Muchos años después de la muerte de Gulliver, la gente seguía diciendo para reforzar una afirmación: «Haz de cuenta que te lo dice el señor Gulliver». Algo parecido se ve en la mayoría de los libros que se publican sobre temas políticos, la reductio ad trumperum: el ejemplo de la maldad en el mundo es Trump y todo se compara con Trump para decidir si debe ser desechado o cancelado. «Estás haciendo lo mismo que Trump» es una descalificación completa.
Según ese curioso consenso, lo que amenaza a la democracia liberal son los tiranos como Donald Trump, Boris Johnson, Viktor Orbán y Jaïr Bolsonaro, y es cuando uno se pregunta si uno solo de esos gobernantes ha hecho algo parecido a lo que ha hecho Pedro Sánchez en cinco años de gobierno. ¿Alguno nombró fiscal a una exministra asociada a un exjuez condenado por prevaricación y reconvertido en abogado de narcotraficantes? ¿Suprimió delitos para favorecer a reos presos que prometían seguir delinquiendo? Nada de eso, ni remotamente parecido. Y Sánchez ha cometido muchísimos desafueros como ésos. Y eso por aludir a Europa, porque un personaje como Juan Manuel Santos resulta aún peor y recibe aún más aplausos.
¿Por qué los enemigos estadounidenses de Trump ven a Sánchez y a Santos como demócratas modélicos?, simplemente porque están aliados con el narcocomunismo. ¿O es que denuncian a personajes como Alexandria Ocasio-Cortez, claramente alineada con los regímenes de Venezuela y Cuba?
Esa reductio ad trumperum es muy frecuente entre los académicos y periodistas estadounidenses, y es algo muy llamativo porque en la realidad continúan una tradición de su casta. ¿Quién despertaba más animadversión en las universidades del país, Pinochet o Fidel Castro? Los gobernantes que, como Trump, discuten los mandatos ideológicos de la casta les producen miedo, y la causa de ese miedo es que la resistencia de las sociedades liberales a su dominación les impide, como dice Fernando Savater en un excelente artículo sobre Jean-François Revel, «apoderarse enteramente de la dirección del prójimo».
Ese anhelo de dominación está en el origen del Estado, que según el propio Marx y otros pensadores ajenos a sus doctrinas, como Franz Oppenheimer, siempre surge como organización que sirve a la dominación de un grupo sobre otros y permite asegurar la explotación económica. Cuando se ha asentado, la casta guerrera que funda el Estado se convierte en casta sacerdotal y se plantea un dominio basado menos en el miedo que en la persuasión.
Así surge la casta clerical o de mandarines, que son como señores que viven del trabajo de los demás mientras controlan sus almas. Detrás de la noble intención religiosa o ideológica están el rango y las rentas de los funcionarios. Eso son por ejemplo los docentes en todos los países occidentales, grupos poderosos que con el pretexto de la educación implantan la propaganda que conviene tanto a los políticos que dirigen los partidos totalitarios como al conjunto de los funcionarios.
De modo que al mismo tiempo que unos se sirven del Estado, el Estado se sirve de ellos porque su expansión es una lógica fatal. Baste pensar que en todo Occidente hoy en día es la primera organización económica, en la que se mueve más dinero y se pagan más carreras.
Lo más preciso que yo conozco sobre el Estado es el fragmento de Así habló Zaratustra en que Nietzsche lo describe. Un monstruo frío que reemplaza al pueblo y miente y roba y trae muerte. Leer con atención ese fragmento es indispensable para entender la conexión en apariencia incoherente que hay entre la llamada izquierda woke y el leninismo.
Ortega y Gasset lo explicó de otro modo: la sociedad crea el Estado y en cierto momento empieza a servirle, la criada se hace señora. Dice que ese fenómeno determinó la decadencia de la antigua Roma y lo asocia al hecho de que los vientres se secaban (la población de origen europeo y cristiano mengua cada año mientras que la de otros orígenes crece, lo cual tiene relación con la epidemia de «diversidad sexual» de nuestro siglo). Eso es lo que ocurre en Occidente desde la época de la Revolución industrial, un Estado cada vez más poderoso que mantiene a la sociedad sometida a punta de engaños e intimidación.
La gente que no conoce la historia del comunismo puede pasar por alto el actual olvido de la retórica totalitaria por parte incluso de los partidos llamados comunistas. Ya no viene el fin de la explotación del hombre por el hombre ni de la propiedad privada sobre los medios de producción ni de la sociedad de clases, ahora se habla de derechos, de feminismo, de libre determinación de género o de “lo público”. En toda Europa y toda América los abanderados de esas bellezas son partidarios de Lula, de AMLO y de Petro. Tienen miles de pretextos, ésa es la tal revolución molecular disipada que atribuyen a Félix Guattari, la defensa de la lengua asturiana o del legado islámico de alguna región valen igual que el transexualismo, el animalismo o algún disparate ambientalista. De lo que se trata es del dinero ajeno, y el Estado, dirigido por personajes de la catadura intelectual y moral de Pedro Sánchez, los agrupa y ejerce la violencia que permite esa exacción.
Por eso las discusiones ideológicas que no se centran en esa cuestión son falsas: no se trata de qué ideas se divulguen en la escuela pública, sino de que ésta exista y todo el mundo la pague. Los únicos que se libran de mandar a sus hijos a recibir la propaganda de Fecode y sus hermanas de todo el mundo son los ricos, para los demás es obligatoria. Cuanto más sometida esté una comunidad al Estado, mayor es la proporción de gasto público en educación, y cuanto más gaste el Estado en educación peores son los resultados, como se puede comprobar en países como Cuba y en realidad en toda Iberoamérica. La educación pública parece una dádiva del Estado pero la pagan todos los ciudadanos, que renuncian a transmitir su forma de vida a sus hijos. Siendo deseable que todos accedan a la instrucción, el que fuera gratuita debería corresponder sólo a los que puedan demostrar que no pueden pagarla. No hay que temer que fueran tantos, porque el dinero en las manos privadas aporta más a la producción y con menos impuestos habría un crecimiento económico mayor.
Pero el de la educación es sólo un frente: en realidad la mayor parte de lo que paga una persona al comprar algo va a parar a manos del Estado, que cobra el IVA por el producto y antes ha cobrado el IVA por los materiales y servicios que han permitido producirlo, y cobra su parte del margen del comerciante y del beneficio del industrial y de los salarios de todos los que intervienen en el proceso.
Lo señaló con gran acierto el citado Oppenheimer: el hombre se busca su sustento trabajando o robando. El Estado, la política, lo público, las causas ideológicas, la propaganda, etcétera, son las formas modernas de ganarse el sustento robando, y engrandeciendo a una organización insaciable que en su propia lógica contiene el anhelo de dominación total.
Ése es el móvil del odio a Trump y a cualquiera que se atreva a representar a la sociedad contra la casta burocrática. El que quiera evaluar a esos gobernantes tan denostados debería fijarse en que intentan bajar los impuestos y reducir el gasto público. Eso es lo que despierta las iras de los periodistas, profesores y vividores del erario. Todo el que se atreva con eso será descrito como el peor tirano, baste prestar atención a lo mucho que inquietan a los antitrumpistas los regímenes de China, Cuba o Irán.
El error más espantoso es creer que se puede ser partidario de un Estado gigante sin formar parte de las huestes totalitarias. En decidir que la educación la deben escoger los padres y no los funcionarios que intentan reemplazarlos está la definición ideológica de cada persona, y cuando se atiende a eso se descubre que en realidad los que se oponen a esa dominación están en minoría, al menos en Iberoamérica.
(Publicado el el portal IFM Noticias el 4 de junio de 2023.)
domingo, junio 25, 2023
El ídolo más nefasto
domingo, junio 18, 2023
Tus zonas petrosas
Hay gente que despierta envidia, como el autor del libro Tus zonas erróneas, que ha vendido 36 millones de copias y fue acusado de plagiar sus ideas por el gran psicólogo Albert Ellis, que a la vez reconocía que las explicaba muy bien. Es muy común despreciar los libros de autoayuda, sobre todo por gente que tampoco lee otra clase de libros, pero en este caso el menosprecio de los psicólogos se parecería al de un médico que denostara los libros de primeros auxilios. Según la Wikipedia, «El libro da pautas para superar el miedo, la culpa y la conducta autodestructiva, resultado de procesos cognitivos que pueden ser perjudiciales».
Eso mismo debería plantearse la persona que quiere un mundo diferente al que están construyendo Petro, Lula, AMLO, Sánchez, Zapatero, Samper…: ¿en qué cree realmente? ¿Cuáles son sus verdaderos valores? Evaluándose así cada uno encontraría elementos ideológicos que pueden ser afines con el petrismo y la tiranía que viene y letales para todos. Tras una capa de aparente sensatez, la mayoría de la gente resulta imbuida de la ideología castrista que ha sido hegemónica en la región. Pero en general y en todas partes la mayoría de la gente es muy ignorante. La información en su cabeza está bastante desordenada. Un director de películas documentales decía que si deja a alguien hablar delante de una cámara durante cinco minutos se detecta que está absolutamente loco, pero esa locura sólo es la percepción turbia del que no sabe nada.
A lo mejor a la gente le gusta este escrito, con el que se pretende llamarla a buscar contenidos afines al petrismo en sus certezas. Por ejemplo, leí un artículo del poeta español Luis Antonio de Villena en el que condena el populismo comunista, cuya entradilla reza así: «Hispanoamérica y España son hoy una parigual comunidad cuyo fundamento es la cultura, la lengua, la mutua ayuda y la defensa contra el claro enemigo yanqui». Si uno comparte esa idea está en el bando de Maduro y las FARC. Pero este señor está muy seguro de estar contra esos regímenes.
Esa manía del antiamericanismo es muy frecuente en toda la Iberosfera, como llaman los del partido español Vox a nuestra comunidad. La entradilla citada resume el error: la persistencia en el odio a la gran potencia en lugar de la asimilación a su democracia y a su libertad económica. Ser antiyanqui implica estar en el bando petroso, aunque no se apoye directamente a Petro.
La guerra de Ucrania fue otra ocasión en la que afloró esa indigencia moral de mucha gente que se supone partidaria de la «guerra cultural» contra el wokismo y el narcocomunismo. Da casi pesar descubrirlos defendiendo la invasión rusa de Ucrania. Son tan criminales y tan despreciables como los petristas, están en su lado, que es el de la violencia y la opresión, no en balde los únicos que votan a favor de Putin en la ONU son los regímenes narcocomunistas.
Ya he señalado muchas veces la aceptación de la salud y la educación como «derechos fundamentales», idea basada en la creencia tradicional de que las soluciones salen de los decretos, cosa que le ocurre al que recibe un nombramiento para vivir a costa de los demás. De otro modo, el derecho a la educación es el que tiene el educador sobre los demás a cobrar un sueldo seguro por fuera de la competencia por enseñar lo que quiera o lo que le ordenen personas distintas a los padres. Con Petro también los profesionales de la salud tendrán ese derecho, pues la reforma que acaba en la práctica con las EPS limita la libertad del usuario y al final la atención estará controlada por algún sindicato de la salud comparable a Fecode o Asonal Judicial. Otra canal por la cual detraer el dinero ajeno.
Pero en Colombia casi todo el mundo está dispuesto a aprovechar la ventaja que pueda tener para mejorar la propia situación con la mera invocación de esos derechos fundamentales en recursos de amparo ante la justicia («tutelas»). Es quizá el aspecto en que el narcocomunismo es más claramente hegemónico en Colombia. El que no ponga en cuestión esos productos de la «Constitución» de 1991 está en el bando petroso, pues el régimen actual, que se quedará muchas décadas, es la consumación de ese engendro.
En general, el error yace en la idea de salvarse de la intemperie a la sombra del Estado generoso, es lo que ha pasado con el peronismo. Carlos Alberto Montaner decía que el comunismo dominaba a los países por mucho tiempo porque establecía un pacto con la sociedad según el cual todos tenían posibilidad de comer sin necesidad de trabajar. Es fama que en Polonia se decía «trabajes o no, el Estado te da 2.000 zlotys al mes». Siempre hay gente esclavizada en campos de trabajo, o que muere de hambre si la situación se complica, pero ésos ya no hacen oposición.
Lo que se consigue con la reforma laboral de Petro, que dificulta el despido, es alentar al trabajador a ser ineficiente o vago, porque el empleador tendría que arruinarse para despedirlo. Y el resultado a la larga es que nadie crea empresas ni ofrece empleos, y la persona a la que no se puede despedir termina con un sueldo de menos de veinte dólares, como un venezolano o un cubano, y cada vez menos ganas de trabajar.
Esa reforma es un crimen en toda regla y traerá debilidad económica y pobreza, pero encontrará partidarios, gente que cree que la beneficia como en general pasa con todas las dádivas de los gobernantes socialistas, como las misiones de Chávez. De leyes parecidas a ésas para dificultar el despido emitidas en la época de Franco viene el endémico desempleo español: se vuelve muy riesgoso y caro contratar gente. Lo que se necesita para que haya prosperidad es abaratar el despido, de forma que el empleador tenga garantía de que podrá ampliar o reducir su plantilla según lo necesite. Esa tensión hace aumentar los sueldos, porque habrá más inversiones, empleadores y ofertas.
Quien no experimente un rechazo rotundo a esas ideas antiliberales no está realmente en contra del petrismo sino de alguna de sus aristas. Y es cuando se descubre que realmente en Colombia no hay una mayoría que esté en contra de esas ideas. La mayoría está aleccionada para odiar al «imperio», para creer que la universidad la deben pagar los demás y que según los contactos que se tengan se puede prescindir de la ley, y también para odiar a los ricos y al trabajo. La gente de la clase alta admira a María Jimena Duzán, a alias Daniel Coronell o a los Daniel Samper y desprecia a cualquier empresario próspero.
Vivir del cuento es más prestigioso que trabajar, esa convicción está en la base del petrismo, y el retrato de un país en el que la mayoría razona así es deprimente, por mucho que sea más grato buscar proclamas sentimentales de amor y aprobación a la patria que reconocerlo.
domingo, junio 11, 2023
Antihumanismo
(Publicado en el portal IFM Noticias el 21 de mayo de 2023.)
sábado, junio 03, 2023
El largo brazo del hampa
(Publicado en el portal IFM Noticias el 14 de mayo de 2023.)