viernes, junio 14, 2013

El lenguaje de la muerte


La experiencia de la mayoría de las personas es la de la impotencia e irrelevancia. Por allá en remotas oficinas unos banqueros deciden el futuro de las inversiones y los empleos y el ciudadano "de a pie" sólo puede adaptarse a lo que se encuentra. Y lo mismo en todos los ámbitos. Al que nace en Colombia le cae la mala suerte de esa compleja realidad de crimen, violencia y corrupción de la que cada ciudadano particular no puede atribuirse una culpa completa.

En una época yo discutía en un blog que tenía el entonces columnista y decano (hoy ministro de Salud) Alejandro Gaviria sobre el origen de esa realidad y la especificidad de Colombia, cosa que lo escandalizaba, así como a sus jóvenes discípulos. ¡Me atrevía a negar que la violencia era el resultado de la prohibición de los psicotrópicos en Estados Unidos y del negocio ilícito subsiguiente! Hasta suponía que la ideología unánime de las universidades colombianas era la principal causa de todos los problemas del país, cosa sumamente incómoda para ellos (que la comparten).

Bueno, es algo incomunicable para quien no ha vivido en otro país: las cosas que ocurren en Colombia son inconcebibles en cualquier otra parte, pero no los hechos, pues en muchos sitios ha habido situaciones de violencia más graves, y de miseria, corrupción, injusticia, etc., ni hablar. Son las palabras las que hacen tan especial a Colombia, y las palabras remiten a algo que sí es inmediato para la persona ordinaria: por mucho que grandes poderes se confabulen para llamar de cierta manera a las cosas, nadie la obliga a compartir ese lenguaje.

Es decir, la fuga de inversiones norteamericanas de Europa a Asia no es algo que el ciudadano corriente en Colombia pueda controlar, pero si llaman "guerrerista" a la persona que piensa que forzar a alguien a llevar una bomba y hacerlo explotar con ella para matar a muchos más no debe ser la forma de llegar a ser embajador, nadie puede decir que eso ocurrió lejos de él. Se puede entender que no todo el mundo esté para interesarse por la política, pero en medio de las atrocidades, que sin la menor duda pronto se multiplicarán, la solidaridad con los "pacifistas" que promueven eso, hoy por hoy generalizada, no puede considerarse inocente.

Las circunstancias actuales de multiplicación de los crímenes terroristas y de propaganda legitimadora del régimen hacen particularmente grave esa pasividad con el lenguaje criminal de los medios de comunicación, con sobreentendidos tan perversos y absurdos como la propaganda terrorista. De hecho, ¿alguien me podría mostrar UNA SOLA diferencia entre el lenguaje de los medios y el de los comunicados de las FARC?

Colombia es un caso único en el mundo porque la gente es tan servil y tan perezosa intelectualmente que no puede concebir que desde mucho antes del Caguán los grandes medios SIEMPRE han estado justificando la existencia de bandas de asesinos comunistas y convenciendo a todo el mundo de que se deben premiar sus hazañas. Si uno habla con colombianos instruidos pero no propiamente activistas es imposible que admitan que hay un sesgo en ese sentido de la prensa. El hecho de que los que organizaron el secuestro y asesinato de los magistrados en la toma del Palacio de Justicia sean gobernantes y maestros de moral y los que trataron de impedir que su golpe de Estado derivara en la opresión de todo el país estén presos sin pruebas, por hechos juzgados y prescritos y con base en testigos falsos, lo asume casi todo el mundo como natural.

No está en poderes ajenos al ciudadano entender la iniquidad de semejante situación sino en su propia conformidad con el orden social. Claro que toda su vida ha estado expuesto al adoctrinamiento en las escuelas y a la propaganda en los medios, pero la desproporción de esos hechos es demasiado atroz. Inconcebible en ningún país en el que haya algún vestigio de libertad. Eso hace única a Colombia y singulares a sus ciudadanos.

Todos los días se ven pruebas de semejante sumisión de la gente al lenguaje de los criminales. Casi todos los columnistas de la prensa, que son en rigor propagandistas del terrorismo, armaron un gran escándalo porque Uribe publicara en su cuenta de Twitter las fotos de unos policías asesinados: es por puro respeto por lo que ellos presionan para que quienes ordenaron eso obtengan poder político, cuanto más, mejor.

Las falsedades monstruosas son la norma, y detrás de ellas se esconden los intereses del crimen terrorista: hace unos meses presionaban a Santos para que se sentara a repartirse el país con las FARC con el cuento de que ya eran insignificantes. Gracias a la negociación avanzan y este mismo año pueden llegar a tener más recursos y poder qne en 2001, toda vez que los burladeros venezolano y ecuatoriano son seguros para el trasiego de armas y cocaína y el gobierno de Santos colabora de un modo que nunca lo hizo el de Pastrana. Ahora la presión no es para que empiece a negociar sino para que persista, y a eso se aplican los más influyentes propagandistas de las FARC, como Héctor Abad Faciolince (el mismo para quien oponerse a las masacres es ser "abanderado del odio"). Dentro de unos meses será por la rendición total, y se equivocan quienes creen que así cesarán las muertes, al contrario, sin resistencia matarán más, como han hecho los comunistas siempre que han tomado el poder.

El hecho de que el expresidente Uribe haya criticado algunos aspectos de los diálogos de La Habana, cuya monstruosidad esencial no denuncia, por lo demás, sirve a la inefable columnista María Jimena Duzán (la clase de personas que espera grandes ascensos gracias a las masacres terroristas: ya fue cónsul en Barcelona, con oficina en la calle más cara de la ciudad, gracias al afán de Pastrana de complacer a Tirofijo) para preguntarle a Francisco Santos:
¿Pero no es un poco mezquino que el expresidente Uribe esté utilizando la paz para conseguir réditos políticos?
 F.S.: ¿Y cuándo la política no ha sido mezquina?
(La entrevista no tiene pérdida, deja ver a un estadista al que los uribistas apoyarán con más fervor aún que a Angelino Garzón, tal como antes admiraban a Roy Barreras o a Fabio Valencia.)

¿De modo que oponerse a los crímenes crecientes es sacar réditos políticos? ¿Alguien lo obliga a usted, amigo lector/a, a suponer algo así? Lo comparten la inmensa mayoría de los lectores de la prensa, y eso porque las FARC no son el fruto de la prohibición de las drogas sino la expresión genuina de la mentalidad tradicional de las clases altas, que ven a la gente humilde como ganado.

Bueno, ¿a cuántas personas han asesinado las FARC en la última semana? Pues sumadas habrán ocupado menos espacio en la prensa y en las redes sociales, por supuesto, que este hecho. Un tuitero minoritario y aislado le contestó al dulce humanista Antonio Morales Rivera, el que hacía los guiones del beato Jaime Garzón, esto:

Impresionante noticia. Horacio Serpa se enteró por la prensa y no vaciló en señalar:

Las muestras de solidaridad fueron naturalmente abundantes, pero es sólo un caso: el estilo de los columnistas de prensa y los políticos amigos del gobierno es tan atroz como las proezas de la tropa que les abre el camino para futuras dignidades. A fin de cuentas, sólo los colombianos los conciben como personas diferentes, dado que la noción que tienen de moralidad se resume en la marca del calzado.

Otro episodio reciente me permite concluir este paseo por la corrupción del lenguaje en medio de la orgía terrorista. Apareció un supuesto panfleto firmado por las FARC amenazando a varios tuiteros. Lo primero que me repugna del hecho es que alguien se escandalice porque eso ocurra. ¿De modo que las FARC respetan la vida de alguien, y sobre todo de alguien que denuncia y combate sus crímenes? ¿Por qué algo así se puede considerar importante y las incesantes masacres no? Es el sobreentendido de la discusión sobre esas amenazas. Amenazados de muerte por las FARC están todos los colombianos, salvo obviamente sus partidarios, que comparten plenamente sus asesinatos.

Y como no considero que divulgar amenazas sea un posible delito de las FARC (como si los nazis tiraran colillas al suelo), me parece secundario que haya sido una determinación del Secretariado o de algún universitario espontáneo, o aun de alguno de los supuestos amenazados para figurar, como insinuaba Sergio Araújo. Lo interesante es la absoluta identidad del lenguaje terrorista y el del gobierno y la prensa:
"Muerte a destructores de la paz"
Lo de "muerte" es apenas insinuado por Abad Faciolince o León Valencia, pero ¿cuál es la diferencia? Lo que la inmensa mayoría de los colombianos que leen la prensa aceptan es que quienes se oponen a que se premien las masacres son "destructores de la paz" mientras que las FARC, que matan cada día más (para conseguirle a Abad un pedestal más grande que el que le construyó Samper), son agentes de paz. Es algo incomunicable porque la mala fe reinante se aferra a cualquier mentira, pero el que llame "paz" a lo que hacen los subalternos de Santos con los terroristas en La Habana está admitiendo que quien se opone por respeto a las víctimas pasadas y futuras es "destructor de paz", y matarlo es apenas un paso coherente.
Sus mentiras por las redes sociales, más concretamente por el medio de comunicación Twitter ocasionan desinformación a la población civil, generando un ambiente hostil y nocivo para la paz.
Es exactamente lo que dice la prensa: los asesinatos (¿cuántos cientos van este año?) no generan un ambiente nocivo para la paz, sino la duda que alguien plantee a que se deban premiar. ¿O no es otra cosa lo que dice Abad Faciolince en el escrito enlazado arriba?

Tras la lista de enemigos aparece una conclusión:
Son y serán objetivo militar. Los colombianos y colombianas queremos lograr la paz.
No hay ninguna ironía sino que es exactamente lo que uno puede encontrar en todos los columnistas de Semana, en casi todos los de El Espectador y en la inmensa mayoría de los de El Tiempo. "Queremos lograr la paz, no nos publiquen fotos de los muertos, no nos vengan a criticar a los agentes de paz reunidos en La Habana ni cuestionen al gobierno: es necesario matarlos para que pueda haber paz."

La redacción parece de Abad Faciolince, que tiene sus momentos inspirados, en los que llega a ser más elocuente que el mismo Serpa, pero aunque fuera de otro, con toda certeza es alguien que se inspira en la prensa.

Bueno, ya sabemos qué es la prensa. Es la hora de darse cuenta de que por miedo, principalmente, por complicidad y por otros motivos, la mayoría de los bogotanos de estratos altos, para aludir a los colombianos que más leen la prensa, comparten el lenguaje de ese panfleto.

Lo que en definitiva vienen a representar las FARC en términos sociológicos, una vez que se comprueba la adhesión total de los grupos de personas afines tradicionalmente al poder político y a las rentas estatales, es tema de otra entrada.

(Publicado en el blog País Bizarro el 20 de febrero de 2013.)