lunes, junio 13, 2011

La mente del revolucionario


Dominadores y dominados
El contraste entre los políticos tradicionales, que son los promotores del terrorismo, como intentaré demostrar, y la gente que se les opone es la mejor muestra de que el trasfondo del conflicto político en Colombia es la persistencia de estructuras de dominación heredadas del régimen colonial: ¡es tan cándida la gente que realmente quisiera que cesara el terrorismo! La inmensa mayoría de esas personas no leen la prensa y por eso se resisten a creer que el fomento de los crímenes es un designio nada oculto en la dirección de los grandes medios bogotanos.


También creen que son "teorías de conspiración" los nexos, manifiestos, entre las grandes familias y las organizaciones terroristas, evidentes por ejemplo en el hecho de que el heredero Alfonso López Michelsen fuera a las elecciones de 1960 llevando como suplente al reconocido asesino Juan de la Cruz Varela (sobre el que el abogado "superviviente" Fernando Vargas escribió este interesante artículo), o en la biografía del Hermano Mayor del actual presidente. Según Patricia Lara:
Enriquito, el mayor, hacía la revolución, fundaba la revista Alternativa, defendía a la guerrilla, buscaba tumbar gobiernos, en resumen, se oponía a su padre atacando esos valores e instituciones que él defendía con pasión...
Los moldes ideológicos de los creadores del movimiento revolucionario delimitan las posibilidades de percepción de los demás: los capitalistas son de derecha, los guerrilleros son de izquierda, y el que registre que el periódico del gran magnate hace día tras día propaganda descarada del terrorismo es porque sufre algún trastorno mental.

Póquer sangriento
Para esas personas que forman parte de los grupos de poder, la política es un medio de vida y un arte que ejercen, tal como el ganadero sabe arrear ganado o el panadero echa determinada cantidad de levadura o sal a su producto. La ideología es más o menos la que demanda el público, pues como decían los vendedores de antes, "el cliente siempre tiene la razón". Ahora bien, la política es compleja y requiere audacia, y tal vez lo que más se le parezca es el póquer, no es rara la afición del actual presidente colombiano a este juego de envite. En ese nivel del alto mando la ideología es acomodaticia y lo esencial es la renta concreta que agarre cada jugador. Lo mismo que en el nivel más bajo, en el de quienes venden su voto o forman la tropa de ejércitos criminales controlados por los grandes señores.

Engañados eufóricos
Pero hay un nivel intermedio del poder y la política en el que la retórica se toma en serio, en el que el criminal no es un vulgar ratero huyendo del hambre ni el dirigente un vulgar patricio compitiendo con sus pares en una partida de "Monopolio". Ese nivel asegura la disciplina de las organizaciones y la continuidad de los proyectos, y de algún modo expresa los valores profundos de la sociedad de la que salen los activistas, pues los empresarios y los peones sólo se acomodan a los márgenes de lo posible. Para los intelectuales esnobs del grupo de Luis Vidales que animaban el comunismo en los años treinta la hermosa utopía sería un adorno, importante según el patrimonio y el rango de cada uno, tal como lo es para la sobrina de López Michelsen, que dirige el Polo Democrático. Pero para otros, como los 1.500 militantes "estructurados" que James Demoyne reconocía en las FARC, el mito heroico del Che y la justicia social derivada de la abolición de la propiedad privada son toda una "identidad" por la que merece la pena matar y morir. En qué creen esas personas y cómo han llegado a creer en eso es el objeto de este escrito.

Valores tradicionales
Aquello en lo que la gente cree es lo que da por sobreentendido, lo que no necesita plantearse ni aprender porque forma parte del acervo común. El budista occidental se fuerza, en su anhelo de superación sociocultural, a suscribir la tesis de la reencarnación. Para el oriental era algo obvio porque todos los que lo rodeaban creían en ella. También la propia valía y la propia condición de mando se dan como sobreentendidas por parte de los revolucionarios, pero ésa es la respuesta a un hábil halago a los políticos y patricios que los manipulan. En ese juego y en el resto de sus premisas, los valores e ideas de los revolucionarios son los de la sociedad colombiana antigua, su guerra no es más que otra versión de las tradicionales "guerras de tinterillos" de que hablaba Fernando Vallejo. Sus aspiraciones, ocultas detrás del patetismo de las anáforas altisonantes y la solemnidad marcial de una borrachera, son simplemente de ascenso social, mando, poder y prestigio. Lo que cambia respecto a los demás es que por una parte su poder deriva directamente de su papel como ejecutor del ritual ideológico, y por otra que debido a esto debe tomarse en serio la retórica.

Universidades
Históricamente el acceso a la universidad era un rasgo de distinción de los más poderosos, pero a partir del triunfo de Castro en Cuba y de la expansión de los cupos se generó una cómica conciencia "popular" y un "compromiso" del que procede la increíble certeza de los universitarios de formar parte de un grupo oprimido ("obreros, campesinos y estudiantes" rezaba la retórica de los años dorados). La épica del bochinche que desarrollaron las universidades públicas desde los años sesenta se adaptaba perfectamente a la ideología de personas cuyos antepasados nunca trabajaron: el militante comprometido con la historia era un remedo del dandi enamorado de la poesía de las generaciones anteriores, aunque éste procedía de una casta superior. Lo dicho: ascenso social. La soberbia del agente de la historia reproducía perfectamente el desprecio del trabajo, de la competencia, de la formalidad y de la ley que caracteriza a los poderosos de siempre. La borrachera narcisista de quien se permitía matar intentaba parecerse a la borrachera libertina del hispanoamericano de antes...

Resortes
Claro que hay niveles menos heroicos de la lucha y el compromiso, que son a fin de cuentas los de la clase media-alta local, sobre todo en Bogotá. Las personas de este medio son como el público de las hazañas de los verdaderos revolucionarios: participaron hasta cierto punto cuando estaban en la universidad, ejercen alguna profesión o tienen algún cargo que les asegura un nivel de ingresos unas diez veces superior a los colombianos humildes pero viven indignados por la desigualdad, aborrecen a Uribe porque creen que la paz proviene de la reconciliación con los revolucionarios con los que siempre se han identificado (en lo que sólo expresan los viejos rasgos jerárquicos de la sociedad), votan por el Polo Democrático, respetan a Piedad Córdoba... El aspecto conservador, tradicionalista, de sus adhesiones les pasa inadvertido, y ya no sólo por sus limitaciones morales (como la de no poder evaluar su participación en la desigualdad, su aporte a la comunidad y aquello que obtienen, su verdadera actitud ante los valores jerárquicos, sus tics clasistas, su crueldad con las víctimas del proyecto revolucionario, etc.) sino también por las fronteras conceptuales de su mundo: esas personas son el trasfondo sociológico de la revolución y comparten con los revolucionarios una serie de resortes ideológicos que vale la pena considerar.

Creacionismo
Si alguien se pusiera a soñar en una Colombia próspera y estudiara a fondo lo que podría permitir llegar a eso se plantearía el origen de la riqueza y la forma en que se expande. Los revolucionarios y su público, en cuanto sectores parasitarios herederos del viejo orden, reaccionan inmediatamente en contra de todo planteamiento liberal que considerara objetivamente las posibilidades de prosperar. Pero no es que arguyan emocionados haciendo cuentas sobre su futuro y sobre el peligro de la competencia de la clase de gente que les limpia la casa y les sirve tintos en las oficinas, sino que mucho antes de relacionar la prosperidad general con su situación particular se sienten llamados a enmendar agravios derivados del superior desarrollo o poderío de otros países o de la concentración de riqueza en manos de los emprendedores o de los banqueros. Detrás siempre está, por muchas protestas de ateísmo que uno detecte, la certeza de que la ventaja ajena es fruto de alguna transgresión de un orden natural en el que todos recibiríamos lo necesario. Cuando el estudiante adquiere ese "conocimiento" (las universidades a fin de cuentas son creación de las elites políticas y generan su ideología según la conveniencia de aquéllas) el afán justiciero llega a complacer sus necesidades de autoafirmación, de protagonismo y hasta de maduración sexual. El papel de la ideología como prejuicio es más claro que nunca. Cuanto más ignorante sea el joven, por las limitaciones de su medio, más en serio se tomará la misión que sus superiores sociales le asignan. El caso de Iván Ríos es de los más dicientes: oriundo del Putumayo, necesitaba un papel heroico para no obtener siempre el desprecio de sus compañeros de la universidad.

Teleología
"Doctrina de las causas finales" es la definición que da el diccionario para "teleología". Esta "logía" trata de responder a la pregunta "para qué", y siguiendo la tradición ideológica colombiana el vacío de sentido del mundo, y la angustia que podría producir, se remedian inventándole una tarea. En el mundo religioso el mundo existe por el plan de Dios. En la ideología que adopta el revolucionario, se trata de la historia, cuyo objetivo es llegar a la sociedad sin clases. Ortega y Gasset decía que la vida humana necesita aplicarse a algo. El revolucionario encuentra en ese destino del mundo su misión. Claro que es fácil ver que es un pretexto estúpido, que, como decía Gómez Dávila, "Cuando se deje de luchar por la posesión de la propiedad privada se luchará por el usufructo de la propiedad colectiva", pero el matón arrogante que generó el español en América no está para sutilezas. Por eso es completamente imposible una discusión con comunistas en los blogs o en los foros de la prensa, porque la imposición de sus fines justicieros sólo es posible por la violencia y a ella se entregan.

Compensaciones
El creacionismo plantea un freno brusco a toda reflexión autocrítica sobre los propios valores y la teleología, creacionismo a fin de cuentas, brinda una certeza fuera de la cual sólo hay desesperación, pero uno y otra son como las paredes del edificio ideológico del revolucionario. El interior está habitado por el esfuerzo continuo por equilibrar el resentimiento y el servilismo, tarea que es común a la inmensa mayoría de los colombianos. El admirador de Felipe Zuleta es a un tiempo un distinguido intelectual capitalino y un crítico indignado de la desigualdad y la injusticia. El defensor de Bejarano y Ernesto Amézquita (los típicos abogados del samperismo) se siente sin la menor incomodidad agente de la decencia y sin duda colaboró en las elecciones de 2010 en la campaña de Mockus... Así. Personajes como Gustavo Petro o Angelino Garzón ascendieron al nivel de la gente que habla con los banqueros gracias a sus crímenes, pero también a la docilidad con que correspondían al interés de quienes controlaban sus respectivas organizaciones. Hasta la muerte de Gilberto Vieira, Tirofijo obedeció toda la vida sus órdenes...

Atrapados sin salida
En el rango más bajo el guerrillero es literalmente un esclavo, pero a medida que aumenta el mando el responsable de las atrocidades se acerca a la gente que nunca corre riesgos ni se ensucia las manos. No es que den órdenes secretas, aunque cuando Angelino Garzón era miembro del Comité Ejecutivo Central del Partido Comunista, junto con Manuel Cepeda, esas órdenes se daban, sino que prometen a quienes organizan los asesinatos y secuestros un premio para el que hacen todo tipo de presión. Esos pacifistas del nivel alto son los verdaderos empresarios del crimen, y el ritual con el que ilusionan al revolucionario, bien al asesino de vocación montaraz, bien al patán universitario, es como la mezcla de charlatanería y drogas de cualquier secta.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 9 de marzo de 2011.)