se trata de resistencia del viejo orden a la globalización del modelo democrático-liberal. Los verdaderos muñidores de la trama son los miembros más conspicuos de las familias oligárquicas (que se agruparon en Alternativa) cuyo nivel intelectual es superior al de sus contradictores. Éstos carecen de recursos teóricos para entender el sentido de lo que ocurre y casi siempre terminan cayendo en las trampas retóricas que les ponen los mentados muñidores. Un ejemplo es lo de escribir "Farc" y "Eln", cosa que hace la prensa desde hace décadas porque la prensa expresa los mismos intereses de las bandas terroristas. Si los contradictores de ese poder hubieran leído siquiera una reseña sobre Orwell sabrían que esa forma de "naturalizar" términos es típica de la corrupción del lenguaje que llevan a cabo los totalitarios. Al escritor le fascinaba la forma en que se hablaba de la Komintern ocultando su sentido de "Internacional Comunista" y convirtiéndola en una palabra corriente, como "el ministerio". En 1984, la novela que escribió sobre esa pesadilla, se habla del Minamor con el mismo sentido. ¿Qué es lo que hace que esas siglas no se escriban como las demás? No creo que Diego Mora tenga una mala intención al escribir "Farc", sólo es la cultura del país, o sea, la incultura: como unos zapatos demasiado grandes con los que no se puede andar bien, como si el mínimo rigor al escribir por ejemplo Sena (y no SENA porque la E no corresponde a una palabra aparte) fuera una manía excesiva (y en efecto, lo parece todo, por lo que desde las víctimas hasta los más rabiosos nostálgicos de Castaño llaman "paz" a las negociaciones con los terroristas). La prensa escribe "Farc" como si no fueran unas siglas sino una palabra corriente, ahí hay una mala intención. Los enemigos de las FARC acompañan esa manipulación, no están para complicarse la vida con minucias.

Pero efectivamente la culpa es de Uribe por mantener el mismo discurso más de treinta años. ¿Cuál es ese discurso? Por ejemplo, el aplauso a la Constitución de 1991, que él podría haber reemplazado por una legítima cuya asamblea hubiera sido elegida por un 50% del censo y no por menos de un 20% como ocurrió en aquella ocasión. A tal punto es clara la adhesión del expresidente a ese engendro que fue el ponente del reindulto del M-19. A tal punto es grave mantener ese mismo discurso por más de treinta años que ¿quién iba a pensar que haría falta cuestionar la tradición de componendas y clientelismos de la política local? ¿A quién se le iba a ocurrir que ministros como Silva Luján no iban a ser modélicos ejecutores de políticas decentes? ¿Y que se debería promover un partido con un estilo y unas normas distintas a las de los tradicionales, o una prensa distinta que no estuviera en manos de los legitimadores del terrorismo?

Culpar a las FARC no es serio: como un padre de familia que lloriquea impotente por la infestación de ratas o cucarachas que padece su vivienda o un gobernante que lamenta que los malhechores no sean buenas personas, así el que desea vivir en paz culpa a los terroristas, como resignándose a que no se los puede combatir: como no se los puede combatir es haciendo el ridículo con el cortejo a personajes como Angelino Garzón, responsable de tantas muertes como Timochenko, que alguna vez fue su subalterno, y a la vez haciendo alharaca por la impunidad. Los terroristas no son culpables porque casualmente no son los responsables de combatir el terrorismo. Son culpables penalmente, por supuesto, pero no son responsables políticos a los que se les puedan pedir cuentas.
¿Cómo no va a ser culpable Uribe por pedir una negociación que exija cese al fuego por parte del terrorismo y no las Farc por anunciar una tregua de 60 días y violarla 58 veces?
Hay una parte que es de Uribe y otra que es de Diego Mora. Bah, no, la parte principal es del lector que no ve un tremendo reconocimiento a los terroristas en ese párrafo: ¿cómo no van a ser infinitamente superiores los muñidores de la conjura terrorista si lo que se les reprocha a los asesinos es que no cumplan su tregua? "Señor profesor, usted ha estado violando a mi hijo durante varios años y cuando él le pidió un besito no fue capaz de dárselo." Así vamos: efectivamente, la fiebre está en las sábanas, si la gente no cambia las sábanas contrae las enfermedades que provocan la fiebre. No se puede culpar por igual a un médico inepto que a las bacterias, eso es a la vez estúpido y deshonesto. No se puede evaluar lo que haya hecho Uribe si la piedra de toque son los terroristas, todo lo que hiciera sería perfecto. Lo cierto es que si después de ocho años sus compañeros de gobierno, aquellos a los que ayudó a elegir, se alían con los terroristas, algo habrá hecho mal. De eso nunca habla ningún uribista porque el ADN del país produce criaturas serviles a las que no se les puede pedir ningún rigor (que es como si Michael Jackson hubiera arrojado al bebé por el balcón esperando que volara).

Pero ¿cómo es que Uribe pide una negociación que exija cese al fuego? Eso sería gravísimo, pero ¿cómo es que yo leí que el más opcionado de sus precandidatos afirmaba que Uribe habría firmado un acuerdo como ése? No, la única negociación posible con los terroristas trata de su desmovilización y lo dice incluso el decálogo del Centro Democrático, pero la indefinición de los precandidatos y la vaguedad de las respuestas del expresidente sirven para todo: exactamente como si los colombianos fueran demasiado despreciables para tener zapatos ajustados y les dieran unos grandes en los que cupiera cualquier tipo de pie. Francisco Santos hasta se proclamaba promotor de esa negociación y admitía que Uribe tenía motivos mezquinos para oponerse, sin que Uribe se tome el trabajo de responderle. Los reproches de los líderes uribistas a la negociación son muy diversos pero casi nunca plantean una deslegitimación rotunda: no van a echarse enemigos en los partidos uribistas o de la Unidad Nacional ni a quedar como enemigos de la paz.
Se hunde en cada línea Uribe en su culpabilidad por seguir recorriendo el país y hablando con el ciudadano de a pie y no de las Farc, por supuesto que no, por dinamitar un albergue infantil en Balsillas – Caquetá.
Otra iniquidad: hay monstruos que envían niños bomba y usan niños carne de cañón y mutilan a miles de niños con las minas, ¿por qué sin embargo persiguen a los caballeros que en lugar de esas atrocidades los acarician y gratifican? La descripción de lo que hace Uribe se podría traducir como "buscar votos", ¿de qué modo se va a comparar eso con la tarea de los criminales? Buscar votos no es un crimen, pero al partir de una comparación disparatada, de la culpa del panadero y la de los ratones, no se dice nada sobre la calidad de esa tarea: también otros buscan votos, luego resultan igual de inocentes. Lo cierto es que para impedir los crímenes las actuaciones de Uribe no parecen la respuesta más eficaz: de momento es imposible saber cuál es su candidato para 2014 y los seguidores y amigos de sus enanitos viven enfrentados, sumando agravios, de tal modo que terminarán disgregados y favoreciendo una segunda vuelta entre Santos (o Vargas) y algún candidato de los comunistas. La culpa es del panadero que no protege su producto, no de los ratones que no están para hacerse responsables de eso.

[Los párrafos siguientes inciden en la misma comparación, invito al interesado a leer el documento completo, no los copio, salvo el último.]
Qué mala memoria tenemos los colombianos, Uribe nos entregò un paìs superiorísimo al que tenemos, casi en paz, si lo hubieran dejado gobernar un poco más, habrìa logrado la paz de verdad y no ésta pantomima que se está haciendo, recordemos cómo estábamos hace tan solo 3 años!!!
No puedo resistir la fascinación: ¡si lo hubieran dejado gobernar un poco más! Prácticamente todos los uribistas que conozco en Twitter esperan que Uribe vuelva a ser presidente (me pregunto si también creen que Elvis vive), salvo cuando les corresponde negar que él también lo espera. ¿No es la culpa de Uribe mantener esa confusión? La verdad es que no. Es la culpa de cada ciudadano que en su desidia y vulgaridad no quiere ni plantearse que casualmente toda Hispanoamérica ha estado la mayor parte de su historia independiente en manos de caudillos sempiternos e imprescindibles y que sólo aquellas repúblicas que aplican leyes claras toman el camino del desarrollo, como en cierta medida parece ocurrir con el Chile posterior a Pinochet y el Perú posterior a Fujimori. El apoyo de Uribe al texto de Diego Mora deja ver que de ningún modo va a reconocer que buscar la segunda reelección (con el respaldo de Santos y Roy Barreras) podría haber sido un error, como lo es que a estas alturas no haya un partido opuesto a los de la Unidad Nacional.

Sí, la culpa es de Uribe en la medida en que los uribistas lo apoyarían si emprendiera una labor cierta de oposición, que podría empezar por una denuncia formal al fiscal por prevaricar al soslayar la prueba material (el dictamen sobre la voz del video, absolutamente concluyente) en el caso de Sigifredo López, y por declarar que no aceptará ningún acuerdo del gobierno con los terroristas en La Habana, exigiendo el desarme completo, la desmovilización y la disolución de la banda (y no lloriqueando por la impunidad, prodigio que hace pensar a la gente que efectivamente las FARC van a dejar de matar para no ir a la cárcel). No lo hará, claro, y ya la culpa no es de Uribe sino de los uribistas, que se muestran una vez más como los típicos hispanoamericanos de siempre, ansiosos de su caudillo redentor. Pero tampoco de los uribistas, pues ya están de sobra demostradas sus limitaciones, sino de los demás colombianos que ya han visto que en tres años se permite a la manguala terrorista avanzar sin oposición pero se niegan a apartarse de los nostálgicos antidemocráticos y conformistas que seguirán haciendo el decorado del ascenso terrorista con su Anapo del siglo XXI.

(Publicado en el blog País Bizarro el 29 de mayo de 2013.)

domingo, agosto 11, 2013

Colombia, 2013


Lo que resulta difícil hacer entender a los colombianos es que todo ocurre cerca de ellos y no en selvas remotas, que los protagonistas son ellos y no unos ridículos asesinos imbuidos de fanatismo ideológico o hundidos en industrias criminales. Mejor dicho, que lo que ocurre en la vida cotidiana en Colombia es lo que importa y los crímenes son la sombra de eso que el colombiano ordinario experimenta cada día.

En la jerga de los marineros se llama "obra viva" a la parte sumergida de una embarcación y "obra muerta" a la parte emergida. La obra viva mantiene a flote la embarcación y se desplaza en una u otra dirección. Pero el gobierno está en la obra muerta, donde la tripulación maniobra con el timón y los motores o velas y lleva el barco a donde deba ir.

Eso mismo pasa con el "conflicto": es una decisión de los colombianos, que deben saber si apoyan o rechazan a los terroristas; lo que ocurrirá en las selvas será el fruto de esa decisión. Lo que ha ocurrido en más de treinta años de negociaciones de paz es que el bando partidario de los terroristas se ha impuesto, con un leve retroceso en la década pasada.

Pero ese bando no es mayoritario, si bien tampoco lo es el bando que los rechaza. Sólo que los colombianos tienen siempre un truquito para acomodar su interés y sus valores reales a una apariencia de rectitud y legalidad: la disposición a premiar a los criminales y a sacar partido de sus crímenes se "vende" como voluntad de paz.

¿Hay partidarios de los terroristas? ¿Cómo se explica el que lo dude la popularidad de personajes como los columnistas de Semana? Unos dirán que no son exactamente los terroristas, que es como alegar que Hitler no podría ser condenado porque no mató a nadie. Otros dirán que debido a la financiación gubernamental esa revista promueve a los terroristas, cosa que es falsa porque ya los promovía en tiempos de Uribe y en realidad siempre.

En ese reino de la mala fe no hay lugar para lo obvio:

1. Esa revista y sus opinadores corresponden a los valores e intereses de la mayoría de los colombianos de clases acomodadas, que están a favor de la abolición de la democracia que se opera al negociar las leyes con el crimen organizado.

2. Lo que mueve esa dulce conciencia pacifista y filantrópica es el interés de preservar un orden jerárquico heredado de la Colonia, que determina que los progresistas de distinto tipo (que siempre están ostentando su indignación como enemigos de la corrupción, el latifundio y el paramilitarismo) dispongan de servicio doméstico a precios irrisorios y de rentas fabulosas sin posibilidad de evaluar su productividad.

3. Contra ese espíritu no hay verdaderamente ninguna resistencia, de otro modo habría medios rivales que denunciarían la afinidad de esa revista y los demás medios bogotanos con el terrorismo: la identificación con Uribe lo es con la confusión absoluta, con el respaldo a la Constitución del 91 (que los uribistas no quisieron cambiar en ocho años de extraordinaria popularidad) y con la indefinición sobre todos los aspectos importantes: ¿o alguien ha entendido que el uribismo se opone a negociar las leyes con los criminales?

4. Ese orden es la garantía de la desigualdad arraigada de la sociedad, ya he explicado en muchas partes que durante la primera década de vigencia de la Constitución de 1991 la desigualdad aumentó casi diez puntos del índice Gini. Pero quienes viven de opinar a favor del gobierno tienen en realidad pocos motivos para oponerse, ya que una sociedad verdaderamente democrática y reacia a otorgar privilegios les resultaría inconveniente.

Para entender de qué modo ese parasitismo de los poderosos constituye el ADN de la sociedad colombiana basta con figurarse que alguien impusiera la igualdad entre los sexos en un país como Arabia Saudí: habría una poderosa resistencia de los varones, tradicionalmente investidos de poder. No serían todos pero los demás tendrían pocos motivos para entusiasmarse. Si las mujeres anhelaran conscientemente disfrutar de las libertades de que disfrutan las de otros países, estarían en desventaja por el montón de códigos atávicos que seguirían imperando.

Eso pasa en Colombia, las personas humildes son serviles porque si no lo fueran resultarían insoportables para los de arriba, que las perseguirían y excluirían. El disfrute de rentas elevadas sin producir nada es el anhelo secreto de la mayoría, y la retórica socialista le abre el camino al dominio a quienes se sumen (en ese sentido la izquierda colombiana se adelantó un poco al chavismo venezolano).

El colombiano real de 2013, sobre todo el bogotano, que se supone el más instruido y con mayor acceso al bienestar, es un indigente moral e intelectual ansioso por presentarse como intelectual con recursos escasísimos (el esfuerzo por obtener el certificado de formar parte de la clase media hace que tranquilamente haya miles de politólogos que no saben quién es Ortega y Gasset y de periodistas que nunca han tenido el hábito de leer la prensa, cosa visible en su ortografía).

Los adornos de bondad y progresismo que se ponen los colombianos son grotescos y mueven a compasión. Si una persona de otro país presta atención al estilo y las razones del alcalde de Bogotá sólo puede pensar que se trata de un jefe mafioso. Es algo que exhala su presencia, su forma de hablar y de mirar y el contenido de su discurso. Pero no faltan los que lo aplauden porque lo ven como el representante de la política de la paz y el amor.

Los medios han estado dedicados a acosar al procurador con las calumnias más grotescas: ¿cuál es el motivo? Que pone objeciones a la infamia de legitimar las infinitas atrocidades de las tropas de la "izquierda" como "paz". El pretexto es que es un católico fundamentalista supuestamente relacionado con los lefevristas, grupo ultramontano que según la propaganda cuenta con algunos obispos revisionistas. Todo eso está muy lejos de constituir delito, pero constituye la obsesión de los líderes cívicos de Semana.

De ese modo, los colombianos que leen la prensa viven indignados con el procurador por quién sabe qué supuestas manías secretas, y gracias a eso apoyan a personajes como los columnistas de esa revista, para quienes los asesinos de las FARC y el ELN son agentes de paz.

Los recientes montajes para calumniar la resistencia a la negociación con el cuento de que alguien se propone matar a personajes de esa revista ocupan en todos los medios decenas de veces más espacio que los asesinatos reales de once militares a manos de la banda de León Valencia y Arco Iris. ¿Qué hay en la clase de gente que sigue a esos personajes? Todo colombiano con cierto nivel social tiene muchos parientes y amigos que forman parte de esa cofradía. ¿Cuántos entienden que esos personajes son los verdaderos criminales? Yo diría que ninguno.

Para que se entienda hasta qué punto son los códigos casi inconscientes de la sociedad los que permiten que reine el crimen voy a proponerles a los lectores evaluar estas palabras del presidente:
Estos soldados sacrificaron su vida para que nosotros sigamos viviendo en paz. Estos héroes de la patria merecen el reconocimiento de todo el pueblo colombiano.
¿Alguien entiende? El hombre llama paz a la negociación de paz o en todo caso afirma en todo momento que busca la paz negociando. ¿De qué modo la muerte de los soldados tiene que ver con la paz? ¿Salieron a buscar la negociación? ¿Vivir en paz significa perseguir a los asesinos? En tal caso, ¿cómo puede ser paz el hecho de legitimarlos negociando?

Es porque como nadie quiere admitir que los terroristas tienen partidarios, cuya tarea e interés es el de quien se lleva el dinero en un caso de estafa por el "paquete chileno", el que le saca la billetera al herido al que otro le ha clavado una navaja, porque resulta que son los parientes y amigos de la inmensa mayoría de los colombianos acomodados, entonces todo se vuelve mentira y absurdo: Santos dice cualquier cosa que parezca halagadora para los soldados muertos, las reacciones de los demás son estremecedoras, casi siempre maldiciendo al maldito conflicto, del que sin la menor incomodidad culpan a Uribe, a los ganaderos, a Godofredo Cínico Caspa, a los estadounidenses, a los militares, etc.

Pero con todo, como ya he explicado muchas veces, el problema es que todo eso no tiene oposición, tal como el culpable de que la sífilis destruya a una persona ya no es quien se la contagia ni las bacterias, sino esa misma persona o el médico que le receta remedios equivocados. Baste con ver esta majestuosa perla de sabiduría de un líder y precandidato uribista para entender que las sentidas palabras de Santos no son excepcionales:
Hay dos clases de personas, las que quieren premiar el crimen y las que se oponen a hacerlo. Como la mala fe es lo que hace que el colombiano sea colombiano, no faltará el que niegue que este prócer forma parte de los que quieren premiar el crimen.

El uribismo no es resistencia a la negociación con los terroristas, sólo es crítica constructiva en aras de explotación politiquera del descontento. ¿O alguien se figura que un solo uribista, insisto, UNO SOLO, va a mostrarse en desacuerdo con la idea de negociar con el ELN?

No hablemos de la idea implícita en ese tuit de que al negociar se les pagará menos por haber cometido ese crimen. Es absurdo: el pretexto con el que se negocia es precisamente que se van a evitar esos crímenes, pero ¿cómo van a negociar con alguien que no amenaza? Todo es grotesco y absurdo. Todo forma parte de lo que decía al principio: no ocurre nada en selvas y fronteras remotas, los colombianos están dispuestos a someterse a los criminales y en realidad están enemistados con Santos por su descortesía con Uribe, como si fueran personajes de telenovela.

Quienes pensamos que las leyes no se negocian con los infractores somos realmente pocos. El senador dice algo grato para su público, no es un extremista, está abierto al diálogo civilizado y así figura ventajosamente. Ése es el oficio del político, el problema es éste: ¿por qué el ciudadano acepta las cuentas para llevar a una negociación futura con el ELN?

(Publicado en el blog País Bizarro el 24 de mayo de 2013.)

miércoles, agosto 07, 2013

El candidato Pastrana

Supongo que no seré el único que sospecha que tras el activismo reciente de Andrés Pastrana puede haber cálculos sobre la posibilidad de una candidatura presidencial para 2014. Y se puede decir que ataca por donde le conviene si ése es su propósito: las críticas más que fundadas al proceso de "paz" de Santos y a su connivencia con la dictadura venezolana son una apuesta acertada porque no tiene nada que perder y se legitima ampliamente.

Tiene a su favor que se impondría sin problemas como candidato conservador y aun forzaría la lealtad de esa maquinaria. Obviamente, eso no le basta y tendría que buscar los votos del uribismo, es decir, buscar entenderse con Uribe y conseguir su apoyo. Es verdad que gracias al Caguán es un político muy desprestigiado, pero siempre podrá reclamar que metió a las FARC y el ELN en las listas de terroristas y que fortaleció a las Fuerzas Armadas con los recursos del Plan Colombia.

Más problemática parecería su trayectoria antiuribista, con toda clase de manifestaciones mezquinas y equívocas, y su apoyo a Santos hasta que lo empezó a maltratar por el lío del mar territorial. Pero en el forcejeo por el poder no son raros esos cambios. De hecho, en la campaña electoral de 2011 se vio a Uribe haciendo campaña con Luis Eduardo Garzón y con Armando Benedetti, prócer que le había atribuido la bomba de Caracol.

Nadie duda de que una candidatura de Pastrana encontraría mucho rechazo entre los votantes uribistas, pero tampoco son muchos los que creen que va a ser fácil para otro candidato ganarle a Santos. Es decir, la gran baza de Pastrana es que tiene más posibilidades de ganar que los actuales precandidatos uribistas. Y si consiguiera arrastrar al conservatismo dejaría a Santos como el candidato de una coalición de izquierda que a ojos de todo el mundo quedaría como en extremo complaciente con las FARC.

Las resistencias del uribismo a una candidatura semejante exigen pasar por alto que tampoco han sido una oposición ejemplar. Ya en el gobierno cometieron errores espantosos como el intento de cambiar las leyes para reelegir de nuevo a Uribe, y con ese fin promover la triste retórica del "Estado de opinión". Como expresidente, Uribe no ha obrado como un líder cívico que vigila la acción gubernamental sino como un viudo del poder que defiende a toda costa sus cuotas y trata de influir en nombramientos y aun en las políticas de los partidos del gobierno. Todavía en febrero de 2012 hacía componendas con Roy Barreras, por no hablar del apoyo a los candidatos santistas en las elecciones de 2011 o del cortejo a personajes como Angelino Garzón o Juan Lozano. O del inverosímil silencio ante la descarada maquinación que dejó impune a Sigifredo López, ¡que ahora se ha convertido en enemigo de las FARC y será seguramente el representante de las víctimas del terrorismo en la negociación! (Para eso es la persecución de Coronell contra Vargas Quemba.) Baste decir que su libro lo promovía William Ospina, el mismo que prununciaba un discurso fariano el 9 de abril.

Verdaderamente, como críticos de la negociación de La Habana los precandidatos uribistas no han obrado mucho mejor que Pastrana. Recientemente le preguntaban a Francisco Santos qué pensaba de la carta de Luis Carlos Restrepo y contestó que esperaría a lo que decidiera el Centro Democrático. Es sólo un ejemplo de una actitud equívoca, de políticos sin determinación ni valores reales que esperan a ver para dónde va la opinión pública para seguirla.

De hecho, el exvicepresidente ha obtenido mucho más apoyo en las encuestas que los demás precandidatos, lo que evidencia las limitaciones de todo tipo a que se enfrentan: a Francisco Santos lo promueven los medios del gobierno sobre todo porque calculan que no podría ganar. Y porque es el más afín a su primo. Es decir, los demás precandidatos no han sido capaces de unirse ni de expresar posiciones claras y hoy por hoy el candidato más probable del uribismo es el otro Santos.

La reciente publicación de un decálogo sobre la negociación y la entrevista que concedió Uribe a Intereconomía sitúan mejor al uribismo como oposición que plantea exigencias claras al gobierno acerca de los diálogos de paz y denuncia su sesgo. Lástima que para denunciar que Santos lleva a Colombia al castrochavismo haya habido que esperar casi tres años.

Es decir, por el lado del uribismo ya hay planteamientos claros acerca de la negociación pero no candidatos creíbles para ganar la presidencia. Parece que las últimas actuaciones de Pastrana tienden a buscar copar ese segmento de la opinión y presentarse como candidato al que los uribistas tendrían que apoyar si no quieren ver a Santos reelegido. Las propias diferencias y la insignificancia de cada uno de estos dos actores por sí mismo hace que el uribismo pueda imponerle su programa al godo.

Otro elemento que juega a favor de Pastrana es el predominio del samperismo en el gobierno: el rechazo a la mafia de Samper, cada vez más fundida con el chavismo y con las FARC (no sólo Piedad Córdoba y Sigifredo, sino también la finadita Martha Catalina Daniels han sido samperistas que ejercen un papel en la lucha de esa banda) podría favorecer a un candidato que lo encarna.

Así están las cosas. De momento, Santos y Vargas Lleras llevan mucha ventaja. De ninguna manera será fácil ganarles.

(Publicado en el blog País Bizarro el 15 de mayo de 2013.)

sábado, agosto 03, 2013

Rasgos de la nueva religión


Religión y Estado
Para mucha gente, el comunismo de Marx es el culto del Estado, cosa que llegó a ser en la práctica pero que no tenía nada que ver con sus motivaciones originales. Es verdad que la trampa estaba en el propio Marx, pero formalmente hasta Lenin el comunismo era un proyecto de destrucción del Estado. Veamos esta cita de Marx:
El Estado no es el reino de la razón, sino de la fuerza; no es el reino del bien común, sino del interés parcial; no tiene como fin el bienestar de todos, sino de los que detentan el poder; no es la salida del estado de naturaleza, sino su continuación bajo otra forma. Antes al contrario, la salida del estado de naturaleza coincidirá con el fin del Estado. De aquí la tendencia a considerar todo Estado una dictadura y a calificar como relevante sólo el problema de quién gobierna (burguesía o proletariado) y no el cómo.
Los herederos del marxismo como Mussolini o los chavistas sudamericanos, y en cierta medida Stalin y los beneficiarios de su dictadura, extraen una conclusión cínica de esa cita (como cierto comentarista de un artículo de la prensa colombiana que acusaba al columnista de ser discípulo de Schopenhauer, al que concebía como una especie de príncipe de los canallas por su opúsculo sobre el arte de discutir). Marx pretendía justificar la "dictadura del proletariado" como un primer paso para llegar a la sociedad sin Estado. Eso era una obviedad para los marxistas del siglo XIX y aun del siglo XX, pero a partir de cierto momento el socialismo o izquierda no fue el bando de los trabajadores ansiosos de excluir a los propietarios sino el de los funcionarios ansiosos de expandir sus rentas y su dominio. En Colombia eso llega a niveles extremos: los sindicatos son perfectos instrumentos de los dueños del país, cuyo núcleo dominante lo constituyen los herederos de Alternativa. Si se prohibiera a los empleados estatales sindicalizarse las asociaciones de "trabajadores" sólo tendrían unos cuantos cientos de afiliados.

Sobre esa cuestión del origen del Estado y de su sentido, también como un retrato preciso de la historia colombiana y de "lo que está en juego" en el forcejeo entre la izquierda realmente existente y el resto de la sociedad, conviene fijarse en esta definición de Franz Oppenheimer:
El Estado, totalmente en su génesis, esencialmente y casi totalmente durante las primeras etapas de su existencia, es una institución social, forzada por un grupo victorioso de hombres sobre un grupo derrotado, con el único propósito de regular el dominio del grupo de los vencedores sobre el de los vencidos, y de resguardarse contra la rebelión interior y el ataque desde el exterior. Teleológicamente, esta dominación no tenía otro propósito que la explotación económica de los vencidos por parte de los vencedores.
El Estado colombiano se encuentra en esas primeras fases y es casi abiertamente una máquina de exacción a favor de los descendientes de los grupos dominantes de la sociedad colonial. Sobre este asunto ya publiqué un escrito hace un tiempo.

El mismo Oppenheimer explica en otra parte que esa exacción podría darse a través de la violencia o de la dominación ideológica por creencias impuestas. El origen de las formar religiosas institucionalizadas se confunde con el del Estado, dado que según el propio Marx "la ideología dominante es la de la clase dominante". En la historia colombiana el grupo que aseguraba la hegemonía y continuidad de la dominación de los conquistadores era el clero, que adaptaba las creencias y tradiciones cristianas a la realidad de esclavitud y saqueo existentes, tal como en la época final del Imperio romano se adaptó el cristianismo occidental a las necesidades de control de la vieja organización social.

El Estado moderno con su ristra de derechos y servicios es el hogar de un nuevo tipo de clero que acomoda las viejas creencias a su conveniencia y entra en conflicto con el cristianismo romano y con las demás definiciones cristianas que de algún modo estorban a sus intereses. En Colombia es el mismo grupo social del que salían los obispos en los siglos anteriores, pero en aras de legitimar su exacción (algo que también definió Oppenheimer) promueve un discurso religioso que desarrolla aspectos que discrepan del viejo sistema de creencias comunes.

La felicidad general
Un artículo reciente del poeta vasco Jon Juaristi esclarece ampliamente la cuestión, también sobre el aborto, sobre lo que conviene leer el escrito de Miguel Delibes que comenta Juaristi.
El artículo de Miguel Delibes que recuperaba este periódico en su tercera del pasado jueves –«Aborto libre y progresismo»– es un magnífico modelo de ejercicio de la razón práctica. Sobre todo, el primer párrafo, donde el escritor exponía concisamente los términos de la cuestión, se impondría como punto de partida en cualquier debate que se pretendiera racional, aunque con la izquierda realmente existente la razón es siempre el tercio excluso. A la izquierda no le interesa la razón; lo que quiere es laminar a los obispos. Finge no enterarse de que tiene enfrente gentes capaces de razonar, porque así puede presentarse ella misma, la izquierda, como una religión capaz de asegurar la felicidad a todos los desgraciados de la tierra: en este caso, a todas las mujeres a las que un embarazo ha hecho terriblemente desgraciadas.
Lo que en el mundo civilizado es tragedia en el trópico es borrachera. El espíritu dionisiaco no es el de Wagner sino el de Óscar Agudelo. Esa guerra contra los obispos y esa farsa de los proveedores de felicidad son exactamente lo que ocurre en la Colombia de hoy, sólo es que el clero de la felicidad no es sólo "la izquierda" sino que tiene visos de autoridad debido a su autolegitimación a través de la universidad. No es raro que ningún texto de ningún universitario colombiano se estudie en ningún país civilizado (salvo que trate sobre Colombia, caso en que no es un documento científico sino un síntoma), los colombianos no aspiran a eso, les basta la sonoridad del nombre. La guerra contra los obispos no la ejerce una facción política sino un gremio que en la superstición local tiene toda la legitimidad. La ideología de izquierda no es en Colombia el extravío que sería en Europa sino propiamente el discurso de dominación de los parásitos. Incluso muchos supuestos ateos se declaran distantes de la "izquierda", aunque comparten intereses y valores, y sobre todo el afán de competir con la Iglesia deslegitimándola.

Tengo que hacer otra digresión respecto de esta cuestión del ateísmo: de algún modo un verdadero ateo no puede estar en guerra con la religión: supondría aceptar una realidad escamoteada por las creencias religiosas, una teleología distinta y mejor, lo cual viene a ser otro disfraz de Dios. Casi todos los que en Colombia se describen como ateos forman parte de esa religión descrita en el párrafo de Juaristi. No sólo no tienen noción de las implicaciones del ateísmo sino que ni siquiera llegan a planteárselas: han puesto unos ídolos hechizos en lugar de las certezas de la tradición y corren a tomar parte de la rapiña de la renta petrolera imbuidos de una gran misión que en la realidad es sólo el anhelo de asimilarse a la clase social más alta.

Sigue Juaristi:
Tal pretensión es falaz, como de costumbre. Las embarazadas desgraciadas nunca tuvieron que esperar a la izquierda para abortar. De hecho, la izquierda no ha hecho más que traer infelicidad al mundo, incluso cuando, ante el reiterado fracaso de sus programas revolucionarios, ha optado por construir el capitalismo bajo una forma salvaje, burocrática o totalitaria, allí donde no existía. Las conquistas históricas que se atribuye son logros sociales de la derecha que usurpa descaradamente.
La medida del bienestar de un país es exactamente la del peso del socialismo en su historia. Los países que nunca se han visto tentados son riquísimos, como Suiza, mientras que otros que hace un siglo no tenían que envidiarle están en franca desventaja, como la República Checa. En los trópicos eso es mucho más evidente: ¿cuál era la renta de los cubanos comparada con la de los puertorriqueños hace sesenta años? Se podría plantear la excepción escandinava, pero haría falta pensar en lo que podrían haber sido esos países sin el socialismo. El resto del artículo de Juaristi no tiene pérdida, pero para limitarme a lo que afecta a Colombia cito el final
Delibes era, no obstante, lo suficientemente lúcido como para no hacerse ilusiones respecto a la viabilidad del debate. Sabía que solamente plantearlo desataría la hostilidad de un progresismo para el que cualquier objeción al aborto libre constituía una provocación intolerable y, por supuesto, retrógrada. Ahora bien, Delibes se equivocaba al suponer que «antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia»: Nunca fue así. El programa mínimo del progresismo ha sido siempre derribar al fuerte con toda la violencia que haga falta y apoyar exclusivamente a los progresistas, nuevo clero de la religión de la felicidad universal y obligatoria
Insisto, toda esa descripción corresponde a un ambiente civilizado. En Colombia las universidades son sólo adoctrinaderos de asesinos y la violencia de los defensores de cualquier causa progresista corresponde sólo al apetito de enriquecerse robando desde un cargo público. Esa disposición criminal del clero progresista es casi manifiesta en sus líderes, asesinos y mentirosos sin el menor escrúpulo, como el alcalde de Bogotá, que tal vez encarne mejor que nadie las condiciones morales e intelectuales del progresismo local.

El deber de tolerar
Esquematizando un poco, la historia hispanoamericana es la de la conquista del territorio por una nación católica que se convirtió en el baluarte de la reacción a la Reforma. La combinación de saqueo y esclavitud, por una parte, y obstinada persecución religiosa por la otra, define a los países surgidos de esa historia. Octavio Paz definió a los hispanoamericanos como "hijos de la Contrarreforma". En el ámbito político, la precariedad institucional determinó que durante mucho tiempo el poder real e inmediato estuviera en los jueces.

Ese viejo orden es el que defienden los funcionarios modernos con retóricas hechizas y un ropaje científico que sólo es creíble para los mentecatos a los que adoctrinan en sus antros. (Jonathan Swift proponía que los impuestos fueran voluntarios y se pagaran según la inteligencia y el atractivo de cada persona: el tonto no se considera tonto y el supersticioso está segurísimo de que la superstición son los otros; las creencias de los discípulos de Abad Faciolince y de Daniel Coronell, valga la redundancia, son mucho más torpes y dejan ver mucha más ignorancia que la del más delirante rouselliano.)

En la obstinada guerra contra el procurador, no por casualidad promovida por campeones de las leyes como Carlos Gaviria, es más que patente lo que denuncia Juaristi: la persecución de las creencias ajenas para imponer la propia dominación, la felicidad obligatoria que ya se ensayó en Europa oriental y Asia en el siglo pasado.

Para formarse una idea de todo lo anterior voy a citar un párrafo del inefable adalid cívico que hacía negocios con Pastor Perafán y César Villegas e intentaba desfalcar 11.000 millones de pesos de la época en compañía de Ramiro Bejarano. (No tiene nada de raro que lo comparta todo con los maestros de la moral típicos, comparado con Enrique Santos Calderón, sólo tiene un origen social más modesto) Vale la pena prestar atención a la sarta de calumnias forzadas del artículo, cuyo objeto es demonizar al procurador que estorba a los negocios del hampa terrorista (de nuevo, es pura idiotez "clasista" creer que hay alguna diferencia entre Abad Faciolince y alias Fabián Ramírez más allá de los contactos con personas famosas que tenga cada uno).
La página celebra entre otras cosas que el procurador Ordóñez quiera matar la Ley Antidiscriminación. La norma pide cárcel para quien discrimine a una persona por razón de su raza, su religión o su preferencia sexual. Ordóñez le pidió oficialmente a la Corte Constitucional que tumbe esa ley porque –a juicio suyo– viola los derechos a la libre expresión y a la libertad religiosa de los discriminadores.
La "página" a que alude es una publicación neonazi con la que el sicario moral pretende asociar al procurador, y el verbo que escoge es particularmente enternecedor: "matar". El hecho de oponerse a una imposición monstruosa es matar mientras que el de decapitar diputados indefensos es un paso necesario hacia la paz. ¿Alguien ha oído que en algún país haya cárcel por discriminar a otra persona? Se trata de una imposición atroz de los jueces que legislan sin interesarse por la suerte de la indiamenta a la que sojuzgan (se trata exactamente de eso, de las costumbres del siglo XVI, por eso la tranquilidad con que pasan por encima de las instituciones de la democracia).

Es decir, la felicidad obligatoria es sólo la continuidad de la cultura de la Inquisición que encuentra en la posibilidad de que se discrimine un nuevo pretexto para dar poder a los funcionarios del clero estatal, un avance más después de la acción de tutela y otras perlas del engendro del 91 que esperan ampliar gracias a las hazañas de los niños del servicio doméstico armado (que venden como "paz").

Los jueces que podrían encarcelar a alguien por hacerle mala cara a un tipo afeminado o a uno de la religión satánica son los mismos que tienen como preso preventivo ya dos años a Andrés Felipe Arias por un supuesto delito por el que tendrían que estar presos todos los ministros de Agricultura de varias décadas, incluido el actual. Los mismos que persiguen a Plazas Vega mientras dejan impune a Piedad Córdoba: la no discriminación es un pretexto más de la dominación de un clero de canallas, desfalcadores, traficantes de cocaína y secuestradores al lado del cual el culto satánico es casi respetable.

Cristo reinterpretado
Otra forma de demostrar la continuidad del clero "ateo" de las universidades y los agentes del Santo Oficio de los siglos anteriores es la Teología de la Liberación, la descarada transformación de la fe impuesta hace varios siglos para promover el comunismo. El que tenga alguna duda de que las doctrinas de Ignacio Ellacuría son idénticas a las de Lenin sólo muestra que las desconoce, y eso por no hablar de los intérpretes de menor rango, a menudo asesinos directos como Javier Giraldo y muchos curas del ELN. La orden católica que más caracterizó la dominación en los siglos coloniales se dedica a promover la lucha de clases y el totalitarismo como recurso para mantenerse en el poder. No es raro que desplazada por otras "universidades" la Javeriana, antaño el establecimiento conservador típico, sea hoy un adoctrinadero terrorista.

Una cosa y otra, lo que describe Juaristi y la herencia de la Teología de la Liberación resultan descritos con admirable concisión por Hugo Chávez. Son sólo 44 segundos, no se lo pierdan.




Un personaje de Borges llegó a creer que Dios había encarnado en Judas. La nueva religión trae algo más admirable: Cristo el verdadero está en Ernesto Samper y en Sigifredo López. No es raro que este mártir protegido por los uribistas se haya vuelto cristiano como Garavito, es que la nueva religión exige tolerancia. ¿O alguien supone que alguno de los ateos y maestros de moral tendrá alguna queja de ese benefactor de la humanidad?


(Publicado en el blog País Bizarro el 10 de mayo de 2013.)