domingo, febrero 28, 2010

¿Astros gemelos?

En eltiempo.com pusieron en lugar muy prominente un enlace al artículo "La autodestrucción de Álvaro Uribe", de Andrés Oppenheimer. Les interesa porque los argumentos del argentino van dirigidos a la conciencia de la gente que durante estos años ha apoyado a Uribe, y con ellos pretende explicar el error de la segunda reelección. La base de ese artículo es el reconocimiento de los grandes aciertos del gobierno, que podrían echarse a perder con el malhadado proyecto de referendo y reforma constitucional.

Esos logros (manifiestos sobre todo en el primer gobierno, pues el segundo ha estado lastrado por el intento de la segunda reelección, que no sólo amenaza la estabilidad institucional sino que distrae de la tarea de gobierno) son evidentes para los observadores objetivos o rigurosos fuera de Colombia, pero en el país los niegan la mayoría de los columnistas, cuyos artículos parecen escritos por un "superyó", no en el sentido de Freud sino en el de Lobsang Rampa: salvo por alguna frase o a lo sumo un párrafo, son idénticos.

Por ejemplo, siempre aparece la comparación con Chávez. Pero no la comparación, sino la igualación. Un poco incómodos por el rechazo que el patán de Sabaneta encuentra entre la mayoría de los colombianos, los columnistas afines al PDA llegan a admitir que es como Uribe. Algunos lo dicen con más sutileza, pero es algo generalizado. Recuerda un artículo que escribió Trotski en los años treinta sobre Hitler y Stalin, a los que consideraba "astros gemelos".

Un poco desordenadamente intentaré comparar lo que han sido ambos presidentes para sus países, sus logros y fracasos.

1. Cuando Uribe llegó al poder buena parte de los alcaldes colombianos despachaban desde las capitales porque en sus pueblos iban a ser asesinados. Extensas regiones del país estaban en manos de bandas criminales y las carreteras tenían muy poco tráfico porque la gente temía un secuestro, de los que se cometían diez cada día. Hoy en día los acaldes han vuelto, las bandas criminales han retrocedido, el Estado controla la mayor parte del territorio, las carreteras son bastante seguras y los secuestros se han reducido drásticamente.

· Por su parte, Chávez encontró un país con muchos problemas, pero en los que no había grandes organizaciones criminales o terroristas. Gracias a su gestión, las FARC y el ELN hacen presencia en territorio venezolano y cometen toda clase de crímenes contra ciudadanos de ese país. La cantidad de secuestros se ha disparado.

2. La tasa de homicidios en Colombia en 2008 es muy inferior a la de 2002.

· La de Venezuela es muy superior a la de 1998.

3. Desde que empezó a gobernar Uribe ha perseguido a las organizaciones de traficantes de cocaína, con resultados agridulces en materia de fumigación de cultivos ilícitos pero con la sujeción a la ley y la extradición a EE UU de decenas de miembros de esas bandas. De algún modo, la parte que corresponde a Colombia en ese negocio se ha reducido, siquiera sea por lo que el comercio de la cocaína se ha disparado en Venezuela.

· En 1998 la participación de Venezuela en el tráfico de drogas era muchísimo menor que ahora. Chávez expulsó a la DEA y convirtió a su país en un "narcosantuario", a tal punto que el 30 por ciento de la cocaína que circula en el mundo pasa por ese país.

4. En Colombia la independencia judicial llega a tal punto que se vive bajo la tiranía de la Corte Suprema de Justicia, dedicada a perseguir a los otros dos poderes. Pese a las divergencias y conflictos, a nadie relacionado con el gobierno colombiano se le ocurriría tener una autoridad judicial sometida al ejecutivo.

· Las instituciones venezolanas en 1998 seguramente tendrían problemas pero había división de poderes, partidos diversos y mecanismos de control del poder ejecutivo. Todo eso ha desaparecido. Sencillamente el presidente dispone del presupuesto como quiere y controla directamente los poderes legislativo y judicial.

5.
Las libertades fundamentales se respetan en Colombia. No se persigue a la prensa ni se prohíben las manifestaciones ni se excluye a opositores de los empleos estatales.

·
Todo lo contrario ocurre en Venezuela, como es bien sabido.

6.
También la educación en Colombia desde 2002 ha experimentado innegables mejoras, sobre todo en ampliación de cupos escolares y en el SENA.

· En Venezuela la educación pública ha pasado a ser puro adoctrinamiento según los dogmas gubernamentales, aunque en realidad en Colombia en buena medida lo es, lo único que cambia es que "los dogmas gubernamentales" no son los del gobierno de Colombia sino del de Venezuela, cosa que el gobierno colombiano no ha acertado a reducir.

7.
El gobierno colombiano ha intentado mejorar sus relaciones diplomáticas y comerciales con los países desarrollados y ha buscado solidaridad para combatir el terrorismo.

·
El presidente venezolano ha metido a su país en una especie de "eje del mal" con todas las autocracias criminales del mundo: la de Irak (antes de la intervención estadounidense), la de Irán, la de Rusia, la de Bielorrusia, la de Libia, la de Cuba, etc., al tiempo que colabora con organizaciones criminales como las FARC.

8.
Colombia ha ampliado considerablemente su tejido productivo, a tal punto que la bonanza petrolera venezolana ha servido para que los empresarios colombianos exporten grandes cantidades a ese país.

·
En Venezuela ha cerrado la mayoría de las empresas desde 1998, con lo que se ha acentuado la dependencia del petróleo, que está en manos del presidente. De no ser por la multiplicación extraordinaria de los precios en el último lustro, los venezolanos estarían al borde del hambre.

9.
El gasto militar ha aumentado en Colombia por las necesidades de controlar a las organizaciones terroristas, pero la recuperación del territorio y de la economía ha compensado ese gasto.

· Venezuela ha gastado cantidades extraordinarias en una carrera armamentista que sólo es despilfarro de los recursos comunes, todo en aras de los sueños de conquista del patético Napoleón de presidio que se apropió del país.

10.
El esfuerzo de la sociedad colombiana por abrirse al mundo es considerable, con diversos tratados comerciales con países desarrollados y explicaciones sobre los problemas del país.

·
El siniestro Hugo Chávez es un declarado antisemita que tiene excelentes relaciones con el tirano iraní, Ahamadineyad, el cual niega que el exterminio de judíos por el régimen nazi sea verdad. Su gobierno vive dedicado a promover el odio, bien contra EE UU, bien contra Israel, etc.
Y serían cientos los puntos que demostrarían que la comparación es indecente, por mucho que el apego al poder de Uribe amenace sus logros, por mucho que el gobierno colombiano resulte cada vez más identificable con la vieja clase política y sus vicios. Nada delata una profunda deformidad moral como la ceguera, tan típica de los intelectuales colombianos, en gran medida castristas y aliados de las bandas terroristas, ante el carácter criminal del tosco monstruo del Palacio de Miraflores.

El apoyo que recibe de personajes de la Beautiful People, o de intelectuales reconocidos, sólo delata el menosprecio que esa gente tiene por las víctimas de los tiranos. Ocurrió lo mismo en los años treinta con Stalin, que era idolatrado en Europa occidental por los intelectuales mientras mataba de hambre a decenas de millones de personas, y unas décadas después con Mao, cuya revolución cultural fue un reino de terror.

Nadie debe dejarse engañar por el supuesto distanciamiento de Chávez de diversos personajes de la izquierda democrática colombiana. Sólo es una forma de evitar el rechazo de los colombianos. La repugnante igualación con el presidente colombiano es de hecho una forma de complicidad con el tirano, y una técnica de engaño, pues los crímenes del GORILA ROJO se atribuirán a "los caudillos" y así servirán para deslegitimar a sus enemigos.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 9 de septiembre de 2009.)

martes, febrero 23, 2010

El ensimismamiento colombiano

Todas las discusiones sobre el referendo y la reelección conducen a la cuestión de la indigencia cultural generalizada de los colombianos. Ya explicaré más adelante esa indigencia, pero de momento quiero señalar un punto: la incapacidad de asimilar las palabras con su sentido preciso y de aceptar normas que valgan para todos. Los partidarios de la oposición consideran democráticos, honorables, elevados, respetables y correctos todos los atropellos judiciales que les convienen, mientras que los partidarios del gobierno, en su gran mayoría, dan por sentado que el sentido de "democracia" es "cuando mandan ellos".

Ese ensimismamiento, la incapacidad de atender a las razones ajenas, hace que nadie les haga comprender que los pretextos de la nueva autocracia son idénticos a los que esgrimen los partidarios de Correa y Morales. Exactamente como los matones que intentan linchar a cualquier militar que cae en manos de los jueces colombianos, que no pueden verse como una turba de cobardes que acosa a un hombre indefenso, porque la noción de "justicia" va asociada para ellos a una vindicación propia y a la realización de sueños cuyo nombre preciso es "crimen".

Puede que aludir a la reelección sea perder el tiempo, a mí me parece necesario que recuerden que se les insistió. ¿Qué va a pasar si debido a la obstrucción en el Congreso, que podría darse también en la Corte Constitucional, el referendo no se celebra? Muchos comentaristas señalan que en tal caso los amigos del presidente intentarán forzar la institucionalidad para permitir que la reelección siga de todos modos. ¿Y qué pasaría en tal caso? Mucho me temo que aun así esas mayorías actuales apoyarían esa ruptura, pues sus motivos, y es lo que hace falta entender, son parecidos a los de los mencionados partidarios de Correa y Morales.

Recuerdo una encuesta que publicaron hace unos años en la que salía que la mayoría de los hispanoamericanos se manifestaban dispuestos a prescindir de la democracia si a cambio obtenían una mejora de sus condiciones económicas. Es lo que ha pasado en Venezuela, donde la economía creció durante los últimos años mucho más que la colombiana (a causa de los precios del petróleo), y donde a fin de cuentas ningún candidato le ha ganado a Chávez, mientras que su constitución fue ampliamente apoyada.

Y es lo mismo que ocurre en Colombia, donde la satisfacción con el gobierno y el rechazo a la oposición lleva a la gente a querer prescindir de las formas y a acomodarse a una autocracia en la que continúan, además, los peores vicios de la vieja política nacional. La verdad es que en ese apoyo mayoritario a la reelección se hace verdad el dicho de que "el vivo vive del bobo", pues los miembros de redes asociadas al Estado y a los políticos próximos al presidente o a sus amigos se ahorran la competencia gracias a la fe de los ilusos en que su santo benefactor les va a resolver todos los problemas.

La diferencia es que en lugar de "prescindir de la democracia" llaman a eso "democracia", y entonces esa disposición leguleya, ese primitivismo del colombiano, traduce "democracia" según la etimología, como si alguien fuera a preguntarle al papa cuántos puentes ha construido (pues ése es el sentido de "pontífice"). Fuera de Colombia a nadie se le ocurriría pensar que la democracia es la dictadura de la mayoría (es decir, la supresión de las leyes establecidas, pues siempre se pueden cambiar, como han hecho los gobiernos bolivarianos). Pero en Colombia sólo lo entienden los enemigos del gobierno, ansiosos de ascender socialmente cuando el péndulo cambie y las mayorías se cansen de la desigualdad y de la corrupción y del ritmo lentísimo de reducción de la pobreza y apoye a alguien que traiga la justicia social.

El gobierno de Uribe ha contado con muchísimos apoyos de intelectuales fuera de Colombia. Esos apoyos son decisivos porque contrarrestan las campañas de los terroristas y sus muy numerosos aliados e impiden un aislamiento diplomático del país (nadie debe olvidar que durante el gobierno de Pastrana muchos gobiernos europeos presionaban insistentemente para que el gobierno premiara a las FARC: sin la deslegitimación que significó la denuncia de esos intelectuales libres, perfectamente podrían castigar a Colombia de muchos modos).

Pues figúrense que ninguno de esos intelectuales apoya la reelección de Uribe, sino que más bien la desaconsejan. ¿Creen que alguien fuera de Colombia apoya la reelección de Uribe? Todo el mundo razona inmediatamente que no habrá modo de distinguir a Colombia de Venezuela. Pero en Colombia nadie lo quiere creer porque muchos se figuran que si no está el mesías va a llegar el caos, y eso es puro primitivismo. ¿Por qué no se rigen por gobiernos absolutos los países ricos y desarrollados? ¿Cómo creen que llegaron a tener algo como el periodismo, cuando en Colombia los medios de masas sólo hacen propaganda? A los obtusos que se tapan los oídos no hay modo de hacerlos pensar en eso: van ganando, por tanto pueden prescindir de las normas.

Hay un intelectual colombiano reconocido en todo el continente y en Europa que se ha distinguido por denunciar los crímenes guerrilleros y las políticas de apaciguamiento que permitieron su multiplicación. Plinio Apuleyo Mendoza. En un artículo sobre el tema de la reelección señalaba, aludiendo a Uribe:
Terminado su actual período, su excepcional liderazgo le permitiría salir de su soledad en la Casa de Nariño y del venenoso coro de críticas de prensa que hoy lo asedian, para crear y dirigir una fuerza popular, única en Colombia, capaz de servir de sustento a un sucesor suyo y de asegurar la perdurabilidad de su política. ¿No sería mejor?

Pero ese ensimismamiento impide comprender que las bases del desarrollo son precisamente la rigidez de la ley y el equilibrio institucional. Que la larga dictadura de Somoza fue sólo el preludio de la caída de Nicaragua en manos de los matones, al igual que la de Stroessner (que cada cuatro años celebraba elecciones, y a lo mejor las ganaba realmente). No quieren oír, y esa sordera voluntaria permite ver algo peor: un conformismo que realmente los va poniendo en un bando retrógrado, en el de los que siguen a los Kirchner y a Correa y a Morales.

Los escándalos de las notarías son muy dicientes al respecto. ¿Qué negocio es la notaría? Sencillamente, en Colombia hay más trámites de los necesarios porque el sello autorizado es como una canal que desvía los recursos de los ciudadanos al bolsillo del poderoso que puede cobrarles el peaje. Mientras en otros países se vive de producir manufacturas, en Colombia se vive de poner sellos. ¿Ha cambiado algo con este gobierno? ¿Debería cambiar?

A los reeleccionistas no les importa, como les da igual que el ministro del Interior firmara en otra época un documento que abolía la democracia colombiana para repartirse el poder con las FARC. Lo que el mesías haga estará bien hecho, y si se queda cuarenta años en el poder ellos serán siempre felices, pues habrán triunfado sobre los amigos de las guerrillas, salvo que las cosas vayan mal, y entonces habrán perdido.

Ciertamente, la mayor responsabilidad de esa crisis es del presidente, que en lugar de quedar como el hombre que enderezó la historia colombiana quedará como otro sátrapa de una época que es mejor olvidar. Pero quienes secundan esa iniciativa serán también culpables, pues la larga tragedia colombiana debería haberles advertido de los riesgos del ventajismo y de las diferencias con los sistemas políticos de los países desarrollados.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 2 de septiembre de 2009.)

miércoles, febrero 17, 2010

La esgrima de los golpistas y el sentido de la ciudadanía

Decía Immanuel Kant que del leño del que salieron los hombres poca cosa buena se podría sacar. Es algo que podemos decir sobre Colombia: de la herencia de que procede el país poco se puede esperar. Lo que distingue la segunda idea es que a fin de cuentas existe el resto de la humanidad, y de esa población, de la que los colombianos somos apenas un 0,75 %, nos vendrán los modelos con los cuales superar el nudo de la barbarie en que seguimos atrapados.

Pero sin una mirada crítica a la propia tradición, a los valores habituales, a las certezas y costumbres que parecen obviedades, esa superación no será posible. En mi opinión, lo que más se debe considerar con atención es el servilismo, la sujeción a las personas de condición social privilegiada, que encarnan lo que los serviles quisieran ser, más allá de la moralidad de sus actos. Es algo que uno encuentra todos los días. Sin ir más lejos, el domingo El Espectador publicaba una eufórica hagiografía de Alfredo Molano, y casi ningún lector recordaba que ese señor aplaudía las masacres de las FARC durante décadas.

Eso se encuentra casi a todas horas en la conducta de los colombianos: las personas como Carlos Gaviria no resultan nunca sospechosas de prosperar gracias a las masacres debido a la calidad de su ropa y de su labia, por mucho que sea fácil demostrar que siempre fue una ficha del Partido Comunista y que presidía un partido que ni siquiera condenó el asesinato de los diputados del Valle por las FARC. Para los colombianos serviles, tal vez la mayoría, el crimen consiste en tener las uñas sucias y desconocer el latín.

Pero el caso más escandaloso es el del escritor Héctor Abad Faciolince. Nadie lo toma por un extremista próximo al PDA, partido que se alegra del reconocimiento que le ofrece Chávez, pues en cada ocasión en que la gente se indigna con las atrocidades de las FARC (cuando la prensa no puede ocultarlas, como ocurrió con la mujer bomba de Samaniego, Nariño), él se suma a la indignación y consecuentemente lamenta que siga el conflicto y demás, al tiempo que apoya a Carlos Gaviria, el líder más extremista de esa organización político-criminal. Con ese aire melifluo, Abad ha llegado a publicar en El País y, lo que es más grave, en revistas democráticas como Letras Libres.

Ese personaje ha recibido toda clase de reconocimientos del cartel de la prensa por el libro que escribió convirtiendo a su padre en un modelo de decencia y rectitud, siendo que dirigía el partido de las FARC y adelantaba una carrera política que se basaba en el poder que concentraban esos asesinos (niños y rústicos, a diferencia de los doctores de buena familia que llegaban al Congreso y ejercían de "vacas sagradas"). ¿Qué se puede esperar de Colombia cuando se condena a las FARC pero no a sus jefes y fundadores? Parece que el odio a las FARC tuviera por único motivo el que sean gente pobre y sufrida.

Nadie debe olvidar que durante el gobierno del mafioso Ernesto Samper los comunistas alcanzaron muchísimo poder, muchísimas prebendas y parece que hasta información para que las FARC dieran sus golpes. Entre esas gabelas que daba el hombre del Cartel de Cali y del Cartel del Norte del Valle a sus socios destaca la promoción de escritores ligados al partido, señaladamente William Ospina y Abad, sin contar los viajes que les dieron por todo el mundo a los demás intelectuales afines.

El que siga creyendo que Abad es otra cosa que un propagandista más o menos hábil del chavismo sólo tiene que leer su última columna, en la que le saca el jugo a su nueva relación personal con un escritor español más o menos reconocido, Javier Cercas, y explota un paralelismo que si no fuera en el país de los lambones habría generado mucho desconcierto: ¡el golpe de Estado que intentaron unos militares franquistas en España el 23 de febrero de 1981 le parece lo mismo que el referendo reeleccionista! Y claro que las huestes de Agitprop lo aplauden, pero ¿hay algún elemento por vago que sea en que ambas cosas se parezcan? No importa: el hombre sabe que se dirige a gente servil que espera indignarse para poderse valorar y que canaliza el odio con imágenes grotescas y absurdas.

Más parecido al golpismo es lo que hace la Corte Suprema de Justicia persiguiendo a los congresistas que voten el referendo, como explica Rafael Guarín. De hecho, cuanto más nos fijemos en el sentido preciso de esa expresión, "golpe de Estado" (1. m. Actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las autoridades existentes), más resulta evidente que si bien el prevaricato de los malhechores de la CSJ no cumple las primeras condiciones, sí en cambio corresponde a los fines de cualquier golpista: apoderarse por el terror de la cárcel de los resortes del Estado y desplazar a las autoridades. El problema es que esas autoridades, los otros poderes, son los que elige la gente: el golpe de los magistrados es la abolición de la democracia.

Más que de golpe de Estado habría que hablar de tiranía para aludir al proyecto de esos desalmados, pues el activismo judicial es la negación de la democracia. Es como si el árbitro en un partido de fútbol se dedicara a meter goles para un equipo. La conducta de esos caballeros está haciendo más daño que las mismas guerrillas, sobre todo debido a la inclinación servil de los colombianos, que no pueden concebir que se trata de los peores corruptos y los peores mafiosos.

Hay algo que debería hacernos reflexionar, y que es el motivo de este post: el líder indiscutido de la mayoría de los colombianos es el señor Uribe. ¿Cómo es que él no denuncia los atropellos de los jueces, como los que ponen en práctica contra el coronel Plazas Vega, o la persecución contra Fernando Londoño? La respuesta es sencilla: porque es el presidente y tiene que mostrarse respetuoso con los demás poderes.

Para hacer frente de forma eficaz a esos abusadores hace falta que el señor Uribe no sea el presidente. Para organizar grupos de abogados que demuestren de forma eficaz que la conducta de la juez que obedece al abogado del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo es prevaricato, o que las pruebas falsas en que se basan las persecuciones de la Corte son un delito. Para explicar a los ciudadanos y al resto del mundo que esos jueces están abusando de sus funciones en cumplimiento de una agenda política, para coordinar acciones legislativas orientadas a castigar esos atropellos.

Es que hay como un bloque de la colombianidad que necesita ser reformado para que podamos ser un país serio. Ya he mencionado el servilismo como un vicio que se debe superar. Otro es la concepción de la política como mero ejercicio del poder desde las instituciones. En lugar del charlatanesco "Estado de opinión" el señor Uribe debería pensar en el largo plazo y en el triunfo de su proyecto a través de la hegemonía en la opinión, pues, como han señalado muchos grandes pensadores a lo largo de la historia, quien manda siempre es la opinión pública.

He mencionado el rechazo de los desmanes de la mafia judicial desde el liderazgo ciudadano, lo mismo se podría decir de los sesgos perversos de la prensa o de las campañas criminales de ciertas ONG: al señor Uribe lo escucharía la gente, tanto en Colombia como fuera. A los demás no nos hacen caso, y terminan imponiendo su visión los portavoces melifluos de la industria del secuestro, como Abad Faciolince.

Pero hay más: es muy improbable que si Uribe no se presenta llegue a ganar algún candidato equívoco o próximo al chavismo. Si el entorno del presidente apoya al señor Santos, su primacía estaría respaldada por la digamos benevolencia de la prensa de su familia (siempre hostil a Uribe y a su proyecto). Supongamos que ganara y su gobierno fuera una catástrofe, que estallaran casos terribles de corrupción o que el presidente cometiera un gran error respecto de los enemigos de la mayoría de los colombianos. Pues el señor Uribe, que no sería el responsable de ese error, promovería desde su partido un candidato para 2014 que siguiera sus ideas, pues su prestigio permanecería incólume.

No pasará lo mismo si el presidente del proximo período es Uribe: la tensión del Caguán se irá alejando y la gente siempre descontenta podría prestar atención a demagogos del tipo de Gaitán o Serpa, que podrían matricular a Colombia en el plantel chavista. Los medios seguirán tratando de erosionar al gobierno y terminarán consiguiéndolo, pues la gente busca sus modelos y hasta sus ideas en ellos, y sólo el horror de las FARC ha podido impedirles hasta ahora crear un estado de opinión conveniente a sus candidatos.

Es que sencillamente no se tiene autoridad para condenar a quienes tuercen las leyes a su favor cuando uno mismo lo hace. O, explicado al revés, el que tuerce las leyes a su favor legitima a quienes lo hacen contra él.

Y es que ése es otro rasgo de la colombianidad que hay que superar. Los jueces no juzgan las leyes sino que las aplican. Los gobernantes no están para crear las leyes a su antojo, sino para dirigir el Estado respetando los límites descritos por la ley. Cuando nos indignamos porque los supuestos familiares de las supuestas víctimas del Palacio de Justicia confundan el derecho con su venganza o con su proyecto político debemos pensar si no estarán los reeleccionistas haciendo lo mismo, estirando la ley para asegurar la continuidad de su caudillo, como si en 2014 ya fuera a haber madurado otro colombiano capaz de convencerlos.

La reelección de Uribe en 2010 obliga a los colombianos a escoger entre una presidencia vitalicia y en algún momento la formación de una mayoría que obedece al efecto pendular: la reelección perpetua favorecerá a algún émulo de Chávez, y los que se opongan no tendrán autoridad para exigir otra cosa, pues ellos mismos escogieron el caudillismo.


(Publicado en el blog Atrabilioso el 25 de agosto de 2009)

jueves, febrero 11, 2010

La persecución contra Alfredo Molano

Más allá de lo que se piense del famoso proceso de la familia Araújo de Valledupar contra el sociólogo y columnista de El Espectador Alfredo Molano por un artículo que les pareció calumnioso, es innegable que los hechos que denuncia en su última columna merecen la más enérgica reprobación de todos los que deseamos defender el Estado de Derecho. ¿Qué clase de investigación es una sobre un delito prescrito cometido hace más de cuarenta años? Uno se queda con la impresión de que los funcionarios no han entendido cuál es su función (aplicar las leyes) y se dedican a acosar a personajes públicos que no son de su agrado.

Lo más característico es que tanto la denuncia de los Araújo como la investigación por el robo de libros en la Buchholz son endebles jurídicamente, pero Molano podría haber sido al menos denunciado cientos y aun miles de veces por apología del terrorismo (aunque el declive de las FARC también ha traído una mengua de su entusiasmo), y en un país civilizado la causa habría prosperado. Ahí está pintada la sociedad colombiana: como no hay nadie importante afectado por el fervor con que Molano aplaudía la masacre de Vigía del Fuerte, tampoco hay denuncia. Ciertamente es probable que los jueces colombianos hubieran fallado a favor del escritor, pero la denuncia habría servido para mostrar al mundo la clase de retórica de los empresarios del asesinato en masa.

En todo caso, esa última columna retrata de nuevo al personaje, sobre todo en sus virtudes: escribe bien y dice lo que piensa. Quienes nos oponemos a sus ideas podemos agradecer la sinceridad con que describe sus verdaderos valores. Y vale la pena prestar atención al detalle.

Ya en una ocasión, en la época en que las FARC se daban un festín semanal de cientos de asesinatos y las autodefensas criminales hacían otro tanto, Molano describió en términos patéticos su desamparo ante el exilio al que supuestas amenazas lo habían forzado. ¡Le había tocado barrer! ¡Le había tocado barrer! El acto execrable se describía con detalles minuciosos y la humillación se transmitía a los lectores con la seguridad de encontrar comprensión. Es que no hace falta investigar mucho para entender la categoría humana de los lectores de semejante personaje.

Otro canalla vividor de la misma ralea de Molano pero melifluo y santurrón, Héctor Abad Faciolince, contaba en una columna que Susan Sontag le había preguntado por qué no le reprochaba a García Márquez su silencio ante los asesinatos y encarcelamientos de la satrapía cubana, a lo que le respondió que García Márquez le había hecho muchos favores y le debía lealtad. Tranquilamente, no hay modo de sorprenderse, ni siquiera del hecho de que para los demás colombianos no haya ningún problema: es la cultura nacional.

Insisto, no hay como atender a sus propias nociones, a lo que juzgan como razonable y sensato. Es ahí donde se los puede entender. En el caso de Molano y el robo de libros en la Buchholz, según su artículo, eso ocurrió después de salir de la universidad, es decir, después de entablar una relación privilegiada con Camilo Torres, Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna y otros próceres de la intelectualidad nacional. ¿Cómo es que alguien así se permite entrar a una librería a robar? Ni siquiera es el acto de robar, es mucho más grave si se piensa que quien pone una librería en Colombia es una especie de Quijote que puede contar con pérdidas casi seguras, no hablemos de ser víctima de robos.

Hay que señalar que se observa el mismo fenómeno de la afrenta por tener que barrer: a Molano ni siquiera se le ocurre que por robar cantidades como ésa hay personas que pasan años en la cárcel. El graduado Molano cuenta con que su alcurnia y sus relaciones familiares le aseguran la impunidad y su única preocupación al ser descubierto es por los reproches maternos. Hay unos colombianos que barren (y a veces como Condorito, al que encuentra un amigo barriendo y le pregunta: "¿Cómo has podido llegar a esto?". "Pues porque tengo un amigo en la Alcaldía.") y que van a la cárcel si roban, hay otros que sienten el tener que barrer como un ultraje y, pese a formar parte de una elite selecta, consideran el robo una travesura que pueden permitirse y por la que con toda certeza no recibirán ningún castigo.

La preservación de esa jerarquía entre los colombianos es la única verdadera causa de que haya izquierda democrática, y también es el motivo profundo del ascenso de Chávez. Es verdad que éste, como esperaban hacer los comunistas en Colombia, se apoyó en el resentimiento de mucha gente pobre, pero también que los magistrados, congresistas, militares, gerentes y demás personajes del chavismo que ganan más de cien salarios mínimos no provienen de tristes familias de malandros sino de las mismas clases parasitarias del viejo orden.

Aparte, la alegre audacia del joven sociólogo patricio tiene otro aspecto característico: robar libros estaba de moda en París. Era casi prestigioso entre los inmigrantes del Tercer Mundo, y en realidad la lesión al negocio de los libreros era mucho menor, tratándose de tiendas con ventas copiosas. La traducción a Colombia casi que describe al personaje: el señorito de arriba no tiene escrúpulos en despojar al tendero inmigrante, probablemente judío, que en semejante erial se atrevió a poner una librería. Es lo que hicieron los antepasados de Molano durante muchas generaciones y lo que pretenden seguir haciendo las personas de ese medio: disponer de todo con la garantía de que ninguna arbitrariedad tendrá respuesta por el temor que inspiran entre las víctimas los nexos familiares o el prestigio de los autores.

Es lo que hacen los profesores y sindicalistas con las mujeres que los rodean: disponer de ellas como quien ejerce un derecho. De nuevo: lo que han estado haciendo desde hace varios siglos sus familias. De hecho, ¿por qué no pensar en la percepción de sí mismo que tenía el joven sociólogo mientras robaba libros? Es que la épica de la Historia podría ser para él otra travesura, otra emoción, otro motivo de autohalago. Ya no de ese personaje sino de todo su medio social se puede decir que las travesuras han ocasionado la muerte de cientos de miles de colombianos y la miseria de la mayoría. Pero no van a dejar de sacar pecho, ni van a recibir una condena resuelta de la gente, porque quienes los leen son por lo general la misma clase de personajes reaccionarios, y las víctimas no tienen ocasión de leerlos.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 18 de agosto de 2008.)

sábado, febrero 06, 2010

¿Es de verdad posible un "milagro colombiano"?

Tal como se va aclarando día tras día, la crisis económica actual no va a ser una catástrofe comparable a la de los años treinta, en la que se llegaron a producir hambrunas en Estados Unidos y Europa, y en todo el mundo reinó durante una larga década una miseria generalizada. Los indicadores de los mercados hacen pensar que el estallido de la burbuja dejó un panorama en el que los países que más habían ahorrado, como las grandes potencias emergentes, tenían recursos para invertir y reactivar sus economías, mientras que los grandes perjudicados son los países cuya prosperidad provenía sólo de operaciones especulativas o del precio exorbitante de las materias primas.

Eso hace pensar que la próxima década será en todo el mundo de recuperación, tal vez un poco lenta al principio, pero tal vez no tan lenta: las posibilidades de aplicación de la tecnología son tantas que el problema práctico de multiplicar los bienes y abaratar su producción se puede considerar resuelto. Las preocupaciones ecológicas probablemente encontrarán respuestas tecnológicas, estrategias para captar carbono de la atmósfera, depurar las aguas, reciclar los materiales de desecho y así detener el deterioro ambiental. Puede que las tecnologías de explotación de energías renovables avancen tanto que las zonas del planeta con grandes extensiones expuestas al sol encuentren una nueva fuente de ingresos, y aun que los procesos de filtrado de las aguas marinas permitan aumentar la superficie cultivada.

Uno de los efectos de esa previsible recuperación es el retroceso de las ideologías apocalípticas: ya la crisis final del capitalismo sólo tendrá audiencia en los últimos reductos de la barbarie totalitaria: las universidades del Tercer Mundo. Otro será el cambio en los equilibrios geoestratégicos a favor de Asia, en detrimento de Europa e Iberoamérica.

En ese contexto vale la pena preguntarse qué pasará con la economía colombiana. Por una parte, el crecimiento se puede dar por sentado porque los altos precios de los productos energéticos favorecieron las exploraciones, que poco a poco irán dando algún resultado, y las explotaciones existentes encontrarán mejores precios a medida que se afiance la recuperación. También el entorno de mayor seguridad alienta las inversiones, al tiempo que las políticas de "confianza inversionista", incluidos los pactos de estabilidad, disuaden a los inversores de buscar otros destinos.

Algo que se podría hacer para favorecer ese crecimiento sería favorecer el asentamiento en Colombia de personas que disienten de las cleptocracias bolivarianas: no todos los "cerebros" encuentran su lugar en el Primer Mundo, ni todos los que huyen son profesionales de gran nivel. Ojalá los gobernantes estén atentos a los carteles de los trámites, que tan famosos son por hacer la vida imposible a los extranjeros para conseguir sobornos por documentos o trámites que es deber de los organismos correspondientes cumplimentar.

La experiencia de los países de nuestro entorno que han dado un gran salto en su Producto Interno Bruto es casi repetida: después de un periodo de inestabilidad llega uno prolongado de imposición del orden, de gobiernos de derecha que desactivan los polvorines sociales y dejan las estructuras básicas sobre las que se cimenta la prosperidad. Tal fue el caso de España tras los cuarenta años de franquismo, de Chile tras las casi dos décadas de dictadura y de Perú tras el reino corrupto de Fujimori.

Colombia ha sacado provecho de la destrucción por Chávez de la economía venezolana, y el acopio de beneficios empresariales, experiencia laboral y avance de las organizaciones productivas debería servir de base para un desarrollo que continúe en la próxima década. Al mismo tiempo, la guerra contra las organizaciones de traficantes de drogas ha debilitado a las mafias y aun la misma industria, que probablemente se desplazarán a los países bolivarianos.

Hay dos peligros que amenazan ese desarrollo: uno es el precio que se ha de pagar por el retraso en infraestructuras de transporte, retraso que es uno de los peores puntos del actual gobierno. El otro es la inestabilidad política, que podría provenir de un triunfo de personajes equívocos respecto a Chávez o las FARC en 2010, o a una percepción de ilegitimidad derivada de una nueva reelección, la cual podría abrirle las puertas a gobiernos demagógicos parecidos a los de Venezuela y Ecuador en 2014.

Un crecimiento continuado de la economía colombiana durante la próxima década exige conservar las riendas en manos de sectores afines al actual gobierno y al mismo tiempo intentar una renovación: si ésta conduce a errores, vacilaciones o inestabilidad, el liderazgo de Uribe en la sociedad permitirá enderezar el rumbo a partir de 2014.

Lástima que tantos profesionales de la política y de la función pública estén tan dispuestos a sacrificar el orden y la disciplina institucionales para asegurarse nombramientos y negocios. De otro modo ya se tendría claro que Uribe no debe presentarse a emular a Chávez y sus epígonos en la tarea de convertirse en presidente vitalicio, y se estaría pensando seriamente en cuál sería el mejor candidato. Y lástima que haya tantos ciudadanos dispuestos a suscribir la religión de un gobernante perfecto a cuya sombra, en tantos años, van creciendo redes de corruptelas dañinas y deslegitimadoras.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 11 de agosto de 2009.)

lunes, febrero 01, 2010

Un crimen colectivo

En una ocasión Octavio Paz se refirió al comunismo con esa expresión: un crimen colectivo. También la podríamos emplear para resumir la historia reciente de Colombia. No un crimen cometido por entidades abstractas, sino uno que sería imposible sin el concurso de muchas personas.

Para ver un ejemplo sencillo de la forma en que opera ese mecanismo criminal basta con fijarse en la noticia reciente de la mujer bomba empleada por las FARC para atentar contra el puesto de policía de Samaniego, Nariño, episodio que en la revista Semana, al igual que en El Espectador, no consideran siquiera digno de mención. ¿Qué gravedad o importancia tendría algo así? Es como cuando las guerrillas matan a varias decenas de soldados, apenas sale en la prensa.

Lo que sí preocupa a la prensa y a sus lectores son hechos como los del colegio Marymount, sobre los cuales apareció en la edición dominical del periódico de Santodomingo un tremendo reportaje con este título: "La última ridiculez del DAS". ¿Qué era eso más importante que la mujer bomba? ¡Pues que el DAS había abierto un expediente de investigación a una profesora que ponía a sus alumnas a leer a Alfredo Molano! No que hubiera sido detenida dicha profesora, ni siquiera denunciada, sino que se investigaba su labor.

El contraste lo expresa todo, pero es algo que no asombra a los lectores de prensa colombiana. Los crímenes que se cometen en regiones apartadas, por atroces o numerosos que sean, no existen, mientras que un hecho casi banal como que se investigue a personas que podrían estar reclutando miembros de las FARC resulta terriblemente escandaloso. Intolerable.

Esa forma de reclutamiento es algo que todo el mundo en Bogotá conoce, y casi ha vivido. Después de leer a Galeano, a Molano y a algún otro científico social, se evalúa la actitud de los alumnos y a aquellos más inclinados a responder a la propaganda revolucionaria se los invita después a convivencias, grupos de estudio, fiestas, etc., hasta que se les encuentra una utilidad para la organización. Cuanto más alto el rango social, más útil puede ser la persona. Sin esa clase de colaboraciones los miles y miles de secuestros de hace una década habrían sido imposibles.

Nadie dice que la profesora investigada estuviera haciendo eso, pero ¿por qué no se va a poder investigar? El hecho de poner a las muchachas a leer a esos personajes da que pensar. Por ejemplo, el señor Molano declaraba en los noventa en un foro en la Universidad Nacional que fue recogido en UNperiódico que no se podía andar pidiendo a las FARC que renunciaran a sus medios ilegales de financiación, pues los medios legales les estaban vedados.

Cuando uno habla de crimen colectivo no está aludiendo a "la sociedad" en general, ni atribuyendo ninguna conducta a nadie que no tome parte en ella. La inexistencia de la mujer bomba en la prensa ya muestra un tipo de personas para las que el sufrimiento de sus compatriotas humildes y excluidos incluso por motivos racistas no tiene la menor importancia, personas que no vacilan en mostrarse solidarias con un ideólogo indistinguible de las FARC y rabian porque se intente impedir la formación de redes gracias a las cuales se mantiene el "conflicto", cuya persistencia sirve de Leitmotiv a la propaganda de la oposición (porque puede decir que el gobierno no busca la paz).

En realidad, para la prensa colombiana el episodio de Samaniego es casi legal, mientras que la investigación del DAS es una tragedia estremecedora. Pero ¿cuál es la novedad? Después del asesinato de José Raquel Mercado y de la cruenta toma del Palacio de Justicia (la relación con Escobar ya se conocía en los ochenta, como recordaba recientemente el ex ministro Jaime Castro), buena parte de la clase media-alta colombiana votó por el M-19, y lo mismo ocurrió tras la orgía del Caguán, cuando el entonces candidato Luis E. Garzón obtuvo una gran votación en las elecciones de 2002 y alcanzó la alcaldía de Bogotá en las de 2003.

Pero no es la prensa: ¿qué reacción tienen los lectores? ¿Qué dirían los lectores habituales de esos medios si leyeran este artículo? En realidad los crímenes terroristas cuentan con la aprobación de esos medios sociales, que no dedican ni un segundo a pensar en impedirlos sino en acusar al gobierno por no disponerse a premiarlos. No sólo el de Uribe: pese a las facilidades que les dio Pastrana, vivían indignados porque no les parecía suficiente negociar las leyes con la banda de asesinos de que esas clases son la base social.

Es muy probable que las FARC desarrollen una campaña terrorista en los próximos meses, como forma de participar en la campaña electoral: cada bomba pondrá a esa parte de la sociedad más de parte de los asesinos, de la que han estado desde hace décadas, desde que los miembros de la generación anterior militaban en la Juco o el MOIR o cualquier otra organización totalitaria, cosa que sigue pareciéndoles el mayor blasón de la familia. Sólo es que ¿cómo van a decir que están de parte de los terroristas? Ahora hasta la increíble Claudia López, hasta el increíble Daniel Samper, proclaman que están en el otro bando.

Y nadie verá ninguna responsabilidad en esa clase de gente que no se escandaliza de que las atrocidades de la tropa no aparezcan en la prensa, sino de los intentos por investigar la formación de redes que permitirán miles de atrocidades como ésa. Habría que ser idiotas para esperar que reconocieran que hechos como el de Samaniego les resultan esperanzadores.


(Publicado en el blog Atrabilioso el 4 de agosto de 2009.)