jueves, marzo 25, 2010

¿Cuál conflicto?

No habrá mucha gente que soporte sin malestar que se le diga que sus certezas habituales sobre lo que ocurre en Colombia son erróneas y aun disparatadas. Y mientras no haya una concepción clara de eso, muchos esfuerzos serán vanos, al tiempo que la labor del bando terrorista será fácil, pues podrá operar sin grandes dificultades ante un enemigo que obra como quien se enfrentara a un enjambre de avispas a machetazos.

La más corriente y funesta de esas certezas es la de la "extranjeridad" de la guerrilla. Antes se trataba de una agresión del comunismo internacional, ahora del Foro de Sao Paulo, siempre de "bandidos" y gente montaraz sin mayor relación con las elites urbanas; en todo caso ajena a "Colombia". Como mucho se admite que algunos grupos minoritarios se imbuyen de "ideas foráneas". Cuando se descubren personas influyentes o poderosas que muestran afinidad con la guerrilla se les atribuyen inclinaciones ingenuas, "idealistas", irresponsables, etc.; como mucho, incentivos perversos.

Esa visión, muy frecuente entre personas conservadoras, militares, etc., es halagadora y fácilmente legitimadora, pero en su simpleza termina confundiendo el enemigo, reducido a la punta de lanza de una conjura que lejos de ser la "anticolombia" es, a mi parecer, la expresión de las tradiciones más arraigadas de la sociedad. Los recientes procesos "revolucionarios" en las naciones más parecidas a Colombia muestran que las sociedades hispánicas tienen por su origen y por su estructura poderosas tendencias al totalitarismo.

Uno de los errores intelectuales más graves es el acostumbramiento, la pérdida de la capacidad de asombrarse. ¿Cómo explicarle a la gente que estudiar en una universidad no debería tener relación con tirar piedras? ¿Y que la rebeldía antigubernamental de varias generaciones de estudiantes no es respuesta a la ausencia de libertades sino que tiene por objeto provocarla? Es como si alguien tirara una moneda al aire y esperara que se quedara suspendida, sin caer. Los estudiantes están en contra de la libertad de prensa, pues siempre simpatizan con el régimen cubano, que no la respeta, y quieren destruir el Estado porque permite la propiedad privada y el libre desplazamiento de los ciudadanos. ¿A quién se le ocurriría esperar otra cosa?

Es posible que el gobierno de Uribe, fruto al fin y al cabo de la desesperación de las mayorías ante el ascenso de los terroristas y sus mentores, un fruto improvisado y en gran medida confuso, haya cedido a esa concepción del "conflicto" según la cual lo principal es el combate entre las bandas terroristas y las fuerzas del orden. Si eso ha ocurrido es por la pura inercia de la mentalidad ordinaria. El pensamiento de que la raíz del crimen está en la estructura de la sociedad, más aún, en los valores hegemónicos, no encuentra mucho público. Esa probable obsesión con lo militar explica el escepticismo de Plinio Apuleyo Mendoza, por ejemplo.

Y hay que dejarlo claro de una vez: la guerrilla defiende intereses poderosos, incluso los de los sectores más poderosos de la sociedad, no tanto porque tengan alguna vinculación orgánica sino por la tendencia de los grupos políticos a sacar provecho del poder de aquélla para desarrollar agendas particulares. El caso de Pastrana y su camarilla es paradigmático, al igual que el de Belisario Betancur, que pretendió aprovechar el poder armado del comunismo para dar lugar a un bipartidismo en el que su partido resultaría mayoritario, o el de César Gaviria, que se alió con el M-19 para imponer una Constitución que aseguraba el dominio duradero de quienes la proclamaban, al precio de suscribir enormidades morales como la del delito político o la prohibición de la extradición.

El caso más grave de asociación de un sector político importante con los terroristas es el del oficialismo liberal de la época de Samper con el Partido Comunista y las organizaciones armadas con las que trabaja de consuno. Entre los defensores más destacados del presidente elegido con ayuda del Cartel de Cali se contaban personajes como Jaime Dussán, antiguo líder de Fecode, tal vez el sindicato más abiertamente fariano de la época, individuo criado en el mismo pueblo (La Plata, Huila) y en los mismos años que Luis Édgar Devia. Otras figuras de esa coalición son la difunta Martha Catalina Daniels y la actual senadora Piedad Córdoba. Pero los casos se podrían contar por cientos: entre los principales defensores de Samper se cuenta Carlos Gaviria, por entonces presidente de la Corte Constitucional; sus funcionarios más leales, como Ramiro Bejarano, Rodrigo Pardo, María Emma Mejía, Alfredo Molano (que en 2002 apoyó a Serpa y no a Garzón), Daniel García-Peña y muchos otros, son casi abiertamente partidarios de todo aquello que convenga a las FARC.

Esta banda es sólo el aspecto más molesto de la conjura, pero en absoluto el más importante. Si los samperistas y "polistas" la protegen no es por lealtad de ninguna clase, sino por puro cálculo: su derrota acarrearía la hegemonía de los sectores políticos rivales. Y es importantísimo hacer hincapié en eso porque el poder de los conjurados en los medios y en las instituciones es tal que obran con absoluta impunidad: no me refiero siquiera a la impunidad legal, sino a la respetabilidad que parece tener su propaganda entre la mayoría de la gente.

Todo lo anterior queda fácilmente confirmado leyendo lo que publicó la prensa con ocasión del anuncio de la inclusión de Piedad Córdoba en las listas de candidatos al premio Nobel de la Paz. Y la verdad es que es más espantoso de lo que uno se puede imaginar: no que los socios de la senadora intenten engañar a la gente con la idea inverosímil de que ella hace algo para que suelten a los secuestrados, como si esas liberaciones no fueran un espectáculo de las FARC para darle protagonismo, toda vez que forma parte de la misma conjura y siempre ha promovido a la banda terrorista, sino que incluso lo sostengan personajes como Mauricio Vargas:
En estricto sentido, Piedad Córdoba se merecía más el Premio Nobel de la Paz que Barack Obama. Por lo menos ella podía mostrar como resultado un puñado de secuestrados liberados gracias a las gestiones que impulsó.
En sentido estricto esto es una mentira del tamaño de un asesinato. O de muchos: las gestiones de paz de Piedad Córdoba son parte del secuestro, como cuando el atracador retira el cuchillo que tenía en nuestro cuello para llevarse nuestra cartera, ¿no merecerá también algún premio por ese acto? Sencillamente, los secuestros de soldados y políticos se cometen con el fin de obtener protagonismo mediático y mostrar poder. La senadora Córdoba es responsable de esos secuestros, en absoluto agente de ninguna liberación.

Por el mismo camino va Ernesto Yamhure:
Por supuesto que Piedad Córdoba ha hecho una labor importante por los secuestrados. Sería obtuso desconocerlo.
No podemos ser obtusos y desconocerlo: la señora Córdoba ha hecho una labor importante por los secuestrados, por ejemplo cuando viajó a EE UU en 1998 en compañía de Jaime Dussán y Amílkar Acosta a tratar de impedir que se dieran ayudas al Ejército colombiano. O cuando volvió del Caguán ensalzando a Tirofijo y su banda de asesinos, que por entonces tenían en la zona de despeje a varios miles de secuestrados, por no contar a los miles de niños que reclutaron a la fuerza en la región. ¿Qué labor más importante puede hacer alguien por otro que ayudarle a cumplir su destino? Los violadores también hacen una labor importante por las violadas, que sin la ayuda de esos importantes intermediarios no podrían llamarse tales. Lo espeluznante de la desgracia colombiana es que hasta los supuestos amenazados por las FARC exhiben sin pudor el más increíble cretinismo moral (no vaya a ser que los consideren intransigentes, sobre todo si la senadora resultaba premiada, como temíamos muchos).

¿Cómo hay que decir que darle el premio Nobel a la senadora sería literalmente dárselo a las FARC? Ella nunca ha ocultado que está con ellos, por eso se pone la boína de la organización y predica el ejemplo de Tirofijo. Como organizadora del grupo de "Colombianos y Colombianas por la Paz" lidera una campaña de legitimación de la banda asesina. El problema es la visión enfermiza de los colombianos, que por el ridículo clasismo que los aqueja (y que es el fondo del sueño de dominación de los totalitarios) realmente creen que las SS eran algo distinto a la Gestapo y al Partido Nazi, y dentro de poco considerarán que Hitler era inocente, pues nadie lo vio empujando a nadie a un horno crematorio.

Nadie desconoce que esa señora promueve a los terroristas, pero ¿por qué la prensa la promueve tan alegremente? Para mí la respuesta es fácil, pero es por completo incomunicable para los colombianos: porque las FARC son un instrumento de los dueños de la prensa. ¿Qué explicación tiene que una revista como Don Juan publique una entrevista de abierta promoción de la senadora o que todas sus acciones, sobre todo en la época del lanzamiento del grupo de Colombianos por la Paz, sean noticia de primera plana en El Espectador? La explicación que tiene es exactamente la misma que el que los jóvenes estudiantes quieran abolir las elecciones: el bobo callado no se nota, todo el mundo está acostumbrado a que sea así, eso sí, que a nadie se le ocurra decir que los capitalistas son amigos de la izquierda. Ante cualquier sugerencia en ese sentido, el colombiano instruido saca la navaja, que es su forma de discutir.

La noticia sirvió para que aflorara todo eso que hay en el fondo de la vida colombiana y que por lo general flota como un sobreentendido. Un tal Pablo Emilio Obando publicó en El Tiempo un artículo de rutinaria propaganda fariana, pero fueron muchos otros. Mauricio García Villegas, el típico profesor de la "Universidad" Nacional exhibió un argumento formidable: ¿qué clase de patriotismo es el que se opone a que se premie a una compatriota? ¿Se imaginan? Dentro de poco le darán el premio de pedagogía a Alfredo Garavito y a lo mejor el Nobel de Medicina a Jojoy, que ha amputado más piernas que nadie, y los colombianos debemos estar orgullosos. ¿Cómo se le explica a un colombiano que en las FARC no hay nadie tan asqueroso como ese profesor? ¿Que las FARC son sólo la pobre gente del campo que les asegura las rentas, las primíparas y el prestigio a canallas como él?

Pero la perla de verdad inolvidable fue el artículo del patriarca del clan Santos, Enrique Santos Molano. No creo que sea posible entender el "conflicto" colombiano sin prestar atención a la vindicación que el personaje hace de la senadora Córdoba. Y a la explicación que da de los problemas colombianos de hoy en día. Para ese importante periodista y escritor el secuestro es prácticamente una obra de amor y el rechazo a quienes viven, se lucran y obtienen poder de él es un acto de "odio" de la "ultraderecha lumpen"... No quiero extenderme citándolo, pero quien lo lea encontrará incomprensible la ceguera de los colombianos.

¿Cuál conflicto? Todos los crímenes que sufre la gente a manos de los terroristas son sólo el cumplimiento de las órdenes de personas como ese señor, probablemente de él mismo. El poder que provee el crimen no se haría realidad sin la desfachatez con que lo usufructúan.

La senadora amiga de Chávez es hoy por hoy, y de lejos, la figura que domina absolutamente toda la oposición (nadie le hace el menor reproche), y eso sencillamente porque al poder de las FARC, de Chávez y de la "vieja izquierda" que manda en el PDA suma el apoyo de la más rancia oligarquía. Así, la actividad terrorista resultará bastante más difícil de combatir, sobre todo porque a fin de cuentas en Colombia la constatación de lo evidente, de lo obvio, lo pone a uno en minoría. ¿O cuánta gente está de acuerdo en que los terroristas son simples peones de los dueños de los medios? El verdadero conflicto es la ceguera respecto a lo que se busca y desea.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 14 de octubre de 2009.)