lunes, junio 24, 2013

Una revolución democrática


El clero terrorista
Como ya he señalado muchas veces, la guerrilla o izquierda o movimiento estudiantil revolucionario o como se quiera llamar es una estrategia de dominación de las castas herederas del poder desde la época colonial, que con el pretexto de la educación tienen acceso a una parte muy importante del presupuesto, gracias a lo cual pueden preparar la base social que asegure a sus jerarcas, y sobre todo a los descendientes de sus jerarcas, el control sobre los cargos decisivos del Estado.

El comunismo vino a reemplazar a la Iglesia católica y el profesorado al clero. A eso se añade una clara degradación, pues por corrompida o esclerotizada que esté la Iglesia remite a Jesucristo y los valores que promovió mientras que el comunismo sólo es una utopía de esclavitud que tienta a los que han vivido esclavizando a otros (trátese de Rusia, de China o de Cuba y Sudamérica) y que siempre condujo a la tiranía de los peores y a orgías de sangre. Pero el núcleo de la vida colombiana es el parasitismo de los descendientes de los criollos, y así como la evangelización era un pretexto del saqueo, el comunismo es un pretexto del rentismo: la familia que antes tenía un obispo ahora tiene un columnista o un decano. O varios.

William Ospina
El prestigio de este escritor antes de sus novelas y de sus traducciones de Shakespeare provenía de sus ensayos: se trataba de diatribas que servían para cohesionar al gremio terrorista y en las que no es difícil encontrar encendidos reconocimientos a las FARC y el ELN. En plena época del Caguán publicó un escrito en el que llama a toda la "franja amarilla" a entender cuál es su bando y qué es "lo que está en juego". Curiosamente, el texto ya no se encuentra en internet, ni la revista que lo publicó, seguramente para obligar a los cientos de miles de lectores forzosos a comprar los libros.

Es decir, el personaje es conocido porque lo ha promovido la "izquierda", como es ya tradición en Hispanoamérica: el reconocimiento que pudiera tener Mario Benedetti, comparado con Salomón de la Selva, Vicentre Huidobro o Gabriela Mistral lo explica todo. Sólo hay que consultar a los que saben de poesía. El arraigo de esa forma de obrar es muy profundo porque lleva a pensar en la vida hispanoamericana, donde siempre ha habido estrategias para obtener prebendas, canonjías, sinecuras, beneficios, etc., que en el siglo XX corrieron en gran medida por cuenta de los soviéticos y de los Estados en que llegaron a dominar sus franquicias.

Colombia es uno de esos Estados. No es que el dinero de los secuestros fuera a parar directamente a la revista Número o a William Ospina, sino que los sindicatos están controlados por revolucionarios profesionales que deciden en gran medida el rumbo del gasto público. Y no sólo los sindicatos, baste pensar que la Universidad Nacional tiene un organismo dedicado a promover la "paz" entre "el Estado" y la guerrilla.

Todo eso se multiplica si uno piensa en un gobierno como el de Samper, cuya base social llegó a ser la clase media "izquierdista" controlada por el PCC: a cambio de ese apoyo el gobierno entregó toda clase de puestos de poder a las "fichas" de dicho partido y gastó muchos millones en promover a los escritores ligados a él, sobre todo a William Ospina y Héctor Abad Faciolince.

Antitaurinos
La forma de vivir y pensar de los hispanoamericanos, sobre todo de los más desarraigados (respecto de una identidad anterior o distinta a la sociedad colonial) y aislados (respecto del resto del mundo) que son los colombianos, está determinada por esos viejos rasgos jerárquicos que definían la sociedad colonial. El campesino no necesitaba saber leer y lo concerniente a la verdad de la religión ya lo sabía el sacerdote. Eso mismo se reproduce con las opiniones políticas: la presión armada consigue puestos para ciertos profesores que emiten dictámenes sobre el valor de ciertos autores (en todas las universidades colombianas y hasta en los colegios se estudian los ensayos de William Ospina) y cada alumno se vería en un aprieto enfrentándose a tan eficiente autoridad: el colombiano del siglo XXI está frente a la presión ideológica organizada del castrismo exactamente igual que el indio del siglo XVII frente a la Iglesia.

A causa de esos prestigios se impide un rechazo cabal al terrorismo. ¿Cuántos colombianos condenan a las FARC? La cantidad se reduce cuando se piensa en los que condenan a Piedad Córdoba, pese a todas las pruebas que hay en su contra. Pero ¿qué decir de los que defienden a la exsenadora? Son al menos el 80% de los columnistas de los grandes medios capitalinos. ¿Cuántos colombianos los ven como lo mismo que las FARC? Muchos no los leen y sólo conocen opiniones sobre su calidad o interés (todos los colombianos emiten juicios ponderativos sobre la obra de García Márquez comparada con la de otros autores, más convencidos cuanto menos hayan leído), muchos los conocen por otros encantos que tienen, es decir, facetas que permiten la identificación del público, si es un homosexual estará siempre del lado de Felipe Zuleta y le queda mucho para entender que es un firme defensor de Piedad Córdoba, y lo mismo si tiene trazas de don Juan: hará lo propio con Collazos, y así todos los demás.

Viene a ser como si los enemigos de la tauromaquia condenaran a los toreros pero no vieran nada que reprochar a los taurinos. Extrañamente no es así: no hay un solo antitaurino que no haga responsable al público de las crueldades que se cometen, pero los colombianos, del primero al último, tienen una gran dificultad para atribuir alguna responsabilidad no ya a los partidarios del terrorismo sino a los que gracias a él se lucran y se hacen poderosos. Tal es la forma de vida del país. Tal es el peso de las jerarquías atávicas, de las rutinas, de los prestigios promovidos y de la ausencia de modelos éticos.

Con Chávez hubo paraíso
Los secuestros y el tráfico de cocaína están detrás de la carrera de William Ospina, pero también de la elección de Chávez. Ojalá hubiera testimonios de la relación del finadito con los comunistas colombianos antes de su elección y del control que ejercía la nomenklatura de La Habana y sus servicios de información. Alguna prueba hay de que las FARC financiaron la campaña de Chávez, al igual que la de Correa, pero para entender el camino de los recursos no hay que buscar la correspondencia del Secretariado sino los nexos de Chávez con personajes y organizaciones colombianas legales, así como la relación con el tráfico de cocaína del régimen cubano.

El caso es que cuando Chávez llegó al poder toda la conjura tuvo recursos multimillonarios de todo tipo. Baste pensar que un personaje como Gonzalo Guillén es "asesor de medios escritos de países sudamericanos" para imaginarse la generosidad del régimen. Entre los regalos más destacados de Chávez a los progresistas colombianos, o sea, a los intelectuales colombianos, estuvo el premio Rómulo Gallegos a William Ospina: no sólo un cheque millonario sino el plus de prestigio y ventas que acompañan al premio.

Era obvio que el gran intelectual tendría que defenderlo tras su muerte. El texto publicado el pasado domingo en El Espectador era previsible. Incluso en la desfachatez de las mentiras. Comentaré sólo las más increíbles.
Chávez: una revolución democrática

La diferencia más visible que puede señalarse entre Hugo Chávez y su admirado Simón Bolívar es esta: que Chávez no tuvo que hacer la guerra para triunfar.

Eso es también lo que diferencia a Chávez de Fidel Castro y del Che Guevara: detrás de esas leyendas hay una historia de guerras y de sangre, y Chávez pudo por suerte asumir el desafío de emprender la transformación de la sociedad, como lo reclamaban hasta los poderosos de todo el continente, recurriendo sólo a los instrumentos de la democracia.
El golpista indultado adquirió reconocimiento gracias a su intentona, es decir, a las personas que hizo asesinar, pero sin duda su primera campaña fue financiada con recursos de los secuestrados colombianos, por no hablar del reino de asesinato e intimidación que generó su gobierno.
Su única derrota, la del golpe militar que intentó en 1992 contra Carlos Andrés Pérez, se convirtió al final en otra victoria, porque lo salvó de haber llegado al poder, en su impaciencia, por la vía traumática de una ruptura violenta de la institucionalidad. [...]
La constitución que hizo aprobar después, que convierte al poder judicial en una agencia de persecuciones al servicio del ejecutivo, resulta así un modelo de "institucionalidad".
[...] El pueblo venezolano lo eligió una y otra vez, para desesperación de sus opositores, que nunca entendieron que la única manera de enfrentarse a un líder histórico de la importancia de Hugo Chávez, pasaba por hacer un reconocimiento a la verdad y a la justicia de su causa.
Así, la institucionalización del odio, la corrupción incomparable, la destrucción de la economía y demás prodigios son una "causa justa" que los opositores deben aceptar. Esa clase de trampas retóricas son típicas de la prensa y la universidad colombianas, y el hecho de que alguien que se expresa con circunloquios tan torpes sea considerado un gran escritor hace pensar en los colombianos como criaturas subhumanas.
Un país riquísimo, cuya riqueza principal pertenece al Estado, es decir, a la comunidad, había visto con asombro cómo unas élites petroleras arrogantes e insensibles se paseaban por el mundo como jeques saudíes mientras el pueblo venezolano se hundía en la pobreza y en el desamparo. Nadie puede negar que esas élites fueron las que educaron al país en la lógica precaria de los subsidios y las que nunca hicieron esfuerzos serios por “sembrar el petróleo”, por convertir la riqueza petrolera en una economía diversa que estimulara el trabajo social y la iniciativa de la comunidad. Después le reclamarían a Chávez no haber hecho plenamente en diez años esa siembra y esa diversificación que ellos no intentaron en 50.
No es humor, es directo: si se cerraron cien mil empresas, emigraron cientos de miles de personas productivas, se multiplicó hasta el delirio el despilfarro de recursos en las empresas estatales, fue porque los gobiernos anteriores al de Chávez no favorecieron la diversificación de la economía. Lo cierto es que los gobiernos anteriores son precursores del de Chávez, pero ni remotamente ninguno llegó a la destrucción de toda la estructura productiva a que llegó Chávez. La tosquedad de la argumentación remite de nuevo al país que tiene en semejante personaje por un gran escritor: no hay modo de no pensar en algún tipo de subhumanidad. Ni hablar de las arrogantes élites petroleras, baste pensar en la fortuna de los Chávez o en su afición a los lujos más costosos.
Durante décadas y décadas la pobreza creció en Venezuela, y a diferencia de Bogotá o de Buenos Aires, donde es posible mantener la dilatada pobreza oculta a los ojos de los visitantes, Caracas vio surgir en sus cerros las barriadas de los desposeídos, las rancherías que contrastaban con la innegable opulencia petrolera.
¿Cómo es que creció la pobreza en Venezuela? Pues porque la bonanza de la crisis petrolera de los años setenta atrajo a millones de inmigrantes de otros países y de las zonas rurales a las ciudades y la caída de los precios después dejó sin recursos al país. No que las administraciones de precursores de Chávez como Carlos Andrés Pérez no fueran cleptocracias, sino que la causa del empobrecimiento fue la caída de los precios. Ya se verá cómo la multiplicación del nivel del precio parece algo secundario a la hora de ponderar la obra de Chávez.
Ya en 1989, la pobreza de las muchedumbres se había convertido en desesperación y Chávez cosechó lo que los poderes venezolanos habían sembrado: la indignación del pueblo, la inconformidad, el ahogado espíritu de rebelión al que él le supo dar finalmente su lenguaje y su rumbo.
La genialidad aquí es ésta: presentar una oposición entre los precursores de Chávez y éste. Si la pobreza se había convertido en desesperación no era porque no estuviera Chávez. El nivel de tales falacias hace pensar en una lesión cerebral, pero es otra cosa: un daño moral profundo que de nuevo hace pensar en una humanidad disminuida.
Ahora se quejan de la supuesta falta de modales de este líder seductor e impulsivo, un hombre de origen humilde que no simulaba aristocracia, que decía lo que sentía como le gusta al pueblo que se diga: con un lenguaje llano y directo, desafiante y a veces peligrosamente sincero. Yo dudo que haya habido en Latinoamérica un político más surgido de la entraña del pueblo, más parecido a las hondas sabidurías, las malicias, las travesuras y las valentías del alma popular.
¿Los hijos de las maestras son gente humilde? ¿Los coroneles? ¿Se podría decir que antes de su intentona de golpe de Estado Chávez estaba entre el 95% de venezolanos más pobres? Eso sí, tenía talento para halagar a la peor gente. Eso no se le niega.
Una de las muchas cosas que demostró es que se podía hablar de los grandes asuntos de la economía y de la política en un lenguaje sencillo. Se ha vuelto costumbre entre nosotros que los jóvenes egresados de Harvard y de Oxford que manejan los asuntos públicos utilicen para hablar de economía una jerga de iniciados que hace sentir a todos los demás incapaces de acceder a los arcanos de esa ciencia imposible. Es un evidente mecanismo de exclusión, algo para alejar a los profanos; por eso, de las manos de esos ministros eruditos brotan a menudo los colapsos financieros, los “corralitos” que hunden a países enteros en la ruina, y la tolerancia de robos descarados como los de DMG en Colombia, que estafaron a cientos de miles de personas sin que ningún perfumado experto viniera a explicarle al pueblo y a las clases medias que estaban cayendo, con el beneplácito del poder, en las redes de unos asaltantes cínicos.
Siempre se puede hablar de economía con un lenguaje sencillo, otra cosa es que lo que se diga sea verdad. ¿Chávez entendía de economía? La idea de que los colapsos financieros brotan de los conocimientos de Oxford y Harvard, o del lenguaje hermético de los egresados es típica colombiana, pero produciría preocupación en cualquier país civilizado. ¿Por tanto la situación venezolana es mejor que la de un colapso financiero o un "corralito"? La serie de inferencias de este párrafo demuestra un poco más lo explicado arriba: ¿qué clase de gente puede tomarse en serio eso? La inmensa mayoría de los que van a la universidad en Colombia, donde William Ospina es considerado un clásico, alguien entre Borges y Keynes. De hecho, el chavismo es como un macro DMG, pero estos estafadores no recurrieron a la violencia en la misma medida.
La economía, de la que depende el bienestar de millones y millones de personas, no puede ser una ciencia abstrusa e inextricable, y esa farsa descarada es apenas un mecanismo para mantener a los pueblos lejos de la posibilidad de entender los procesos y de juzgar los resultados.
Es la medida de Colombia: Chávez es el gran pedagogo de la economía, que no puede ser abstrusa e inextricable porque de ella depende el bienestar de millones de personas. Aquí se encuentra el halago cómodo para los lectores de prensa colombianos, personas grotescamente ignorantes en materia de economía (vivo fuera de Colombia y sin la menor exageración suelo encontrar mucha más comprensión de esa ciencia en cualquier dependiente español que en la inmensa mayoría de los profesores universitarios colombianos con los que he hablado). Todo el que no entienda de economía, es decir, todo el mundo, sobre todo en Colombia, se siente reivindicando por la protesta del representante del "pueblo" ante su inextricabilidad.
Con unas cuantas alianzas internacionales, y una reducción de la oferta, Chávez logró que los precios del petróleo alcanzaran cifras asombrosas y tuvo de repente en sus manos unos recursos incalculables para echar a andar su proyecto. El primer reclamo que se hizo a su política fue que hubiera dedicado recursos del petróleo a ayudar a los países vecinos y a conseguir aliados en el mundo. Pero a comienzos de los años 70 un ilustre antecesor de Hugo Chávez, Salvador Allende, intentó también transformar su sociedad sin recurrir a la violencia, confiando en el respeto a las instituciones que proclamaba y exigía el gobierno norteamericano y que juraban con firmeza los ejércitos y los potentados. Cuando vieron que Allende intentaba transformaciones reales, el famoso respeto por la institucionalidad que predicaban el imperio y sus adláteres se fue al piso, y una conspiración criminal acabó con Allende, con sus sueños y con la fe en la democracia de toda una generación. Las guerrillas arreciaron por todas partes, el ejemplo de Pinochet fue seguido por militares de varios países, y una noche de sables y de crímenes, que todavía tiene sentados en los estrados a esos viejos generales genocidas, fue el precio que Latinoamérica pagó por la interrupción del proceso democrático chileno.
¿Por qué el petróleo pasó de menos de 10 dólares en 1998 a 146 en 2008? Es mentira que las operaciones especulativas de Chávez hayan provocado tal aumento, la causa fueron los atentados terroristas y las consecuentes guerras de Irán y Afganistán y la expansión incesante de la economía asiática. Pero supongamos que fuera así. Es muy interesante porque los colombianos, dada su condición especial, no pueden entender la dimensión moral del asunto. Supongamos que el líder de un país bendecido por reservas gigantescas de petróleo se las arregla para reducir la producción y así aumentar el precio. El primer efecto es que a ese país se desplazan recursos gigantescos de la gente de los países productivos: el que madruga a trabajar dedica parte de sus recursos a enriquecer al que sólo nació ahí. Eso ocurre con los países petroleros del golfo Pérsico desde hace mucho tiempo. ¿De qué lado está espontáneamente el colombiano? Obviamente, del lado del parásito. Siempre dirá que en Venezuela hay mucha pobreza que remediar, pero ¿qué pasa en los países verdaderamente pobres que no producen petróleo, como la inmensa mayoría de los de Asia y África? Que se agrava espantosamente la pobreza. La desfachatez del enfoque de William Ospina describe a los colombianos y sus valores reales.

La relación entre la compra de voluntades de gobiernos de países pequeños y la influencia en los demás países gracias al petróleo y Allende es grotesca, pero más lo es la idea de que Allende era un demócrata porque ganó las elecciones. En realidad obtuvo el 37% de los votos, tal vez los de una cuarta parte del censo electoral, y con esos apoyos pretendía implantar un régimen totalitario. Hitler también ganó unas elecciones, eso no lo hace demócrata. Lo que lo diferenciaba de Allende es que no se le impidió hacer de las suyas, y que nunca sería defendido con idioteces de ese estilo. Todo se arregla con adjetivos, que es lo que espera el público de este pensador: la oposición a Allende era "criminal". ¿No sería más lícito decir que lo era su proyecto totalitario que conducía a la guerra civil a la manera de la que provocarán los chavistas? No, había ganado unas elecciones.
De todos los procesos políticos y culturales que necesitaba vivir América Latina, ninguno es más importante que la incorporación de los pueblos a la leyenda nacional. La deformación colonial, prolongada por una tradición de castas señoriales que borró a los pueblos indígenas, sus lenguas, sus memorias y sus mitologías; que después de liberar a los esclavos no se esforzó por construir un proyecto de integración social, de educación, de salud y de incorporación a un relato de los orígenes; y que postró a los pobres en la inermidad y la exclusión, exigía en todas partes una gran reforma que devolviera a los pueblos el protagonismo, liberando su iniciativa histórica. Esa fue la tarea que parcialmente cumplieron la Reforma de Benito Juárez y la Revolución de Villa y de Zapata en México, los gobiernos de Roca e Irigoyen y el movimiento peronista en Argentina, el movimiento de Eloy Alfaro en Ecuador y la rebelión de los mineros de Bolivia en 1952. También la lograron los primeros tiempos de la Revolución cubana, antes de que el bloqueo norteamericano forzara al Estado a imponer restricciones de guerra. Darle su lugar al pueblo en la historia es algo que sólo se logra con respeto verdadero, con oportunidades, con valores, con cohesión social, y fortaleciendo la dignidad de quienes, si no se les permite ser ciudadanos plenos, tienen que terminar convirtiéndose en parias o en verdugos.
Los terroristas totalitarios son los descendientes de esas castas, y manipulan a sus antiguas víctimas para alimentar el odio contra el mundo moderno y la libertad. Los pobres sólo van a salir más pobres por el claro empobrecimiento que genera el chavismo, que malgastó más de un billón de dólares en hacerse propaganda, perseguir a los medios críticos y exportar su modelo a otros países. Hispanoamérica será dentro de unas décadas un mundo diverso, con países miserables (los sometidos al chavismo) y otros prósperos, como los del Pacífico y tal vez Brasil.

Benito Juárez dirigió una revolución liberal, absolutamente nada que ver con Perón y aun con Villa y Zapata. Propiamente Perón y Chávez son antiliberales, y ni hablar del racismo y la complicidad con los nazis del régimen peronista. La cháchara antiliberal y antimoderna mezcla los ingredientes más increíbles: a fin de cuentas se dirige a colombianos. No va a hacer falta complicarse con detalles.
Cuánto habría ganado Colombia si le hubiera permitido llegar al poder hace 65 años a Jorge Eliécer Gaitán. Los 300 mil muertos de la violencia de los años 50, y los 500 mil muertos del resto del siglo, atribuibles por igual a las guerras, la violencia, la pobreza y el desamparo social, la delincuencia, la proliferación de las guerrillas y la industria del secuestro, el crecimiento de las mafias, el desmonte de la estructura institucional, la pérdida de sentido patriótico de las élites empresariales y la creciente corrupción política, el paramilitarismo, la juventud arrojada a las guerras de supervivencia, y la caída de muchos militares en la tentación del crimen y la riqueza fácil, todas esas cosas se habrían conjurado con la incorporación del pueblo a la leyenda nacional, que era el sentido profundo del proyecto gaitanista, con la restauración moral que reclamaba su oratoria enfática y pacífica. De todo eso posiblemente salvará el pacifismo chavista a Venezuela, y hasta los que lo odian se lo agradecerán algún día: de vivir en un país como Colombia, donde las carreteras llegaron a convertirse por momentos en caminos sin retorno, y donde en los meses de enero y febrero de 2013 ya llevamos contados más de mil desaparecidos. Chávez creyó en la democracia. Entendió que no iba a recurrir a las armas, pero que su proceso no se abriría camino si caía en la ilusión de ser, en tiempos imparables de globalización, una aventura encerrada en las fronteras de su país. Se inspiraba en Bolívar, quien nunca aceptó esa idea estrecha de unos paisitos incomunicados, y siempre predicó el ideal de la solidaridad y la construcción de una patria continental.
La ciencia de adivinación que permite saber que Colombia habría ganado con un populista también es algo apropiado para los hábitos intelectuales del país. Los supuestos trescientos mil muertos de la violencia de los años cincuenta son obra en la mayoría de los casos de los comunistas, al igual que los supuestos quinientos mil muertos del resto del siglo, al igual que la delincuencia, las guerrillas comunistas y el desamparo y la pobreza.

El lector no merece mucho respeto, por eso es fácil que se le presente a Chávez como un nuevo Gaitán. De ahí a hablar de "pacifismo chavista" hay un trecho, pero es el nivel de la patria: ¡ahora la Venezuela que deja Chávez, con índices de violencia muy superiores a los colombianos es el modelo! ¿Y de qué "desaparecidos" habla? ¿Dónde hay documentación sobre esos desaparecidos?

Hace unos 13 años leo y escribo comentarios en la prensa. Todo lo que ocurre en Colombia se explica pensando que hay gente que lee cosas así y las cree. Los asesinos y secuestradores de las FARC y el ELN son adalides idiotas y rústicos a los que engatusan con tal sarta de mentiras ridículas.
[...]
Pero qué gran país es Venezuela; qué alto sentido de respeto por los conciudadanos el de un país que aun en medio de las más borrascosas diferencias de opinión no se hunde en la violencia sectaria y en el baño de sangre que ha caracterizado cíclicamente a algunos de sus vecinos. Venezuela vive hace quince años, no en la polarización, como afirman algunos, sino en la apasionada politización que caracteriza los momentos de grandes transformaciones históricas. Chávez y sus hombres aceptaron llamar revolución al proceso emprendido, pero hay que conceder que el siglo XX dejó la palabra revolución, por generosa, legítima o inevitable que fuera, cargada de bombas y de sangre, de horrores civiles y tragedias imborrables, y en cambio la revolución de Chávez ha consistido en unas decisiones económicas y en unas movilizaciones políticas: no en fusilamientos, ni proscripciones, ni censuras.
La realidad no existe: las milicias, la persecución a la prensa, la multiplicación increíble del asesinato, son cosas que el lector no debe pensar. No debe recordar al pensar en la grandeza de ese prócer que transformó el mundo. Tampoco la riqueza inverosímil de la familia Chávez y los protegidos del régimen, muy superior a la de cualquier otro ladrón del hemisferio occidental. A ese nivel llega la mentira de la universidad colombiana: a punta de esa clase de desfachatez se permiten adoctrinar asesinos sin cesar con el dinero de las víctimas.
Es esto tal vez lo que le da al proceso liderado por Hugo Chávez su magnitud histórica: nadie puede ignorar la importancia de lo que ocurre, nadie puede ignorar la enormidad de los problemas urgentes que ha enfrentado, la enormidad de las soluciones que ha intentado, y sin embargo se ha cumplido en un clima de paz, de respeto por la vida, en el marco de unas instituciones, y atendiendo a altos principios de humanidad y de dignidad.
Hasta los niños saben que las bandas de atracadores son  protegidas por el gobierno, que las FARC y el ELN extorsionan y secuestran en Venezuela, que Chávez los protege y promueve, que los asesinos del régimen son capaces de golpear a los periodistas por la televisión: suena a puro lenguaje de amenaza.
Los opositores, que son muchos, lo negarán, como es su derecho, y la prensa de oposición en Venezuela, que es casi toda, afirmará que estos tres lustros han sido de persecución y de censura, como lo han dicho a los siete vientos con todos los recursos de la comunicación moderna en estos trece años. Pero los opositores no pueden negar la generosidad de propósitos de este proceso, así como el chavismo no puede negar la civilidad de sus adversarios, en un continente donde ha habido contrarrevoluciones más feroces y sanguinarias que las revoluciones a las que combatían.
¿Casi toda la prensa venezolana es de oposición? Hasta ahora se sabe que la mayor inversión del gobierno, que ni una carretera ha hecho a pesar del millón de millones de dólares, ha sido en propaganda. La "generosidad de propósitos" de semejantes rateros ya es el colmo.
Los millones de personas que lloran con el corazón afligido la muerte de su líder, la dimensión planetaria de esta muerte y la enormidad popular de este funeral confirman que estamos ante un hecho histórico de grandes dimensiones. La verdad se conoce: Venezuela es uno de los pocos países del mundo que se han permitido el lujo inesperado de emprender una transformación histórica con el menor costo posible de confrontación y de arbitrariedad.
Finalmente, Chávez bien podría haberle hecho un favor inmenso a la democracia, Chávez podría ser, en América Latina y a comienzos del siglo XXI, el hombre que refutó la teoría de que la violencia es el motor de la historia. Muchos habrán querido forzarlo a la violencia, muchos soñarán aún con intentarlo, pero cuando ya creíamos que era verdad que el Estado existe sólo para garantizar privilegios y para mantener lo establecido, alguien ha venido a demostrarnos que la democracia puede ser un instrumento de transformaciones reales, que abran horizontes de justicia para las sociedades. 
Hugo Chávez, con su mirada sonriente de llanero y su sonrisa profunda de hombre del pueblo, bien podría haber hecho algo mucho más profundo y perdurable que inventar el socialismo del siglo XXI: es posible que haya inventado la democracia del siglo XXI.
La dimensión épica del hombre es innegable. Aquí he recopilado fotos del hombre con los grandes próceres de nuestra época, a los que sus correspondientes aduladores les habrán escrito panegíricos menos ridículos que éste. Ésa es la dimensión planetaria, la supervivencia de la satrapía cubana y la imposición de una tiranía que podría cometer en los próximos años un genocidio como el de Camboya, más probablemente en Colombia pero también en Venezuela, donde ya el homicidio alcanza dimensiones épicas.

Pero insisto en la cuestión central: ¿recuerda el lector a alguien que desapruebe a este escritor genial? No, a los guerrilleros los desprecian por ese calzado tan tosco que llevan, aparte de las uñas sucias. Y a Piedad Córdoba porque aparte de mujer es mulata. A este modelo literario nadie lo va a cuestionar. Las idioteces y mentiras, la imposición de opiniones a punta de adjetivos, es la cultura del país. Nadie va a cuestionarla.

(Publicado en el blog País Bizarro el 13 de marzo de 2013.)