La prohibición del tráfico de sustancias psicotrópicas ha acompañado a la humanidad durante tanto tiempo como su uso. Entre los aztecas la embriaguez podría castigarse con la muerte y en Rusia durante mucho tiempo había graves castigos por consumir tabaco. En los países musulmanes el consumo de alcohol está aún prohibido, y respecto de las sustancias desarrolladas más recientemente, son ilegales en todos los países.
2. La transferencia de la culpa
Hace catorce años el entonces vicepresidente Francisco Santos lanzó una campaña con la que se pretendía culpar a los consumidores de los problemas que causa el narcotráfico en Colombia, cosa tan absurda como si el padre de una prostituta culpara a los clientes. Pero esa transferencia de la culpa es tan característica de Colombia que casi todos los razonamientos que uno oye sobre el narcotráfico la reproducen. (Sobre esa campaña y su sombra publiqué entonces un post que me parece haber escrito ayer mismo.)
El narcotráfico es muy conveniente para muchos colombianos. En los años setenta y ochenta, cuando los jefes del Cartel de Medellín llegaron a contarse entre los hombres más ricos del mundo, la complicidad era generalizada. Los propietarios veían elevarse el precio de sus bienes, los empresarios veían liquidez y demanda de sus productos, los políticos, periodistas y jueces veían incentivos copiosos para animar sus decisiones, los gobernantes unos resultados económicos gratos... Después el negocio mágico desembocó en una orgía criminal, pero antes hubo una complicidad generalizada. Es el dato que no se puede pasar por alto y que explica la actual fiebre "legalizadora".
Y en definitiva, el narcotráfico es una actividad delictiva que lesiona los intereses de la mayoría de los colombianos tal como cualquier vida criminal lesionaría los intereses de la persona y de su familia, por mucho que genere rentas abundantes. Cuando en Colombia se discute sobre la legalización del narcotráfico de lo que se habla es de la legitimidad del narcotráfico, cuando se culpa a los consumidores o a los prohibicionistas es como cuando un par de proxenetas culpan a los policías o a los clientes. Los colombianos no están para decidir si es lícito o no prohibir las drogas sino para decidir si siguen siendo un país sometido a las organizaciones criminales o si intentan ser un país respetable.
Es decir, los legalizadores sólo expresan el conformismo con el narcotráfico, negocio que según muchos analistas tiene un gran papel en el relativo bienestar económico del país en la última década. El exministro y preso político Andrés Felipe Arias publicó un ensayo explicando que fue la cocaína lo que estabilizó la economía del país entre 2015 y 2018. Pero más allá de eso, ¿quiénes la producen, la transportan, la venden e invierten el dinero que produce? Si uno cree lo que se dice en las redes sociales no hay nadie comprometido, salvo gente extraña, indios, guerrilleros, bandidos de regiones apartadas...
La forma en que se expresan esas complicidades es en el discurso legalizador. Nadie está hablando de legalizar el narcotráfico en otros países, en general el consumo de marihuana está tolerado en todo Occidente y en algunas partes de Estados Unidos ya es legal. Nada parecido ocurre con las demás drogas psicotrópicas. Desde siempre se sabe que el fin de la prohibición sería el fin del negocio, de modo que es casi un chiste que los amigos de las FARC y del narcorrégimen cubano y otros personajes afines se preocupen tanto de convencer a los colombianos de que el problema se resolverá acabando con la prohibición.
Nadie se lo plantea, sólo es marketing interno para que los colombianos resulten las víctimas de unas leyes bárbaras y no los cómplices del crimen organizado.
3. Argumentos legalizadores
Leí por casualidad el prólogo que escribió Alejandro Gaviria a una vieja novela de Juan Gossaín. Este rector y exministro formó parte del gobierno en el que la producción de cocaína se quintuplicó (ver Gráfica 8 en este enlace), en gran medida gracias a su labor, pues como ministro fue el responsable de terminar la aspersión con glifosato, y no obstante señala con admirable desparpajo que ese proceso fue un avance. Voy a comentar algunas frases elocuentes de dicho prólogo.
Colombia sigue siendo el principal proveedor de cocaína a los mercados internacionales. Pero los efectos nocivos han sido menores. Es como si el país hubiera puesto en práctica, institucionalmente, podría decirse, una estrategia de reducción del daño. La tasa de homicidios es la menor en cuadro décadas, inferior a la que existía cuando se publicó por primera vez La mala hierba, en 1981.
El párrafo final alude a la marihuana, pero la condena de la prohibición como causante de la violencia se puede aplicar igual a la cocaína.
El debate sobre la legalización total de la marihuana parece más necesario que nunca. Este libro muestra, entre otras cosas, los efectos nocivos de la prohibición. Los muertos. La violencia. La destrucción institucional. En retrospectiva, todo aquello parece inútil. La mala hierba dejó de serlo, pero el legado de muertes y sufrimiento, por cuenta de una guerra imposible, hace parte ya del absurdo de nuestra historia.
Un aspecto del narcotráfico al que nadie presta atención (obviamente por la naturalización de la esclavitud en la mente de los colombianos) es la vida de quienes cultivan la coca, fabrican el alcaloide y lo transportan a otros países. Vidas miserables, desesperadas y llenas de sufrimiento que no interesan a los que hablan de guerras imposibles y desprecian a los prohibicionistas. Las rentas de la cocaína llegan cómodamente a manos de los poderosos, de gente que puede no tener ninguna relación directa con el negocio y que obviamente no tiene prisa por combatir a las mafias: es una guerra imposible para quien no tiene ningunas ganas de emprenderla, como si se pidiera a los proxenetas que velaran por la castidad ajena.
Woody Allen lo explica al final de Annie Hall: un hombre le cuenta a su médico que su hermano cree ser una gallina. "¿Por qué no lo lleva al psiquiatra?". "Lo haría con mucho gusto, pero es que necesito los huevos". A fin de cuentas el proxeneta no es el que tiene que experimentar contactos asquerosos, sólo proteger el negocio y lucrarse sin esfuerzo. No va a renunciar a los huevos.
Pero la legalización no es sólo atractiva para los amigos de la mafia cubana y sus bandas de asesinos, como Caballero y Gaviria, también en el uribismo se ven razonamientos en esa dirección. El líder uribista Sergio Araújo cierra así un hilo de Twitter bastante razonable:
Y es absolutamente vital reconsiderar todo este esquema absurdo donde está prohibido sembrar y producir aquello que más demanda tiene en todo el planeta. Hay que pensar seriamente en legalizar la siembra, producción y comercialización de Marihuana y Cocaina. ¡Tema de referendo!
— SERGIO ARAUJO CASTRO (@sergioaraujoc) August 24, 2020
Claro que Araújo es el mismo que en 2014 decía que Zuluaga habría seguido con el proceso de paz y que el futuro de Colombia depende de los cupos universitarios. Simplemente es un líder uribista más autónomo que dice lo que otros más deshonestos callan.
El argumento de la demanda es monstruoso: serviría para la prostitución infantil que, pese a que Vanessa Vallejo diga que el interés por las jovencitas "no es normal", tendría una altísima demanda en caso de ser legalizada. Bueno, y para el tráfico de órganos y la producción de donantes, que además serviría para salvar las vidas de personas que les aportan mucho a sus países (detalle que me interesa señalar porque con motivo del derribo de la estatua de Belalcázar vi muchos tuits de gente que se preguntaba qué aportan los indios al país, como si determinada herencia genética debiera incluir a alguien en organizaciones delictivas).
Pero no sólo los procubanos, santistas y uribistas abogan por una legalización que saben que es una mentira, también los cómicos libertarios colombianos se lanzan a condenar la prohibición con el argumento de la libertad individual. Un tuitero que sin duda los conoce mejor que yo me lo explicaba:
Son las cuentas que hace la gente que calcula, con razón, que al menos al principio acabar con el narcotráfico traería una reducción de ingresos para el país.Los libertarios al igual que los mamertos quieren vivir de la cocaína. Quien propone producir otra cosa es socialista o fascista según el caso.
— Marcel (@marcel9278) August 24, 2020
A esa prevalencia hay que atribuir la desmoralización total de la juventud, particularmente de las clases altas, no sólo evidente en su adscripción ideológica criminal sino en su cada vez más lamentable mediocridad, tosquedad intelectual y achabacanamiento. ¿Qué porvenir brillante va a haber si lo conveniente es sumarse a las hordas de Petro, calumniar a Uribe en las redes sociales y aspirar a un puesto cómodo en una universidad, en alguna agencia de la paz o en alguna ONG feminista, ambientalista, etc.?