Hay un consenso en los medios europeos y latinoamericanos sobre determinadas cuestiones y la audiencia suele compartirlo, salvo cuando la afecta directamente. Por ejemplo, sobre la paz en Colombia puede haber muchos colombianos que se pregunten si es de verdad lícito que un presidente se haga elegir para hacer lo contrario de lo que prometía, que las instituciones se repartan con bandas de asesinos monstruosos, que éstos nombren a los jueces y que pasen a ser legisladores sin ser elegidos. Fuera de Colombia nadie discute nada de eso, los periodistas porque obedecen a la consigna general, la audiencia porque no le importa.
Ese mismo consenso se da respecto del «populismo» de la «extrema derecha» y puede que ahí sí haya muchos colombianos no necesariamente partidarios de Santos y sus sucesores que se sumen al consenso. El triunfo de Lula en Brasil contó con el apoyo de esos medios, que describen a su rival como una especie de Hitler austral y tapan tanto las evidencias de corrupción del reelegido como su evidente conexión con tiranías sangrientas y organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico.
Es decir, el periodista europeo típico puede declararse liberal, conservador o libertario, pero respecto a las dos cuestiones mencionadas está en el mismo bando de los que casi explícitamente son financiados por Maduro, por los ayatolás iraníes, por Putin o por el régimen comunista chino. Nada podría resultarles más ingrato que ser considerados amigos del populismo o de la extrema derecha.
El consenso se hace rabioso cuando se trata de Donald Trump. Con toda certeza, claramente comprobable, ni Hitler ni Stalin, ni menos Mao, Castro o Pol Pot, tuvieron la mala prensa que tiene Trump en los medios europeos. ¿Está justificada esa aversión? Primero hay que tener en cuenta que todos los presidentes republicanos —también los demócratas pero últimamente menos desde que la pasión antiamericana necesita disfrazarse un poco—, son presentados como los mayores criminales de la historia. El que ha cumplido cincuenta años recuerda la campaña contra Bush por la invasión de Irak, que sacó a millones de europeos a las calles, cosa que ciertamente no ocurre respecto de la invasión de Ucrania. Pero los mayores pueden recordar lo que se decía de Reagan cuando gobernaba, y aun habrá quien presenciara la misma borrachera de odio contra Nixon. Baste recordar que Pablo Neruda publicó un libro llamado Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena.
Pero debo insistir en que respecto de Trump el odio está más disfrazado y los periodistas del consenso no se presentan como los enemigos de Estados Unidos sino como los defensores de su democracia. Para eso tienen dos «caballitos de batalla» típicos: el que se resistiera a aceptar la derrota electoral y el que mandara a sus partidarios a tomarse el capitolio.
¿Qué es un periodista? Un personaje de la película El matrimonio de Maria Braun declara «soy periodista, no tengo opinión», y no se trata de eso. Todo el mundo tiene opiniones, pero la labor del periodista no es llevar a su audiencia a compartir las suyas sino informar. Y si es inevitable que se conozca su opinión, al menos debe expresarla respetando la autonomía del interlocutor y sin mala fe. Los dos temas mencionados sobre Trump dejan ver la mala fe de la mayoría de los periodistas europeos y latinoamericanos.
Todos hacen creer a la gente poco informada que el resultado electoral en noviembre de 2020 fue claro a favor de Biden, pero los que estábamos atentos a la cuestión vimos maravillados cómo una victoria clara de Trump se convertía en lo contrario al cabo de muchas semanas de recuento inexplicablemente lento. Tal vez no podamos probar que hubo fraude, pero es innegable que en los estados decisivos, Georgia, Pensilvania, Arizona, Wisconsin y Michigan el recuento fue extremadamente dudoso. Para esos falsos periodistas parece que dudar del resultado fuera un atrevimiento inconcebible, pero ellos, y su audiencia, pues el fervor antiamericano es un rasgo idiosincrásico de las mayorías en ambas regiones, más bien exigían que se hiciera fraude para que Trump perdiera.
El asalto al capitolio es una mentira aún más grotesca: en muchas circunstancias los políticos llaman a sus seguidores a manifestarse, sin ir más lejos, los comunistas en España rodearon el Parlamento de Cataluña, impidiendo entrar a los diputados. Si finalmente los exaltados partidarios de Trump entraron en el capitolio fue porque los dejaron entrar, cosa que se explicó muchas veces en Twitter con el efecto de que se suspendían las cuentas que lo hacían. De hecho, se publicaron pruebas de que los invitaron a entrar, y aun el más propenso a creer el cuento de la amenaza a la democracia de unas decenas de manifestantes se preguntarán cómo es que nadie ha pensado antes en dar un golpe de Estado definitivo por ese medio.
Mala fe y desfachatez, durante mucho tiempo yo veía a los personajes de los medios colombianos como Daniel Coronel o Félix de Bedout como bandidos con micrófono explicables en un país sometido al crimen organizado, pero después he visto que los tertulianos y redactores de los medios españoles se les van asimilando de una forma escandalosa.
He señalado que esos exigentes demócratas afines a Santos y a Lula y a los periodistas amigos de Maduro prácticamente pedían que se hiciera fraude. El que lo dude debería plantearse estas preguntas: ¿cómo se puede justificar que las televisiones estadounidenses, empresas privadas que sirven a los intereses de sus dueños, se permitan interrumpir la transmisión de lo que dice el presidente elegido por los ciudadanos para dirigir el país? ¿Quién atenta contra la democracia? ¿Qué es democracia?
No, esas preguntas no son las que debe plantearse el lector porque al final hay otra que lo resume todo con mayor claridad: ¿qué periodista de los que se santiguan horrorizados por los frikis del Congreso o las acusaciones de fraude ha mostrado alguna vez el menor reproche sobre ese hecho, o sobre la cancelación de la cuenta de Twitter del expresidente? Sería muy bueno que el que haya visto alguno lo publique.
La mala fe de esos pseudoperiodistas lleva al lector a elegir entre ser partidario o detractor de Trump, cosa en la que tienen mucho éxito porque sin ir más lejos en todas las elecciones uno descubre que la mayoría de los opinadores espontáneos de las redes sociales creen seriamente que votar es como contestar a un test de personalidad. Pero no se trata de eso, se trata sólo de la verdad y de la democracia. El ciudadano hispanoamericano puede tener dificultades para apreciar la especificidad de Trump, de su personalidad y de su estilo, y aun puede aborrecerlos, lo cual no debería llevarlo a hacerse cómplice de los mentirosos que intentan presentar el recuento como un modelo de escrutinio limpio y la protesta como un terrible golpe de Estado.
Con la paz de Santos ya vimos a casi todos los periodistas colombianos entregados a cobrar los crímenes terroristas con diversos pretextos, algunos muy engañosos porque la buena conciencia de su público necesitaba adornar el hecho monstruoso de reconciliarse con monstruos en nombre de personas que no les importan. Con los minutos diarios de odio a Trump se evidencian en otras regiones el afán de congraciarse con esos poderes en la sombra que llevaron a la presidencia de Brasil al ladrón narcocomunista Lula da Silva.
(Publicado en el portal IFM el 4 de noviembre de 2022.)
(Publicado en el portal IFM el 4 de noviembre de 2022.)