domingo, septiembre 09, 2012

La conciencia justiciera


La unanimidad de la adhesión de los intelectuales hispanoamericanos al comunismo después de la segunda guerra mundial es algo que merece la máxima atención y que no se explica simplemente por las presiones económicas y organizativas de la red internacional de lealtades soviéticas. No que esto no importe, sino que no basta para explicarla. La gente que creció después de los ochenta puede admitir que Borges es un escritor respetable, pero antes siempre se lo consideraba prácticamente un criminal porque no simpatizaba con la tiranía de Castro ni con los sueños totalitarios. Por contraste, otros escritores tal vez menos dignos de admiración que Borges fueron ensalzados y gozaron de enorme prestigio gracias a su adhesión al comunismo (sin ir más lejos, el muy mediocre uruguayo Mario Benedetti). Son muchos los casos de autores incluso ganadores del Nobel, como Gabriela Mistral, a los que nadie lee o que en todo caso se leen con reservas debido a que no caben en el canon de amigos de la revolución.

Pero ése no es el tema de este escrito. De lo que intento escribir siempre es del origen de los juicios más o menos secretos de la gente ordinaria, que son el fundamento del poder político. Cuando uno conoce a un colombiano no tarda en oír opiniones muy extrañas para los habitantes de los países desarrollados. Es lo que le han transmitido los medios locales, los profesores, los intelectuales de prestigio y las personas del nivel social superior, a las que intenta asimilarse. Es decir, esas opiniones corrientes expresan el orden social y los valores en que se basa. Si la realidad presenta hechos atroces y aun una hegemonía de los peores criminales tanto en el Estado como en los medios de comunicación, son esos juicios compartidos los que permiten que eso ocurra.

Sin ir más lejos, es casi imposible encontrar a un colombiano que no proclame que las guerrillas son sólo otro cartel de traficantes de drogas, cosa que deja ver que esa persona considera más grave enriquecerse rápidamente por medios ilícitos que pretender abolir las libertades, la propiedad, la democracia y el orden que de algún modo asimila al país a las democracias (ni siquiera hace falta mencionar las inagotables atrocidades de los terroristas, incluso si no las cometieran sus pretensiones son crímenes mucho más graves que el tráfico de drogas, pero no para los colombianos, que por lo general, aunque sea en alguna medida, las comparten). Pero eso a pesar de que durante medio siglo casi todas las universidades han sido centros de adoctrinamiento de militantes comunistas y varias generaciones de estudiantes han clamado por la lucha armada. Es decir, hay gente que sale a secuestrar (ahora a matar directamente al que no pague la extorsión) porque la mayoría de las personas de las clases superiores apoyaron y aún apoyan los objetivos de esa "lucha". La nostalgia de los ideales perdidos (a causa de la mata que mata y el enriquecimiento fácil) es sólo la forma más estúpida de esa vocación criminal.

No faltará el que lea con reservas la identificación de las clases altas y los intelectuales, puras rutinas en las que se combina la ignorancia con la presión del adoctrinamiento. ¿Qué son pues las clases altas? Claro que hay linajes privilegiados, pero por una parte la mayoría de los intelectuales de algún relieve pertenecen a esos linajes, y por la otra éstos no abarcan a todas las clases altas. También hay magnates de los negocios y gente rica de origen diverso, cuyo destino es emparentarse con los linajes privilegiados y engendrar futuros intelectuales de muy diversa fortuna. ¿Cómo definiría alguien las clases altas sin incluir algún esmeraldero o "papicultor" enriquecido súbitamente y sin restringirlas a unos cientos de individuos? En Colombia el criterio más sencillo sería el de las personas que alcanzaban estudios universitarios hacia 1970, cuando el analfabetismo alcanzaba a casi la mitad de la población.

Esa identificación de las nuevas generaciones de las clases altas con el comunismo es común a toda Hispanoamérica, también a España, donde la dictadura se hacía odiar hasta el punto de hacer dudosos los testimonios que publicaba sobre atrocidades sin límite en las checas comunistas durante la guerra civil (podrían compararse con los de las FARC, que sólo son los comunistas colombianos salvo porque el orden jerárquico hace que los que dan las órdenes permanezcan impunes y hasta respetados, pero se concentraron en un par de años, y no alcanzaron a todas las regiones). Para encontrar las causas de ese proceso valdría la pena prestar atención a la literatura que produjeron las principales figuras. Como ya expliqué arriba, esas opiniones reproducen el orden social y explican las particularidades del medio. Son famosos estos versos de Jaime Gil de Biedma, escritos en 1959:
a vosotros pecadores
como yo, que me avergüenzo
de los palos que no me han dado,
señoritos de nacimiento
por mala conciencia escritores
de poesía social,
Hubo una época en la que yo encontraba respetable esa disposición de personas de alta extracción que se hacen "traidores a su clase". En realidad no son tan diferentes del nuevo justiciero Juan Manuel Santos. El primer rasgo que merece atención es la ostentación jerárquica: ¿por qué es tan valioso que el rico se ponga de parte de la justicia y denuncie lo que lo privilegia? Eso es prácticamente incomunicable para un colombiano, porque tal vez ningún otro pueblo tenga tan interiorizada la jerarquía. En el acto de protestar contra la injusticia, la persona de paso proclama haber disfrutado de privilegios, que es lo que el conjunto social más valora. No sé cuántas veces he encontrado alemanes sumamente estúpidos que proclaman con pesar que su lengua es extremadamente compleja ("No es raro que tú, pobre, no llegues a entenderla"). Es el mismo fenómeno: la generosidad de la rebelión permite destacar la jerarquía y de paso encierra otra perla que ha hecho fortuna después: el proclamarse mejores que el mundo. Durante décadas las desigualdades hispanoamericanas produjeron sobre todo soñadores superiores a esas sociedades que se dedicaron a cambiarlas. Con el ecologismo ocurre algo muy semejante: describir el Apocalipsis por culpa de los que trabajan o inventan es irresistiblemente halagador. Cientos de millones de idiotas "compran" el ungüento, respecto a tratar de no contaminar, reciclar, etc., ya hay muy poco interés (una persona de la izquierda colombiana me dijo que no reciclaba porque ya había otra gente que lo hacía):

Ya salvada la jerarquía y obtenido el prestigio gracias al "exhibicionismo moral", el grupo no vacila en aprovechar sus ventajas sociales, económicas y de prestigio, gracias a la sociedad que denuncian, para tratar de monopolizar el poder. En Cuba lo consiguieron, aunque antes de tomar el poder no eran comunistas (Batista era más afín), en Chile, Argentina y Uruguay se encontraron con la respuesta de criminales tan resueltos como ellos, en los demás países alcanzaron parcelas del poder, en Centroamérica ocasionaron espantosas guerras civiles que todavía no se superan; en Colombia la conjura puramente oligárquica era el grupo M-19/Firmes, que nunca alcanzó votaciones significativas hasta que consiguieron que se premiaran sus crímenes.

Representado como denuncia de un orden social injusto por mejoradores que curiosamente eran los herederos de ese mundo (al respecto es muy ilustrativa la novela Un mundo para Julius, del peruano Alfredo Bryce Echenique), el comunismo universitario hispanoamericano era y es en realidad resistencia del viejo orden contra la expansión del molde competitivo de la democracia liberal moderna. No es el remedio para la injusticia sino una tabla de salvación de esas minorías parasitarias, que por una parte ha determinado el retraso de la región y por la otra asegura, en el largo plazo, el desprestigio de ese orden y esas clases.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 10 de mayo de 2012.)