domingo, noviembre 07, 2010

Las inadmisibles formas de lucha de la ex guerrilla

Cada vez más es evidente el aserto de que la política en las sociedades democráticas se acerca al marketing: lo más importante es establecer cuál es el target al que va dirigido cada eslogan, cada declaración o cada performance, en cuanto esto se tiene claro, se trata ante todo de satisfacer las motivaciones de ese público, como cuando se contratan azafatas casi adolescentes para los anuncios de automóviles.

Buen ejemplo de eso fue la alusión del candidato Mockus a la "ex guerrilla" durante la pasada campaña electoral. Complace una idea generalizada, hegemónica, entre el sector social que apoyó su aspiración. La nostalgia de una guerrilla verdadera que corresponda a las exigencias de estilo y altruismo que definen a ese medio social. El viejo reproche a las FARC de haber perdido sus ideales por dedicarse a secuestrar gente y a traficar con drogas, como si fuera posible sobrevivir para una organización armada de sus dimensiones sin fuentes de ingresos semejantes.

El objetivo de este escrito es denunciar esa nostalgia, pese a que cualquier lector que me conozca se habrá encontrado muchas veces con la misma idea. ¿Qué hacer? El hecho fundamental de la vida colombiana moderna es ese olvido sobre el origen de las guerrillas, ese enmascaramiento de quienes deben su poder y su hegemonía social y económica a la actividad de esas organizaciones. Esa distracción de la mayoría, que parece embrujada preguntándose por qué el dedo del pistolero se cierra sobre el gatillo, sin relacionarlo con el brazo al que está ligado.

Hace ya casi cinco años saltó el escándalo de que las directivas de la Universidad Nacional pretendían borrar las efigies del Che Guevara y Camilo Torres de los edificios de dicho centro, con respuestas airadas del editorialista de El Tiempo y hasta del ex rector Marco Palacio. Dicho escrito es absolutamente recomendable para quienes creen que las FARC son algo distinto de la Universidad Nacional.

La cuestión no es la consideración que se haga de las guerrillas, y ni siquiera la adhesión de la parte "decente" del país al guevarismo-camilismo, sino la absoluta ceguera de la mayoría respecto a la historia reciente de Colombia, y en realidad el interés de los socios de las FARC y el ELN de seguir dominando el país después del fracaso de su servicio doméstico armado. En diversas ocasiones, como en las alusiones de Mockus citadas arriba o en las perlas de su sanedrín que copié la semana pasada, resulta evidente ese designio.

Ante todo, las guerrillas fueron desde mucho antes de llamarse así, desde la "colonización armada comunista" de los años cuarenta, la principal baza del comunismo local, la principal inversión del régimen soviético en Colombia y la principal esperanza de hacer la revolución. Pero la revolución era el objetivo compartido por la mayoría de los grupos sociales dominantes, desde los patricios multimillonarios de Firmes y Alternativa hasta las sectas de "intelectuales" que pretendían hacerles competencia.

En realidad la condena a la "ex guerrilla" es el reproche por su fracaso, excusándose en la condena de sus métodos, se deja pasar la legitimación de sus fines, que son como una seña de identidad de esos grupos sociales. En ese avance de la revolución, es decir, de las guerrillas, fue fundamental el dominio, gracias a la violencia, de las universidades públicas, después de las empresas públicas, de las escuelas y finalmente de toda la función pública. La presencia de activistas armados y muy violentos en Barrancabermeja fue la base del dominio del PCC sobre el sindicato de Ecopetrol y después sobre todo el funcionariado.

Esa clientela poderosa de los sindicatos reforzados con la guerrilla fue determinante en el avance del M-19 al final de los ochenta y en la composición de la Asamblea Constituyente convocada por César Gaviria para asegurarle a Escobar la no extradición y repartirse el poder con los terroristas: la votación no llegó al 20 % del censo electoral, pero es seguro que los afiliados sindicales sí participaron.

El mayor error que podrían cometer los colombianos que durante tanto tiempo han estado sometidos a la opresión de esa casta y sus tropas de niños sería permitir que la dominación se perpetuara con el pretexto de que los peones no hicieron bien el trabajo. Cuanto más se piensa en la reacción de los poderes fácticos ante el triunfo de Uribe sobre las bandas terroristas más resulta evidente que las FARC y el ELN son una especie de garantes de la Constitución del 91 y su derrota amenaza el socialismo impuesto en ese engendro.

Pero para entender eso hay que volver a lo mismo: a) la mayoría de los grupos sociales dominantes optaron por el socialismo durante las décadas anteriores a 1991; b) el poder terrorista ensanchó las rentas de las clientelas del PCC y las sectas afines, y la Constitución protochavista amplió ese despojo hasta convertirlo en la principal causa de la miseria de los demás colombianos; c) desde que en 2002 fue elegido un presidente dispuesto a forzar la desmovilización de las tropas rústicas, los poderes fácticos que de hecho lo poseen todo en Colombia se dedicaron a impedir a toda costa esa tarea y a tratar de salvar a las bandas terroristas.

Y siempre se está repitiendo que las guerrillas no llegaron de la luna porque en Colombia la palabra la tienen siempre esos grupos y los demás apenas sufren las consecuencias de su juego. Porque sólo una minoría insignificante entiende que el socialismo es la servidumbre y que sus partidarios son casi siempre los que se benefician del orden de esclavitud de siempre.

Los sueños de Mockus y su gente de aumentar los impuestos son reflejo del carácter socialista de su discurso. Desde que comprendió que el marxismo abierto lo forzaba a una segura marginalidad, Salomón Kalmanovitz optó por plantear el ensanchamiento del Estado a través de la tributación, sin amenazar directamente la propiedad. Pero cuando él, personaje por lo demás arquetípico, habla de subir impuestos sólo piensa en los que pagan las empresas: los ciudadanos ricos que no producen nada, como él mismo, como casi toda la base social del mockusianismo, seguirían en la práctica exentos, y en todo caso pagando MENOS de lo que pagan en Europa quienes ganan lo mismo (en términos absolutos, ni hablar de que al ser decenas de veces la renta media, en países como Suecia pagarían más de la mitad del total ingresado).

No es raro que para justificar su programa el candidato Mockus citara el libro El costo de los derechos. En el lenguaje corrompido de la vida colombiana los "derechos" son las tutelas, es decir, el mecanismo por el que los recursos comunes se gastan en asegurar los privilegios de los de siempre. Mecanismo, hay que recordarlo, que es la principal "conquista" de la Constitución del 91, Constitución que es el fruto de décadas de actividad de las guerrillas.

Pero tengo otro ejemplo característico de hasta qué punto Colombia no ha decidido si condena a las FARC por sus fines o por sus medios. Evidentemente los partidarios de Mockus, por jóvenes que sean, critican los medios, siguiendo una fatalidad casi genética. Pero los demás tampoco es que tengan muy claro que desean una sociedad libre.

En una discusión en su blog, tras citar una columna de Eduardo Escobar sobre el caso de Manuel Cepeda, otro protagonista de la Ola Verde y de la opinión hegemónica, Alejandro Gaviria, afirma:
Es un tema difícil. He oído varias veces que en la casa de Manuel Cepeda escondían secuestrados. No sé si sea verdad. Pero sin duda Cepeda padre apoyó la combinación de todas las formas de lucha. Muchas organizaciones estatales hicieron lo propio. En esta guerra la diferencia entre las víctimas y los victimarios no siempre es clara.
De donde sale difícil establecer si los dirigentes del PCC son victimarios o víctimas. El hecho de que Cepeda apoyara la combinación de las formas de lucha se vuelve lo único importante, lo que iguala su lucha a la de las "organizaciones estatales" que combinaron formas de lucha. Después se reafirma:
Casi por principio, no confío en quienes promueven o defienden todas las formas de lucha.
Con lo que no hay nada que reprocharle al programa o a los objetivos del PCC, sino sólo al vicio de combinar las formas de lucha. Si todo fuera por las buenas, Gaviria, sin la menor duda, estaría en ese bando.

Y es que sociológicamente ese bando es siempre el mismo, tanto si se declara socialista como reformista democrático. Y todo el problema es si en Colombia hay suficiente claridad sobre la sociedad que se desea, o si sólo hay que pedirle a los Cepeda y a sus seguidores que cambien sus formas de lucha. Cosa que a estas alturas ya parecen haber hecho: la prueba es precisamente el ascenso de Mockus en las pasadas elecciones.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 7 de julio de 2010.)