miércoles, agosto 04, 2004

La revolución como statu quo

En cierta medida, en Colombia, la revolución ya ocurrió muchas veces, y todo lo que vivimos es el periodo de asentamiento de esas revoluciones, un proceso que puede durar siglos y fermentarse con los residuos de las sucesivas revoluciones que nos esperan.

El poder político se lo reparten los herederos del gaitanismo con los herederos del Frente Nacional, con los herederos del MRL, con los herederos del camilismo, con los herederos del anapismo, con los herederos del maoísmo (admirables colombianos éstos, como el cineasta Sergio Cabrera, cuyo talento la historia lamentará más que el de Laureano Gómez), con los herederos del guevarismo, y con los nietos del "combo" de María Cano y Luis Vidales, y con los talentosos soñadores y dialécticos de las organizaciones de izquierda del movimiento estudiantil (semillero de la intelectualidad actual), y con los nadaístas, y con los viriles esgrimistas de la espada del rey Arturo, y con los que vieron publicados sus primeros escritos en "Alternativa", y con los del "kínder", y con los que llegaron a constituyentes en el 91 y con los de los sindicatos y con los contemporizadores que llegaron en su gandhismo hasta a hablar con Pablo o con el mítico Tirofijo (ese Sandokán longevo de una pesadilla) y sobre todo con los miles y miles y miles y miles y miles de colombianos que han prosperado gracias al poder que alcanzaron los míticos Pablo, Tirofijo, Castaño, etcétera, (o bien han alcanzado la gloria literaria, que pese a la crítica entusiasta, las novelas no habían deparado).

Cuesta digerir tanta revolución.

La elección de Pastrana fue el primer paso de la contrarrevolución, el gobierno godo como alternativa al fracaso liberal. Y el sentido de esa votación era: "Bueno, salgamos de ésta pagando el precio que haya que pagar a los guerrilleros y emprendamos de una vez el camino del desarrollo y reconciliémonos con Estados Unidos y reduzcamos la violencia". Esa actitud apaciguadora la compartía una gama amplia de la ciudadanía. Los pastranistas sólo fueron los intérpretes de la sensatez popular, que es la clase de entereza de quien tiene medio país plagado de adolescentes que disparan antes de preguntar y prosperan gracias a ello.

El empeoramiento de la situación trajo otra reacción de la gente. Si eligiendo a Pastrana rechazaban la revolución, eligiendo a Uribe emprenden la contrarrevolución. Y el sentido de este gobierno en última instancia es "Vamos a imponer las leyes, aunque para eso tengamos a contratar al mismísimo Stallone como responsable de la policía".

Una revolución es el dominio del fuerte sobre el débil, la destrucción de los lazos de convivencia y del orden social por parte de una minoría, o bien de una mayoría que está efectivamente impedida de imponer sus intereses, como ocurrió en 1989 en Europa central. Una revolución es una apuesta que puede dejar réditos fabulosos a quien la emprende, y todas las revoluciones de las últimas décadas han dejado sus clases altas con una dosis considerable de poder.

Una contrarrevolución es el retorno a una situación anterior. Y lo que pasa es que hasta hace poco a la mayoría de la gente no le parecía envidiable la situación de las generaciones anteriores mientras que ahora hay muchos que empiezan a idealizar la Colombia de 1969. La condición de una contrarrevolución, lo que hace que no sea otra revolución, es la disposición a entregar el poder a quien resulte legitimado por la tradición. (Como el franquismo en España, que terminó volviendo a la monarquía constitucional y renunciando a su continuidad.)

En Colombia hay unas instituciones democráticas débiles y a menudo falseadas, pero son lo mejor que tenemos. Es muy fácil imaginarse que el bienestar general de la gente de los países ricos, que se ve como modelo, es un estado natural, cuando, como toda la cultura, es una construcción complejísima y frágil. Si comparamos las instituciones colombianas con las británicas, sin duda nuestra situación es deprimente. Pero ¿qué pasaría si comparamos nuestro desempeño en los Juegos Olímpicos o en el mundo universitario?

¡Es increíble que para tantos colombianos la supresión de las urnas sea menos escandalosa que la supresión de las universidades! Esto último ocurre con mayor frecuencia en las capas altas de la sociedad, pues a fin de cuentas quienes forman parte de las capas altas de la sociedad son los nietos de gente que tuvo relación con el gaitanismo o el MRL o alguno, o varios, de los demás. La verdadera vocación del colombiano es la política, y la revolución es una técnica muy eficaz del gremio político. Aciertan quienes señalan al uribismo como un neoconservadurismo, pero eso ocurre como respuesta de la mayoría ante la arrogancia y mezquindad increíble de todos los revolucionarios.

La segunda cosa que requiere el gobierno de Uribe para ser la contrarrevolución y no otra revolución es perpetuarse en forma de partido del Imperio de la Ley. Al mismo tiempo enlazar con la tradición colombiana tratando de interpretarla. Poniendo por encima del interés de complacer a los nietos de López Pumarejo, Santos o los Lleras, el de estudiar el desarrollo institucional de esos periodos y fundar un partido progresista y civilizador cuyo ideario sea la proyección de esa tradición. Si no consigue eso, dejará las puertas abiertas a otra revolución, se convertirá en otra revolución, y dejará su estela de “poderes fácticos” más interesados en defender su sueldo parasitario que el bienestar general. Y por otra parte, nada nos garantiza que vayamos a ganar la guerra contra las FARC: sin un avance militar significativo, es posible que el terrorismo cree una situación desesperada que conduzca a un triunfo de las FARC.

Si uno se pone a pensar en lo que pasaría si eso llegara a ocurrir. ¡Pues descubre que dentro de las mismas FARC y de su base social empezarán a formarse los bandos y la generación de otros herederos que reclamarán su tajada junto con los herederos del camilismo y los del protobolivarismo pseudoanapista, etcétera, o mejor dicho, cada uno de estos grupos reclamaría su tajada y apoyaría al bando de las FARC que favoreciera su interés, generando otra guerra civil en la que la violencia sería aún más tolerada por la sociedad.

En otras palabras, el uribismo es el intento de sostener la legitimidad de las urnas y la restitución del derecho. No porque nuestra tradición institucional sea ejemplar y admirable, sino porque nuestras desgracias proceden del deseo de destruirla, utopía adolescente que sirve de máscara a quienes EXPLOTAN el derramamiento de sangre para ocupar posiciones de poder, o sea, los herederos de las continuas revoluciones. Y si se trata de restituir una legitimidad, ¿no se está alterando el statu quo? ¿Cuál será ese statu quo?

Pues el del poder revolucionario.

En Colombia la revolución ya triunfó, todo lo que ha pasado desde el gobierno de Betancurt es el poder revolucionario, más o menos lo que los revolucionarios hacen en cuanto triunfan. Lo que pasa es que esos revolucionarios también son herederos de gente que no tenía poder por ningún mérito sino por sus relaciones y su abolengo... Son los enredadores profesionales de la “academia” o de la prensa.

La revolución es la bota pantanera que aplasta sin cesar la rala hierba institucional que ha crecido en nuestro lodazal, el estudiante de derecho que planea el uso de unos juristas como rehenes para hacerse amo de la sociedad, la retórica de unos políticos que se encarnan en voceros de la legitimidad democrática cuando su poder se construyó mediante hechos tan admirables como el secuestro y asesinato de José Raquel Mercado.

El sentido de la contrarrevolución uribista es salvar esas semillas, contraponer la cultura de la equidad al actual predominio de los que matan y trafican con droga o prosperan justificando a los que matan y trafican con droga, de los revolucionarios eternos con su disco rayado de exterminios cíclicos y mentiras recurrentes.

Vamos a salir de este edén de triunfo revolucionario hacia el único mundo posible: el de la institucionalidad democrática. Esa voluntad de la mayoría uribista durará décadas, y terminará imponiéndose a la pretensión de los monopolios de prensa que favorecen una institucionalidad en la que el poder de la bota pantanera no haya sido abatido sino precisamente obedecido. (¿O es que yo no sé leer? ¿Qué es lo que en última instancia proponen El Tiempo-Semana-Hoy, o El Espectador-Cromos-Caracol, o Cambio?)

Lo que no se entiende es que no haya una voluntad de agrupar a esa mayoría social y comprometerla con unos dirigentes que exhiban un programa de largo plazo. ¿Tal vez todos temen perder el favor de esos amos, que sin duda seguirán contando durante décadas en la vida colombiana y que se dedican a urdir mentiras para justificar el poder guerrillero, o sea, el poder propio basado en la amenaza de una tropa numerosa, altanera y hambienta? ¿Es que nadie ha entendido que el objeto de ese poder es oprimirnos a todos los demás, y que cuando favorece a uno lo hace a costa de la pobreza de diez más? ¿Para qué van a querer que lo que votemos no cuente, si no es para ensanchar su poder a costa nuestra? ¿Cuántos secuestrados no habrán compartido las tesis de Enrique Santos Calderón? ¿Cuántos no habrán prosperado relacionándose con gente así?

El sentido del secuestro es éste: los intelectuales de izquierda hacen el papel de Dios delante de Job, la voluntad de la gran figura revolucionaria cuenta infinitamente, da y quita a capricho, mientras que la marioneta que se le somete sólo puede agradecer o resignarse. Del mismo modo que el adicto a la ruleta debe recordar siempre que el sentido del casino es quedarse con su dinero, el sentido de los favores y del predominio de los amos de Colombia es mantenernos como criaturas inferiores que se arrastran para no resultar calumniadas o amenazadas o desplazadas.

Mientras no haya quien agrupe a la sociedad contra este poder guerrillero, se seguirán alimentando las esperanzas de muchos de prosperar colaborando en la compra de explosivos para volar el club de los rivales de los amos de Colombia, hecho que la prensa y los intelectuales lamentan con las palabras más galanas al tiempo que se lo aprovechan para fomentar el pacifismo y rechazar cualquier pretensión de involucrar a la población civil en el conflicto o de aumentar el gasto militar.

Pero a lo mejor el político o el periodista que se atrevan a hacerlo, a denunciar a los que encargan las masacres, termina liderando una corriente poderosa, pues ya es mucha gente en Colombia la que quiere insolentarse frente a los amos que patrocinan las masacres y el oligopolio de la información, que termina ejerciendo su censura.

¿O es que hay algún medio en Colombia que denuncie las manipulaciones de los amigos de las guerrillas para desarmar a la sociedad frente al terror?

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