Hace muchísimos años leí un libro de Edgar Morin en el que se quejaba de la pérdida de civismo y solidaridad en Europa, decía algo como «Esto ya parece Bogotá, donde puede haber alguien desangrándose y nadie hace nada». Por entonces viajé a Colombia y efectivamente me caí en la calle sin que nadie mostrara la menor voluntad de ayudarme.
Me acordé de eso leyendo en Twitter las reacciones al anuncio del gobierno de pagar una especie de ayuda de medio millón de pesos a las personas mayores que no tienen pensión. Obviamente a esa banda de canallas y asesinos no les preocupan en absoluto los sufrimientos de la gente desvalida sino que, generosos con el dinero ajeno como son siempre, buscan apoyos de los beneficiados y buena imagen internacional.
Pero el rechazo de los uribistas, derechistas, ultraderechistas, libertarios y demás personajes es muy llamativo: les indigna que se gaste dinero en esa gente. El argumento más frecuente era que esas personas no habían ahorrado y ni siquiera trabajado y el hecho de proveerlos para unos gastos mínimos les parece una iniquidad. Bueno, lo que decía Edgar Morin, si esas personas se mueren de hambre a esos demócratas y liberales les da igual.
Esa idea de que las personas mayores indigentes han sido vagas no se sostiene por ninguna parte, presupone que los peones de la construcción o del campo, las empleadas domésticas y miles de dependientes de pequeños comercios contaban con una muy buena protección, lo cual es falso y absurdo. La mayoría de los colombianos mayores de sesenta años no han tenido acceso a empleos con contratos y pensiones.
Pero ¿y si han sido vagos, han delinquido, se han prostituido y emborrachado y drogado? ¿La sociedad debe abandonarlos? Es un rasgo cultural que puede servir para entender al país, en otros países a nadie se le ocurriría quejarse de que la gente desvalida tuviera alguna ayuda. Propiamente, debería haber sido una propuesta de candidatos distintos a los comunistas, y debería haberles servido para cosechar votos.
Pero sencillamente no se les ocurrió porque forman parte de la comunidad de los que ahora se indignan. Por el contrario, el candidato Óscar Iván Zuluaga prometía ampliar la matrícula cero, que fue la causa de la reforma tributaria de Carrasquilla que tanta ira despertó entre los mencionados uribistas y derechistas. Quizá esperaban que se obtuvieran los fondos despojando como siempre a los más pobres.
Porque a esas clases medias y medias altas les conviene la matrícula cero. Realmente son muy pocos los que pueden gastar en una matrícula universitaria sin incomodarse, y si se ha invertido en un buen colegio privado es posible llegar a una universidad pública, no necesariamente para graduarse de mamerto sino quizá de médico o ingeniero. El candidato Federico Gutiérrez también se mostró entusiasta de tan generosa medida.
Bueno, la matrícula cero significa que los impuestos que pagan las personas mayores e indigentes y sus familias se gastan en proveerles ventajas a los que pasan menos penurias, porque buena parte de todo lo que se paga al comprar algo va a parar a las arcas del Estado. Se indignan porque se les dé algo a los ancianos desvalidos y en cambio festejan que se los despoje.
No tiene sentido hablar para el caso de izquierda y derecha, es una cuestión cultural, porque obviamente los comunistas no van a estar en contra de la matrícula cero. Es un rasgo que sólo deja ver la impronta de la esclavitud. Denis Diderot temía que los europeos que habitaban otras regiones adquirieran gracias a la esclavitud hábitos de indolencia y crueldad que darían forma a un daño moral irremediable. Eso es lo que les pasa a los colombianos, no es de ahora sino de siempre.
Una crueldad semejante es casi desconocida en Occidente. Hace medio siglo todo el mundo sabía que Colombia es el país de los gamines, de los pilluelos abandonados que viven en la calle. ¿Por qué no ocurriría eso en otras partes? Pues porque se dispondría de alguna forma de proteger a los niños.
No es que Colombia fuera pobre sino que… ¡adivinen! El dinero se gastaba en educación, sobre todo en educación superior. Los estudiantes de la Universidad Nacional que llegaban de otras regiones disfrutaban de alojamiento casi gratuito y a mediados de los años setenta el almuerzo en el restaurante de la universidad costaba tres pesos, menos de 1.500 de hoy en día. ¿De dónde salían esos estudiantes? Casi la mitad de los habitantes del país eran analfabetos y los que podían ingresar a la universidad no llegarían ni al 5 % de los jóvenes, y créanme que no eran los más pobres.
Otro ejemplo de esa crueldad son las cárceles: hablarles a los colombianos de humanizar la vida de los que están en prisión reduciendo el hacinamiento de la única forma posible, con una gran inversión en recintos más habitables, les parece un disparate. De nada sirve explicarles que muchos de los que están ahí son inocentes porque los jueces son por lo general los peores malhechores o por errores policiales, y aun los que son culpables no tienen por qué dormir unos encima de otros. Parece que el sufrimiento de esas personas se convierte en una especie de regalo para los demás, que parecen vengar así sus agravios con el alivio que les produce contarse entre los buenos.
Toda la destrucción, la miseria, el terror (ya visible en las invasiones de tierras que promueve el crimen organizado reinante) y el sufrimiento que traerá este gobierno de malhechores es el resultado de esa forma de vivir y de pensar. Hace un rato leí en Twitter una protesta de alguien contra los influencers porque ganaban más dinero que una persona que ha hecho dos maestrías. Es esa mentalidad, todos quieren ser doctores para no trabajar y vivir sin riesgos ni esfuerzos a costa de los demás. Es lo que han conseguido en más de medio siglo de guerrillas y movimiento estudiantil y lo que en realidad quieren conseguir los demás.
Para entender hasta qué punto ese rechazo al subsidio a los ancianos pobres es pura barbarie baste recordar que Milton Friedman, que se oponía a las pensiones de jubilación y a que el Estado financiara algo como el Sena, proponía un «impuesto negativo»: las personas cuyos ingresos no llegaran a un mínimo recibirían un subsidio para llegar a ese mínimo.
Decía antes que una forma de razonar así es desconocida en Occidente, pero no por ejemplo en India, donde muchos hindúes se sienten ultrajados ante cualquier gesto de compasión de un extranjero con un «intocable». La sociedad colonial hispanoamericana, y sobre todo la del Tíbet de Sudamérica (como describía López Michelsen a Colombia) era también una sociedad de castas, y en gran medida lo sigue siendo. De ahí viene esa increíble repulsión que despierta entre los adversarios de Petro el subsidio a los ancianos desvalidos: si otro candidato lo hubiera propuesto no habría contado con su voto.
Hay un contraste muy preciso entre los secuestrados por las FARC casi desnudos y recluidos en alambradas y alias El Mono Jojoy con su Rolex de oro. Es exactamente lo mismo que las maestrías y doctorados de los colombianos acomodados, izquierdistas o derechistas, da lo mismo: esperan ostentar una gran calidad pero lo que resalta del país son los presos pudriéndose en sus pocilgas, los niños de la calle y los ancianos famélicos.
(Publicado en el portal IFM el 23 de septiembre de 2022.)
(Publicado en el portal IFM el 23 de septiembre de 2022.)