domingo, febrero 26, 2023

Raquel y tú

 Si algo merece atención a la hora de tratar de entender la mentalidad de los pueblos iberoamericanos es la manía de ponerles a los niños nombres singulares para distinguirse, desde los de personajes mitológicos o de próceres griegos y romanos en el siglo XIX hasta los actuales engendros formados a partir de la adición de sílabas o de la búsqueda de cualquier combinación de sonidos que suenen como un nombre inglés. El origen de esa manía casi siempre es el complejo de inferioridad: parece que la persona rústica espera tapar lo rústico haciendo exactamente lo que la delata, como el que lleva una camiseta con la leyenda «No soy paranoico» o un tatuaje que reza «Doctor en Sánscrito».

Pocas cosas contrastan tan rotundamente con las costumbres de los europeos y angloamericanos, que mayoritariamente repiten los mismos nombres de generación en generación, de modo que los más diabólicos y toxicómanos rockeros o raperos tienen nombres de personajes bíblicos o de la tradición germánica. Lo mismo ocurre con las clases altas en Hispanoamérica, cuyo esnobismo las arrastra siempre en la dirección de «mejorar la raza» adquiriendo apellidos británicos, alemanes o de otros países de la región. Así se crean dos «colores» (como los cuatro varna de India): los que tienen apellidos raros y los que tienen nombres raros.

Un caso aparte es el de José Raquel Mercado. No recuerdo ningún otro nombre de mujer como parte de uno de hombre, salvo, claro, María, habitual en «José María» porque son los padres de Jesús (el fundador del Opus Dei está canonizado como «san Josemaría»). En fin, el de ese sindicalista es un nombre muy presente en la memoria de los colombianos, que de tanto oírlo ya no se sorprenden de su originalidad, y evoca el origen popular de ese dirigente sindical mulato y de provincias.

En Colombia se han cometido muchos crímenes, sobre todo los han cometido los comunistas, aliados de la casta oligárquica, pero ninguno define tanto al país, ninguno muestra tan claramente el daño moral generalizado que sufre la población como ése. La banda que lo cometió para forzar a los demás sindicalistas a obedecer a la CSTC, después llamada CUT, y castigar la traición al Partido Comunista en una huelga anterior, se jactaba de su proeza, y contó con el respaldo explícito, en la mayoría de los casos, de las clases altas.

De ningún modo puedes pasar por alto la sutileza, la elegancia, la altura de miras y la sinceridad del revolucionario Jaime Bateman Cayón cuando se refiere a ese hecho: «La decisión de ajusticiarlo la sometimos al veredicto popular. La gente escribió en las calles sí; escribió no; la CTC hizo una gran campaña de carteles para que no lo fusiláramos; los sindicatos discutieron el asunto; algunos miembros de la CTC dijeron incluso, públicamente, que a Mercado había que ajusticiarlo... Él estaba entregado totalmente al imperialismo. En el interrogatorio que le hicimos reconoció que trabajaba para los norteamericanos, que recibía de ellos cuantiosos cheques. Nosotros editamos quinientos mil ejemplares de un folleto en el que presentábamos las pruebas en su contra».

Ahí lo tienes, un hombre indefenso, secuestrado y asesinado por unos canallas a los que las clases altas admiraban y defendían. ¿Se te ha pasado por la cabeza dudar de lo anterior? Podrías recordar un nombre muy conocido en Colombia, el de Gabriel García Márquez, que ciertamente nunca reprochó a los asesinos ese crimen, y que fácilmente pudo contarse entre quienes lo encargaron. En 1983 publicó un reportaje sobre la muerte de ese asesino que es una verdadera hagiografía. 

Te preguntarás cómo es que el título de este artículo te interpela a ti. ¿Cuántos colombianos ven a García Márquez como un criminal? Muy pocos. Por el contrario, el Nobel de Literatura que recibió (como decenas de autores menores afines a la causa comunista, como la última, Annie Ernaux, cuyo premio según Alain Finkielkraut no es de literatura sino de resentimiento) fue para los colombianos como un triunfo de la selección de fútbol en el mundial. Y todos los intelectuales respetados lo aplauden y admiran, a tal punto que Héctor Abad Faciolince se jactaba de haberle dicho a Susan Sontag que no le reprochaba su adhesión al tirano Castro por deberle muchos favores personales.

Pero también puedes pensar en Enrique Santos Calderón, director durante mucho tiempo del único periódico de circulación nacional y hermano mayor del hombre que llegó a presidente ungido por Uribe. ¿Es tan difícil enterarse de que Enrique Santos fue uno de los fundadores de esa banda y que la dirigía a control remoto junto con sus socios cubanos? No se debe pensar que fue algo que hizo en su juventud: El Tiempo promovía y hasta publicaba fragmentos del libro de Vera Grabe (apellido alemán que quiere decir «tumba») Razones de vida, en el que sacaba pecho por las hazañas del M-19, incluido el asesinato de Mercado, con argumentos idénticos a los de Bateman.

O en Gustavo Petro Urrego, joven de origen costeño y más remotamente italiano (lo que en parte explica su afición al calzado fabricado en ese país) que ya en la adolescencia se afilió a la banda de Bateman y obtuvo una beca en la prestigiosa Universidad Externado de Colombia, dicen que por la influencia en las autoridades de esa alma máter de Santos Calderón o alguno de sus compañeros de la revista Alternativa. Les hacía falta un líder de origen popular. Bueno, no es sólo que toda su carrera consista en su relación con esa banda, sino que abiertamente la reivindica.

No, no es cuestión de ese bando de la política colombiana. Conviene recordar que José Obdulio Gaviria, después de formar parte del PCC-ML, una escisión prochina del PCC, fue uno de los fundadores del movimiento Firmes, el brazo político del M-19, y que como tal apoyó a Uribe en las elecciones de 1986, ni que mucho tiempo después, en 2014, con Santos en el poder y el infame proceso de paz con las FARC en marcha, el «Gran Colombiano» incluyó a un miembro de esa banda en las listas cerradas al Senado, no porque le aportara ningún voto sino por mostrar su respeto a ese pasado glorioso.

A ver, ¿qué quieres que ocurra en tu país? Mientras no haya ciudadanos con un mínimo de coherencia, mientras sea minoritario y más bien excéntrico condenar un crimen como ése, mientras los asesinos no sean vistos como lo que son y el ministro de Educación proclame como su tarea la «verdad» que surge de la comisión presidida por Alfredo Molano (uno que alentaba abiertamente los asesinatos y secuestros desde sus columnas), ¿qué clase de progreso quieres que haya?

Y no lo dudes, un mínimo de firmeza al respecto es algo rarísimo.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 3 de febrero de 2023.)

jueves, febrero 23, 2023

La naturaleza mafiosa de la "izquierda"

Ortega y Gasset decía en 1930 que ser de la izquierda era como ser de la derecha «una de las infinitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil» y, en el mismo fragmento, que «se ha rizado el rizo de las experiencias políticas a que corresponden, como lo demuestra el hecho de que las derechas prometan revoluciones y las izquierdas propongan tiranías». En honor a la verdad, lo de «imbécil» es más apropiado para el que se define como de derecha, porque casi siempre es una persona que ha «comprado» el marco mental que imponen los tiranos y llega a creer que algo tan diverso como las opiniones, los intereses, las identidades y los sueños que entran en juego en la política se puede representar por una línea horizontal, que cierto punto de sal o azúcar define el conjunto de tomas de partido de una persona sobre infinidad de asuntos con implicaciones morales, estéticas y de interés personal. El que se llama de «izquierda» no es un imbécil sino un bellaco que se legitima con esa falacia.

Margaret Thatcher no podría estar en el mismo bando que Adolf Hitler, los del mismo bando de Hitler, como los justicialistas argentinos, son los socios de los antisemitas Chávez y Ahmadineyad, cuyos partidarios son descritos por la prensa como «la izquierda». La clase de dispersión moral que sufre alguien capaz de meter en un mismo saco una cosa y su contraria sólo es el efecto de la propaganda: tras la toma del poder por los bolcheviques en Rusia, el eje de la política pasó a ser simplemente el de la adhesión o la resistencia al comunismo. Esa resistencia podía ser tradicionalista, nacionalista, liberal, socialcristiana, etc. Pero para los comunistas todos eran enemigos y por eso se los definió como «derecha». En los años en que tuvo vigencia el pacto germano-soviético la «derecha» era el rechazo a la invasión de Polonia, tal como hoy los gobiernos de «izquierda» como el de Maduro son los defensores de Putin, personaje que es a la vez de izquierda y de derecha porque sencillamente la izquierda es la derecha (las castas que viven del Estado y expolian a los que producen).

En el conflicto ideológico del siglo xviii resultaba clara una oposición entre los partidarios del viejo orden jerárquico, de la Inquisición y el oscurantismo, del absolutismo y la esclavitud, y quienes pretendían la soberanía de la nación (que no es sólo el Estado que ocupa un territorio sino el conjunto de los pobladores de ese Estado). Esa oposición fue la que definió la «izquierda» y la «derecha» en la Asamblea francesa.

Ciertamente es muy minoritario el que no usa ese lenguaje, tal como sólo un niño (o un esclavo en otras versiones del cuento) se atrevió a decir que el emperador estaba desnudo. Y ese consenso es de por sí una tragedia, porque la disyuntiva entre el comunismo y el no comunismo legitima el comunismo y convierte el rechazo en una opción, como si se rompiera el tabú de la antropofagia y la gente pusiera en sus redes sociales «no-caníbal». Sencillamente, el comunismo es como lo definió Octavio Paz, un crimen colectivo, algo que nunca debió ocurrir y que se debe condenar y castigar sin vacilación. El ejemplo del canibalismo se podría aplicar a la propiedad, pero es que ya ha habido un siglo entero de propaganda y quien se escandalice por la idea de abolir el derecho de propiedad, no quien simplemente se oponga a hacerlo sino quien lo considere monstruoso, es un personaje incomprensible para la mayoría.

Un ejemplo ilustrará lo anterior: una persona mayor de cincuenta años se puede imaginar que le cuenta a su padre o abuelo que las instituciones educativas dedican gran parte de su tiempo a persuadir a los chicos para que se declaren «homosexuales» o para que se cambien de sexo. Eso ocurre hoy en gran parte de Norteamérica y de Europa occidental, ¿qué pensaría la persona antigua? Del mismo modo, los colombianos entienden la propiedad como algo de lo que puede disponer quien tenga el dominio del Estado, lo aprueban o bien se oponen, pero no como algo inconcebible sino como una mala opción. Es decir, no son de «izquierda» sino de «derecha».

Quitando la ideología, que es sólo el pretexto legitimador, lo que sucedió en Rusia fue todo lo contrario de lo que la «izquierda» del siglo xix buscaba. Una minoría ínfima financiada y promovida por las potencias enemigas obra con determinación y audacia y así accede al control del Estado y a punta de terror se impone sobre toda la sociedad, generando una hambruna, un declive demográfico y un genocidio incesantes. Se trata claramente de la supresión de los derechos de los ciudadanos que llega a ser posible a punta de asesinatos. Los autores de esa revolución obran exactamente como los guerrilleros cuando se toman un pueblo, y el despojo al que se somete a la sociedad no es el fruto de una «ideología» sino del terror de unos criminales.

La mafia siciliana siempre ha sido sobre todo un negocio de extorsión. Las guerrillas comunistas dominaron algunas regiones colombianas con base en el mismo negocio, y gracias a su afinidad con la casta oligárquica y sus clientelas pudieron someter a la nación a una extorsión generalizada, que es de donde viene el gobierno de Petro. El narcotráfico ha sido un maná que les ha caído del cielo y sus recursos ingentes les permiten sobornar a todos los que pueden estorbarles y comprar millones de votos, pero al final no son más que un esquema mafioso.

No debería argüirse que no toda la «izquierda» es comunista: cuando alguien tiene valores opuestos a los de los comunistas ya nadie lo describe como de izquierda. ¿Cuál podría ser esa «izquierda» no comunista? Trátese de la llamada ecolatría o del feminismo, por no hablar de la moda «woke», la «teoría crítica de la raza» o movimientos como Black Lives Matter o el transexualismo, cuando se hurga en las ideas de sus impulsores siempre se encuentra la tradición que comenzó con Antonio Gramsci y siguió con la Escuela de Frankfurt, la contracultura y el posestructuralismo: el intento de destruir el orden social a partir de la supresión de los tabúes, de modo que sólo queden personas desesperadas por su identidad parcial y dispuestas a apoyar a los partidos afines al régimen cubano y sus satrapías.

El llamado progresismo de la «izquierda» teóricamente no comunista no practica el mismo terror de las primeras décadas del régimen soviético, pero en España se puede ir a la cárcel por defender el régimen de Franco o por promover terapias que corrijan la «homosexualidad», y en todo Occidente son muchísimos los casos de personas amenazadas con el mismo castigo por el delito de odio que puede ser por ejemplo decir que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva, o como una cineasta noruega que puede ir a prisión por decir que las mujeres trans no pueden ser lesbianas.

Al igual que los personajes de la serie El cartel de los sapos, los comunistas se viven traicionando y matando, Stalin mató a Lenin y después a todos los demás dirigentes de la revolución de Octubre, Beria mató a Stalin, y si se piensa en los regímenes de los demás países comunistas, las purgas mafiosas siempre ocurrieron.

Se puede argüir que el comunismo o la «izquierda» tienen un gran apoyo social en muchos sitios, pero es exactamente el mismo caso que el apoyo que tuvo Hitler entre los alemanes no judíos, en cuanto se propone robar siempre habrá gente que quiera sumarse, el hecho de que las personas imbuidas de la ideología no se vean como criminales hace recordar esos tangos en los que matar a la amante infiel es un motivo de orgullo, o la adhesión casi unánime de los bogotanos de clase acomodada al M-19 tras el asesinato de José Raquel Mercado. El crimen siempre tiene partidarios.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 27 de enero de 2023.)


sábado, febrero 18, 2023

El Ministerio de la Oposición

Es frecuente encontrar en las redes sociales comentarios de personas que se preguntan dónde está hoy la oposición venezolana. El dictamen casi unánime es que en realidad toda ha sido absorbida por el régimen, que ahora no parece tan a punto de caer como hace algunos años. Sencillamente, la tiranía se impuso y arrolló toda posibilidad de hacer política en términos democráticos, de modo que los que quieran vivir del Estado tienen dos opciones: plata o plomo, o servir a la tiranía legitimándola con una oposición decorativa o desistir de hacer política y emigrar porque los ingresos de los que no ordeñan el botín estatal ni se benefician del narcotráfico son miserables.

Lo que desconcierta de esas protestas es la inconsciencia de tanta gente: ¿nadie les ha contado qué es el comunismo? La tiranía venezolana nunca se irá por las buenas —al contrario, cada vez se hará más opresiva— porque aplica un libreto comunista. Antes de Venezuela ya cayeron dos países americanos en regímenes de ese estilo, Cuba y Nicaragua. Nadie espera que la satrapía cubana caiga, menos ahora que gobiernan sus aliados en Estados Unidos (el que quiera entender lo que significa el gobierno de Partido Demócrata haría bien en prestar atención a personajes como Alexandria Ocasio-Cortés o el presidente del distrito de Queens que recibió a Petro: indistinguibles de Aída Avella o Tornillo, o a gestos muy curiosos del gobierno de Biden, como devolver a los sobrinos de Maduro que serían letales para el tirano en un juicio por narcotráfico.)

Ese proceso de cierre de los regímenes que caen en manos de los comunistas lo experimenta ahora Bolivia, donde la última presidenta está presa en condiciones infames. Pero es generalizado en todos los países en que el narcocomunismo ha triunfado, y la atroz persecución que emprendió Lula, por ejemplo capturando al exministro de Justicia o tratando de involucrar a Bolsonaro en la extraña insurrección de hace dos semanas, deja ver que será una constante en todos esos países.

En Colombia no se puede hablar de grandes persecuciones contra la oposición por parte del gobierno de Petro, y eso tiene mucha causas. La principal es que no hay una oposición que deslegitime al régimen o amenace su permanencia. Las persecuciones ya tuvieron lugar durante los gobiernos de Uribe, gracias al dominio que los comunistas tienen desde 1991 del poder judicial, y aparte de los personajes que podrían amenazar el triunfo de Santos se encarceló a miles de militares de muy diverso rango, siempre en procesos oscuros y sesgados, para lo que se contó con la complicidad del gobierno y de los medios.

Pero claramente la vocación de Petro es instaurar un régimen como el venezolano, cosa que parecen no detectar la inmensa mayoría de los críticos que escriben comentarios en las redes sociales: les parece que se puede combatir a Petro como a cualquier otro gobernante y así dicen que «le quedó grande» gobernar el país, como si intentara administrarlo bien pero fuera incapaz, o que fracasó en algunos campos de la gestión del Estado, como si su propósito no fuera implantar la tiranía.

Lo mismo ocurre con los reproches incesantes por los abusos de la primera dama o de la vicepresidenta: creen que en 2026 habrá una elecciones en las que será posible ganarles a los narcocomunistas. Y la triste verdad es que ni siquiera hay atisbos de una resistencia ideológica al narcotráfico al comunismo, baste pensar en el apoyo unánime a la matrícula cero o en la indignación con el aumento de la edad de retiro para ver que la vocación de los colombianos es la de ser funcionarios y disfrutar de privilegios que a la larga sólo aseguran la miseria generalizada, pero le proveen ventajas inmediatas al que consigue estar dentro.

Realmente la implantación de un régimen comunista ha tenido lugar en dos etapas, primero con la Constitución de 1991, cuando accedieron al control del poder judicial y a un aumento drástico del gasto público que permitió asegurar una clientela leal, y después con la negociación de paz de Santos, cuando se legalizó a las FARC y se las proveyó de recursos, amplio control territorial e impunidad para el narcotráfico. ¿Es que alguien cree que las FARC ya no existen? ¿Por pasar de los cambuches a las casas suntuosas han dejado de ser criminales?

La complacencia actual de la mayoría de los políticos venezolanos con el régimen ya la experimentó Colombia durante los años del proceso de paz, con la diferencia de que los venezolanos han avanzado un poco más en el camino de la tiranía. Los colombianos no están descontentos de sus líderes políticos porque no entienden qué significó la paz de Santos ni cuál era la función del gobierno de Duque. Siguen defendiendo a Uribe, que fue la pieza clave de esa negociación porque desactivó cualquier amago de resistencia, y sólo temen que Petro intente reelegirse o que cambie la constitución. No faltan los que creen que la inflación y la devaluación generarán suficiente descontento, como si no pudieran darse cuenta de que cuanta más pobreza haya más seguros estarán los tiranos, o que ni siquiera hay propuestas de candidatos viables que intenten ganarles a los narcocomunistas las alcaldías y gobernaciones.

Así las cosas, Petro no necesita encarcelar a nadie ni crear un ambiente de terror, calmadamente va cooptando militares y policías, continuando algo que ya ocurría cuando Santos, en una versión colombiana del Cartel de los Soles, y asegurando todos los resortes del poder. Si será candidato en 2026 o lo reemplaza otro personaje es algo que se decide en La Habana, que fue donde lo designaron candidato cuando se desplazó hasta allá en plena pandemia.

La tiranía comunista se quedará muchas décadas, no tiene resistencia. No quiere decir que no habrá críticos lloriqueantes salvando sus curules y tratando de lucrarse de ellas, como es la tradición del país, pero la mayoría de los que esperaban prosperar con Uribe se acomodarán al nuevo orden. Bueno, todos se acomodarán, o más bien se acomodaron durante el juhampato. Son parte del régimen y quien quiera instaurar una democracia no puede contar con ellos. Son desde 2010 la burocracia del Ministerio de la Oposición, aunque con Duque estuvieron el en gobierno, daba lo mismo.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 20 de enero de 2023.)

miércoles, febrero 15, 2023

Los adalides de la democracia

  

Por @ruiz_senior

Un día una persona no llega a su casa y sus familiares se preocupan hasta que un buen samaritano les comunica por teléfono que ha sido «retenida» y que los captores exigen cierta cantidad de dinero para dejarla en libertad. Objetivamente, ese informador es un intermediario cuya tarea es procurar la liberación de la persona, por mucho que se considere que puede ser el jefe de la banda e incluso el mismo que raptó a la persona, aunque esto último es menos probable porque la violencia es una tarea ingrata que se suele dejar a subalternos.

Tal vez el lector esté muy seguro de que el que telefonea es un criminal evidente, pero ¿no es lo mismo que ocurre con las negociaciones de paz con las FARC gracias a las cuales los violadores de niños resultaron legislando y las masacres se convirtieron en la fuente del derecho? ¿Cuántos lectores admiten que es el mismo caso? Poquísimos, los valedores de la paz eran todos los periodistas importantes y todos los actores, cantantes, juristas, profesores, intelectuales, artistas, políticos de todos los partidos y hasta militares.

Esta curiosa forma de distinguir a los amigos de la paz de los amigos de la libertad del primer párrafo deja ver el impacto de la propaganda intimidadora en el caso de las personas poco avisadas y cierta indigencia moral en el de las que ostentan poder e influencia. El que llama paz al acto de premiar el crimen y permitir que una banda de asesinos imponga la ley es aún más canalla que el que intenta conseguir la libertad de una persona secuestrada, pero ¿cómo va un aspirante a ministro o a columnista a decir algo semejante? Echaría a perder su carrera.

Las recientes algaradas en Brasilia permiten aflorar a una tercera clase de miserables, los amigos de la democracia, indignados por el «golpismo» de la turba que asaltó las sedes del poder. ¡Qué ocasión más apropiada para exhibir buenos sentimientos y amor a la ley! Suelen ser las mismas personas que odian a Trump y lo acusan de querer dar un golpe de Estado por llamar a manifestarse pacíficamente frente al Capitolio, como hacen en muchos países los que sospechan que han sido víctimas de fraude electoral.

La certeza de que tal fraude no ocurrió o no pudo ocurrir es obvia en los amigos de la paz de Santos y en los que votan por candidatos como Petro, pero dada la hegemonía que ostentan, llega a mucha gente que desconoce por completo las elecciones en Estados Unidos y prestó poquísima atención al recuento de 2019, ocasión en la que en los estados decisivos el recuento tardó muchas semanas hasta que fue posible cambiar un resultado claramente favorable a Trump. Y cuando se demostró en las redes sociales que el asalto al capitolio fue posible porque a los manifestantes los invitaron a entrar, las cuentas que lo hacían fueron canceladas.

La aversión a Trump se extiende a Bolsonaro, y dado que los partidarios de la llamada izquierda de todos modos aplauden todo lo que convenga a su bando, sólo vale la pena prestar atención a los enemigos de Trump y Bolsonaro que se suelen contar entre la llamada derecha. La ocasión de las algaradas en Brasilia es perfecta para mostrar la incoherencia de esas personas, su frivolidad y en últimas su complacencia con la tiranía narcocomunista que se apropió de Iberoamérica con el beneplácito de la casta que impera en Estados Unidos.

No se trata de que se deba apoyar el asalto, pero el hecho de que haya ocurrido no refuta las sospechas de fraude, no puede ser lícitamente ninguna acusación contra Bolsonaro —que incluso lo condenó—, no legitima la represión contra los que habían montado campamentos para denunciar el fraude y sobre todo no convierte a Lula en un demócrata ni en un presidente legítimo. Aunque no hubiera habido manipulaciones en el recuento electoral, y eso es mucho decir, ¿realmente alguien puede creer que su elección no contó con el resuelto respaldo financiero de sus socios de los narcorregímenes venezolano y cubano y con los recursos acumulados en las corruptelas que caracterizaron a los gobiernos del PT?

La poderosa mafia mediática que defiende a esa multinacional de tiranos narcocomunistas explota esa extraña algarada —en la que muchos ven infiltrados del PT y aun un montaje conveniente, como las habituales amenazas a Piedad Córdoba— para lavar la imagen del presidente —cuya impunidad tras una condena sólida hace pensar en las grandes fortunas que produce el narcotráfico— y de paso a su vasta organización continental. Lula y el PT sólo son la franquicia brasileña del régimen que asesina y tortura a miles de venezolanos y mantiene en el terror a Cuba y a Nicaragua, el socio del régimen criminal de los ayatolás. El antiguo obrero metalúrgico ha sacado de su actividad política una fortuna gigantesca que manejan sus hijos, involucrados en toda clase de escándalos y rodeados de lujos inverosímiles.

Los «derechistas» que figuran como odiadores simétricos de Lula y de Bolsonaro colaboran con ese designio de la citada mafia mediática, tal como respecto de un hecho como el apuñalamiento de Bolsonaro en 2018 apenas si pudieron ocultar la sensación de alivio y obviamente se apresuraron a reconocer meras manías personales de un psicótico.

Falta que nos expliquen qué fue lo que hicieron Trump o Bolsonaro que atentara contra las libertades y derechos de los ciudadanos, porque lo que dejan ver esos personajes es que están resignados a ser los gestores del mundo que implantan los totalitarios y si no llegan a tanto, al menos a lucrarse desde el Ministerio de la Oposición que tan alegremente ocupan en muchos sitios. Prestos a hacer carrera política, ¿qué obtendrían oponiéndose a medios todopoderosos que implantan la verdad que quieren? Mejor ayudan a engañar a la gente.

Y como expliqué al principio, esa clase de defensa de la democracia es lo mismo que colaborar con la libertad cobrando los secuestros o promover la paz aplaudiendo el premio del genocidio: lo que amenaza la democracia es la constelación de satrapías de La Habana y Teherán, no el Partido Republicano estadounidense ni los conservadores brasileños.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 13 de enero de 2023.)

jueves, febrero 09, 2023

En manos de la "Narcomintern"


El retorno de Lula da Silva a la presidencia de Brasil es el mayor triunfo que ha tenido la multinacional comunista dirigida desde La Habana en mucho tiempo. Con ese triunfo ya son pocos e insignificantes los países iberoamericanos que no están en sus manos, y esa hegemonía cuenta con la ventaja increíble de que nadie quiere darse cuenta de que se trata de una única organización que desplaza recursos de un país a otro, que obedece órdenes de un mando central y que usa en todas partes los mismos elementos de propaganda.

No faltará el que ponga en duda que esa conciencia exista, pero ¿dónde hay alguien señalando que Juan Manuel Santos, Pedro Sánchez y López Obrador son parte de una misma conjura? Se suele hablar del Foro de Sao Paulo como el nombre, precursor de «Grupo de Puebla», de esa conjura, pero en realidad el Foro de Sao Paulo fue la proclama de algo que existía desde mucho antes, que eran las diversas organizaciones comunistas de la región, por entonces huérfanas tras el abandono soviético.

Esas organizaciones no crecieron por su cuenta para integrarse en la entente de Lula y Fidel Castro, sino que habían existido durante muchas décadas, provistas de doctrina, dinero y recursos de propaganda por el régimen cubano y hasta entonces por la Unión Soviética. Es decir, el Foro de Sao Paulo fue la materialización iberoamericana de lo que se llamaba «comunismo internacional» durante los años de la Guerra Fría. Pero antes de los acuerdos de los vencedores existía la Internacional Comunista, disuelta por las presiones estadounidenses sobre Stalin.

La Internacional Comunista, conocida como Komintern, fue creada por los soviéticos tras el fracaso de la revolución comunista en Alemania y Hungría y tenía por objeto agrupar a los defensores del bolchevismo en todo el mundo. Hasta entonces había habido dos organizaciones internacionales de los partidos socialistas, la llamada Primera Internacional, de la época de Marx y la Comuna de París, y la Segunda Internacional (actualmente Internacional Socialista), cuyos dirigentes, sobre todo en Alemania, se planteaban una revolución gradual participando en los parlamentos de sus países. La Komintern venía a ser pues la Tercera Internacional y agrupaba a partidos que obedecían a las órdenes del gobierno soviético.

De modo que el Foro de Sao Paulo venía a ser una refundación restringida a Iberoamérica de la Komintern y se proponía, aprovechando la relajación estadounidense derivada de la caída de la URSS y la expansión de grupos afines en Estados Unidos con influencia en el Partido Demócrata, implantar regímenes como el cubano en toda la región. Hasta el momento han avanzado muchísimo en ese propósito y no parece muy probable que vayan a retroceder, al contrario, el régimen venezolano se afianza y en Bolivia se van suprimiendo todas las instituciones de la democracia, que hace tiempo no existen en Nicaragua.

Una característica de esa organización es su conexión con el narcotráfico. Ciertamente las conexiones mafiosas del régimen cubano (sobre todo con un tipo que tenía el increíble nombre de Santos Trafficante) http://webarticulista.net.free.fr/jfb200517080706.html son aun anteriores a la toma del poder en 1959 y se mantuvieron durante mucho tiempo. Esa implicación llevó en cierto momento a una purga en el régimen, que se deshizo de personajes molestos, como Patricio de la Guardia —al que se atribuye el asesinato de Salvador Allende— condenándolos a muerte con ese pretexto.

En Colombia esa implicación cubana y de las guerrillas comunistas también es muy antigua, baste recordar que tras el secuestro de Blanca Nieves Ochoa fue el embajador cubano, Fernando Ravelo, el que consiguió el acuerdo entre el cartel de Medellín y el M-19. http://mrpotros.blogspot.com/2011/12/la-conexion-con-los-carteles-y-con-cuba.html El proceso posterior es más conocido, aunque no se conocen investigaciones rigurosas que expliquen lo que muchos sospechamos: que el triunfo de Chávez fue posible gracias a la inversión de grandes fortunas de la cocaína en propaganda, compra de votos y fraude electoral.

Una vez conquistada Venezuela, la riqueza del país sirvió para financiar a todos los partidos controlados por el régimen de La Habana, a veces incluso creándolos, como ocurre con el partido español Podemos, obra de un grupo de profesores universitarios madrileños que supieron complacer a Chávez y al régimen de los ayatolás, además de Cuba, y que cuentan con cientos de activistas sudamericanos.

Esa profunda imbricación del comunismo y el narcotráfico en la región es lo que está detrás del discurso de Petro en la ONU o de las afirmaciones de Juan Manuel Santos de que no hará falta el permiso estadounidense para legalizar la cocaína. Obviamente no van a legalizar el narcotráfico porque podrían sufrir sanciones y hasta procesos penales, pero sí quieren blindar el negocio y legitimarlo en los países productores.

O más bien reforzar esa legitimación, porque la verdad es que en Colombia no les hace mucha falta. Baste recordar que el año pasado el candidato ultramontano, el nieto de Laureano Gómez, se declaraba partidario de la legalización, o que durante más de cuatro décadas estuvo el patricio Antonio Caballero inventando toda clase de pretextos disparatados (como que la prohibición del narcotráfico era un invento de los bancos) para favorecer la benevolencia estatal hacia el narcotráfico.

El comunismo no es un fenómeno ideológico como se cree sino sobre todo un fenómeno mafioso. Es como si alguien concibiera el proxenetismo como una manía sexual: la tiranía y el despojo siempre encontrarán quien se ponga de su parte e intenten aprovecharse de ellos. El triunfo de los bolcheviques sólo fue posible a punta de terror, terror que siempre convenía a los capos de las organizaciones de poder, que sobre todo mataban a quienes podrían disputarles el mando (cada vez hay más pruebas de que Lenin fue asesinado a la edad de 54 años). Hoy en día ambos aspectos mafiosos están juntos, las satrapías liberticidas dirigidas por el régimen cubano son también las de la exportación de cocaína y heroína y la región iberoamericana está sometida a ellas en el momento más peligroso de su triste historia.

Y en Colombia prácticamente no tienen oposición.

(Publicado en el portal IFM el 8 de enero de 2023.)

lunes, febrero 06, 2023

La desazón del hincha

Abundan las personas que se emocionan con el espectáculo de cuatro millones de argentinos festejando el triunfo de su selección. Lamentan no estar allí, y si fuera su país el que hubiera ganado, se sentirían realizadas y felices. Por sorprendente que le resulte al lector, no todo el mundo está para eso, por ejemplo, si Colombia fuera la ganadora del mundial esa alegría de todos a mí me daría más bien miedo. Esa masa ebria de orgullo por algo más bien absurdo (para colmo un triunfo obtenido casi por azar en los penaltis) no anuncia nada bueno, la decadencia de Argentina (hace cien años uno de los países más ricos del mundo) ha estado marcada por sus triunfos en el Mundial, el triunfo de 1978 reforzó a la dictadura militar, que cuando hubo dificultades en 1982 no vaciló en emprender una campaña patriótica, que resultó en la patochada de la guerra de las Malvinas.

Una cita de Borges resulta muy elocuente al respecto: «El fútbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte. Porque la gente cree que va a ver un espectáculo, pero no es así. La gente va a ver quién va a ganar. Porque si les interesara el fútbol, el hecho de ganar o perder sería irrelevante, no importaría el resultado sino que el partido fuera interesante...».

Ese fervor patriótico lo explica Borges en otra cita:  «… Es que la idea de que alguien pierda o alguien gane me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible».

Sí, con el pretexto del fútbol afloran todos esos sueños de supremacía que son grotescos en países en los que es imposible desplazarse por una ciudad en automóvil a más velocidad que a pie, opción tampoco disponible en Colombia por la inseguridad en las calles y las alcantarillas destapadas. La nación emocionada por los logros de unos jugadores es un triste sucedáneo del mínimo de civismo que haría falta para no elegir como gobernantes a antiguos miembros de bandas de secuestradores y asesinos, para que el ingreso de la mayoría permitiera un nivel de vida digno o para que la vida cotidiana transcurriera con un poco de concordia y cortesía.

Ese espíritu de unidad y fervor de la nación en torno a un objetivo es la definición del fascismo, y de hecho Argentina es el país en el que el fascismo perduró tras su caída en Europa, a tal punto que todavía gobierna. En España la necesidad de reconocimiento internacional hizo que la ideología del régimen se ocultara y se olvidara a partir de los años cincuenta. Si hubo mayorías entusiastas de Franco fue sólo por el alivio que representaba salir de la dominación comunista, mientras que Perón siguió contando con mayorías hasta su muerte y sus herederos han tenido el poder la mayor parte del periodo posterior a la dictadura de Videla.

El elemento cultural interesante en esa pasión es el hincha, la persona ansiosa de formar parte de comunidades que se imponen sobre otras, más si no tiene que esforzarse en nada, y que se mueve por emociones y sentimientos simples. Esa clase de personas son la base del fascismo. En Colombia no hubo fascismo porque al caudillo arquetípico, Jorge Eliécer Gaitán, lo mataron, pero eso no salva al país de tener una vida política llena de hinchas. Ante la imposibilidad de una patria unida queda la adhesión a alguna bandería, y es lo que se refleja en la pertinaz adhesión popular a Uribe.

El que niegue la ofuscación de esas masas respecto del expresidente debería prestar atención a lo que voy a comentar: en 1998 Pastrana comenzó a negociar la paz con las FARC y les despejó un vasto territorio, lo que despertó rechazo hasta en su gobierno. Pero el país que venía de los enfrentamientos del proceso 8.000 se dividía entre los defensores de Pastrana y sus adversarios, los «serpatizantes», que habían apoyado a Samper y trataban de debilitar al gobierno por el descontento que generaban las concesiones a los terroristas. Uribe había dejado al finalizar 1997 la gobernación de Antioquia, en la que se había destacado por su apoyo a las Convivir, de modo que su nombre empezó a sonar como líder de ese rechazo, ya no se sabe si porque los medios tenían algún interés espurio en promover a un antiguo socio de Samper o simplemente porque gustaba a los descontentos. En una ocasión tomó parte junto a Fernando Londoño en un acto en Bogotá, ocasión que el presidente Pastrana describió como el surgimiento de la extrema derecha en Colombia.

Esa determinación de entenderse con las guerrillas ya había caracterizado al anterior gobierno conservador, el de Betancur, que fue el que comenzó la política de reconocimiento pleno a esas bandas. ¿Cuál era la actitud de los medios de los Santos y los López respecto a esa negociación del Caguán? A pesar de la innegable conexión entre ese clan oligárquico y las guerrillas, es posible que un éxito del gobierno godo consiguiendo que éstas se desmovilizaran no les habría convenido, de modo que el creciente descontento popular por los atropellos narcoterroristas —que no podía recoger Serpa— les servía para debilitar a Pastrana, y antes de que surgiera algún aventurero militar resultaba preferible un líder del Partido Liberal que además era uno de los autores de la «constitución» de 1991 y al que quizá podrían chantajear por su pasado como alcalde de Medellín en la peor época del cartel mafioso de Pablo Escobar. No hay que olvidar que en 2002 el mismo Enrique Santos se declaraba uribista.

Lo anterior no se le habría pasado por la cabeza a nadie por la polarización que ha vivido el país desde entonces en torno a Uribe, pero lo que ha hecho éste tras sus triunfos contra las FARC hace pensar que quizá hubo siempre esa conexión. De otro modo no se entienden las maquinaciones para legarle la presidencia al hermano del personaje público más claramente ligado al régimen cubano ni el sabotaje a toda oposición a partir de 2010.

Porque el candidato escogido en 2014, nacido para perder, así como la lista cerrada al Congreso en la que había líderes del M-19, sólo dejan ver que a toda costa se intentaba facilitarle a Santos su «paz», y la carrera de Iván Duque, un completo desconocido que apareció en dicha lista y después fue promovido por Semana, León Valencia y Rodrigo Uprimny, delata una evidente componenda con los Santos: Duque era el presidente que aplacaría los ánimos mientras el nuevo orden surgido del acuerdo de La Habana se asentaba y se neutralizaba cualquier oposición. Después ya los Santos y los comunistas pondrían a su hombre.

Hace un año se decidió excluir a María Fernanda Cabal de la candidatura a la presidencia, se escogió un candidato perdedor que ni siquiera fue a la primera vuelta, en la que el uribismo apoyó a un líder de escasas posibilidades para favorecer el paso a segunda vuelta (con una innegable inversión en «maquinarias» de compra de votos por parte de los socios de Petro) del grotesco anciano que se declaraba admirador de Hitler (para generar titulares en la prensa extranjera y aliviar los escrúpulos de los votantes de Petro), y al que apoyaba el escritor William Ospina, premiado por Chávez.

¿Recuerda el lector a estas alturas el rechazo a Pastrana y su disposición a premiar a las FARC? Pues hoy en día es este expresidente el que denuncia sin tapujos la clara conexión de Petro con el narcotráfico. Uribe se mantiene en un segundo plano y sus aduladores fingen hacer oposición por detalles administrativos secundarios. Los hinchas ya no saben si su equipo finalmente va a ganar y no conciben que la vida y la política resulten más complejas que el Campeonato Mundial de Fútbol. Les espera la miseria y el terror que ayudaron a construir con su fanatismo y estupidez.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 30 de diciembre de 2022.)

jueves, febrero 02, 2023

La guerra sin solución en Ucrania

La invasión rusa de Ucrania es el hecho más importante de este año y la causa de una crisis global que seguirá teniendo consecuencias por mucho tiempo. No sólo ha hecho evidentes las ambiciones del autócrata ruso sino sobre todo la ausencia de liderazgo de Estados Unidos y la debilidad de su gobierno. El fracaso de los planes de Putin y la constatación de que hay una efectiva resistencia ucraniana que saca partido del apoyo occidental no debe dar pie al ensueño de una victoria rotunda porque Rusia sigue teniendo recursos suficientes para mantener la guerra.

Antes de la invasión, Putin había llevado a cabo la anexión de Crimea y fomentado la insurrección en las regiones de mayoría prorrusa. La falta de respuesta efectiva por parte de Occidente (muestra de la frivolidad de Obama y Merkel, que gobernaban entonces) y la posición de fuerza que tenía y tiene Rusia como proveedor de recursos energéticos a Europa animaron al autócrata a seguir adelante con sus planes de expansión hacia los territorios de la antigua Unión Soviética y del antiguo Imperio ruso.

Para tratar de entender la situación generada conviene tener en cuenta que buena parte de la población rusa comparte esa percepción de Ucrania como parte de su país, no sólo los nostálgicos de la época soviética (las penurias y el terror se olvidan y queda el orgullo de haber sido una superpotencia) sino muchos no comunistas que no ven a los ucranianos como un pueblo extraño. Por ejemplo, el gran escritor Aleksandr Solzhenitsyn compartía esa visión. De hecho, el primer Estado del que nace Rusia es la Rus de Kiev, un Estado medieval fundado por los vikingos suecos que cayó ante la invasión mongola en el siglo xiii, y durante la mayor parte de su historia Ucrania ha estado unida a Rusia.

Tampoco es que los ucranianos sean unánimemente antirrusos, desde que son un Estado independiente ha habido alternancia de gobiernos prorrusos y prooccidentales, y si bien estos últimos han tendido a predominar no se puede negar que sus mayorías son exiguas. Es decir, no se debe pensar que la invasión rusa de Ucrania sea una ocurrencia demencial de Putin, como si algún presidente estadounidense decidiera invadir Canadá, por poner un ejemplo. Es algo que tiene millones de partidarios en Rusia y también en Ucrania.

Menos comprensibles son los partidarios occidentales del autócrata, que dejan ver la tremenda confusión que hay en el bando opuesto a la conjura totalitaria. Son personas a las que un obtuso radicalismo conservador, y a menudo una obsesión morbosa con las costumbres disolutas que se propagan en Occidente, llevan a anhelar un salvador que no vacila en invadir a un país democrático, es decir, en imponerse sobre la voluntad de los ciudadanos de ese país y sobre las leyes internacionales. La adhesión a un criminal semejante delata un enfoque ideológico ultramontano que es claramente incompatible con la democracia y con la libertad. Imbuidos de cierta noción de superioridad con pretexto religioso, quieren en realidad el retorno a forma de vida superadas hace siglos. Y en ese delirio no vacilan en estar en el mismo bando de Maduro y los demás sátrapas narcocomunistas, cuyos representantes en las instancias internacionales suelen votar a favor de Moscú.

Con todo, esos partidarios del invasor son una ínfima minoría en los países democráticos de Occidente, donde el apoyo a Ucrania y a su resistencia ha sido abrumador. Y la provisión de armas y otros recursos al país agredido ha permitido en primer lugar el fracaso del designio inicial de Putin, que había puesto de manifiesto en un artículo publicado antes de la invasión, que era la supresión del Estado ucraniano, cosa que conseguiría imponiendo un gobierno títere. Y no sólo en eso ha fracasado sino que muchas regiones que había conquistado las ha perdido después a manos de las tropas de Zelenski.

Lo que no debe dar lugar a falsas expectativas de victoria: Putin no va a renunciar a hacer la guerra porque un fracaso definitivo pondría en peligro su régimen y porque mantiene los recursos formidables de su país y escasa resistencia interna. La estrategia de las últimas semanas de destrucción de infraestructuras busca someter a la población ucraniana a condiciones de vida infrahumanas durante el próximo invierno. Y no está probado que eso no termine despertando hastío y rechazo al gobierno resistente.

Tal como es despreciable el apoyo a un tirano genocida para tomar venganza de los abominables placeres de los réprobos, también lo es la frivolidad de pretender que en aras de una épica que no nos cuesta nada querramos que la gente viva sin calefacción en un país en el que las temperaturas medias en invierno están muy por debajo de cero, perdiendo a hijos en los combates y sin esperanza de solución.

En otras palabras, Putin debe ser derrotado, pero ya ha sido derrotado porque no ha podido imponer un protectorado en Ucrania y por el contrario ha multiplicado la proporción de enemigos de Rusia en el país. Las victorias del ejército defensor deben ser bazas para una negociación que pare la guerra y permita que los ucranianos accedan a la esperanza de una vida en paz. Tal como señalaban Elon Musk y —con más autoridad— Henry Kissinger, es probable que haya que permitir a Putin anexionarse las «repúblicas» secesionistas y Crimea. Mejor dicho, reconocer una anexión que de todos modos ya llevó a cabo.

Eso debería ocurrir obviamente con contraprestaciones: la aceptación por Rusia del derecho de Ucrania a existir como país independiente, a formar parte de la OTAN y a tener un aparato defensivo suficiente contra agresiones futuras. Esa Ucrania menguada ya no tendría una proporción significativa de prorrusos y el dinero invertido en ella  serviría para la prosperidad y el fortalecimiento de un bloque occidental que ya ha incluido a los países del antiguo «telón de acero» y a varias repúblicas exsoviéticas, como las bálticas, y cuenta con la adhesión de Suecia y Finlandia, antes neutrales.

Desgraciadamente no hay propuestas que planteen esa salida porque el país líder de Occidente está en manos de una casta corrupta y mediocre, más preocupada de «atornillarse» en los cargos que de remediar los problemas. Biden no invita a negociar el futuro de Ucrania sino que favorece a los amigos de sus socios políticos, como a Maduro, al que le devolvió a los testigos que podrían hundirlo judicialmente (es inocultable el nexo entre el narcocomunismo y la «izquierda» estadounidense, con personajes como Ocasio-Cortez o el inverosímil presidente del borough de Queens que recibió al lamentable Petro), o a Putin, al que le entregó al siniestro «mercader de la muerte» a cambio de una deportista encarcelada bajo acusaciones absurdas pero afín ideológicamente a Ocasio-Cortez y compañía.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 23 de diciembre de 2022.)