jueves, abril 18, 2013

El triunfo de Santos

Como ya he explicado en dos entradas anteriores ("La patria vulnerada" y "La nicaraguaca"), la decisión de la CIJ sobre la titularidad del mar territorial próximo a algunas posesiones colombianas en el Caribe es un regalo maravilloso para Santos y de paso para las FARC, banda criminal para la que el lamentable personaje "gobierna".

Lo primero que resulta del escándalo mediático es el desplazamiento del centro de atención al tema de las fronteras, dejando operar tranquilamente a la mesa de negociación de La Habana, ocasión que la propaganda gubernamental no desaprovecha para convertirla en una obviedad, no en una fraude a la voluntad ciudadana sino en un deber del gobierno, como decía el increíble senador Juan Fernando Velasco. A tal punto llega el descaro de esa propaganda que el hermano mayor de Santos y al parecer verdadero gobernante en la sombra amenaza con la pérdida del apoyo venezolano y cubano al proceso si no se acata el fallo, como si el reconocimiento y premio a los terroristas no fuera una infame rendición ante esos gobiernos criminales. Esa misma lógica resulta refrendada por un comentarista sanandresano que publica un artículo en El Tiempo.

La pasión patriótica provee a la vez buena conciencia y ocasión de lucimiento: ¡es tan grato ser de los buenos agraviados! El mar despojado es una posesión de los colombianos tan hermosa como el mismo derecho fundamental a la paz, y se les proporciona por parecidos motivos. La cuestión compromete tres niveles que conviene observar en detalle:

Uno es el de la justicia. Como ya expliqué en otra ocasión, la noción de justicia de los colombianos es particular: consiste en aquello que le conviene a cada uno en cada momento. En este caso más por razones propiamente futbolísticas, pues ¿cuántos podrían situar a San Andrés (no hablemos del cayo Roncador y los demás) en un mapa? ¿Cuántos saben con certeza cuál es el tamaño de la pérdida en términos económicos? Parece que Colombia tuviera una gran flota pesquera a la que se despojara de sus caladeros. ¿Qué proporción del mar que correspondía a Colombia pasa a titularidad nicaragüense? La justicia es un derecho, claro, siempre pendiente, respecto del cual todos somos víctimas, sobre todo cuando hay grandes despojos cuyos autores no ve ni defiende nadie: ¿o a alguien le importa el verdadero despojo a favor de los terroristas y otras organizaciones criminales que se da con la minería ilegal? ¿O el destino que se da a los recursos petroleros? La justicia es una emoción que aflora en el corazón del agraviado sin que tenga que entender mapas ni leyes. La justicia es un derecho de todos, y por eso todos los colombianos, incluidos los oligarcas y corruptos de la peor especie, se sienten víctimas de toda clase de injusticias.

El otro es el del derecho. El descubrimiento de esa hermosa herencia de la administración colonial ha permitido graduar a cientos de miles de expertos en derecho internacional, casi todos basados en la incuestionable precisión de los límites y tratados antiguos, como si fueran el mismo teorema de Pitágoras al que un desaprensivo intenta robarle una conclusión. Desde el supuesto cambio de orientación de Santos a la argumentación colombiana (que presupone que en La Haya se sientan juristas colombianos, carentes de conceptos y prestos a negociar los que les ofrecen) hasta la adjudicación del error a Pastrana al reconocer a la CIJ (como si en el caso de no reconocerla, la entidad hubiera tenido que decir "Ahí no me meto, no me dejan"), o hasta la más pintoresca versión del cabildeo nicaragüense (con toda clase de invitaciones y regalos a los magistrados, en la típica proyección del mundo colombiano), casi todo lo que uno lee, y todo por parte de los uribistas y demás partidarios de desacatar el fallo, da por sentado que éste no tenía fundamentos jurídicos: ¿cómo iba a tenerlos si no nos convenía? ¡Y conste que había olvidado la certeza de que se trataba de un encargo de Chávez! Si yo no fuera anónimo y expresara mi opinión en presencia de tales patriotas tendría miedo por mi integridad física: ¡tan claro es que "nos" robaron!

No obstante, valdría la pena calmarse un poco y tratar de entender que no hay un derecho perfecto y cuadriculado y que la doctrina de la CIJ al respecto fue exactamente la que aplicó en ese caso. Al respecto traduzco unas frases de una entrada de la Wikipedia en que se comenta el fallo de la CIJ sobre la Isla de las Serpientes y el mar territorial relacionado con ella, disputado por Ucrania y Rumania: 
El 3 de febrero de 2009, la Corte Internacional de Justicia emitió su sentencia, que divide la zona marítima del mar Negro trazando una línea  intermedia respecto de las demandas de cada país. La Corte invocó el criterio de desproporcionalidad a la hora de resolver la disputa, señalando que "tal como su jurisprudencia ha indicado, puede decidir en ocasiones no tener en cuenta islas muy pequeñas, o bien decidir que no se les dé derecho pleno sobre la titularidad potencial de zonas marítimas, si tal enfoque tiene un efecto desproporcionado en la línea de delimitación de que se trate".
El tercer nivel en que conviene fijarse al respecto es el de la argumentación. Casi no recuerdo ningún comentario que haya leído sobre el tema que no parta de dar por sentada la injusticia, bien por los incentivos de Chávez, bien por el sesgo "izquierdista" de la CIJ, etcétera. Yo estoy seguro de que muy pocos agraviados han visto el mapa y de que casi ninguno podría responder acerca del tamaño o la población de los cayos que daban titularidad marítima a Colombia sobre la zona (lo que se consideraba "derecho" para los colombianos, que todavía no entienden, ni siquiera los juristas, que creen que "el derecho no es más que la voluntad de la clase dominante erigida en ley", según les enseñan, que el derecho es lo que dictamina la CIJ). No creo que haya muchos que podrían responder al columnista "mamerto" Pedro Medellín, que afirma que:
Nadie quiere reconocer que el meridiano 82 nunca fue establecido como una frontera marítima, ni en el Tratado de 1928.
No es posible, el patriotismo es suficiente argumento para no necesitar entender, mejor dicho, para creer que se entiende, una materia tan espesa como el derecho internacional sobre límites marítimos, tal como el amor autorizaba al humilde plebeyo del antiguo vals peruano a pretender a una aristócrata:


Pero en definitiva no pretendo convencer a nadie de que el llanto por la patria vulnerada no corresponde a ninguna noción rigurosa de justicia ni de derecho, ni menos a una argumentación siquiera medianamente informada. La genial solución de no acatar el fallo es un "problema" relativo para Santos, tal como lo sería sufrir un esguince cuando uno va a cobrar el premio de la lotería. Podría hacer caso y no acatar el fallo, con lo que complacería a los críticos, que pronto encontrarían un pretexto para estar en el lado del gobierno y no en la incómoda oposición a la negociación de La Habana. Pero si optara por acatarlo, la fiebre patriótica cedería al cabo de un tiempo, mientras que entre tanto se habrían caído todas las resistencias a la negociación. En el primer caso, el desastre para Colombia sería mayor, además del regalo para el chavismo: no sólo tendría de su parte a todo el progresismo internacional, alineado siempre con David contra Goliat, sino además la legitimidad jurídica, y puede que incluso resoluciones de la ONU y amenazas militares, como las que afrontó Nigeria por negarse a aplicar el fallo de la CIJ sobre Bakassi. Pero sobre todo se le haría a la dictadura nicaragüense el mayor regalo: una causa legitimada internacionalmente que justificaría todas las persecuciones, un agravio persistente que le granjearía respaldo popular, tal como en Colombia lo buscan los que llaman a desacatar el fallo.

Al final se terminaría cediendo, como Nigeria, y a nadie le importaría tanto, porque en realidad buena parte de la fiebre nacionalista corresponde al anhelo de encontrar una causa de oposición que encuentre respaldo popular, ya que gracias a la prensa y a la ausencia de un partido de oposición parece que la mayoría de la gente está más bien ilusionada que descontenta con la negociación de La Habana. Sobre el precio de desacatar el fallo les recomiendo este artículo de la revista Posición.

Lo que pretendo es explicar que esa situación configura un triunfo total de Santos. Lo que sí tendría fundamentos en términos de justicia y de derecho, y argumentos formidables que nadie podría rebatir, es la defensa de la democracia, que resulta abolida cuando la voluntad ciudadana cede ante el atraco de una banda de asesinos. ¿Para qué hay urnas? Cuando ese crimen mayor se comete, todos los supuestos críticos están en la borrachera patriotera, incluso prometiendo apoyar a Santos si desacata el fallo. Todas esas adherencias repulsivas del uribismo, nacionalistas y "derechistas", afloran con ese pretexto, junto con otro rasgo que definitivamente anuncia su próximo colapso: la incapacidad de estar en contra de la opinión predominante, que ya se evidenció con ocasión de la impunidad de Sigifredo López. Como la mayoría de los "amigos" importantes e influyentes de Uribe apoyan la negociación, sea abiertamente (Martha Lucía Ramírez, Juan Lozano, Angelino Garzón o Francisco Santos, entre los que recuerdo ahora) o con reproches puntuales (todos los demás), el expresidente busca protagonismo y liderazgo con el tema patriotero, ¡al lado del cual el triunfo de los terroristas resulta un hecho secundario!

No es cierto que para el cacerolazo haya un nuevo argumento: por mucho que los enemigos de Santos lo quieran presentar así, hará falta estar muy descontento para creer que fue sólo la gestión del litigio por parte del gobierno actual la que condujo al fallo, mientras que la conciencia sobre el significado de la negociación se diluye. Santos seguirá dando pasos hacia la rebelión o la sumisión respecto del fallo, según la temperatura que detecte en las redes sociales, pero entre tanto esa mayoría resignada a premiar a las FARC que han creado los medios se habrá hecho casi unanimidad, y el rechazo a la negociación quedará como elemento testimonial. No es sensato decir que ya lo era, porque (perdón por insistir, fue lo que pasó con Sigifredo López) entre tanto la gente que se oponía a la negociación descubre que tiene audiencia y comprensión como patriota pero no como defensora de la democracia, y mayoritariamente se queda en la alharaca patriótica, hasta que mengua, y los activistas se deprimen ante la perspectiva de estar en una minoría aún más pequeña.

La infame negociación tenía una pequeña resistencia. Gracias al fallo de la CIJ y la bulla que siguió, no la tendrá y hará falta que fracase, como si el éxito de los negociadores no fuera un crimen en sí: que haya otros cientos de miles de muertos, para que la gente recuerde que si el asesinato es la forma correcta de hacer carrera política no faltarán quienes lo cometan, y entienda que el principal creador y promotor de los grupos terroristas no puede estar negociando a nombre de sus víctimas sino en una farsa que en últimas consiste en la consumación de un atraco, con la correspondiente amenaza. Copio el titular de Semana:
No se puede condenar a los colombianos a otros cien años de soledad y violencia.
Esa frase compendia a Colombia. En un escrito próximo explicaré de qué modo lo que hay detrás del atraco no es más que el recuerdo de la esclavitud, forma de vida que está detrás de todas las actividades típicas del país. El atracador diría directamente "No me obligue a chuzarlo". Es lo que dice el hermano mayor de Santos, al cabo triunfador después de casi medio siglo de actividad criminal, gracias a la tosquedad intelectual y moral de los colombianos, que todo lo fiaron a un mesías que no es capaz de romper con los partidos que sustentan la destrucción no sólo de su obra, sino también de todo vestigio de democracia.

(Publicado en el blog País Bizarro el 28 de noviembre de 2012.)