lunes, abril 06, 2009

Los totalitarios liberales y el dios Estado

Entre las innumerables mentiras que se leen día tras día en los medios y blogs colombianos, la que atribuye al líder del Polo Democrático Carlos Gaviria rasgos de “liberal” es una de las más socorridas. ¿Por qué es liberal? Según Antonio Caballero porque defiende el delito político, es decir, el derecho a destruir por la fuerza la institucionalidad democrática. Es sólo un ejemplo de la cultura nacional. Lo corriente es que se considere liberal a Gaviria porque como magistrado sustanció un texto en el que se defiende el derecho a disponer de una dosis personal de drogas.

Esas libertades son uno de los puntos de fricción de las diversas facciones políticas en muchos sitios, y al menos en Europa esa defensa no se considera propiamente liberal sino que se atribuye a la izquierda. Los totalitarios colombianos sólo aplican una fórmula gastada. ¿Cómo se complementa la defensa de las aspiraciones de los consumidores de drogas o de los homosexuales con el discurso totalitario que define a la izquierda radical en todas partes? Es un tema de mucho interés, y la actitud de Carlos Gaviria ante las drogas o de Piedad Córdoba ante los homosexuales es característica.

¿Cómo pueden ser liberales los totalitarios? Podemos empezar preguntándonos cómo es un régimen totalitario. El caso más conocido es el de Cuba: los contrarrevolucionarios son enemigos públicos y los únicos cubanos que tienen derechos son los partidarios del régimen. Esa división de la sociedad en buenos y malos y esa persecución de los que no suscriben la propaganda oficial se encuentran en todas las dictaduras, pero con el totalitarismo se lleva al extremo. El caso venezolano también puede servir para explicarlo.

Bueno: los totalitarios perseguirán a quienes se les resistan, no vacilarán en usar los peores métodos de terror y el que dude de que Carlos Gaviria y todo el PDA corresponden a esa descripción pueden buscar en alguna declaración de algún dirigente alguna crítica a las prácticas del régimen cubano. Pero entonces ¿por qué defienden a los consumidores de drogas y a los homosexuales? Es sencillísimo, porque para poder perseguir a los “malos” tienen que tomarse el poder y formar mayorías de respaldo en la sociedad. Esos grupos, como las mujeres maltratadas, los agraviados por la exclusión racista, los partidarios de la eutanasia o de la libertad de abortar, etc., son un público al cual “venderle” la promesa de una reforma liberalizadora.

Ante todo, la aventura totalitaria pretende una transformación radical de la sociedad y por eso da por sentada la oposición de los grupos conservadores, en los países hispánicos de la Iglesia católica y también de los grupos evangélicos. La propaganda de los “derechos” y libertades busca atraer a todos los sectores heterodoxos y discrepantes con esa tradición, no importa que para eso haya que buscar complacer, como ocurre en España, al mismo tiempo a los musulmanes fundamentalistas y a las feministas radicales: todo sea para arrinconar al odiado PP y a Bush.

Los totalitarios usan una técnica eficacísima para ensanchar su poder sin cesar: crean toda clase de derechos cuya defensa requiere toda clase de tributos, y la forma de cobrar esos tributos es cada vez más sutil. Mucha gente vive creyendo que no paga impuestos y sí disfruta de servicios, sólo porque quienes pagan impuestos son las empresas, que trasladan el gasto al precio. Alrededor del Estado van formándose toda clase de buscadores de rentas dedicados a defender derechos, que bien pueden ser los de los homosexuales, los de las mujeres maltratadas, los de los consumidores de drogas... No hace falta decir que esos buscadores de rentas son instintivamente partidarios de los partidos totalitarios, tal como ocurre con los gremios de profesionales de la salud, la educación o la justicia en toda Hispanoamérica: el totalitarismo es el partido de los que viven de la política o del Estado.

Pero ese efecto combinado de descalificación de los núcleos conservadores y respaldo de todos los que presentan conductas heterodoxas, por una parte, y expansión de los derechos, por otra, tiene un efecto muy llamativo: dado que las creencias religiosas impregnan las costumbres y muchos niveles profundos del pensamiento, la gente empieza a obrar respecto de la organización que le provee tantos derechos de una forma que evoca la religiosidad. Yo he llegado a ver un pesebre laico en Navidad, y cartas de personas que exigían al Concejo de su ciudad la ocasión de celebrar la iniciación de sus hijos sin el ritual religioso...

Bueno, entendámonos: un pesebre laico no sólo debe tener derecho a existir sino que puede resultar interesante, al igual que una ceremonia laica y atea de iniciación de los menores que compita con la Primera Comunión, en todo caso nadie tendría por qué perseguir a quienes llevaran a cabo tales cosas. Cuando menciono esas cosas me refiero a que las hacía el gobierno o se esperaba que las hiciera.

El caso extremo de eso se da con la petición de una señora francesa que exigía que se le practicara la eutanasia activa, pues un cáncer le deformaba la cara y le producía dolores atroces. Expuestas a ese albur, las personas adeptas a las religiones por lo general descartan el suicidio, pues sienten que su vida no es tan suya como para disponer de ella. Pero las personas no creyentes ¿qué motivo tendrán para no suicidarse sino esperar que lo haga el Estado? Se pueden exceptuar los casos como el del español Ramón Sampedro, que no podía elegir esa opción por estar inmovilizado.

Sencillamente, las personas ya no creen que su vida es de Dios y no le ruegan a Él que ponga fin a su sufrimiento, sino que sienten que se la han entregado a los amables doctores que defienden sus derechos, administradores temporales, oficiantes, de una misión superior: la Historia, la Patria, la Justicia Social, la Revolución Bolivariana...

La cuestión de la eutanasia activa es muy amplia y compleja, y en lo comentado aquí no cabe ninguna alusión a las personas que no pueden decidir lo que quieren por estar privadas de la conciencia. Lo que encuentro en ese caso de la señora francesa es esa perversión peligrosísima de confundir los intereses diversos que pugnan por la liberalización de las costumbres y la ambición de los totalitarios de usar esos anhelos como medio de obtener respaldo para su proyecto neoesclavista. Los creadores de derechos no aumentan los bienes de que dispone la sociedad, sino que encuentran un pretexto eficaz para poner la canal y asegurar su dominio, y esa succión debilita a la gente, la despoja de autonomía y capacidad de comprensión más que cualquier secta supersticiosa.

Publicado en el blog Atrabilioso el 26 de marzo de 2008.