miércoles, agosto 10, 2005

El clamor de las víctimas

Una de las peores consecuencias de la poca lectura y la poca discusión que hay en Colombia es que se imponen las visiones más infantiles y provincianas. Ya he explicado muchas veces que para la mayoría de la gente la subversión es una chusma de sicarios desdentados, torvos y bestializados. ¿Cómo habría que explicarles que todas las guerras de la historia eran sobre todo enfrentamientos políticos entre personas que intentaban imponer su visión y hacerse con el poder, y que en el terreno práctico su ejecución llevaba consigo infinidad de crímenes, en los que los principales beneficiarios no participaban en absoluto?

Pongamos, para mencionar algo próximo, la guerra de Independencia: salvo unos pocos patricios americanos, todos los actos sanguinarios fueron cometidos por gente que no poseía grandes terrenos ni esclavos ni tenía intereses comerciales. Y de parte de la Corte española, menos.

El conflicto colombiano se libra entre los grupos sociales que se beneficiarían de un régimen como el cubano y quienes pretenden salvar la institucionalidad existente y las formas democráticas. Los primeros son en conjunto las clases poderosas tradicionales y las tropas de niños son sólo una faceta de un amplio espectro de actividades. Una faceta en conjunto menos poderosa y significativa que el sindicalismo estatal, la "educación" universitaria, el cabildeo de sus cientos o miles de agentes en el exterior, la prensa y la política formal.

Hoy en día la ventaja estratégica de las Fuerzas Armadas, relacionada con la aviación, con los satélites y también con el control de las ciudades y el apoyo de la mayoría de la población, hace que los frentes civiles de la subversión sean más importantes que las guerrillas. Se pretende aprovechar la solidaridad de las ONG y de la prensa para deslegitimar la democracia colombiana, impedir que se aplique la Ley de Justicia y Paz y frenar el apoyo militar estadounidense y europeo a las Fuerzas Armadas.

Dentro de esa estrategia la explotación de las víctimas desempeña un papel importantísimo. Y como no podía ser menos la habilidad retórica de los jefes de la industria de la muerte consigue convertir el narcoterrorismo en un hecho intrascendente justificado por sus consecuencias: usted sale a robar el bolso a una señora y la excusa que tiene es la bofetada que ésta le da para defenderse.

La moral de los colombianos es así. Nadie quiere aceptar que en realidad no hay solidaridad con los secuestrados, que se ven más manifestantes apoyando a los secuestradores que a sus víctimas, que muchos estudiantes de universidades de elite ayudaban a vigilar a los secuestrables que hubiera entre sus compañeros de clase, y no por fanatismo ideológico sino por la comisión. Y lo mismo en todos los niveles.

Mientras no se haga frente a eso, mientras los habitantes de los barrios más ricos de Bogotá no entiendan que muchos de sus vecinos son prósperos gracias a los secuestros (no hablo esta vez de los sindicalistas y magistrados sino de los líderes de la izquierda, todos ellos pobladores de barrios lujosos), mientras no se proclame que ha sido una franja significativa de la sociedad la que ha compartido los fines de los secuestradores y ha tratado de medrar gracias a sus hechos, Colombia seguirá hundida en el fango.

La moral de los colombianos se reduce a que todo lo que parezca refinado y culto resulta justificable, por lo que la sarta de mentiras de los propagandistas del narcoterrorismo no tiene nunca quien la ponga en duda: se trata de doctores, de personas de las mejores familias, de profesores de la universidad y antiguos funcionarios del rango de ministros, cuando no de verdaderos ministros.

Por eso el clamor de las víctimas apenas preocupa a unos pocos: no el clamor de las decenas de miles de secuestrados por las guerrillas y sus familias, de las decenas de miles de familias cuyos hijos han sido reclutados a la fuerza, de los millones de campesinos empobrecidos directamente, de los miles de soldados muertos y mutilados... Ya he explicado que eso no le importa a nadie.

Pero al menos para no verse envueltos en una confrontación apocalíptica en la que podrían perder la vida ellos y sus familias, los demás colombianos deberían prestar atención al clamor de las víctimas que cantan al unísono Alfredo Molano, María Emma Mejía, Álvaro Camacho Guizado y el nunca bien ponderado delfín Cepeda II (los dos últimos en El Espectador de este domingo), junto con todo el gremio de propagandistas de la muerte.

Hoy mismo sale en la portada de la edición de internet de El Tiempo un artículo sobre las gestiones de una organización de víctimas para reclamar "reparación" por parte de las AUC.

Acerca del papel plenamente combativo de esas campañas de las víctimas ya advirtió hace unas semanas el columnista de El Tiempo Eduardo Pizarro Leongómez, pero es evidente que la influencia de un solo columnista quincenal del lunes no se puede comparar con la de varios columnistas semanales del domingo: esta vez apareció la correspondiente respuesta del delfín cuyo padre da su nombre a uno de los frentes más sanguinarios de las FARC.

Es muy importante hacer caso de lo que dicen: la verdadera guerra no la libran otros por los intereses de unos terceros en selvas remotas, sino que es cosa de cada cual el permitir que las espeluznantes bandas de asesinos impongan su versión de los hechos. El escrito de Cepeda II es una joya de retórica mamerta que vale la pena examinar a fondo, con mascarilla y guantes, naturalmente.

“Repugnante”

Iván Cepeda Castro

En su última columna en el periódico El Tiempo, Eduardo Pizarro Leongómez acusa a las víctimas de la guerrilla y del Estado de ser culpables del “repugnante” delito de organizarse, y de exigir verdad, justicia y reparación, o la firma de un acuerdo humanitario. Como si fuera poco, señala que son las víctimas las responsables de “politizar” peligrosamente el debate público, de “deslegitimar” al Estado y a la guerrilla y de bloquear una salida negociada.


Atención a la retórica victimista: nadie ha dicho que organizarse ni exigir nada sea delito. El trasfondo es éste: secuestrar gente es un delito como lo es organizarse para exigir verdad, justicia y reparación. Cuando ya se acusa a quien se opone a las campañas de los terroristas de estar convirtiendo en "delito" un acto normal, perfectamente legal, se empieza a borrar el límite de ese concepto, que no es otro que la ley, el texto escrito que señala penas para determinadas conductas. "Delito" empieza a ser sinónimo de "justicia", puesto que el crítico de las "víctimas" ya ha sido identificado como un enemigo.

Y algo parecido pasa con "deslegitimar" a la guerrilla. ¿Es que acaso no es ilegítima? ¿Se puede quitar a alguien algo que no tiene? Bueno, es que nuestro señor Cepeda II pretende ser equidistante, por lo demás aprovechándose de que Pizarro también lo es. Sólo que con la técnica del sobreentendido el angelito le atribuye la misma legitimidad a sus niños que al Estado de los demás ciudadanos. Avispados que son.

Así, según Pizarro, no son quienes han promovido la barbarie y el vandalismo, los mismos que después de haber asesinado y saqueado van a gozar de la calidad de ciudadanos prestantes, quienes deben ser cuestionados ética y políticamente. No. A quienes se debe denunciar es a las víctimas (las viudas y los huérfanos, los familiares de secuestrados y “desaparecidos”, los desplazados, los sobrevivientes de las masacres), que a pesar de inmensas dificultades y peligros han decidido unirse y hacer uso de su legítimo derecho a expresarse, por vías no violentas, acerca de la necesidad de que la sociedad colombiana afronte las consecuencias de décadas de crímenes contra la humanidad. Qué curiosa interpretación de la realidad.

Este párrafo probablemente circulará en el futuro como ejemplo máximo del cinismo fariano: ¿quiénes han promovida la barbarie y el vandalismo? Los Cepeda y sus cómplices, ¿o no? ¿Quién disfruta de la "calidad" de ciudadanos prestantes? Los Cepeda y sus cómplices. ¿Quiénes son las víctimas? Ciertamente no lo van a ser los Cepeda y sus cómplices, pero es como pretenden presentarse. Ahora bien: ¿han decidido organizarse las víctimas para que la sociedad afronte las consecuencias de esos crímenes? A ver: los Cepeda y sus cómplices han organizado a los alcaldes amenazados para que presionaran por el despeje, a las familias de los secuestrados para que exijan el canje, a las víctimas de las AUC, sus propios empleados, su servicio doméstico armado, para impedir que esas bandas dejen de matar y poder salvar así la máscara de legitimidad que usan en Europa para seguirse lucrando de los secuestros. ¡Es increíble que haya tanto cinismo! No puede ser, no puede ser. A éste deberían nombrarlo abogado de Alfredo Garavito, seguro que el psicópata resulta víctima de los niños desprevenidos.

Durante años, asociaciones que agrupan a los familiares de personas secuestradas han insistido en la necesidad de establecer mecanismos que permitan el canje de combatientes, que garanticen el respeto de la vida y la libertad de los no combatientes retenidos y que abran el camino hacia una solución política y negociada del conflicto armado que destruye al país. Su persistente búsqueda de fórmulas para llegar a este acuerdo se ha visto obstaculizada por los cálculos políticos, o por el juego perverso que se hace con sus esperanzas sobre la suerte de sus seres queridos. La coherencia de los familiares que reclaman el acuerdo humanitario sólo merece palabras de reconocimiento y apoyo.

Es decir, cuando se trata de las víctimas de las AUC, se trata de exigir "verdad, justicia y reparación", pero cuando se trata de los miles de secuestrados de la guerrilla, se trata de exigirle al gobierno que premie a sus verdugos, que libere a los terroristas presos, que facilite más secuestros y que renuncie a la democracia entregando el poder a los secuestradores. ¡Qué curioso, tienen a un familiar "retenido", pero no se les ocurre ni siquiera después de pagar el rescate preguntar por los miles de millones de dólares que tienen en Europa Cepeda II y sus cómplices, sino ir a exigir al gobierno que ceda a las pretensiones de los secuestradores!

¿Cómo puede haber tanto atrevido que niega que esta gente es la que dirige el negocio y se lucra de él? A mí me parece algo tan increíble como el mismo cinismo de Cepeda II.

De otro lado, las víctimas de crímenes de Estado se enfrentan a una situación que atenta gravemente contra su dignidad y que amenaza con causar daños irreversibles a sus derechos. Diga lo que diga el Gobierno, no existe ninguna posibilidad real de que las personas afectadas por la violencia estatal y paraestatal participen como sujetos de derecho ni como testigos principales en los procedimientos previstos por la ley llamada de “justicia y paz”. La norma aprobada no reconoce ni siquiera la criminalidad cometida por el Estado y su rol histórico en la gestación del paramilitarismo.

¿Hay alguien que haya oído hablar de secuestros y masacres guerrilleras? ¡Es que ahora ellos son las víctimas! En realidad no hay ningún problema: nadie discute lo que dice el delfín porque a nadie le gusta jugarse la vida.

Haber sido víctima directa o indirecta del conflicto armado, o de la violencia sistemática, no concede a nadie privilegios especiales ni debería servir de justificación para dar rienda suelta al ánimo vindicativo. Ese razonamiento es necesario oponerlo a quienes consideran que los ultrajes recibidos son una excusa válida para ejecutar masacres y crímenes atroces; o a quienes, desde el Gobierno, se escudan en su condición de víctimas para utilizar el aparato estatal como maquinaria de venganza.

A ver: ¿hay un conflicto armado que mata gente? De lo que son víctimas los colombianos, directamente varios cientos de miles, es de las ambiciones de estos canallas. Todas las víctimas de iniquidades aspiran a alguna forma de venganza, y el derecho penal así lo establece. ¿O qué sentido tendría castigar a un asesino si de todos modos el occiso no va a resucitar? El problema es si esa venganza consiste en el castigo que las instituciones aplican, pero sobre todo el problema es ¿quién cometió el delito?

En la retórica de este desalmado la fea metáfora de los pájaros disparando a las escopetas es directa y literal. Formado para ser la versión andina de Kim Jong-il, el personaje trata de salvar lo que pueda de la vieja industria heredada, conseguir que sea posible secuestrar unos años más, seguirse lucrando del narcotráfico y convocar a todos los viejos aliados (como el dueño del periódico que lo publica) para conseguir algún premio político de la herencia recibida.

No existe peor servicio a la paz y al futuro de una sociedad que la apología de la impunidad elaborada desde un discurso aparentemente pacifista. Tampoco se contribuye a la reconciliación al invertir amañadamente las cargas de la responsabilidad ética entre víctimas y victimarios. Los peligros para la poca democracia que queda en Colombia no provienen de los esfuerzos organizados de la sociedad civil por la justicia. En realidad, quienes engendran esas amenazas hoy son las fuerzas siniestras que, amparadas en la impunidad, quieren controlar el país.

"No existe peor servicio a la paz y al futuro de una sociedad que la apología de la impunidad elaborada desde un discurso aparentemente pacifista." Fíjense. Estoy completamente seguro de que el tipo, un verdadero talento, escribe eso para burlarse de las víctimas. ¿Acaso se opone él a la impunidad? Entonces ¿por qué apoya a los que buscan el canje de rehenes por criminales presos? ¿Es pacifista un discurso según el cual a la gente la mata un conflicto y las masacres se deben premiar con poder político? Ojo a la segunda frase:

"Tampoco se contribuye a la reconciliación al invertir amañadamente las cargas de la responsabilidad ética entre víctimas y victimarios."

Tiene toda la razón, en tal sentido, él no contribuye a la reconciliación. Pero para reforzar su mentira necesita que la verdad sea mentira. Sí, ya lo he dicho, las pobres escopetas...

"Los peligros para la poca democracia que queda en Colombia no provienen de los esfuerzos organizados de la sociedad civil por la justicia. En realidad, quienes engendran esas amenazas hoy son las fuerzas siniestras que, amparadas en la impunidad, quieren controlar el país."

Es que ambas frases son tan bonitas: las presiones al gobierno de los familiares de los secuestrados para que queden libres los secuestradores y asesinos (que son el motivo por el que se cometen ciertos secuestros) son "esfuerzos de la sociedad civil por la justicia", las campañas para que las AUC sigan activas, son lo que se dice actos de paz. Es así: las fuerzas siniestras que amenazan a Colombia amparadas en la impunidad son las que controlan la página de opinión de El Espectador: la gran arma de los terroristas es el gas venenoso que expanden y que confunde a los que no saben leer.

Pero esa vieja certeza de que "los buenos somos más" seguirá por décadas, y entre tantos buenos seguirán hinchados de poder, riqueza, influencia y prestigio los que encargan los secuestros y masacres, como estos intoxicadores.