Tras la conquista de Venezuela y de su fabulosa riqueza petrolífera, el control del narcotráfico y la fundación del Foro de Sao Paulo, hechos que permitieron el triunfo de Lula da Silva y otros personajes similares en varios países de la región, el marxismo volvió a ser actualidad, en gran medida porque esa doctrina del siglo xix sirve a los nuevos dominadores (meros bandidos parecidos a los guerrilleros y magistrados colombianos, como de hecho lo fueron los líderes de todos los regímenes comunistas del siglo pasado) como cosmogonía que se impone sobre las restricciones morales y por eso resulta una tecnología de dominación muy eficaz.
Conviene detenerse en el personaje de Marx para entender su doctrina y lo que implica. Por desgracia, la inmensa mayoría de los colombianos que no comparten las ideas comunistas lo conciben como un demonio todopoderoso que trajo la maldad más perfecta a un mundo que hasta entonces parecía equilibrado.
Marx procedía de una próspera familia de origen judío convertida al protestantismo, lo que ha animado toda clase de habladurías antisemitas. Un primo suyo fue el patriarca de la empresa Philips. Estudió Filosofía en Berlín, donde había enseñado Hegel unas décadas antes y aún se sentía su influencia. La ambición del joven filósofo lo llevó a querer corregir al maestro adaptando su dialéctica al «materialismo» que habían desarrollado otros pensadores del mismo ambiente. Al emigrar a París estableció relaciones con diversos teóricos socialistas y se interesó por la economía política de Adam Smith y David Ricardo.
Ésas son las «tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo», a que aludía Lenin en un texto famoso. A grandes rasgos —según lo explicado en el Manifiesto del partido comunista, encargado por la Liga de los Comunistas, que era antes un grupo cristiano—, la teoría marxista afirma que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, que ha pasado por diversas fases desde el comunismo primitivo hasta el capitalismo, que será superado por una nueva sociedad en la que no habrá clases ni Estado (pues éste es un aparato de dominación).
La adaptación que hace Marx de la economía política deja ver las limitaciones de su profesión de filósofo y a la vez su ambición. Parece que ve el mundo del trabajo como los señoritos comunistas colombianos de hace cincuenta años veían a los obreros, material rosado o marrón embutido dentro de un overol, abstracciones ciegas y sordas a la realidad. Según la teoría de la plusvalía, la ganancia del capitalista equivale a las horas que no paga a los trabajadores, siendo que la labor de todos estos vale lo mismo, tanto la del que diseña un zapato como la del que carga los materiales. Es un desarrollo teórico de ideas de Ricardo, que esquematiza hasta hacerlas grotescas. Cualquiera que conozca una fábrica o siquiera un taller podrá comprobar lo disparatado de todo eso.
A pesar de su fama, Marx tiende a simplificaciones más bien burdas y falaces. El hecho de que un grupo de personas posean los «medios de producción» se atribuye a que despojaron de ellos al resto de la sociedad, lo cual es una idea muy tonta: todo el mundo sabe que las máquinas se las inventa alguien y se fabrican con la inversión de alguien. El procedimiento de concebirlas como propiedad de toda la humanidad es un recurso demagógico que define la doctrina marxista y se reproduce en toda la propaganda. El origen del capital, la «acumulación originaria» se atribuye en el caso inglés a un supuesto despojo de tierras que llevaron a cabo algunos aristócratas en el siglo xvii, cosa también absurda porque todo el mundo ha visto gente que se ha enriquecido partiendo casi de cero, gracias a decisiones acertadas y productos que gustan al público.
Tan ajeno es Marx al mundo del trabajo, tan llena de charlatanería profesoral es su doctrina, que no vacila en imaginar un mundo futuro en el que el trabajo «no sea simplemente un medio de vida sino la primera necesidad vital» (es decir, que pudiendo la gente quedarse retozando todo el día y disfrutando de manjares y bebidas, tiene un impulso espiritual superior que la lleva a levantarse a limpiar las alcantarillas). Cuando «corran a chorro los manantiales de la riqueza colectiva […] la sociedad podrá escribir en sus banderas “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”».
Se suele concebir el comunismo como un régimen de despojo y terror a manos de bandas de conspiradores y demagogos que se apropian de todo, y que casi siempre son meros malhechores sin escrúpulos, ansiosos como todo el mundo de riquezas, mando y prestigio. Eso se da porque la revolución socialista es como una operación de conquista; para entender esto basta ponerse en el lugar de los aborígenes americanos antes del siglo xvi. Esa conquista no necesitaría del marxismo, ya había ocurrido con la Revolución francesa, cuyo ejemplo inflamaba muchas cabecitas en todo el siglo xix. Esa subversión y esa tiranía son casi comprensibles y casi corrientes, baste ver la facilidad con que la mayoría de la gente saquea las tiendas si tiene la certeza de quedar impune; por ejemplo, ocurrió en el nazismo, aunque entonces las víctimas directas del despojo y el exterminio eran una minoría étnica.
Lo interesante del marxismo, lo que hace que mucha gente lo haya seguido «de buena fe» y se haya ilusionado con él, es el paraíso en que concluiría la historia de la humanidad dividida en clases. Ese ensueño va más allá de la envidia y el resentimiento, que son pura maldad reactiva, pues para convertirse en mártires, como lo fueron muchos por el ideal comunista, hace falta algo más que concupiscencia. Y sin duda conviene detenerse a pensar en lo que es realmente: ¿cómo será la vida cuando cada uno reciba según sus necesidades y aporte según sus capacidades? ¿Quién evaluará cuáles son esas necesidades y esas capacidades? ¿De qué modo querrán todos trabajar placenteramente para aportar a la riqueza colectiva?
Lo entendí viendo en el canal AMC Crime reportajes sobre sectas «destructivas», que funcionan con base en la supresión de la individualidad. El «hombre nuevo» de la sociedad comunista es el miembro de una secta que ha renunciado a sus fines individuales y termina suprimiendo hasta el instinto de supervivencia. La sociedad sin clases es la sociedad sin individuos libres, conclusión a la que también se podría llegar entendiendo que la libertad individual y la propiedad privada son lo mismo.
Para resumir, la teoría económica de Marx sólo es retórica profesoral, nadie ha contribuido al «avance de las fuerzas productivas» con ella, su proyecto redentor conduce a una vida animalizada y su filosofía es pura charlatanería de líder de secta.
(Publicado en el portal IFM el 2 de septiembre de 2022.)