martes, febrero 23, 2010

El ensimismamiento colombiano

Todas las discusiones sobre el referendo y la reelección conducen a la cuestión de la indigencia cultural generalizada de los colombianos. Ya explicaré más adelante esa indigencia, pero de momento quiero señalar un punto: la incapacidad de asimilar las palabras con su sentido preciso y de aceptar normas que valgan para todos. Los partidarios de la oposición consideran democráticos, honorables, elevados, respetables y correctos todos los atropellos judiciales que les convienen, mientras que los partidarios del gobierno, en su gran mayoría, dan por sentado que el sentido de "democracia" es "cuando mandan ellos".

Ese ensimismamiento, la incapacidad de atender a las razones ajenas, hace que nadie les haga comprender que los pretextos de la nueva autocracia son idénticos a los que esgrimen los partidarios de Correa y Morales. Exactamente como los matones que intentan linchar a cualquier militar que cae en manos de los jueces colombianos, que no pueden verse como una turba de cobardes que acosa a un hombre indefenso, porque la noción de "justicia" va asociada para ellos a una vindicación propia y a la realización de sueños cuyo nombre preciso es "crimen".

Puede que aludir a la reelección sea perder el tiempo, a mí me parece necesario que recuerden que se les insistió. ¿Qué va a pasar si debido a la obstrucción en el Congreso, que podría darse también en la Corte Constitucional, el referendo no se celebra? Muchos comentaristas señalan que en tal caso los amigos del presidente intentarán forzar la institucionalidad para permitir que la reelección siga de todos modos. ¿Y qué pasaría en tal caso? Mucho me temo que aun así esas mayorías actuales apoyarían esa ruptura, pues sus motivos, y es lo que hace falta entender, son parecidos a los de los mencionados partidarios de Correa y Morales.

Recuerdo una encuesta que publicaron hace unos años en la que salía que la mayoría de los hispanoamericanos se manifestaban dispuestos a prescindir de la democracia si a cambio obtenían una mejora de sus condiciones económicas. Es lo que ha pasado en Venezuela, donde la economía creció durante los últimos años mucho más que la colombiana (a causa de los precios del petróleo), y donde a fin de cuentas ningún candidato le ha ganado a Chávez, mientras que su constitución fue ampliamente apoyada.

Y es lo mismo que ocurre en Colombia, donde la satisfacción con el gobierno y el rechazo a la oposición lleva a la gente a querer prescindir de las formas y a acomodarse a una autocracia en la que continúan, además, los peores vicios de la vieja política nacional. La verdad es que en ese apoyo mayoritario a la reelección se hace verdad el dicho de que "el vivo vive del bobo", pues los miembros de redes asociadas al Estado y a los políticos próximos al presidente o a sus amigos se ahorran la competencia gracias a la fe de los ilusos en que su santo benefactor les va a resolver todos los problemas.

La diferencia es que en lugar de "prescindir de la democracia" llaman a eso "democracia", y entonces esa disposición leguleya, ese primitivismo del colombiano, traduce "democracia" según la etimología, como si alguien fuera a preguntarle al papa cuántos puentes ha construido (pues ése es el sentido de "pontífice"). Fuera de Colombia a nadie se le ocurriría pensar que la democracia es la dictadura de la mayoría (es decir, la supresión de las leyes establecidas, pues siempre se pueden cambiar, como han hecho los gobiernos bolivarianos). Pero en Colombia sólo lo entienden los enemigos del gobierno, ansiosos de ascender socialmente cuando el péndulo cambie y las mayorías se cansen de la desigualdad y de la corrupción y del ritmo lentísimo de reducción de la pobreza y apoye a alguien que traiga la justicia social.

El gobierno de Uribe ha contado con muchísimos apoyos de intelectuales fuera de Colombia. Esos apoyos son decisivos porque contrarrestan las campañas de los terroristas y sus muy numerosos aliados e impiden un aislamiento diplomático del país (nadie debe olvidar que durante el gobierno de Pastrana muchos gobiernos europeos presionaban insistentemente para que el gobierno premiara a las FARC: sin la deslegitimación que significó la denuncia de esos intelectuales libres, perfectamente podrían castigar a Colombia de muchos modos).

Pues figúrense que ninguno de esos intelectuales apoya la reelección de Uribe, sino que más bien la desaconsejan. ¿Creen que alguien fuera de Colombia apoya la reelección de Uribe? Todo el mundo razona inmediatamente que no habrá modo de distinguir a Colombia de Venezuela. Pero en Colombia nadie lo quiere creer porque muchos se figuran que si no está el mesías va a llegar el caos, y eso es puro primitivismo. ¿Por qué no se rigen por gobiernos absolutos los países ricos y desarrollados? ¿Cómo creen que llegaron a tener algo como el periodismo, cuando en Colombia los medios de masas sólo hacen propaganda? A los obtusos que se tapan los oídos no hay modo de hacerlos pensar en eso: van ganando, por tanto pueden prescindir de las normas.

Hay un intelectual colombiano reconocido en todo el continente y en Europa que se ha distinguido por denunciar los crímenes guerrilleros y las políticas de apaciguamiento que permitieron su multiplicación. Plinio Apuleyo Mendoza. En un artículo sobre el tema de la reelección señalaba, aludiendo a Uribe:
Terminado su actual período, su excepcional liderazgo le permitiría salir de su soledad en la Casa de Nariño y del venenoso coro de críticas de prensa que hoy lo asedian, para crear y dirigir una fuerza popular, única en Colombia, capaz de servir de sustento a un sucesor suyo y de asegurar la perdurabilidad de su política. ¿No sería mejor?

Pero ese ensimismamiento impide comprender que las bases del desarrollo son precisamente la rigidez de la ley y el equilibrio institucional. Que la larga dictadura de Somoza fue sólo el preludio de la caída de Nicaragua en manos de los matones, al igual que la de Stroessner (que cada cuatro años celebraba elecciones, y a lo mejor las ganaba realmente). No quieren oír, y esa sordera voluntaria permite ver algo peor: un conformismo que realmente los va poniendo en un bando retrógrado, en el de los que siguen a los Kirchner y a Correa y a Morales.

Los escándalos de las notarías son muy dicientes al respecto. ¿Qué negocio es la notaría? Sencillamente, en Colombia hay más trámites de los necesarios porque el sello autorizado es como una canal que desvía los recursos de los ciudadanos al bolsillo del poderoso que puede cobrarles el peaje. Mientras en otros países se vive de producir manufacturas, en Colombia se vive de poner sellos. ¿Ha cambiado algo con este gobierno? ¿Debería cambiar?

A los reeleccionistas no les importa, como les da igual que el ministro del Interior firmara en otra época un documento que abolía la democracia colombiana para repartirse el poder con las FARC. Lo que el mesías haga estará bien hecho, y si se queda cuarenta años en el poder ellos serán siempre felices, pues habrán triunfado sobre los amigos de las guerrillas, salvo que las cosas vayan mal, y entonces habrán perdido.

Ciertamente, la mayor responsabilidad de esa crisis es del presidente, que en lugar de quedar como el hombre que enderezó la historia colombiana quedará como otro sátrapa de una época que es mejor olvidar. Pero quienes secundan esa iniciativa serán también culpables, pues la larga tragedia colombiana debería haberles advertido de los riesgos del ventajismo y de las diferencias con los sistemas políticos de los países desarrollados.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 2 de septiembre de 2009.)