martes, julio 10, 2012

Colombia saudí


(Advertencia: esta entrada es continuación de una serie que empecé el año pasado sobre el ciclo histórico colombiano que comienza en la época de la violencia y el Frente Nacional y tiene su centro en la Constitución de 1991: "Memorias del posconflicto"; sobre el sentido y los resultados de la negociación con el M-19, "La creación de la realidad", sobre la historia de esa banda y la ocultación de sus verdaderos líderes; "Ocultos tras el arbusto asesino", sobre el tráfico de drogas y su uso como pretexto de los cómplices del terrorismo; "Déficit de civismo", sobre la indolencia ciudadana como fundamento del reino del crimen e "Ilusiones perdidas" sobre el fracaso del uribismo.)

Democracia
En cualquiera de mis escritos en este blog uso este término para referirme al tipo de organización social y política que impera en los países de Norteamérica y Europa occidental, respecto de los cuales Colombia está tan lejos como cualquier otro país de la zona andina o del continente africano. Puede que incluso peor, porque la disposición de los colombianos a asignar cualquier nombre a cualquier cosa agrava la situación. El mismo partido encargado de cobrar los crímenes y forzar la renuncia a la voluntad ciudadana en favor de la imposición de unos asesinos se llama "Polo Democrático". Resumiendo un poco, Colombia es un país semiesclavista con ciertas similitudes con el desaparecido régimen de Apartheid de Sudáfrica, con la Rusia poscomunista y con algunas sociedades árabes. Aunque hay que insistir: en ninguna otra parte es tan obscena la corrupción del lenguaje, en ninguna parte el despojo por parte de una minoría parasitaria se disfraza a tal punto de igualitarismo e indignación moral, en ninguna otra parte se agrava el índice Gini subvencionando copiosamente a los ricos, cuya única ocupación es quejarse del índice Gini, no porque estén descontentos de sí mismos sino sólo como pretexto para robar y parasitar más.

Porfiriato y príato
Respecto de la democracia, hay que pensar que es inconcebible si no hay demócratas. Y más aún, que no puede haber gobierno del pueblo si éste se desentiende del interés común. ¿Hay demócratas en Colombia? Sí, dado que cualquier palabra significa cualquier cosa. De otro modo no. El segundo gobierno de Uribe dejó mucho que pensar. ¿A cuánta gente le molestó la mamarrachada del Estado de Opinión, que no vacilaban en defender en presencia de personajes que podrían darla a conocer en el exterior, con la consiguiente humillación para el país, como Savater o el séquito del príncipe Felipe de Borbón? Bueno, no hay que complicarse la vida: ¡a muchísima gente le molestó lo del Estado de Opinión!, lástima que fuera, de la primera persona a la última, la misma gente que aplaudía el Caguán y aplaude la disposición de Santos a premiar a los terroristas. Cuando uno reprocha a los uribistas esa deriva caudillista siempre lo encuentran ambiguo: ¿será uno partidario del Caguán? La democracia les resulta a los colombianos como un unicornio que apreciarían si lo pudieran concebir.

Para encontrar símiles, el gobierno de Uribe fue el intento fallido de un porfiriato, que es como se llamó en México al régimen que imperó en las décadas de cambio del siglo XIX al XX: una autocracia plebiscitaria dispuesta a acomodar las leyes a su voluntad y a prescindir de la alternancia. Ese proyecto no fracasó, como ya he explicado, porque hubiera resistencia de los demócratas sino porque el aparato estatal lo controla gente que tiene otros propósitos. Con el ascenso de Santos y su Unidad Nacional (proyecto del que hablaba hace años Eduardo Posada Carbó, que no en balde resultó entusiasta del premio a las FARC, y del que me ocupé en este blog) se pretende instaurar una especie de príato, la larga dictadura de un partido único que agrupa a los diversos usufructuarios del Estado. Está por verse si funciona, lo cierto es que al no haber demócratas la resistencia al proyecto es en la práctica nula y los mismos entusiastas de la segunda reelección de Uribe que conservaron algún cargo con Santos se han convertido en sus perseguidores más rabiosos.

Las perspectivas de éxito del nuevo proyecto dependen del difícil equilibrio entre las diversas facciones de herederos de cargos públicos que definen a la vieja Colombia. Eso hace pensar en las dificultades que encontraría Santos si quisiera presentarse a la reelección: lo que permitió el éxito del PRI durante siete décadas fue el ajuste interno previo a la elección. La hegemonía de una misma camarilla habría echado a perder el proyecto.

Prosperidad inesperada
Las perspectivas económicas de Colombia variaron radicalmente en los últimos años gracias al aumento de las diversas actividades de extracción que permitió el avance de la política de Seguridad Democrática en los años de Uribe y a la multiplicación del precio de las materias primas. Los esfuerzos del anterior gobierno por alentar la actividad productiva autónoma pueden haber empezado a caer en saco roto sin que se note, debido a que aumentan los ingresos del país. La reciente prosperidad alienta a su vez la rapiña y la adhesión al régimen, que no vacila en gastarla en comprar apoyos. No otra cosa es la Ley de Víctimas. No otra cosa es la multiplicación del funcionariado.

La disposición de Santos a entenderse con los gobiernos del Foro de Sao Paulo se explica a la luz de esa situación: fue exactamente lo que hizo el PRI, que hasta permitía una oficina de las FARC en México. Los comunistas en Colombia tienen una enorme influencia al haberse hecho con el control de importantes nóminas del Estado, en la justicia y la educación. Lo más sensato es buscar gobernabilidad gracias a su apoyo. El control de los medios de comunicación, reforzado por la concentración del ingreso en el mismo Estado, hace que la resistencia ciudadana al giro emprendido se minimice.

Santos parece aplicar el viejo consejo de un emperador romano: "Paga a los soldados y olvídate del resto". Le basta con comprar a los lagartos y ya cuenta con mantener aprobación y apoyo. La increíble incapacidad de ejecución del gasto lo demuestra: los únicos recursos que importan son los que permiten comprar apoyos. El régimen tiene una enorme similitud con el de Putin.

En una ocasión explicaba Carlos Alberto Montaner la forzosa inclinación de Chávez a destruir empresas y arruinar toda economía independiente: de ahí saldrían los anunciantes de una prensa crítica y los financiadores de políticos de oposición. El mismo impulso se ve en Santos, y para nadie es un misterio el aumento de la concentración de los recursos en el Estado. Pero es más interesante lo que ocurre con los sindicatos. Forzados a aceptar el TLC, los demócratas estadounidenses encontraron en la alianza con los sindicatos colombianos una forma de anularlo en la práctica, con la colaboración del gobierno de Santos (como explica Rudolf Hommes en este artículo), necesitado de buscar clientelas para su proyecto y de anular cualquier competencia empresarial.

Está por verse si les dará resultado. Obviamente las materias primas no alcanzarán para que el país sea como Arabia Saudí, pero eso nunca ha importado: al igual que en las repúblicas hermanas, al igual que en varios siglos, la generosidad del gobierno permitirá a unos cuantos emigrar con grandes recursos y asimilarse a países avanzados.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 9 de marzo de 2012.)