miércoles, febrero 25, 2009

2008: Aviso para navegantes

El año que pronto comenzará tiene un significado especial en la política colombiana, pues se pondrá en claro qué aspectos tendrá la confrontación presidencial de 2010: por una parte, si Uribe intentará efectivamente otra reelección, por la otra, si los ex alcaldes de Bogotá y Medellín se lanzarán a la carrera presidencial.

La reelección de Uribe es una pésima idea que sólo puede favorecer las posibilidades de los chavistas, pues resultarían legitimados por el aspecto cuasi dictatorial, fujimorista, del actual presidente. Ya se ha señalado que al acceder al control de partes crecientes de la organización estatal, la tentación de robar se multiplica para los administradores que han ascendido junto a Uribe, habría que añadir que aparte se agravaría el apoltronamiento de funcionarios que no necesariamente son los mejores y la caída en rutinas e inercias que terminan frenando el avance de la sociedad.

El rumbo del uribismo resultó claramente determinado por el resultado del referendo de 2003: mientras que el conjunto de la oposición esperaba propinarle una derrota al presidente al considerar que se trataba de un plebiscito sobre él, lo que consiguieron fue legitimarlo, pues para quienes votaron con sentido cívico lo que hubo fue fraude y manipulación en favor de las peores prácticas de la política. El contenido del referendo quedó como una ilusión perdida, como un territorio irredento del reformismo democrático, pero al mismo tiempo el gobierno se decantó por la alianza con las maquinarias políticas tradicionales y con los empleados estatales y renunció sin costos a promover ese contenido. Prueba de ellos es el aumento de salarios estatales en 2005, medida que iba en sentido contrario a la propuesta del referendo.

La oposición se quedó con el pecado y sin el género, como mucho obteniendo una leve justificación para su tropa al hacer asociable al gobierno con las malas costumbres políticas y las mafias de paramilitares (pues aquél necesitó esos apoyos para gobernar). Magro resultado: el rechazo a las FARC y el ELN en Colombia es lo suficientemente sólido para que las justificaciones de los columnistas y profesores lo pudieran cambiar. La alianza entre “politiqueros” y opositores (comprobable por la bajísima participación en la Costa Atlántica en el referendo, y en el alivio que expresó Germán Vargas Lleras tras el fraude) sólo condujo al triunfo de los segundos. Por lo demás, a la hora de presentarse como renovadores con ética, los dirigentes de la izquierda mostraron precisamente su inclinación a las peores prácticas leguleyas, cosa que en términos de opinión masiva puede haber importado poco, mas no para la militancia, ansiosamente necesitada de algún adorno ético.

Si se descontara la reelección, el ascenso de alguno de los actuales socios políticos de Uribe es en extremo complicado: ninguno tiene una imagen avasalladora ni un ideario sólido que le permita hacerse ilusiones de heredar la votación del presidente. El “partido” creado para organizar las adhesiones interesadas de políticos profesionales a Uribe resultó tan pobre de ideas que su gran justificación terminó siendo una letra, la inicial del apellido del presidente (algo parecido está ocurriendo con el PSOE español, dedicado a la magia de la Z que les da “seguridaz”). Los adjetivos del nombre de ese partido sólo evidencian esa carencia absoluta de ideas, no les faltó mucho para llamarse directamente “nacional-socialistas”. ¿Qué pinta la “unidad nacional” en el nombre de un partido político en la Colombia de hoy? ¿Qué sentido tiene el adjetivo “social” añadido a “partido”? Ningún partido puede ser “asocial”.

Eso y el desgaste de una política poco clara y tendiente a la conciliación perpetua con cuanto sector reluzca son hechos que permiten que, en mi opinión, una opción renovadora, crítica con el presidente, tenga buenas posibilidades de triunfar en 2010. No obstante, esa opción no está al alcance de dirigentes del llamado “Partido Liberal”, pues sus críticas no convencen a nadie y sus propuestas no son más que obscena demagogia que recuerda la propuesta de Serpa de doblar el salario mínimo, cuando no se ve la clara asociación con el chavismo.

Luis Eduardo Garzón parece la opción más probable del PDA y los aires de “moderación” que exhiba le son en extremo convenientes para posicionarse en esa carrera: nada necesita más el PDA que una imagen popular de alguien ajeno a la guerrilla y supuestamente enemistado con ella. Acerca de eso no estaría de más recordar que siendo alcalde Garzón propuso un camino de paz que pasaba por la obvia Asamblea Constituyente negociada con las FARC: en el período anterior sus actitudes fueron bastante más pintorescas, cuando Mockus convocó una manifestación contra las FARC por el intento de volar Chingaza, Garzón le preguntó por qué la manifestación no era también contra el ejército y los paramilitares, también actores de violencia.

En la campaña electoral de 2002 salió con que se sentía como el sheriff razonable que tiene que hacer frente a dos pistoleros dispuestos a destruirlo todo en su confrontación: Uribe y Jojoy.Lo que suena a chiste y definitivamente no podrá cuajar es una candidatura “centrista” de Garzón: no podría ponerse en contra de la guerrilla, por ejemplo exigiendo su desmovilización, porque perdería el apoyo de su partido y se quedaría sin militantes ni recursos para hacer campaña. Esa opción le está vedada, por mucho que intriguen los expertos en relaciones públicas. Todos los candidatos están expuestos a los resultados de la segunda vuelta: una especie de bipartidismo forzoso, pues algún candidato habrá de tener los votos chavistas o de amigos de las FARC y otro los opuestos. Mal papel haría Garzón como enemigo de su partido.

En esa misma disyuntiva está el actual alcalde de Medellín: sus posibilidades dependen de que siendo crítico con Uribe consiga atraerse los votos uribistas, tanto en el noroccidente como en el resto del país. Eso no es imposible porque la causa de la popularidad de Uribe es el alivio respecto a la violencia, producto de la política de seguridad democrática. Si Fajardo apoya resueltamente esa política y plantea desde el principio una distancia crítica con Uribe y al mismo tiempo una confrontación resuelta con los legitimadores del terrorismo en los medios y en la política, podrá atraerse votos “de opinión” que en otras condiciones estarían más bien a favor que en contra de Uribe en una segunda vuelta. Desgraciadamente sus antecedentes lo muestran con otra actitud.

Lo que no puede hacer es soslayar la cuestión de la negociación política o tratar de venderla bien aderezada. Ya la experiencia de Antanas Mockus demuestra adónde conducen esas actitudes. En las listas del ex alcalde de Bogotá figuraban en cabeza Salomón Kalmanovitz, profesor que recomendaba votar por Samuel Moreno (sin ocultar sus particulares condiciones) para contener el uribismo, y Hernando Gómez Buendía, un resuelto partidario de la solución negociada. Un candidato con un planteamiento tan vago difícilmente obtendría votos en las regiones amenazadas por los terroristas.

Para cualquiera que haya observado la política colombiana en las últimas décadas es evidente que los políticos sin ideas no pueden liderar a un país que afronta una situación tan complicada. Los gobiernos de Samper y Pastrana mostraron los resultados de esa actitud dilatoria y distraída de andar transando con todo el mundo para conservar el control. Si Fajardo, o cualquier otro, quiere ser gobernante, tiene que empezar a responder si quiere encarrilar al país en la senda de la democracia liberal de Occidente o en la del socialismo del siglo XXI, y en consecuencia si está dispuesto a aliarse con los actuales socios de Uribe, a negarse a negociar el poder o la política o las leyes con los terroristas, a mantener la política antidrogas (tal vez buscando otras actuaciones más efectivas), a buscar la reforma de la tutela y de la financiación de las universidades, así como el control estatal de éstas (que por ejemplo evite la promoción del terrorismo con recursos públicos, como ha venido ocurriendo durante las últimas décadas)...

No creo que tenga futuro una candidatura que pretenda soslayar esas cuestiones, pero si llegara a equivocarme, mucho me temo que los problemas del país se agravarían. El remedio para un país bizarro no es tapar los espejos, sino emprender las reformas que permitirían su inclusión en la comunidad de naciones civilizadas. Ésa es una tarea titánica que no puede llevar a cabo ningún pusilánime, ni nadie que siga pensando en darle a los narcoterroristas ni a sus socios una “segunda oportunidad”.

Publicado en el blog Atrabilioso el 12 de diciembre de 2007.