jueves, mayo 06, 2010

La gran prioridad

Uno de los lugares comunes más frecuentes que uno encuentra cuando lee o escucha opiniones sobre Colombia es que lo urgente no deja tiempo para lo importante. Y es verdad: cuando parecía que la amenaza de las mafias retrocedía tras la muerte de Pablo Escobar se destapó el proceso 8.000 y durante ese funesto gobierno las guerrillas comunistas se hicieron tan poderosas que constituyeron un peligro mayor que el capo del Cartel de Medellín, un peligro capaz de ocasionar más sufrimiento. Pero cuando se consiguió hacerlas retroceder, entonces el dictador venezolano se lanzó abiertamente a reforzarlas, con la nada oculta complicidad de la misma clase de gente que prosperaba durante el gobierno de Samper y del mismo Samper.

De modo que siempre está claro qué es lo urgente, ahora mismo contener la embestida chavista, que en cualquier momento puede volverse real con muchas acciones terroristas encadenadas y combinadas con marchas indígenas, huelgas magisteriales, disturbios estudiantiles y sabotajes sindicales de todo tipo. Lo urgente en especial es impedir que los poderes ejecutivo y judicial del próximo periodo caigan en manos de los aliados del sátrapa, que cuentan con los principales medios de prensa, con cientos de miles de activistas violentos y adoctrinados y con muchos miles de millones de dólares del erario venezolano para comprar votos. Por mucho que parezca que la agresión se ha atenuado últimamente, basta con leer con atención lo que sale en la prensa para entender que en cualquier momento la actividad terrorista se intensificará, cuando ya tengan a la población adormecida y a los exaltados soliviantados gracias a la propaganda.

El inefable mártir heredero Héctor Abad Faciolince da un ejemplo impresionante de esa propaganda: hace unas semanas no tenía problemas para condenar la "retórica belicista" del gobierno colombiano (la bajeza del colombiano medio le impide reconocer que ni siquiera en las FARC hay gente tan descarada para mentir: siempre que haya un escritor de clase alta y con apellidos extranjeros y ropa cara todo el mundo está de su parte). Ahora sale con que la amenaza de Chávez y las FARC es mentira porque la gente no quiere a las FARC, como si en las zonas que dominaron a punta de masacres sí las quisieran:
En Colombia y Venezuela estamos en manos de un par de presidentes paranoicos, asustados, que creen que el vecino es el lobo feroz que viene a comérselos, a atentar contra ellos y contra los respectivos sagrados territorios de sus patrias. Pura paja, pura locura, pura paranoia: ni Chávez puede ni quiere invadir a Colombia, ni su apoyo tácito o explícito a la guerrilla es una amenaza seria para nuestra seguridad (pues los colombianos en un 98% detestamos a una guerrilla de las Farc arrinconada)...
Y la verdad es que esa clase de propaganda es una prueba de que sí hay una amenaza seria cuyo núcleo son las elecciones de 2010. Sin el interés de la agresión más o menos inminente no habría necesidad de caer en algo tan obsceno como equiparar la actitud de los gobiernos de Colombia y Venezuela.

Pero eso es lo urgente. Lo importante es lo que subyace a la agresión y a la complicidad de la prensa y la "academia" con el sátrapa. Lo importante en Colombia es la ideología, pues mientras la percepción de la gente siga dominada por los prejuicios y certezas de los que crearon a las FARC y alimentaron las bases del chavismo, el destino del país seguirá siendo inseguro y tanto la miseria como la violencia persistirán.

Sería muy interesante analizar lo que hizo de Colombia el principal centro mundial de producción y tráfico de drogas ilícitas. La doctrina "oficial" (es decir, la de la prensa y la "academia") explica el problema por la prohibición del tráfico, como si no hubiera más países capaces de producir drogas o más pobres y atrasados. Muchos estudiosos y analistas han señalado el prolongado aislamiento del país como el origen de rasgos culturales que hacen propensos a muchos colombianos al delito. Ese aislamiento determina una enorme dificultad para entender lo que ocurre fuera y de ahí una marcada tendencia a creer cualquier cosa que resulte conveniente o grata. El saqueador del siglo XVI se acostumbró a su posición de mando y a la crueldad que necesitaba para conservarla, y no tuvo problemas en atribuirse una misión evangelizadora. Su descendiente se dedicó al comercio basado en la violencia y el engaño, dejando lo más desagradable a los descendientes de los esclavos de entonces, y pronto encontró un pretexto increíble para justificarse: no había ningún problema en lo que él hacía, pues los culpables eran los demás por prohibir lo que de todos modos no se permite en ningún país.

Hay que decirlo claramente de una vez: la producción y el tráfico de cocaína han sido durante las últimas décadas rubros importantes de la economía colombiana, gracias a los cuales decenas de miles de personas se han enriquecido: los propietarios de terrenos urbanos y rurales, los abogados que representan a las bandas de traficantes, muchos jueces, policías, políticos, funcionarios y demás "víctimas" de la corrupción, los intermediarios del consumo suntuario, los proveedores de bienes costosos para los mafiosos, los tratantes de blancas, etc. ¡Pero según la doctrina oficial todas esas personas son víctimas de los prohibicionistas! Cuando aludo a los "corruptos" como "víctimas de la corrupción" uso el mismo "argumento" con el que la prensa colombiana presenta a Colombia como la víctima del tráfico de drogas gracias a que las personas que se lucran de ese negocio cuentan, muy colombianamente, a sus víctimas, a las personas a las que mandan matar, como víctimas de un enemigo borroso, remoto y muy conveniente.

¿Qué quiere decir esa manía ridícula y persistente de pretender remediar el problema de las mafias del tráfico de cocaína esperando a que se despenalice dicho negocio? Lo que en realidad quieren decir es: "No es nuestro problema sino el de ellos, no tenemos que matarnos entre nosotros para complacer la manía de ellos de prohibir". Y el interés de proteger el negocio es más o menos evidente. Si en Colombia la gente visitara las hemerotecas se podrían encontrar decenas de artículos de Daniel Samper Pizano en los que esa voluntad de defender los intereses de las mafias es casi expresa. Por una parte, la "transferencia de la culpa" (como si un carterista razonara que las pérdidas económicas de las señoras fueran el problema de ellas, que podrían guardar el dinero en el bolsillo), por la otra, la mentira desvergonzada: si el crimen se remedia despenalizándolo pronto habrá que pedir que se despenalice la prostitución infantil y el tráfico de órganos, negocios a los que ya se dedican las mafias colombianas y que sin duda encontrarán quienes los justifiquen culpando a los consumidores.

No se avanza en ninguna dirección sin entender que el tráfico de drogas es complementario de esa justificación habitual. Que la "racionalización" es una forma de intentar salvar el negocio, por mucho que fuera imposible encontrar nexos entre los exportadores de cocaína y los teóricos de la "victimización": no es muy difícil entender que pueden lucrarse indirectamente de esos negocios.
Invito al lector a buscar en la última columna de Enrique Santos Calderón la menor condena al negocio del tráfico de drogas o de las mafias que se dedican a él: para el principal defensor del Caguán no hay un problema en las mafias sino en el hecho de perseguirlas. Todo su escrito es como una ilustración del sentimiento del carterista de mi ejemplo de arriba. Debido al error ajeno el carterista vive de eso y no tiene un trabajo formal. El carterista es la víctima de las señoras que usan bolso.

Una oscura disposición del Congreso estadounidense ¡abre la ventana! a la esperanza. Un patético y arquetípico "académico" que escribe en El Espectador, Francisco Gutiérrez Sanín, se entusiasma con la posibilidad de que cese ya la guerra contra las drogas y el país vuelva por el buen sendero.
Aunque de naturaleza global, la guerra contra las drogas fue una construcción política, y la única manera de cambiarla y domesticarla es por la vía de la política. E, insisto, hacerlo es, por mucho, nuestro primer problema de seguridad. Es un asunto que toca directamente con el futuro de nuestro Estado. Se trata de La gran prioridad.
Y no hay posibilidad de equívoco: ningún colombiano ha tenido jamás ninguna responsabilidad pues todo es el "error político" de prohibir las drogas (y dentro de poco de prohibir la producción de donantes de órganos o de asistentes sexuales menores de edad). Y ciertamente las capturas, las extradiciones, las fumigaciones, las intercepciones son simplemente errores, pues forman parte del Gran Error.

Claro que las mentiras no faltan en ambos escritos, por ejemplo cuando se alude a la creación de una comisión por la Cámara baja estadounidense y se compara con la resolución autoritaria del Senado colombiano, se pasa por alto que el riesgo de ir a la cárcel por parte de los consumidores en la mayor parte de EE UU sigue siendo muchísimo más alto que en Colombia. Sencillamente, si la gente se ilusiona con el fin de los problemas del país gracias a la nueva comisión, no hay forma en que ellos no salgan ganando. Por ejemplo, si la comisión cuestiona la penalización del consumo, siempre se podrá continuar con el negocio, justificado en que no se ha acabado la prohibición, pero si no cambia nada, producir y vender cocaína será de lo más legítimo, una forma de resistencia a ese imperio retrógrado.

Ésa es la gran prioridad para quienes quieren ver a su país florecer a pesar de los criminales y sus valedores: acabar con las organizaciones mafiosas y al mismo tiempo favorecer la expansión del tejido empresarial que trabaja dentro de la legalidad, de modo que el desmonte del tráfico de cocaína, que a fin de cuentas se va desplazando a Venezuela y Bolivia, no se traduzca en dificultades económicas. Y persistir por ese camino es al mismo tiempo rechazar la propaganda que pretende condenar la aplicación de la ley con el pretexto de que los motivos de la ley no son justos y por eso el crimen es producto de la ley.


(Publicado en el blog Atrabilioso el 16 de diciembre de 2009.)