lunes, noviembre 12, 2012

¿Estudiar o trabajar?

Si nos imaginamos que algún organismo multinacional o de otro país quisiera entender lo que pasa en Colombia y encargara una investigación a un grupo de sabios, éstos encontrarían que para la inmensa mayoría de los colombianos lo que ocurre con las bandas terroristas les es ajeno: no que no los afecte o no les importe, sino que no tiene relación con ellos, como un tiroteo entre desconocidos en un bus en el que uno se sube.

(Perdón por la digresión, pero esa imagen me hace recordar que Luis Eduardo Garzón decía cuando Uribe estaba recién posesionado que él se sentía como un sheriff que intentara contener a dos matones empeñados en un duelo. Los dos matones eran Uribe y Jojoy; la misma lógica con que se quejó cuando las FARC iban a volar Chingaza y Mockus llamó a manifestarse en contra: ¿por qué sólo contra las FARC y no contra el ejército, que también es un actor armado? Eso para los que dudan que el Partido Verde es sólo otra máscara de los terroristas.)

Bueno, a lo mejor es por ganas de polemizar, pero me propongo denunciar esa idea generalizada. Lo que ocurre con el terrorismo, pero también con la delincuencia cotidiana, el tráfico de psicotrópicos, la corrupción política y muchas otras calamidades endémicas tiene una relación profunda con lo que piensan y sienten los colombianos, y ciertamente no podrá cambiar mientras no haya cambios en los valores y las actitudes.

Por ejemplo, ¿a cuántas personas se les ocurriría dudar de que lo que falta es educación? La comisión de sabios que investigara la vida colombiana interrogaría a 10.000 personas y 9.990 por lo menos dirían que lo que falta es educación. Esa idea tan bonita resulta halagadora para todos los que han ido a la universidad, que resultan modélicos, y atractiva para los que no han ido, que culpan a esa limitación de sus desventajas. Alguien que propusiera por ejemplo cerrar las universidades públicas y tratar a las privadas como a cualquier otra empresa sería visto por el 99,9% de los colombianos como un monstruo, como alguien que propusiera legalizar la antropofagia.

Bueno, eso es lo que yo propongo, y si fuera por caer bien a los colombianos sencillamente no escribiría en un blog. 

Para explicar a fondo la cuestión tengo que detenerme un poco a hablar de Jacob Burckhardt. Este historiador suizo del siglo XIX, maestro de Nietzsche y con gran influencia en Nicolás Gómez Dávila, señaló en su libro La cultura del Renacimiento en Italia que lo que Italia le dio a España fue a Colón, con la idea del descubrimiento de América como un logro renacentista (idea en la que también abunda Germán Arciniegas; y no sólo fue Colón sino también Vespucci). Pero ¿qué le dio España a Italia?, se pregunta Burckhardt A los Borgia. Esta familia sirvió de avanzadilla de la conquista de la península italiana por los españoles, y su historia sirve como modelo de lo hispánico. Eran una familia noble originaria del reino de Aragón, de Borja, actualmente en la provincia de Zaragoza, pero habían arraigado en Játiva, en la actual provincia de Valencia. Su talento para las intrigas y maquinaciones permitió que llegara a papa en 1455 Alfonso de Borja, que nombró cardenal a su sobrino, Rodrigo de Borja, el futuro Alejandro VI. "Borgia" es una adaptación de Borja, bien porque los italianos no tenían la j, bien porque el apellido se pronunciaba a la catalana "Borya", que en italiano se escribe Borgia. No sería raro que tuvieran parentesco con el siniestro sindicalista colombiano.

Se preguntará el lector qué tendrán que ver esa familia y ese historiador con la educación en Colombia, y la respuesta es sencilla: todos los problemas de la sociedad colombiana son sólo su hispanismo, la clase de valores de los españoles del siglo XV, que se quedaron congelados por el aislamiento. El clero católico es el modelo de la educación colombiana, y lo que hay tras el "derecho a la educación" es sólo la defensa del interés del estamento magisterial, que simplemente reemplaza a los curas, sólo que en lugar de supersticiones enseña resentimiento y adoctrina a los jóvenes para el crimen.

Burckhardt señala que la hispanización fue la causa del fin de la cultura renacentista. Un siglo después, dice, ya nadie tenía interés en el trabajo, todos querían demostrar que eran hidalgos y convertirse en médicos y abogados.

Ese desprecio del trabajo es un atavismo, una reminiscencia de las sociedades de la Antigüedad mediterránea, en las que el ciudadano se definía por no trabajar. Pero respecto al arte renacentista un "valor" semejante es totalmente aniquilador: detrás de los logros de los grandes genios de la época hay sobre todo trabajo. Detrás de la idea colombiana de que la prosperidad es el fruto de la educación sólo está ese viejo odio al trabajo.

De modo que una sociedad prospera o se estanca: prospera como los "tigres" asiáticos o se estanca como Cuba, cuyo nivel de vida no es mucho mejor que el de los años cincuenta. Eso sí, con muchísima "educación". Prácticamente todos los colombianos aprueban, aun sin saberlo, el modelo cubano, pues no recuerdo al primero que dude que la creación de cupos universitarios públicos sirve al progreso. De hecho, ¿a cuántos les importa que Colombia no produzca patentes ni manufacturas de calidad y que cualquier cosa bien hecha siempre es extranjera? Algo tan obvio como eso no le pasa a nadie por la cabeza porque PARA ESO está la educación, para aprender un recitativo criminal, un "memorial de agravios" en el que los inventores y fabricantes les salen a deber a quienes nunca han producido ni inventado nada.

Pero es el mismo hispanismo. No faltará el que piense que los médicos y abogados también trabajan, pero si fuera por eso los países hispánicos serían los primeros en logros médicos en el mundo. Por el contrario, en 1650 no había en la Universidad de Salamanca ningún alumno matriculado en matemáticas, y en 1699 no había ninguno matriculado en Cirugía. El médico sólo venía a ser un sacerdote o un oráculo con poder, y sus conocimientos sólo consistían en la credencial que podían tener. (Hay que tener en cuenta que en esas fechas España era la primera potencia mundial.)

Esa mentalidad es la que subyace a la de la educación en Colombia. Yo podría contar muchas historias sobre médicos que desconocen rudimentos de la Biología del bachillerato, sobre titulados en Filosofía que no pueden escribir una línea sin errores espantosos de ortografía, por no hablar de otros con los que es imposible mantener una conversación sobre cualquier tema por su simplicidad e ignorancia. Lo que la universidad provee es la credencial que salva a la persona de trabajar.

Pero al igual que el clero católico la educación se reproduce: los titulados y estudiantes son el gran grupo de presión, por lo que cada vez hay más necesidad de educar y de gastar grandes recursos en tan urgente tarea. La ideología pseudoinstitucionalista de Kalmanovitz es descaradamente el afán de cobrar más impuestos para gastarlos en cupos universitarios, es decir, en puestos para los egresados para que "formen" a futuros profesores y así hasta que desangren por completo al país.

Claro está que a la hora de la verdad la mayoría de los "doctores" no encuentran trabajo, pero eso es porque no están bien relacionados. Los que son de buena familia tienen asegurados los puestos como profesores, en cómodas sinecuras en las que sólo tienen que explicar sus opiniones. Los demás harán trabajos para los que no deberían haber estudiado, pero tendrán el honor de su título y su amargura con el capitalismo que no les da empleos e ingresos justos, como los de sus mentores, que no obstante tienen por principal ocupación la protesta.

Todas las sociedades que han prosperado lo han hecho por el trabajo, salvo aquellas con poquísima población muy arraigada y gigantescos recursos, como los emiratos del golfo Pérsico. Pero el trabajo no requiere estudiar antes, ni muchísimo menos formar a millones de titulados universitarios cuya única aptitud es recitar la ideología comunista.

En un ámbito más cercano, podemos analizar el milagro económico chileno. TODO lo que lo permitió fue que se ahorraron el gasto en educación superior pública, que era la causa de las protestas del año pasado. Chile no era uno de los países ricos de la región, nunca lo había sido, fue esa realidad lo que permitió el despegue. Argentina, un país que siempre había sido más rico, o Uruguay o Venezuela, no han conocido ningún avance de su gasto fabuloso en educación (bueno, el avance es que muchos ciudadanos se libraron de vivir ahí).

La educación pública debería constar de una parte obligatoria y gratuita, sin promoción automática, de unos ocho años. A partir de entonces los más aptos deberían estudiar un bachillerato de unos tres años que los prepare para hacer una carrera universitaria o técnica superior. Los demás podrían acceder al Sena y aprender un oficio. Las universidades públicas se deberían cerrar y los alumnos que muestren aptitud y voluntad pero no tengan recursos para pagar los estudios deberían tener ofertas de crédito. 

No sólo se ahorrarían los billones del despilfarro en "burocracia", en empleos parasitarios sino que los comunistas dejarían de tener su feudo, y los jóvenes empezarían a trabajar antes y aparte de lo que se ahorrarían por ir a adquirir ideología criminal obtendrían ingresos.

Pero nadie debe alterarse: nada de eso ocurrirá, Colombia no va a dejar de ser un infierno tropical obstinado en el crimen porque alguien publique algo en un blog. Lo que pasa es que es difícil tener paciencia con gente que cree que los crímenes terroristas no tienen relación con sus opiniones y actitudes. La educación como reproducción de un orden social perverso, del parasitismo perpetuo del clero colonial es algo que aprueban casi todos los colombianos. ¿Hará falta probar que las guerrillas son sólo las universidades? 

No, no hace falta probarlo, pero los colombianos sólo miran el tipo de calzado y concluyen que no es así.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 15 de agosto de 2012.)