jueves, septiembre 05, 2013

Habla Pablo Catatumbo

Sísifo fue condenado por los dioses a subir una piedra hasta una cima y dejarla rodar, para volver a empezar. Escribir un blog sobre Colombia es algo así. Repetir y repetir la misma acción tratando de comunicar lo incomunicable con el triste resultado de que realmente eso interesa a muy poca gente.

¿Por qué empiezo hablando de lo incomunicable? Porque el título que he puesto a este artículo corresponde a un titular de la revista Semana y es algo que sólo podría ocurrir en Colombia, algo que ya lo dice todo y realmente no importa qué diga ese asesino porque el problema es que hable. Es decir, el problema es una sociedad que permite a los criminales ejercer de figuras mediáticas como si hubieran hecho méritos para eso.

Es incomunicable porque los colombianos no entienden que su mundo no es el del resto de la humanidad y creen que por ejemplo en España alguna vez algún periódico de gran circulación podría entrevistar a algún jefe terrorista para divulgar sus ideas. Insisto: ¿dónde ocurre algo así? En ninguna parte, pero es inconcebible que un colombiano admita que eso pasa: lo impone una deformidad profunda que hay en su interior y no en entidades que no controla (y que en realidad le sirven de pretexto).

Como si uno llega a la casa y el padre lo saluda sonriendo: "Estaba bueno tu hermano", al que se acaba de comer. Algo así sería para cualquier persona de un país civilizado ese titular, pero no abundarán los colombianos que quieran admitir lo monstruoso de su realidad. Los asesinatos son algo insignificante al lado de esa "naturalidad" con que sus autores aparecen en la prensa, es decir, con que los colombianos toleran que se los impongan como amos. Se vuelve un ciclo fatal porque ya tienen ocupando altos cargos a Angelino Garzón y Luis Eduardo Garzón, miembros del Comité Central del Partido Comunista cuando éste era abiertamente lo mismo que las FARC, o a Petro, procesado en su día por homicidio y terrorismo e indultado gracias a la "paz" de los ochenta. Los asesinos persistirán porque los colombianos, las personas concretas como el improbable lector de este artículo, lo toleran.
Uno de los hombres fuertes de las Farc habla con María Jimena Duzán sobre las posibilidades de un acuerdo.
Al leer lo de "hombre fuerte" referido a ese asesino me acordé de Salomón Kalmanovitz, el cuñado de la entrevistadora, que hace poco publicó una columna titulada "La república de los señores de la guerra". Citó dos prodigios de esa obra para que el lector entienda de qué se trata:
Los modernos señores de la guerra desplazaron a 700.000 familias de 7 millones de hectáreas en los últimos 25 años. Contaron con 35% de la representación congresional, con innumerables alcaldías y gobernaciones y fueron base política del presidente Uribe.
Si hubiera la más remota posibilidad de asociar realmente a Uribe con los paramilitares hace tiempo que sería la obsesión de todos los medios, pero eso no disuade en absoluto a este viejo marxista de calumniarlo: está en la naturaleza del colombiano, en su bajeza y servilismo. El gobierno apoyado por la mayoría porque multiplicó la renta general y el bienestar y redujo drásticamente los homicidios y secuestros resulta ser el de los "señores de la guerra" mientras que los responsables de asesinar a cientos de miles de personas y secuestrar a decenas de miles son "hombres fuertes".

Para que el lector no se engañe sobre lo que son esos señores de la guerra vale la pena prestar atención al final del escrito de ese decano que probablemente tendrá su ministerio cuando los billones de pesos obtenidos con la extorsión y el asesinato por su Servicio Doméstico Armado estén lavados gracias a la alianza de Santos con el crimen.
Si el proceso de paz con las Farc es exitoso, se podría comenzar a marchitar la estructura política de los señores de la guerra, que tan bien se complementa con el clientelismo. Ellos perpetúan el atraso, la pobreza y la exclusión política, garantizan además que los dueños de la tierra no tributen, como los nobles en la Edad Media. Podríamos entrar en una fase de competencia política basada en la argumentación ideológica. Podríamos construir un Estado fuerte, basado en un servicio civil meritocrático incorruptible. Podríamos superar, por fin, la barbarie de los señores de la guerra.
¿Se entiende? Las personas bomba y las minas quiebrapata tienen por objeto "marchitar la estructura política de los señores de la guerra", que es aquella en la que la gente decide qué programa de gobierno prefiere y no el que le impongan los "hombres fuertes" de la paz, cuyo capital político son los asesinatos. ¡Así se saldrá del atraso, la pobreza y la exclusión política!, que es lo que hay cuando se respeta la voluntad de los ciudadanos. Y como son los dueños de casi toda la tierra, con derecho de pernada en las tales "zonas de reserva campesina" (no es exactamente derecho de pernada sino licencia para matar y mucho más), están ansiosos por tributar. ¡Podríamos entrar en una fase de competencia política basada en la argumentación ideológica! Obvio, ¿para qué va a hacer falta refrendar lo que acuerde el gobierno y los terroristas si ya hay competencia política basada en la argumentación ideológica? Gracias a esa negociación habrá un servicio civil meritocrático incorruptible...

El señor Kalmanovitz es un decano de Economía. En una época yo conocía "argumentos" de parecida nobleza en el blog de otro decano, Alejandro Gaviria, que después llegó a ser ministro en el gobierno que busca tan promisorio paraíso de paz y civilización. Es que el terrorismo sólo es el viejo orden que ha hecho de la universidad un búnker en el cual defender privilegios infames con razonamientos de esa categoría.
“Vemos al general naranjo y al general mora como dos adversarios dentro de una confrontación política en la que ellos están en un bando y nosotros en el otro.”
Una confrontación de póquer que sin la menor duda les generará a esos generales una mejora patrimonial gracias a los cientos de toneladas de cocaína que ayudan a exportar mientras se consuma el lavado de activos. Francamente, perdón si se sorprenden (yo he dedicado mucho tiempo a limpiarme lo colombiano), la idea de que no se lucran de ayudar a matar a sus subalternos, de que lo hacen por "idealismo" (la endemia más enternecedora de Colombia es el idealismo lambón) es más monstruosa aún.
MARÍA JIMENA DUZÁN: ¿Hace cuánto no salía del monte? 
PABLO CATATUMBO: A la civilización no vengo desde las negociaciones de Tlaxcala. Es decir, desde hace casi 25 años. Y hace 12 no veía a Iván Márquez.

M. J. D.: Usted fue el primer miembro del secretariado que dio el paso que inició este proceso de paz. ¿Qué lo motivó a darlo?
 
P. C.: Es cierto. Las exploraciones comenzaron con el gobierno de Uribe cuando nos envió una carta, firmada por el entonces comisionado Frank Pearl. En ese momento, sin embargo, consideramos que no era viable insistir en un proceso de paz cuando su mandato estaba acabando.
Esta señora protagoniza una labor obsesiva de su revista de entrevistar continuamente a los jefes terroristas. Es una tarea de legitimación bastante descarada, pero tiene que ver con toda su trayectoria: es otra mártir heredera, como Iván Cepeda o Abad Faciolince. Perdió a su hermana, la esposa de Kalmanovitz, que se había ido a proteger a los campesinos en una región casualmente llena de terroristas. En tiempos del Caguán recibió el consulado en Barcelona como gesto de Pastrana hacia las FARC. Entre las cosas que recuerdo de su principado están que tenía sede en la calle más prestigiosa y sin duda más cara de la ciudad y tenía a una hija de Alfredo Molano de "agregada cultural". Obviamente representaba a las FARC, como de hecho ocurrió con un hermano de alias Alfonso Cano y muchísimos otros personajes: la paz de ahora es sólo un paso más de algo que ya ocurrió en los ochenta y noventa, cuando el asesinato y el secuestro se premiaban con puestos diplomáticos.

La respuesta del asesino pretende legitimar la manguala de La Habana como algo que comenzó Uribe: como si proponer negociaciones fuera lo mismo que hace Santos, que sencillamente les entrega el país. O mejor dicho, asegura el control con el pretexto de calmar al servicio doméstico armado de su clan.
M. J. D.: ¿Y por qué decidieron iniciar los diálogos exploratorios con el gobierno Santos? 
P. C.: Porque las cartas que él nos mandó y los mensajes que nos hizo llegar tenían otro contenido. Además, estaba comenzado un gobierno y desde el día de su posesión el presidente dijo que no tenía cerradas las puertas de la paz y que las llaves las tenía él. Con Alfonso Cano y el secretariado analizamos esa alocución y nos pareció que ahí había un mensaje. Sentimos que había la posibilidad de llegar a encontrar una solución política, que nunca ha estado ausente de nuestro planteamiento estratégico. El resto no se lo puedo decir porque tenemos compromisos de confidencialidad con el presidente, que ambos hemos respetado.

M. J. D.: ¿Qué impacto puede tener en el proceso de paz la posible reelección del presidente Santos?

P. C.: Me parece positivo. Si el presidente es reelegido se le da continuidad al proceso. De otro lado, le da la oportunidad para que lo defienda, cosa que no ha hecho hasta ahora con suficiente fuerza y convicción.
Al mismo tiempo que se legitima a los asesinos, se mete una "cuña" para favorecer al tío del director de la revista en sus anhelos reeleccionistas, ligados a la posibilidad de la paz, que no consiste en que los asesinos desistan, pues cada vez andan más envalentonados, sino en que la sociedad los reconozca. Son hombres fuertes que vienen a remediar el imperio de los señores de la guerra.
M. J. D.: ¿Por qué lo dice?

P. C.: Siempre tiene un doble mensaje. Por un lado está la mesa de La Habana, pero por el otro nos vive hablando de plazos. Primero nos dio uno y luego lo alargó hasta noviembre. Y en varias ocasiones ha dado a entender que si esto no funciona, nada se pierde porque volvemos a la guerra de siempre.

M. J. D.: En el documento escrito por el alto consejero para la paz, Sergio Jaramillo, se defiende el proceso y se plantea la importancia del fin del conflicto. ¿No lo entendió así?
 
P. C.: ¿Qué hizo Sergio Jaramillo? Exponer de manera clara y coherente el pensamiento que tiene el gobierno de lo que debe ser este diálogo de paz. Desde ese punto, me parece interesante porque antes no lo habían hecho. Pero le aclaro, esa es la opinión del gobierno, no la nuestra.

M. J. D.: ¿Y qué es lo que no comparte del documento del alto comisionado?
 
P. C.: Para empezar, diferimos en los tiempos. No queremos un proceso exprés. A una confrontación que ha causado tanta tragedia en el país y que se ha prolongado durante casi 50 años es muy complicado ponerle plazos.

M. J. D.: ¿Significa eso que este año no habrá humo blanco?

P. C.: Yo no quisiera caer en esos escenarios. Nosotros queremos más bien recordarle al gobierno que hay temas muy gruesos en los que todavía no hay acuerdo, como sucede con la propiedad terrateniente en Colombia. El latifundismo es lo que históricamente nos ha llevado a la guerra. Si usted revisa, este conflicto comenzó cuando López Pumarejo dijo que los campesinos tenían derecho a su tierra e inmediatamente el poder terrateniente se le vino encima. Ahí empezó la guerra.
El "doble mensaje" de Santos no tiene nada que ver con distancia respecto de las FARC ni menos con deslealtad a su manguala criminal, sino a la necesidad de quedar bien con las víctimas. Y lógicamente difieren en los tiempos: el hecho de que un grupo dirigente del terrorismo esté a salvo de la persecución legal alienta a los demás, y mientras no haya amenaza de liquidación se podrá seguir exportando cocaína. Todo lo que necesitan es tiempo.

No hay ni que preocuparse por el odio a los terratenientes. Las FARC son los mayores terratenientes que hay en Colombia, pero en la medida en que son socios de los herederos de la república liberal pueden seguir con sus negocios criminales porque favorecen la dominación que esos parásitos y canallas alcanzaron en esa década: les alcanzará para un siglo. ¿Quién administra realmente los billones de las FARC? Antes de ser presidente, López Pumarejo fue banquero, y no es ninguna sorpresa que los medios del grupo creado por Julio Mario Santodomingo Pumarejo, emparentados con los López y siempre socios de los gobiernos afines, sean los más descarados promotores del terrorismo.

M. J. D.: Le pide al gobierno que defienda el proceso, pero ustedes se han tomado seis meses discutiendo el primer punto. A ese ritmo no van a terminar nunca. 
P. C.: Estoy de acuerdo con que el proceso tiene que avanzar. Pero para eso hay que poner voluntad de lado y lado. El gobierno ha dicho que tiene unas líneas rojas y que sabe hasta dónde llegar. Eso, si no lo explican bien, se presta para conjeturas. Se parece mucho a lo que Uribe llamaba los inamovibles.

M. J. D.: En el Congreso se está moviendo una propuesta de suspender el proceso de paz, mientras se llevan a cabo las elecciones. ¿Le parece viable?
 
P. C.: Puede estar bien intencionada, pero faltó sustentarla más y podría hacer inviable el proceso. Insisto: ha habido avances, pero no los suficientes. El gobierno ha ofrecido devolverles las tierras a quienes se las han arrebatado, pero eso no es ninguna reforma agraria, ni mucho menos una revolución. Tan solo un acto de elemental justicia y hasta incompleto, pues el despojo según la Contraloría suma 8 millones de hectáreas y solo ofrecen restituir 2 millones. Para que haya una revolución en el campo, mínimo tendríamos que cambiar la injusta concentración de la propiedad de la tierra. Por eso, cuando nos dicen que la propiedad privada no se va a afectar, pensamos que esas son las líneas rojas de las que habla el presidente Santos.
La legitimación de una monstruosidad, convertir a los criminales en creadores de las leyes, ya se da por sobreentendida, más cuando se los apremia para que el proceso avance. Claro que el asesino no va a decir que cuanto más dure el proceso más obtendrán extorsionando y exportando cocaína, pero de eso se trata, también para la revista y obviamente para el gobierno. La demanda demagógica de repartir la tierra por parte de quienes más la han concentrado en sus manos es el colmo del descaro, pero encuentra público en Colombia: convencer a la gente de atrocidades que no ocurren en ningún país civilizado es lo que llaman educación.
M. J. D.: Nadie cuestiona que haya concentración de la tierra. Pero también hay derecho a la propiedad privada y el gobierno ha sido muy claro en que no se va a tocar ese tema en la mesa. ¿No será que ustedes también tienen sus líneas rojas que tampoco los están dejando avanzar? 
P. C.: Le aclaro, nosotros no estamos hablando de expropiar toda la propiedad latifundista. Solo que se apliquen los instrumentos administrativos y las leyes que hay para ponerle límites a esa concentración. Por eso proponemos que si hay 40 millones de hectáreas en ganadería extensiva que por lo menos se incorpore la mitad a la producción de alimentos. Además en el tema de las Zonas de Reserva Campesina hemos pedido que se legalicen los 9 millones y medio de hectáreas de tierra que están en proceso de construcción, pero el gobierno se niega argumentando que solo hay 3 millones y medio.
Cuando yo entré a la guerrilla, San Vicente del Caguán no existía, la zona de La Uribe y de El Pato eran una selva. El general Rojas había implementado una reforma agraria para darle a los campesinos tierras, pero en la selva, y estos habían llegado con sus hachas a derribar montaña. Esos son los campesinos que hoy están clamando por que les titulen sus tierras. Eso pasó hasta en los Estados Unidos, cuando se pobló el oeste, pero Colombia es el único país donde hay que armar una guerra para conseguir que les titulen una tierra que ya es suya de hecho.
Las justificaciones del terrorismo, surgido entre aventureros urbanos relacionados con familias oligárquicas y después de las universidades, resulta ahora el anhelo de que les titulen tierras. ¿Alguien recuerda la ideología del Partido Comunista y su brazo armado? La desfachatez de estos criminales sólo es superada por la de los medios que les hacen propaganda, y tiene por base la condición moral de su público: colombianos, arribistas serviles que sólo miden el éxito por la proximidad al poder.
M. J. D.: Si este proceso de paz llega a feliz término, ¿usted quisiera llegar al Congreso? 
P. C.: María Jimena... Si mi objetivo fuera llegar al Congreso, no habría necesitado pasar 40 años en el monte. Si he luchado tantos años no es para llegar a ser simplemente un parlamentario. Para eso, me habría metido a un partido tradicional y me hubiera vuelto un clientelista más. Nosotros tenemos una inmensa voluntad de paz, pero sería injusto con el país que una guerra que ha costado tanto se termine sin que haya un cambio mínimo en las condiciones sociales de la gente. Y sería un acto irresponsable de parte de las guerrillas colombianas que solamente se buscaran beneficios personales.

M. J. D.: ¿Y entre esos beneficios personales, el de no ir a la cárcel después de todos los crímenes que han cometido es uno que les interesa?
 
P. C.: Lo que creemos es que la propuesta de Santos no es generosa en ese sentido. El M-19 obtuvo amnistía, constituyente, circunscripción electoral especial, ministerios y hasta noticieros. Todo eso se lo dieron acabando de hacer la toma del Palacio de Justicia. A las Farc-EP, que es una guerrilla mucho más importante, nos ofrecen un marco jurídico en el que nos toca ir a la cárcel. ¿Cuántos años?, pregunta uno. Poquitos, por ahí de cuatro a ocho, le dicen. Eso no tiene lógica.
No tiene ninguna sorpresa que declaren que los colombianos les salen a deber por todo lo que los han matado, secuestrado, extorsionado, mutilado y demás, ni menos que pretendan más que el M-19 cuyos crímenes los colombianos premiaron generosamente. La lógica del terrorista es coherente, han matado más, merecen más. El problema es que los colombianos que creen que no se debe premiar el crimen son minoría: todo el problema es cuántos milenios hacen falta para que el proceso de humanización se consume.
[...] 
M. J. D.: ¿Ustedes aceptan haber secuestrado y asesinado al papá de Carlos Castaño?

P. C.: Aunque yo no era comandante en ese momento, ni estaba en esa zona, sí fue cierto que al padre lo retuvieron las Farc, pero no lo ejecutaron. Su padre murió al parecer en un intento de rescate cuando se estaba procediendo a su liberación. Pero, ¿sabe? No guardo rencores. Yo entiendo que este es un conflicto que nos ha afectado a todos. Y por eso hablamos de las víctimas del conflicto, que incluyen a los familiares de los soldados, de los guerrilleros…
 
M. J. D.: …a las de los diputados del Valle, asesinados por las Farc o a las de los Turbay Cote que corrieron con la misma suerte.

P. C.: Sí, las de los políticos. En realidad yo no tuve participación directa en ninguno de esos dos operativos, pero entiendo que debe ser un drama inmenso y terrible que no podemos negar y que en su momento debemos abordar como organización.

M. J. D.: En el caso dramático del asesinato de los 11 diputados del Valle, ¿están dispuestos a asumir su responsabilidad?

P. C.: Le estoy diciendo que ahí hay una responsabilidad que debemos abordar como organización.
Resulta fascinante la desfachatez de entrevistadora y terrorista cuando ambos, junto con todo el poder terrorista, consiguieron que el principal responsable de esos asesinatos quedara impune. Bueno, como todo lo que ocurre, tal vez de forma más clara que ningún otro hecho ocurrido en Colombia, fue una elección de los colombianos. Una activista del uribismo me dijo que ella no iba a aceptar que la maldad humana fuera tan extrema. El hecho de que sea tan fácil comprobar que la voz del que alecciona a los secuestradores es la de Sigifredo López y no obstante todos aceptan la versión de la prensa lo resuelve todo: se trata de criaturas subhumanas cuyo destino es someterse a los peores asesinos.

[...] 
M. J. D.: Hoy está en La Habana, pero mañana puede volver al monte a librar una guerra que van perdiendo. ¿No teme terminar como Alfonso Cano? 
P. C.: Lo de que vamos perdiendo la guerra es relativo. Lo que sí es cierto es que ni el Ejército nos ha podido derrotar, ni nosotros hemos podido ganar la guerra. Extender este conflicto no puede ser bueno para el país. Me pregunta que si le tengo miedo a la muerte y le respondo: cuando uno asume un compromiso revolucionario tiene que asumir las consecuencias. A los revolucionarios no nos mueve el afán de conservar la vida, sino el de defender nuestros ideales. Por eso el Che Guevara decía que somos unas especies raras. Y en cuanto a la muerte de Alfonso, yo creo que haberlo mandado matar fue el peor error de Santos. Él era el gran hombre de la paz.
Las únicas fuerzas importantes de las FARC son los medios de comunicación social, el poder judicial, las universidades y los sindicatos de empleados estatales. Frente al ejército no tendrían nada que hacer por mucho que cuenten con la ventaja de poder cometer atrocidades. Sencillamente, como expresión de un orden interno de la sociedad tradicional, cuentan con el dominio de resortes fundamentales del poder. La cantidad asombrosa de condenas a militares y de impunidad clamorosa de personajes como Piedad Córdoba, Iván Cepeda o el citado Sigifredo López (samperista y colombiano por la paz como la señora del turbante) lo demuestra.

M. J. D.: Esa imagen altruista de los alzados en armas contrasta con la que se han hecho ustedes a través de tantos años de guerra. Son una guerrilla cada vez más aliada con el narcotráfico y que somete a la población civil a la extorsión y el secuestro, al reclutamiento de menores y a las minas antipersona. 
P. C.: Mire, un Ejército que ha luchado, que ha soportado un tren de guerra como el que hemos soportado, si fuera integrado por narcotraficantes, se habría quebrado hace rato. Hemos soportado ocho años de Plan Patriota, más dos años de combate con este Ejército de Santos. Y le digo una cosa: no es cierto que en este gobierno se haya aminorado el combate. La intensidad del enfrentamiento es igual o mayor que con Uribe. Yo vengo del frente de esa guerra.
No es posible pensar en nada colombiano sin la corrupción del lenguaje. Tal como ocurría con el sicario moral que acusaba a Alfredo Rangel de ser "pérfido", esa corrupción empieza en el nivel más básico de las palabras. ¿Qué es "narcotráfico"? El supuesto es la absurda idea de que la cocaína es un narcótico. ¿Qué importa?, razona el colombiano. Por ahí empieza una serie de extravíos morales que hacen de las explicaciones con que se pretende justificar esa industria algo más monstruoso que cualquier delirio imbuido por ningún psicotrópico.

Primero, resulta que unos asesinos de cientos de miles de inocentes resultan defendiéndose de algo que para los seres humanos es mucho menos grave. El fondo de eso es la mentalidad del castellano viejo, el estúpido "clasismo" que hace que el traficante de drogas animado por la codicia sea despreciable al lado del psicópata que comete las mayores crueldades por un "ideal" que sólo ha significado opresión y miseria en todo el mundo.

Pero la respuesta del hombre va más lejos. Supone que ser productor y exportador de drogas es una condición ajena a hacer eso (cosa que admiten los colombianos por el reflejo clasista explicado en el párrafo anterior). Ellos no son "narcotraficantes" no porque no hagan eso sino porque tienen "ideales", cosa que ocurre con todas las palabras de los comunistas y que explica la popularidad de esa ideología en Colombia. Después de que robar se llama "recuperar" se puede robar sin considerarse ladrón. A nadie le molesta, los que leen son colombianos.
M. J. D.: ¿Cómo se siente sentado enfrente del general Mora y el general Naranjo?

P. C.: Nos saludamos de manera cordial. Nosotros nunca hemos entendido esto como una pelea personal. Los vemos como adversarios dentro de una confrontación política en la que ellos están en un bando y nosotros en el otro. En estos días le escuché decir al general Naranjo que cuando el enemigo se respeta, uno mismo se hace respetable. Me parece una muy buena frase.
 
M. J. D.: Si es cierto que no están secuestrando y que no tienen que ver con el narcotráfico, cosa difícil de creer, ¿cómo están entonces financiando la guerra? 
P. C.: Definitivamente el tema de las retenciones con fines económicos está cancelado. Lo que sí le quiero decir es que nosotros no somos narcotraficantes.
La entrevistadora finge entender que el asesino declara que no tienen relación con el negocio de las drogas ilícitas, ante lo cual le responde que no son "narcotraficantes". Ante el público de la revista Semana, que en su mayoría vota por antiguos asesinos como Petro y Navarro, la defensa del terrorista es eficaz: para ese público mutilar a miles de niños es menos grave que bajar de estrato al de los codiciosos (es decir, los judíos) que aspiran a enriquecerse. La población colombiana se divide esencialmente entre los lectores de esa revista y los que no llegan a ese rango. Los recursos públicos se invierten en preparar personas para que accedan a él. La educación colombiana no hace que las personas aprendan nada productivo, ni menos a leer o a pensar, sino sólo abre el camino para asimilarse a ese grupo social. Al que se ve asimilado se le ofrece algún puesto público. Aparte de la cocaína, cuyas rentas mayoritariamente van a ese grupo (abogados, jueces, periodistas, etc.), y de las riquezas naturales, que rendirían más si las extrajeran empresas foráneas, Colombia no exporta prácticamente nada.

M. J. D.: ¿Por qué se metió a la guerrilla?

P. C.: Me hice guerrillero después de una conversación con Jaime Bateman, que en ese momento era de la red urbana de las Farc. Era un pelao. De esa conversación salí convencido de que el camino era la lucha armada. Ingresé a la guerrilla, me encontré con que mi hermano ya pertenecía a ella y luego con Carlos Pizarro y Álvaro Fayad. A pesar de que estos dos desertaron y se fueron a fundar el M-19, yo no lo hice porque siempre he seguido la política de las Farc. Sin embargo, respeté mucho a Pizarro. Otra cosa es Navarro y compañía. Ellos abandonaron los ideales de Pizarro y Bateman. Navarro nunca fue un revolucionario y Petro creo que ni siquiera fue guerrillero.
Uno de los típicos mitos de la prensa colombiana es la de que el M-19 es algo distinto de las FARC, siendo, como se comprueba con estas respuestas, que no sólo Bateman sino también Pizarro habían pertenecido a esa banda: se trataba de otro tajo en el cual cortar, toda vez que la secta de Tirofijo y su viejo partido estalinista resultaba poco atractivo para las clases acomodadas. El objetivo era el mismo. Es el mismo: desde el poder, los asesinos del M-19 cobran los crímenes de los de las FARC.
M. J. D.: Ustedes dicen que siempre han tenido voluntad de paz pero Pastrana se quedó esperando con una silla vacía a Marulanda, que nunca llegó. 
P. C.: Pastrana se comprometió a acabar con los grupos paramilitares. Pero no lo hizo. Y Marulanda, que era desconfiado, se levantó dos veces de la mesa por el tema de las masacres paramilitares. Marulanda le fue perdiendo confianza. Esa fue la verdad. Marulanda sí quería la paz. Si hasta mandó a hacer una casa en el Caguán con piscina y eso que creo que no sabía ni nadar.

M. J. D.: ¿Y sí piensa que esta vez se va firmar el fin del conflicto? 
P. C.: Hay que construir una sólida convicción de que este proceso es posible en ambas partes. Nosotros nos la vamos a jugar toda en ese propósito. Pero desde el comienzo dijimos muy claramente que lo nuestro no es una reinserción, ni es un proceso similar al del M-19. Estamos hablando de un fin del conflicto, pero que nos conduzca a la justicia social. ¡Nosotros no estamos mamando gallo! El presidente lo sabe y eso quedó claro en las primeras cartas que nos cruzamos. Le voy a decir una perogrullada: los procesos de paz no han funcionado en el país por una razón muy simple. 
M. J. D.: ¿Y cuál es esa razón? 
P. C.: La de que no nos entendemos. Cuando hablamos de paz, el establecimiento entiende desmovilización. Y para nosotros, paz significa justicia social y algunas reformas y garantías de participación política. Ese desencuentro es lo que tenemos que superar. Por eso le digo: hay avances y hay que ser optimistas, pero sobre todo no hay que levantarse de la mesa.

M. J. D: Pero es que ustedes son expertos en no levantarse de la mesa. Les conviene el estatus político que les da la negociación. 
P. C.: Podemos ir avanzando en el tema de la participación política sin cerrar el primer punto agrario. Ahí puede haber varios temas en que estemos de acuerdo, aunque hay uno en el que no lo estamos: el gobierno habla de referendo para refrendar lo acordado y nosotros de una constituyente. Pero para eso estamos aquí, no para imponer condicionamientos sino para acordar vías que nos permitan buscar un acuerdo.
En tiempos del Caguán la pretensión de que el gobierno les quitara a las FARC el estorbo de las "autodefensas" o "paramilitares" era un reclamo obsesivo de la prensa: pretendían exactamente lo que ahora pasa, que el Estado se pone al servicio del crimen, los militares ayudan a fugarse a los asesinos y los ministros viven dedicados a justificarlos. Es un proceso lógico: si se van a negociar las leyes con unos asesinos hay un sobreentendido que es la legalización de sus crímenes. ¿Por qué se les va a impedir cometerlos sin incomodidades?

También el hombre reproduce ese reflejo de la universidad colombiana. ¿Qué es "paz"? Obvio, justicia social y garantías de participación política. ¿No las tienen? No es Cepeda Castro, el delfín del PCC, miembro del parlamento. Quienes no las tienen son los que les incomodan, sobre todo ahora que el gobierno les ayuda a quitarse estorbos. Las persecuciones judiciales son sólo un medio "suave" del asesinato que practican los obreros de "Pablo Catatumbo", pues la Fiscalía sólo se distingue de las FARC por el estilo del calzado, la ropa y el lenguaje de sus miembros: por el estrato.

Y claro, para eso están negociando y se quedarán los cuatro años del segundo gobierno de Santos negociando (si el presidente fuera el otro Santos, el casi seguro candidato uribista, el horror estaría aderezado con mayor ridiculez). Como dicen en España, "por negociar que no quede". Al final se tomarán el poder completamente y harán una segunda Camboya, y realmente no hay de qué quejarse: los colombianos que no estén para someterse han tenido bastante tiempo para emigrar.

(Publicado en el blog País Bizarro el 29 de junio de 2013.)