lunes, mayo 02, 2011

La estupidez del metro

En el triunfo de Samuel Moreno Rojas en las elecciones de 2007 a la alcaldía de Bogotá influyeron decisivamente los rumores calumniosos contra Peñalosa, la candidatura sospechosa de William Vinasco, las viejas prácticas de la maquinaria que heredaron los "liberales" de Martha Catalina Daniels, las clientelas sindicales, que a la hora de una elección sólo son determinantes en Bogotá, y la capacidad de manipular conciencias de Fecode y el profesorado universitario. El resto fue la promesa del metro. Sería difícil decir cuánto pesó cada elemento, pero la ilusión del metro no era mucho mejor motivo para votar por Samu El Alcalde que las demás. Bueno, siempre suponiendo que ese eslogan, herencia del estilo de Luis Eduardo Garzón, no aportara muchos votos. Nunca se sabe.

Los motivos que uno lee para reivindicar la construcción de un metro en Bogotá siempre dejan ver que las personas que los proclaman no saben realmente qué es un ferrocarril de ese tipo, que no se han puesto a pensar seriamente en el costo real de una obra semejante y que no han considerado las causas de la continua crisis de movilidad de la ciudad. Parece como si siempre funcionara con ellos el resorte de quienes pasaron su juventud sin oír la Desiderata:
Si te comparas con los demás
resultarás vano y amargado
pues siempre habrá personas más grandes
y más pequeñas que tú.
¿Qué importancia tiene que en todas las grandes ciudades haya metro? En una época se decía que las clases altas de los países tropicales vivían obsesionadas por usar lo mismo que los lores británicos, por mucho que no correspondiera al clima de sus países. La humillación de no tener metro parece más propia de tontos vanidosos y desocupados que de personas sometidas a la vejación diaria del pico y placa, a los trancones o a los desplazamientos interminables en buses.

Los continuos estudios y planes para construir el metro en cambio convienen mucho a los políticos, que siempre tienen excusa para dejar la presentación de resultados para la generación siguiente y que en cambio disponen de cantidades fabulosas de dinero, que siempre da para mejorar el propio patrimonio o al menos la propia carrera política. Eso no inquieta mucho a los entusiastas, que en realidad admiran la astucia y eficiencia de esos políticos a la hora de prosperar por esos medios. La corrupción opera exactamente como un esquema de Ponzi ("pirámides"), con unos perdedores que por una parte aceptan el juego y por la otra llegan demasiado tarde al reparto.

Puestos a pensar en la conveniencia de semejante medio de transporte convendría plantearse cuánto cuesta. Los ciudadanos de las grandes metrópolis europeas pueden pagar la construcción de metros, pero por una parte eso ocurrió hace muchas décadas, y por la otra también pueden pagar lujos que en Colombia sólo alcanzan los altos funcionarios del gobierno o gente de ese nivel de poder adquisitivo, que en su mayoría son asalariados.

Lo que no se tiene en cuenta es que la densidad de una ciudad europea es muchísimo mayor que la de Bogotá. Entonces, cada tramo del metro lo pagarían en Bogotá cinco veces menos ciudadanos (es un decir) con cinco veces menos ingresos, con lo que la carga sería 25 veces mayor. Eso sin contar que la altísima proporción de ciudadanos indigentes o muy pobres haría que los demás tuvieran que pagar mucho más, y que de todos modos ninguna ciudad europea se plantea construir un metro ahora partiendo de cero.

Para formarse una idea de lo que cuesta ese sueño baste pensar en los horrorosos puentes elevados que uno ve en Bogotá, a veces a escasos metros de las casas, como en la calle 53. ¿Cómo es que no hacen los puentes a ras del suelo haciendo pasar los vehículos por debajo? Pues porque es mucho más caro. El metro significaría hacer eso, pero no por tramos de unas decenas de metros sino por decenas de kilómetros. Y eso sin contar las dificultades particulares del suelo de la capital.

Uno escribe "decenas de kilómetros" pero ¿cómo cuántas decenas? La respuesta es para desesperar. Si sólo se hiciera una línea como quien dice por debajo de la Caracas, por una parte el resto de la ciudad seguiría igual de congestionado, pero por la otra los usuarios que quisieran llegar al norte desde el sur aprovechando la mayor rapidez del desplazamiento serían tantos que se echarían de menos las comodidades de "Transmilleno". Por eso decía que ese sueño ilusiona a gente que no sabe qué es un metro.

Las razones se van acumulando hasta desesperar. ¿Cómo es que no hay recursos para tapar los baches de las calles, que hacen de Bogotá una urbe africana mucho más que la falta de metro? Parece como si eso fuera llevadero en comparación con el agravio que representa la ventaja de los paisas.

En fin: una red de metro que realmente cubriera a Bogotá como a una gran ciudad europea costaría muchísimo más que por ejemplo un tren bala a la Costa o a Buenaventura. Costaría el PIB de muchos años y de ninguna manera lo podríamos pagar. Una sola línea no resolvería en absoluto el problema de movilidad y sólo significaría un endeudamiento mucho mayor, por no mencionar que el costo seguiría siendo espantoso.

En cambio, y es lo fascinante, a los que gobiernan muchas ciudades europeas les gustaría tener como en Bogotá territorios casi inagotables en los que los inversores privados derribarían viviendas precarias para construir rascacielos y equipamientos urbanos modernos cerca de los lugares céntricos. El gran problema en esas ciudades es el precio del suelo, que en Bogotá resultaría irrisorio en comparación con lo que costaría el metro y que no saldría del bolsillo del contribuyente. Baste pensar en la zona que se extiende al sur de la Candelaria, hacia Los Laches y los barrios que hay al sur para plantearse una reforma que atrajera a muchas personas acomodadas y usuarias de automóvil al centro de la ciudad, cerca de donde vivían sus bisabuelos, de la vida bohemia y del patrimonio urbano y nacional. No sólo se trata de los ricos locales, sino de posibles inmigrantes acomodados de todo tipo, de turistas y de empleados de empresas extranjeras. Y la reducción de desplazamientos en carro ahorraría tanta contaminación como el metro, por no hablar de los que se harían en ascensor, en bicicleta o a pie, en entornos más seguros y gratos que los extrarradios cada vez más remotos a que suelen huir los ricos.

Todo el entorno del centro de la ciudad es susceptible de reformas de ese tipo: con mayores posibilidades de vías anchas y parqueaderos, con mejores zonas verdes y todo tipo de equipamientos que cada vez se solicitan más y podrían pagarse si la economía del país en el medio plazo mejora.

La movilidad podría mejorar mucho por una parte ampliando las vías que van pegadas a los cerros orientales (no a costa de éstos, que de todos modos siempre han sido pasto de invasiones, y en las que podría construirse algún tipo de tranvía o tren ligero), y por la otra construyendo una vía realmente amplia entre la Caracas y la carrera 30, demoliendo manzanas enteras de viviendas deterioradas: con todo, lo que costara indemnizar a los dueños y a los inquilinos, sería muchísimo menos que el precio del metro. Y lo mismo se podría plantear con vías que atravesaran la ciudad en dirección este-oeste.

Ojalá los candidatos a alcaldes y concejales tengan algo que decir sobre esto. Y ojalá los votantes se informen un poco mejor, de modo que las tremendas posibilidades de la ciudad, sobre todo de su zona céntrica, se aprovechen y la construcción sirva de verdad como locomotora de la economía.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 26 de enero de 2011.)