lunes, junio 23, 2014

La lógica infecta del uribismo

Saúl Hernández es uno de los columnistas más lúcidos e interesantes que se pueden leer en la prensa colombiana y sus escritos a menudo explican con bastante acierto lo que la propaganda trata de nublar. Sin embargo, su última columna, tras señalar el nudo de la campaña electoral, termina delatándose en su afinidad con la lógica que lleva a la perdición al candidato uribista y a todo el Centro Democrático. Voy a comentarla. 
La demagogia de la paz
Es un hecho que la campaña presidencial aún no despega ni suscita mayores emociones. Y creo que la razón salta a la vista: es una campaña que está viciada por un elemento perturbador que la sitúa en un contexto de excepcionalidad. ¿Cuál? Pues la promesa de una paz incierta que el electorado no se atreve a entorpecer.
Casi que se podría invertir la frase y encontrar el sentido de la actividad terrorista: gracias a la continua amenaza de la violencia, la voluntad de los ciudadanos se suprime, toda vez que en caso de "entorpecer" la paz se pagarían las consecuencias. Es decir, no sólo en el gobierno de Santos, la violencia es un mecanismo de dominación gracias al cual la sociedad sigue sometida a las mismas familias de siempre, el que cuestione ese orden termina amenazando la promesa de paz.

Pero ¿de qué modo puede atreverse el electorado a entorpecer esa "paz"? Tácitamente el columnista carga sobre las espaldas del electorado el hecho de que los candidatos no sean capaces de denunciar el contenido monstruoso de dicha "paz". ¿Cómo puede saberse si el electorado se atreve a entorpecer la paz si nadie le propone que lo haga? (De hecho, Uribe ganó en 2002 porque se atrevió a cuestionar el futuro luminoso que se anunciaba gracias al Caguán.)

En cualquier proceso electoral en cualquier parte se podría plantear algo así: gracias a los motivos que sean, casi siempre a una hegemonía previa de una etnia o de un sistema de valores, quien propone una alternativa se encuentra en minoría y aun en desventaja. Pero intenta imponerse agrupando a la gente que comparte sus ideas. En Colombia no: se culpa al electorado y se lloriquea porque el enemigo no ayuda. La frase final del escrito lo confirma.
Las pruebas abundan. No hay que olvidar que desde que se iniciaron las negociaciones en La Habana señalamos que la paz no se firmaría en este cuatrienio –violando la promesa de que sería una negociación de meses y no de años–, sino que se convertiría en un instrumento para catapultar la reelección de ‘Juan Manuel’, con la premisa de que él es imprescindible para consolidar ese pacto. 
Pues bien, ese mismo argumento, que más parece un chantaje, es el que viene machacando Santos en la campaña de ‘Juan Manuel’ con aseveraciones como “No es el momento de cambiar de ‘capitán’, eso sería fatal”, “Ninguno de los candidatos tiene la más mínima experiencia en procesos de paz”, “Vamos a completar lo que hemos comenzado” o “No podemos comenzar de cero cuando estamos a punto de ganar”.
Y, por consiguiente, como la paz es un tema de alta sensibilidad para los colombianos, la mayoría se ha hecho a un lado para no aguar la fiesta, con lo cual ‘Juan Manuel’ podría reelegirse con una votación pírrica gracias a un maniqueísmo descarado que ha dado frutos debido a que a nadie le gusta que lo califiquen de “enemigo de la paz” y lo igualen con los verdaderos enemigos, que son los que llevan 60 años asesinando a colombianos. Esa es una ofensa verdaderamente grave que supera con creces la incultura de quienes hicieron mofa del Jefe de Estado por un insignificante episodio de incontinencia.
Luego, el contenido de la "paz", que es el aplauso a los cientos de miles de crímenes de los terroristas y la sumisión a su autoridad, pasa como algo tolerable, "un tema de alta sensibilidad para los colombianos", algo que nadie se atreve a cuestionar, etc.

Aquel que no quiera ser descrito por los socios de los terroristas como "enemigo de la paz", y por tanto se hace a un lado para no echar a perder la esperanza, es un cómplice, puesto que se trata de la legitimación y el premio de los crímenes: de aquello para lo que se cometen.

El columnista, tal vez por lealtades personales con los jefes uribistas, pasa por alto la profunda inmoralidad de esa actitud, que ya es grave en cualquiera pero lo es mucho más en quien aspira a gobernar y busca los votos de las víctimas y la gente descontenta con Santos y su componenda.

Es decir, si un gobernante desalmado se alía con unos asesinos para repartirse el botín y la mayoría se pone de su parte desistiendo de la justicia y de la ley, nadie puede lamentarse diciendo que si obraba honradamente perdía votos. El que se hace cómplice puede tener muchos motivos, y en el caso de la mayoría es el miedo y el servilismo, pero eso no reduce la culpa de esa complicidad.

Ese maniqueísmo del chantaje de Santos ha dado frutos porque la supuesta oposición la constituyen enanos morales que no pueden ver que toda concesión al crimen se traduce siempre sin remedio en más crímenes y que (es lo que en últimas dice el columnista) tal vez querrían ser ellos los que se repartan el botín con los asesinos.
De manera que ese talismán que es la promesa de un país en paz ha adormecido la campaña a tal grado que ‘Juan Manuel’ lidera las encuestas con un pobrísimo 23 por ciento que no se compadece con el reparto impúdico de mermelada, mientras que tres cuartas partes de los colombianos se oponen a esa reelección sin hacer olas, pasivos ante la esperanza –que es lo último que se pierde– de que esta vez sí se logre la paz con unos rufianes que a diario demuestran que ni la quieren ni la merecen.
Lo que ha adormecido la campaña es la falta de oposición. El paso siguiente es la hegemonía de los terroristas, poseedores de decenas de miles de millones de dólares con los que pueden comprar a todos los políticos y a todos los jueces y a todos los periodistas e implantar una tiranía mucho peor que la venezolana o la cubana (antes del comunismo esos países eran más bien tranquilos comparados con Colombia).

Pero los uribistas tienen un remedio: lloriquear. Es el sentido del escrito de Saúl Hernández. No habrá país en paz porque lo que ha hecho Santos es dar a los terroristas lo que más necesitan, que es la legitimidad. El acuerdo de participación política es el reconocimiento solemne de que se levantaron en armas porque la democracia era insuficiente. Pero ¿no lo sabe Saúl Hernández ni los asesores de Zuluaga? Sí lo saben, pero no van a frustrarles a sus votantes la dulce idea de que "reconciliándose" con los que han matado a otros van a evitarse riesgos.

Es decir, Hernández y el uribismo renuncian a decirle a la gente que debe ceñirse a la ley y hacer frente a los criminales porque la gente está ilusionada con convivir con ellos y más bien resignada a dejarlos gobernar. Eso se llama hacerse cómplices.
Es como si a la gente la hubieran convencido de que el terrorismo es culpa de todos y que, para solucionarlo, el aporte mínimo de cada uno es el voto a favor de quien tiene la ‘llave de la paz’. Pura demagogia que se sirve de un viejo anhelo colectivo, anclado en el ADN de la Nación, para alcanzar réditos personales o grupales. Con esa promesa se creó la Constitución de 1991 y con la misma, Andrés Pastrana fue elegido presidente.
No, nadie cree que el terrorismo es culpa de todos, sencillamente una sociedad desvertebrada está formada por individuos que no tienen ejemplos ni sentido de comunidad y se ponen de parte del vencedor. En 2008 de Uribe y el Ejército, ahora de las FARC y Santos. El anhelo colectivo anclado en el ADN de la nación es la ausencia de respeto a la ley: tal como se evidencia con los intolerables ataques con ácido, parece que en cada colombiano anidara un salvaje que podría cometer en cualquier momento las atrocidades de los terroristas.

El párrafo es muy elocuente, y permite de nuevo entender el sentido de la acción terrorista: una vez que se reconoce legitimidad a los criminales, el supuesto alivio de las víctimas potenciales conduce a la aceptación de lo que exigen. ¿De dónde salen? De la universidad. ¿Quién iba a la universidad? En algún momento entre 1950 y 1970 el 1% de nivel socioeconómico más alto. ¿Quién dirigía a los estudiantes? El profesorado, nombrado entre las elites sociales. ¿No es claro que el terrorismo es sólo un sistema de dominación de los mismos de siempre, una forma de perpetuar por medio de la violencia la jerarquía heredada?
Sí, el cuento de la paz ha sido un factor emocional que ha perturbado por décadas nuestro trasegar político. Desde las palomitas de Belisario, pasando por la ‘Séptima papeleta’ de 1990 y el ‘Mandato por la Paz’ de 1997, hasta llegar a la reelección de un mandatario que no tiene otra cosa que ofrecer. Por eso, la manipulación de conciencias con la incesante invocación de lemas publicitarios: ‘estamos reparando a las víctimas’, ‘preparémonos para el postconflicto’, ‘hay que convocar al Consejo Nacional de Paz’.
¿Cómo es que no hay una oposición que le explique a la gente que las víctimas lo son de los criminales y no del "conflicto" y que todo lo que Santos promete sólo significará la multiplicación de los crímenes? Sencillamente porque en el orden de siempre y en el que creó el engendro del 91 hay un sector social significativo que medra gracias a la integración en ese orden y que no tiene interés en destruirlo. Por eso Uribe nunca quiso crear partidos diferentes ni oponerse a las castas políticas ni cuestionar a las cortes heredadas del 91 ni menos convocar una Constituyente para empezar a plantear un país basado en la ley y no en las componendas con los criminales. Por eso los uribistas están encantados de acudir a paneles televisivos a discutir con León Valencia y María Jimena Duzán, exhibiendo sus excelentes modales. Por eso es imposible encontrar a uno solo que entienda de derecho y no sea entusiasta de la "acción de tutela" porque todos los que tienen educación y contactos pueden beneficiarse de la abolición del derecho.
De nuevo, todos se harán a un lado cuando emerja, por reclamo de las Farc, la ‘Comisión de su Verdad’, que prodigará culpas a diestra y siniestra (sobre todo a diestra) y exculpará a estos arcángeles hasta del menor de sus crímenes. Luego se abrirá la puerta a su Asamblea Nacional Constituyente con la inocente convicción de que de allí surgirá una paz definitiva y absoluta. ¡Qué ingenuidad! Por eso, un tema tan azaroso, que suele ser presa del oportunismo político, debería estar excluido del debate electoral.
Pero ¿quiénes son todos los que se harán a un lado? ¿Se hará a un lado el columnista? ¿No está justificando que el candidato uribista y aun los senadores y representantes elegidos se hagan a un lado?

Bueno, ¿dónde está la ingenuidad? Santos se encontró un Estado rico y reparte favores a toda clase de funcionarios y logreros que complacen como sea a los criminales, tal como, siguiendo con el ADN de la nación, los policías buscan ocasión de entenderse con los ladrones. Los que firman la paz no son los mismos que mueren, ésos no le importan a nadie. Nadie es inocente ni ingenuo en esa pieza de horror, sólo se trata de las rentas fabulosas del crimen.

La partícula "Por eso" con que comienza la última frase confunde un poco: ¿por la ingenuidad? ¿Por qué?

Pero esa frase, esa idea, tanto lo que lleva dentro como el hecho de publicarla, ¡hasta qué punto muestra lo que es Colombia! ¿Alguien le hará caso y querrá sacar el tema del debate electoral? ¿De qué modo se conseguiría que quedara fuera? Ya es inconcebible que en Colombia las autoridades respeten la ley, no faltaría más sino que los políticos no manipularan el asunto que más interesa a los ciudadanos.

Pero, ¿qué? Supongamos que ocurriera, que el tema más importante de la historia, la caída en un régimen impuesto por bandas de asesinos que asegurará la miseria por siglos y una catástrofe como la de Camboya o la de Ruanda quedara fuera del debate democrático, ¿sería eso lícito? ¿Sería buena idea?

De lo que se trata es simplemente de lloriqueo: nadie tiene la decencia de explicar que la llamada paz es un crimen, la alianza con los asesinos y secuestradores para repartirse el botín que se les entrega gracias al miedo. No lo hace el candidato de la supuesta oposición ni ninguno de los demás, como si fuera muy inconveniente oponerse al canibalismo o a la prostitución infantil y sólo quedara lamentarse de las dificultades de la vida.

No podía faltar la muestra de solidaridad con Santos y su "insignificante" episodio de incontinencia. Sin contar que al parecer estaba borracho, ¿cómo es que un espectáculo tan penoso nunca lo da ningún gobernante de otro país? Porque ningún país se deja gobernar por individuos cuyo organismo colapsa. Pero ¿no encontrarán condena de los compasivos con el presidente que jamás prestan atención a los niños bomba ni a los policías torturados? Ni se cuestiona la "inocente" esperanza de la paz ni se deja de mostrar solidaridad con el pobre hombre enfermo. (¿No sería una estratagema de J. J. Rendón?). Podrían decirles que son enemigos de los buenos sentimientos.

Tiene verdadera gracia que la campaña en que Colombia escoge el abismo y nadie se opone porque podría resultar excluido y aun amenazado en el imperio futuro de los terroristas sea "aburrida". Claro que lo es: el candidato parece un débil mental que proclama todos los días que es excelente persona y promete cupos universitarios para todos y cuanto se le quiera pedir (parece que tal como cuenta con el amor a la paz de la mayoría también cree que todos conciben una caja inagotable de la que sólo hace falta que llegue un hombre honrado y generoso como él para remediarlo todo), y nadie detecta que la "timidez" para denunciar la componenda criminal es una forma clara y especialmente deshonrosa de complicidad.

El país cae en manos del terrorismo por obra de Santos, de los lagartos, de las mayorías indolentes y de estos impostores que suplantan lo que en una democracia sería la oposición.

(Publicado en el blog País Bizarro el 9 de abril de 2014.)

miércoles, junio 11, 2014

Perspectivas de Constituyente


Tras confirmarse su salida de la alcaldía y su inhabilitación, Gustavo Petro declaró que se dedicaría a promover una Asamblea Constituyente, cosa que no tienen ninguna novedad porque ya lo había manifestado Navarro Wolff: es el libreto de las FARC y muy probablemente el del gobierno y su equipo negociador. 

En términos generales se calcula que una Constituyente acordada con las FARC será lisa y llanamente la abolición total de la democracia y su reemplazo por el trust Münzenberg, según proponían alias Iván Márquez y el magistrado auxiliar Rodolfo Arango.

Pero la cuestión es compleja porque una componenda de ese estilo no sería nada presentable fuera de Colombia, más con el prontuario de las FARC. Lo que Santos nunca hará será convertirse en dictador abiertamente y poner en dificultades a los progresistas de la prensa que lo ensalzan.

De modo que no es imposible que la Constituyente que planean se presente como efectivamente democrática, bien con listas conjuntas del gobierno y las FARC, bien gracias a que el poder local de los políticos está cooptado por la Unidad Nacional, que lisa y llanamente sirve a los terroristas (el que tenga alguna duda al respecto puede recordar la completa adhesión a Chávez, Unasur, la CELAC y demás entidades de la conjura totalitaria).

Una de las rentas que le ofrece al crimen organizado proponer una constituyente es poner a quienes se le pueden oponer a defender el engendro del 91, gracias al cual tienen asegurado el control del poder judicial y la impunidad para muchos crímenes de diverso tipo. Buen ejemplo de esa reacción es este editorial de El Colombiano.

Otra reacción interesante es la del arquetípico lambón Gabriel Silva Luján: se opone porque cree que les interesa a los uribistas, siempre ansiosos de instaurar la reelección perpetua. (Desgraciadamente tiene razón.) La desfachatez con que defiende el engendro de Pablo es casi cómica:
En su ya casi cuarto de siglo de vigencia, la Constitución les ha servido bien a los colombianos. Es un conjunto de principios, instituciones y normas que ha traído paz, sembrado prosperidad social y otorgado legitimidad al sistema democrático. Es quizás la primera ley suprema en la historia del país que no fue impuesta a la brava por el victorioso sobre el vencido.
¿Qué importa que los crímenes se hayan multiplicado, que la desigualdad creciera diez puntos durante el primer decenio de vigencia de esa norma, que el poder judicial sea una máquina de persecución al servicio de las bandas terroristas, que reinen la corrupción y el despilfarro? A los colombianos se los compra fácilmente y se los pone a declarar que viven en el paraíso.

Ese hombre inverosímil era de todos modos promotor de la segunda reelección de Uribe, pero con el desparpajo que da vivir en medio de gente que no concibe el respeto de sí misma, ostenta ahora su odio como forma de acceder al magisterio moral al que ya accedieron otros próceres como Petro o León Valencia.

Con todo, ¿qué significa la resistencia a la Constituyente por parte de personajes como éste? Realmente es imposible saber qué clase de componendas tiene la camarilla de Santos con el régimen castrista y la banda asesina. ¿Será un intento de regateo o sólo retórica electoral para no espantar a los conformistas que no han entendido la simbiosis del gobierno con las FARC? (De gran ayuda para eso han sido Uribe y sus seguidores, que nunca quisieron hacer oposición.)

Pero más curiosa todavía, más instructiva, es esta perla del profesor de la Universidad de Los Andes César Rodríguez Garavito. Conviene prestarle atención porque ese hombre es uno de los portavoces de "DeJusticia", que es más o menos abiertamente un frente de las FARC para el estrato 6, algo más comprometido que un think tank, como una especie de gerencia de proyectos. Forman parte de esa organización por ejemplo el citado Rodolfo Arango, que propone castigar a los responsables del conflicto ("casualmente" unos meses después salió alias Iván Márquez proponiendo lo mismo), o Rodrigo Uprimny, otro magistrado que consideraba ilegal desmovilizar a los miembros de las FARC porque eso no surgía de acuerdos con el Secretariado.
La constituyente de Petro 
Tiene razón Gustavo Petro al denunciar ante el Sistema Interamericano de Derechos Humanos las decisiones ilegales de la Procuraduría y el Gobierno que terminaron con su mandato en la Alcaldía. Pero se equivoca al patear el tablero del juego que injustamente perdió y unirse al llamado a una asamblea constituyente.
La ilegalidad la define el prócer a partir de una interpretación sesgada de la Convención Americana de DD HH que casualmente no detectaron en los miles de casos precedentes de destituciones de funcionarios elegidos. Es la cultura local, el aplomo de cada patán para decretar cualquier cosa. El detalle judicial se resuelve con un adjetivo y el columnista se erige en autoridad.
En unos años, la Corte Interamericana probablemente fallará a favor de Petro y ordenará indemnizarlo por haber sido sancionado por un funcionario administrativo (el procurador) y no por un juez penal, como lo ordena el artículo 23 de la Convención Americana, que Colombia ratificó y está obligada a cumplir. También le dará la razón a la Comisión Interamericana, que dictó acertadamente medidas cautelares para evitar que se consumara el atropello.
Dicha corte, como ya he explicado, se encontrará con el problema de los miles de destituciones previas, y puede que a pesar de su arrogancia y de la afinidad con el chavismo de los jueces que la componen, resulte demasiado descarada tratando de cambiar tardíamente la legislación de un país para proteger a un secuestrador y asesino. Pero de momento no cuesta nada declarar lo que "probablemente" sucederá. Probablemente no.
Aunque tardía, esa es la solución última que prevé el sistema jurídico que el mismo exalcalde ayudó a construir y se comprometió a cumplir en 1991. En esa coyuntura histórica, el M-19 de Petro tuvo una representación cuantiosa en la asamblea constituyente, aupado por una movilización estudiantil y una indignación colectiva que no se han visto desde entonces. El resultado fue una constitución profundamente democrática e igualitaria —con instituciones como la tutela, un catálogo amplio de derechos y unos mecanismos generosos de participación popular—, en la que se reconocen ideas del M-19 y otros sectores progresistas.
La indignación colectiva era el afán desesperado de frenar la extradición de los omnipotentes señores de la cocaína, que le habían pagado al M-19 por la toma del Palacio de Justicia y por muchísimos carros bomba gracias a los cuales la universidad eligió a muchos representantes de la banda porque el resto de la sociedad se abstuvo (la participación en las elecciones a dicha asamblea fue inferior al 20%).

Como siempre, hay que recordar lo monstruosa que es Colombia, lo repugnantes que son los colombianos para cualquiera que viva en otro ambiente. Este profesor de la universidad de las elites no vacila en declarar que el engendro impuesto por los mafiosos y asesinos es "profundamente democrática e igualitaria". ¿Qué es lo democrático? Aquello que corresponde a los intereses del Polo Democrático, por ejemplo la capacidad de las cortes para legislar por encima de lo que la gente haya escogido en las urnas. ¿Qué es lo igualitario? Por ejemplo, que el coeficiente de Gini marcara diez puntos más al cabo de un decenio de dicha constitución, como ya señalé.

Los mecanismos que menciona, la acción de tutela o el catálogo de derechos que se protegen con ella son el nombre mismo de lo no democrático: cada derecho es un pretexto para que los recursos comunes favorezcan a particulares. El derecho a la educación impone que aquellos que no van a buenos colegios y no pueden acceder a la universidad pública les pagan los estudios a los que sí pueden, etc.

Pero ¿quíen lee a tan noble pensador? Colombia se resume en eso, en una renta de recursos naturales que se reparte una minoría cuyo latrocinio llama "generosidad" sin que haya nadie que se dé cuenta de la monstruosidad de dicha mentira.
Por eso es difícil digerir lo que Petro le dijo a este diario tras su salida del cargo: “25 años después de la paz con el M-19, creo que nos traicionaron […] pero hoy la vía no son las armas, es la constituyente”. Primero, porque lo que pasó no fue una “traición” innominada, ni un colapso de la Constitución que amerite otra constituyente. Lo que pasó tuvo origen en las acciones del procurador Ordóñez, que ha abusado una y otra vez de los poderes amplios que la misma Constitución le dio (con la venia del M-19) y del nombramiento que le hiciera el Congreso (con el voto de Petro).
Lo tremendo no es que unos asesinos y secuestradores que servían a la mafia de la cocaína resulten impunes y con poder, sino que encima se sienten traicionados. Pero eso para uno, para el flamante profesor el problema es que cuestione la constitución (la amenaza de "no son las armas", de nuevo reivindicación de las atrocidades que cometieron en los setenta y ochenta, tampoco le llama la atención a nadie).
Segundo, porque nada regocijaría más al procurador que una nueva constituyente, donde fueran recortados los derechos de las mujeres, los gais, los jóvenes, los defensores del medio ambiente y tantos otros que ha perseguido jurídicamente. Y que eliminara el artículo 93 de la Constitución, que incorpora los tratados internacionales sobre derechos humanos al sistema legal colombiano y que Petro está usando en su recurso ante el Sistema Interamericano. 
El sobreentendido que hay tras este párrafo es la imposibilidad de una constituyente "corporativa", como la llama Rodolfo Arango: una constituyente podría ser menos complaciente con la universidad y sus tropas que la del 91 porque podría participar más del 20% del electorado, luego, podría convenir al procurador.
Tercero, Petro tristemente se equivoca al responder con la misma moneda al Gobierno y al procurador: echando por la borda las reglas de juego y sacrificando los principios al frío cálculo político. ¿Cómo más entender su coqueteo con el uribismo y las Farc para ambientar la idea de la constituyente? Basta ver los resultados de la elección al Congreso para darse cuenta de que una nueva constituyente distaría mucho de la del 91. No existe hoy un movimiento de indignados con la contundencia del estudiantil de hace un cuarto de siglo, que desestabilice desde abajo las clientelas políticas. Lo más probable es que la constituyente se parezca al Congreso recién electo: una tercera parte de votos amarrados por la corrupción, otro tercio ubicado a la derecha y otro entre el centro y la izquierda. De allí saldría una Constitución mucho más parecida a la de 1886 que a la de 1991.
Este párrafo es el que justifica el comentario a todo el artículo: puede que lo que inquiete a César Rodríguez sea lo que ilusione a las FARC: una Constituyente en la que los recursos públicos se destinen a "amarrar" votos para favorecerlas, toda vez que su interés hoy es indistinguible del de Santos y su camarilla. Dos tercios de la representación en una Constituyente son suficientes para imponer cualquier cosa. Los políticos tienen una visión de corto plazo, sólo para la rapiña, con lo que las perspectivas de legitimar el régimen fariano son altísimas. Puede que sea lo que buscan las FARC, Petro, Navarro y otros. Y lo que fingen resistir Silva Luján y Rodríguez.
La Constitución está lejos de ser perfecta. Se puede mejorar con reformas puntuales, como la limitación de los poderes de la Procuraduría y las facultades de nominación de las cortes. En lugar de reemplazarla, una vez más, deberíamos intentar algo más difícil: cumplirla.
El viejo problema de que en términos legales los terroristas ya triunfaron en 1991 gracias al terror de los carros bomba: pedir una constituyente es un pretexto para seguirse lucrando de los crímenes con el pretexto de la negociación. Si no la consiguen quedará como que cedieron, cuando ya tienen el Estado a su servicio.

Y pensando en eso uno vuelve a ver la magna obra de Uribe, que nadie quiere ver. Si hacia 2008 en lugar de buscar perpetuarse en la presidencia hubiera querido hacer frente a la tiranía criminal impuesta en 1991 cambiando la constitución, otros serían los resultados. Una mayoría que implantara una constitución parecida a la de los países civilizados, y que desbaratara el control del hampa terrorista sobre el poder judicial, era posible entonces. Ahora no. Ahora con cara ganan ellos y con sello pierde la democracia. 

Pero Colombia es un destino: yo ya renuncié a convencer a nadie de que entregarle el país a Santos y permitir de mil maneras el triunfo de los terroristas no es algo de lo que le salgamos a deber a Uribe. Es como si les hablara en chino, sólo están preparados para batirle la cola a algún capitán de un equipo que gane partidos.

(Publicado en el blog País Bizarro el 7 de abril de 2014.)

domingo, junio 01, 2014

La ideología universitaria

1. La mejor universidad

En una ocasión leí una noticia sobre un grupo de jóvenes del Huila que habían sido enrolados en las FARC con engaños y después estaban medio secuestrados, mientras sufrían adoctrinamiento y se los preparaba para cumplir tareas al servicio de la banda. Me quedó sonando que una chica de ésas contara que según Jojoy ésa era la mejor universidad que podían tener.

Ya sé que la gente del medio universitario está harta de que se relacione sus beneméritos centros de saber con las guerrillas, pero ¿qué clase de argumento es ése? Es como si los ex presidiarios protestaran porque los incluyeran entre los sospechosos de alguna infracción. Habría que plantearse si hay algo de cierto en eso, cosa que SIEMPRE se descarta en medio de las típicas amenazas y acusaciones de paramilitarismo.

Realmente esa asociación molesta a los interesados y a los ignorantes. Los que se han aventurado a estudiar carreras como sociología o antropología en la Universidad Nacional saben que sus profesores son sólo los compañeros de estudios y militancia de Alfonso Cano, cosa muy fácil de comprobar por ejemplo enterándose de quiénes escriben cartas a las FARC quejándose de los "falsos positivos" y tratando de legitimar a la banda para que se premien sus proezas. O consultando a cualquier persona que conociera las universidades públicas en los años sesenta, setenta y ochenta. Yo conozco incluso profesores extranjeros cuya labor, muy bien pagada, es la difusión del marxismo. Basta echar un vistazo al artículo enlazado en este párrafo para entender que es a lo que se dedican cientos de profesores.

De modo que Jojoy no andaba tan desencaminado cuando se sentía formando una nueva generación de revolucionarios: los demás doctores sólo son más ineptos como asesinos, no menos ignorantes ni menos fanáticos ni menos leales al sueño totalitario.

Lo nuevo es que la izquierda marxista ya no está sólo en la universidad ni se plantea emprender la lucha armada para imponer el socialismo, sino cobrar el fruto de la lucha armada que empezaron los del Movimiento Estudiantil Revolucionario de las generaciones anteriores. Y ahora domina la mayor parte del Estado, a través de los sindicatos, de la Administración de Justicia, de entidades como la Alcaldía de Bogotá y de redes de políticos venales que siguen las órdenes de Hugo Chávez (en algunos casos prácticamente lo dicen).

Arrinconada la tropa rústica, lo que caracteriza a la universidad actual es el odio al líder de la otra Colombia, que llevó a la victoria de las Fuerzas Armadas y formó una mayoría social que rechaza el comunismo. Los pretextos de ese odio son grotescos, a menudo mentiras descaradas o apreciaciones delirantes (como considerar las supuestas interceptaciones a los evidentes socios del tráfico de drogas y el terrorismo como delitos de lesa humanidad) y explotan a la vez el resentimiento contra los que salen en las páginas sociales y el desprecio de las personas cultas y sensibles de la capital por los colombianos de las zonas rurales.

Es el odio de la clase de gente indignada por el monstruoso crimen de unos vulgares subsidios agrícolas, menos sesgados a favor de los ricos que en los demás países, pero dispuesta a considerar justificada la indemnización de 2.000 millones de pesos, decenas de veces lo que un trabajador colombiano obtendría en toda su vida, porque un presunto prevaricador se sintió incómodo ante la posibilidad de que lo estuvieran investigando.

En Twitter yo sigo a decenas de personas que se sienten unidas en su rechazo al terrorismo y a su promotor venezolano. Yo creo que mientras no se tenga claro que el problema es el orden social cuyo principal engranaje es la universidad, y no sus efectos, como las bandas terroristas (si se piensa en las surgidas en las universidades después de la revolución cubana, serían varias decenas: sólo las FARC y el ELN persisten, gracias a la ayuda generosa de la Unión Soviética y del territorio libre de América, en su día); mientras no se entienda que la guerrilla es casi una fatalidad para Colombia y no una desgracia que le llegó por mala suerte, y que incluso cuando la tropa rústica ha sido vencida, aquello que la mueve sigue conspirando y haciendo casi tanto daño como entonces... Mientras no se haya pensado seriamente en eso, sólo se estará disfrutando de una tregua en la cual olvidarse de los problemas.

Para hacerles frente habría que preguntarse ¿por qué produce Colombia personajes como Jojoy o como Pablo Escobar?, ¿de dónde salen las certezas y condicionamientos que los llevan a hacer lo que hicieron? En el caso del campesino comunista el alivio que siente uno al saber que desapareció no compensa la indignación que sigue dejando la impunidad de los cientos de miles de miserables que lo apoyaban y que se lucraron de muchas maneras de las atrocidades que ordenaba, sobre todo robando al conjunto de los ciudadanos a través del sindicalismo estatal, pero también desde ONG, grupos políticos y agencias de mediación de secuestros.

Jojoy desapareció pero las FARC persisten, y seguirán matando colombianos cuya suerte importa a muy pocos. Y el país cuenta con cientos de miles de Timochenkos y Romañas (más cobardes e hipócritas, eso sí) "formados" en las universidades. Mientras no se atienda a esa cruel realidad, la alegría por la desaparición de Jojoy puede ser tan fútil como la que en su día experimentaron los colombianos por la caída de Sangrenegra, Desquite o Efraín González. Los jefes de la conjura siguen disfrutando sus sueldos multimillonarios en la Universidad Nacional y sin duda se ríen del entusiasmo de los colombianos por la muerte del patán al que desprecian tanto como a las víctimas.

Por lo general, cuando se consideran las relaciones de la izquierda universitaria con las bandas terroristas hay personas que se echan a temblar por algo que les parece excesivo o calumnioso. Pero ahí se trata de algo intelectualmente atroz: la pretensión de que un prejuicio va a ser más cierto que el conocimiento empírico. Quienes no dudan de esa relación son quienes conocen por dentro esas sectas, como Plinio Apuleyo Mendoza, José Obdulio Gaviria o Eduardo Mackenzie.

Con todo, lo interesante es considerar lo que era Jojoy, sus valores y aspiraciones, su condición moral y la base de su concepción del mundo. Fuera de su liderazgo, de su zafiedad, de su condición de criminal activo y de su arraigo en la guerra, las ideas de Jojoy son exactamente las que han profesado la mayoría de los intelectuales colombianos desde los años sesenta. Al pie de la letra. A lo mejor es que leía demasiado la prensa y por eso razonaba así. Pero la verdad es que desde los años ochenta el mando en las FARC lo tienen los universitarios. El rústico Jojoy sólo era un peón de las ideas de Cepeda I, de Gilberto Vieira (cuyos descendientes también tienen su parte de mando en las redes de la lucha revolucionaria) y de los demás líderes del PCC.

¿Cuáles son esas ideas? Es profundamente estúpido suponer que se trata de "ideologías foráneas", pero no por eso se debe concluir que son un simple desarrollo endógeno de la mentalidad tradicional. La vieja cultura de saqueo y esclavitud halló un pretexto potente en el totalitarismo marxista, tan potente que el arquetípico golpista venezolano no encontró nada mejor para asegurarse el poder. En gran medida esos valores se adaptan a corrientes poderosas que atraviesan todo Occidente, pero en el contexto primitivo y de indigencia moral generalizada (que es otro nombre del primitivismo) que reina en Colombia, la traducción en crimen masivo fue inmediata. En otras partes no es tan fácil para los rateros convertirse en fanáticos ni para los fanáticos convertirse en rateros.

Es decir, la ambición de un guerrero primitivo como Jojoy encontró la cadena de falacias que le permitían obrar como obraba sin vacilación. La casta intelectual (formada por miles de individuos que reciben sueldos multimillonarios y toda clase de prebendas por dedicarse a hacer política contra el sistema democrático) aseguró su poder gracias a los crímenes de las bandas, y al mismo tiempo proveyó las coartadas que en la mente de decenas de miles de campesinos se convirtieron en la orgía de sangre que todavía asusta a la mayoría de los colombianos.

¿Cuáles son esas coartadas? ¿De qué modo la ideología universitaria sigue siendo hegemónica entre las clases altas en Colombia y amenaza con nuevas erupciones de redes criminales dispuestas a tomarse el poder, toda vez que ya tienen copado la mayor parte del Estado sin que las mayorías se decidan a cambiar esa situación? En la siguiente entrega continuaré explicándolo.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 8 de noviembre de 2010.)

2. Adiós a Dios

El ateísmo, la negativa a aceptar que una voluntad externa rige el mundo, está en la base de la tradición filosófica griega, que es al fin de cuentas el origen de nuestra civilización. Pero tal visión corresponde al anhelo de saber de un tipo de individuos que concibieron infinidad de hipótesis sobre la esencia y el origen de la materia, el universo o la vida, que se pasaban el día tratando de entenderlo. Ser ateo comporta desistir de atribuir al mundo cualquier sentido, cualquier causa final (es decir, no existe para nada).

En otras palabras, el ateísmo desempeña un papel en la indagación filosófica y no puede ser una certeza fácil que alivie a la gente de las cargas ligadas a su tradición religiosa. Quien lee a los grandes filósofos muy rara vez encuentra proclamas de ateísmo o condenas de la religión. Por el contrario, desde la Edad Media son muchos los pensadores creyentes, los que intentan hacer compatible el cristianismo con la razón desarrollada en la Antigüedad (que también tuvo su papel en el origen del cristianismo). Tampoco Marx, que dice que en el mundo que creó la burguesía la religión es el opio del pueblo pero no atribuye a "opio" la acepción que el populacho le da: era ante todo una forma de disfrute y alivio que no estaba al alcance de todo el mundo.

La pérdida de la religiosidad en individuos que no tienen hambre y sed de verdad sólo conduce a una profunda desmoralización, precisamente porque la religión era la base de un acuerdo general sobre los límites de lo que se puede hacer. El intelectual Iván Kamarazov se preguntaba: "Si Dios no existe, entonces ¿todo está permitido?". Cuando uno lee las arduas y apasionadas discusiones sobre el aborto se queda siempre desconcertado ante la tosquedad de los liberalizadores. ¿Qué es lo que hace que el feto de dos meses sea desechable y el niño de dos meses de nacido no? Los mismos griegos y romanos dejaban morir a las criaturas que no interesaban, a menudo a las niñas. Tampoco habría por qué desistir de comer carne humana, como hacían antes de la Conquista los habitantes de Mesoamérica (mucho más cerca de los europeos de su tiempo en refinamiento y organización que de los habitantes de la actual Colombia). De hecho, últimamente no es raro encontrar noticias sobre gente que se aventura a hacerlo. Lo mismo se podría decir sin problemas del incesto, del homicidio, de la crueldad, etc.

¿De dónde viene que alguien que profese el ateísmo deba tener alguna enemistad con quienes creen en Dios? La persona religiosa en cierta medida asume el compromiso de conservarse inocente, cuando es cristiana observa no sólo el mandamiento de amor al prójimo, que no es ninguna obviedad y sobre todo no lo era antes, sino también las normas mosaicas. Quienes buscan esa enemistad sólo halagan el orgullo de personas muy mediocres intelectualmente para utilizarlas con otros fines.

Como país heredero de la Contrarreforma, Colombia sufre el flagelo de una religión severa que tenía que convivir con una empresa que negaba la esencia de sus convicciones. El saqueo, el exterminio y la esclavitud de la población aborigen no eran propiamente formas de amor al prójimo, y la conversión forzosa y masiva, ligada a la esclavización, era más una forma de dominación que de enseñanza de una doctrina de amor. El aislamiento del país, la precariedad de las condiciones materiales, el mismo primitivismo de los aborígenes, etc., fueron debilitando el sentido de un discurso religioso que desempeñó un importante papel en la formación de la Europa moderna.

El catolicismo realmente existente durante los siglos coloniales y en el periodo republicano ya era, comparado con el modelo de la misma tradición cristiana, una forma de desmoralización. Convivía con la crueldad, con el desprecio, con el atropello constante y con una muy marcada hipocresía. De hecho, ya el modelo de penitencia y perdón siempre y cuando se acepte la primacía de la institución religiosa (y de sus ministros) termina siendo una forma de "carta blanca" para delinquir. El lamentable episodio de la relación de García Herreros con Pablo Escobar, convertido en aspirante al cielo antes de su última fuga, ilustra muy bien ese problema.

Es de ese orden hegemónico de donde surge la ideología universitaria o jojoyana. Hipócritamente presentada como "ilustración" o "progreso", pero en realidad como continuación del orden de Apartheid cuando los valores liberales y democráticos amenazan con acabar con los privilegios de las castas superiores. En el juego de intereses de esas castas la cuestión religiosa se vuelve una guerra de banderías y no un problema filosófico. Y el "ateísmo" es sumamente útil: es necesario quitarles frenos a los esclavos para que se maten sin complicaciones para conseguir que Molano llegue a ministro vitalicio.

Pongo "ateísmo" entre comillas porque la ideología universitaria colombiana es un conjunto de resortes y sobreentendidos. La religión se considera un lastre para el progreso, y los problemas morales se niegan. Hace unos cuantos años le pregunté a un comunista si estaba casado y me miró con desconcierto y rabia: "¿Te imaginas que yo voy a vivir amancebado?". Si se piensa en los crímenes, siempre dicen que eso ya no pasa porque ya nos hemos civilizado, pero ¿qué es "civilizarse"? Si hay una vaga noción del deber de amar al prójimo es precisamente por el cristianismo que los nuevos inquisidores en todo momento persiguen como superstición. Y en todos los casos el límite de los crímenes resulta más bien laxo: las FARC y el ELN secuestran y matan gente desde los años sesenta, y hasta los tiempos del Caguán los apoyaban abiertamente 99 de cada cien estudiantes o profesores de universidades públicas. Para esa ideología el aborto o el tráfico de drogas sólo son delitos por la perversidad de quienes los prohíben. Fuera de ahí son "derechos".

Es decir, el mito religioso, milenario y complejo (que, para mencionar sólo el siglo XX, profesaron personas como el poeta más reconocido por los otros poetas, Eliot, o el cineasta más admirado por su profundidad en el medio del cine, Dreyer), se reemplaza por un mito más barato y menos exigente, en el que no faltan la atribución de un sentido al mundo y aun el invento de una "moral natural", reducidos al nivel de comprensión de una chusma elemental y ansiosa de imponerse por la violencia. En cambio, el orden social en el que los descendientes de los españoles se hacen funcionarios de la organización espiritual permanece intacto: sólo es que antes las rentas provenían de los rezos y de la vigilancia de la moral, mientras que ahora llegan de la condena de la religión y de toda la ingeniería social emprendida con recursos fabulosos de las víctimas del terror (como los "estudios de género", de la Universidad Nacional). El espíritu inquisitorial también permanece intacto.

Esa suplantación de la religión por una ideología brutal y de corto vuelo está detrás de todas las atrocidades del siglo XX: fue por igual la norma en la Alemania nazi, en la Rusia de la colectivización, en la China de la Revolución cultural y en la Camboya del jemer rojo. En Colombia una vez la base social del totalitarismo (el estudiantado, aun después de graduarse, como parte de la vasta casta que intenta imponer el régimen de partido único) abraza la ideología anticristiana, no es raro que los oficiantes de la "lucha" (que reemplaza a las viejas misiones de los católicos) se permitan todas las transgresiones imaginables a la moral "sobreentendida". El avispado "intelectual" siempre podrá decir que la pedofilia de Raúl Reyes es culpa del régimen que no buscó la negociación de paz.

¿No es el tipo de razonamiento habitual de 999 de cada 1.000 profesores colombianos? La ideología jojoyana hereda de la religión ese arte de brindar identidad a sus prosélitos: una vez reconocidos todos en la superioridad de su condición de sabios insondables que se atreven a declarar que Dios no existe, no tienen ningún problema en engañar con cualquier pretexto a la masa enemiga (la de los creyentes o no adeptos al sueño de la sociedad sin clases).

Esa manía antirreligiosa acompañó al comunismo en todas partes. En España en los años treinta fueron asesinados unos ocho mil curas y monjas por el mero hecho de serlo. Y es una constante el deseo de reemplazar a la Iglesia por el Estado, haciéndolo dueño hasta de la intimidad de las personas. El pseudoateísmo "científico" conviene a ese fin.

Lo que distingue a Colombia es el absurdo continuo: los profesores universitarios corrientes son capaces de montar en cólera porque se los compare con Jojoy, pese a que su visión del mundo es idéntica. ¿No debería ser el finadito quien hallara muy odiosa esa comparación? A fin de cuentas tenía mejor comprensión de lectura, mejor lenguaje, mejor compañía femenina y más prestigio entre la izquierda que ellos. Claro que semejantes sabios no aspiran a un Rolex: dado que hace falta un poco de valor para alcanzar esos ingresos, y no sólo recitar mentiras e idioteces para favorecer la actividad de la tropa remanente, queda mejor optar por la superioridad moral.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 10 de noviembre de 2010.)

3. La victoria inesperada

La exportación de cocaína ha sido un rubro importante de la economía colombiana en las últimas cuatro décadas. La mayoría de los jefes visibles de esa industria, los malhechores que organizaron las redes y rutas y las bandas de sicarios con que se defendían de competidores y perseguidores, están hoy muertos o presos, y sus fortunas dispersas o desaparecidas. Se trataba casi siempre de aventureros surgidos de la delincuencia, o de ex policías o ex militares de baja graduación.

Pero el dinero fluía y fluye hacia los grupos poderosos: abogados, jueces, funcionarios públicos de distinto rango, políticos, militares y policías de alta graduación, testaferros con base económica... Personajes que obviamente no conocen las cárceles, salvo que hayan incomodado a las redes y camarillas que controlan el aparato judicial. Al cabo de un tiempo, el tráfico de cocaína representó una brutal "contrarreforma social" (parafraseando la socorrida "contrarreforma agraria" de la propaganda terrorista, grosero pretexto de la universidad para convertirse, falazmente, en defensora de las víctimas de la guerra que emprendió). La nueva industria determinó una concentración mayor del poder y de los recursos en las castas que usufructúan el Estado desde mucho antes de la Independencia, obviamente a costa del sector productivo formal y de quienes no tienen acceso al favor estatal. Baste pensar en la multiplicación del valor de las viviendas desde los setenta para entender esa concentración como factor de exclusión.

Si se piensa en el poder político y no sólo en el dinero, el fenómeno es mucho más marcado. La necesidad de Pablo Escobar y sus mariachis de "vacunarse" contra la posibilidad de la extradición determinó la jugada de César Gaviria de convocar una Constituyente. Asesinada la cúpula judicial por la alianza entre el capo y la tropa que obedecía a Alternativa, las "fichas" del Movimiento Estudiantil Revolucionario ascendieron en la carrera judicial, obviamente con los previsibles "refuerzos" y "castigos" (para usar el lenguaje de los psicólogos conductistas) que podían repartir en el gremio tan solventes y enérgicos patrocinadores.

La nueva Constitución, modelo de las que después promoverían Chávez y sus émulos, llevó al extremo dicha contrarreforma social: se multiplicaron los recursos para el funcionariado, festín animado por el entonces reciente descubrimiento de Caño Limón. Gracias a eso, y a la necesidad de respaldo y legitimación del contubernio constituyente, la presencia de los emisarios de la utopía en las universidades y en los servicios públicos se afirmó, además por el apoyo de los que ya tenían su puesto, es decir, los lagartos y demás personajes relacionados con el viejo orden, agradecidos por las pensiones y demás prebendas fabulosas y por el blindaje contra toda posible evaluación.

De paso, la nueva norma fundacional encontró en la tutela el atajo para convertir todas las leyes y todos los contratos en papel mojado, concentrando el poder en los abogados y jueces (los que, en la etapa estudiantil, más habían hecho por el sueño revolucionario), y en quienes podían incentivar o intimidar a dichos gremios: los mafiosos, los terroristas y las camarillas ("roscas") del poder político.

Como ya he señalado muchas veces, la mayor atrocidad que ofrece Colombia al mundo es que los beneficiarios de esa extrema desigualdad tienen por oficio quejarse de la desigualdad. Cuando el modo de vida de alguien es una mentira semejante, cuando el parasitismo más desvergonzado se disfraza, aun para el mismo beneficiario, de filantropía, y el despojo sistemático en "justicia", se está ante un falseamiento extremo de la condición humana. Alguien que convive con eso ya no podrá observar ninguna norma de respeto de sí mismo. La desfachatez con que los "juristas" de la Corte Suprema de Franela ejercen su tiranía y con que los sicarios de la prensa la justifican ya muestra una condición moral que avergonzaría a Jojoy.

Por eso no es sorprendente la ambivalencia de la universidad ante las FARC y el ELN, sean cuales sean sus crímenes: ¿alguien recuerda un solo documento firmado por tres o cuatro profesores en que se pida a esas bandas que se desmovilicen o en que se condene su actuación? TODOS los actos políticos de la universidad tienen por objeto cobrar esos crímenes, sacar provecho de ellos, convertir a los rentistas que prosperaron gracias a Pablo Escobar en amos de la sociedad. El tráfico de cocaína y el ascenso de las bandas terroristas produjeron en Colombia un mandarinato bastardo cuyo efecto inmediato, dada la mentira de que proceden las rentas de los beneficiados, es una profunda desmoralización.

Y eso afecta a toda la sociedad, tal como un crimen monstruoso daña a todos los que lo presencian. ¿Alguien se habrá preguntado cómo es que en El Espectador escriben al menos media docena de columnistas que son profesores de la Universidad Nacional y que usualmente no dan ninguna clase (la transmisión del leninismo se deja a otros menos relacionados con las grandes familias) sino que son "investigadores"? El sueldo de esos señores es el galardón que obtienen por deslegitimar al gobierno elegido por los ciudadanos, que pagan ese oneroso tributo gracias al poder de los carrobombas de los años ochenta y noventa. Todo lo cual, sobra decirlo, no incomoda a nadie. Ni el gobierno anterior ni el actual se han planteado la conveniencia de que la legitimación del terrorismo deje de estar pagada por las víctimas.

Y esa realidad termina explicando la base sociológica del terrorismo totalitario: la labor de Jojoy conduciría a una abolición de la propiedad y después de todas las libertades. ¿Quién se habría de beneficiar de eso? Obviamente, el clero universitario, la burocracia parasitaria, en resumen, el mandarinato bastardo que mencioné antes. En caso de que el terror dé sus frutos, ellos se dedicarán a aderezar falacias para legitimar la opresión, tal como han hecho los intelectuales cubanos durante medio siglo.

Pero visto el relativo fracaso de la tropa rústica no hay que creer que pierden mucho, pues ya tienen las rentas y el poder. Lo único que les incomoda es exactamente aquello por lo que organizaron tantos levantamientos armados: las urnas, el hecho de que la gente se exprese y elija a sus gobernantes (la "democracia electoral" era el nombre universitario para esas odiadas costumbres). En Colombia, dadas las condiciones morales de la población, se tolera esa absoluta irrelevancia. El gobierno fue elegido para que continuara el uribismo y se ha dedicado a enterrarlo. No se puede negar que es una opción práctica, pues el poder real lo tienen las camarillas que heredaron la Constitución de Pablo Escobar y hoy controlan toda la rama judicial. Por eso la absoluta coincidencia entre los defensores de las FARC y la Corte Suprema de Franela. Buscan lo mismo, ningunear la decisión de los ciudadanos y tratarlos como ganado.

Muy engañados están los colombianos si creen que el retroceso de las FARC los librará de aquello que buscaba la banda: con el gobierno Santos, aliado con el hampa judicial y los demás poderes fácticos, la prensa y la universidad, los patrocinadores del terrorismo acceden a todo el poder. Puede que la triste tropa de Jojoy les resulte hoy por hoy más bien un estorbo y pongan a políticos uribistas a perseguirla. La democracia y la libertad han retrocedido casi tanto como si las FARC hubieran ganado la guerra.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 17 de noviembre de 2010.)