martes, julio 20, 2010

Ofuscaciones estadísticas

Conviene no prestar demasiada atención a las encuestas que se publican sobre intención de voto. Sobre todo porque el tamaño de las muestras es irrisorio: en España, con un censo electoral parecido, cada encuesta que publican los grandes medios en épocas de campaña electoral se basan en diez veces más entrevistas, y no siempre son telefónicas. Y tampoco hay muchos argumentos para pensar que los encuestadores colombianos son más rigurosos.

Una prueba de la levedad de tales estudios es lo que suelen indicar respecto a la participación: tiende a suponerse que dos tercios del censo votarán, pero el día de las consultas no se llega a la mitad. Lo que pasa es que hay un perfil de quienes contestan las encuestas electorales, que tiende a ser de personas que sí votarán y que al mismo tiempo son más susceptibles de hacerse eco de lo que publican los medios. Ni los políticos que se basan en clientelas "amarradas" ni los muy conservadores resultan favorecidos.

Sumando la pequeñez del universo de las encuestas y las inclinaciones de quienes las contestan, resultan unos vaivenes de la opinión que sólo son el resultado de la figuración que en determinado momento tenga cada candidato: los entusiastas se apresurarán a opinar si les preguntan. Y si además se tiene en cuenta que apenas está comenzando la campaña, esas respuestas no reflejan la presencia pública que se deriva de la propaganda pagada.

De ahí que ni la votación que obtendría Noemí Sanín en las encuestas publicadas hace dos semanas ni la que aparecerá por Mockus en las que se publiquen este fin de semana se parecerán al resultado final. En ambos casos los candidatos se han beneficiado de una tremenda figuración. En el caso del ex alcalde la esperanza de la oposición de conjurar un triunfo de Santos en primera vuelta hace que muchas personas que normalmente votarían por candidatos comunistas o del grupo de Piedad Córdoba hagan campaña por él, tal como votaron por Sanín en la consulta conservadora.

Pero hay otros factores que no se tienen en cuenta: el principal es la existencia de otros candidatos que también buscarán figurar y tienen recursos para atraer votantes. La columnista María Isabel Rueda señala que era inevitable que Mockus y Fajardo se unieran. ¿Qué motivos debemos tener para dudar que lo mismo harán Petro y Pardo? Hoy en día no representan nada distinto, y obviamente no son tontos para no ver las ventajas de unirse, o mejor, la catástrofe a la que se enfrentaría cada uno de ellos si fueran derrotados de manera apabullante hasta por Mockus.

Por el contrario, unidos y arrastrando sus clientelas, sus recursos, sus maquinarias, sus banderas tradicionales, su retórica y la afinidad de los medios podrían superar tanto a Mockus como a Sanín y amenazar con pasar a segunda vuelta, circunstancia en la que los colombianos tendrían que hacer acopio de valor para resistir las ofertas y amenazas del sátrapa venezolano.

Y es que precisamente esa incertidumbre hará que mucha gente se decida a votar por Santos el 30 de mayo, por poco entusiasmo que despierte el candidato. Nadie espera que la votación llegue al 62 % que obtuvo Uribe en 2006, pero yo me atrevo a suponer que superará la mitad de los votos válidos, y en todo caso que estará muy cerca. Lo único que podría cambiar esa tendencia sería un error garrafal del candidato o de su campaña.

Buena parte de esa votación provendrá de la decantación de votantes que hasta hace poco habrían votado por los otros supuestos herederos de Uribe: no sólo los disuadirán los malos resultados previstos, sino la presencia de personajes odiosos para el uribismo, como Pastrana en la campaña de Noemí Sanín, o de gestos desesperados y torpes, como proponer Vargas Lleras la unión con Pardo y Piedad Córdoba. Es poco probable que estos dos candidatos sumen más de un 10 % de los votos, no tanto porque se ilusionen con Santos cuanto porque a la hora de emitir votos testimoniales es más cómodo no acudir a votar. A los únicos que les interesa que haya segunda vuelta es a los antiuribistas.

En caso de haber unión entre las candidaturas de Petro y de Pardo, la de Mockus se desdibujaría porque la mayoría de quienes hoy la promueven sólo buscan una figura que capte votos uribistas, lo cual puede ocurrir en una medida modesta sólo en Bogotá y Medellín. En cuanto los recursos y las clientelas aseguren mejor suerte para el candidato "liberal" en las encuestas el antaño odiado pedagogo se quedará con sus sermones, además porque nadie que no sea un iluso espera que le gane en toda Colombia una elección a un candidato uribista. En todos los casos, es poco probable que alguno de estos tres candidatos llegue al 20 %, ni que sumados vayan mucho más allá del 30 %.

Más que las encuestas importa lo que los candidatos efectivamente representan en la sociedad y el apoyo que han tenido en otras consultas. Y como la gente teme más que nada un retorno de las FARC, siempre quedará la duda de lo que haría un señor que nunca ha propuesto nada para combatirlas, aparte de la demanda de una disposición ciudadana a denunciar sin incentivos (como si a alguien le impidieran presentar una denuncia sin esperar recompensa), o de sus campañas con Claudia López o su ridícula petición de renuncia a Uribe.

Creo que en eso se quedará la candidatura de Mockus, pese al ruido que hoy en día produce la secta de psicópatas, con la esperanza de despistar a los votantes. Es una constante en todos los países que han sido víctimas del comunismo: se genera una vasta red de partisanos que empiezan a soñar con apropiarse de todo tras la revolución y adornan su ensueño criminal con toda clase de adjetivos. En Colombia la indolencia de la sociedad y en el fondo la misma base esclavista sobre la que se fundó han permitido que dicha red se forme en las "universidades" públicas con recursos de las víctimas. En aras de la toma del poder y la justicia social, dichos personajes, a menudo antiguos colaboradores del secuestro, intentan engatusar gente para que apoye a Mockus con el cuento de la "honradez", para después, si el grotesco ejecutante del zen tropical pasa a segunda vuelta, condicionar el apoyo, que necesitará para ganar, a actuaciones favorables al chavismo.

Pero esa situación hipotética es lo bastante molesta para que podamos suponer que a medida que avance la campaña la minoría opositora se reduzca a sus dimensiones reales: que la gente que teme una situación como la venezolana se decida a votar por el candidato continuista.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 7 de abril de 2010.)