martes, junio 23, 2009

Colombia e Irak

A medida que se piensa mucho en una cosa se va llegando a generalizaciones que corresponden más a la filosofía que al examen del fenómeno inicial. Pero la filosofía no es algo que interese de por sí a mucha gente, y a menudo se interpreta como una pérdida de tiempo centrada en la persecución de musarañas que nada tienen que ver con la realidad. Buen ejemplo de esa percepción es la historia del individuo huraño que pide consejo a un amigo sobre lo que podría decirle a una chica que le había concedido una cita: “Háblale de comida, señal de que te interesa su persona y no sólo su cuerpo; pregúntale por la familia, muestra de que tus intenciones son serias, y háblale de filosofía, para que sienta que valoras su inteligencia”. El diálogo con la chica fue así: “¿Te gustan los espaguetis?”. “No.” “Tienes un hermano.” “No”. “Y si tuvieras un hermano, ¿le gustarían los espaguetis?”.

No obstante, hay reflexiones filosóficas que pueden resultarnos útiles para entender lo que nos ocurre; por ejemplo, la antigua pretensión del idealismo de que no ocurre nada fuera de nuestra mente. En India esa idea tuvo mucha influencia, de modo que la corriente principal del hinduismo es el “Vedanta de la no dualidad”, doctrina centrada en la negación de que haya un mundo fuera del sujeto que lo observa. En el budismo la famosa sílaba sagrada “Om” se suele traducir como “Tú eres eso”, de nuevo negando la dualidad mundo-sujeto.

Menos “filosóficamente”, ese pensamiento puede servir para que nos demos cuenta de que una conciencia clara de lo que ocurre es casi una vía de solución. O, en otras palabras, que los problemas que creemos ajenos a nosotros están en realidad dentro y son errores de nuestra concepción. En apariencia eso no es así, el ciudadano corriente no tiene ninguna responsabilidad en que haya bandas de asesinos tratando de imponer una tiranía, pues el mundo en el que él apareció ya contenía eso. Pero podríamos pensar: “En 2008 los colombianos salieron por millones a condenar a las FARC y sus crímenes y a exigir la liberación inmediata y sin condiciones de todos los secuestrados. ¿Por qué eso no ocurrió en 2000, cuando había diez veces más secuestros y la amenaza de la banda era más temible?”. Hubo un cambio en la conciencia tan importante como el cambio en la realidad. Pero el cambio en la realidad también fue fruto del formidable cambio de conciencia que presenciamos en 2001.

Hay otro ejemplo que ilustra eso: los daneses que venden camisetas de las FARC y recaudan dinero para apoyar a esa banda. El colombiano corriente los ve como a unos incomprensibles malvados sin detenerse a considerar su situación. Para un escandinavo joven un país como Colombia es encantador, la mayoría de la gente le muestra su aprobación, particularmente la del sexo opuesto, y sus opiniones siempre resultan más valoradas que las locales. Cuando observa la miseria le parece que es el resultado de un sistema de opresión que fácilmente atribuye al gobierno vigente y a la democracia y no a un orden de castas que es precisamente el que defienden las guerrillas (el caso de la persecución política emprendida por la CSJ es paradigmático). Ni hablar de la facilidad con que se atribuye toda esa desgracia a los estadounidenses, la clase de rubios que cuentan con muchas más oportunidades que ellos (salvo la de ser aprobados por los colombianos). ¿Los daneses? ¿Qué piensan los colombianos de la causas de la miseria y del atraso?, ¿y de lo que realmente defienden las guerrillas?, ¿y de los estadounidenses? Los daneses amigos de las FARC sólo reproducen ideas que han prevalecido durante muchas décadas entre los colombianos, al menos entre los que ellos pueden conocer. No son ocurrencias de ellos.

Pero los daneses están muy lejos de poderse identificar con los parientes de un secuestrado, esas personas se convierten en su mente en abstracciones, como lo son en general también para los colombianos urbanos y universitarios (los secuestrados tienden a ser ganaderos, finqueros y empresarios que poco tienen que ver con el mundo relajado de las academias y cafés revolucionarios). La distancia y los vicios morales (vanidad) hacen que el sufrimiento de todas esas personas se desdibuje y se atribuya fácilmente a quienes no quieren rendirse a las pretensiones de los admiradores de los daneses. Pero ¿los daneses?, ¿los universitarios colombianos?

Según se dice, las dos palabras que con más ansiedad quiere la gente oír no son “te quiero”, sino “es benigno”. Es lo que se podría decir de las FARC si se las compara con lo que fue el comunismo triunfante en medio mundo o con lo que fue el régimen de Sadam Husein y la campaña terrorista con la que respondió, aliado con Al-Qaeda, a la deposición del tirano. Benigno: “dicho de una enfermedad, que no reviste gravedad”. Por mucha alharaca que yo haga, no conozco a ningún secuestrado ni a nadie a quien las FARC le hayan matado a un pariente. Sería muy raro que alguien conociera a un iraquí a quien el régimen de Sadam no le hubiera matado a algún pariente. Las personas que murieron a causa de esa tiranía podrían llegar a los dos millones, de los que casi un tercio serían iraníes, caídos en la guerra entre los dos países. Proyectado eso a Colombia y a las FARC, vendría a ser como si los muertos sumaran unos cuatro millones, visto que la población iraquí es como la mitad de la colombiana.

Pero es casi imposible encontrar a un colombiano que no condene la intervención estadounidense que permitió derribar a ese tirano y dar la posibilidad a los iraquíes de elegir a sus gobernantes y disfrutar de derechos básicos. Perdón... ¿Qué he escrito? No quería decir eso: es casi imposible encontrar a un colombiano que no apruebe la campaña de la correspondiente “insurgencia” iraquí contra los iraquíes, que hace de todas las masacres de las FARC un fenómeno benigno. Es más: es raro un colombiano que no lamente el cese de esas masacres. Recuerdo que en la fecha de la invasión se consideraba el apoyo de Uribe una actitud servil justificable por la necesidad de apoyo para combatir a las guerrillas: un juicio de gente que apoyaba al gobierno, no de los amigos del terrorismo.

¿Con qué derecho viene alguien a quejarse de los daneses y su alegre indiferencia respecto al sufrimiento y a lo que piensan y sienten los colombianos, cuando respecto a lo que sufren los iraquíes tiene la misma actitud? Parece que la viuda o el huérfano de Bagdad o Basora fueran distintos al de alguna ciudad colombiana, o que no merecen atención o solidaridad, habida cuenta de que el antiamericanismo eleva socialmente a quien lo profesa. O lo mismo: se atribuye a la intervención, como si la voluntad de los iraquíes de apoyar a su gobierno legítimo, confirmada por una participación electoral que no se ha alcanzado jamás en Colombia, no tuviera que significar nada en comparación con el orgullito de un imbécil del trópico que se siente danés en cuanto exhibe su odio a Bush y en el mundo real, fuera de su mente mezquina y rencorosa, siempre está expuesto a ser víctima de la violencia que esos daneses alientan, ellos sí seguros en su país rico y tranquilo.
(Publicado en el blog Atrabilioso el 13 de agosto de 2008.)