lunes, enero 23, 2012

El derecho a la tortura

No leí la trilogía Millenium por cierta apatía y desdén que he desarrollado ante la literatura, sobre todo ante la lectura de novelas recientes. De hecho, la gente que vive pensando en las bobadas literarias en medio del horror colombiano me resulta incomprensible. Francamente, parte del horror. Las expansiones de Carolina Sanín son como una mancha de flegma en un charco de sangre.

Pero he visto hasta ahora las películas correspondientes a las dos primeras novelas y me he quedado pasmado, no porque en Suecia haya lugar para la novela negra o el folletín, como parece ser el caso de Mario Vargas Llosa, sino por la abierta aprobación del crimen que lleva la novela. Verdaderamente el hecho de que las descripciones que aparecen en la Wikipedia, o el artículo del nobel peruano que enlacé arriba, pasen por alto la infinidad de delitos que comete la justiciera, me resulta como la manifestación de una nueva época de barbarie y degradación moral.

En la primera película, aparte de violar por oficio y dinero la privacidad de otra persona, la justiciera deniega deliberadamente, cometiendo un delito grave, auxilio a alguien que está en peligro de muerte y que muere. ¿Que era un criminal monstruoso? Para eso existe el derecho, para que a los criminales se los juzgue según un código y un consenso de la sociedad. Pero, además, a otro criminal lo tortura, y a otro le roba una fortuna gracias a sus habilidades de hacker.

Así empezó la ideología en Colombia: cuando es lícito robar, torturar y matar indefensos a los criminales, sólo hace falta considerar criminal a la futura víctima. Es la lógica con que obran las tropas de la universidad.

La segunda cuenta la biografía de la justiciera, que a los doce años le arrojó gasolina y fuego a su padre y que termina matándolo en una circunstancia en la que las instituciones parecen más un lastre que una solución. Todo lo cual se presenta como digno de aprobación y aun admiración (el periodista lo justifica continuamente), y como tal recibe el aplauso de Vargas Llosa.

Insisto, lo curioso es que haya ese consenso respecto a la sensatez de comerse al caníbal. En otras novelas y películas del género el crimen que cometen los justicieros está excusado con pretextos más sutiles, y la elección de la crueldad se justifica con recursos más difíciles de rechazar. Ahora ya no hacen falta, la vengadora aplica la pena de muerte por puro placer, y el público lo comparte.

Lo más gracioso es que esa trilogía y sus héroes son iconos de la izquierda. Basta con que la causa que se invoque convenga a la carrera política de los vividores de las rentas públicas, como puede ser en este caso el feminismo, para que la competencia de los productos más típicamente "fascistoides" resulte legítima, moderna, elegante y aun emocionante en su "idealismo" (que incluye el acceder a toda clase de lujos gracias a un fraude).

Uno se queda pensando si los excesos de Harry el sucio o de las películas de Charles Bronson no serían menos atroces. Al menos no estarían movidos por la ideología que condujo a la opresión de Rusia y China y muchos otros países, y al colapso de la Unión Europea.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 13 de septiembre de 2011.)