viernes, agosto 31, 2012

El partido del trabajo


Una mujer se fotografía junto a un cartel que apoya la expropiación.| Efe


No hay día en que uno no descubra con desconcierto que sigue habiendo gente que concibe a las FARC como algo ajeno a la sociedad colombiana, o a Chávez como un paciente psiquiátrico obstinado en gobernar mal pero extrañamente favorecido por los votantes. Hechos recientes, como la promesa del gobierno colombiano de regalar 100.000 casas cada año, o la expropiación de YPF en Argentina refuerzan mis certezas solipsistas: no hay que ser un genio ni estudiar complicadas teorías para entender que esas proezas son ilegítimas y funestas, pero ahí ve uno a la gente entusiasmada con ellas. Todos los analistas que he leído coinciden en que el expolio de la presidenta argentina hará crecer su popularidad. ¿Cómo es posible?

Bueno, ya puestos a admitir que todo lo que se puede discutir es lo que ocurre en el cerebro de la gente, ni siquiera de otra gente sino del lector y de quien escribe, vale la pena recordar que abundan los que proclaman sin vacilar que se trata de errores teóricos, como quien suma mal y saca consecuencias de esas cuentas erróneas. Pero los desmanes de los gobiernos populistas responden a resortes más profundos. Es mucho lo que tenemos que maravillarnos o evaluar cuando pensamos en la fotografía que puse arriba. ¿De modo que el gobierno de mi país decide robar a quienes le compraron su empresa y eso lo considero un gran logro para mi país? ¿Realmente es posible que casi nadie se dé cuenta del precio de semejantes medidas? Uno puede seguir hurgando por ahí y no encontrará respuestas en ningún conocimiento que no tenga ya el lector: sólo hace falta ir al fondo de los sobreentendidos de la idiosincrasia. 

¿Por qué la retórica patriotera entusiasma a tal punto a la gente? No hay que olvidar que el expolio es consecuencia del hallazgo, típicamente por la misma Repsol, de un yacimiento de gas y petróleo que promete una extracción fabulosa. La reducción de las inversiones, el escándalo, etc., son un precio que bien vale la pena pagar ante semejante botín. No, no sólo la banda de rateros de la señora Fernández de Kirchner, sino millones de ciudadanos argentinos, que esperan regalos del Estado ahora dueño del yacimiento de Vaca Muerta. ¿Que eso tardará en verse y realmente produce más daño que lo que vale el botín? Sin duda, pero el fervor nacionalista corresponde a un anhelo profundo que está en el fondo de la vida hispanoamericana y es la verdadera causa del atraso: eso que aflora en el libro más influyente en el último medio siglo en la región, Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano.

Es decir, las cuentas erróneas no lo son tanto como que algo se tomó por lo que no era, sino como la respuesta a una inclinación profunda. También el ludópata entiende perfectamente que los casinos no se abren para proveerle dinero sino para quitárselo: sus cuentas erróneas provienen de un error más complejo, según dicen, por un reflejo autodestructivo derivado de un descontento con la propia vida y sus expectativas. Aquel que crea que puede disuadir a los ludópatas con cálculos de probabilidades correctos, está muy equivocado.

Es que los hispanoamericanos procedemos de esa mentalidad de saqueo e indolencia: mientras  la mayor parte de Europa occidental desde el siglo XVI vio imponerse y crecer de forma incesante a una clase social cuya principal virtud era la laboriosidad, España siguió aferrada, gracias al botín americano, al viejo orden de castas, privilegios, canonjías, autoridades y demás. Cuando se pregunta a los hispanoamericanos cuál es el camino para redimir a sus países, son poquísimos los que piensan que simplemente hay que trabajar duro. Siguen siendo mayoría los que esperan que las riquezas naturales les provean lo que necesitan. De ahí el ascenso de gobiernos chavistas en casi todos los países, también en Colombia, donde el giro de Santos no ha tenido en la práctica ninguna resistencia.

Esa cuestión axiológica es prácticamente todo el problema político de la región, y también el conflicto colombiano: la idea de que se debe vivir de los recursos naturales acompaña siempre a la ideología comunista en estos países. El espectáculo de una gentuza chabacana, tosca y conformista que en lugar de lamentarse por carecer de talento o de logros se siente agraviada porque no tiene acceso a lujos derivados de que supuestamente las riquezas del subsuelo de su país deberían proveerle todo, es sencillamente fascinante.

Lo que realmente ocurre es que las rentas que pasan por el Estado son para quienes las trabajan, es decir, que el botín siempre se lo reparten los que se organizan para hacerlo. Y con ese fin desarrollan tecnologías más sutiles de lo que se cree: no es sólo que la aspiración de una persona deba consistir en disfrutar de "derechos" gracias al subsuelo, sino que la despreciable vociferación e intimidación que acompañan a la rapiña se consideran cosas honrosas: ¿quién no conoce al colombiano acomodado y entrado en años, que se jacta de sus años de "lucha", gracias a los cuales se las arregló para no producir nada nunca pero sí disfrutar durante cuarenta o más años de rentas muy superiores a las de decenas de compatriotas que sí trabajan.

No, yo no estoy advirtiendo contra quienes se roban ese botín. Ojalá fuera sólo eso. Por ejemplo Chávez destruyó el tejido empresarial venezolano porque necesitaba la hegemonía total de los parásitos dedicados a la "lucha" para no ver amenazado su poder. Lo mismo ocurre en todas partes, no sólo que el petróleo manche, sino que gracias a esos recursos se toma el poder lo peor de cada sociedad. También fue lo que pasó en Colombia en 1991 gracias a la nueva riqueza de Caño Limón. Y es lo que pasa con los cientos de miles de jueces, maestros, sindicalistas, periodistas, universitarios y demás ralea que espera sacar partido de los crímenes terroristas y por eso son "comprensivos" con las intenciones de "paz" de Santos. El petróleo financia a los segmentos retrógrados de la sociedad que pasan a controlarla, y generan opresión y violencia. Puede que la paz de Santos hasta le dé resultados porque la nueva riqueza le permitirá comprar a todos los parásitos que esperan ascender gracias a las FARC (de momento los tiene de su parte por el afán de acabar con el uribismo, pero si consigue formar con la Unidad Nacional una mayoría hegemónica de lagartos, tal vez hasta las FARC resuelvan integrarse, aunque por otra parte la evidencia de que el crimen paga y la tentación de tomar todo el botín podrían complicarle el ensueño a Santos).

La mayoría de los países que de verdad son ricos prácticamente carecen de recursos naturales: Japón, Corea, Suiza y muchos de Europa, viven exclusivamente de otros sectores de la economía. Pero incluso aquellos que exportan riquezas naturales y son estables y civilizados, como Canadá, Australia o Noruega, están integrados en el medio ideológico de la burguesía y derivan la mayoría de sus ingresos de otras actividades. Una excepción serían las monarquías del golfo Pérsico, en las que se combina una población pequeña y muy arraigada, muchas décadas de riqueza y la mano de obra barata de países asiáticos musulmanes.

Si alguien se plantea que Colombia verdaderamente prospere tiene que partir de romper ese vínculo con las riquezas naturales. Sobre todo el vínculo ideológico, que es el más profundo y difícil de romper. Una política que verdaderamente aportara progreso debería centrarse en el trabajo, es decir, no sólo en la creación de empleo sino en todo lo que significa verdaderamente producir riquezas que están en manos de los ciudadanos.

Eso, sin ir más lejos es antitético con los esfuerzos por la ¡educación superior!: el derecho a ir a la universidad se convirtió en un pretexto para que las gentes de clases acomodadas se libraran de cualquier esfuerzo productivo y buscaran a toda costa un título que certificara su rango cuando ya los apellidos y contactos no bastaban. La necesidad de ampliar esa base determinó que crecieran los estudiantes y titulados, que o bien empiezan a cobrar alguna renta proveniente en últimas de las riquezas naturales o bien sólo han pagado una cuota altísima para integrarse en las clases dominantes, sin conseguirlo, debido a que la tradición de castellanos viejos hace pensar que quien no tenga un diploma es un inferior social. Leer esto desconcierta mucho a casi todos los colombianos, pero ¿no empecé diciendo que son muchos los que creen que las guerrillas son algo ajeno a la sociedad? ¿Cómo se explican que en los siglos XVIII y XIX unos cuantos miles de universitarios europeos produjeran miles de veces más conocimientos que los que han producido decenas de millones de universitarios hispanoamericanos en las últimas décadas?

Una política que realmente quisiera dotar a Colombia de los rasgos de los países civilizados debería empezar por favorecer la libertad económica. ¿No ha crecido la economía lo suficiente para abolir el espantoso impuesto del 4 X 1000? Cuando las gentes estúpidas hablan de izquierda y derecha siempre ponen en el lado con que no se identifican todos los errores. La Ley de Víctimas es la típica medida por la que los recursos de todos van a parar a manos de los políticos y abogados, favoreciendo a las víctimas que se les asocian (es decir, a las que de algún modo colaboran con las guerrillas), por mucho que sus impulsores son oligarcas de derecha, ahora dados a traicionar a su clase repartiendo entre sus clientelas (el jefe del reparto es el hijo de Ernesto Samper) el dinero de todos. ¿Eso es de izquierda o de derecha? Si es por el socialismo, por el dominio del Estado en la economía, el de Santos es un típico gobierno socialista, dado a despojar a los ciudadanos productivos y legales con disparates como el 4 X 1000.

Otra medida que debería promover un gobierno que se planteara el progreso de la sociedad a través del trabajo es la abolición de la parafiscalidad, el muy colombiano impuesto al trabajo gracias al cual cuanto más benévolo sea un empleador más lo castiga el fisco. 

Ésa es la cuestión decisiva en el medio plazo colombiano: se opta por la expansión empresarial o por la provisión de títulos universitarios? ¿Se congela el salario mínimo en términos reales para favorecer la contratación estable o se cede a la demagogia, gracias a la cual se reparte la renta minera entre la minoría de parásitos de siempre? ¿Se reduce el "impuesto sobre la renta" a las empresas y se gravan como en un país civilizado los salarios altos o se sigue con el orden de siempre?

Es una elección difícil, cuando se piensa en alguna atrocidad de las FARC no hay nadie que la reivindique, al contrario, colombianamente es casi seguro encontrarse con el pedagogo que recomienda negociar (un canalla al lado del cual el que envía una persona bomba es casi decente), pero cuando se piensa en rechazar ese sustrato profundo del que salen los chavistas y que domina en todos los países de la región, ya no hay nadie que quiera planteárselo: la aldea global es de tal modo que siempre hay barrios en los que reina la peor chusma, y el que propone a sus habitantes que traten de integrarse entre la gente decente es tomado por loco.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 4 de mayo de 2012.)