miércoles, diciembre 22, 2010

La tarea de Robin

Según Immanuel Kant el "negocio de los filósofos" son "los secretos juicios de la razón común", los sobreentendidos en los que los demás no se detienen a pensar y que no obstante son lo que más importa. Para entender de verdad por qué ocurre lo que ocurre en Colombia valdría la pena que probáramos a hacer de filósofos, a examinar esos juicios y cuáles son sus implicaciones.

Podría empezarse por la idea más unánimemente aceptada, la de que en el país hay una enorme desigualdad entre los ricos y los pobres y de algún modo debe enmendarse esa injusticia. La rebelión perpetua sale del anhelo de contribuir a esa apremiante necesidad: sacar del poder a los corruptos, a la "clase bellaca" y quitarles todo lo que se han robado para proveer derechos a las mayorías.

Bueno, ya en ese juicio está casi todo: ¿de qué modo han llegado los corruptos o la clase bellaca a robar tanto? Sólo por disponer de todo, por la diferencia entre lo que deja la explotación y exportación de las riquezas naturales del país y lo que resulta del trabajo, diferencia que hace que quienes controlan las leyes y los ingresos derivados de exportar materias primas concentren el poder. ¿Y cuál es la solución casi unánimemente aceptada por los colombianos? Cambiar de manos ese control y entonces hacer justicia y organizar el país de tal modo que al cabo de unos años aflore el paraíso que debería haber sido y que se echó a perder por la miseria moral de los corruptos.

Esa lógica, esa retórica es exactamente la miseria moral de los corruptos. La condena de los lujos en medio de que viven los que pueden no es más que envidia, y la santa indignación del justiciero cincuenta millones se resume en el tradicional adagio "lo malo de la rosca es no estar en ella". El hombre pusilánime y apocado se pasa la vida soñando con la justicia y hasta trabaja, mientras que el que no se resigna a vivir en medio de tanta injusticia estudia y lidera las luchas sociales hasta que llega a concejal, congresista, senador, procurador, etc., según su talento y su linaje, y ¡claro que sigue luchando contra los corruptos, que se pueden describir como los que amenazan su cargo!

El famoso bandido británico Robin Hood es el modelo de los colombianos, y es inconcebible una generación que no tuviera alguna propuesta para repartir la riqueza. ¿Alguien se sorprenderá de saber que los demiurgos que corregirán la desigualdad son casi siempre ricos y miembros de familias de altos funcionarios? Bah, el colombiano ordinario, el justiciero cincuenta millones, no concibe otro progreso que el propio, que la relación personal y en lo posible el parentesco con los que tienen el poder y la inclusión en un estrato grato. Si se le pregunta qué quiere ser siempre resultará administrando maravillosamente la cosa pública y dando de todo a los desposeídos (a los que desprecia infinitamente y sólo compadece porque ese afecto como que legitima su sublevación, es decir, su adhesión al crimen del que podría resultarle un ascenso social).

En ese sueño y en sus consecuencias se resume el pasado y también el futuro de Colombia. El que crea que la conciencia de una minoría va a cambiar algo sólo tiene que fijarse en la tragedia que ha sido el petróleo para Venezuela y en cómo "la creación de un pueblo parásito e inútil" la anunció hace más de setenta años Arturo Uslar Pietri sin que haya sido posible evitarlo. Al contrario: los incesantes procesos redistributivos dieron lugar a una tremenda selección negativa en la sociedad y en la cúspide del poder, y no hay que ser un lince para ver en Colombia un destino parecido.

El país de Robin Hood, por el contrario, superó pronto el desorden y el primitivismo en medio de los cuales prosperó el famoso bandido. Pocos siglos después fue el país de la Revolución industrial, fruto de la laboriosidad y del respeto de la propiedad. En nuestro triste trópico el mito de la redistribución es expresión de la mentalidad del castellano viejo, que desprecia el trabajo y se siente con derecho a disponer del fruto del trabajo ajeno. Los generosos redistribuidores son los descendientes del viejo clero, del que sólo se distinguen por el contenido de las salmodias, ahora dedicadas a legitimar con retórica violenta y populista una exacción que ya no cuenta con Dios como garante.

Un Leitmotiv de los consuetudinarios dadivosos es la reforma agraria, el sueño de dividir los latifundios y dárselos a los más pobres, pretensión tras la cual se oculta el deseo, cuya materialización más clara es el régimen venezolano, de abolir la propiedad. Con la tierra está el pretexto de que las personas de origen indígena de una región fueron despojadas por los conquistadores hace varios siglos o por los colonos hace varias décadas. Es muy difícil que los colombianos se hagan conscientes de que ése es exactamente el punto de partida de la propiedad agraria en todo el mundo, y el cuestionamiento sólo conduciría a interminables querellas que derivarían en inseguridad jurídica y parálisis de la producción.

Cuando se les dice que la confiscación por parte del Estado es de por sí ilegítima replican que se haría con indemnizaciones, y es entonces cuando se percibe el aspecto predominante de Robin Hood, que robaba antes para sí que para sus protegidos, tal como Pablo Escobar. ¿Quién pagaría las indemnizaciones? El contribuyente, y los manejos tramposos conducirían a un enriquecimiento de los antiguos dueños de la tierra, de los políticos y de sus clientelas, a costa de los demás ciudadanos. (Hay que aclarar al respecto que los procesos de restitución de tierras despojadas en las últimas décadas por grupos criminales deben seguir hasta el final.)

No es que no haya que combatir la pobreza rural, pero dividir la propiedad agrícola no mejora la producción ni resuelve las penurias del campesino. Cuando se piensa en esfuerzos capaces de dar resultados siempre salen ideas como Agro Ingreso Seguro, que los justicieros de las universidades no quieren evaluar más que desde su profundo resentimiento y sus brutales prejuicios. Bueno, en realidad, desde su más arraigada condición: la de perseguidores del botín estatal, pues en Colombia no se estudia para trabajar sino para redistribuir la riqueza.

Otro conejo que sacan de la chistera los filántropos es la Ley de Víctimas que el partido de Piedad Córdoba al parecer acordó con el presidente Santos. Hay que estar alerta ante este nuevo zarpazo al bolsillo del contribuyente. Los cincuenta billones, que se dice pronto, unos cinco millones por una familia media, 25.000 millones de dólares, los repartirían los políticos entre sus amigos, creando clientelas gracias a la miseria en que sus tropas han dejado a millones de colombianos. La pobreza de la mayoría se agravaría para aliviar la de quienes pueden relacionarse con el poder político.

Más grave aún que esos despojos proyectados es la actitud del justiciero cincuenta millones ante la tributación: de nada sirve señalar que cada vez que hablan de reformas tributarias y de cobros de impuestos rehúyen la cuestión básica de la progresividad del tributo. El sobreentendido es que los impuestos los deben pagar las empresas. Hasta en el lenguaje se detecta esa singularidad colombiana. Lo que en Colombia se llama "impuesto de renta" sería en Europa "impuesto de sociedades", y su monto es en el viejo continente mucho más bajo, mientras que los ingresos de las personas ricas se gravan con tasas mucho más altas que en Colombia.

Es decir, Robin Hood no sólo es riquísimo, sino que no paga impuestos y sí pretende que los paguen quienes trabajan, que son en últimas quienes soportan sueldos más bajos y condiciones más duras en las empresas sometidas a tributos confiscatorios. Es cuando se entiende la altruista disposición constitucional de hacer a las universidades entidades sin ánimo de lucro. ¿Cuánto gana el rector Isaza y cuánto paga de impuestos? En términos generales, en Europa alguien que se ganara diez veces la renta media pagaría la mitad de sus ingresos como "impuesto de renta", mientras que en Colombia no llega ni al 20 %. Los agraciados, no vale la pena preguntárselo, son los mismos que se dedican a redistribuir la riqueza: los congresistas, los magistrados, los rectores, los funcionarios públicos titulados. Exactamente los que no producen más que estratagemas para robar a los demás.

Lo que necesitan la inmensa mayoría de las víctimas de la violencia y de los pobres del campo es lo mismo que necesitan los demás colombianos: oportunidades. En lugar de arrancarle 50 billones a los ciudadanos, el gobierno debería plantearse en serio cobrar impuestos a los ricos y abolir por fin la parafiscalidad y aun reforzar las políticas de empleo, por ejemplo compensando a las empresas por las alzas del salario mínimo. Es decir, al tiempo que promoviendo la contratación reforzando las políticas pro-empresa que tan evidente crecimiento generaron durante la administración anterior.

No está de más relacionar esas políticas pro-empresa con las vaguedades y la vulgar combinación de las componendas y el "tapen, tapen" del gobierno de Santos. ¿De qué manera es la innovación una "locomotora" de la economía? Pese a lo que muchos creen, la inversión en ciencia tiende a ser en países como los nuestros otra forma de despojo al contribuyente a favor de los habituales buscadores de rentas ligados a los redistribuidores. Hace poco se preguntaba Guy Sorman, ¿quién va a innovar si no es el «empresario». Y añadía:
Este término [empresario], acuñado en Francia hace dos siglos por Jean-Baptiste Say, sigue sin comprenderse bien en Europa: para que quede claro, según la «Ley de Say», el crecimiento en todas las sociedades depende del estatus del empresario porque es el único que combina las innovaciones científicas, el trabajo y el capital. Por tanto, las únicas políticas económicas eficaces son las que liberan de forma duradera al empresario: ¿le son o no favorables el sistema fiscal, el crédito y el derecho laboral? Lo demás no afecta a la economía real.
Ojalá se generara una conciencia al respecto: en Colombia hay una casta todopoderosa que es la de los redistribuidores, su afinidad con Robin Hood viene de la aliteración de Robin y ROBAR, y la forma en que despojan a los que trabajan en favor de los ricos (ellos) pretendiendo favorecer a los pobres y a las víctimas corresponde sobre todo a la relación con unos ciudadanos que todavía no son conscientes de la necesidad de hacerse respetar. De que no les digan que les dan algo cuando lo que hacen es quitarles oportunidades e ingresos.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 9 de septiembre de 2010.)