jueves, enero 26, 2023

La jauría

La operación de compra de Twitter por parte de Elon Musk ha sido motivo de toda clase de discusiones, en las que ha quedado claro que a cierta gente no le ha gustado nada que la censura y la intimidación —por ejemplo con millones de cuentas falsas— perdieran fuelle con el nuevo dueño.

¿Qué mueve a esa gente? ¿Por qué esa presión violenta contra las opiniones favorables a las leyes o las tradiciones o la democracia liberal? Es innegable la influencia de grandes poderes que cuentan con recursos fabulosos y están coludidos para implantar regímenes afines en todos los países.

A la cabeza de esos poderes está el régimen iraní, aliado del cubano y de todas las satrapías que el narcocomunismo ha implantado en Iberoamérica (por una vez, la etimología corresponde al sentido de los términos, el «sátrapa» era el gobernador del antiguo Imperio aqueménida persa) ¿Cuánto dinero invierten en propaganda en las redes sociales y en los medios de comunicación? Piénsese en los recursos con los que contó Chávez y que sirvieron para financiar decenas de partidos neocomunistas y medios de comunicación afines en toda la región y también en Europa y Norteamérica. Millones de millones de dólares. Pero además de los recursos del narcotráfico, hoy en día cuentan con los presupuestos de países importantes, como México, Argentina y Colombia, y pronto Brasil. Sobre esa presencia iraní en la región escribió Omar Bula el imprescindible libro El plan maestro.

En todo Occidente ese bando proiraní, quizá animado de forma secreta por el poderosísimo régimen comunista chino, ha reclutado a la clase de los funcionarios, que acogen felices la vasta organización que los «empodera», de modo que la inmensa mayoría de los docentes de todos los niveles comparten la ideología «woke» y el feminismo de tercera ola, además del odio a Trump o a cualquier gobernante que no se someta al dictado de la conjura —de medios de comunicación, magnates de internet, universidades y «sociedad civil» (ONG)— aliada de los ayatolás y los narcotraficantes. Además de los docentes, los periodistas y los mandarines culturales, cada vez son más los jueces que comparten la ideología y los fines de esa conjura.

Como una armazón que coordina los diversos intereses y motivos de su presión está la red de Soros, las Open Society Foundations, que proveen dinero que procede de especulaciones oscuras y quién sabe qué nexos con contratistas y gobiernos, a las «causas» que interesan.

Pero más allá de los grandes intereses y los gremios que se lucran de la violencia verbal y física y la intimidación en las redes y en las calles están las personas que la practican. ¿Han nacido así o han llegado a serlo después? Es un tipo de ser humano muy frecuente en todo Occidente en nuestra época. El que festejen los abortos y los cambios de sexo y odien a quien se les señale, o que fomenten en las mujeres el odio a sus padres, hermanos, hijos, amantes y amigos y a la maternidad, no debe sorprendernos porque también se vio a millones de personas, en su mayoría jóvenes, apoyando los crímenes de los bolcheviques o los nazis.

Las campañas de odio en las redes son el complemento del gansterismo que reina en las calles, en cada país según sus condiciones, en Cuba son los Comités de Defensa de la Revolución, en Venezuela los «colectivos» chavistas, en Colombia los gestores de paz, antes «Primera Línea» pagados por Petro, en Estados Unidos los «antifa» y Black Lives Matter…

Los ambientalistas y feministas, hegemónicos entre la juventud occidental, son las SA del siglo xxi, fuerzas de choque formadas por exaltados ignorantes que extraen poder de su intimidación y que están prestas al linchamiento diario en las redes. Como sus precursores comunistas y nazis, se sienten protagonistas de la historia porque reproducen las infamias de sus líderes, influencers a menudo pagados por los poderes señalados arriba.

En Colombia esos influencers son personas muy reconocidas, actores, cantantes, periodistas y profesores, lo que se explica por la altísima producción y exportación de cocaína, más de un millón de kilos al año desde 2017. Además, como es bien sabido, la formación de la jauría de asesinos se basa en la «educación». En todo caso, sigue siendo un espectáculo fascinante encontrarse con esas personas totalmente ciegas respecto de las violaciones de miles de niños, las masacres, los secuestros, las mutilaciones y demás atrocidades que siguen cometiendo las guerrillas comunistas y obsesionadas con el odio a Andrés Felipe Arias.

Es decir, fascina la facilidad con que esas personas se dejan arrastrar a un odio absurdo y a una iniquidad monstruosa. No es posible encontrar a una sola que conozca realmente la sentencia por la que fue condenado el exministro ni entienda que los hechos que se le atribuyen los efectuaban sus antecesores en el cargo y los siguen efectuando sus sucesores sin que sean delito, o que ni siquiera en la sentencia se lo acusa de malversar fondos públicos o enriquecerse.

El contraste entre la condena a Arias a más de diecisiete años por delitos dudosos, la incapacidad de entender que simplemente era un líder que podría haberle ganado las elecciones a Juan Manuel Santos y la impunidad de monstruos como Julián Gallo Cubillos o Milton de Jesús Toncel, que tranquilamente ejercen de maestros de moral, deja ver que la producción de criminales ha alcanzado un refinamiento comparable al de los genocidas comunistas que llevaron a cabo el Holodomor en Ucrania o la mortandad del Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural en China, o el régimen del jemer rojo en Camboya.

Esa clase de maldad estúpida y febril es el único fruto de la educación colombiana, a lo que ayuda la indigencia intelectual del país, invisible por la tecnología: hace apenas sesenta años la mitad de los colombianos eran analfabetos, y hoy en día hasta las personas de las clases altas cometen toda clase de solecismos al hablar. Eso permite que la tarea de los adoctrinadores sea sencilla. Los odiadores de las redes no son muy distintos de los que enseñaban a los niños campesinos secuestrados a comer carne humana o los mandaban como bombas andantes a matar policías, ni de quienes encargaban esas proezas, como la novelista que cree que hay siete pecados mortales.

Ahora Petro les pagará un millón al mes para que intimiden a la gente en los barrios, pero previamente han estado entrenando su odio y su crueldad en Twitter, y me resulta imposible no sorprenderme de que los padres no hayan preferido que sus hijos pensaran en servir a los demás y prosperar haciéndolo. Primero reclutaron a unos miles de guerrilleros y a la vez a los estudiantes de universidad que después serían maestros, periodistas y jueces, ahora tendrán millones de asesinos a los que se pagará con el dinero de todos.

La jauría de Twitter con su violencia, sus mentiras y sus simplezas es la epifanía de esa opresión. En pocos años Colombia estará como Venezuela o Nicaragua, con hambruna y terror generalizados, y habrá que preguntarse cómo se permitió que la casta oligárquica implantara un régimen semejante y a la clase de seres humanos que lo sostienen en su borrachera de poder y destrucción.

(Publicado en el portal IFM el 16 de diciembre de 2022.)

jueves, enero 19, 2023

¿Quién eres?


Es muy frecuente en el cine que cuando una mujer se entera de que su marido está involucrado en alguna conspiración o es un agente de Pinkerton le pregunte eso, «¿quién eres?». Es una pregunta que cada persona debería hacerse alguna vez y no quedarse creyendo lo que da por sentado. Tal como no hay tarjetas de visita en las que se lea “estafador”, tampoco hay personas que admitan que son estúpidas, mezquinas o deshonestas.

Lo anterior tiene relación con esto: en muchos años de escribir opiniones en blogs he intentado desarrollar una explicación de por qué un colombiano corriente gana diez veces menos que un estadounidense corriente y está expuesto a mucha más inseguridad, al trancón, a las alcantarillas sin tapa y a mil abusos y atropellos.

Es así: la región iberoamericana, en mi opinión, es atrasada y pobre por su pasado de esclavitud y saqueo, que pervive en la idiosincrasia corriente. Los desmanes de los políticos corruptos y los crímenes de los totalitarios —que son corruptos en gran escala, lo que un tirano respecto de un atracador— son el reflejo de ese orden que impera en la cabeza de cada uno, que es donde tiene sede lo que genera el desorden y la miseria.

Un ejemplo. Figúrense que un tipo viola a una niña y para hacerlo mata a la madre. A la hora del juicio el abogado dice que el homicidio debe tener un atenuante porque fue un hecho conexo con un delito sexual, y que los delitos sexuales tienen un evidente fin altruista. Por favor, no se me escandalicen, la idea del delito político, de que unas personas se alzan en armas para imponer la organización social y el gobierno que les parecen preferibles, generosamente encabezados por ellos, privando a los demás de su derecho a elegir a sus gobernantes y matando a quienes se les oponen, y que ese fin «altruista» hace que los delitos conexos merezcan menos castigo, es mucho más monstruosa que mi ejemplo anterior, porque el designio de despojar de sus bienes y libertades a todos los ciudadanos es más grave que un crimen que se comete contra uno solo, y de hecho las guerrillas comunistas violaron a muchos miles de niños, y hasta los acostumbraron a comer carne humana.

Pero esa idea del delito político la comparten prácticamente todos los colombianos, y ojalá el lector no se permita la idea de que esto es exagerado: ¿no dicen los enemigos de las guerrillas que el narcotráfico no puede ser un delito conexo a los delitos políticos? ¿Cómo no va a serlo? Venden cocaína para comprar armas para matar soldados, pero matar soldados se entiende por su móvil altruista, no se puede rebajar a quien lo hace comprometiéndolo en el narcotráfico (que pronto será legal según pide el flamante Premio Nobel de la Paz). Las más altas autoridades judiciales y todos los legisladores del país aprueban esa idea, que está en la Constitución. ¿Cuántos colombianos desaprueban esa constitución? Por ejemplo, ¿cuántos partidarios de cambiarla había entre los candidatos al Congreso en las últimas elecciones?

Tal vez se piense que los que niegan esa conexidad buscan que haya algún castigo efectivo, con lo cual se resignan a aceptar lo que es verdaderamente monstruoso y que nadie discute.

En lo que creen realmente los pueblos de Iberoamérica es en la jerarquía racial, por eso abundan los genealogistas que le sacan dinero a la gente demostrando que tiene antepasados nobles y por eso se vive para poder incluirse entre los doctores y ostentar bienes lujosos: sencillamente se mantiene la sociedad de castas del periodo colonial, cada uno tratando de incluirse entre las de arriba. El delito político es una noción que garantiza la impunidad de los que encargan crímenes para acceder al poder, se reconoce en la medida en que se pertenezca a las castas superiores, cuyo interés prevalece sobre la ley.

Insisto, no he conocido colombianos a los que les resulte molesto que haya delitos que restan la pena de otros delitos o que se interesen por saber en qué otro país ocurre algo semejante. Tampoco los que dudan de que la educación y la salud son derechos que la ley debe proteger, se podría razonar que la alimentación, el vestido o la vivienda son necesidades más perentorias, pero pronto habrá leyes que las garanticen, como las hay en Cuba o en Corea del norte.

¿Quién paga esos «derechos»? Los demás, y de nuevo es evidente el atavismo: los peninsulares y criollos relacionados con el poder recibían rentas sin necesidad de trabajar, para eso estaban los indios y negros. Con los «avances» de la Constitución de 1991 se amplía la franja de beneficiarios, cosa que no incomoda a ningún colombiano porque en su mundo es incomprensible que la matrícula cero del gobierno de Duque, por poner un ejemplo sangrante, sea una transferencia de recursos de los pobres a los ricos, de los que no tienen hijos o no pueden mantenerlos hasta que acaban la secundaria a los que sí pueden hacerlo y que si los llevan a un buen colegio privado les podrán asegurar sin gasto un título universitario que los sitúe bien en la jerarquía.

Y si alguno muy agudo llegara a entenderlo, no vería ninguna inmoralidad, como si a un afgano lo criticaran por no dejar a su mujer salir con una blusa escotada a la calle. En lo que está cada uno es en defender su pertenencia a una casta deseable, como la de los «trabajadores al servicio del Estado», y la vida es más dulce si uno forma parte del clero docente o judicial.

El socialismo se impuso en 1991 con un golpe de Estado que no tuvo resistencia, sobre todo porque venía a proteger la sociedad de castas tradicional. Los que hablan de izquierda y derecha no pueden imaginarse el sentido reaccionario del engendro concebido para prohibir la extradición. Si los colombianos aceptan las ideas impuestas entonces es porque cada individuo razona según lo que ha aprendido, más si no contradice lo que creían sus antepasados: el pueblo no existe antes que el Estado ni la costumbre antes que la ley, el marroquí corriente no tiene la oferta de ser budista ni el mozambiqueño de discutir la teoría «queer». El mamerto no es un desadaptado sino el defensor de ese orden, casi siempre alguien que ya forma parte de las castas a las que todos quieren pertenecer.

¿Saben por qué se vuelve gorda la gente? Por comer mucha ensalada, ¿o no han visto que las mujeres gordas siempre piden ensalada? Eso mismo pasa con la estratificación de los precios de los servicios públicos: sólo ocurre en Colombia y curiosamente es uno de los países con mayor desigualdad en el ingreso. Bueno, la Corte Suprema de Justicia, formada por individuos que cobran el sueldo de muchas decenas de personas y prácticamente no pagan impuestos, justificaban las guerrillas comunistas porque la sociedad estaba llena de desigualdades. ¿Recuerda el lector a algún compatriota que razone que los servicios deberían valer lo mismo para todos como en todos los demás países? Yo no. Esas disposiciones «justicieras» son la causa de la desigualdad, y su efecto es que el acceso a esos bienes está mucho más restringido, sobre todo para los pobres.

La lista de rasgos identitarios de ese estilo que comparten prácticamente todos los colombianos es larguísima. Y sin plantearse quién es uno, sin la crítica efectiva de la idiosincrasia heredada no podrá haber nunca respuesta al régimen narcocomunista, pero ¿se lo plantea alguien, aunque sólo sean los legisladores elegidos? Casi todos recitan la propaganda comunista o proponen variantes ínfimas porque sólo son gente que forma parte de la casta de políticos o aspira a integrarse en ella, y su visión del mundo no es muy distinta de la del resto de los miembros de esa casta, por no hablar del rango de sus conocimientos y reflexiones. Baste ver la clase de críticas que le hacen al gobierno del crimen organizado.

(Publicado en el portal IFM el 9 de diciembre de 2022.)

viernes, enero 13, 2023

Por la senda de Krylenko

Nikolái Krylenko fue un dirigente bolchevique que ocupó los cargos de fiscal general y de comisario del pueblo de Justicia en el régimen surgido en 1917. Ha pasado a la historia por afirmaciones como que era mejor ejecutar inocentes que culpables, porque haciéndolo las masas tendrían más temor, o que las decisiones de las autoridades de justicia debían tener en cuenta el interés del partido y de la revolución por encima de consideraciones morales de otra índole.

Sobre el personaje se podrían decir muchas cosas, pero en todo caso se debe admitir que su visión es absolutamente congruente con el pensamiento comunista y revolucionario. Y es que la toma del poder que buscan las personas de ese bando no tiene por objeto el respeto de los derechos ajenos sino su supresión. El revolucionario obra respecto del Estado y la sociedad como un conquistador extranjero, y de hecho es muy llamativo que la mayoría de los dirigentes bolcheviques no tuvieran siquiera un origen étnico eslavo como la mayoría de los rusos (Lenin era de ascendencia alemana, sueca y chuvasia, Stalin era georgiano, Trotski, Kaménev y Zinóviev eran judíos de origen alemán, Plejánov de origen tártaro…).

Esa primacía del interés del partido sobre cualquier otra consideración es algo que hace incompatible la ideología comunista con el derecho, y se encuentra a todas horas en las actuaciones de los comunistas. Un hecho reciente ilustra incluso la dificultad que tienen las personas imbuidas de esa ideología siquiera para entenderlo. La ministra española de Igualdad (ya verán en Colombia para qué es el ministerio de Igualdad) hizo aprobar un cambio del código penal que tuvo el efecto de que en ciertos casos los condenados por delitos sexuales vieron reducida su pena. Como ése no era su objetivo sino una consecuencia imprevista, sencillamente acusó a los jueces que reducen las penas de ser machistas y reaccionarios.

Eso porque los principios del derecho, en este caso el de que se debe aplicar la legislación más favorable al reo, son incomprensibles para quienes quieren suprimir la ley: les parece razonable saltarse una norma para ser más justos.

En Colombia la influencia de los comunistas en el mundo del derecho es abrumadora, y uno de los rasgos que definen la inviabilidad del país: en las altas cortes ha habido muchos magistrados provenientes de la Universidad Libre, donde en los años setenta enseñaba el líder comunista Jaime Pardo Leal que “El derecho no es más que la voluntad de la clase dominante erigida en ley”. Y casi con toda certeza, esa clase de prédicas son mayoritarias en las demás facultades de derecho.

De modo que el ciudadano no sólo tiene que convivir con las tradicional venalidad y arrogancia de los jueces, sino sobre todo con su absoluto desprecio de la ley, a la que simplemente utilizan para corresponder a los intereses del partido que los nombró (no hay que olvidar el dominio del gremio por el sindicato comunista Asonal Judicial, creado por Pardo Leal). ¿Cuántos jueces son nombrados a partir de su pertenencia al Partido Comunista? Baste pensar en la trayectoria de Carlos Gaviria, un profesor abiertamente marxista que en cuanto se retiró de la carrera judicial se lanzó como candidato presidencial de ese partido. O de Alfredo Beltrán, un jurista cuya carrera comenzó realmente en el sindicato comunista Fecode. O de Eduardo Montealegre, que antes de ser fiscal general del Estado fue presidente de la Corte Constitucional, y que siendo fiscal participó en un acto político en el que reconoció haber estado desde muy joven con los comunistas y sus guerrillas. https://www.youtube.com/watch?v=hUMvS7wJ3_o

Es bajo esa luz como hay que entender todas las actuaciones de las altas cortes en las últimas décadas, tanto la justificación del terrorismo con el pretexto del altruismo que caracteriza al delito político como la obstrucción a cualquier política que emprendiera el gobierno de Uribe o la legitimación del atropello cometido por Santos con el plebiscito. Todo el mundo cree que simplemente son malhechores que se hacen millonarios sirviendo a la mafia, pero ese servicio está articulado en torno a ese aspecto ideológico, en esa aversión profunda a la ley que sienten en cuanto comunistas.

El poder judicial colombiano no es muy distinto del soviético dirigido por Krylenko, todos los que podrían incomodar a la carrera de Juan Manuel Santos, hermano del principal representante del régimen cubano en Colombia, fueron víctimas de persecución judicial: Alfonso Plazas Vega, Luis Carlos Restrepo, Andrés Felipe Arias, Luis Alfredo Ramos, Fernando Londoño y hasta Óscar Iván Zuluaga.

Quienes conocemos el proceso contra el coronel Plazas Vega nos hemos preguntado a menudo si es posible que los magistrados de la Corte Suprema de Justicia que lo condenaron a treinta años de prisión (de los que cumplió ocho antes de que tuviera que ser absuelto) desconocían el grotesco montaje en que se basó la condena. Y no es posible, sencillamente son funcionarios del régimen cubano y de sus agencias en Colombia y llevan a cabo las persecuciones que sirven a la revolución.

Y todo eso es muy sabido y evidente, el misterio es ¿qué piensan los demás ciudadanos de estar en manos de malhechores de esa clase? La resignación y aun la conformidad de la mayoría con una situación semejante explican las desgracias que afectan al país: no puede haber seguridad física porque no impera la ley sino los intereses de una casta corrompida. No puede haber prosperidad porque esa casta promueve el negocio de la cocaína, que define a los regímenes de la constelación cubana. El gobierno ya es dirigido por un exguerrillero comunista cuya misión es impedir el acceso de los ciudadanos a la energía útil y generar así la miseria en la que podrán eternizarse en el poder, y naturalmente lo acompaña un antiguo magistrado de siniestra trayectoria.

(Publicado en el portal IFM el 2 de diciembre de 2022.)

sábado, enero 07, 2023

Derribar a Colón, cancelar a Picasso, pegarse a las majas

En el siglo pasado se hablaba de la «invasión vertical de los bárbaros» para referirse al peligro de que las nuevas generaciones echaran a perder todo lo conseguido en milenios de humanización y de consolidación de las culturas nacionales, sobre todo en Europa, región cuyos logros en todas las formas de refinamiento enorgullecían a sus habitantes.

Ese miedo se hizo patente sobre todo tras la Primera Guerra Mundial, cuando millones de adolescentes alemanes se convirtieron en matones de bandas como las SA («Sturm Abteilung», algo como «división de choque»). La guerra causada por el nazismo trajo mucha más destrucción de ese acervo cultural y un retroceso generalizado en todo el continente, que sólo se recuperaría en las décadas siguientes en forma de asimilación al modelo estadounidense.

Otra oleada de ese trastorno generacional llegó en los años sesenta, con las modas de contracultura, promiscuidad sexual, consumo de psicotrópicos y rebeldía juvenil generalizada. En las décadas siguientes se ha mitificado ese proceso, en gran medida por un motivo estadístico: los protagonistas de dicha rebelión eran los 
boomers, una parte muy significativa de la población, que al hacerse mayores siguieron convencidos de haber tomado parte en grandes acontecimientos y de haber renovado un mundo anquilosado y corrompido.

Alguna vez se evaluará lo que realmente fue el hippismo: casi nadie es consciente de que la contracultura era algo promovido desde las universidades por personas que tenían influencia de autores marxistas, como Herbert Marcuse, y el aspecto político de esa rebelión siempre tenía una enorme afinidad con el comunismo. El verdadero móvil de la mayoría de los jóvenes rebeldes fue la resistencia a ir a la guerra de Vietnam, disposición en la que influyeron el tradicional sedimento aislacionista en Estados Unidos y el natural deseo de ahorrarse riesgos y sufrimientos, lo que los comunistas aprovecharon para legitimar la causa del Viet Cong. Quizá una intervención estadounidense sólo con soldados profesionales habría tenido menos resistencia. La legitimidad de ese pacifismo lo pone a uno a pensar si no habría movido por igual a los jóvenes de 1942, pero entonces convenía el patriotismo para luchar contra el nazismo, una lucha necesaria, no criminal como la que se emprendía contra el comunismo (según los sobreentendidos del discurso de la época).

Esa «década prodigiosa» anunció todo lo que hemos visto después en forma de asimilación de una especie de ideología comunista infantiloide y complementaria al consumismo, y una tendencia creciente de los jóvenes a despreciar el mundo del pasado, que cada vez se estudia menos, incluso en las escuelas. Alguien que creciera en los años sesenta fácilmente podía creer que antes de los Beatles y el rock sólo había música fúnebre y aburrida. La incesante propaganda de medios cada vez más poderosos, dedicada a halagar a los compradores, mantenía a la gente de esa generación convencida de haber inventado la felicidad.

Los cambios derivados de la implantación de internet y la telefonía móvil han dado lugar a una nueva brecha generacional: los «nativos digitales» se sienten tan ajenos a las generaciones anteriores que ejercen un nuevo adanismo, más burdo y delirante que el de los sesenta, y sus motivos no son obviamente «originales» sino, como siempre, el eco de la propaganda, y la propaganda más «pegadiza» y que encuentra más prosélitos es la de la rebelión, de nuevo afín al comunismo.

Los temas del populismo de este siglo son la angustia climática y las identidades sexuales, y tal como el muchacho nacido al final de los años cincuenta veía nacer de su interior su afición a la música de Jimi Hendrix, el de ahora no ve nada sorprendente en la fama de Greta Thunberg, como si enterarse de que una muchacha con déficit cognitivo dejara de estudiar y quisiera protestar en un país tan irrelevante demográficamente como Suecia le ocurriera por pura casualidad.

Pero esta vez el atrevimiento de la ignorancia es mucho más marcado, quizá porque el acceso a cierto bienestar cuesta menos que hace sesenta años: la proporción de jóvenes que van a la universidad es mucho mayor y los adolescentes están «programados» para creer que todo debe dárseles gratis y sin esfuerzo. Aquello que les representa alguna complejidad, como los libros, resulta de por sí despreciable cuando es tan grato pasar la vida luchando en las discotecas contra el agravio que sufren las minorías.

A esa generación la ponen los totalitarios a derribar las estatuas de los que descubrieron América, pues ¿no fue la causa de un genocidio? Mejor sería que hubieran dejado el mundo sin conexión, de hecho, toda la historia humana les parece una agresión contra la santa naturaleza. A mediados del siglo pasado se popularizaron el psicoanálisis y el existencialismo como vehículos de la vanidad, ahora les basta condenar toda la historia sin tener la menor idea de nada, sólo el odio contra el mundo que les permite vivir como parásitos.

Uno de los rasgos más llamativos de nuestra época es la desaparición del arte como valor importante de la sociedad. ¿Cuántas personas de veinte años podrían distinguir un cuadro cubista de uno impresionista? ¿Cuántas podrían recordar el nombre de tres compositores románticos? La educación en el mejor de los casos permite desarrollar ciertas destrezas técnicas, aunque cada vez más eso se deja a los menesterosos porque lo tentador para los de buena familia es la solución de conflictos o los estudios de género. En los años sesenta aún era normal que una familia con pretensiones invirtiera una parte de su patrimonio en enciclopedias de arte, hoy en día esa idea resulta incomprensible.

Ese fenómeno influye en la «cancelación» de Picasso por su supuesta condición de maltratador de mujeres: ¿qué importancia pueden tener los cuadros de ese señor? Ninguna, la nueva generación no le ve el menor interés. Por otra parte, la cancelación lleva también a «artistas» ligados al totalitarismo (es decir, al dinero público) a deformar las obras clásicas, como la versión de 
Carmen en la que no matan a la gitana.

La última mamarrachada que debemos a los embrujados por la ideología 
woke y el «ambientalismo» es la agresión directa contra cuadros reconocidos durante siglos como grandes logros del espíritu humano: eso es lo que odian, pero es un odio inducido por criminales totalitarios que se han hecho dueños de las escuelas y por los mediocres que los secundan, tal como en la época nazi el gremio más leal al régimen era el de los docentes (ahora la tarea no es el odio a los judíos sino el cambio de sexo). Y los respaldan los grandes poderes económicos, en parte porque sumándose convierten a las escuelas en medios de publicidad, en parte porque así complacen a poderes superiores a ellos, con los que hacen grandes negocios —como los gobiernos de China e Irán—, en parte porque sus dueños y gestores forman parte de la misma casta que promueve la idiotización.
(Publicado en el portal IFM el 25 de noviembre de 2022.)